1. Imaginando nuestras vidas en Cabo Polonio... a través de lo que nos cuentan sus visitantes...
Llegué al Cabo Polonio a los finales de la década del 70. Ricardo Pigni, un vecino precursor del
lugar me invitó, en esa época viajaba bastante por mi trabajo y después de cada viaje me iba al
Cabo a pasar unos días. Así fui forjando mi tiempo laboral y de placer por tan magnífico lugar.
Se entraba en carro tanto por Vialidad o balizas. Los diálogos mientras transcurría el viaje con
el carrero -algo que se extraña-, era fantástico escuchar las novedades, mientras el carro se
movía al compás de las dunas irregulares, moviéndote el esqueleto. También nos íbamos hasta
de de Benicio Pereyra y el “contento” su hijo, nos entraba en Jeep hasta el polonio. Íbamos a
pasar las primeras quincenas de Enero, muchas veces incluyendo la última semana de
Diciembre. Teníamos una barra grande de “locos” por Cabo Polonio, amigos que venían de
Europa y nos fritábamos bajo el sol y el “chupe” en sus arenas hasta que el sol se escondía. Al
Polonio entro mi hija con año y poco y participaba de esas jornadas celestiales que nos ofrecía
ese espléndido lugar. Jugaba con las ovejas que pastaban pegados al faro, o los patos que
habían en un estanque cerca de lo de Palito. Magistrales tormentas con el mar, casi pegando
en la pared de La Perla, establecimiento que aún hoy existe, que lo manejaba Gladys y el
Machaco. Con él solíamos salir en las madrugadas del Polonio, hasta Castillos, casi como una
odisea a buscar comida y sobre todo, bebidas, para continuar la fiesta. Esos aprontes de los
viajes al pueblo, lo tengo grabado en mi memoria como un momento sublime. Aún recuerdo el
sol saliendo en nuestras espaldas mientras nos internábamos en la playa sur rumbo al sur, para
tomar al norte y encontrar la ruta 10. El camión del Machaco creo fue unos de los primeros de
la época, ante que llegara el Francés Raymond.
Recuerdo que en Castillos comprábamos comida y algún diario para ponernos al tanto de que
es lo que pasaba en el mundo. No había celulares, ni PC portátil ni blackberry ni nada de las
historias de hoy. Había un solo teléfono y era en la policía. Entrar al Polonio era una pequeña
gran aventura lo mismo salir de él. El Polonio es un lugar mágico. Los amaneceres del este y
atardeceres por el Oeste con todo el transcurrir del día es algo imborrable. El viento, imparable
en ocasiones y el grito sordo de los lobos en las islas del frente, cuando sopla del este es algo
fantástico. Todo su entorno, su vida, sus historias y los personajes. El Polonio es una fábrica de
vivencias y de historias muchas reales y otras no tanto. El Polonio es el tiempo detenido en el
tiempo, que después te das cuenta que te lo robas y lo incorporas a tu vida de una manera casi
histérica. No podía en aquellos años, dejar pasar algunos meses y volver. Volver siempre,
respirar el aire y tomar el sol, respirar sus aguas y dejar que ese espacio fuera auténticamente
mío. Hoy recuerdo esa época como la antesala de mi pasaje por estas costas y mi posterior
residencia. Fue el Cabo Polonio, mi novia y Punta del Diablo, mi mujer. En Cabo Polonio
aprendí de la alusión del regreso y aquí en Punta del Diablo encontré el sosiego de encontrar y
esperar la vida. Fue con el cielo de Cabo Polonio, que aprendí al ver su inmensidad, que la
extensión del infinito comenzaba allí. Solo allí, se ve, y aún continua siendo así, como se ve el
cielo. No hay en ningún lugar del planeta, de tierra firme que se pueda ver la dimensión del
cielo y sus estrellas como allí. Las noches, que cobijan las sombras, se iluminan en el polonio,
Ya que todo parece una gran bóveda que llega hasta el horizonte, las estrellas, se ven así,
2. paralelas a nuestra vista. Las lunas llenas del Polonio, un capítulo aparte. Tengo fotos-mi
pasión-donde se ven las dunas de la Playa de la Calavera detrás, con absoluta claridad, y
sombras, sí, sombras nítidas de las chalanas de los pescadores en la playa. Si lee esto y aún no
fue, trate de ir una luna llena, verá que será algo que jamás podrá Ud. olvidar.
Después llegó el progreso, el Francés Raymond y sus camiones y la gente y el progreso y todo
lo demás. Pero lo que no se pudo es cambiar el lugar, su aire, su sol sus noches, son iguales, las
siento iguales que hace 40 años atrás, el Polonio conserva su magia intacta a pesar de la mayor
gente que la visita.
Fuente: http://www.portaldelcabo.com.uy/modules/vivencias/index.php
Prof. Mónica Fabra- Historia- TECH