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EL SEDÁN ROJO
Josué Flores
El Sedán Rojo
Primera edición, abril 2016
©2016 Josué Flores
©2016 Fides Ediciones
www.fidesediciones.com
http://patindeldiablo.wix.com/patindeldiablostudio
Diseño de portada: Josué Flores	
Diseño de interiores: Miguel Macías & Patindeldiablo Studios
Coordinación editorial: Alejandro Morales
ISBN: 978-153-28-8979-0
Impreso en México
Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la
reproducción total o parcial de los contenidos de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, sin autorización expresa y escrita del autor.
7
Prólogo
Tras dos años de ausencia física, cuatro amigos de la
juventud deciden organizar un viaje hacia un desti-
no desconocido, con el pretexto de reunirse una vez más
y ponerse la tanto de sus vidas, empiezan las llamadas y
los mensajes de texto para así poder agendar una fecha
de partida.
La fecha pactada llegó y cuatro horas de viaje por ca-
rretera, son las que los separan de su destino final, Salva-
dor, Lucía, Valentina y Jimena todos arriba de un Sedán
rojo modelo 1985 que para colmo no le anda el clima,
están ya reunidos y ansiosos por el evento.
Emocionados por el viaje, empiezan a tener remem-
branzas de aquellas aventuras vividas, pero al darse
cuenta de que cada uno sigue defendiendo su misma
postura, personalidad y carácter de antaño, empiezan
a llegar los roces y las confrontaciones. Sólo que cada
uno de los integrantes que se acompañan en esa trave-
8
sía, ignora que al pasar de los años, esos sentimientos
frustrados, ese odio, baja autoestima, amores inconclu-
sos, desamores y resentimientos se fueron acentuando y
ahora sus demonios mentales son más poderosos y des-
tructivos que nunca.
Nadie sabe si ese reencuentro va a ser una experiencia
que se llegue guardar en el cajón de lo memorable o real-
mente una carnicería que desolle y termine por lapidar
el recuerdo que se tenía de aquella resentida amistad.
9
La hora pactada llegó. El reloj de pulso de Salvador
marcaba 5:45 am, lo cual era acompañado con el so-
nido chillante de la alarma que indicaba la hora.
Emocionado y excitado por el viaje, no le costó nada
de trabajo levantarse, aun siendo una persona que sufría
de ansiedad e insomnio, pues raramente podía conectar
más de 4 horas seguidas de sueño y también era rara la
vez que se podía dormir antes de las 3:00 am.
Él siempre consideró que la noche y la madrugada eran
para los pensadores y los soñadores, que ese era justo el
horario ideal en el que podía explotar todo su potencial
traducido en creatividad; según él, justo en esa transi-
ción entre la noche y la madrugada era cuando más se
disfrutaba un libro, cuando más se ponía atención a esos
pequeños detalles que te daban las películas de culto y se
entendían de una manera más clara los diálogos de esas
películas complejas. Acompañado siempre de una gran
cantidad de series de televisión, muchos libros de buena
y en algunos casos mala literatura y novelas baratas, una
libreta en su buró por si llegaba alguna idea, muchos
10
discos de videojuegos y siempre con el celular o la tablet
a la mano por si todo lo anterior fallaba y era necesario
navegar en la red o en YouTube para matar el tiempo y
seguir autoconvenciéndose de que dormirse a esa hora
era para cultos y pensadores y no efecto de algún tras-
torno de ansiedad y depresión o simplemente un escape
del estrés mal manejado.
Los pies se sentían pesados, aunque el ánimo y el op-
timismo estaban intactos, paso tras paso hasta el baño,
abriendo la llave de la regadera y dejando que corriera el
agua caliente, sentándose en el inodoro de una manera
tal que dejaba ver que los 33 años de edad estaban ya
haciendo estragos en ese cuerpo; la mirada dirigida a
la nada, el agua corriendo a chorros y formando en el
espejo pequeñas gotas producidas por el vapor que se
acumulaba en aquel lugar; ya adentro de la regadera, a
diario acostumbraba lavarse el cabello tres veces: lo la-
vaba, lo enjuagaba, lo lavaba, lo enjuagaba y lo lavaba
y lo enjuagaba, siempre con movimientos circulares,
en el sentido de las manecillas del reloj; acto seguido se
enjabonaba el cuerpo y cerraba la llave, esperaba unos
minutos enjabonado mientras se lavaba los dientes y al
terminar, el ritual dictaba por último afeitarse de arriba
hacia abajo, con una navaja que como máximo hubiera
sido usada tres veces y con una crema de afeitar que tu-
viera aloe vera; este ritual de baño era repetido a diario
en ese espacio, exactamente en ese orden.
11
Calzones, calcetines, pantalones, playera y zapatos,
justo así tenía que colocarse la vestimenta; desodorante
y loción, varios puños de gel reafirmante para cabello y
una última aunque rápida mirada al espejo para com-
probar que todo estuviese en orden.
Justo enfrente de este viejo espejo estoy, tratando
de disimular la decadencia que he cargado hasta hoy,
muchas cicatrices y cuentas pendientes del pasado
arrastro, solo por no hacer nada y no confiar en
nada de lo que soy.
Envenenando mi pensamiento a diario, parado fren-
te a mi reflejo, día tras día, noche tras noche, mirando
fijamente esos ojos que ya no expresan nada, que deja-
ron de buscar hace años y se llenaron de soledad y re-
signación, imaginando que ese reflejo un día toma vida
propia y sale de ese marco de madera, extiende el brazo
y me da una firme palmada en el hombro, sonríe y me
dice: “Hay mucho por hacer, mucho por decir, tanto que
aprender y tanto por vivir. Deja ese maltrato de lado y
sal de esta terrorífica cueva, anímate a sentir, a escuchar,
a aprender y a percibir, anímate a dar el paso y quítate
esa cadena que tanto te está lastimando, mira que si si-
gues así reflejo mío, la vida se te irá de paso”.
¿Cuántas conversaciones hemos tenido amigo mío,
cuántos versos, cuántos pensamientos viéndonos a los
ojos, cuántos enojos e hipótesis que nunca llegan a nada,
cuántos gritos y cuántas lágrimas, cuántos reproches y
cuántas decepciones?
12
¿Por qué me he permitido todo esto?, no lo sé, me lo
he preguntado por años y hasta ahora no he querido
descubrir la respuesta, solo sé que hoy decido nueva-
mente ponerme la máscara de felicidad y afrontar el día
a día, sin que este dolor se hunda más.
En la cocina preparando un poco de café para ahuyen-
tar el sueño pensaba en qué tan emocionante y prome-
tedor podía ser ese viaje.
Hacía mucho que no veía a las chicas, haciendo un
poco de memoria recordó que el grupo de amigos de-
jaron de verse por casi dos años y medio, y aunque se-
guían teniendo contacto por medio de mensajes y redes
sociales, se distanciaron por mucho tiempo por azares
de la vida. Ya venían organizando este viaje desde mu-
cho tiempo atrás, pero por alguna razón alguien siem-
pre cancelaba, había alguna emergencia o simplemente
la economía no iba bien para alguno de ellos, tras lo que
decidían cancelar en el momento para después propo-
ner una nueva fecha.
Hay que aceptar que en estos tiempos ya nadie desapa-
rece del mapa, basta con entrar a Facebook o a cualquier
red social de moda y monitorear la vida de la persona
interesada, y ¡vaya que la gente se esfuerza sobremanera
para aparentar que vive una vida feliz y de abundancia!:
todos siempre sonrientes, abrazando a su amor, expre-
sando su buena vibra hacia el prójimo, presumiendo
esos músculos marcados, tomándole foto al vaso de café,
13
a la botella más cara, al amanecer de playa más hermo-
so o al deporte extremo más temerario. Tomándose fo-
tos ellos mismos y poniendo una ridícula cara de pato,
extendiendo un bastón que en el otro extremo carga el
celular y permite tomar una foto con mayor amplitud,
para que quepa toda esa ridícula bandada de patos. Es
increíble lo que llegamos a hacer por un poco de acep-
tación, para llegar a sentirnos parte de esa gran tribu de
likes, y lo más lastimoso es todo eso que llegamos a hacer
para no querer estar con nosotros mismos, rechazarnos,
hasta odiarnos y pasar el tiempo recriminándonos al no
aceptarnos.
Es por esta razón que parece que no dejé de ver tan-
to tiempo a las chicas, sé perfectamente con quién es-
taban saliendo, si tomaban vacaciones, si se quedaban
en la ciudad, qué lugares frecuentaban, en qué estado
de ánimo se encontraban y qué máscara utilizaban
para proyectar tanta felicidad en ese muro, aunque
por dentro sabía perfectamente cómo se sentía en
realidad cada una de ellas.
Te esfuerzas tanto por aparentar que te olvidas de
lo básico, siempre intentando agradar y denigrándo-
te por unos cuantos likes, muestras esa gran sonrisa
aunque en tu alma llueva, dejándote ver en lugares,
fiestas, conciertos y viajes con esa soledad siempre
cargada en la maleta.
14
Mentalmente repasé si no había olvidado nada impor-
tante; iba recordando prenda por prenda, desde la cabe-
za hasta los pies, pensando en cuántos días iba a estar
fuera de casa y la muda de ropa que iba a usar a diario,
esto para ver si coincidía con lo que llevaba en la male-
ta: gorras, playeras, camisas, pantalones, shorts, traje de
baño, calcetines, zapatos, sandalias. Ok, listo.
Por otro lado: cepillo de dientes, hilo dental, dentífri-
co, desodorante, shampoo, jabón, toalla, rastrillo, cre-
ma, bloqueador, cortaúñas, peine, gel para cabello y el
pequeño estuche para coser. Ok, listo.
Para terminar, apagué el switch principal del departa-
mento, cerré la llave de paso del gas, por si acaso; des-
conecté todos los enchufes de los aparatos eléctricos,
cerré todas las ventanas, le avisé a mi vecino de mayor
confianza que iba a salir de la ciudad por unos días para
que por favor le echara un ojito al departamento durante
mi ausencia; le puse demasiada agua a las plantas pre-
viniendo que en los últimos días se resecaran un poco,
pero también fui cuidadoso de no ahogarlas. Revisé mi
lista de pagos y verifiqué que no me quedara nada pen-
diente. Ok, listo.
Mi vecino, ese viejo cabeza dura que siempre está con
cara de enojo, en todo el tiempo que he vivido aquí nun-
ca he visto que nadie lo venga a visitar; esa figura encor-
vada, esa piel maltratada, esos ojos hundidos y tristes,
esa soledad que carga en la espalda; ¿qué habrás hecho
viejito para que ningún familiar ni amigo te venga a visi-
15
tar? ¿Qué tanto llevarás adentro? Qué ganas de algún día
tocar a tu puerta e invitarte a tomar un café para que me
cuentes tu historia, que me digas qué pasó, qué te pasó;
darte un abrazo y no juzgarte, aunque la mayoría de las
veces puedo asegurar que el que necesitaría ese abrazo
sería yo.
Vio el reloj nuevamente, el cual indicaba ya las 7:32
am, indicando la inminente demora de las chicas.
Con un poco de molestia, pensando que la gente no
podía ni siquiera respetar un simple compromiso de ho-
rario, siguió con lo que hacía: como el tipo ordenado y
meticuloso que era fue hasta donde estaban las tazas aco-
modadas en perfecto orden, con el asa acomodada hacia
la misma dirección, por orden de tamaño y de derecha
a izquierda, incluso la tonalidad de color iba de la más
oscura hasta terminar con las tazas más claras.
Recuerdo el día en que llegué a este departamento
por primera vez, de eso ya pasaron más de cinco años;
cuando la casera abrió la puerta, ese olor a perdedor se
impregnó en mí, y aunque trataba de dar sus mejores
argumentos para que se rentara, sabía que no tenía mu-
cho qué decir ni qué ofrecer de ese lugar con las paredes
desgastadas, el piso levantado, el espacio reducido, y el
techo con algunas manchas que fueron formando algu-
nas obras de arte causadas por la humedad. Algo me dijo
que este departamento era para mí, éramos tan pareci-
16
dos, los dos al mismo tiempo descuidados y faltos de
cariño. Nunca se me va a olvidar su cara cuando le dije:
“Lo rento”. Sus ojos se abrieron con asombro e incredu-
lidad y de inmediato empezó el trámite, antes de que me
arrepintiera.
En mi mente ya proyectaba los colores de las paredes,
cómo iría arreglando poco a poco ese piso para irle po-
niendo mi toque y mi esencia, mis ganas y mis deseos;
ya que no podía hacerlo conmigo mismo por lo menos
tenía ahora este espacio para aferrarme y poder reflejar
un poco de interés en algo.
Mira en lo que te convertiste hermoso departamento,
qué radiante estás, tan lleno de luz, tan lleno de vida,
ahora te puedo decir con toda seguridad que eres mi
escondite favorito, tú eres el único que me ha visto li-
brar todas mis batallas y nunca me has juzgado ni lo
harás, no me exiges, eres paciente con los cambios que
te hago, no me gritas, no me tienes lástima, no te eno-
jas ni me decepcionas; cuántas veces desesperado he
pateado tus muros, aventado cosas a tu suelo, cuán-
tas veces me has visto de rodillas y siempre al abrir la
puerta de la entrada me recibes con tu tranquilidad y
tu bondad. Gracias te doy por recibirme, por cobijarme
y por no haberme echado aun siendo tan nefasto.
De pronto se escuchó un sonido chillante que rebotó
de pared a pared hasta llegar a Salvador; era el timbre del
departamento.
17
¡Por fin! Salvador con taza en mano abrió la puerta:
eran Valentina y Jimena.
—¿Ya se dieron cuenta de la hora que es, chicas?
Siempre es lo mismo con ustedes…
¡Eh, eh! para un poco —dice Valentina—, todavía no
sabes la razón por la que hemos llegado tarde y ya estás
ladrando como un perro con hambre. De una vez te digo
chiquito que si vamos a hacer este viaje juntos le tienes
que bajar un poco a tus revoluciones, ¿quedó claro?
Hey… ¿Quedó claro?
Sí, quedó claro —contestó Salvador.
Mira Salvador, no te enojes —dijo Jimena— la verdad
es que llegamos tarde porque hubo un problema con el
transporte del sitio, yo ayer me quedé en casa de Valen-
tina y programamos todo a la perfección, pero el servi-
cio de taxi tuvo un gran retraso, hablamos para ver qué
había sucedido pero nadie nos pudo solucionar nada, no
pudimos esperar más, bajamos a la calle, pero en lo que
conseguimos otro transporte pasaron unos minutos más
y a eso le debemos nuestro retraso. Te pido una disculpa
si eso te molestó.
Tan sumisa y arrastrada como siempre —dijo Valen-
tina—, si sigues con ese carácter débil la vida te va a se-
guir pintando la cara de payaso. Siempre pidiendo dis-
culpas, siempre con la mirada hacia abajo, siempre con
los hombros caídos, no puedo creer que ha pasado tanto
tiempo y sigas igual que cuando te dejé de ver. Siempre
estando ahí para todos aunque nadie esté para ti. ¿No te
18
ha bastado con todos esos amigos que se han aprove-
chado de ti? Todas esas veces en que dabas la vida por
ayudar a alguien, te preocupabas, llamabas, te hacías
presente, te desvelabas, te encargabas de la situación;
y hablo de cualquier situación: dar tu hombro para
llorar, tus consejos de madre comprensiva, tu interés
para ayudar simplemente por dadivosidad y sin nada
qué esperar a cambio y que me dices de tu cartera sin
fondo que ha pagado más deudas ajenas que el Monte
de Piedad.
¿No te ha bastado con todas esas decepciones que lle-
vas cargando y que han cicatrizado poco a poco en tu pe-
cho?... Nena, una cicatriz más y tu pecho va a parecer que
está en Braille… ¿Y para qué? Cuando ya no necesitan
más de tus servicios, cuando se termina todo, las perso-
nas te dan la espalda, simplemente desaparecen hasta que
necesitan otro favorcito de esos que tú eres especialista
en hacer. Ya me cansé de ver cómo la gente te utiliza a su
antojo, ya me cansé de ver que seas el comodín público
número uno… ¿Y qué es lo único que te ha dejado todo
esto? ¡Mira esas ojeras de preocupación que tienes, que
ya parecen un antifaz permanente, esos dolores de cabeza
que siempre son por problemas ajenos! Nunca has podi-
do con tus propios problemas y quieres ser la madre cari-
tativa que quiere arreglar los de los demás. Personalidad
y carácter amiga, grábate bien esas palabras en tu mente,
que justamente es lo que te hace falta y te tiene tirada en la
lona con toda esa baja autoestima e inseguridad.
19
Deja de soñar, deja de arrastrarte, de pedir amor y
compañía, deja de ver a las personas a los pies y comien-
za de una vez por todas a ver a las personas a los ojos.
Deja de pedir perdón por todo, porque arrastrada eres y
arrastrada seguirás. Una herencia en vida bastante iróni-
ca que te ha dejado tu madre.
¿No crees que se te está pasando un poco la mano Va-
lentina? —dijo Salvador.
Valentina volteó bruscamente y dio unos pasos hacia
él, se acercó quedando a escasos centímetros de Salva-
dor y le dijo en voz baja… Si un amigo no te hace notar
lo que te está jodiendo… ¿entonces quién lo va a hacer?
Salvador se quedó callado, se dio la media vuelta y lo
único que dijo fue: que alguien le hable a Lucía porque
vamos a salir muy tarde. Agarró su taza de café y men-
talmente desapareció del lugar. Solo quedo ahí su masa
inerte, sentada en un banco y sosteniendo la pieza de
porcelana.
Jimena trató de salir discretamente de la cocina por-
que ya no podía contener más el llanto que estaba por
explotar bajo sus cejas. Conmovida, enojada y resentida
tomó aire, metió una gran bocanada de aire a su cuerpo,
intentó agarrar una servilleta pero notó que las manos
le estaban temblando y prefirió no hacerlo, ya que no
quiso delatar su nerviosismo. Las palabras de Valentina
no dejaban de rebotar en su cabeza: ¡Arrastrada! ¡insegura!,
¡engañada! ¡traicionada! ¡arrastrada! ¡insegura! ¡engañada!
¡traicionada! ¡arrastrada! ¡insegura! ¡engañada! ¡traicionada!
20
¡No!
Mi respiración se empezó a acelerar de golpe, mis ma-
nos sudaban mucho, no paraban de temblar, me dolía la
cabeza, sentía algo que me presionaba el cráneo, no sé
si en realidad mis ganas de llorar y explotar contra esa
perra eran porque quizá tenía razón en todo lo que me
acababa de decir y simplemente no soy capaz de soportar
la verdad: todos esos pseudo amigos a los cuales les brin-
dé mi confianza, mi cariño y apoyo, al final terminaron
pisoteando mis emociones y escupiéndole a mi confian-
za. Qué barata fue vendida mi amistad. Estoy cansada
de esos imbéciles que solo me usan como comodín,
cansada de tanto idiota que porque ven que estoy sola
piensa que estoy urgida. ¡Que sí lo estoy, pero qué les
importa! Cansada de terminar sola en mi casa cada día,
únicamente con la compañía de mi madre, viendo la te-
levisión pero deseando que alguien más esté conmigo.
Quien sea…
Me gustaría tener más carácter como Valentina, para
no ser tan dejada, me gustaría tener el valor para co-
menzar a hacer muchas cosas, para decidirme a quitar-
me este vacío que siento en el pecho desde hace muchos
años. Yo sé que ahora mi vida es un caos y realmente me
frustra mucho estar varada en un lapso mental en el que
no tengo la más mínima idea de qué hacer, no soporto
vivir con este existencialismo, no soporto no tener mo-
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El Sedán Rojo - Josué Flores

  • 1.
  • 3. El Sedán Rojo Primera edición, abril 2016 ©2016 Josué Flores ©2016 Fides Ediciones www.fidesediciones.com http://patindeldiablo.wix.com/patindeldiablostudio Diseño de portada: Josué Flores Diseño de interiores: Miguel Macías & Patindeldiablo Studios Coordinación editorial: Alejandro Morales ISBN: 978-153-28-8979-0 Impreso en México Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sin autorización expresa y escrita del autor.
  • 4. 7 Prólogo Tras dos años de ausencia física, cuatro amigos de la juventud deciden organizar un viaje hacia un desti- no desconocido, con el pretexto de reunirse una vez más y ponerse la tanto de sus vidas, empiezan las llamadas y los mensajes de texto para así poder agendar una fecha de partida. La fecha pactada llegó y cuatro horas de viaje por ca- rretera, son las que los separan de su destino final, Salva- dor, Lucía, Valentina y Jimena todos arriba de un Sedán rojo modelo 1985 que para colmo no le anda el clima, están ya reunidos y ansiosos por el evento. Emocionados por el viaje, empiezan a tener remem- branzas de aquellas aventuras vividas, pero al darse cuenta de que cada uno sigue defendiendo su misma postura, personalidad y carácter de antaño, empiezan a llegar los roces y las confrontaciones. Sólo que cada uno de los integrantes que se acompañan en esa trave-
  • 5. 8 sía, ignora que al pasar de los años, esos sentimientos frustrados, ese odio, baja autoestima, amores inconclu- sos, desamores y resentimientos se fueron acentuando y ahora sus demonios mentales son más poderosos y des- tructivos que nunca. Nadie sabe si ese reencuentro va a ser una experiencia que se llegue guardar en el cajón de lo memorable o real- mente una carnicería que desolle y termine por lapidar el recuerdo que se tenía de aquella resentida amistad.
  • 6. 9 La hora pactada llegó. El reloj de pulso de Salvador marcaba 5:45 am, lo cual era acompañado con el so- nido chillante de la alarma que indicaba la hora. Emocionado y excitado por el viaje, no le costó nada de trabajo levantarse, aun siendo una persona que sufría de ansiedad e insomnio, pues raramente podía conectar más de 4 horas seguidas de sueño y también era rara la vez que se podía dormir antes de las 3:00 am. Él siempre consideró que la noche y la madrugada eran para los pensadores y los soñadores, que ese era justo el horario ideal en el que podía explotar todo su potencial traducido en creatividad; según él, justo en esa transi- ción entre la noche y la madrugada era cuando más se disfrutaba un libro, cuando más se ponía atención a esos pequeños detalles que te daban las películas de culto y se entendían de una manera más clara los diálogos de esas películas complejas. Acompañado siempre de una gran cantidad de series de televisión, muchos libros de buena y en algunos casos mala literatura y novelas baratas, una libreta en su buró por si llegaba alguna idea, muchos
  • 7. 10 discos de videojuegos y siempre con el celular o la tablet a la mano por si todo lo anterior fallaba y era necesario navegar en la red o en YouTube para matar el tiempo y seguir autoconvenciéndose de que dormirse a esa hora era para cultos y pensadores y no efecto de algún tras- torno de ansiedad y depresión o simplemente un escape del estrés mal manejado. Los pies se sentían pesados, aunque el ánimo y el op- timismo estaban intactos, paso tras paso hasta el baño, abriendo la llave de la regadera y dejando que corriera el agua caliente, sentándose en el inodoro de una manera tal que dejaba ver que los 33 años de edad estaban ya haciendo estragos en ese cuerpo; la mirada dirigida a la nada, el agua corriendo a chorros y formando en el espejo pequeñas gotas producidas por el vapor que se acumulaba en aquel lugar; ya adentro de la regadera, a diario acostumbraba lavarse el cabello tres veces: lo la- vaba, lo enjuagaba, lo lavaba, lo enjuagaba y lo lavaba y lo enjuagaba, siempre con movimientos circulares, en el sentido de las manecillas del reloj; acto seguido se enjabonaba el cuerpo y cerraba la llave, esperaba unos minutos enjabonado mientras se lavaba los dientes y al terminar, el ritual dictaba por último afeitarse de arriba hacia abajo, con una navaja que como máximo hubiera sido usada tres veces y con una crema de afeitar que tu- viera aloe vera; este ritual de baño era repetido a diario en ese espacio, exactamente en ese orden.
  • 8. 11 Calzones, calcetines, pantalones, playera y zapatos, justo así tenía que colocarse la vestimenta; desodorante y loción, varios puños de gel reafirmante para cabello y una última aunque rápida mirada al espejo para com- probar que todo estuviese en orden. Justo enfrente de este viejo espejo estoy, tratando de disimular la decadencia que he cargado hasta hoy, muchas cicatrices y cuentas pendientes del pasado arrastro, solo por no hacer nada y no confiar en nada de lo que soy. Envenenando mi pensamiento a diario, parado fren- te a mi reflejo, día tras día, noche tras noche, mirando fijamente esos ojos que ya no expresan nada, que deja- ron de buscar hace años y se llenaron de soledad y re- signación, imaginando que ese reflejo un día toma vida propia y sale de ese marco de madera, extiende el brazo y me da una firme palmada en el hombro, sonríe y me dice: “Hay mucho por hacer, mucho por decir, tanto que aprender y tanto por vivir. Deja ese maltrato de lado y sal de esta terrorífica cueva, anímate a sentir, a escuchar, a aprender y a percibir, anímate a dar el paso y quítate esa cadena que tanto te está lastimando, mira que si si- gues así reflejo mío, la vida se te irá de paso”. ¿Cuántas conversaciones hemos tenido amigo mío, cuántos versos, cuántos pensamientos viéndonos a los ojos, cuántos enojos e hipótesis que nunca llegan a nada, cuántos gritos y cuántas lágrimas, cuántos reproches y cuántas decepciones?
  • 9. 12 ¿Por qué me he permitido todo esto?, no lo sé, me lo he preguntado por años y hasta ahora no he querido descubrir la respuesta, solo sé que hoy decido nueva- mente ponerme la máscara de felicidad y afrontar el día a día, sin que este dolor se hunda más. En la cocina preparando un poco de café para ahuyen- tar el sueño pensaba en qué tan emocionante y prome- tedor podía ser ese viaje. Hacía mucho que no veía a las chicas, haciendo un poco de memoria recordó que el grupo de amigos de- jaron de verse por casi dos años y medio, y aunque se- guían teniendo contacto por medio de mensajes y redes sociales, se distanciaron por mucho tiempo por azares de la vida. Ya venían organizando este viaje desde mu- cho tiempo atrás, pero por alguna razón alguien siem- pre cancelaba, había alguna emergencia o simplemente la economía no iba bien para alguno de ellos, tras lo que decidían cancelar en el momento para después propo- ner una nueva fecha. Hay que aceptar que en estos tiempos ya nadie desapa- rece del mapa, basta con entrar a Facebook o a cualquier red social de moda y monitorear la vida de la persona interesada, y ¡vaya que la gente se esfuerza sobremanera para aparentar que vive una vida feliz y de abundancia!: todos siempre sonrientes, abrazando a su amor, expre- sando su buena vibra hacia el prójimo, presumiendo esos músculos marcados, tomándole foto al vaso de café,
  • 10. 13 a la botella más cara, al amanecer de playa más hermo- so o al deporte extremo más temerario. Tomándose fo- tos ellos mismos y poniendo una ridícula cara de pato, extendiendo un bastón que en el otro extremo carga el celular y permite tomar una foto con mayor amplitud, para que quepa toda esa ridícula bandada de patos. Es increíble lo que llegamos a hacer por un poco de acep- tación, para llegar a sentirnos parte de esa gran tribu de likes, y lo más lastimoso es todo eso que llegamos a hacer para no querer estar con nosotros mismos, rechazarnos, hasta odiarnos y pasar el tiempo recriminándonos al no aceptarnos. Es por esta razón que parece que no dejé de ver tan- to tiempo a las chicas, sé perfectamente con quién es- taban saliendo, si tomaban vacaciones, si se quedaban en la ciudad, qué lugares frecuentaban, en qué estado de ánimo se encontraban y qué máscara utilizaban para proyectar tanta felicidad en ese muro, aunque por dentro sabía perfectamente cómo se sentía en realidad cada una de ellas. Te esfuerzas tanto por aparentar que te olvidas de lo básico, siempre intentando agradar y denigrándo- te por unos cuantos likes, muestras esa gran sonrisa aunque en tu alma llueva, dejándote ver en lugares, fiestas, conciertos y viajes con esa soledad siempre cargada en la maleta.
  • 11. 14 Mentalmente repasé si no había olvidado nada impor- tante; iba recordando prenda por prenda, desde la cabe- za hasta los pies, pensando en cuántos días iba a estar fuera de casa y la muda de ropa que iba a usar a diario, esto para ver si coincidía con lo que llevaba en la male- ta: gorras, playeras, camisas, pantalones, shorts, traje de baño, calcetines, zapatos, sandalias. Ok, listo. Por otro lado: cepillo de dientes, hilo dental, dentífri- co, desodorante, shampoo, jabón, toalla, rastrillo, cre- ma, bloqueador, cortaúñas, peine, gel para cabello y el pequeño estuche para coser. Ok, listo. Para terminar, apagué el switch principal del departa- mento, cerré la llave de paso del gas, por si acaso; des- conecté todos los enchufes de los aparatos eléctricos, cerré todas las ventanas, le avisé a mi vecino de mayor confianza que iba a salir de la ciudad por unos días para que por favor le echara un ojito al departamento durante mi ausencia; le puse demasiada agua a las plantas pre- viniendo que en los últimos días se resecaran un poco, pero también fui cuidadoso de no ahogarlas. Revisé mi lista de pagos y verifiqué que no me quedara nada pen- diente. Ok, listo. Mi vecino, ese viejo cabeza dura que siempre está con cara de enojo, en todo el tiempo que he vivido aquí nun- ca he visto que nadie lo venga a visitar; esa figura encor- vada, esa piel maltratada, esos ojos hundidos y tristes, esa soledad que carga en la espalda; ¿qué habrás hecho viejito para que ningún familiar ni amigo te venga a visi-
  • 12. 15 tar? ¿Qué tanto llevarás adentro? Qué ganas de algún día tocar a tu puerta e invitarte a tomar un café para que me cuentes tu historia, que me digas qué pasó, qué te pasó; darte un abrazo y no juzgarte, aunque la mayoría de las veces puedo asegurar que el que necesitaría ese abrazo sería yo. Vio el reloj nuevamente, el cual indicaba ya las 7:32 am, indicando la inminente demora de las chicas. Con un poco de molestia, pensando que la gente no podía ni siquiera respetar un simple compromiso de ho- rario, siguió con lo que hacía: como el tipo ordenado y meticuloso que era fue hasta donde estaban las tazas aco- modadas en perfecto orden, con el asa acomodada hacia la misma dirección, por orden de tamaño y de derecha a izquierda, incluso la tonalidad de color iba de la más oscura hasta terminar con las tazas más claras. Recuerdo el día en que llegué a este departamento por primera vez, de eso ya pasaron más de cinco años; cuando la casera abrió la puerta, ese olor a perdedor se impregnó en mí, y aunque trataba de dar sus mejores argumentos para que se rentara, sabía que no tenía mu- cho qué decir ni qué ofrecer de ese lugar con las paredes desgastadas, el piso levantado, el espacio reducido, y el techo con algunas manchas que fueron formando algu- nas obras de arte causadas por la humedad. Algo me dijo que este departamento era para mí, éramos tan pareci-
  • 13. 16 dos, los dos al mismo tiempo descuidados y faltos de cariño. Nunca se me va a olvidar su cara cuando le dije: “Lo rento”. Sus ojos se abrieron con asombro e incredu- lidad y de inmediato empezó el trámite, antes de que me arrepintiera. En mi mente ya proyectaba los colores de las paredes, cómo iría arreglando poco a poco ese piso para irle po- niendo mi toque y mi esencia, mis ganas y mis deseos; ya que no podía hacerlo conmigo mismo por lo menos tenía ahora este espacio para aferrarme y poder reflejar un poco de interés en algo. Mira en lo que te convertiste hermoso departamento, qué radiante estás, tan lleno de luz, tan lleno de vida, ahora te puedo decir con toda seguridad que eres mi escondite favorito, tú eres el único que me ha visto li- brar todas mis batallas y nunca me has juzgado ni lo harás, no me exiges, eres paciente con los cambios que te hago, no me gritas, no me tienes lástima, no te eno- jas ni me decepcionas; cuántas veces desesperado he pateado tus muros, aventado cosas a tu suelo, cuán- tas veces me has visto de rodillas y siempre al abrir la puerta de la entrada me recibes con tu tranquilidad y tu bondad. Gracias te doy por recibirme, por cobijarme y por no haberme echado aun siendo tan nefasto. De pronto se escuchó un sonido chillante que rebotó de pared a pared hasta llegar a Salvador; era el timbre del departamento.
  • 14. 17 ¡Por fin! Salvador con taza en mano abrió la puerta: eran Valentina y Jimena. —¿Ya se dieron cuenta de la hora que es, chicas? Siempre es lo mismo con ustedes… ¡Eh, eh! para un poco —dice Valentina—, todavía no sabes la razón por la que hemos llegado tarde y ya estás ladrando como un perro con hambre. De una vez te digo chiquito que si vamos a hacer este viaje juntos le tienes que bajar un poco a tus revoluciones, ¿quedó claro? Hey… ¿Quedó claro? Sí, quedó claro —contestó Salvador. Mira Salvador, no te enojes —dijo Jimena— la verdad es que llegamos tarde porque hubo un problema con el transporte del sitio, yo ayer me quedé en casa de Valen- tina y programamos todo a la perfección, pero el servi- cio de taxi tuvo un gran retraso, hablamos para ver qué había sucedido pero nadie nos pudo solucionar nada, no pudimos esperar más, bajamos a la calle, pero en lo que conseguimos otro transporte pasaron unos minutos más y a eso le debemos nuestro retraso. Te pido una disculpa si eso te molestó. Tan sumisa y arrastrada como siempre —dijo Valen- tina—, si sigues con ese carácter débil la vida te va a se- guir pintando la cara de payaso. Siempre pidiendo dis- culpas, siempre con la mirada hacia abajo, siempre con los hombros caídos, no puedo creer que ha pasado tanto tiempo y sigas igual que cuando te dejé de ver. Siempre estando ahí para todos aunque nadie esté para ti. ¿No te
  • 15. 18 ha bastado con todos esos amigos que se han aprove- chado de ti? Todas esas veces en que dabas la vida por ayudar a alguien, te preocupabas, llamabas, te hacías presente, te desvelabas, te encargabas de la situación; y hablo de cualquier situación: dar tu hombro para llorar, tus consejos de madre comprensiva, tu interés para ayudar simplemente por dadivosidad y sin nada qué esperar a cambio y que me dices de tu cartera sin fondo que ha pagado más deudas ajenas que el Monte de Piedad. ¿No te ha bastado con todas esas decepciones que lle- vas cargando y que han cicatrizado poco a poco en tu pe- cho?... Nena, una cicatriz más y tu pecho va a parecer que está en Braille… ¿Y para qué? Cuando ya no necesitan más de tus servicios, cuando se termina todo, las perso- nas te dan la espalda, simplemente desaparecen hasta que necesitan otro favorcito de esos que tú eres especialista en hacer. Ya me cansé de ver cómo la gente te utiliza a su antojo, ya me cansé de ver que seas el comodín público número uno… ¿Y qué es lo único que te ha dejado todo esto? ¡Mira esas ojeras de preocupación que tienes, que ya parecen un antifaz permanente, esos dolores de cabeza que siempre son por problemas ajenos! Nunca has podi- do con tus propios problemas y quieres ser la madre cari- tativa que quiere arreglar los de los demás. Personalidad y carácter amiga, grábate bien esas palabras en tu mente, que justamente es lo que te hace falta y te tiene tirada en la lona con toda esa baja autoestima e inseguridad.
  • 16. 19 Deja de soñar, deja de arrastrarte, de pedir amor y compañía, deja de ver a las personas a los pies y comien- za de una vez por todas a ver a las personas a los ojos. Deja de pedir perdón por todo, porque arrastrada eres y arrastrada seguirás. Una herencia en vida bastante iróni- ca que te ha dejado tu madre. ¿No crees que se te está pasando un poco la mano Va- lentina? —dijo Salvador. Valentina volteó bruscamente y dio unos pasos hacia él, se acercó quedando a escasos centímetros de Salva- dor y le dijo en voz baja… Si un amigo no te hace notar lo que te está jodiendo… ¿entonces quién lo va a hacer? Salvador se quedó callado, se dio la media vuelta y lo único que dijo fue: que alguien le hable a Lucía porque vamos a salir muy tarde. Agarró su taza de café y men- talmente desapareció del lugar. Solo quedo ahí su masa inerte, sentada en un banco y sosteniendo la pieza de porcelana. Jimena trató de salir discretamente de la cocina por- que ya no podía contener más el llanto que estaba por explotar bajo sus cejas. Conmovida, enojada y resentida tomó aire, metió una gran bocanada de aire a su cuerpo, intentó agarrar una servilleta pero notó que las manos le estaban temblando y prefirió no hacerlo, ya que no quiso delatar su nerviosismo. Las palabras de Valentina no dejaban de rebotar en su cabeza: ¡Arrastrada! ¡insegura!, ¡engañada! ¡traicionada! ¡arrastrada! ¡insegura! ¡engañada! ¡traicionada! ¡arrastrada! ¡insegura! ¡engañada! ¡traicionada!
  • 17. 20 ¡No! Mi respiración se empezó a acelerar de golpe, mis ma- nos sudaban mucho, no paraban de temblar, me dolía la cabeza, sentía algo que me presionaba el cráneo, no sé si en realidad mis ganas de llorar y explotar contra esa perra eran porque quizá tenía razón en todo lo que me acababa de decir y simplemente no soy capaz de soportar la verdad: todos esos pseudo amigos a los cuales les brin- dé mi confianza, mi cariño y apoyo, al final terminaron pisoteando mis emociones y escupiéndole a mi confian- za. Qué barata fue vendida mi amistad. Estoy cansada de esos imbéciles que solo me usan como comodín, cansada de tanto idiota que porque ven que estoy sola piensa que estoy urgida. ¡Que sí lo estoy, pero qué les importa! Cansada de terminar sola en mi casa cada día, únicamente con la compañía de mi madre, viendo la te- levisión pero deseando que alguien más esté conmigo. Quien sea… Me gustaría tener más carácter como Valentina, para no ser tan dejada, me gustaría tener el valor para co- menzar a hacer muchas cosas, para decidirme a quitar- me este vacío que siento en el pecho desde hace muchos años. Yo sé que ahora mi vida es un caos y realmente me frustra mucho estar varada en un lapso mental en el que no tengo la más mínima idea de qué hacer, no soporto vivir con este existencialismo, no soporto no tener mo- tivos para seguir. No tener motivos para despertar, para trabajar, para sonreír, o simplemente para saludar a al-