Mi relación con las matemáticas empieza bien temprano, quizás antes de nacer. Algo no tan sorprendente considerando que soy el hijo primogénito de una licenciada en ciencias físicas y matemáticas.
Hobson, John A. - Estudio del imperialismo [ocr] [1902] [1981].pdf
Conjetura de goldbach
1. Demostración de la conjetura de Goldbach: no es tan malo
equivocarse.
Mi relación con las matemáticas empieza bien temprano, quizás antes de nacer. Algo no tan
sorprendente considerando que soy el hijo primogénito de una licenciada en ciencias físicas y
matemáticas.
Crecí rodeado de formas y figuras geométricas. Sólidos platónicos llegan a mi mente mientras escribo
estas líneas: ¡oh, qué tiempos aquellos!
En mis primeros años escolares, aunque parezca paradójico, mi amor por las matemáticas se estancó.
Parecía que las matemáticas no eran más que tablas de multiplicar (que había que aprender de memoria)
y algoritmos extremadamente aburridos, al menos para mí, de división y radicación. Todo siguió igual,
nada avanzó hasta que cursé el octavo grado de primaria; fue en aquellos años donde conocí al profesor
Nelson, la primera persona a parte de mi madre, claro está, que me hizo sentir que las matemáticas eran
más que simples operaciones. Había todo un mundo, más bien todo un universo por descubrir: Todo es
matemática – solía decir el profesor Nelson. “Todo es matemática”, esas tres palabras retumbaron por
mucho tiempo en mi mente. – ¿Cómo puede ser todo matemática? – Me preguntaba. Para mí no tenía
sentido pero por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en aquellas tres palabras.
El segundo gran salto, el que definitivamente me sacó del pozo en el que había caído lo di en el 1996,
esta vez gracias al profesor Juan Francisco. Sí, adivinaron, otro gran entusiasta de las matemáticas. En
aquellos años tuve el privilegio de participar en una olimpiada matemática, no estuve en el podio de los
ganadores, pero el solo hecho de participar significó mucho para mí.
En el año escolar 1996 – 1997, descubrí que la matemática era mucho más que una asignatura, era toda
una ciencia.
Al llegar a la universidad, mi apetito por las matemáticas creció casi de manera exponencial. Quería
saber cada cosa sobre ellas. Fue en aquellos años cuando descubrí un método original para calcular
logaritmos, para muchos no es la gran cosa, pero gracias a ese algoritmo conseguí el boleto que me
llevaría a la vida profesional. En aquel tiempo mi imaginación voló como nunca y por mi propia cuenta
llegué a redescubrir teoremas ya existentes, uno que llega a mi mente es el teorema de Wilson. Por un
tiempo, llegué a pensar que sin importar lo que descubriera en matemáticas otro matemático lo había
descubierto primero. Qué afán ese de los mortales de querer ser siempre el primero y no darle
importancia a la manera de llegar.
En los primeros años posteriores a la universidad, sentí un gran vacío. Había caído en un bucle “sin
salida”. Recuerdo que estaba enfermamente obsesionado con una conjetura: la conjetura de Goldbach.
Una conjetura de enunciación extremadamente simple a la que los matemáticos, pese a grandes
esfuerzos, no han podido dar respuesta. No puedo contar las veces que intenté resolver sin éxito aquella
“maldita conjetura”, así como tampoco puedo contar las veces que me bajó la moral y me hizo sentir
estúpido; ni siquiera el hecho de que grandes y brillantes matemáticos habían sucumbido ante la
conjetura de Goldbach me servía de consuelo. Como consecuencia, caí en una profunda depresión que
estaba afectando diferentes aéreas de mi vida, incluida la laboral.
No recuerdo la fecha, pero cierto día una extraña idea invadió mi mente, ¡por fin, parecía que había
encontrado la forma de agarrar la “maldita conjetura” por los cuernos! Estaba satisfecho con aquella
2. “demostración” que daba respuesta afirmativa a la famosa conjetura de Goldbach, tanto así que decidí
publicarla en internet. Al poco tiempo subió mi autoestima y sentí que me quitaba un gran peso de
encima y lo mejor es que ya no me sentía estúpido. Fue un autodescubrimiento, porque aunque creí
haber descubierto uno de los problemas matemáticos más difíciles de todos los tiempos, el ego nunca se
apoderó de mí. Solo sentí paz, “pude resolver” un problema que me atormentó por mucho tiempo. Poco
tiempo después, ya publicado mi trabajo en internet, lo revisé. Algo no estaba bien, había cometido un
error, pero “mi demostración” estaba en la red y lo peor de todo firmada como mi verdadero nombre.
Tremendo bochorno, para el mundo sería uno de esos que creen que han podido demostrar la conjetura
del millón de dólares. Pero, adivinen qué, no me importó y no me importa. “Mi denostación” de la
conjetura de Goldbach aún sigue en la red y aunque tiene muchos errores y no resuelve la conjetura me
recuerda que en la vida está bien equivocarse de vez en cuando, lo importante es nunca rendirse. Hoy, ya
no estoy obsesionado con la conjetura de Goldbach, gracias a que pensé que la había resuelto me atreví a
escribir sobre algunos temas relacionados con las matemáticas y sí, sigo equivocándome, pero cada vez
que caigo siempre vuelvo a levantarme.
- José Acevedo Jiménez.