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Socio operativo y Entidad colaboradora
ESTÁNDAR FORMATIVO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO
PARA FISCALES Y POLICÍAS
Miguel Lorente Acosta
UNIDAD 1. LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES POR RAZONES DE
GÉNERO
OBJETIVO PRIMARIO:
Conocer las características de la violencia de género y sus diferencias respecto a otras violencias
interpersonales
OBJETIVOS SECUNDARIOS:
- Entender la influencia del contexto socio-cultural en el origen de la violencia de género.
- Entender la influencia del contexto socio-cultural en la percepción y significado que se da a
la violencia de género.
- Conocer los elementos característicos de la violencia de género.
- Identificar el impacto y la influencia de estos elementos (características y contexto socio-
cultural) en la investigación criminal y en la respuesta institucional a los casos de violencia
de género.
2
UNIDAD 1. LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES POR RAZONES DE
GÉNERO
El 30% de las mujeres del mundo sufrirá violencia por parte de su pareja o expareja en algún
momento de su vida. El 8% de las mujeres será agredida sexualmente por su pareja o por un
hombre ajeno a la relación. Y el 38% de las mujeres asesinadas lo son por sus parejas o exparejas.
Estamos hablando de millones de mujeres agredidas y violadas cada año dentro del contexto de
las relaciones de pareja, un contexto en el que la referencia se supone que es el cariño y el amor.
Son datos del último informa de la OMS sobre violencia contra las mujeres (“Global and regional
estimates of violence against women: Prevalence and health effects of intimate partner violence
and no-partner sexual violence”, 2013) y reflejan una realidad que sorprende por su dimensión en
cuanto al número de casos, por su gravedad en el resultado, y por su teórico desconocimiento,
pues la violencia contra las mujeres por razones de género, y de manera muy especial la que se
produce en el seno de las relaciones de pareja y familiares, se ve como algo distante y ajeno,
cuando en realidad está muy cerca.
Una violencia tan extendida que ha estado presente a lo largo de la historia, y que resulta tan poco
visible, tiene que contar con elementos que permitan su continuidad en el tiempo, su extensión, y
de manera simultánea su ocultamiento en determinados contextos y tras la justificación de ciertos
argumentos.
Sin conocer esos elementos sociales y culturales que existen en su origen será imposible llevar a
cabo una buena investigación de la violencia de género como conducta criminal y como problema
social, y sólo se resolverán aquellos casos que por la gravedad de las lesiones o por algunos de sus
elementos superen las barreras y pantallas que la propia sociedad ha puesto ante esta violencia.
2.1. RAÍCES SOCIALES Y CULTURALES DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
La cultura es “conocimiento social”, de manera que la cultura patriarcal o androcéntrica, ese
conocimiento común que pivota sobre lo masculino, da las referencias para que las identidades de
hombres y mujeres se definan sobre esos valores de una masculinidad hegemónica, y se
manifiesten de manera desigual dentro de la “normalidad”. De este modo, desde lo más general a
lo más individual, todo está preparado para que las relaciones y funciones se muevan dentro de un
orden, y para que cuando se interprete que se ha producido un error o un ataque al sistema
establecido, se responda y corrija dicha conducta, incluso a través de la violencia. Esa es la razón
por la que la violencia de género haya existido a lo largo de toda la historia y dentro de cualquier
cultura, sin que se haya producido, ni exista aún, un cuestionamiento crítico de la mima sobre su
significado, ni con frecuencia sobre sus resultados; que sólo son cuestionados desde el punto de
vista cuantitativo cuando superan la intensidad que cada contexto social y cultural considera como
“inaceptable”. Sin embargo, ese rechazo puntual no impide que surjan, de manera simultánea,
justificaciones de lo más diversas, desde las que cuestionan la conducta seguida por la mujer
víctima bajo la idea de provocación, hasta las que tratan de presentar la conducta del agresor
3
como parte del descontrol o ajena a su voluntad (actuar bajo la influencia del alcohol y drogas,
trastorno mental…)
El resultado último es la impunidad y la invisibilidad. Es decir, la existencia de violencia contra las
mujeres sin que los agresores reciban la sanción que merecen sus actos, y sin que se modifiquen
las circunstancias para que siga produciéndose esa violencia en los contextos más diversos y de las
formas más distintas. Todo ello no sólo produce un daño a nivel personal y en los entornos
cercanos a las víctimas, sino que, además, impide la convivencia social con plenitud a través de un
control social que impone límites a las mujeres, y obliga a una auto-limitación personal que genera
en las mujeres la amenaza de las consecuencias de la violencia por no seguir las pautas
establecidas por la cultura de la desigualdad.
El resultado es objetivo, tal y como hemos visto reflejado en el último informe de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) presentado en Junio de 2013.
Si nos centramos en la “Región de las Américas” de la OMS, los datos son similares en lo que
respecta a la prevalencia de la violencia física y las agresiones sexuales dentro de las relaciones de
pareja (29.8% para las Américas), y en los homicidios de mujeres, que también se sitúan en el 38%
del total. Sin embargo, las agresiones sexuales por hombres ajenos a una relación de pareja tienen
una prevalencia del 10.7%, la más alta a nivel mundial, lo cual hace que la prevalencia de mujeres
que han sufrido violencia dentro de la relación de pareja y al menos una agresión sexual al margen
de ella, es del 36.1%.
Tenemos un conocimiento sobre las circunstancias que dan lugar a la violencia contra las mujeres
en todas sus manifestaciones, y tenemos una realidad que nos confirma a través de los datos que
la definen que sólo en unas circunstancias de aceptación, minimización, justificación y normalidad
es posible alcanzar una prevalencia tan alta de forma generalizada a cualquier rincón del planeta,
sin que la respuesta institucional ni la reacción social hayan sido proporcionales a su dimensión y
significado.
El resultado es claro: la mayoría de las mujeres sufren múltiples formas de violencia por el hecho
de ser mujeres, la mayor parte de esta violencia permanece ocultada por las propias
circunstancias y en los mismos contextos donde se produce, y una parte significativa de la
violencia conocida, incluso en sus manifestaciones más graves (femicidios y agresiones sexuales),
permanece impune bajo los argumentos y circunstancias más diversas.
Ninguna otra violencia cuenta con estas circunstancias en las que el control social se une al control
del agresor para atrapar a las mujeres, por eso ni ninguna otra violencia se acompaña de una tasa
tan baja de denuncias por parte de las víctimas y sus entornos, y por parte de las personas
responsables de los servicios e instituciones donde acuden las mujeres que sufren violencia en
busca de asistencia. Existe miedo a vivir con el agresor, pero existe más miedo a salir de su lado,
una actitud que nace de la triple interacción del mandato cultural que normaliza, de las
consecuencias psicológicas de la violencia que sufre la mujer, y del miedo a la crítica social y a la
amenaza del agresor.
Esta situación demuestra que el impacto y las consecuencias de la violencia de género van más allá
del plano individual, y que del mismo modo que su origen se explica según el modelo ecológico
4
desarrollado desde el feminismo, cada uno de los casos influye a su vez en el nivel individual, en el
relacional, en el comunitario reforzando las pautas de convivencia adoptadas en ese contexto a
partir del nivel social, y en el nivel social por medio del refuerzo de los valores y principios que
apuntalan la estructura y articulan las relaciones sobre la desigualdad.
Este doble componente de la violencia de género (el individual y el social) resulta clave para
entender su significado, sus manifestaciones y la respuesta que desde las instituciones y la
sociedad se da ante ella. Desde esta perspectiva, la impunidad existente no se percibe como un
problema o una injusticia, sino como el resultado de un desorden o conflicto ocasionado por el
abandono que muchas mujeres han hecho de sus roles tradicionales e identitarios.
No erradicar la violencia de género y no resolver los femicidios significa perpetuar la desigualdad
y el recurso a la violencia contra las mujeres en su nombre, y el deterioro de la convivencia sobre
la Justicia y la Paz bajo el marco de los Derechos Humanos.
La Igualdad es imparable, como antes lo ha sido la lucha por la Libertad, la Justicia o la Dignidad, si
no se actúa contra la violencia de género y contra la impunidad habrá más violencia contra las
mujeres en todas sus manifestaciones, incluso en su máxima expresión en forma de femicidios. El
simple paso del tiempo no va a resolver un problema anclado en el tiempo, debemos poner las
herramientas y los instrumentos necesarios para la prevención de la violencia contra las mujeres, y
ello exige como primera medida acabar con la impunidad a través de la adecuada investigación de
la violencia de género.
2.2. CARACTERÍSTICAS DIFERENCIALES DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO RESPECTO A OTRAS
VIOLENCIAS
Todas las violencias acaban en el mismo resultado: una lesión física, una lesión psíquica o, en los
casos más graves, en la muerte. La diferencia entre los distintos tipos de violencia y los diferentes
contextos no está, por tanto, en el resultado, sino en el origen, en la motivación de la que parte la
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conducta violenta y en los objetivos que pretende alcanzar el agresor con ella; es decir, en el “por
qué” y en el “para qué” de esa conducta. Sobre esos elementos cada agresor pondrá una
determinada carga emocional que caracterizará la forma de llevar a cabo la agresión.
Al analizar la agresión a la mujer considerando estos elementos vemos que se trata de una
conducta totalmente distinta al resto de las agresiones interpersonales. Y como tal deberá ser
considerada, tratada e investigada. Los principales elementos que la caracterizan son:
a. Violencia inmotivada.
Las causas que utiliza el victimario para justificar la agresión, en la gran mayoría de las ocasiones,
son totalmente subjetivas. Dependen de lo que él decida y si en un determinado momento las
considera suficientes para que se crea con el derecho de corregir a la mujer por medio de la
agresión.
Esta característica hace que las mujeres no puedan identificar la causa de la violencia y que
desarrollen una conducta de autovigilancia para intentar evitar una nueva agresión, objetivo en el
que fracasan, puesto que no dependen de nada que ellas hagan o dejen de hacer, sino de lo que el
agresor perciba y decida en cada situación.
La conducta de auto-vigilancia y auto-control con el tiempo desarrolla un estrés crónico que
produce un importante deterioro de la salud de la mujer, tanto en el plano físico como en el
psicológico, como se verá en el tema 3.
b. Violencia dirigida a aleccionar a la mujer
El agresor no utiliza la violencia para ocasionar una serie de lesiones o un daño, estas son el
instrumento necesario para conseguir su verdadero objetivo, que es aleccionar a la mujer para
controlarla y dejar de manifiesto quién mantiene la autoridad en la relación, y cuál debe ser el
papel que debe jugar cada uno dentro de ella, quedando claro que el de la mujer es estar
sometida a los criterios, voluntad y deseos del hombre, y el estar controlada por él.
Esta es la razón que lleva al victimario a usar la violencia de forma diferente a otros contextos, y
cuando agrede no finaliza el conflicto en el que surge la agresión con un golpe, que sería suficiente
ante la desproporción de fuerzas para que la mujer cayera herida físicamente y derrotada
psicológicamente, sino que el agresor, más fuerte físicamente y en una posición de superioridad,
lleva a cabo una agresión caracterizada por múltiples y violentos golpes de todo tipo (puñetazos,
patadas, bocados,...) recurre en ocasiones al uso de instrumentos u objetos que aumentan la
capacidad lesiva (jarrones, bastones, objetos de la casa,...) o a veces también a armas blancas e,
incluso, a armas de fuego, pero sin provocar la muerte.
El objeto de esta conducta violenta “excesiva” es buscar el aleccionamiento e introducir el miedo y
el terror, para que recuerde qué puede ocurrirle ante la negativa u oposición a seguir sus
mandatos, y hacer, de este modo, más efectivas las amenazas que lanzará ante la más mínima
contrariedad.
c. Violencia continuada
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El objetivo del agresor, tal y como hemos apuntado, es controlar a la mujer e imponerle lo que él
considera que debe ser el comportamiento y la conducta de una “buena mujer”, especialmente
alrededor de los roles tradicionales que la asocian a ser una buena “esposa, madre y ama de casa”.
No se trata de la adecuación de la mujer a lo que socialmente se entiende que debe ser una
“buena mujer”, idea que influye en ella de manera directa a través del control social, pero que
para un hombre maltratador es insuficiente, puesto que de lo que se trata es que esa “buena
mujer” lo sea según él considera que debe ser una buena “mujer, esposa , madre y ama de casa”.
Es una decisión completamente subjetiva basada en lo que él interpreta de la conducta de la
mujer, la cual analiza desde una doble perspectiva:
- Por un lado, todo aquello que no se ajuste a su idea, o que en un momento le parezca que
no se corresponde con lo que debe ser una buena mujer, es utilizado para justificar la
“corrección” de la conducta a través de la agresión.
- Y por otro lado, el comportamiento de la mujer es interpretado como un ataque a su
posición de hombre, de pater familias, de autoridad… o de lo que él crea en un momento
dado. Este percepción de “ataque” por parte de la mujer lo lleva a reforzarse en la violencia
y a aumentar la intensidad de manera progresiva.
Estas características basadas en el objetivo dirigido a controlar a la mujer y a aleccionarla ante lo
que el agresor interpreta que ha sido un error y un ataque a su posición, hacen que la violencia se
mantenga de manera continuada en el tiempo a través de la crítica, la humillación, la amenaza, la
frialdad afectiva, el insulto… y que de forma periódica se vea salpicada con fases de agresiones
físicas y psicológicas.
La violencia de género debe entenderse como la suma de estas dos características: violencia
continuada en el tiempo dentro de la cual se producen agresiones puntuales de manera más o
menos frecuente, con mayor o menor intensidad y de duración más o menos prolongada.
d. Violencia cíclica
Se trata de una violencia cíclica con tres fases que se repiten de forma continuada en la mayoría
de las ocasiones, aunque no son de obligada aparición en todas ellas, lo cual dependerá de las
circunstancias que acompañen a cada caso.
a) Fase de TENSIÓN CRECIENTE
La relación pone de manifiesto la agresividad latente frente a la mujer, que en
algunos casos se manifiesta de forma específica como determinadas conductas de
agresión verbal o física de carácter leve y aisladas.
La mujer va adoptando una serie de medidas para manejar dicho ambiente y
adquiriendo mecanismos de defensa psicológicos. No obstante esta situación va
progresando, aumentando la tensión paulatinamente.
b) Fase de AGRESIÓN AGUDA
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Se caracteriza por una descarga de las tensiones que se han ido construyendo
durante la primera fase. La intensidad y su mayor capacidad lesiva distingue a este
episodio de los pequeños incidentes agresivos ocurridos durante la primera fase.
Esta fase del ciclo es más breve que la primera y tercera fase. Las consecuencias
más importantes se producen en este momento tanto en el plano físico como en el
psíquico, donde continúan instaurándose un serie de alteraciones psicológicas por
la situación vivida.
La mayoría de las mujeres no buscan ayuda inmediatamente después del ataque, a
menos que hayan sufrido importantes lesiones que requieran asistencia médica
inmediata. La reacción más frecuente es permanecer aisladas durante las primeras
24 horas tras la agresión, aunque pueden transcurrir varios días antes de buscar
ayuda o ir al médico, lo cual hace que no siempre acudan a urgencias, sino que en
muchas ocasiones lo hacen a consultas ordinarias, quizá para tratar de restar
importancia y para evitar que identifiquen la agresión. Esta actitud se ha
denominado síndrome del paso a la acción retardado.
c) Fase de AMABILIDAD y AFECTO
Se caracteriza por una situación de extrema amabilidad, “amor” y conductas
cariñosas por parte del agresor, gráficamente se le denomina como fase de "luna de
miel". Es una fase bien recibida por ambas partes y donde se produce la
victimización completa de la mujer, ya que actúa como refuerzo positivo para el
mantenimiento de una relación caracterizada por la violencia.
El agresor muestra su arrepentimiento y realiza promesas de no volver a llevar a
cabo algo similar. Realmente piensa que va a ser capaz de controlarse y que debido
a la lección que le ha dado a la mujer, nunca volverá a comportarse de manera que
sea necesario agredirla de nuevo.
Durante esta fase el agresor trata de actuar sobre familiares y amigos para que
convenzan a la víctima de que le perdone. Todos ellos de forma más o menos
inconsciente hacen que la mujer se sienta culpable en cierto modo y que a pesar de
reconocer que la agresión ha sido un acto del marido criticable, sería ella la
responsable de las consecuencias de dicha agresión al romper el matrimonio y la
familia si no lo perdona. Suele ser frecuente tratar de hacerle ver que el marido
necesita ayuda y que no puede abandonarlo en dicha situación.
El tiempo de duración de esta fase es muy variable, aunque lo habitual es que sea
inferior al de la primera fase y más largo que el de la segunda.
e. Violencia extendida
El victimario, dentro de su estrategia violenta y con vistas a conseguir sus objetivos, puede dirigir
la violencia a otras personas cercanas a la mujer, bien como amenaza o a través de agresiones
directas.
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Por eso se trata de una “violencia extendida”, es decir, que no se limita a la mujer, aunque el
objetivo es dañarla y controlarla a ella, sino que cualquier persona de su entorno próximo que el
agresor perciba o considere que tienen un vinculo afectivo o que la está ayudando o apoyando,
puede ser víctima de sus agresiones. Bajo estos argumentos se producen frecuentes agresiones a
familiares de la mujer y, sobre todo, a las personas con las que intentan iniciar una nueva relación.
Pero donde debemos prestar especial atención es a las agresiones que se llevan a cabo sobre los
hijos, los cuales sufren violencia psicológica por ser testigos de la violencia, y agresiones físicas al
introducirlos como forma de dañar a la madre. Esta conducta puede llegar al homicidio de los
hijos, especialmente tras la separación o el divorcio.
f. Violencia en lugares públicos
El hombre que ejerce la violencia de género lo hace para defender sus ideas y valores, por eso se
encuadra dentro de los “crímenes morales”. A diferencia de los “criminales instrumentales”, que
cometen sus actos como una forma para obtener algún beneficio de carácter material a cambio y
de manera inmediata, los “morales” buscan ante todo imponer su posición y, en el caso de la
violencia de género, salir reforzados como hombres a través de la propia violencia.
Esta es otra de las características diferenciales respecto a otras violencias, y además de ser
inmotivada, desproporcionada, excesiva, extendida y con intención de aleccionar, el agresor con
cierta frecuencia lleva a cabo las agresiones en lugares públicos o delante de otras personas del
entorno familiar o del grupo de amistades.
El agresor es consciente de que el resto de personas son testigos de su agresión, pero juega con la
referencia cultural que lleva a pensar que se trata de “cuestiones de pareja” y que deben
resolverse dentro de la propia relación; o con la idea de que aunque lo denuncien él ha actuado
como “debe hacerlo un hombre”. Esas ideas son las que los llevan a asumir las consecuencias de
su violencia y a aceptar la sanción que pueda corresponderle por haber cometido la agresión.
Esta misma idea hace que cuando piensan en acabar con la vida de la mujer también lo hagan en
lugares públicos. No buscan la nocturnidad ni parajes solitarios, no huyen después, sino que
cometen la agresión y un porcentaje significativo de estos homicidas se entregan a la Policía para
que quede claro que han sido ellos los autores de la agresión. De este modo se demuestra a sí
mismo y demuestra a los demás su hombría. Aún hay muchos hombres que piensan como el
personaje de Muñoz Molina en Carlota Fainberg, Marcelo Abengoa, “...un hombre, por muy buena
voluntad que tenga, es difícil, si es hombre, que pueda controlarse siempre”. Evidentemente, el
descontrol es “siempre” contra la mujer.
g. Violencia a través del uso del fuego y de líquidos ácidos
A diferencia de otras violencias, en violencia de género hay determinadas formas de agredir que
aparecen con una relativa frecuencia, y que son muy extrañas en otros contextos. Estas formas se
basan en la utilización del fuego como mecanismo lesivo directo, o bien de determinados líquidos
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corrosivos de carácter ácido o básico, especialmente los primeros por su mayor uso y
conocimiento de sus efectos.
El objetivo es doble. Por un lado ocasionar lesiones graves que pueden llevar a la muerte de la
mujer agredida. Se trata de un mecanismo homicida más de los varios que manejan los agresores.
Pero también tiene otro objetivo, que es marcar de por vida a las mujeres. Las lesiones que
producen estos elementos ocasionan heridas que al cicatrizar generan importantes cicatrices y
retracciones de los tejidos blandos, imposibles de reparar por completo. Siempre queda una
marca o señal que para el agresor será la huella de su voluntad, el precio que ha tenido que pagar
la mujer por enfrentarse a él, una especie de recordatorio para que cada vez que se mire no
olvide los motivos y circunstancias bajo las que se produjeron.
Esta es la razón por la que estas heridas y cicatrices causan un mayor sufrimiento físico, psíquico y
social. Hasta el punto de que la mayoría de estos agresores, a diferencia de otros que tras una
agresión continúan acosando e intentando agredir de nuevo a la mujer, no vuelven a seguirla ni
controlarla, porque esa forma de entender y valorar a las mujeres como “objetos” hace que las
vean “devaluadas” socialmente por las cicatrices que les han causado.
2.3. IMPACTO DE LAS CARACTERÍSTICAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN
POLICIAL Y EN LAS ACTUACIONES DEL MINISTERIO FISCAL
La características de la violencia de género van a influir de manera directa en la percepción e
interpretación que se hace de ella, y por tanto, su significado y la respuesta social e institucional
(judicial, fiscal, policial, sanitaria, social…) van a venir determinadas por esa idea que se tiene
sobre lo que es la violencia de género.
Dos son los elementos que influyen de manera fundamental en la interpretación y valoración de la
violencia que sufren las mujeres por razones de género: por una parte las referencias socio-
culturales que construyen una normalidad donde se deja un espacio para que esta violencia se
pueda producir, y por otra, el impacto que la propia violencia de género y la forma de ejercerse
dentro de unas circunstancias que tienden a minimizarla y a justificarla, tienen sobre la mujer que
la sufre.
1. La normalidad socio-cultural
Cuando alguien de forma popular afirma que una cosa es “normal y corriente”, lo que hace es
enfatizar el valor de esa cosa sobre una doble referencia, por un lado lo común o habitual
(corriente), y por otro el valor intrínseco, aquello que es “como tiene que ser”, intentando
otorgarle un sentido moral en determinadas circunstancias o un valor añadido.
La normalidad es el orden natural de lo habitual para que los hechos y acontecimientos sean como
tienen que ser, y la normalidad está construida sobre una cultura que al haber tomado como
referencia universal lo masculino, y al haber relegado lo femenino, aquello que las mujeres
podrían haber aportado, para determinados espacios en los que las mujeres han quedado
relegadas, pero no como una referencia común y válida para toda la sociedad. Esto es lo que hace
que elementos como la amabilidad, el afecto, la demostración de cariño, o la exposición de los
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sentimientos, no se vean como elementos valorables en hombres y mujeres, y que queden de
manera general relegados al ámbito doméstico en el que esa misma normalidad cultural y social
ha situado a las mujeres como “ámbito natural”.
El orden de la normalidad es el orden de lo habitual, de lo frecuente, de lo común, de lo
repetido,… de lo de siempre. Porque el determinismo del que parte lo que busca es perpetuar las
referencias que los hombres han dado como válidas a la hora de articular la convivencia por ser
beneficiosas para ellos. Y como desde ese concepto de normalidad como orden social, la
distribución desigual de roles entre hombres y mujeres es presentada como algo positivo para el
conjunto de la sociedad, la desigualdad no se contempla como un problema, todo lo contrario.
Es más, el propio sistema se protege creando la idea de “mal en negativo”. Lo explico. Como el
diseño contempla que la desigualdad es buena para la sociedad, el hecho de no seguir las pautas y
parámetros para que las cosas funcionen sobre ese esquema es contemplado como un ataque al
sistema. De manera que no cumplir con la normalidad es en sí mismo un ataque frente al orden
establecido, y, en consecuencia, la corrección de ese incumplimiento, es decir, actuar contra
quienes se rebelan frente al papel que han de desempeñar, no se considera como violencia,
puesto que desde su punto de vista busca mantener el orden y con él el bienestar del conjunto de
la sociedad, aunque sea a consta del “castigo correctivo” a determinados individuos, que en este
caso son las mujeres “que se apartan de lo que se espera de ellas según interpreta cada agresor”.
Esto es lo que ocurre con la violencia de género y por ello los agresores entran dentro de la
categoría de criminales morales, porque se legitiman en que hacen lo que tienen que hacer como
hombres que son cuestionados, puestos a prueba y atacados por la actitud y conducta de las
mujeres con las que comparten una relación. Por esa razón, al aplicar la violencia se ven
reforzados como hombres individuales y como garantes del orden establecido, de manera que la
reprobación y sanción de la sociedad, a pesar de que se produce, siempre se presenta con
elementos que tienden a comprender lo ocurrido y a justificarlo bajo diferentes argumentos.
3. Impacto de las características y circunstancias de la violencia de género en la investigación
criminal.
La falta de una respuesta proporcional a la gravedad de la violencia de género se debe a varios
factores. No es un problema exclusivo de los procedimientos ni técnicas de investigación criminal,
puesto que estos sí se aplican con éxito en la resolución de otras formas de violencia, el problema
está más relacionado con la toma de conciencia y el desconocimiento de los elementos específicos
de esta violencia para poner los medios necesarios que resuelvan los casos.
Esa concepción tradicional de lo que se pensaba que era la violencia contra las mujeres ha
permitido que se mantenga la distancia respecto al conocimiento de la realidad que la envuelve, y
a no formar adecuadamente a las personas que tienen que llevar a cabo la investigación sobre las
características específicas de estos crímenes y sus manifestaciones. Y cuando no hay conocimiento
sobre un tema, el significado de lo ocurrido lo dan los prejuicios y las ideas y estereotipos que
dominan en la sociedad, las mismas que justifican, minimizan y creen que los femicidios son
“ocasionales y aislados”.
11
B.S.Turvey (Criminal Profiling, 1999) insiste en que hay dos tendencias que se presentan en
algunos investigadores que dificultan notablemente la investigación. Una de ellas es la
“deificación de la víctima”, y hace referencia a su idealización. La víctima pasa a ser valorada por
algunas de sus circunstancias vitales, por ejemplo, ser joven, pertenecer a una familia de status
elevado, estar estudiando en la universidad, ser solidaria… lo cual puede descontextualizar el
crimen y dificultar la investigación al alejarla de las circunstancias reales de su comisión.
El otro proceso que se produce con frecuencia entre el personal responsable de la investigación
criminal es el de “envilecimiento de la víctima”, que consiste justo en lo contrario. Las
características vitales de la víctima hacen que sea considerada como propiciatoria o merecedora
de lo ocurrido. Se piensa que determinados crímenes sólo le ocurren a ciertas personas que llevan
modos de vida diferentes, que pertenecen a determinadas grupos étnicos, que tienen ciertas
creencias religiosas, que son de algunos grupos sociales, que su nivel económico es bajo, que
consumen drogas, que su orientación sexual es distinta, etc. Y en todo este proceso de
“envilecimiento” la condición de mujer en la víctima es un factor que facilita que el significado de
lo ocurrido se haga sobre las referencias culturales generales que llevan a entender que cuando
sufren una agresión es porque han hecho algo mal o han atacado o cuestionado a su pareja, en
lugar de centrarse en el contexto de lo ocurrido.
Algo parecido podríamos decir respecto a los sospechosos, que son “deificados o envilecidos” con
relación a sus características personales, pero también respecto al crimen que se les imputa y a la
víctima de los hechos. Y cuando la posición del agresor juega a favor de las referencias culturales
frente a unos mismos prejuicios que tienden a “envilecer” a la víctima, la interpretación de lo
ocurrido y la investigación para resolverlo, en lugar de incidir en los elementos que llevan a
averiguarlo, lo que hace es buscar argumentos para justificar su planteamiento. No es casualidad,
como hemos visto, que ante la violencia de género se recurra con tanta frecuencia a ideas como la
del “crimen pasional”, el consumo de alcohol o sustancias tóxicas, el padecimiento de alguna
enfermedad o trastorno mental en el agresor…
B.S. Turvey insiste en que esta situación viene definida por el “sentido subjetivo del investigador
basado en su moral personal”, e insiste en que este posicionamiento conduce a la “apatía en la
investigación al pensar que ciertos crímenes que se producen sobre personas de esas
características, no merecen ser investigados”, al menos con la suficiente profundidad como para
superar los prejuicios de los que se parten. La paradoja, concluye el autor, es que algunos
criminales se aprovechan de estas actitudes de los investigadores para seleccionar a sus víctimas,
para actuar en determinados lugares, o para llevar a cabo la violencia sabiendo que será difícil que
los condenen, como sucede con los agresores de violencia de género, que saben que su conducta
es justificada con mucha frecuencia. Todos estos elementos son los que contribuyen a las altas
tasas de impunidad en violencia de género.
2. Impacto de la violencia sobre la mujer
Otra referencia importante que debe tenerse en cuenta a la hora de llevar a cabo la investigación
es el impacto de la violencia en la víctima, y cómo influye en su actitud y conducta frente a la
investigación.
12
Las referencias culturales que justifican la violencia de género y que la presentan como unos
hechos que sólo les ocurren a las “malas mujeres”, unidas a los mensajes que mandan los
agresores indicando que son ellas quienes tienen la culpa de lo que les ocurre por no hacer lo que
ellos dicen y por ser “malas mujeres, esposas, madres, amas de casa”, crean una confusión en las
mujeres sobre lo ocurrido y su significado que les genera muchas dudas y una gran inseguridad. A
esta situación de naturaleza socio-cultural hay que unir las consecuencias psicológicas que
produce el hecho de vivir bajo una situación de violencia continuada salpicada de agresiones, y el
estrés crónico que acompaña a la autovigilancia que desarrollan para evitar nuevas agresiones.
Los argumentos que defendían cada una de estas posiciones han sido muy diversos. Una idea ha
predominado y ha sido repetida en numerosas ocasiones de forma insistente utilizándola como
ejemplo claro de la posición defendida por el hombre: la permanencia de la mujer en la relación a
pesar de la violencia contra ella, lo cual es interpretado como una especie de aceptación que es
ratificada por su silencio. Nadie más que ella debe querer finalizar con esa situación, y nadie más
que ella debería saber cuando.
Si alguien mantiene una relación que se dice que está caracterizada por el maltrato y la
agresividad es porque, o no es cierto que esto está ocurriendo (al menos con la gravedad con la
que se presenta), o la mujer acepta esa relación e incluso la actitud violenta del hombre. Si a estas
hipótesis se unen las manifestaciones y actitudes de algunas víctimas maltratadas, mostrando gran
preocupación por lo que le pueda pasar a su agresor e incluso sentimientos de amor hacia él, los
argumentos de los que defienden que en el fondo el problema del maltrato no existe adquieren
una consistencia muy difícil de rebatir si no se analiza la situación con mayor profundidad.
Hay que conocer las características de la violencia de género para poder comprender sus efectos y
consecuencias del mismo, y ver así las diferencias con otras situaciones de violencia interpersonal.
El contexto y la dinámica de esta violencia caracterizan la conducta del agresor, pero también la de
la víctima.
Uno de los factores más determinantes de la continuidad de esta relación es la aparición de la
violencia en el seno de una relación afectiva basada en sentimientos de amor y mantenida sobre
situaciones compartidas y proyectos futuros. Como afirma BROWNE (1987), “la unión de las
mujeres maltratadas a sus parejas refleja de forma típica lazos que estaban perfectamente
establecidos antes de que estos mostrasen una conducta violenta hacia ellas”. Investigaciones
llevadas a cabo en este sentido han establecido que tres de cada cuatro mujeres sometidas a una
situación de maltrato de larga evolución no fueron maltratadas hasta después de que ellas
aceptaran un compromiso más estrecho o se casaran con su pareja (BOWKER, 1983). Es después
de tal compromiso cuando la expresión de interés y afecto de su amor se vuelve más posesivo y
controlador, quedando las mujeres más aisladas socialmente. El primer acto de violencia es una
"evolución" de ese sentimiento de amor idealizado que existe cuando la mujer se compromete y
es separada de fuentes alternativas de apoyo (BROWNE,1987; WALKER,1979,1984).
Cuando la situación se hace habitual y las agresiones se repiten, la experiencia podría hacer a la
mujer no creer en las explicaciones ni en el arrepentimiento del marido. Pero entonces está
inmersa en las profundas aguas de esta violencia, actuando sobre ella los factores socio-culturales
y careciendo de recursos físicos y psíquicos suficientes como consecuencia de las lesiones
psíquicas ocasionadas por la situación prolongada de maltrato.
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Factores socio-culturales
Los estudios, entre otros los de GELLES (1976) y BROWNE (1987), han demostrado que hay
razones socio-culturales que hacen que la mujer permanezca en ese tipo de relación, incluyendo la
falta de alternativas, el temor a la desaprobación de familiares y amigos, la preocupación por la
pérdida de sus hijos y hogar, y el miedo a las represalias del agresor.
No hay que olvidar que una gran parte de la sociedad culpabiliza a la mujer, tanto por la agresión
en sí, ya que consideran que la ha precipitado por no comprender al marido cuando este tiene
problemas, cuando bebe, o por no cumplir correctamente con sus tareas de ama de casa; como
por tomar cualquier tipo de iniciativa en contra de él o para salir de la situación en la que se
encuentra. Esta actitud podría precipitar la ruptura de la familia de lo cual ella sería responsable,
subrayando más, paradójicamente, su decisión, que la conducta violenta del hombre.
Si a estas circunstancias unimos la dependencia económica que suele existir entre la víctima y el
agresor, y la dificultad inherente a nuestra sociedad de iniciar una nueva vida, especialmente en
las circunstancias de la mayoría de las mujeres maltratadas, no resulta difícil entender porqué la
mujer no se decide a dar el paso para romper la relación.
Factores psicológicos
La violencia de género viene caracterizada por la coincidencia de lesiones físicas y psíquicas, por
una dinámica propia con fases alternativas de extrema agresividad y afecto, por lo impredecible de
los ataques, por la falta de motivos que los precipiten, por la incapacidad de la mujer para
evitarlos, por la repetición de los hechos, ... todo lo cual va originando un deterioro psíquico
progresivo que finaliza en el denominado síndrome de la mujer maltratada.
Dentro de las alteraciones psicológicas que aparecen en este síndrome destacan los sentimientos
de baja autoestima, la depresión y la sensación de desamparo e impotencia. La mujer se
encuentra en una situación de apatía que le impide afrontar el problema y tomar decisiones
válidas para salir de ese ambiente.
La conducta seguida por el agresor también conduce a esta situación de esclavitud, ya no por sus
últimas consecuencias psíquicas, sino por el modo de llevarla a cabo.
El abuso emocional suele seguir una estrategia que ataca tres aspectos básicos de la mujer. En
primer lugar se produce un ataque social, tratando de romper con la familia, amistades, trabajo,...
En segundo lugar el ataque se lleva contra las conexiones de identidad del pasado, cortando con
todo lo que la une a sus recuerdos y con el tiempo anterior a la relación, y, finalmente, se produce
un ataque hacia la identidad actual, criticando y recriminando, tanto en público como en privado,
su conducta, aficiones, defectos, iniciativas, modos de hacer las cosas, forma de pensar, ... Se
consigue así un auténtico “lavado de cerebro” que la anulan por completo, conduciendo a lo que
nosotros hemos definido, y que posteriormente explicaremos, como “personalidad bonsái”. La
mujer queda empequeñecida al ser todas sus iniciativas taladas por la persona de la que depende,
como el bonsái que es podado por quien lo abona y riega. En definitiva, unas veces por los efectos
del cariño mostrado tras la agresión, otras por los del abandono de sí misma como consecuencia
del maltrato, hacen que la mujer sea incapaz de escapar.
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La situación resultante ha hecho que en ocasiones sean denominadas gráficamente como
“esclavas psicológicas", comparándolas con el síndrome de Estocolmo (denominado así porque se
describió cuando una cajera de un banco de esta ciudad dijo haberse enamorado del hombre que
la mantuvo cautiva). Anna FREUD acuñó el término de “identificación con el agresor” para
describir este proceso. Cuando alguien está en una situación de amenaza para su integridad o para
la vida en inferioridad de fuerzas respecto al agresor, empieza a identificarse con él como forma
de protegerse del peligro. De acuerdo con Anna FREUD una víctima potencial cree que si pudiera
ver el mundo a través de los ojos del agresor, podría ser capaz de salvarse a sí misma de su
destrucción.
Susan PAINTER y Donald G. DUTTON hablan de unión o lazo traumático basándose en las
características de este tipo de relación, pero resaltando el hecho de que una de las personas
mantiene una situación de superioridad y poder y que la agresión se produce de forma
intermitente e impredecible. La actitud afectiva también es destacada como una de las claves de
su mantenimiento y perpetuidad. Según estos autores las conductas de afecto hacia la víctima
actúan como refuerzo de los valores positivos que existen en la relación, haciendo coger
esperanza de que cada nueva ocasión va a ser la definitiva y que las razones y explicaciones
esgrimidas en ese momento sí son creíbles, puesto que en parte se basan en la crítica de las
anteriores y en el deseo de la mujer de salvar la situación.
En definitiva la mujer permanece unida a su agresor por una especie de gomas elásticas gigantes.
Cuando intenta terminar la relación y se aleja de él, la goma se va estirando hasta llegar, incluso, a
un punto cercano a la ruptura, pero resulta muy difícil de superar y cuanto más se aleja mayor es
la tensión para hacerla volver. Para una persona debilitada físicamente, anulada psíquicamente y
temerosa de dar los pasos será muy difícil lograr escapar de estos lazos, necesita la ayuda de otras
o de los mecanismos sociales que actúen como tijeras que permitan liberarla.
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ESTÁNDAR FORMATIVO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO
PARA FISCALES Y POLICÍAS
Miguel Lorente Acosta
UNIDAD 2. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO: LESIONES
Y ALTERACIONES
OBJETIVO PRINCIPAL:
Conocer las consecuencias de la violencia de género en toda su dimensión: Consecuencias físicas y
psicológicas, agudas y crónicas, y hacerlo en el daño que ocasionan sobre las mujeres que la
sufren, y en el impacto que producen en los hijos e hijas que la viven. Entender cómo todas estas
consecuencias influyen sobre las mujeres que sufren la violencia de género.
OBJETIVOS SECUNDARIOS:
- Conocer las consecuencias físicas y psicológicas de las agresiones agudas que se producen
en la violencia de género.
- Conocer las consecuencias físicas y psicológicas de la violencia mantenida que caracteriza a
la violencia de género.
- Conocer el impacto de la violencia de género en los hijos e hijas.
- Conocer cómo los elementos que caracterizan la violencia de género influyen sobre la
actitud de las mujeres a la hora de reaccionar y responder frente a esta violencia.
- Destacar la necesidad de conocer y utilizar estas características para llevar a cabo una
buena investigación criminal.
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UNIDAD 2. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO: LESIONES
Y ALTERACIONES
La investigación criminal siempre se inicia después de que hayan ocurrido unos hechos delictivos.
Conocer el resultado de la violencia de género en todas sus dimensiones, es decir, tanto de las
lesiones y alteraciones físicas y psíquicas que se producen tras una agresión, como de las
consecuencias en ambos planos (físico y psíquico) de vivir bajo el efecto de una violencia
mantenida en el tiempo, resulta fundamental para poder llegar a conocer lo sucedido a través de
la investigación, y dar una respuesta institucional acorde a los hechos ocurridos.
En esta unidad expondremos el resultado de las agresiones puntuales que se producen en el seno
de la violencia mantenida que sufren las mujeres víctimas de la violencia de género, y las
consecuencia de ese efecto sumatorio que supone vivir bajo la violencia mantenida y sufrir las
agresiones aisladas de manera repetida, con más o menos intensidad y con mayor o menor
frecuencia. En ambas circunstancias presentaremos de forma aislada los efecto sobre el plano
físico y el impacto en el terreno psicológico.
3.1. LESIONES AGUDAS
3.1.1. Lesiones Físicas Agudas
Las lesiones producidas en los casos de agresiones por parte del hombre abarcan toda la tipología
lesional de la traumatología forense, desde simples contusiones y erosiones, hasta heridas por
diversos tipos de armas. El resultado dependerá de las circunstancias que envuelvan a la agresión
(intensidad de los golpes, uso o no de instrumentos lesivos o armas, frecuencia de los golpes,
combinación de diferentes mecanismos…). Del mismo modo, las regiones anatómicas que se
pueden afectar cubren todas las posibilidades, así como las distintas estructuras orgánicas (piel,
mucosas, huesos, vísceras,...). No obstante, el cuadro lesional más frecuente suele estar
conformado por excoriaciones, contusiones y heridas superficiales en la cabeza, cara, cuello,
pechos y abdomen.
El cuadro típico en el momento del reconocimiento forense viene determinado por múltiples y
diferentes tipos de lesiones con combinación de lesiones antiguas y recientes, así como
referencias vagas de molestias y dolores cuya naturaleza no se corresponde con lo referido por la
mujer en el motivo de consulta.
A diferencia del Síndrome del Niño Maltratado, resulta típico de este cuadro, la presencia de
lesiones de defensa, la inexistencia de lesiones que indiquen extrema pasividad de la víctima
(quemaduras múltiples por cigarrillos, pinchazos leves repetidos sobre una misma zona,...), así
como la localización de gran parte de las lesiones (o las más intensas) en zonas no visibles una vez
que la mujer está vestida. STARK, FLITCRAFT y FRAZIER (1979) encontraron que las víctimas de
este tipo de agresiones presentaban una probabilidad 13 veces más alta de tener lesiones en los
pechos, tórax o abdomen que las víctimas de otros accidentes.
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En un trabajo realizado sobre 9000 mujeres que acudieron a los servicios de urgencias de diez
hospitales diferentes MUELLERMAN (1996) encontró como datos significativos que la lesión más
típica en las mujeres maltratadas era la rotura del tímpano, y que tienen mayor probabilidad de
presentar lesiones en la cabeza, tronco y cuello. Las no maltratadas, por el contrario, suelen sufrir
las lesiones con mayor frecuencia en la columna vertebral y extremidades inferiores.
Las circunstancias de las que depende el cuadro lesional son (BROWNE, 1987): el grado de
violencia empleado, la repetición seguida de la agresión y la unión del maltrato a otro tipo de
hechos.
Estos dos últimos factores, la repetición de los hechos y la unión a otras acciones dentro de un
incidente, aumentan la capacidad lesiva, ya que conllevan un incremento del grado de violencia y
hacen, además, que la víctima sea incapaz de recuperarse para protegerse de la siguiente agresión
al encontrarse física y psicológicamente aturdida por la rapidez de los sucesos (PATTERSON, 1982;
REID et al, 1981).
A pesar de lo anterior muchas de las víctimas se abstienen de acudir a un hospital, incluso cuando
hay lesiones de cierta intensidad debido a la vergüenza, a las amenazas por parte del agresor si
busca cualquier tipo de ayuda, y al temor a que el hospital comunique al juzgado el origen de sus
lesiones y se tomen medidas que puedan afectar a su familia.
Otro dato significativo es que la mayoría de las mujeres que han sido víctimas de estos hechos y
que se deciden a ir al médico como consecuencia de sus lesiones, cada vez que vuelven a acudir lo
hacen con lesiones más graves (KOSS et al, 1991).
En resumen, el cuadro más frecuente viene caracterizado por lesiones de gravedad moderada o
leve respecto al pronóstico vital localizadas en zonas donde la ropa o el cabello las hace invisibles
(tórax, abdomen, espalda y cabeza), y con diferente data, es decir, lesiones que se corresponden a
distintas agresiones separadas en el tiempo, por lo que al llevar a cabo el reconocimiento forense
se apreciaran algunas con pocos días de evolución, mientras que otras podrán ser de una o dos
semanas.
3.1.2. Lesiones Psíquicas Agudas
Los trabajos realizados durante los últimos quince años han demostrado que la sintomatología
psíquica encontrada en las víctimas debe ser considerada como una secuela de los ataques
sufridos, no como una situación anterior a ellos (MARGOLIN, 1988).
Al igual que otras víctimas, la primera reacción normalmente consiste en una autoprotección y en
tratar de sobrevivir al suceso (KEROUAC y LESCOP, 1986). Suelen aparecer reacciones de shock,
negación, confusión, abatimiento, aturdimiento y temor. Durante el ataque, e incluso tras este, la
víctima puede ofrecer muy poca o ninguna resistencia para tratar de minimizar las posibles
lesiones o para evitar que se produzca una nueva agresión (WALKER, 1979; BROWNE, 1987).
Estudios clínicos han comprobado que las víctimas de malos tratos viven sabiendo que en
cualquier momento se puede producir una nueva agresión. En respuesta a este peligro potencial,
algunas de las mujeres desarrollan una extrema ansiedad, que puede llegar hasta una verdadera
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situación de pánico. La mayoría de estas mujeres presentan síntomas de incompetencia, sensación
de no tener ninguna valía, culpabilidad, vergüenza y temor a la pérdida del control. El diagnóstico
clínico que se hizo en la mayor parte de los casos fue el de depresión (HILBERMAN, 1980). El
seguimiento de las víctimas ha demostrado como la sintomatología se va modificando y como tras
el tercer incidente el componente de shock desciende de forma significativa. BROWNE ha
comprobado como estas mujeres a menudo desarrollan habilidades de supervivencia más que de
huida o de escape, y se centran en estrategias de mediar o hacer desaparecer la situación de
violencia, aunque tal y como hemos indicado, al depender de lo que el agresor interpreta y
percibe, no dan resultado y la violencia continúa su ciclo de intensidad creciente.
Existen dos condicionamientos fundamentales típicos del Síndrome de Maltrato a la Mujer con
relación a las lesiones psíquicas:
- La repetición de los hechos da lugar a un mayor daño psíquico, tanto por los
efectos acumulados de cada agresión, como por la ansiedad mantenida
durante el período de latencia hasta el siguiente ataque.
- La situación del agresor respecto a la víctima. Desde el punto de vista
personal el agresor es alguien a quien ella quiere, alguien a quien se supone
que debe creer y alguien de quien, en cierto modo, depende. Desde el
punto de vista general las mujeres agredidas mantienen una relación legal,
económica, emocional y social con él.
Todo ello repercute en la percepción y análisis que hace la mujer para encontrar alternativas,
viéndose estas posibilidades limitadas y resultando muy difícil la adopción de una decisión. La
consecuencia es una reinterpretación de su vida y de sus relaciones interpersonales bajo el patrón
de los continuos ataques y del aumento de los niveles de violencia, lo cual hace que la respuesta
psicológica al trauma y la realidad del peligro existente condicionen las lesiones a largo plazo.
3.2. ALTERACIONES CRÓNICAS
Las alteraciones crónicas aparecen como consecuencia de vivir expuestas a la violencia, y de sufrir
el doble impacto de las agresiones unido a la situación mantenida de amenaza, estrés,
humillación, presión, menosprecio, rechazo emocional…
Las consecuencia de esta situación aparecerán también en el plano físico y en el psicológico.
3.2.1. Alteraciones Físicas Crónicas
El impacto sobre la salud de las mujeres que sufre violencia de género no se debe tanto a la acción
puntual de la agresión, sino a lo que se denomina “exposición a la violencia”, es decir a toda la
serie de conductas y actitudes dirigidas a cuestionar la posición de la mujer bajo la imposición y la
amenaza de las agresiones y a conseguir su aislamiento de las principales fuentes de apoyo
externo, tanto por las acciones llevadas a cabo por el agresor, como por el autocontrol que
desarrolla la mujer para evitar los conflictos que puedan desembocar en nuevas agresiones. Esta
dinámica hace que las consecuencias de la violencia vayan más allá de los ataques puntuales y que
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se produzcan importantes daños en el plano físico y psíquico, tanto por los efectos sobre ellas,
como por la violencia y amenazas sobre otras personas cercanas, especialmente las que llevan a
cabo sobre los hijos e hijas.
La OMS en su “Informe Mundial de Violencia y Salud” señala los siguientes como los más
frecuentes: Daño abdominal/torácico, hematomas y contusiones, síndromes de dolor crónico,
discapacidad, fibromialgia, fracturas, trastornos gastrointestinales, colon irritable, laceraciones y
abrasiones, daño ocular y reducción del funcionamiento físico. Entre las consecuencias sexuales y
reproductivas señala: Trastornos ginecológicos, infertilidad, inflamación de la pelvis,
complicaciones en el embarazo/aborto, enfermedades de transmisión sexual (incluido SIDA),
aborto inseguro y embarazo no deseado.
En definitiva, cuando se analizan las alteraciones físicas crónicas originadas por la violencia de
género continuada en el tiempo, aparecen los siguientes síntomas y signos:
- Dolor crónico, fundamentalmente cefaleas y de espalda.
- Alteraciones neurológicas centrales (mareos, convulsiones…) ocasionadas por el estrés
crónico y por alteraciones neurofisiológicas derivadas de los traumas repetidos.
- Alteraciones gastrointestinales (pérdida de apetito, modificación de los hábitos
alimenticios, colon irritable…).
- Hipertensión arterial por los hábitos de riesgo relacionados con la violencia.
- Resfriados de repetición y procesos infecciosos respiratorios como consecuencia de una
disminución del sistema inmunitario por los efectos de la depresión y del estrés.
- En el aparato genito-urinario aparecen frecuentemente enfermedades de transmisión
sexual, sangrado y fibrosis vaginal, disminución del deseo sexual, irritación genital,
dispareunia, dolor pélvico crónico, infecciones urinarias…
- En general, la probabilidad de que una mujer maltratada tenga alteraciones ginecológicas
es tres veces mayor que una mujer que no sea víctima de este tipo de violencia.
- Entre el 40 y el 45% de los casos, las mujeres maltratadas sufren agresiones sexuales en el
seno de su relación de pareja, lo cual suele ir acompañado de una mayor degradación y
humillación verbal, por lo que los efectos se ven agravados, especialmente en lo que
respecta a las alteraciones psicológicas, caracterizadas por la depresión, la baja autoestima
y el estrés postraumático.
Esta situación es la que hace que las mujeres que sufren violencia de género acudan un 20% más a
los servicios sanitarios en demanda de atención médica y que, por tanto, la investigación deba
contemplar la historia clínica, los documentos médicos como una fuente de información para
investigar la violencia de género.
3.2.2. Lesiones Psicológicas CRÓNICAS O A LARGO PLAZO
Las reacciones a largo plazo de las mujeres que han sido agredidas física y psíquicamente por sus
parejas incluyen temor, ansiedad, fatiga, alteraciones del sueño y del apetito, pesadillas,
reacciones intensas de susto y quejas físicas: molestias y dolores inespecíficos (GOODMAN et al,
1993). Tras el ataque las mujeres se pueden convertir en dependientes y sugestionables,
encontrando muy difícil tomar decisiones o realizar planes a largo plazo. Como un intento de
20
evitar un abatimiento psíquico pueden adoptar expectativas irreales con relación a conseguir una
adecuada recuperación, persuadiéndose ellas mismas de que pueden reconstruir en cierto modo
la relación y que todo volverá a ser perfecto (WALKER, 1979).
Como ocurre en todas las víctimas de la violencia interpersonal, las mujeres agredidas por sus
parejas aprenden a sopesar todas las alternativas frente a la percepción de la conducta violenta
del agresor. Aunque esta actitud es similar a aquella producida en otros tipos de agresiones o en
situaciones de cautividad, los efectos en las víctimas del maltrato están estructurados sobre la
base de que el agresor es alguien al que están o han estado estrechamente unidas, y con el que
mantienen cierto grado de dependencia (BROWNE, 1991). En dichos casos la percepción de
vulnerabilidad, de estar perdida, o de traición pueden aparecer de forma muy marcada (WALKER,
1979), lo cual afecta de forma directa a su actitud ante la violencia y la idea de no denunciar o de
retirar la denuncia si la han interpuesto.
Las consecuencias psicológicas crónicas (cognitivas, afectivo-emocionales, actitudo-
motivacionales, psicofisiológicas y comportamentales) del maltrato incluyen la experimentación
de estrés y emociones negativas (tristeza, desesperanza, indefensión, vergüenza, ira, ansiedad,
miedo, frustración…) durante y después del ataque, la amenaza o la humillación. Generalmente
desarrolla sentimientos de culpa, vergüenza, desesperanza, reducción de sus competencias y
recursos (solución de problemas, toma de decisiones, habilidades sociales…) y disminución de la
autonomía y, quizás por ello, dependencia emocional del maltratador. Los síntomas más
frecuentes que experimenta la mujer maltratada son ansiedad, tristeza, pérdida de autoestima,
labilidad emocional, inapetencia sexual, fatiga permanente e insomnio. En los casos más graves, la
mujer llega a desarrollar síntomas y trastornos crónicos de mayor o menor relevancia clínica y
gravedad, como síndrome de estrés postraumático, depresión o ansiedad.
Para dar cuenta de todos estos síntomas y problemas derivados de la violencia y el maltrato y las
respuestas de la mujer a la situación, Walker formuló el Síndrome de la mujer maltratada, que
está basado en la teoría de la indefensión aprendida. Recientes estudios han puesto de manifiesto
la aparición de estrés crónico con repercusión en el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal en
mujeres maltratadas, incluso sin haber sido diagnosticadas previamente de trastorno por estrés
postraumático (TEP). La intensidad y duración del TEP se ha puesto en relación con alteraciones
como la disociación peritraumática en el momento agudo del trauma . En general, se calcula que
el 60% de las mujeres maltratadas tiene problemas psicológicos moderados o graves, aunque
otros autores hablan de cifras de hasta alrededor del 85%.
La OMS, también en su “Informe Mundial de Violencia y Salud” (2002), señala las siguientes
consecuencias psicológicas como los más frecuentes: Abuso de tabaco, alcohol y otras drogas,
depresión, ansiedad, trastornos alimentarios, trastornos del sueño, sentimientos de vergüenza y
culpa, fobias y trastorno de pánico, inactividad física, baja autoestima, trastorno de estrés
postraumático, trastornos psicosomáticos, problemas en la conducta sexual y disfunciones
sexuales.
Estas circunstancias hacen que en muchas ocasiones la mujer recurre al consumo de
medicamentos y drogas como fórmula de evasión y, aunque con menor frecuencia, es posible que
recurra al suicidio (se estima que un 25% de las mujeres maltratadas cometen suicidio) para
acabar con la situación.
21
3.3. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO SOBRE LOS HIJOS E HIJAS EXPUESTOS
Los hijos e hijas que viven en el hogar donde se el padre maltrata a la madre sufren también las
consecuencias de esa violencia. Las propias características de esta violencia, con esa continuidad
caracterizada por la humillación, la crítica, el rechazo, el menosprecio, la amenaza… más las
agresiones puntuales que se repiten con más o menos frecuencia, explican que los niños y niñas
expuestas a ella sufran consecuencias sobre su salud.
Desde el punto de vista conceptual la mayoría de los autores consideran como “exposición al
maltrato”, el hecho de estar conviviendo en una relación en la que la mujer es maltratada por su
pareja, no se refiere sólo a las circunstancias de estar presente durante las agresiones, aunque los
estudios indican que durante las mismas los niños están en la misma habitación o en la
inmediatamente contigua, en el 90% de los casos.
Esta exposición de los menores a la violencia de género origina un abuso psicológico que en
muchos casos llega a alcanzar intensidades propias del maltrato psíquico, hasta el punto de sufrir
las mismas consecuencias psicológicas que la madre, pero en estos casos por un triple
mecanismo:
- Ver las agresiones y la violencia que sufre la madre
- Vivir en el ambiente de violencia que crea el maltratador
- Sufrir agresiones directas por parte del padre, situación que se produce en el 40% de los
casos.
Y lo que ha sido ignorado, como ha ocurrido con la propia violencia de género, no ha sido por las
pequeñas dimensiones de problema, sino por la actitud general que tiende a ignorar la realidad y a
minimizar sus manifestaciones más graves. Las investigaciones más recientes indican que
prácticamente todos los menores inmersos en estas relaciones tormentosas sufren algún tipo de
consecuencia en forma de diferentes alteraciones, pero además un 40% de ellos sufren también
violencia física directa como consecuencia del maltrato a la mujer, y más de un 30% padecen
alteraciones físicas a largo plazo derivadas de esa violencia. Todo ello hace que la incidencia
general esté situada alrededor del 15%, tal y como ha destacado M. A. Strauss; sin duda un dato
que habla por sí solo a la hora de entender y valorar las repercusiones de la violencia contra las
mujeres.
Los mecanismos que originan las alteraciones que sufren los menores pueden ser directos e
indirectos, dependiendo del tipo de maltrato que ejerza el agresor, de la forma de llevarlo a cabo y
de la dinámica familiar.
1. Entre los mecanismos directos encontramos todas aquellas acciones y conductas que
impactan de manera lineal sobre los niños y las niñas de esa relación; estos
mecanismos han sido agrupados en dos grandes categorías, aquellos que actúan sobre
la agresividad dirigida a los menores y los que generan una situación de estrés en la
familia.
2. Los mecanismos indirectos actúan influyendo sobre otros factores que a su vez
repercuten sobre los menores, por ejemplo el modo en que la violencia configura la
22
relación entre el padre, la madre y los hijos, o sobre el nivel y la forma de establecer la
disciplina y, sobre todo, las características del conflicto creado por los padres en sí
mismas.
Todo ello, de manera directa o indirecta, va a dar lugar a una serie de alteraciones y trastornos
que al margen de los daños físicos que se puedan ocasionar por ese 40% de casos con coincidencia
de agresiones físicas y psíquicas, será causada por el simple hecho de estar expuestos a la
violencia ejercida por el padre o la pareja sobre la madre. Las alteraciones más significativas son
los trastornos conductuales y los problemas emocionales, ocasionando conductas interiorizadas,
como por ejemplo reacciones depresivas o ansiosas, y exteriorizadas, entre las que destacan la
agresividad, la desobediencia, la rebeldía,... alteraciones que dependiendo de los factores que
influyen en el desarrollo de estos trastornos, llegan a alcanzar al 75% de los niños expuestos al
maltrato. Por otra parte, también se ha comprobado cómo estos menores presentan cuatro veces
más posibilidades de sufrir alteraciones psicopatológicas que el resto de niños que no han
presenciado estas situaciones violentas, toda una constatación de los efectos del ser testigo de
estos dramas.
Entre las consecuencias más significativas destaca la presencia de sintomatología postraumática
en forma de pesadillas, terrores nocturnos, re-experimentación de hechos y situaciones,... El
porcentaje de niños con síntomas de estrés postraumático varía según los estudios, pero en
general oscila entre el 13 y el 50% de los menores expuestos, y lo que resulta verdaderamente
significativo es que en todos los grupos en los que se comparaban niños expuestos a maltrato con
niños no expuestos, los síntomas postraumáticos eran más elevados en los primeros, en algunos
casos superando a los ocasionados por desastres naturales. Todo ello es un reflejo de la
importante carga emocional que presenta la vivencia del maltrato de la madre, capaz de ocasionar
una respuesta inmediata en forma de trauma agudo, y de prolongar los efectos de la exposición
mediante el desarrollo de otros mecanismos posteriores al trauma.
Esta combinación de efectos agudos y a largo plazo repetida en el tiempo va ocasionando la
aparición de toda la sintomatología psicológica que hemos recogido con anterioridad, así, según
cuales sean las circunstancias que rodean al caso, pueden aparecer reacciones de agresivas,
ansiedad, conductas de evitación, irritabilidad, agresividad, comportamientos violentos,
problemas de adaptación social, falta de rendimiento en los estudios con fracaso escolar,... y
también otra serie de conductas asociadas en forma de determinados hábitos, como el consumo
de alcohol y drogas, baja autoestima, problemas de relación con otros niños y compañeros,...
circunstancias de por sí graves, pero cuya permanencia en el tiempo puede, además, desembocar
en el suicidio. En definitiva se comprueba como se produce una desestructuración del mundo del
niño o de la niña que puede causar problemas que a su vez generen dificultades para continuar
con el desarrollo psicosocial de los menores y, en consecuencia, que algunas de las alteraciones
dejen algún tipo de secuelas de por vida.
Como dato significativo tenemos una de las consecuencias más directa de esta exposición a la
violencia. Los niños que están expuestos a la violencia contra la mujer reproducen conductas
violentas, tanto más cuanto mayor sea el grado de exposición, pudiendo llegar a alcanzar el 78%
de los menores, es decir que entre los niños expuestos a violencia el 78% reproducen conductas
violentas, frente a tan sólo el 38% de los niños que no están expuestos a este tipo de situaciones,
pero además el retraso escolar entre estos niños que conviven con la violencia llega a ser del
23
71’8%, mientras que entre los niños en ambientes pacíficos llega al 23’6%. La lectura rápida y
superficial de estos hechos sumatorios nos indica que mientras que estamos empujando a estos
menores a interiorizar los mecanismos violentos como una forma de resolver conflictos y alcanzar
objetivos, por otra parte estamos quitándole alternativas por medio de la educación y el
aprendizaje que supone una adecuada integración dentro del grupo social de su edad y una
evolución armónica dentro del mismo. Todo ello nos lleva a que muchos de estos menores
consoliden la violencia como instrumento y, lo que puede ser aún peor, que la normalicen en su
uso o en su aceptación, por la habitualidad de su presencia y lo apropiado de su conceptualización
como mecanismo.
Entre los múltiples factores que influyen en las consecuencias que la violencia tiene sobre los
menores, unos de manera directa, otros de forma indirecta, existen cuatro grupos: los factores
individuales, el ambiente familiar, los elementos sociales y la propia dinámica de la violencia. La
interacción de estos factores es la que explica por qué las consecuencias varían en cada caso, e
incluso entre los diferentes menores dentro de una misma familia.
La violencia de género es un continuum, el ciclo de la agresión puede acabar, pero la violencia no
tiene final, siempre continúa y se prolonga de alguna manera para después volver a empezar.
Acaban los insultos, los golpes, las amenazas, puede que la pareja o la relación, pero los efectos de
la violencia no habrán finalizado. Las semillas dispersadas al aire en cada agresión habrán caído
sobre el terreno abonado por una sociedad que esconde sus miserias bajo tierra para que en la
superficie todo brille y sólo se ven los frutos cuando están maduros o cuando han caído
demostrando la ley de la gravedad, pero no mira a las raíces, los tallos, a veces ni a los troncos, si
sobre ellos no destaca el fruto rojo y brillante, y así menores hoy víctimas expuestas a la violencia
y receptores de sus mensajes, repasarán en silencio sus lecciones para luego recitarlas al ritmo de
los golpes. Es hacia ese terreno fértil donde tenemos que dirigir también la atención y las medidas
para acabar con la violencia buscando su final. Por eso, como si de un ambiente insalubre se
tratara debemos separar a los hijos y a las hijas de la relación con el agente causante de esa
toxicidad violenta, debe ser la primera medida a adoptar para luego aplicar el tratamiento que los
lleve a recuperar su salud perdida.
3.4. IMPACTO DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y SUS CONSECUENCIAS EN LA ACTITUD DE LAS
VÍCTIMAS ANTE LA DENUNCIA Y EL PROCESO PENAL
Las características de la violencia de género, su dinámica, el lazo de afectividad que caracteriza la
relación donde se produce, el contexto socio-cultural que normaliza la presencia de esta violencia
y minimiza su resultado dándole un significado que la integra dentro de las posibles conductas que
se pueden producir dentro de una relación de pareja, bajo la idea de “corregir” lo que está mal, su
continuidad en el tiempo, la culpabilización de las mujeres que la sufren… Todo ello hace que en
lugar de existir una crítica y una demanda de Justicia, con demasiada frecuencia se respondas en
sentido contrario, y que sea el silencio y la invisibilidad del hogar la que aparezca para ocultarla.
Estas circunstancias tienen un impacto directo en la investigación criminal de los hechos a través
de los estereotipos creados y las valoraciones que se hacen a partir de ellos por parte de las
personas que forman parte de los equipos de investigación, tal y como hemos explicado, pero
también a través de determinadas conductas que pueden aparecer entre las víctimas.
24
Estas conductas deben ser consideradas como consecuencias de la violencia, no como
elaboraciones libres y voluntarias al margen de ella, por eso, ante su presencia, la investigación
debe profundizar e insistir más, no abandonar la línea de trabajo como ocurre en múltiples
ocasiones al argumentar que es la propia víctima la que niega lo sucedido o no tiene interés en
aclararlo.
Algunas de estas conductas que se presentan como consecuencia de la violencia son:
- No denunciar la violencia
- Creer que la violencia se limita sólo a las agresiones, y que estas son aquellas que alcanzan
una intensidad importante en los golpes. Las agresiones de intensidad menor ni siquiera se
consideran violencia por parte de muchas mujeres, debido a la influencia del contexto
socio-cultural que normaliza la violencia de género.
- Minimizar la violencia tras la denuncia y restarle importancia a esa dinámica violenta en la
que vive.
- No considerar que los hijos e hijas están sufriendo la violencia y que, por tanto, no son
víctimas de ella.
- Hablar bien del agresor, no considerándolo autor de hechos violentos, sino un hombre
“con carácter”, “impulsivo”, “con mucho genio”… u otras justificaciones.
- Sentirse culpable o responsable de la violencia que sufre por “provocar” o no hacer lo que
el marido le dice.
- El impacto psíquico de la violencia produce alteraciones psicológicas que dificultan el
recuerdo y el relato de lo ocurrido, especialmente en lo referente a la historia continuada
de violencia, aunque también puede influir en la descripción de los hechos que
caracterizan una agresión. Esta dificultad en el relato con frecuencia es interpretada como
“falta de veracidad” de los hechos y como una “denuncia falsa”, cuando en realidad es una
consecuencia de la violencia y su presencia la demuestra. Entre estas alteraciones están:
o Pensamiento saltígrado, caracterizado por ir de un tema a otro, y de unos detalles a
otros. Muchas veces estos “saltos” se producen sobre cuestiones relacionadas con
la propia violencia, pero otras, incluso, se producen entre temas de la violencia y
otros de la familia o de la vida fuera de las relaciones familiares.
o Dificultad para fijar los recuerdos, lo cual hace que no puedan dar determinados
datos o detalles en ocasiones considerados “importantes” (fechas, lugares,
presencia de testigos…), lo cual puede llevar a concluir erróneamente que se “está
inventando” los hechos y que es una “denuncia falsa”, cuando en realidad no es así.
o Olvidos y amnesia. En los casos más graves la dificultad para fijar los recuerdos se
traduce en verdaderas amnesias más o menos amplias en tiempo.
o Confusión. Todo ello genera una estado confuso en la mujer sobre lo sucedido que
le genera más inseguridad y ansiedad, sobre todo cuando la investigación muestra
desconfianza hacia ella o insinúa directamente que está mintiendo.
25
ESTÁNDAR FORMATIVO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO
PARA FISCALES Y POLICÍAS
Miguel Lorente Acosta
UNIDAD 3. EL AGRESOR EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE LAS
RELACIONES DE PAREJA
OBJETIVO PRINCIPAL
Conocer las características del agresor en violencia de género, la influencia del contexto socio-
cultural en su actitud y conducta, y cómo estos elementos influyen en la forma de ejercer la
violencia de género, tanto en las agresiones como en el comportamiento que mantiene.
OBJETIVOS SECUNDARIOS
- Conocer e identificar las características de los agresores de violencia de género
como parte de la “normalidad”.
- Identificar los mitos y prejuicios existentes sobre los agresores como referencias
que tienden a ocultar el verdadero significado de la violencia de género, y la
responsabilidad de los hombres que la ejercen.
- Conocer algunas referencias sobre las distintas formas de ejercer la violencia y de
llevar a cabo las agresiones.
- Insistir en la necesidad de investigar a los agresores en los casos de violencia de
género.
- Conocer el procedimiento para llevar a cabo el estudio y reconocimiento del
victimario en violencia de género.
26
UNIDAD 3. EL AGRESOR EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE LAS
RELACIONES DE PAREJA
Las características de la violencia de género y el propio impacto que produce el conocimiento de
los casos, hace que con frecuencia se olvide las causas que dan lugar a ella, esos factores socio-
culturales que hemos abordado, y al responsable de la misma ante cada una de las agresiones, el
hombre que lleva a cabo la violencia.
Conocer y estudiar a los agresores es una de las claves para poder investigar los casos y para
aclarar todas las circunstancias que los envuelven, y al mismo tiempo, es la mejor forma de
abordar los factores que envuelven los hechos y la relación de pareja donde se han producido,
para de ese modo dar una respuesta adecuada a la protección de la mujer y de las personas
cercanas, y a la prevención de nuevas agresiones.
4.1. CARACTERÍSTICA DE LOS AGRESORES EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE LAS
RELACIONES DE PAREJA
El elemento fundamental la encontramos en la propia circunstancia en la que se produce la
violencia: el agresor es alguien que mantiene o ha mantenido una relación afectiva de pareja con
la víctima. Sobre esta circunstancia la primera gran característica de los autores de estos hechos es
que no existe ningún dato específico ni típico en la personalidad de los agresores. Se trata de un
grupo heterogéneo en el que no existe un tipo único, apareciendo como elemento común el
hecho de mantener o haber mantenido una relación sentimental con la víctima.
Los estudios realizados en este sentido se han dirigido en diferentes direcciones y han puesto de
manifiesto en la mayoría de los agresores existe una clara hipermasculinidad con adopción de las
conductas y papeles relacionados con el teórico comportamiento del hombre en las relaciones
interpersonales.
Entre las razones y motivaciones utilizan para justificar la violencia muchos de ellos hablan de la
necesidad de control o de dominar a la mujer, de sentimientos de poder frente a la mujer y la
consideración de la independencia de la mujer como una pérdida de control del hombre.
Con frecuencia estos hombres atribuyen las agresiones hacia sus parejas al hecho de no haber
desempeñado correctamente sus obligaciones de buenas esposas. HOATLING (1989) encontró
entre las respuestas de los agresores que el propósito primario de la violencia era "intimidar",
"atemorizar" o "forzar a la otra persona a hacer algo". De este modo, como SONKIN y DUNPHY
(1982) observaron, muchos hombres maltratan simplemente porque funciona como medio de
obtener sus objetivos, lo cual supone una crítica al argumento emocional o situacional que escapa
al control del agresor, también actúa como una salida segura para la frustración que pueda tener,
tanto si esta proviene de dentro del hogar como si lo hace de fuera. La gratificación obtenida al
establecer el control por medio de la violencia también puede reforzar a los agresores y hacerlos
27
persistir en esta actitud. Por lo tanto, como resumen, podemos establecer que la gratificación por
el uso de la violencia frente a sus parejas (esposas o novias) puede ser debida a:
1.-Liberación de la rabia en respuesta a la percepción de un ataque a la posición de
cabeza de familia o de déficit de poder.
2.-Neutralización temporal de los intereses sobre dependencia o vulnerabilidad.
3.-Mantener la dominación sobre la compañera o sobre la situación.
4.- Alcanzar la posición social positiva que tal dominación le permite.
No se han encontrado diferencias significativas en relación a la edad, nivel social, educación,... Sí
se ha hallado una mayor incidencia de conductas antisociales en estos hombres, pero sin que se
haya determinado de forma consistente un patrón psicopatológico en los individuos que agreden
a su pareja.
A pesar de estos resultados, generalmente basados en muestras relacionadas con episodios de
maltrato en el medio familiar, debemos tener en cuenta que la mayoría de estos agresores no se
encuentran envueltos o relacionados en hechos criminales o disturbios públicos. Estos casos
caracterizados por una gran violencia al ser más conocidos y llamativos producen una especie de
efecto umbral sobre la sociedad que identifica el maltrato con ellos, minimizando los restantes.
Como hemos visto no existe, pues, una característica clara en la personalidad de los agresores
estudiados, haciendo hincapié en la heterogeneidad de este grupo de individuos. Esto ha hecho
que se estudien algunos factores o circunstancias que han favorecido la adopción de esa peculiar
forma de conducta violenta.
4.2. ¿PERFILES O FORMAS DE LLEVAR A CABO LAS AGRESIONES?
Tal y como apuntábamos con anterioridad, si hay algo que caracteriza al agresor es precisamente
lo que no contribuye a su caracterización, aquello que permanece oculto y ha sido ocultado por las
mismas razones que se ha permitido y posibilitado actuar de forma violenta contra la mujer para
conseguir su control y sometimiento. No se trata, por tanto, de un desconocimiento sino de un
ocultamiento, en el sentido de que han sido los propios mecanismos sociales y culturales los que
por medio de la negación, justificación, minimización,... en definitiva de la normalización de la
conducta violenta, los que han contribuido a que, todavía en la actualidad, la mayoría de los casos
permanezcan retenidos en el zulo del hogar y cubiertos por toda una serie de valores, normas y
creencias socio-culturales que no dejan ver la verdadera expresión de la violencia de género.
Los perfiles del agresor han actuado como amortiguador de todos los intentos de afrontar la
situación en su realidad y como pantallas que han ocultado las manifestaciones de este tipo de
conductas. Y cuanto más se destacan unos determinados perfiles, menos contribuyen a la
identificación y definición del problema, no tanto porque no estén aportando una información que
en su justa medida viene a poner algo de luz a este siempre oscurecido problema, sino porque lo
que más hacen es ocultar el resto de características del agresor y de problema, y contribuir a esa
imagen tópica que se presenta y representa del agresor.
28
Ahora bien, la inexistencia de características particulares en los agresores como causa de esa
conducta violenta, y la presencia de unos elementos comunes en todos ellos como elementos
esenciales de ese papel que representa el agresor, unido a las diferencias, a veces muy
significativas, entre las distintas formas de agresión y en las diferentes maneras de llevar a cabo un
mismo tipo de agresión, no significa que no existan matices o peculiaridades o características que
diferencian a unos agresores de otros. Pero estos elementos que llevan a diferentes formas de
comportamiento, al contrario de lo que en ocasiones trata de presentarse, no parten de
alteraciones psicológicas en forma de trastornos de la personalidad o patologías que dan lugar a
un determinado tipo de agresor.
Se trata más bien de formas de agresión en las que se ven relacionadas las características de la
personalidad del agresor con la asunción de determinados valores, roles y estatus, en los cuales
influyen de manera significativa su historia psicobiográfica, el contexto socio-cultural específico en
el que se encuentran el agresor y la víctima y la percepción que las consecuencias de su conducta
tienen en sentido instrumental, tanto positivas(consecución de poder y control) como negativas
(consecuencias de la denuncia, trascendencia de los hechos, valoración social ante los mismos,...),
así como los factores circunstanciales que puedan presentarse en un determinado momento, que
con frecuencia son muy similares al estar refiriéndonos a una relación de pareja con una dinámica
relativamente estable y que se desarrolla habitualmente dentro de unos mismos patrones.
En el caso de los maltratadores, todos necesitan el control de la mujer, pero cada uno de ellos lo
hace por diferentes motivos, percibiendo unas circunstancias distintas y justificando su conducta
de forma que se pueda integrar en el conjunto de elementos apuntados. Es por eso que las formas
de llevar a cabo la agresión serán también distintas. Por esta razón no se trata de una situación
rígida como muchas veces se quiere presentar, el agresor no viene condicionado a actuar de esa
forma violenta, ni el contexto con todas sus normas androcéntricas de discriminación y
desigualdad y búsqueda de poder empuja al hombre a comportarse de esa forma. El agresor y la
agresión a la mujer han dado muestras de ser y tener una conducta perfectamente definida y
destinada a la consecución de un objetivo concreto, es por eso que se aprecia cómo el agresor en
todo momento es consciente de lo que está haciendo, sabe por qué lo hace y para qué lo lleva a
cabo, y en cualquier instante mantiene un control de la situación, tanto para saber cuándo debe
ejercer la violencia física o psíquica, como para decidir no hacerlo, y para dirigir los golpes a
determinadas zonas y para diseñar una estrategia eficaz tras la agresión con vistas a reforzar lo
conseguido por medio de la violencia y evitar que se produzcan consecuencias negativas sobre él
si es denunciado, al tiempo de guardar un poco de sangre fría para responsabilizar a la mujer de lo
ocurrido.
No se trata, por tanto, de ese cliché o papel del que no se puede salir, sino que a pesar de que se
describen diferentes formas de agresión con las características que presentan la mayoría de los
agresores que las reproducen, estas conductas violentas pueden ser reproducidas por agresores
muy diferentes cuando otros elementos (habitualmente los sociales o circunstanciales) le hagan
entender la conveniencia de actuar de esa forma y no de otra. Por dicha razón, el agresor, en
muchos casos, necesita un tiempo para encontrar lo que podríamos considerar “su forma de
agredir”, aquella en la que él percibe que el equilibrio de efectividad, eficacia y seguridad se ha
alcanzado. Por eso no es extraño ver cómo, sobre todo en las fases iniciales, que coinciden con un
mayor componente compulsivo, va modificando su estrategia y forma de agredir hasta sentirse
seguro, por lo que su actitud y respuesta ante las agresiones también son diferentes, pasando de
29
una mayor ansiedad y descontrol a una mayor tranquilidad y control sobre su conducta y sobre la
situación como consecuencia del aprendizaje.
No se trata de formas de agresión excluyentes. Aunque un agresor lleva a cabo sus agresiones y
ejerza la violencia de una manera característica y de una forma que predomina sobre las demás,
no significa que no pueda llevar a cabo otras formas de agresión, aunque estas aparezcan en
circunstancias que se apartan de las habituales en que se desarrollan la mayoría de los ataques.
Son precisamente esos factores ajenos a la personalidad del individuo los que más pueden
moldear una conducta previamente modelada por su psiquismo, pero siempre sobre un material
lo suficientemente blando y maleable como para adaptarlo a determinadas circunstancias y
cambiarlo para conseguir una efectividad ante situaciones cambiantes. Es precisamente esta
característica de cambio propia de la situación de violencia, con el aumento de la intensidad en las
agresiones, la modificación en la percepción del agresor sobre la mujer y sobre la propia violencia,
y las reacciones adaptativas que sufre y desarrolla la mujer, la que hace que el agresor vaya
cambiando. Ello no significa que las circunstancias mandan sobre la voluntad del agresor.
Conviene insistir en estos aspectos, puesto que son los más fácilmente esgrimidos como
elementos que demuestran la irresponsabilidad del agresor, su falta de control, la precipitación
por factores externos o por un desbordamiento de las emociones... y tantos otros elementos que
justifican y minimizan la agresión, no son factores de la improvisación y la espontaneidad, sino de
la adaptación en busca de la mayor eficacia.
El verdadero significado de la variabilidad de la conducta predominante, aunque lo sea por las
circunstancias, teniendo en cuenta el contexto general en el que se produce y los objetivos y
motivaciones que persigue, está en el control de la situación por parte del agresor y cómo es capaz
de supeditar todo a su objetivo. Este punto a medio y largo plazo hace que el “corto plazo” pueda
ser modificado en pos de su consecución. Ninguna conducta violenta por muy intensos que fueran
los golpes ni por mucho miedo que indujera en la víctima sería efectiva, ni ninguna agresión sería
eficaz para conseguir el control si siempre y sólo se desencadenara por los mismos motivos y ante
las mismas circunstancias.
Esta estrategia cambiante en cuanto a la forma de manifestarse e inconstante y aleatoria en
cuanto a los precipitantes, anulan completamente a la mujer en su intento de sobrellevar la
situación por medio de la adopción de una conducta tendente a evitar un nuevo conflicto que
desembocará en una nueva agresión. La mujer está completamente desorientada, y así lo
manifiesta, no tiene referentes válidos para saber cuándo, cómo y por qué sufrirán el nuevo
ataque, lo cual le hace vivir en un estado de alerta permanente que aumenta la ansiedad, todo lo
cual contribuye al deterioro psicológico.
El agresor percibe esa situación, ve a la mujer nerviosa, asustada, vulnerable, sumisa, e interioriza
la eficacia de su comportamiento y comienza a flexibilizar la rigidez de un perfil basado
exclusivamente en lo psicológico para convertirlo en un auténtico perfil camaleónico, capaz de
camuflarse como un buen marido y padre ante cualquier circunstancia con tal de mantener la
eficacia en la consecución de sus objetivos.
No hay perfiles de agresores en cuanto a que la violencia no parte de determinadas personas ni de
rasgos de personalidad o características psicológicas, pero sí formas de llevar a cabo las agresiones
30
y de ejercer la violencia que nos permiten agruparlas en diferentes grupos alrededor del
protagonista de las acciones violentas (“El Rompecabezas”, M. Lorente -2004-).
Estas formas serían las realizadas por los siguientes agresores:
1. EL ROMPECABEZAS
- Parte de la posición de inferioridad de la mujer, no tanto de la superioridad suya
- Responsabiliza a la mujer ante hechos puntuales (discusiones o conflictos). No ante la
situación general que viven.
- Busca CORREGIR en busca de un bien mayor centrado en la familia
- Agresión en momentos en los que percibe que la relación está más fuerte
- Busca un control objetivo, pero bajo interpretación subjetiva, de manera que siempre
encontrará un motivo para llevar a cabo una nueva agresión.
- Violencia inmotivada
- No arrepentimiento, sólo la escenificación del mismo
- Narcisismo (orientado hacia el ambiente familiar)
- Cada vez agraden más por menos
2. EL QUEBRANTAHUESOS
- Irritabilidad e impulsividad (afectivas)
- Inseguros con cierta falta de autoconfianza, lo cual los llevan a buscar apoyos (la mujer es
el principal)
- Cambios bruscos
- Todo lo que dan lo hacen a cambio de algo, y creen que dan mucho, luego exigen más
- VIOLENCIA: Impulsividad en el inicio y extraordinaria intensidad. Labilidad al final, lo cual
lleva a la “luna de miel”, también intensa
- Rabia e ira
- No hace una valoración crítica de sus múltiples agresiones, más bien se produce una
habituación a la violencia, que cada día es más justificada
- Conflictos externos también por la desconfianza (laborales, vecinales, relacionales,…)
3. PSÍQUICO. EL MANDO A DISTANCIA
- Efectividad de la violencia contra la mujer por la dispersión de los casos y la
fragmentación de las circunstancias. Todo ello lleva a la invisibilidad y esta a la inexistencia
(la cual se refuerza como tal ante los casos graves, que son los que se ven)
- Objetivo fundamental: Control psicológico
- Rígido, perfección, orden, control (no le gusta la improvisación, aunque haya dado
resultados positivos)
- Relación de pareja debe estar en orden, según su criterio
- Rasgos obsesivos
- El orden lo interpreta como tranquilidad por un doble mecanismo:
- Uniformidad de criterios
31
- Ver que se cumple su criterio
-Control de todo, hasta de los detalles más mínimos
- El mando a distancia confunde:
- Lo invisible con lo inexistente
- El amor con la sumisión
- La ternura con la felicitación
- El orden impuesto con la paz familiar
4. CONTROLADOR DE LO NORMAL
- “Lo contrario al maltratador”: Considerado con la mujer, incluso busca el reconocimiento
público de ella, siempre que lo haga bajo ciertos criterios
- La mujer es un “apéndice”
- Cumplimiento rígido de roles desiguales, no tanto el control impuesto
- Adaptado e integrado socialmente
- Nivel socio-cultural más elevado
- Narcisismo orientado hacia el exterior
- Egocentrismo
- Orden (primero) después imposición de normas y pautas a mujer e hijos
- No hay una estrategia de violencia específica (ni física ni psíquica), es un control
exhaustivo de las normas
- Al final la situación se torna insostenible y él se vuelve más expeditivo:
- Control económico y crítica a los gastos (daño psíquico)
- Interpretación referencial: La mujer lo hace mal a conciencia, lo cual lo lleva a la
violencia física y psíquica
- Las normas y los valores sociales como control de lo normal se convierten así en el control
como norma, lo cual lleva al “sobrecontrol”
- Donal G. Dutton habla de dos tipos de sobrecontrol:
- Activo: Como mecanismo asertivo. Son meticulosos, perfeccionistas,…
- Pasivo: Parecido al agresor psicológico. Ataca más a la mujer
- Ambos buscan la DOMINACIÓN-SUMISIÓN en lugar de la superioridad-control
- Negación de las fuentes de afectividad y ataque a las fuentes de apoyo, lo cual unido a los
ataques puntuales da lugar a la Sumisión, que las convierte en Esclavas psicológicas, y de
ahí a la identificación con el agresor
- Agresiones físicas explosivas ante conflictos mínimos, cuando la situación se ha
desestabilizado. Se produce por cuestionamiento de la imagen pública
- HOMICIDIO-SUICIDIO
5. AGRESOR CÍCLICO
- Dualidad omnipresente: Cubismo psicológico
- Duplicación del ego (Robert Lay Lifton): Conductas distintas en contextos diferentes con
sus referencias. Todo ello para evitar la culpa
- El Quebrantahuesos: actúa por voluntad (inmotivada), pasa a la acción por decisión
propia
32
- Cíclico: Necesita una situación precipitante (la externas suele ser la frustración). Esa
situación suele estar en relación con el cambio de contexto, lo cual no significa pasar a la
acción de manera inmediata.
- Inestabilidad en las relaciones interpersonales y en la afectividad
- Cambios bruscos, lo cual los lleva a la inestabilidad, lo cual los hace cerrarse más sobre sí
mismos, y ello lleva a ejercer más control
- Agresiones verbales sarcásticas e hirientes, debido a que controla la situación en cada
contexto.
-Gran intensidad en cada una de las fases del ciclo de violencia, tanto en las agresiones
como en la luna de miel
- La relación significa una unión para perdurar, por lo que lo que no dura es superado por la
propia relación, de ahí que los cambios bruscos sean considerados como algo ajeno a la
relación.
6. DESALMADOS Y ARMADOS
- Solitarios e individualistas
- Buscan su propio beneficio
- Agresivos, irritables y violentos: Peleas fuera de la relación
- Impulsividad
- Predilección por vivir el momento presente
- Modo de actuar más lento y placentero (se deleita)
- Familia como plataforma utilitarista de su status y economía (recurre a la familia para
obtener privilegios dentro y fuera)
- Claves para iniciar la relación:
- Carisma y liderazgo (superioridad, autosuficiencia, independencia,
confianza,… y desconexión de los límites y restricciones)
- Perversión para utilizar todo y a todos
- Elige a la mujer vulnerable, a partir de ese momento la mujer sufre
- Controla a la mujer con el poder y la seducción
- Ejerce una gran intimidación (situaciones de riesgo y amenazas para él y la
familia)
- No quiere ser controlado, y la situación hace que la mujer no pare de
pedirle que cambie de actitud, lo cual lo lleva a ser más violento
- Agresiones difíciles de predecir, pues en ocasiones se deben a motivos
insignificantes y en otras aguanten mucho.
- Estallan de forma progresiva para deleitarse
- Violencia terriblemente eficaz por su frialdad y falta de empatía. Mantiene
control en los momentos álgidos. REACTIVOS VAGALES (10%)
- Tras la agresión: olvido y minimización, lo cual junto al halo de desvalido
por la falta de empatía y de compromiso hace que se entregue más la mujer.
- A todo lo anterior hay que unir el terror que se produce ante la experiencia
de la convivencia con él.
4.3. MITOS Y PREJUICIOS SOBRE LOS AGRESORES EN VIOLENCIA DE GÉNERO
33
Una primera aproximación a la figura del maltratador debe servirnos para romper muchos de los
mitos que se han levantado sobre ella, más que para proporcionarnos elementos que lo
caractericen.
Si hay algo que define al agresor es su normalidad, hasta el punto de que su perfil podría quedar
resumido de forma gráfica en los siguientes tres elementos: hombre, varón, de sexo masculino. Su
perfil es que “no hay perfil”, tal y como hemos explicado: hay diferentes formas de ejercer la
violencia, pero no achacable a elementos de su personalidad.
La normalidad social y conductual que caracteriza al victimario en violencia de género sólo se
modifica cuando el caso es denunciado, pero hasta ese momento todos lo consideran como una
persona dentro de la normalidad por dos circunstancias fundamentales: porque se acepta que el
hombre pueda utilizar la violencia sobre la mujer para corregirla y establecer su criterio en la
relación, y porque dicha agresión se produce en el hogar, es decir, en el ámbito privado,
quedando como un tema de pareja en el que nadie puede ni debe entrometerse. Cuando alguno
de estas circunstancias no se cumple, bien porque la agresión se produce fuera del hogar o porque
ciertos elementos hagan pensar que las agresiones se están extralimitando en esa capacidad
correctora o de control, es cuando la sociedad, y no siempre, empieza a poner reparos.
Pero lo curioso es que hasta ese momento, cuando de alguna forma se recoge la opinión sobre el
agresor, los vecinos y personas cercanas lo definen como “normal y simpático”, “muy trabajador”,
“siempre pendiente de su familia”, “un buen padre”, “un buen vecino”,... sólo de forma ocasional
se oyen comentarios que hacen referencia a que de vez en cuando se oían gritos, ruidos o peleas,
que, en todo caso, son consideradas como “lo normal dentro del matrimonio”.
Esa doble cara, ese doble comportamiento, esas nubes en el hogar y esos claros fuera de él, son el
reflejo de la doble moral y de la diferente percepción y valoración que existe en la sociedad
respecto a lo que afecta al hombre y lo que lo hace a la mujer, y consecuencia directa de esa
sociedad de primera para hombres y de segunda para las mujeres. Pero ¿qué es lo que ve la
sociedad para no ver la realidad de la agresión a la mujer?. Pues justo lo que quiere ver, no lo que
realmente observa, por eso se produce una especie de selección de estímulos y sólo se retienen
aquellos que no afectan al orden general establecido y representado en nuestro “micro-orden”
particular, que justifica y minimiza lo que podría producir un conflicto.
Es por eso que la mayoría de los agresores desarrollan habilidades especiales a la hora de
relacionarse con otras personas fuera del hogar. Son personas afables que intentan ganarse la
confianza y el respeto de los demás, incluso tratando en ocasiones a la mujer de manera exquisita
cuando se les ve en público, buscando la integración social en el terreno que le interesa a la
sociedad, el público, y manifestando la verdadera consideración que tiene a la mujer en el seno
del hogar o ante determinadas circunstancias. Sabe que será su mejor coartada y el argumento
más rotundo a su favor en caso de que el caso trascienda a lo público. Este mecanismo no es
gratuito ni casual, resulta fundamental para que las cosas sean como son. Si no existiera un
mecanismo capaz de socializar a hombres y mujeres bajo estos patrones de conducta y con estos
criterios androcéntricos, la agresión a la mujer no podría haber perdurado en el tiempo. Pero al
continuar en esa línea, lo que estamos enseñando a niños y niñas para el futuro es que aprendan a
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  • 1. Socio operativo y Entidad colaboradora ESTÁNDAR FORMATIVO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO PARA FISCALES Y POLICÍAS Miguel Lorente Acosta UNIDAD 1. LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES POR RAZONES DE GÉNERO OBJETIVO PRIMARIO: Conocer las características de la violencia de género y sus diferencias respecto a otras violencias interpersonales OBJETIVOS SECUNDARIOS: - Entender la influencia del contexto socio-cultural en el origen de la violencia de género. - Entender la influencia del contexto socio-cultural en la percepción y significado que se da a la violencia de género. - Conocer los elementos característicos de la violencia de género. - Identificar el impacto y la influencia de estos elementos (características y contexto socio- cultural) en la investigación criminal y en la respuesta institucional a los casos de violencia de género.
  • 2. 2 UNIDAD 1. LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES POR RAZONES DE GÉNERO El 30% de las mujeres del mundo sufrirá violencia por parte de su pareja o expareja en algún momento de su vida. El 8% de las mujeres será agredida sexualmente por su pareja o por un hombre ajeno a la relación. Y el 38% de las mujeres asesinadas lo son por sus parejas o exparejas. Estamos hablando de millones de mujeres agredidas y violadas cada año dentro del contexto de las relaciones de pareja, un contexto en el que la referencia se supone que es el cariño y el amor. Son datos del último informa de la OMS sobre violencia contra las mujeres (“Global and regional estimates of violence against women: Prevalence and health effects of intimate partner violence and no-partner sexual violence”, 2013) y reflejan una realidad que sorprende por su dimensión en cuanto al número de casos, por su gravedad en el resultado, y por su teórico desconocimiento, pues la violencia contra las mujeres por razones de género, y de manera muy especial la que se produce en el seno de las relaciones de pareja y familiares, se ve como algo distante y ajeno, cuando en realidad está muy cerca. Una violencia tan extendida que ha estado presente a lo largo de la historia, y que resulta tan poco visible, tiene que contar con elementos que permitan su continuidad en el tiempo, su extensión, y de manera simultánea su ocultamiento en determinados contextos y tras la justificación de ciertos argumentos. Sin conocer esos elementos sociales y culturales que existen en su origen será imposible llevar a cabo una buena investigación de la violencia de género como conducta criminal y como problema social, y sólo se resolverán aquellos casos que por la gravedad de las lesiones o por algunos de sus elementos superen las barreras y pantallas que la propia sociedad ha puesto ante esta violencia. 2.1. RAÍCES SOCIALES Y CULTURALES DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO La cultura es “conocimiento social”, de manera que la cultura patriarcal o androcéntrica, ese conocimiento común que pivota sobre lo masculino, da las referencias para que las identidades de hombres y mujeres se definan sobre esos valores de una masculinidad hegemónica, y se manifiesten de manera desigual dentro de la “normalidad”. De este modo, desde lo más general a lo más individual, todo está preparado para que las relaciones y funciones se muevan dentro de un orden, y para que cuando se interprete que se ha producido un error o un ataque al sistema establecido, se responda y corrija dicha conducta, incluso a través de la violencia. Esa es la razón por la que la violencia de género haya existido a lo largo de toda la historia y dentro de cualquier cultura, sin que se haya producido, ni exista aún, un cuestionamiento crítico de la mima sobre su significado, ni con frecuencia sobre sus resultados; que sólo son cuestionados desde el punto de vista cuantitativo cuando superan la intensidad que cada contexto social y cultural considera como “inaceptable”. Sin embargo, ese rechazo puntual no impide que surjan, de manera simultánea, justificaciones de lo más diversas, desde las que cuestionan la conducta seguida por la mujer víctima bajo la idea de provocación, hasta las que tratan de presentar la conducta del agresor
  • 3. 3 como parte del descontrol o ajena a su voluntad (actuar bajo la influencia del alcohol y drogas, trastorno mental…) El resultado último es la impunidad y la invisibilidad. Es decir, la existencia de violencia contra las mujeres sin que los agresores reciban la sanción que merecen sus actos, y sin que se modifiquen las circunstancias para que siga produciéndose esa violencia en los contextos más diversos y de las formas más distintas. Todo ello no sólo produce un daño a nivel personal y en los entornos cercanos a las víctimas, sino que, además, impide la convivencia social con plenitud a través de un control social que impone límites a las mujeres, y obliga a una auto-limitación personal que genera en las mujeres la amenaza de las consecuencias de la violencia por no seguir las pautas establecidas por la cultura de la desigualdad. El resultado es objetivo, tal y como hemos visto reflejado en el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentado en Junio de 2013. Si nos centramos en la “Región de las Américas” de la OMS, los datos son similares en lo que respecta a la prevalencia de la violencia física y las agresiones sexuales dentro de las relaciones de pareja (29.8% para las Américas), y en los homicidios de mujeres, que también se sitúan en el 38% del total. Sin embargo, las agresiones sexuales por hombres ajenos a una relación de pareja tienen una prevalencia del 10.7%, la más alta a nivel mundial, lo cual hace que la prevalencia de mujeres que han sufrido violencia dentro de la relación de pareja y al menos una agresión sexual al margen de ella, es del 36.1%. Tenemos un conocimiento sobre las circunstancias que dan lugar a la violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones, y tenemos una realidad que nos confirma a través de los datos que la definen que sólo en unas circunstancias de aceptación, minimización, justificación y normalidad es posible alcanzar una prevalencia tan alta de forma generalizada a cualquier rincón del planeta, sin que la respuesta institucional ni la reacción social hayan sido proporcionales a su dimensión y significado. El resultado es claro: la mayoría de las mujeres sufren múltiples formas de violencia por el hecho de ser mujeres, la mayor parte de esta violencia permanece ocultada por las propias circunstancias y en los mismos contextos donde se produce, y una parte significativa de la violencia conocida, incluso en sus manifestaciones más graves (femicidios y agresiones sexuales), permanece impune bajo los argumentos y circunstancias más diversas. Ninguna otra violencia cuenta con estas circunstancias en las que el control social se une al control del agresor para atrapar a las mujeres, por eso ni ninguna otra violencia se acompaña de una tasa tan baja de denuncias por parte de las víctimas y sus entornos, y por parte de las personas responsables de los servicios e instituciones donde acuden las mujeres que sufren violencia en busca de asistencia. Existe miedo a vivir con el agresor, pero existe más miedo a salir de su lado, una actitud que nace de la triple interacción del mandato cultural que normaliza, de las consecuencias psicológicas de la violencia que sufre la mujer, y del miedo a la crítica social y a la amenaza del agresor. Esta situación demuestra que el impacto y las consecuencias de la violencia de género van más allá del plano individual, y que del mismo modo que su origen se explica según el modelo ecológico
  • 4. 4 desarrollado desde el feminismo, cada uno de los casos influye a su vez en el nivel individual, en el relacional, en el comunitario reforzando las pautas de convivencia adoptadas en ese contexto a partir del nivel social, y en el nivel social por medio del refuerzo de los valores y principios que apuntalan la estructura y articulan las relaciones sobre la desigualdad. Este doble componente de la violencia de género (el individual y el social) resulta clave para entender su significado, sus manifestaciones y la respuesta que desde las instituciones y la sociedad se da ante ella. Desde esta perspectiva, la impunidad existente no se percibe como un problema o una injusticia, sino como el resultado de un desorden o conflicto ocasionado por el abandono que muchas mujeres han hecho de sus roles tradicionales e identitarios. No erradicar la violencia de género y no resolver los femicidios significa perpetuar la desigualdad y el recurso a la violencia contra las mujeres en su nombre, y el deterioro de la convivencia sobre la Justicia y la Paz bajo el marco de los Derechos Humanos. La Igualdad es imparable, como antes lo ha sido la lucha por la Libertad, la Justicia o la Dignidad, si no se actúa contra la violencia de género y contra la impunidad habrá más violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones, incluso en su máxima expresión en forma de femicidios. El simple paso del tiempo no va a resolver un problema anclado en el tiempo, debemos poner las herramientas y los instrumentos necesarios para la prevención de la violencia contra las mujeres, y ello exige como primera medida acabar con la impunidad a través de la adecuada investigación de la violencia de género. 2.2. CARACTERÍSTICAS DIFERENCIALES DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO RESPECTO A OTRAS VIOLENCIAS Todas las violencias acaban en el mismo resultado: una lesión física, una lesión psíquica o, en los casos más graves, en la muerte. La diferencia entre los distintos tipos de violencia y los diferentes contextos no está, por tanto, en el resultado, sino en el origen, en la motivación de la que parte la
  • 5. 5 conducta violenta y en los objetivos que pretende alcanzar el agresor con ella; es decir, en el “por qué” y en el “para qué” de esa conducta. Sobre esos elementos cada agresor pondrá una determinada carga emocional que caracterizará la forma de llevar a cabo la agresión. Al analizar la agresión a la mujer considerando estos elementos vemos que se trata de una conducta totalmente distinta al resto de las agresiones interpersonales. Y como tal deberá ser considerada, tratada e investigada. Los principales elementos que la caracterizan son: a. Violencia inmotivada. Las causas que utiliza el victimario para justificar la agresión, en la gran mayoría de las ocasiones, son totalmente subjetivas. Dependen de lo que él decida y si en un determinado momento las considera suficientes para que se crea con el derecho de corregir a la mujer por medio de la agresión. Esta característica hace que las mujeres no puedan identificar la causa de la violencia y que desarrollen una conducta de autovigilancia para intentar evitar una nueva agresión, objetivo en el que fracasan, puesto que no dependen de nada que ellas hagan o dejen de hacer, sino de lo que el agresor perciba y decida en cada situación. La conducta de auto-vigilancia y auto-control con el tiempo desarrolla un estrés crónico que produce un importante deterioro de la salud de la mujer, tanto en el plano físico como en el psicológico, como se verá en el tema 3. b. Violencia dirigida a aleccionar a la mujer El agresor no utiliza la violencia para ocasionar una serie de lesiones o un daño, estas son el instrumento necesario para conseguir su verdadero objetivo, que es aleccionar a la mujer para controlarla y dejar de manifiesto quién mantiene la autoridad en la relación, y cuál debe ser el papel que debe jugar cada uno dentro de ella, quedando claro que el de la mujer es estar sometida a los criterios, voluntad y deseos del hombre, y el estar controlada por él. Esta es la razón que lleva al victimario a usar la violencia de forma diferente a otros contextos, y cuando agrede no finaliza el conflicto en el que surge la agresión con un golpe, que sería suficiente ante la desproporción de fuerzas para que la mujer cayera herida físicamente y derrotada psicológicamente, sino que el agresor, más fuerte físicamente y en una posición de superioridad, lleva a cabo una agresión caracterizada por múltiples y violentos golpes de todo tipo (puñetazos, patadas, bocados,...) recurre en ocasiones al uso de instrumentos u objetos que aumentan la capacidad lesiva (jarrones, bastones, objetos de la casa,...) o a veces también a armas blancas e, incluso, a armas de fuego, pero sin provocar la muerte. El objeto de esta conducta violenta “excesiva” es buscar el aleccionamiento e introducir el miedo y el terror, para que recuerde qué puede ocurrirle ante la negativa u oposición a seguir sus mandatos, y hacer, de este modo, más efectivas las amenazas que lanzará ante la más mínima contrariedad. c. Violencia continuada
  • 6. 6 El objetivo del agresor, tal y como hemos apuntado, es controlar a la mujer e imponerle lo que él considera que debe ser el comportamiento y la conducta de una “buena mujer”, especialmente alrededor de los roles tradicionales que la asocian a ser una buena “esposa, madre y ama de casa”. No se trata de la adecuación de la mujer a lo que socialmente se entiende que debe ser una “buena mujer”, idea que influye en ella de manera directa a través del control social, pero que para un hombre maltratador es insuficiente, puesto que de lo que se trata es que esa “buena mujer” lo sea según él considera que debe ser una buena “mujer, esposa , madre y ama de casa”. Es una decisión completamente subjetiva basada en lo que él interpreta de la conducta de la mujer, la cual analiza desde una doble perspectiva: - Por un lado, todo aquello que no se ajuste a su idea, o que en un momento le parezca que no se corresponde con lo que debe ser una buena mujer, es utilizado para justificar la “corrección” de la conducta a través de la agresión. - Y por otro lado, el comportamiento de la mujer es interpretado como un ataque a su posición de hombre, de pater familias, de autoridad… o de lo que él crea en un momento dado. Este percepción de “ataque” por parte de la mujer lo lleva a reforzarse en la violencia y a aumentar la intensidad de manera progresiva. Estas características basadas en el objetivo dirigido a controlar a la mujer y a aleccionarla ante lo que el agresor interpreta que ha sido un error y un ataque a su posición, hacen que la violencia se mantenga de manera continuada en el tiempo a través de la crítica, la humillación, la amenaza, la frialdad afectiva, el insulto… y que de forma periódica se vea salpicada con fases de agresiones físicas y psicológicas. La violencia de género debe entenderse como la suma de estas dos características: violencia continuada en el tiempo dentro de la cual se producen agresiones puntuales de manera más o menos frecuente, con mayor o menor intensidad y de duración más o menos prolongada. d. Violencia cíclica Se trata de una violencia cíclica con tres fases que se repiten de forma continuada en la mayoría de las ocasiones, aunque no son de obligada aparición en todas ellas, lo cual dependerá de las circunstancias que acompañen a cada caso. a) Fase de TENSIÓN CRECIENTE La relación pone de manifiesto la agresividad latente frente a la mujer, que en algunos casos se manifiesta de forma específica como determinadas conductas de agresión verbal o física de carácter leve y aisladas. La mujer va adoptando una serie de medidas para manejar dicho ambiente y adquiriendo mecanismos de defensa psicológicos. No obstante esta situación va progresando, aumentando la tensión paulatinamente. b) Fase de AGRESIÓN AGUDA
  • 7. 7 Se caracteriza por una descarga de las tensiones que se han ido construyendo durante la primera fase. La intensidad y su mayor capacidad lesiva distingue a este episodio de los pequeños incidentes agresivos ocurridos durante la primera fase. Esta fase del ciclo es más breve que la primera y tercera fase. Las consecuencias más importantes se producen en este momento tanto en el plano físico como en el psíquico, donde continúan instaurándose un serie de alteraciones psicológicas por la situación vivida. La mayoría de las mujeres no buscan ayuda inmediatamente después del ataque, a menos que hayan sufrido importantes lesiones que requieran asistencia médica inmediata. La reacción más frecuente es permanecer aisladas durante las primeras 24 horas tras la agresión, aunque pueden transcurrir varios días antes de buscar ayuda o ir al médico, lo cual hace que no siempre acudan a urgencias, sino que en muchas ocasiones lo hacen a consultas ordinarias, quizá para tratar de restar importancia y para evitar que identifiquen la agresión. Esta actitud se ha denominado síndrome del paso a la acción retardado. c) Fase de AMABILIDAD y AFECTO Se caracteriza por una situación de extrema amabilidad, “amor” y conductas cariñosas por parte del agresor, gráficamente se le denomina como fase de "luna de miel". Es una fase bien recibida por ambas partes y donde se produce la victimización completa de la mujer, ya que actúa como refuerzo positivo para el mantenimiento de una relación caracterizada por la violencia. El agresor muestra su arrepentimiento y realiza promesas de no volver a llevar a cabo algo similar. Realmente piensa que va a ser capaz de controlarse y que debido a la lección que le ha dado a la mujer, nunca volverá a comportarse de manera que sea necesario agredirla de nuevo. Durante esta fase el agresor trata de actuar sobre familiares y amigos para que convenzan a la víctima de que le perdone. Todos ellos de forma más o menos inconsciente hacen que la mujer se sienta culpable en cierto modo y que a pesar de reconocer que la agresión ha sido un acto del marido criticable, sería ella la responsable de las consecuencias de dicha agresión al romper el matrimonio y la familia si no lo perdona. Suele ser frecuente tratar de hacerle ver que el marido necesita ayuda y que no puede abandonarlo en dicha situación. El tiempo de duración de esta fase es muy variable, aunque lo habitual es que sea inferior al de la primera fase y más largo que el de la segunda. e. Violencia extendida El victimario, dentro de su estrategia violenta y con vistas a conseguir sus objetivos, puede dirigir la violencia a otras personas cercanas a la mujer, bien como amenaza o a través de agresiones directas.
  • 8. 8 Por eso se trata de una “violencia extendida”, es decir, que no se limita a la mujer, aunque el objetivo es dañarla y controlarla a ella, sino que cualquier persona de su entorno próximo que el agresor perciba o considere que tienen un vinculo afectivo o que la está ayudando o apoyando, puede ser víctima de sus agresiones. Bajo estos argumentos se producen frecuentes agresiones a familiares de la mujer y, sobre todo, a las personas con las que intentan iniciar una nueva relación. Pero donde debemos prestar especial atención es a las agresiones que se llevan a cabo sobre los hijos, los cuales sufren violencia psicológica por ser testigos de la violencia, y agresiones físicas al introducirlos como forma de dañar a la madre. Esta conducta puede llegar al homicidio de los hijos, especialmente tras la separación o el divorcio. f. Violencia en lugares públicos El hombre que ejerce la violencia de género lo hace para defender sus ideas y valores, por eso se encuadra dentro de los “crímenes morales”. A diferencia de los “criminales instrumentales”, que cometen sus actos como una forma para obtener algún beneficio de carácter material a cambio y de manera inmediata, los “morales” buscan ante todo imponer su posición y, en el caso de la violencia de género, salir reforzados como hombres a través de la propia violencia. Esta es otra de las características diferenciales respecto a otras violencias, y además de ser inmotivada, desproporcionada, excesiva, extendida y con intención de aleccionar, el agresor con cierta frecuencia lleva a cabo las agresiones en lugares públicos o delante de otras personas del entorno familiar o del grupo de amistades. El agresor es consciente de que el resto de personas son testigos de su agresión, pero juega con la referencia cultural que lleva a pensar que se trata de “cuestiones de pareja” y que deben resolverse dentro de la propia relación; o con la idea de que aunque lo denuncien él ha actuado como “debe hacerlo un hombre”. Esas ideas son las que los llevan a asumir las consecuencias de su violencia y a aceptar la sanción que pueda corresponderle por haber cometido la agresión. Esta misma idea hace que cuando piensan en acabar con la vida de la mujer también lo hagan en lugares públicos. No buscan la nocturnidad ni parajes solitarios, no huyen después, sino que cometen la agresión y un porcentaje significativo de estos homicidas se entregan a la Policía para que quede claro que han sido ellos los autores de la agresión. De este modo se demuestra a sí mismo y demuestra a los demás su hombría. Aún hay muchos hombres que piensan como el personaje de Muñoz Molina en Carlota Fainberg, Marcelo Abengoa, “...un hombre, por muy buena voluntad que tenga, es difícil, si es hombre, que pueda controlarse siempre”. Evidentemente, el descontrol es “siempre” contra la mujer. g. Violencia a través del uso del fuego y de líquidos ácidos A diferencia de otras violencias, en violencia de género hay determinadas formas de agredir que aparecen con una relativa frecuencia, y que son muy extrañas en otros contextos. Estas formas se basan en la utilización del fuego como mecanismo lesivo directo, o bien de determinados líquidos
  • 9. 9 corrosivos de carácter ácido o básico, especialmente los primeros por su mayor uso y conocimiento de sus efectos. El objetivo es doble. Por un lado ocasionar lesiones graves que pueden llevar a la muerte de la mujer agredida. Se trata de un mecanismo homicida más de los varios que manejan los agresores. Pero también tiene otro objetivo, que es marcar de por vida a las mujeres. Las lesiones que producen estos elementos ocasionan heridas que al cicatrizar generan importantes cicatrices y retracciones de los tejidos blandos, imposibles de reparar por completo. Siempre queda una marca o señal que para el agresor será la huella de su voluntad, el precio que ha tenido que pagar la mujer por enfrentarse a él, una especie de recordatorio para que cada vez que se mire no olvide los motivos y circunstancias bajo las que se produjeron. Esta es la razón por la que estas heridas y cicatrices causan un mayor sufrimiento físico, psíquico y social. Hasta el punto de que la mayoría de estos agresores, a diferencia de otros que tras una agresión continúan acosando e intentando agredir de nuevo a la mujer, no vuelven a seguirla ni controlarla, porque esa forma de entender y valorar a las mujeres como “objetos” hace que las vean “devaluadas” socialmente por las cicatrices que les han causado. 2.3. IMPACTO DE LAS CARACTERÍSTICAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA INVESTIGACIÓN POLICIAL Y EN LAS ACTUACIONES DEL MINISTERIO FISCAL La características de la violencia de género van a influir de manera directa en la percepción e interpretación que se hace de ella, y por tanto, su significado y la respuesta social e institucional (judicial, fiscal, policial, sanitaria, social…) van a venir determinadas por esa idea que se tiene sobre lo que es la violencia de género. Dos son los elementos que influyen de manera fundamental en la interpretación y valoración de la violencia que sufren las mujeres por razones de género: por una parte las referencias socio- culturales que construyen una normalidad donde se deja un espacio para que esta violencia se pueda producir, y por otra, el impacto que la propia violencia de género y la forma de ejercerse dentro de unas circunstancias que tienden a minimizarla y a justificarla, tienen sobre la mujer que la sufre. 1. La normalidad socio-cultural Cuando alguien de forma popular afirma que una cosa es “normal y corriente”, lo que hace es enfatizar el valor de esa cosa sobre una doble referencia, por un lado lo común o habitual (corriente), y por otro el valor intrínseco, aquello que es “como tiene que ser”, intentando otorgarle un sentido moral en determinadas circunstancias o un valor añadido. La normalidad es el orden natural de lo habitual para que los hechos y acontecimientos sean como tienen que ser, y la normalidad está construida sobre una cultura que al haber tomado como referencia universal lo masculino, y al haber relegado lo femenino, aquello que las mujeres podrían haber aportado, para determinados espacios en los que las mujeres han quedado relegadas, pero no como una referencia común y válida para toda la sociedad. Esto es lo que hace que elementos como la amabilidad, el afecto, la demostración de cariño, o la exposición de los
  • 10. 10 sentimientos, no se vean como elementos valorables en hombres y mujeres, y que queden de manera general relegados al ámbito doméstico en el que esa misma normalidad cultural y social ha situado a las mujeres como “ámbito natural”. El orden de la normalidad es el orden de lo habitual, de lo frecuente, de lo común, de lo repetido,… de lo de siempre. Porque el determinismo del que parte lo que busca es perpetuar las referencias que los hombres han dado como válidas a la hora de articular la convivencia por ser beneficiosas para ellos. Y como desde ese concepto de normalidad como orden social, la distribución desigual de roles entre hombres y mujeres es presentada como algo positivo para el conjunto de la sociedad, la desigualdad no se contempla como un problema, todo lo contrario. Es más, el propio sistema se protege creando la idea de “mal en negativo”. Lo explico. Como el diseño contempla que la desigualdad es buena para la sociedad, el hecho de no seguir las pautas y parámetros para que las cosas funcionen sobre ese esquema es contemplado como un ataque al sistema. De manera que no cumplir con la normalidad es en sí mismo un ataque frente al orden establecido, y, en consecuencia, la corrección de ese incumplimiento, es decir, actuar contra quienes se rebelan frente al papel que han de desempeñar, no se considera como violencia, puesto que desde su punto de vista busca mantener el orden y con él el bienestar del conjunto de la sociedad, aunque sea a consta del “castigo correctivo” a determinados individuos, que en este caso son las mujeres “que se apartan de lo que se espera de ellas según interpreta cada agresor”. Esto es lo que ocurre con la violencia de género y por ello los agresores entran dentro de la categoría de criminales morales, porque se legitiman en que hacen lo que tienen que hacer como hombres que son cuestionados, puestos a prueba y atacados por la actitud y conducta de las mujeres con las que comparten una relación. Por esa razón, al aplicar la violencia se ven reforzados como hombres individuales y como garantes del orden establecido, de manera que la reprobación y sanción de la sociedad, a pesar de que se produce, siempre se presenta con elementos que tienden a comprender lo ocurrido y a justificarlo bajo diferentes argumentos. 3. Impacto de las características y circunstancias de la violencia de género en la investigación criminal. La falta de una respuesta proporcional a la gravedad de la violencia de género se debe a varios factores. No es un problema exclusivo de los procedimientos ni técnicas de investigación criminal, puesto que estos sí se aplican con éxito en la resolución de otras formas de violencia, el problema está más relacionado con la toma de conciencia y el desconocimiento de los elementos específicos de esta violencia para poner los medios necesarios que resuelvan los casos. Esa concepción tradicional de lo que se pensaba que era la violencia contra las mujeres ha permitido que se mantenga la distancia respecto al conocimiento de la realidad que la envuelve, y a no formar adecuadamente a las personas que tienen que llevar a cabo la investigación sobre las características específicas de estos crímenes y sus manifestaciones. Y cuando no hay conocimiento sobre un tema, el significado de lo ocurrido lo dan los prejuicios y las ideas y estereotipos que dominan en la sociedad, las mismas que justifican, minimizan y creen que los femicidios son “ocasionales y aislados”.
  • 11. 11 B.S.Turvey (Criminal Profiling, 1999) insiste en que hay dos tendencias que se presentan en algunos investigadores que dificultan notablemente la investigación. Una de ellas es la “deificación de la víctima”, y hace referencia a su idealización. La víctima pasa a ser valorada por algunas de sus circunstancias vitales, por ejemplo, ser joven, pertenecer a una familia de status elevado, estar estudiando en la universidad, ser solidaria… lo cual puede descontextualizar el crimen y dificultar la investigación al alejarla de las circunstancias reales de su comisión. El otro proceso que se produce con frecuencia entre el personal responsable de la investigación criminal es el de “envilecimiento de la víctima”, que consiste justo en lo contrario. Las características vitales de la víctima hacen que sea considerada como propiciatoria o merecedora de lo ocurrido. Se piensa que determinados crímenes sólo le ocurren a ciertas personas que llevan modos de vida diferentes, que pertenecen a determinadas grupos étnicos, que tienen ciertas creencias religiosas, que son de algunos grupos sociales, que su nivel económico es bajo, que consumen drogas, que su orientación sexual es distinta, etc. Y en todo este proceso de “envilecimiento” la condición de mujer en la víctima es un factor que facilita que el significado de lo ocurrido se haga sobre las referencias culturales generales que llevan a entender que cuando sufren una agresión es porque han hecho algo mal o han atacado o cuestionado a su pareja, en lugar de centrarse en el contexto de lo ocurrido. Algo parecido podríamos decir respecto a los sospechosos, que son “deificados o envilecidos” con relación a sus características personales, pero también respecto al crimen que se les imputa y a la víctima de los hechos. Y cuando la posición del agresor juega a favor de las referencias culturales frente a unos mismos prejuicios que tienden a “envilecer” a la víctima, la interpretación de lo ocurrido y la investigación para resolverlo, en lugar de incidir en los elementos que llevan a averiguarlo, lo que hace es buscar argumentos para justificar su planteamiento. No es casualidad, como hemos visto, que ante la violencia de género se recurra con tanta frecuencia a ideas como la del “crimen pasional”, el consumo de alcohol o sustancias tóxicas, el padecimiento de alguna enfermedad o trastorno mental en el agresor… B.S. Turvey insiste en que esta situación viene definida por el “sentido subjetivo del investigador basado en su moral personal”, e insiste en que este posicionamiento conduce a la “apatía en la investigación al pensar que ciertos crímenes que se producen sobre personas de esas características, no merecen ser investigados”, al menos con la suficiente profundidad como para superar los prejuicios de los que se parten. La paradoja, concluye el autor, es que algunos criminales se aprovechan de estas actitudes de los investigadores para seleccionar a sus víctimas, para actuar en determinados lugares, o para llevar a cabo la violencia sabiendo que será difícil que los condenen, como sucede con los agresores de violencia de género, que saben que su conducta es justificada con mucha frecuencia. Todos estos elementos son los que contribuyen a las altas tasas de impunidad en violencia de género. 2. Impacto de la violencia sobre la mujer Otra referencia importante que debe tenerse en cuenta a la hora de llevar a cabo la investigación es el impacto de la violencia en la víctima, y cómo influye en su actitud y conducta frente a la investigación.
  • 12. 12 Las referencias culturales que justifican la violencia de género y que la presentan como unos hechos que sólo les ocurren a las “malas mujeres”, unidas a los mensajes que mandan los agresores indicando que son ellas quienes tienen la culpa de lo que les ocurre por no hacer lo que ellos dicen y por ser “malas mujeres, esposas, madres, amas de casa”, crean una confusión en las mujeres sobre lo ocurrido y su significado que les genera muchas dudas y una gran inseguridad. A esta situación de naturaleza socio-cultural hay que unir las consecuencias psicológicas que produce el hecho de vivir bajo una situación de violencia continuada salpicada de agresiones, y el estrés crónico que acompaña a la autovigilancia que desarrollan para evitar nuevas agresiones. Los argumentos que defendían cada una de estas posiciones han sido muy diversos. Una idea ha predominado y ha sido repetida en numerosas ocasiones de forma insistente utilizándola como ejemplo claro de la posición defendida por el hombre: la permanencia de la mujer en la relación a pesar de la violencia contra ella, lo cual es interpretado como una especie de aceptación que es ratificada por su silencio. Nadie más que ella debe querer finalizar con esa situación, y nadie más que ella debería saber cuando. Si alguien mantiene una relación que se dice que está caracterizada por el maltrato y la agresividad es porque, o no es cierto que esto está ocurriendo (al menos con la gravedad con la que se presenta), o la mujer acepta esa relación e incluso la actitud violenta del hombre. Si a estas hipótesis se unen las manifestaciones y actitudes de algunas víctimas maltratadas, mostrando gran preocupación por lo que le pueda pasar a su agresor e incluso sentimientos de amor hacia él, los argumentos de los que defienden que en el fondo el problema del maltrato no existe adquieren una consistencia muy difícil de rebatir si no se analiza la situación con mayor profundidad. Hay que conocer las características de la violencia de género para poder comprender sus efectos y consecuencias del mismo, y ver así las diferencias con otras situaciones de violencia interpersonal. El contexto y la dinámica de esta violencia caracterizan la conducta del agresor, pero también la de la víctima. Uno de los factores más determinantes de la continuidad de esta relación es la aparición de la violencia en el seno de una relación afectiva basada en sentimientos de amor y mantenida sobre situaciones compartidas y proyectos futuros. Como afirma BROWNE (1987), “la unión de las mujeres maltratadas a sus parejas refleja de forma típica lazos que estaban perfectamente establecidos antes de que estos mostrasen una conducta violenta hacia ellas”. Investigaciones llevadas a cabo en este sentido han establecido que tres de cada cuatro mujeres sometidas a una situación de maltrato de larga evolución no fueron maltratadas hasta después de que ellas aceptaran un compromiso más estrecho o se casaran con su pareja (BOWKER, 1983). Es después de tal compromiso cuando la expresión de interés y afecto de su amor se vuelve más posesivo y controlador, quedando las mujeres más aisladas socialmente. El primer acto de violencia es una "evolución" de ese sentimiento de amor idealizado que existe cuando la mujer se compromete y es separada de fuentes alternativas de apoyo (BROWNE,1987; WALKER,1979,1984). Cuando la situación se hace habitual y las agresiones se repiten, la experiencia podría hacer a la mujer no creer en las explicaciones ni en el arrepentimiento del marido. Pero entonces está inmersa en las profundas aguas de esta violencia, actuando sobre ella los factores socio-culturales y careciendo de recursos físicos y psíquicos suficientes como consecuencia de las lesiones psíquicas ocasionadas por la situación prolongada de maltrato.
  • 13. 13 Factores socio-culturales Los estudios, entre otros los de GELLES (1976) y BROWNE (1987), han demostrado que hay razones socio-culturales que hacen que la mujer permanezca en ese tipo de relación, incluyendo la falta de alternativas, el temor a la desaprobación de familiares y amigos, la preocupación por la pérdida de sus hijos y hogar, y el miedo a las represalias del agresor. No hay que olvidar que una gran parte de la sociedad culpabiliza a la mujer, tanto por la agresión en sí, ya que consideran que la ha precipitado por no comprender al marido cuando este tiene problemas, cuando bebe, o por no cumplir correctamente con sus tareas de ama de casa; como por tomar cualquier tipo de iniciativa en contra de él o para salir de la situación en la que se encuentra. Esta actitud podría precipitar la ruptura de la familia de lo cual ella sería responsable, subrayando más, paradójicamente, su decisión, que la conducta violenta del hombre. Si a estas circunstancias unimos la dependencia económica que suele existir entre la víctima y el agresor, y la dificultad inherente a nuestra sociedad de iniciar una nueva vida, especialmente en las circunstancias de la mayoría de las mujeres maltratadas, no resulta difícil entender porqué la mujer no se decide a dar el paso para romper la relación. Factores psicológicos La violencia de género viene caracterizada por la coincidencia de lesiones físicas y psíquicas, por una dinámica propia con fases alternativas de extrema agresividad y afecto, por lo impredecible de los ataques, por la falta de motivos que los precipiten, por la incapacidad de la mujer para evitarlos, por la repetición de los hechos, ... todo lo cual va originando un deterioro psíquico progresivo que finaliza en el denominado síndrome de la mujer maltratada. Dentro de las alteraciones psicológicas que aparecen en este síndrome destacan los sentimientos de baja autoestima, la depresión y la sensación de desamparo e impotencia. La mujer se encuentra en una situación de apatía que le impide afrontar el problema y tomar decisiones válidas para salir de ese ambiente. La conducta seguida por el agresor también conduce a esta situación de esclavitud, ya no por sus últimas consecuencias psíquicas, sino por el modo de llevarla a cabo. El abuso emocional suele seguir una estrategia que ataca tres aspectos básicos de la mujer. En primer lugar se produce un ataque social, tratando de romper con la familia, amistades, trabajo,... En segundo lugar el ataque se lleva contra las conexiones de identidad del pasado, cortando con todo lo que la une a sus recuerdos y con el tiempo anterior a la relación, y, finalmente, se produce un ataque hacia la identidad actual, criticando y recriminando, tanto en público como en privado, su conducta, aficiones, defectos, iniciativas, modos de hacer las cosas, forma de pensar, ... Se consigue así un auténtico “lavado de cerebro” que la anulan por completo, conduciendo a lo que nosotros hemos definido, y que posteriormente explicaremos, como “personalidad bonsái”. La mujer queda empequeñecida al ser todas sus iniciativas taladas por la persona de la que depende, como el bonsái que es podado por quien lo abona y riega. En definitiva, unas veces por los efectos del cariño mostrado tras la agresión, otras por los del abandono de sí misma como consecuencia del maltrato, hacen que la mujer sea incapaz de escapar.
  • 14. 14 La situación resultante ha hecho que en ocasiones sean denominadas gráficamente como “esclavas psicológicas", comparándolas con el síndrome de Estocolmo (denominado así porque se describió cuando una cajera de un banco de esta ciudad dijo haberse enamorado del hombre que la mantuvo cautiva). Anna FREUD acuñó el término de “identificación con el agresor” para describir este proceso. Cuando alguien está en una situación de amenaza para su integridad o para la vida en inferioridad de fuerzas respecto al agresor, empieza a identificarse con él como forma de protegerse del peligro. De acuerdo con Anna FREUD una víctima potencial cree que si pudiera ver el mundo a través de los ojos del agresor, podría ser capaz de salvarse a sí misma de su destrucción. Susan PAINTER y Donald G. DUTTON hablan de unión o lazo traumático basándose en las características de este tipo de relación, pero resaltando el hecho de que una de las personas mantiene una situación de superioridad y poder y que la agresión se produce de forma intermitente e impredecible. La actitud afectiva también es destacada como una de las claves de su mantenimiento y perpetuidad. Según estos autores las conductas de afecto hacia la víctima actúan como refuerzo de los valores positivos que existen en la relación, haciendo coger esperanza de que cada nueva ocasión va a ser la definitiva y que las razones y explicaciones esgrimidas en ese momento sí son creíbles, puesto que en parte se basan en la crítica de las anteriores y en el deseo de la mujer de salvar la situación. En definitiva la mujer permanece unida a su agresor por una especie de gomas elásticas gigantes. Cuando intenta terminar la relación y se aleja de él, la goma se va estirando hasta llegar, incluso, a un punto cercano a la ruptura, pero resulta muy difícil de superar y cuanto más se aleja mayor es la tensión para hacerla volver. Para una persona debilitada físicamente, anulada psíquicamente y temerosa de dar los pasos será muy difícil lograr escapar de estos lazos, necesita la ayuda de otras o de los mecanismos sociales que actúen como tijeras que permitan liberarla.
  • 15. 15 ESTÁNDAR FORMATIVO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO PARA FISCALES Y POLICÍAS Miguel Lorente Acosta UNIDAD 2. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO: LESIONES Y ALTERACIONES OBJETIVO PRINCIPAL: Conocer las consecuencias de la violencia de género en toda su dimensión: Consecuencias físicas y psicológicas, agudas y crónicas, y hacerlo en el daño que ocasionan sobre las mujeres que la sufren, y en el impacto que producen en los hijos e hijas que la viven. Entender cómo todas estas consecuencias influyen sobre las mujeres que sufren la violencia de género. OBJETIVOS SECUNDARIOS: - Conocer las consecuencias físicas y psicológicas de las agresiones agudas que se producen en la violencia de género. - Conocer las consecuencias físicas y psicológicas de la violencia mantenida que caracteriza a la violencia de género. - Conocer el impacto de la violencia de género en los hijos e hijas. - Conocer cómo los elementos que caracterizan la violencia de género influyen sobre la actitud de las mujeres a la hora de reaccionar y responder frente a esta violencia. - Destacar la necesidad de conocer y utilizar estas características para llevar a cabo una buena investigación criminal.
  • 16. 16 UNIDAD 2. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO: LESIONES Y ALTERACIONES La investigación criminal siempre se inicia después de que hayan ocurrido unos hechos delictivos. Conocer el resultado de la violencia de género en todas sus dimensiones, es decir, tanto de las lesiones y alteraciones físicas y psíquicas que se producen tras una agresión, como de las consecuencias en ambos planos (físico y psíquico) de vivir bajo el efecto de una violencia mantenida en el tiempo, resulta fundamental para poder llegar a conocer lo sucedido a través de la investigación, y dar una respuesta institucional acorde a los hechos ocurridos. En esta unidad expondremos el resultado de las agresiones puntuales que se producen en el seno de la violencia mantenida que sufren las mujeres víctimas de la violencia de género, y las consecuencia de ese efecto sumatorio que supone vivir bajo la violencia mantenida y sufrir las agresiones aisladas de manera repetida, con más o menos intensidad y con mayor o menor frecuencia. En ambas circunstancias presentaremos de forma aislada los efecto sobre el plano físico y el impacto en el terreno psicológico. 3.1. LESIONES AGUDAS 3.1.1. Lesiones Físicas Agudas Las lesiones producidas en los casos de agresiones por parte del hombre abarcan toda la tipología lesional de la traumatología forense, desde simples contusiones y erosiones, hasta heridas por diversos tipos de armas. El resultado dependerá de las circunstancias que envuelvan a la agresión (intensidad de los golpes, uso o no de instrumentos lesivos o armas, frecuencia de los golpes, combinación de diferentes mecanismos…). Del mismo modo, las regiones anatómicas que se pueden afectar cubren todas las posibilidades, así como las distintas estructuras orgánicas (piel, mucosas, huesos, vísceras,...). No obstante, el cuadro lesional más frecuente suele estar conformado por excoriaciones, contusiones y heridas superficiales en la cabeza, cara, cuello, pechos y abdomen. El cuadro típico en el momento del reconocimiento forense viene determinado por múltiples y diferentes tipos de lesiones con combinación de lesiones antiguas y recientes, así como referencias vagas de molestias y dolores cuya naturaleza no se corresponde con lo referido por la mujer en el motivo de consulta. A diferencia del Síndrome del Niño Maltratado, resulta típico de este cuadro, la presencia de lesiones de defensa, la inexistencia de lesiones que indiquen extrema pasividad de la víctima (quemaduras múltiples por cigarrillos, pinchazos leves repetidos sobre una misma zona,...), así como la localización de gran parte de las lesiones (o las más intensas) en zonas no visibles una vez que la mujer está vestida. STARK, FLITCRAFT y FRAZIER (1979) encontraron que las víctimas de este tipo de agresiones presentaban una probabilidad 13 veces más alta de tener lesiones en los pechos, tórax o abdomen que las víctimas de otros accidentes.
  • 17. 17 En un trabajo realizado sobre 9000 mujeres que acudieron a los servicios de urgencias de diez hospitales diferentes MUELLERMAN (1996) encontró como datos significativos que la lesión más típica en las mujeres maltratadas era la rotura del tímpano, y que tienen mayor probabilidad de presentar lesiones en la cabeza, tronco y cuello. Las no maltratadas, por el contrario, suelen sufrir las lesiones con mayor frecuencia en la columna vertebral y extremidades inferiores. Las circunstancias de las que depende el cuadro lesional son (BROWNE, 1987): el grado de violencia empleado, la repetición seguida de la agresión y la unión del maltrato a otro tipo de hechos. Estos dos últimos factores, la repetición de los hechos y la unión a otras acciones dentro de un incidente, aumentan la capacidad lesiva, ya que conllevan un incremento del grado de violencia y hacen, además, que la víctima sea incapaz de recuperarse para protegerse de la siguiente agresión al encontrarse física y psicológicamente aturdida por la rapidez de los sucesos (PATTERSON, 1982; REID et al, 1981). A pesar de lo anterior muchas de las víctimas se abstienen de acudir a un hospital, incluso cuando hay lesiones de cierta intensidad debido a la vergüenza, a las amenazas por parte del agresor si busca cualquier tipo de ayuda, y al temor a que el hospital comunique al juzgado el origen de sus lesiones y se tomen medidas que puedan afectar a su familia. Otro dato significativo es que la mayoría de las mujeres que han sido víctimas de estos hechos y que se deciden a ir al médico como consecuencia de sus lesiones, cada vez que vuelven a acudir lo hacen con lesiones más graves (KOSS et al, 1991). En resumen, el cuadro más frecuente viene caracterizado por lesiones de gravedad moderada o leve respecto al pronóstico vital localizadas en zonas donde la ropa o el cabello las hace invisibles (tórax, abdomen, espalda y cabeza), y con diferente data, es decir, lesiones que se corresponden a distintas agresiones separadas en el tiempo, por lo que al llevar a cabo el reconocimiento forense se apreciaran algunas con pocos días de evolución, mientras que otras podrán ser de una o dos semanas. 3.1.2. Lesiones Psíquicas Agudas Los trabajos realizados durante los últimos quince años han demostrado que la sintomatología psíquica encontrada en las víctimas debe ser considerada como una secuela de los ataques sufridos, no como una situación anterior a ellos (MARGOLIN, 1988). Al igual que otras víctimas, la primera reacción normalmente consiste en una autoprotección y en tratar de sobrevivir al suceso (KEROUAC y LESCOP, 1986). Suelen aparecer reacciones de shock, negación, confusión, abatimiento, aturdimiento y temor. Durante el ataque, e incluso tras este, la víctima puede ofrecer muy poca o ninguna resistencia para tratar de minimizar las posibles lesiones o para evitar que se produzca una nueva agresión (WALKER, 1979; BROWNE, 1987). Estudios clínicos han comprobado que las víctimas de malos tratos viven sabiendo que en cualquier momento se puede producir una nueva agresión. En respuesta a este peligro potencial, algunas de las mujeres desarrollan una extrema ansiedad, que puede llegar hasta una verdadera
  • 18. 18 situación de pánico. La mayoría de estas mujeres presentan síntomas de incompetencia, sensación de no tener ninguna valía, culpabilidad, vergüenza y temor a la pérdida del control. El diagnóstico clínico que se hizo en la mayor parte de los casos fue el de depresión (HILBERMAN, 1980). El seguimiento de las víctimas ha demostrado como la sintomatología se va modificando y como tras el tercer incidente el componente de shock desciende de forma significativa. BROWNE ha comprobado como estas mujeres a menudo desarrollan habilidades de supervivencia más que de huida o de escape, y se centran en estrategias de mediar o hacer desaparecer la situación de violencia, aunque tal y como hemos indicado, al depender de lo que el agresor interpreta y percibe, no dan resultado y la violencia continúa su ciclo de intensidad creciente. Existen dos condicionamientos fundamentales típicos del Síndrome de Maltrato a la Mujer con relación a las lesiones psíquicas: - La repetición de los hechos da lugar a un mayor daño psíquico, tanto por los efectos acumulados de cada agresión, como por la ansiedad mantenida durante el período de latencia hasta el siguiente ataque. - La situación del agresor respecto a la víctima. Desde el punto de vista personal el agresor es alguien a quien ella quiere, alguien a quien se supone que debe creer y alguien de quien, en cierto modo, depende. Desde el punto de vista general las mujeres agredidas mantienen una relación legal, económica, emocional y social con él. Todo ello repercute en la percepción y análisis que hace la mujer para encontrar alternativas, viéndose estas posibilidades limitadas y resultando muy difícil la adopción de una decisión. La consecuencia es una reinterpretación de su vida y de sus relaciones interpersonales bajo el patrón de los continuos ataques y del aumento de los niveles de violencia, lo cual hace que la respuesta psicológica al trauma y la realidad del peligro existente condicionen las lesiones a largo plazo. 3.2. ALTERACIONES CRÓNICAS Las alteraciones crónicas aparecen como consecuencia de vivir expuestas a la violencia, y de sufrir el doble impacto de las agresiones unido a la situación mantenida de amenaza, estrés, humillación, presión, menosprecio, rechazo emocional… Las consecuencia de esta situación aparecerán también en el plano físico y en el psicológico. 3.2.1. Alteraciones Físicas Crónicas El impacto sobre la salud de las mujeres que sufre violencia de género no se debe tanto a la acción puntual de la agresión, sino a lo que se denomina “exposición a la violencia”, es decir a toda la serie de conductas y actitudes dirigidas a cuestionar la posición de la mujer bajo la imposición y la amenaza de las agresiones y a conseguir su aislamiento de las principales fuentes de apoyo externo, tanto por las acciones llevadas a cabo por el agresor, como por el autocontrol que desarrolla la mujer para evitar los conflictos que puedan desembocar en nuevas agresiones. Esta dinámica hace que las consecuencias de la violencia vayan más allá de los ataques puntuales y que
  • 19. 19 se produzcan importantes daños en el plano físico y psíquico, tanto por los efectos sobre ellas, como por la violencia y amenazas sobre otras personas cercanas, especialmente las que llevan a cabo sobre los hijos e hijas. La OMS en su “Informe Mundial de Violencia y Salud” señala los siguientes como los más frecuentes: Daño abdominal/torácico, hematomas y contusiones, síndromes de dolor crónico, discapacidad, fibromialgia, fracturas, trastornos gastrointestinales, colon irritable, laceraciones y abrasiones, daño ocular y reducción del funcionamiento físico. Entre las consecuencias sexuales y reproductivas señala: Trastornos ginecológicos, infertilidad, inflamación de la pelvis, complicaciones en el embarazo/aborto, enfermedades de transmisión sexual (incluido SIDA), aborto inseguro y embarazo no deseado. En definitiva, cuando se analizan las alteraciones físicas crónicas originadas por la violencia de género continuada en el tiempo, aparecen los siguientes síntomas y signos: - Dolor crónico, fundamentalmente cefaleas y de espalda. - Alteraciones neurológicas centrales (mareos, convulsiones…) ocasionadas por el estrés crónico y por alteraciones neurofisiológicas derivadas de los traumas repetidos. - Alteraciones gastrointestinales (pérdida de apetito, modificación de los hábitos alimenticios, colon irritable…). - Hipertensión arterial por los hábitos de riesgo relacionados con la violencia. - Resfriados de repetición y procesos infecciosos respiratorios como consecuencia de una disminución del sistema inmunitario por los efectos de la depresión y del estrés. - En el aparato genito-urinario aparecen frecuentemente enfermedades de transmisión sexual, sangrado y fibrosis vaginal, disminución del deseo sexual, irritación genital, dispareunia, dolor pélvico crónico, infecciones urinarias… - En general, la probabilidad de que una mujer maltratada tenga alteraciones ginecológicas es tres veces mayor que una mujer que no sea víctima de este tipo de violencia. - Entre el 40 y el 45% de los casos, las mujeres maltratadas sufren agresiones sexuales en el seno de su relación de pareja, lo cual suele ir acompañado de una mayor degradación y humillación verbal, por lo que los efectos se ven agravados, especialmente en lo que respecta a las alteraciones psicológicas, caracterizadas por la depresión, la baja autoestima y el estrés postraumático. Esta situación es la que hace que las mujeres que sufren violencia de género acudan un 20% más a los servicios sanitarios en demanda de atención médica y que, por tanto, la investigación deba contemplar la historia clínica, los documentos médicos como una fuente de información para investigar la violencia de género. 3.2.2. Lesiones Psicológicas CRÓNICAS O A LARGO PLAZO Las reacciones a largo plazo de las mujeres que han sido agredidas física y psíquicamente por sus parejas incluyen temor, ansiedad, fatiga, alteraciones del sueño y del apetito, pesadillas, reacciones intensas de susto y quejas físicas: molestias y dolores inespecíficos (GOODMAN et al, 1993). Tras el ataque las mujeres se pueden convertir en dependientes y sugestionables, encontrando muy difícil tomar decisiones o realizar planes a largo plazo. Como un intento de
  • 20. 20 evitar un abatimiento psíquico pueden adoptar expectativas irreales con relación a conseguir una adecuada recuperación, persuadiéndose ellas mismas de que pueden reconstruir en cierto modo la relación y que todo volverá a ser perfecto (WALKER, 1979). Como ocurre en todas las víctimas de la violencia interpersonal, las mujeres agredidas por sus parejas aprenden a sopesar todas las alternativas frente a la percepción de la conducta violenta del agresor. Aunque esta actitud es similar a aquella producida en otros tipos de agresiones o en situaciones de cautividad, los efectos en las víctimas del maltrato están estructurados sobre la base de que el agresor es alguien al que están o han estado estrechamente unidas, y con el que mantienen cierto grado de dependencia (BROWNE, 1991). En dichos casos la percepción de vulnerabilidad, de estar perdida, o de traición pueden aparecer de forma muy marcada (WALKER, 1979), lo cual afecta de forma directa a su actitud ante la violencia y la idea de no denunciar o de retirar la denuncia si la han interpuesto. Las consecuencias psicológicas crónicas (cognitivas, afectivo-emocionales, actitudo- motivacionales, psicofisiológicas y comportamentales) del maltrato incluyen la experimentación de estrés y emociones negativas (tristeza, desesperanza, indefensión, vergüenza, ira, ansiedad, miedo, frustración…) durante y después del ataque, la amenaza o la humillación. Generalmente desarrolla sentimientos de culpa, vergüenza, desesperanza, reducción de sus competencias y recursos (solución de problemas, toma de decisiones, habilidades sociales…) y disminución de la autonomía y, quizás por ello, dependencia emocional del maltratador. Los síntomas más frecuentes que experimenta la mujer maltratada son ansiedad, tristeza, pérdida de autoestima, labilidad emocional, inapetencia sexual, fatiga permanente e insomnio. En los casos más graves, la mujer llega a desarrollar síntomas y trastornos crónicos de mayor o menor relevancia clínica y gravedad, como síndrome de estrés postraumático, depresión o ansiedad. Para dar cuenta de todos estos síntomas y problemas derivados de la violencia y el maltrato y las respuestas de la mujer a la situación, Walker formuló el Síndrome de la mujer maltratada, que está basado en la teoría de la indefensión aprendida. Recientes estudios han puesto de manifiesto la aparición de estrés crónico con repercusión en el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal en mujeres maltratadas, incluso sin haber sido diagnosticadas previamente de trastorno por estrés postraumático (TEP). La intensidad y duración del TEP se ha puesto en relación con alteraciones como la disociación peritraumática en el momento agudo del trauma . En general, se calcula que el 60% de las mujeres maltratadas tiene problemas psicológicos moderados o graves, aunque otros autores hablan de cifras de hasta alrededor del 85%. La OMS, también en su “Informe Mundial de Violencia y Salud” (2002), señala las siguientes consecuencias psicológicas como los más frecuentes: Abuso de tabaco, alcohol y otras drogas, depresión, ansiedad, trastornos alimentarios, trastornos del sueño, sentimientos de vergüenza y culpa, fobias y trastorno de pánico, inactividad física, baja autoestima, trastorno de estrés postraumático, trastornos psicosomáticos, problemas en la conducta sexual y disfunciones sexuales. Estas circunstancias hacen que en muchas ocasiones la mujer recurre al consumo de medicamentos y drogas como fórmula de evasión y, aunque con menor frecuencia, es posible que recurra al suicidio (se estima que un 25% de las mujeres maltratadas cometen suicidio) para acabar con la situación.
  • 21. 21 3.3. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO SOBRE LOS HIJOS E HIJAS EXPUESTOS Los hijos e hijas que viven en el hogar donde se el padre maltrata a la madre sufren también las consecuencias de esa violencia. Las propias características de esta violencia, con esa continuidad caracterizada por la humillación, la crítica, el rechazo, el menosprecio, la amenaza… más las agresiones puntuales que se repiten con más o menos frecuencia, explican que los niños y niñas expuestas a ella sufran consecuencias sobre su salud. Desde el punto de vista conceptual la mayoría de los autores consideran como “exposición al maltrato”, el hecho de estar conviviendo en una relación en la que la mujer es maltratada por su pareja, no se refiere sólo a las circunstancias de estar presente durante las agresiones, aunque los estudios indican que durante las mismas los niños están en la misma habitación o en la inmediatamente contigua, en el 90% de los casos. Esta exposición de los menores a la violencia de género origina un abuso psicológico que en muchos casos llega a alcanzar intensidades propias del maltrato psíquico, hasta el punto de sufrir las mismas consecuencias psicológicas que la madre, pero en estos casos por un triple mecanismo: - Ver las agresiones y la violencia que sufre la madre - Vivir en el ambiente de violencia que crea el maltratador - Sufrir agresiones directas por parte del padre, situación que se produce en el 40% de los casos. Y lo que ha sido ignorado, como ha ocurrido con la propia violencia de género, no ha sido por las pequeñas dimensiones de problema, sino por la actitud general que tiende a ignorar la realidad y a minimizar sus manifestaciones más graves. Las investigaciones más recientes indican que prácticamente todos los menores inmersos en estas relaciones tormentosas sufren algún tipo de consecuencia en forma de diferentes alteraciones, pero además un 40% de ellos sufren también violencia física directa como consecuencia del maltrato a la mujer, y más de un 30% padecen alteraciones físicas a largo plazo derivadas de esa violencia. Todo ello hace que la incidencia general esté situada alrededor del 15%, tal y como ha destacado M. A. Strauss; sin duda un dato que habla por sí solo a la hora de entender y valorar las repercusiones de la violencia contra las mujeres. Los mecanismos que originan las alteraciones que sufren los menores pueden ser directos e indirectos, dependiendo del tipo de maltrato que ejerza el agresor, de la forma de llevarlo a cabo y de la dinámica familiar. 1. Entre los mecanismos directos encontramos todas aquellas acciones y conductas que impactan de manera lineal sobre los niños y las niñas de esa relación; estos mecanismos han sido agrupados en dos grandes categorías, aquellos que actúan sobre la agresividad dirigida a los menores y los que generan una situación de estrés en la familia. 2. Los mecanismos indirectos actúan influyendo sobre otros factores que a su vez repercuten sobre los menores, por ejemplo el modo en que la violencia configura la
  • 22. 22 relación entre el padre, la madre y los hijos, o sobre el nivel y la forma de establecer la disciplina y, sobre todo, las características del conflicto creado por los padres en sí mismas. Todo ello, de manera directa o indirecta, va a dar lugar a una serie de alteraciones y trastornos que al margen de los daños físicos que se puedan ocasionar por ese 40% de casos con coincidencia de agresiones físicas y psíquicas, será causada por el simple hecho de estar expuestos a la violencia ejercida por el padre o la pareja sobre la madre. Las alteraciones más significativas son los trastornos conductuales y los problemas emocionales, ocasionando conductas interiorizadas, como por ejemplo reacciones depresivas o ansiosas, y exteriorizadas, entre las que destacan la agresividad, la desobediencia, la rebeldía,... alteraciones que dependiendo de los factores que influyen en el desarrollo de estos trastornos, llegan a alcanzar al 75% de los niños expuestos al maltrato. Por otra parte, también se ha comprobado cómo estos menores presentan cuatro veces más posibilidades de sufrir alteraciones psicopatológicas que el resto de niños que no han presenciado estas situaciones violentas, toda una constatación de los efectos del ser testigo de estos dramas. Entre las consecuencias más significativas destaca la presencia de sintomatología postraumática en forma de pesadillas, terrores nocturnos, re-experimentación de hechos y situaciones,... El porcentaje de niños con síntomas de estrés postraumático varía según los estudios, pero en general oscila entre el 13 y el 50% de los menores expuestos, y lo que resulta verdaderamente significativo es que en todos los grupos en los que se comparaban niños expuestos a maltrato con niños no expuestos, los síntomas postraumáticos eran más elevados en los primeros, en algunos casos superando a los ocasionados por desastres naturales. Todo ello es un reflejo de la importante carga emocional que presenta la vivencia del maltrato de la madre, capaz de ocasionar una respuesta inmediata en forma de trauma agudo, y de prolongar los efectos de la exposición mediante el desarrollo de otros mecanismos posteriores al trauma. Esta combinación de efectos agudos y a largo plazo repetida en el tiempo va ocasionando la aparición de toda la sintomatología psicológica que hemos recogido con anterioridad, así, según cuales sean las circunstancias que rodean al caso, pueden aparecer reacciones de agresivas, ansiedad, conductas de evitación, irritabilidad, agresividad, comportamientos violentos, problemas de adaptación social, falta de rendimiento en los estudios con fracaso escolar,... y también otra serie de conductas asociadas en forma de determinados hábitos, como el consumo de alcohol y drogas, baja autoestima, problemas de relación con otros niños y compañeros,... circunstancias de por sí graves, pero cuya permanencia en el tiempo puede, además, desembocar en el suicidio. En definitiva se comprueba como se produce una desestructuración del mundo del niño o de la niña que puede causar problemas que a su vez generen dificultades para continuar con el desarrollo psicosocial de los menores y, en consecuencia, que algunas de las alteraciones dejen algún tipo de secuelas de por vida. Como dato significativo tenemos una de las consecuencias más directa de esta exposición a la violencia. Los niños que están expuestos a la violencia contra la mujer reproducen conductas violentas, tanto más cuanto mayor sea el grado de exposición, pudiendo llegar a alcanzar el 78% de los menores, es decir que entre los niños expuestos a violencia el 78% reproducen conductas violentas, frente a tan sólo el 38% de los niños que no están expuestos a este tipo de situaciones, pero además el retraso escolar entre estos niños que conviven con la violencia llega a ser del
  • 23. 23 71’8%, mientras que entre los niños en ambientes pacíficos llega al 23’6%. La lectura rápida y superficial de estos hechos sumatorios nos indica que mientras que estamos empujando a estos menores a interiorizar los mecanismos violentos como una forma de resolver conflictos y alcanzar objetivos, por otra parte estamos quitándole alternativas por medio de la educación y el aprendizaje que supone una adecuada integración dentro del grupo social de su edad y una evolución armónica dentro del mismo. Todo ello nos lleva a que muchos de estos menores consoliden la violencia como instrumento y, lo que puede ser aún peor, que la normalicen en su uso o en su aceptación, por la habitualidad de su presencia y lo apropiado de su conceptualización como mecanismo. Entre los múltiples factores que influyen en las consecuencias que la violencia tiene sobre los menores, unos de manera directa, otros de forma indirecta, existen cuatro grupos: los factores individuales, el ambiente familiar, los elementos sociales y la propia dinámica de la violencia. La interacción de estos factores es la que explica por qué las consecuencias varían en cada caso, e incluso entre los diferentes menores dentro de una misma familia. La violencia de género es un continuum, el ciclo de la agresión puede acabar, pero la violencia no tiene final, siempre continúa y se prolonga de alguna manera para después volver a empezar. Acaban los insultos, los golpes, las amenazas, puede que la pareja o la relación, pero los efectos de la violencia no habrán finalizado. Las semillas dispersadas al aire en cada agresión habrán caído sobre el terreno abonado por una sociedad que esconde sus miserias bajo tierra para que en la superficie todo brille y sólo se ven los frutos cuando están maduros o cuando han caído demostrando la ley de la gravedad, pero no mira a las raíces, los tallos, a veces ni a los troncos, si sobre ellos no destaca el fruto rojo y brillante, y así menores hoy víctimas expuestas a la violencia y receptores de sus mensajes, repasarán en silencio sus lecciones para luego recitarlas al ritmo de los golpes. Es hacia ese terreno fértil donde tenemos que dirigir también la atención y las medidas para acabar con la violencia buscando su final. Por eso, como si de un ambiente insalubre se tratara debemos separar a los hijos y a las hijas de la relación con el agente causante de esa toxicidad violenta, debe ser la primera medida a adoptar para luego aplicar el tratamiento que los lleve a recuperar su salud perdida. 3.4. IMPACTO DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y SUS CONSECUENCIAS EN LA ACTITUD DE LAS VÍCTIMAS ANTE LA DENUNCIA Y EL PROCESO PENAL Las características de la violencia de género, su dinámica, el lazo de afectividad que caracteriza la relación donde se produce, el contexto socio-cultural que normaliza la presencia de esta violencia y minimiza su resultado dándole un significado que la integra dentro de las posibles conductas que se pueden producir dentro de una relación de pareja, bajo la idea de “corregir” lo que está mal, su continuidad en el tiempo, la culpabilización de las mujeres que la sufren… Todo ello hace que en lugar de existir una crítica y una demanda de Justicia, con demasiada frecuencia se respondas en sentido contrario, y que sea el silencio y la invisibilidad del hogar la que aparezca para ocultarla. Estas circunstancias tienen un impacto directo en la investigación criminal de los hechos a través de los estereotipos creados y las valoraciones que se hacen a partir de ellos por parte de las personas que forman parte de los equipos de investigación, tal y como hemos explicado, pero también a través de determinadas conductas que pueden aparecer entre las víctimas.
  • 24. 24 Estas conductas deben ser consideradas como consecuencias de la violencia, no como elaboraciones libres y voluntarias al margen de ella, por eso, ante su presencia, la investigación debe profundizar e insistir más, no abandonar la línea de trabajo como ocurre en múltiples ocasiones al argumentar que es la propia víctima la que niega lo sucedido o no tiene interés en aclararlo. Algunas de estas conductas que se presentan como consecuencia de la violencia son: - No denunciar la violencia - Creer que la violencia se limita sólo a las agresiones, y que estas son aquellas que alcanzan una intensidad importante en los golpes. Las agresiones de intensidad menor ni siquiera se consideran violencia por parte de muchas mujeres, debido a la influencia del contexto socio-cultural que normaliza la violencia de género. - Minimizar la violencia tras la denuncia y restarle importancia a esa dinámica violenta en la que vive. - No considerar que los hijos e hijas están sufriendo la violencia y que, por tanto, no son víctimas de ella. - Hablar bien del agresor, no considerándolo autor de hechos violentos, sino un hombre “con carácter”, “impulsivo”, “con mucho genio”… u otras justificaciones. - Sentirse culpable o responsable de la violencia que sufre por “provocar” o no hacer lo que el marido le dice. - El impacto psíquico de la violencia produce alteraciones psicológicas que dificultan el recuerdo y el relato de lo ocurrido, especialmente en lo referente a la historia continuada de violencia, aunque también puede influir en la descripción de los hechos que caracterizan una agresión. Esta dificultad en el relato con frecuencia es interpretada como “falta de veracidad” de los hechos y como una “denuncia falsa”, cuando en realidad es una consecuencia de la violencia y su presencia la demuestra. Entre estas alteraciones están: o Pensamiento saltígrado, caracterizado por ir de un tema a otro, y de unos detalles a otros. Muchas veces estos “saltos” se producen sobre cuestiones relacionadas con la propia violencia, pero otras, incluso, se producen entre temas de la violencia y otros de la familia o de la vida fuera de las relaciones familiares. o Dificultad para fijar los recuerdos, lo cual hace que no puedan dar determinados datos o detalles en ocasiones considerados “importantes” (fechas, lugares, presencia de testigos…), lo cual puede llevar a concluir erróneamente que se “está inventando” los hechos y que es una “denuncia falsa”, cuando en realidad no es así. o Olvidos y amnesia. En los casos más graves la dificultad para fijar los recuerdos se traduce en verdaderas amnesias más o menos amplias en tiempo. o Confusión. Todo ello genera una estado confuso en la mujer sobre lo sucedido que le genera más inseguridad y ansiedad, sobre todo cuando la investigación muestra desconfianza hacia ella o insinúa directamente que está mintiendo.
  • 25. 25 ESTÁNDAR FORMATIVO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO PARA FISCALES Y POLICÍAS Miguel Lorente Acosta UNIDAD 3. EL AGRESOR EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE LAS RELACIONES DE PAREJA OBJETIVO PRINCIPAL Conocer las características del agresor en violencia de género, la influencia del contexto socio- cultural en su actitud y conducta, y cómo estos elementos influyen en la forma de ejercer la violencia de género, tanto en las agresiones como en el comportamiento que mantiene. OBJETIVOS SECUNDARIOS - Conocer e identificar las características de los agresores de violencia de género como parte de la “normalidad”. - Identificar los mitos y prejuicios existentes sobre los agresores como referencias que tienden a ocultar el verdadero significado de la violencia de género, y la responsabilidad de los hombres que la ejercen. - Conocer algunas referencias sobre las distintas formas de ejercer la violencia y de llevar a cabo las agresiones. - Insistir en la necesidad de investigar a los agresores en los casos de violencia de género. - Conocer el procedimiento para llevar a cabo el estudio y reconocimiento del victimario en violencia de género.
  • 26. 26 UNIDAD 3. EL AGRESOR EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE LAS RELACIONES DE PAREJA Las características de la violencia de género y el propio impacto que produce el conocimiento de los casos, hace que con frecuencia se olvide las causas que dan lugar a ella, esos factores socio- culturales que hemos abordado, y al responsable de la misma ante cada una de las agresiones, el hombre que lleva a cabo la violencia. Conocer y estudiar a los agresores es una de las claves para poder investigar los casos y para aclarar todas las circunstancias que los envuelven, y al mismo tiempo, es la mejor forma de abordar los factores que envuelven los hechos y la relación de pareja donde se han producido, para de ese modo dar una respuesta adecuada a la protección de la mujer y de las personas cercanas, y a la prevención de nuevas agresiones. 4.1. CARACTERÍSTICA DE LOS AGRESORES EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE LAS RELACIONES DE PAREJA El elemento fundamental la encontramos en la propia circunstancia en la que se produce la violencia: el agresor es alguien que mantiene o ha mantenido una relación afectiva de pareja con la víctima. Sobre esta circunstancia la primera gran característica de los autores de estos hechos es que no existe ningún dato específico ni típico en la personalidad de los agresores. Se trata de un grupo heterogéneo en el que no existe un tipo único, apareciendo como elemento común el hecho de mantener o haber mantenido una relación sentimental con la víctima. Los estudios realizados en este sentido se han dirigido en diferentes direcciones y han puesto de manifiesto en la mayoría de los agresores existe una clara hipermasculinidad con adopción de las conductas y papeles relacionados con el teórico comportamiento del hombre en las relaciones interpersonales. Entre las razones y motivaciones utilizan para justificar la violencia muchos de ellos hablan de la necesidad de control o de dominar a la mujer, de sentimientos de poder frente a la mujer y la consideración de la independencia de la mujer como una pérdida de control del hombre. Con frecuencia estos hombres atribuyen las agresiones hacia sus parejas al hecho de no haber desempeñado correctamente sus obligaciones de buenas esposas. HOATLING (1989) encontró entre las respuestas de los agresores que el propósito primario de la violencia era "intimidar", "atemorizar" o "forzar a la otra persona a hacer algo". De este modo, como SONKIN y DUNPHY (1982) observaron, muchos hombres maltratan simplemente porque funciona como medio de obtener sus objetivos, lo cual supone una crítica al argumento emocional o situacional que escapa al control del agresor, también actúa como una salida segura para la frustración que pueda tener, tanto si esta proviene de dentro del hogar como si lo hace de fuera. La gratificación obtenida al establecer el control por medio de la violencia también puede reforzar a los agresores y hacerlos
  • 27. 27 persistir en esta actitud. Por lo tanto, como resumen, podemos establecer que la gratificación por el uso de la violencia frente a sus parejas (esposas o novias) puede ser debida a: 1.-Liberación de la rabia en respuesta a la percepción de un ataque a la posición de cabeza de familia o de déficit de poder. 2.-Neutralización temporal de los intereses sobre dependencia o vulnerabilidad. 3.-Mantener la dominación sobre la compañera o sobre la situación. 4.- Alcanzar la posición social positiva que tal dominación le permite. No se han encontrado diferencias significativas en relación a la edad, nivel social, educación,... Sí se ha hallado una mayor incidencia de conductas antisociales en estos hombres, pero sin que se haya determinado de forma consistente un patrón psicopatológico en los individuos que agreden a su pareja. A pesar de estos resultados, generalmente basados en muestras relacionadas con episodios de maltrato en el medio familiar, debemos tener en cuenta que la mayoría de estos agresores no se encuentran envueltos o relacionados en hechos criminales o disturbios públicos. Estos casos caracterizados por una gran violencia al ser más conocidos y llamativos producen una especie de efecto umbral sobre la sociedad que identifica el maltrato con ellos, minimizando los restantes. Como hemos visto no existe, pues, una característica clara en la personalidad de los agresores estudiados, haciendo hincapié en la heterogeneidad de este grupo de individuos. Esto ha hecho que se estudien algunos factores o circunstancias que han favorecido la adopción de esa peculiar forma de conducta violenta. 4.2. ¿PERFILES O FORMAS DE LLEVAR A CABO LAS AGRESIONES? Tal y como apuntábamos con anterioridad, si hay algo que caracteriza al agresor es precisamente lo que no contribuye a su caracterización, aquello que permanece oculto y ha sido ocultado por las mismas razones que se ha permitido y posibilitado actuar de forma violenta contra la mujer para conseguir su control y sometimiento. No se trata, por tanto, de un desconocimiento sino de un ocultamiento, en el sentido de que han sido los propios mecanismos sociales y culturales los que por medio de la negación, justificación, minimización,... en definitiva de la normalización de la conducta violenta, los que han contribuido a que, todavía en la actualidad, la mayoría de los casos permanezcan retenidos en el zulo del hogar y cubiertos por toda una serie de valores, normas y creencias socio-culturales que no dejan ver la verdadera expresión de la violencia de género. Los perfiles del agresor han actuado como amortiguador de todos los intentos de afrontar la situación en su realidad y como pantallas que han ocultado las manifestaciones de este tipo de conductas. Y cuanto más se destacan unos determinados perfiles, menos contribuyen a la identificación y definición del problema, no tanto porque no estén aportando una información que en su justa medida viene a poner algo de luz a este siempre oscurecido problema, sino porque lo que más hacen es ocultar el resto de características del agresor y de problema, y contribuir a esa imagen tópica que se presenta y representa del agresor.
  • 28. 28 Ahora bien, la inexistencia de características particulares en los agresores como causa de esa conducta violenta, y la presencia de unos elementos comunes en todos ellos como elementos esenciales de ese papel que representa el agresor, unido a las diferencias, a veces muy significativas, entre las distintas formas de agresión y en las diferentes maneras de llevar a cabo un mismo tipo de agresión, no significa que no existan matices o peculiaridades o características que diferencian a unos agresores de otros. Pero estos elementos que llevan a diferentes formas de comportamiento, al contrario de lo que en ocasiones trata de presentarse, no parten de alteraciones psicológicas en forma de trastornos de la personalidad o patologías que dan lugar a un determinado tipo de agresor. Se trata más bien de formas de agresión en las que se ven relacionadas las características de la personalidad del agresor con la asunción de determinados valores, roles y estatus, en los cuales influyen de manera significativa su historia psicobiográfica, el contexto socio-cultural específico en el que se encuentran el agresor y la víctima y la percepción que las consecuencias de su conducta tienen en sentido instrumental, tanto positivas(consecución de poder y control) como negativas (consecuencias de la denuncia, trascendencia de los hechos, valoración social ante los mismos,...), así como los factores circunstanciales que puedan presentarse en un determinado momento, que con frecuencia son muy similares al estar refiriéndonos a una relación de pareja con una dinámica relativamente estable y que se desarrolla habitualmente dentro de unos mismos patrones. En el caso de los maltratadores, todos necesitan el control de la mujer, pero cada uno de ellos lo hace por diferentes motivos, percibiendo unas circunstancias distintas y justificando su conducta de forma que se pueda integrar en el conjunto de elementos apuntados. Es por eso que las formas de llevar a cabo la agresión serán también distintas. Por esta razón no se trata de una situación rígida como muchas veces se quiere presentar, el agresor no viene condicionado a actuar de esa forma violenta, ni el contexto con todas sus normas androcéntricas de discriminación y desigualdad y búsqueda de poder empuja al hombre a comportarse de esa forma. El agresor y la agresión a la mujer han dado muestras de ser y tener una conducta perfectamente definida y destinada a la consecución de un objetivo concreto, es por eso que se aprecia cómo el agresor en todo momento es consciente de lo que está haciendo, sabe por qué lo hace y para qué lo lleva a cabo, y en cualquier instante mantiene un control de la situación, tanto para saber cuándo debe ejercer la violencia física o psíquica, como para decidir no hacerlo, y para dirigir los golpes a determinadas zonas y para diseñar una estrategia eficaz tras la agresión con vistas a reforzar lo conseguido por medio de la violencia y evitar que se produzcan consecuencias negativas sobre él si es denunciado, al tiempo de guardar un poco de sangre fría para responsabilizar a la mujer de lo ocurrido. No se trata, por tanto, de ese cliché o papel del que no se puede salir, sino que a pesar de que se describen diferentes formas de agresión con las características que presentan la mayoría de los agresores que las reproducen, estas conductas violentas pueden ser reproducidas por agresores muy diferentes cuando otros elementos (habitualmente los sociales o circunstanciales) le hagan entender la conveniencia de actuar de esa forma y no de otra. Por dicha razón, el agresor, en muchos casos, necesita un tiempo para encontrar lo que podríamos considerar “su forma de agredir”, aquella en la que él percibe que el equilibrio de efectividad, eficacia y seguridad se ha alcanzado. Por eso no es extraño ver cómo, sobre todo en las fases iniciales, que coinciden con un mayor componente compulsivo, va modificando su estrategia y forma de agredir hasta sentirse seguro, por lo que su actitud y respuesta ante las agresiones también son diferentes, pasando de
  • 29. 29 una mayor ansiedad y descontrol a una mayor tranquilidad y control sobre su conducta y sobre la situación como consecuencia del aprendizaje. No se trata de formas de agresión excluyentes. Aunque un agresor lleva a cabo sus agresiones y ejerza la violencia de una manera característica y de una forma que predomina sobre las demás, no significa que no pueda llevar a cabo otras formas de agresión, aunque estas aparezcan en circunstancias que se apartan de las habituales en que se desarrollan la mayoría de los ataques. Son precisamente esos factores ajenos a la personalidad del individuo los que más pueden moldear una conducta previamente modelada por su psiquismo, pero siempre sobre un material lo suficientemente blando y maleable como para adaptarlo a determinadas circunstancias y cambiarlo para conseguir una efectividad ante situaciones cambiantes. Es precisamente esta característica de cambio propia de la situación de violencia, con el aumento de la intensidad en las agresiones, la modificación en la percepción del agresor sobre la mujer y sobre la propia violencia, y las reacciones adaptativas que sufre y desarrolla la mujer, la que hace que el agresor vaya cambiando. Ello no significa que las circunstancias mandan sobre la voluntad del agresor. Conviene insistir en estos aspectos, puesto que son los más fácilmente esgrimidos como elementos que demuestran la irresponsabilidad del agresor, su falta de control, la precipitación por factores externos o por un desbordamiento de las emociones... y tantos otros elementos que justifican y minimizan la agresión, no son factores de la improvisación y la espontaneidad, sino de la adaptación en busca de la mayor eficacia. El verdadero significado de la variabilidad de la conducta predominante, aunque lo sea por las circunstancias, teniendo en cuenta el contexto general en el que se produce y los objetivos y motivaciones que persigue, está en el control de la situación por parte del agresor y cómo es capaz de supeditar todo a su objetivo. Este punto a medio y largo plazo hace que el “corto plazo” pueda ser modificado en pos de su consecución. Ninguna conducta violenta por muy intensos que fueran los golpes ni por mucho miedo que indujera en la víctima sería efectiva, ni ninguna agresión sería eficaz para conseguir el control si siempre y sólo se desencadenara por los mismos motivos y ante las mismas circunstancias. Esta estrategia cambiante en cuanto a la forma de manifestarse e inconstante y aleatoria en cuanto a los precipitantes, anulan completamente a la mujer en su intento de sobrellevar la situación por medio de la adopción de una conducta tendente a evitar un nuevo conflicto que desembocará en una nueva agresión. La mujer está completamente desorientada, y así lo manifiesta, no tiene referentes válidos para saber cuándo, cómo y por qué sufrirán el nuevo ataque, lo cual le hace vivir en un estado de alerta permanente que aumenta la ansiedad, todo lo cual contribuye al deterioro psicológico. El agresor percibe esa situación, ve a la mujer nerviosa, asustada, vulnerable, sumisa, e interioriza la eficacia de su comportamiento y comienza a flexibilizar la rigidez de un perfil basado exclusivamente en lo psicológico para convertirlo en un auténtico perfil camaleónico, capaz de camuflarse como un buen marido y padre ante cualquier circunstancia con tal de mantener la eficacia en la consecución de sus objetivos. No hay perfiles de agresores en cuanto a que la violencia no parte de determinadas personas ni de rasgos de personalidad o características psicológicas, pero sí formas de llevar a cabo las agresiones
  • 30. 30 y de ejercer la violencia que nos permiten agruparlas en diferentes grupos alrededor del protagonista de las acciones violentas (“El Rompecabezas”, M. Lorente -2004-). Estas formas serían las realizadas por los siguientes agresores: 1. EL ROMPECABEZAS - Parte de la posición de inferioridad de la mujer, no tanto de la superioridad suya - Responsabiliza a la mujer ante hechos puntuales (discusiones o conflictos). No ante la situación general que viven. - Busca CORREGIR en busca de un bien mayor centrado en la familia - Agresión en momentos en los que percibe que la relación está más fuerte - Busca un control objetivo, pero bajo interpretación subjetiva, de manera que siempre encontrará un motivo para llevar a cabo una nueva agresión. - Violencia inmotivada - No arrepentimiento, sólo la escenificación del mismo - Narcisismo (orientado hacia el ambiente familiar) - Cada vez agraden más por menos 2. EL QUEBRANTAHUESOS - Irritabilidad e impulsividad (afectivas) - Inseguros con cierta falta de autoconfianza, lo cual los llevan a buscar apoyos (la mujer es el principal) - Cambios bruscos - Todo lo que dan lo hacen a cambio de algo, y creen que dan mucho, luego exigen más - VIOLENCIA: Impulsividad en el inicio y extraordinaria intensidad. Labilidad al final, lo cual lleva a la “luna de miel”, también intensa - Rabia e ira - No hace una valoración crítica de sus múltiples agresiones, más bien se produce una habituación a la violencia, que cada día es más justificada - Conflictos externos también por la desconfianza (laborales, vecinales, relacionales,…) 3. PSÍQUICO. EL MANDO A DISTANCIA - Efectividad de la violencia contra la mujer por la dispersión de los casos y la fragmentación de las circunstancias. Todo ello lleva a la invisibilidad y esta a la inexistencia (la cual se refuerza como tal ante los casos graves, que son los que se ven) - Objetivo fundamental: Control psicológico - Rígido, perfección, orden, control (no le gusta la improvisación, aunque haya dado resultados positivos) - Relación de pareja debe estar en orden, según su criterio - Rasgos obsesivos - El orden lo interpreta como tranquilidad por un doble mecanismo: - Uniformidad de criterios
  • 31. 31 - Ver que se cumple su criterio -Control de todo, hasta de los detalles más mínimos - El mando a distancia confunde: - Lo invisible con lo inexistente - El amor con la sumisión - La ternura con la felicitación - El orden impuesto con la paz familiar 4. CONTROLADOR DE LO NORMAL - “Lo contrario al maltratador”: Considerado con la mujer, incluso busca el reconocimiento público de ella, siempre que lo haga bajo ciertos criterios - La mujer es un “apéndice” - Cumplimiento rígido de roles desiguales, no tanto el control impuesto - Adaptado e integrado socialmente - Nivel socio-cultural más elevado - Narcisismo orientado hacia el exterior - Egocentrismo - Orden (primero) después imposición de normas y pautas a mujer e hijos - No hay una estrategia de violencia específica (ni física ni psíquica), es un control exhaustivo de las normas - Al final la situación se torna insostenible y él se vuelve más expeditivo: - Control económico y crítica a los gastos (daño psíquico) - Interpretación referencial: La mujer lo hace mal a conciencia, lo cual lo lleva a la violencia física y psíquica - Las normas y los valores sociales como control de lo normal se convierten así en el control como norma, lo cual lleva al “sobrecontrol” - Donal G. Dutton habla de dos tipos de sobrecontrol: - Activo: Como mecanismo asertivo. Son meticulosos, perfeccionistas,… - Pasivo: Parecido al agresor psicológico. Ataca más a la mujer - Ambos buscan la DOMINACIÓN-SUMISIÓN en lugar de la superioridad-control - Negación de las fuentes de afectividad y ataque a las fuentes de apoyo, lo cual unido a los ataques puntuales da lugar a la Sumisión, que las convierte en Esclavas psicológicas, y de ahí a la identificación con el agresor - Agresiones físicas explosivas ante conflictos mínimos, cuando la situación se ha desestabilizado. Se produce por cuestionamiento de la imagen pública - HOMICIDIO-SUICIDIO 5. AGRESOR CÍCLICO - Dualidad omnipresente: Cubismo psicológico - Duplicación del ego (Robert Lay Lifton): Conductas distintas en contextos diferentes con sus referencias. Todo ello para evitar la culpa - El Quebrantahuesos: actúa por voluntad (inmotivada), pasa a la acción por decisión propia
  • 32. 32 - Cíclico: Necesita una situación precipitante (la externas suele ser la frustración). Esa situación suele estar en relación con el cambio de contexto, lo cual no significa pasar a la acción de manera inmediata. - Inestabilidad en las relaciones interpersonales y en la afectividad - Cambios bruscos, lo cual los lleva a la inestabilidad, lo cual los hace cerrarse más sobre sí mismos, y ello lleva a ejercer más control - Agresiones verbales sarcásticas e hirientes, debido a que controla la situación en cada contexto. -Gran intensidad en cada una de las fases del ciclo de violencia, tanto en las agresiones como en la luna de miel - La relación significa una unión para perdurar, por lo que lo que no dura es superado por la propia relación, de ahí que los cambios bruscos sean considerados como algo ajeno a la relación. 6. DESALMADOS Y ARMADOS - Solitarios e individualistas - Buscan su propio beneficio - Agresivos, irritables y violentos: Peleas fuera de la relación - Impulsividad - Predilección por vivir el momento presente - Modo de actuar más lento y placentero (se deleita) - Familia como plataforma utilitarista de su status y economía (recurre a la familia para obtener privilegios dentro y fuera) - Claves para iniciar la relación: - Carisma y liderazgo (superioridad, autosuficiencia, independencia, confianza,… y desconexión de los límites y restricciones) - Perversión para utilizar todo y a todos - Elige a la mujer vulnerable, a partir de ese momento la mujer sufre - Controla a la mujer con el poder y la seducción - Ejerce una gran intimidación (situaciones de riesgo y amenazas para él y la familia) - No quiere ser controlado, y la situación hace que la mujer no pare de pedirle que cambie de actitud, lo cual lo lleva a ser más violento - Agresiones difíciles de predecir, pues en ocasiones se deben a motivos insignificantes y en otras aguanten mucho. - Estallan de forma progresiva para deleitarse - Violencia terriblemente eficaz por su frialdad y falta de empatía. Mantiene control en los momentos álgidos. REACTIVOS VAGALES (10%) - Tras la agresión: olvido y minimización, lo cual junto al halo de desvalido por la falta de empatía y de compromiso hace que se entregue más la mujer. - A todo lo anterior hay que unir el terror que se produce ante la experiencia de la convivencia con él. 4.3. MITOS Y PREJUICIOS SOBRE LOS AGRESORES EN VIOLENCIA DE GÉNERO
  • 33. 33 Una primera aproximación a la figura del maltratador debe servirnos para romper muchos de los mitos que se han levantado sobre ella, más que para proporcionarnos elementos que lo caractericen. Si hay algo que define al agresor es su normalidad, hasta el punto de que su perfil podría quedar resumido de forma gráfica en los siguientes tres elementos: hombre, varón, de sexo masculino. Su perfil es que “no hay perfil”, tal y como hemos explicado: hay diferentes formas de ejercer la violencia, pero no achacable a elementos de su personalidad. La normalidad social y conductual que caracteriza al victimario en violencia de género sólo se modifica cuando el caso es denunciado, pero hasta ese momento todos lo consideran como una persona dentro de la normalidad por dos circunstancias fundamentales: porque se acepta que el hombre pueda utilizar la violencia sobre la mujer para corregirla y establecer su criterio en la relación, y porque dicha agresión se produce en el hogar, es decir, en el ámbito privado, quedando como un tema de pareja en el que nadie puede ni debe entrometerse. Cuando alguno de estas circunstancias no se cumple, bien porque la agresión se produce fuera del hogar o porque ciertos elementos hagan pensar que las agresiones se están extralimitando en esa capacidad correctora o de control, es cuando la sociedad, y no siempre, empieza a poner reparos. Pero lo curioso es que hasta ese momento, cuando de alguna forma se recoge la opinión sobre el agresor, los vecinos y personas cercanas lo definen como “normal y simpático”, “muy trabajador”, “siempre pendiente de su familia”, “un buen padre”, “un buen vecino”,... sólo de forma ocasional se oyen comentarios que hacen referencia a que de vez en cuando se oían gritos, ruidos o peleas, que, en todo caso, son consideradas como “lo normal dentro del matrimonio”. Esa doble cara, ese doble comportamiento, esas nubes en el hogar y esos claros fuera de él, son el reflejo de la doble moral y de la diferente percepción y valoración que existe en la sociedad respecto a lo que afecta al hombre y lo que lo hace a la mujer, y consecuencia directa de esa sociedad de primera para hombres y de segunda para las mujeres. Pero ¿qué es lo que ve la sociedad para no ver la realidad de la agresión a la mujer?. Pues justo lo que quiere ver, no lo que realmente observa, por eso se produce una especie de selección de estímulos y sólo se retienen aquellos que no afectan al orden general establecido y representado en nuestro “micro-orden” particular, que justifica y minimiza lo que podría producir un conflicto. Es por eso que la mayoría de los agresores desarrollan habilidades especiales a la hora de relacionarse con otras personas fuera del hogar. Son personas afables que intentan ganarse la confianza y el respeto de los demás, incluso tratando en ocasiones a la mujer de manera exquisita cuando se les ve en público, buscando la integración social en el terreno que le interesa a la sociedad, el público, y manifestando la verdadera consideración que tiene a la mujer en el seno del hogar o ante determinadas circunstancias. Sabe que será su mejor coartada y el argumento más rotundo a su favor en caso de que el caso trascienda a lo público. Este mecanismo no es gratuito ni casual, resulta fundamental para que las cosas sean como son. Si no existiera un mecanismo capaz de socializar a hombres y mujeres bajo estos patrones de conducta y con estos criterios androcéntricos, la agresión a la mujer no podría haber perdurado en el tiempo. Pero al continuar en esa línea, lo que estamos enseñando a niños y niñas para el futuro es que aprendan a