1. Fundación Pensar – Roberto Starke
Marzo de 2008
Thinks Tanks: entre la ONG y el comité.
Para aquellos que nos dedicamos a escudriñar en el mundo de lo público, los así llamados
think tanks son advertidos como agentes de un modo de ver y percibir la política, percepción
que, por lo general, está distante de lo que se suele considerar una mirada neutral y aséptica de
la realidad. El público que conoce la tarea o el rol de los think tanks es muy escaso, y los
receptores que se ven influenciados en el debate público por los productos de estos
laboratorios conforman una suerte de elite limitada y circunscripta.
Como vemos estamos ante una forma novedosa de organizar la actividad intelectual, que ha
ganado espacio en la sociedad porque de algún modo extienden el conocimiento y lo hacen
más accesible a otras audiencias no académicas.
Hablamos de “escuelas” en el mejor sentido de la palabra: grupos de personas que comparten
premisas filosóficas y las llevan hasta su máxima expresión en la investigación empírica, con
argumentos persuasivos que permiten profundizar en la realidad, y ofrecerle su visión a la
comunidad en general y a los políticos en particular.
Por supuesto, esto implica que los think tanks no son políticamente correctos. No dicen lo que
la gente quiere escuchar sino lo que los estudiosos le hacen llegar a los políticos y decisores en
términos de interpretación de un problema y sus potenciales respuestas. El político, hombre de
acción más que erudito, suele ser acosado por las circunstancias, lo cuál necesariamente lo
lleva a adoptar respuestas rápidas y efectivas.
En contraste con los partisanos de la política y los ideólogos (ambos perfiles hoy despreciados
pero a mi modo de ver muy necesarios y estimulantes en el mundo de la política) los think
tanks en general alientan la competencia de otras escuelas y organizaciones de pensamiento,
porque de esa manera estimulan la discusión y permiten poner en el tapete los temas que
preocupan a la opinión pública. Resulta perentorio, entonces, trabajar en cuestiones duras y
cultivar la fertilidad de los desacuerdos en temas que van desde la bioética hasta la seguridad
ciudadana. Sin excepción.
Lo abstracto y lo pragmático
Está claro que los think tanks se diferencian del trabajo universitario y académico. Las tareas
que realizan, sus contenidos y productos nunca intentan disfrazar sus afinidades políticas. Lo
contrario suele suceder en el ambiente universitario, donde los profesores transmitimos
nuestros contenidos ideológicos, aunque en muchas oportunidades los hacemos pasar por
sesudas conclusiones académicas.
El rol de los think tanks se ha vuelto muy productivo. Sus aportes son de una enorme ventaja
cuando trabajan en problemas prácticos y no se atascan en principios ideológicos. Trabajar en
comunidades abiertas alienta la consulta, cierto descaro en la presentación de las ideas y sobre
todo claridad en los papeles que se escriben y difunden. Esto representa un saludable mensaje
al academicismo que suele impregnar a muchos de nuestros intelectuales, quienes creen que,
escribiendo difícil, logran llegar a tocar con sus manos los límites del Olimpo.
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Marzo de 2008
Hoy en día el intelectual solitario y genio loco que sobrevive en su biblioteca es una figura
romántica, casi una rareza. El progreso intelectual y el continuo avance de las artes y las
ciencias requiere la concentración de ideas en lugares y en el tiempo. De ahí la importancia de
las universidades y, a otro nivel, de los think tanks.
A su vez, estas usinas de ideas, como se las suele conocer en estas latitudes, albergan entre sus
filas hombres y mujeres de diverso origen social que suelen convivir en un ambiente de
discusión sana, respetuosa y edificante. Muchos de los hombres que han pasado por este tipo
de instituciones son más intelectuales que políticos, aunque tienen y cultivan una mayor
sensibilidad política que la mayoría de sus colegas académicos. Pero, claro está, ninguno es un
político y ahí radica su riqueza: observan el mundo desde una perspectiva más acorde al largo
plazo y menos condicionada por la coyuntura.
En general, los profesionales que participan en las usinas de ideas, son analistas y
observadores que les gusta e interesa la política pero temen practicarla en forma abierta.
¿Señal de cobardía, prudencia o sabiduría? ¿Una mezcla de todas ellas? Creo que estos
interrogantes son en sí material para otro paper. Al margen de las preguntas, esta condición es
la que les permite a los miembros de las usinas de ideas constituirse en elementos funcionales
a los políticos que se nutren de estas organizaciones y, de paso, tranquilizan sus conciencias.
Otra de las diferencias que salen a la luz entre la actividad de los think tanks y la dinámica
propia de los claustros de enseñanza reside en el campo de lo operativo. Los think tanks
promueven productos con una ansiedad que pondría nervioso a más de un académico
universitario. Escriben para todos, no para una minoría, y esta combinación de velocidad en el
producto y facilidad en su lectura hace que los resultados sean observados con desconfianza
por los académicos. Es natural, dado que no guardan la rigurosidad de lo científico.
Sin embargo, se acercan bastante y resultan efectivos para lo que fueron creados: lograr
resultados en lo comunicacional (fijar agenda), constituirse en una herramienta de trabajo
coyuntural, y contar con material para un discurso estructurado. Pedir más sería inapropiado y
poco útil.
Muchos intelectuales toman distancia de estas iniciativas, otros en cambio están dispuestos a
flexibilizar sus posturas y compartir un sistema de ideas. Los intelectuales puros, insisto, se
enamoran de su autonomía. Pero son seres solitarios, ajenos a un mundo en que la política es
suma y organización. Esa autonomía les permite disentir y ejercer la crítica, incluso
equivocarse y volver a plantear el problema para buscar nuevas alternativas. Esto tiene poco
que ver con el mundo de los think tanks que, aunque exigen imaginación y rigurosidad, están
necesariamente atados a la coyuntura y a los proyectos políticos que se despliegan en las
sociedades donde desempeñan su actividad.
Este perfil político de los think tanks genera controversia, especialmente en aquellos que no les
gusta embanderarse. Pues bien: en la vida la opción y la elección son fundamentales.
Podemos dudar un tiempo, pero no todo el tiempo sobre todo. Los think tanks están para dudar
sobre ciertas cuestiones, pero alternativamente deben dar respuestas o por lo menos indicar un
camino.
Por lo tanto, ¿qué puede hacer crecer un think tank y darle entidad política e institucional? Si
bien hoy cualquier profesor de universidad es capaz de difundir vía correo electrónico su
último trabajo académico a docenas de diarios y revistas, y también inundar la blogsfera de
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escritos, me parece que parte de la respuesta está en el producto y su grado de efectividad en la
discusión pública a través de la especialización en distintas áreas. Este método ha probado ser
muy eficaz y productivo. Lo es también el poder expresarse con un lenguaje claro y atrayente.
Se trata de dar contenido y herramientas concretas a los políticos y funcionarios que intentan
brindar una imagen de eficiencia frente a la enorme cantidad de problemas y demandas que se
le presentan a diario.
Pero hay otra razón: la crítica, la oposición y la duda es lo que más atrae a los intelectuales. Y
es natural que así sea. El espíritu es creador, vive de preguntas, es crítico. El poder político en
cambio, esta relacionado con la fuerza que combina, afirma, busca la aprobación y el aplauso.
Las ideas y la fuerza suelen hacer cortocircuito. Los think tanks suelen vivir esta
contradicción. ¿La resuelven? Sus miembros saben que pertenecen a un proyecto político y
hasta un proyecto de poder. Saben también que deben engrosar con ideas e iniciativas un
modelo de nación que suele estar lejos de lo ideal y cerca de lo concreto. Esta zona gris, lejos
del blanco y el negro, difícil de aceptar para gran parte del público, tiene que ser previamente
aceptada y absorbida por los componentes de un think tank.
Estamos ante organizaciones que se levantan para atizar la discusión y proveer de nuevas y
desafiantes ideas. El darle otra vuelta de rosca a la realidad que estudian y no quedarse en el
simple “amén”, es parte del leit motiv de estos laboratorios. Por lo tanto a no pensar que
cuando los políticos “amigos” llegan al poder la organización sólo va a aplaudir lo que se hace
y a legitimar intelectualmente lo que se quiere hacer.
He aquí la diferencia con las Organizaciones No Gubernamentales, estructuras que en los
últimos años han enriquecido la sociedad civil y que sirven para abordar la realidad desde lo
técnico tratando de no alinearse políticamente. ¿Acaso lo consiguen? Sólo en algunos casos,
ya que el abordar la realidad y hacerlo desde determinado punto de vista suele sesgar cualquier
análisis. Sin embargo, son organizaciones que incorporan matices a la discusión pública.
Los think tanks son estructuras que tiene un alineamiento ideológico y político. La sola idea de
traducir el concepto think tank, nos habla de algo agresivo, que en lugar de vomitar metralla,
dispara ideas. Es un avance y es también una definición: no se trata de solo participar en la
discusión pública, se trata de hacerlo desde las ideas con el fin de influenciar y golpear en la
agenda pública.
En síntesis: no se trata de ONGs interesadas en el bien común, o en participar de la discusión
de políticas públicas, sino de organizaciones vinculadas al poder ya sea oficial u opositor que
tiene el propósito de competir e imponer una forma de observar la realidad. Aunque el nivel de
compromiso político sea mayor en algunas organizaciones que en otras, lo inevitable es que
todas, absolutamente todas, -aun aquellas que proclaman su apartidismo y neutralidad político-
ideológica- hacen política. Su sola existencia, razón de ser y publicidad de tareas no es, de
ningún modo, inocente.
Conclusión
Las ideas aquí presentadas sirven para discutir el rol de estas organizaciones y plantear un
desafío: su sola existencia habla a los gritos de la vigencia y fuerza de la acción política. Habla
también del alineamiento con algunos valores y el disenso con otros. Habla de la carencia de
ideas de muchos protagonistas de la política, pero también del rigor al que están sometidos,
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por la velocidad de los acontecimientos y los retos a los que están sometidos en este mundo
hiperinformado donde su capacidad de reacción y respuesta es cada vez más limitada.
El propósito de estas líneas no es desplazar a las ONGs ni invalidar su tarea. Estas últimas
tiene nada más y nada menos que el rol de revitalizar la sociedad civil y darle canales de
participación a mucha gente que hoy quiere ver sus iniciativas reflejadas en el escenario de lo
concreto.
Sólo busca subrayar que los think tanks son en esencia político e ideológicos: conservadores,
socialistas, progresistas o liberales; un poco más a la derecha o un poco más a la izquierda;
defensores, en fin, de proyectos políticos con nombres y apellidos.
Nacidos como proveedores de información y contenido, los think tanks ya son protagonistas
activos en la construcción de una agenda política, abasteciendo de “juicios” a viejas y nuevas
estructuras partidarias. Desestimar esta realidad significa ignorar un escenario que, aunque
todavía no posea un desarrollo significativo en países como la Argentina, se postula para ser la
realidad de la arena política en las próximas décadas.
Marzo 2008.