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1
José Luis Valls
Diccionario
de
psicoanálisis
Aclaración: Al final de casi todas las entradas el lector
encontrará [José Luis Valls, Diccionario freudiano] porque
unas pocas no fueron escritas por este psicoanalista
argentino. Al comienzo [freud.] quiere recordar que el Dr.
Valls se propuso escribir un diccionario "freudiano" y no
"de psicoanálisis", como lo llamamos en esta edición, con
una expresión más popular. Ricardo Bruno
brunoricardo@ciudad.com.ar
2
abasia (astasia‐abasia)
[freud.] Tipo de afección característico de la histeria de conversión*, aunque
también se lo encuentre en algunos trastornos neurológicos. Consiste en una
fuerte dificultad de caminar, la que puede llegar hasta la imposibilidad
absoluta, sin tener el paciente parálisis en los miembros inferiores y
pudiendo realizar con éstos otro tipo de movimientos correctamente. Es el
síntoma* predominante de Elisabeth von R.*, una de las pacientes más
famosas de la primera época de Freud. "[La señorita Elisabeth von R.]
padecía de dolores en las piernas y caminaba mal [...] Caminaba con la parte
superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero sin apoyo; su andar no
respondía a ninguna de las maneras de hacerlo conocidas por la patología, y
por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Sólo que ella se quejaba
de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido
al hacerlo y al estar de pie; al poco rato buscaba una postura de reposo en
que los dolores eran menores, pero en modo alguno estaban ausentes. El
dolor era de naturaleza imprecisa; uno podía sacar tal vez en limpio: era una
fatiga dolorosa. Una zona bastante grande, mal deslindada, de la cara
anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de
donde ellos partían con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima
intensidad. Empero, la piel y la musculatura eran ahí particularmente
sensibles a la presión y el pellizco; la punción con agujas se recibía de
manera más bien indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los
músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el ámbito de
ambas piernas. Quizá los músculos eran más sensibles que la piel al dolor;
inequívocamente, las dos clases de sensibilidad dolorosa se encontraban
más acusadas en los muslos. No podía decirse que la fuerza motriz de las
piernas fuera escasa; los reflejos eran de mediana intensidad, y faltaba
cualquier otro síntoma, de suerte que no se ofrecía ningún asidero para
suponer una afección orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado
poco a poco desde hacía dos años, y era de intensidad variable" (1893a, A. E.
2:. 151‐2). En el historial de "Elisabeth von R." Freud logró hacer una
reconstrucción bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de la
conversión histérica correspondientes a su parte asociativa, vinculándolos
con distintos momentos en que a través de éstas, las zonas histerógenas*, se
habían concretado cierto tipo de vínculos con el marido de su hermana,
todos los que participaban a su vez de una fantasía global incestuosa en el
vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis expresaba,
simbólicamente, el giro lingüístico de "No avanzar un paso" (A. E. 2:188).
3
Durante el tratamiento la cura del síntoma histérico se va produciendo a
medida que vuelven a la memoria consciente todos estos hechos
traumáticos cargados de momentos de hiperexcitación libidinal; como
pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El significado del
síntoma va entonces pasando al proceso secundario*, y se puede así
expresar ahora el deseo* con palabras y descargarlo por abreacción*. No se
necesita más, por lo tanto, de la expresión corporal sintomática. El
significado del síntoma tiene aquí entonces dos vertientes: como símbolo
mnémico* de los sucesos que produjeron la excitación o las contigüidades
de ellos, dejando hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La otra
está en su globalidad impidiendo la acción, como contrainvestidura* del
deseo* incestuoso, del que es un retoño el amor al cuñado. A este último
corresponde esencialmente la astasia‐abasia que es un trastorno motriz
contrario al deseo reprimido. Sería una metáfora cuya significación es la
contraria a la satisfacción del deseo, a favor de la represión defensiva yoica.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
abreacción
[freud.] Mecanismo principal de la cura de la psicoterapia propuesto por
Breuer y Freud en la "Comunicación preliminar", de Sobre el mecanismo
psíquico de fenómenos histéricos (1893a). La cura consistía básicamente en
la expresión en palabras del suceso traumático reprimido, acompañada de la
liberación del afecto* retenido en oportunidad del trauma*, ambas cosas no
recordables en la vida normal de vigilia. Para la revivencia, la técnica más
utilizada era la hipnosis. "[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían
enseguida y sin retornar cuando se conseguía despertar con plena
luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo
tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese
proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el
afecto" (A. E. 2:32). La abreacción consistía en la descarga del afecto
retenido junto a la representación* responsable de él, la que había sido
separada, al formarse el síntoma*, de la consciencia* a una "consciencia
segunda". Se la retornaba de ésta por medio de la hipnosis. Al ser entonces
recordada y hablada la escena traumática, se "abreaccionaba" el afecto
correspondiente que no había sido descargado en su momento, por
diferentes causas. Derivado el afecto, la escena traumática perdía su valor
patógeno, pasando a ser idéntico al de una representación cualquiera, y
cesando por lo tanto el síntoma. Definiríamos, entonces, la abreacción como
una descarga afectiva actual, producida durante la cura, del afecto
correspondiente a un trauma psíquico de otrora, que no se descargó en
4
aquel momento, quedando, mientras tanto, en una consciencia segunda
alejada del comercio asociativo y generando, desde ahí síntomas y ataques
histéricos*. El esquema básico, a pesar de estar principalmente centrad en la
revivencia con descarga afectiva y el recuerdo* de la escena traumática, y no
en la reelaboración* de ella, y de no tener todavía claridad conceptual el
concepto de inconsciente* más que merced a lo que aquí llama "consciencia
segunda", es muy similar al luego trabajado por Freud en la primera tópica e
incluso en la segunda. Se cumplen, en gran parte, reglas psicoanalíticas
importantes como el hacer consciente lo inconsciente (aquí "consciencia
segunda") y rellenar ciertas lagunas mnémicas. El centro de la escena lo
ocupa el alivio sintomático, lugar de que fue desplazado* con el tiempo,
quizá en demasía, volviéndose importante su recuerdo actualmente, en una
nueva "vuelta de tuerca", para darle el lugar que le corresponde en el
mecanismo de la cura. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
acción específica (o acorde a un fin)
[freud.] Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo exterior al que
altera en algo. Merced a ella produce una descarga duradera en la fuente de
la pulsión*. Se contrapone, en ese sentido, a la "alteración interna"*
(expresión de emociones) y a la satisfacción alucinatoria de deseos*, las que,
justamente, no producen descarga en la fuente pulsional. Freud la mencionó
en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los
sueños (1899‐1900), pero está implícita en muchos de sus otros trabajos,
desde el texto sobre "la neurosis de angustia" (1894‐1895), pasando por La
represión (1915), hasta El malestar en la cultura (1929‐1930). Por ejemplo,
en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) dice que la fisiología "[...] nos ha
proporcionado el concepto de estímulo y el esquema del reflejo, de acuerdo
con el cual un estímulo aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa) desde
afuera es descargado hacia afuera mediante una acción. Esta acción es
"acorde al fin", por el hecho de que sustrae a la sustancia estimulada de la
influencia del estímulo, la aleja del radio en que éste opera". Renglones más
abajo dice que "la pulsión sería un estímulo para lo psíquico [...] el estímulo
pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio
organismo", además de que "no actúa como una fuerza de choque
momentánea, sino siempre como una fuerza constante". [ ... ] "Será mejor
que llamemos ‘necesidad’ al estímulo pulsional; lo que cancela esta
necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede alcanzarse mediante una
modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior de
estímulo" (1915, A. E. 14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser
el fin del arco que comienza en el polo perceptual* del modo de una
5
sensación displacentera que se expresa como afecto* (alteración interna,
expresión de emociones, llanto, inervación vascular) y que se dirige a través
del aparato psíquico* luego, ligándose con las representaciones* que
conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el polo motor* y
disminuirá, entonces, la sensación de tensión que se había producido al
entrar el estímulo en el aparato psíquico. El concepto de acción específica,
referido originalmente a la pulsión de autoconservación*, se complejiza
muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues es en los avatares de ésta
donde existe básicamente el conflicto generador de las escisiones y
enfrentamientos entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más
si agregamos la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el exterior del sujeto
a través del aparato muscular, o sea pulsión de destrucción*. Incluso la
reintroducción de ésta vuelta contra el yo* desde el superyó*, o la que
queda flotando desde un principio en el aparato psíquico como
masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la acción en que
debe culminar el esfuerzo (Drang) de la pulsión pierde especificidad o ésta se
hace más relativa. Por ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una
acción específica? ¿Y a la perversión*? La pulsión busca la descarga. En su
enfrentamiento con la cultura* (en parte exterior, al aparato psíquico, en
parte interior a él como es el caso del superyó) puede "sucumbir" o se
desinvestida su representación (sepultamiento* o represión exitosa), o
puede satisfacerse en forma sustitutiva como en 1 sublimación (satisfacción
parcial, pero satisfacción al fin). También puede descargarse en parte a
través de la alteración interna (expresión afectiva) por ejemplo como
angustia*; o por retorno de lo reprimido* por fallas de la represión que
generan síntomas (degradación de la pulsión, o satisfacción pulsional que no
puede de ser sentida como tal) neuróticos. La pulsión también puede
descargarse en forma perversa. Desde luego puede hacerlo e forma
"normal", como lo serían las acciones sexuales permitida en general por la
cultura. En términos generales la problemática hasta ahora expuesta
respecto de la pulsión sexual gira alrededor de la libido* objetal y sus
conflictos. En cuanto a la libido narcisista también ésta tiene su propia
problemática cuando no consigue devenir en libido objetal. En el caso de las
perversiones, se consigue u espacio intermedio de satisfacción libidinal entre
objetal y narcisista (objetal por satisfacerse en un objeto y narcisista por
representar éste al yo). Si se satisface entonces la pulsión narcisista
erotizada se generarán conflictos con la cultura, en lo vínculos sociales, al no
estar la pulsión homosexual inhibida en su meta (pulsión social). Incluso
puede haber conflictos con el superyó y éstos generar los aspectos
neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión. La libido narcisista se
satisface en gran parte (en el adulto) complaciendo al ideal del yo* que exige
6
sublimación. Por lo tanto, las acciones que realizará el yo deberán apuntar
en es dirección; también la libido narcisista se satisface con el amor
proveniente de los objetos*. En las psicosis*, la libido es puramente (en
términos generales) narcisista y la acción es autoplástica*. No se necesita
modificar el mundo exterior, se puede regresar al autoerotismo*. La acción
es pura o casi pura "compulsión de repetición"*, pierde así su característica
de acorde a un fin. En cuanto a las principales posibilidades que poseemos
de acción específica existen, entonces, los ya mencionados acto sexuales
permitidos por la cultura, y básicamente los vínculos de meta inhibida como
la ternura, la amistad, las actividades grupales y sociales, las actividades
sublimatorias en general (libido homosexual). Al irse inhibiendo la meta se va
generando la necesidad de variación del tipo de acto, dado lo parcial de su
satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la actividad creativa y
cambiante, característica de la cultura pero no de la pulsión. La creación
resulta, entonces, más bien un efecto cultural sobre la compulsión repetitiva
pulsional. Resumiendo: la acción específica o "acción acorde al fin", es la
descarga parcial o total de la fuente que realiza el yo en forma adecuada
(según la pulsión esté más o menos desexualizada*). Esta adecuación se
produce, en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga por el
superyó (representante de la cultura y el narcisismo* en el aparato psíquico)
y por la cultura (su no adecuación a ésta le producirá "angustia social"). Las
así diferentes y cambiantes formas de descarga pulsional, aunque limitadas
seriamente por todos estos procesos, producirán bienestar. Implican una
acción en el mundo exterior "que cambiará la faz de la tierra", una
adecuación al principio de realidad*, pleno funcionamiento del proceso
secundario*, incluyendo probablemente cierta dosis de agresión* (odio*
perteneciente en parte a la pulsión de autoconservación, a la pulsión sexual
y a la pulsión de destrucción), y tan extrema complejidad se consigue
contadas veces en la vida del sujeto, a merced de tantos vasallajes opuestos
constantemente. De todas maneras es una aspiración constante y debe ser
incluida en el concepto de salud. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
activo‐pasivo
[freud.] Puede hablarse de varias polaridades en la vida anímica: sujeto
(yo*)‐objeto* (mundo exterior), placer*‐displacer*. Activo‐pasivo es una de
ellas. La actividad es una característica universal de las pulsiones* que tiene
que ver con el esfuerzo (Drang) o sea su factor motor, la suma de fuerza o la
medida de la exigencia de trabajo que representa. Toda pulsión, en ese
sentido, es un fragmento de actividad. Pero ¿hay pulsiones pasivas? Una
pulsión es activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor motor,
7
pero puede ser activa o pasiva en cuanto su meta. A esto último aluden los
destinos de pulsión anteriores a la represión*, como la vuelta contra la
persona misma* y vuelta de la actividad a la pasividad. Los ejemplos más
claros son los pares sadismo‐masoquismo y el mirar‐ser mirado, en los que
de la meta activa (sadismo, mirar) se pasa a la pasiva (masoquismo*, ser
mirado). Pueden ocurrir en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil sobre
todo, situaciones traumáticas* que fijen a la pulsión o a su meta,
transformándola de activa en pasiva y derivar luego esto en rasgo de
carácter*. En el análisis del "Hombre de los lobos", Freud mostró cómo en la
pulsión inicialmente ambivalente (activa y pasiva) predominaba al principio
la tendencia activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por la
hermana), precedido por un amenaza de castración, la pulsión regresó de su
incipiente y adelantada genitalidad, a la fase sádico‐anal con meta pasiva, 1
que hizo que cambiara su carácter de bondadoso a díscolo buscando
masoquistamente el castigo paterno. Esta pasividad quedó fijada y. derivó en
un rasgo de carácter distintivo de "Hombre de los lobos" adulto. También
apareció en uno de su síntomas* histéricos más rebeldes, como la
constipación. En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la dupla
mirar‐ser mirado como alternativamente cambiantes, los que posteriori* son
reprimidos y transformados en ese dique pulsional que es la vergüenza*. Las
pulsiones de meta activa o pasiva se presentan tanto en el niño como en la
niña. Lo más común es que las pasivas predominen en la niña y las activas en
el varón. A lo que por supuesto contribuyen de hecho las costumbres
culturales. Después de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de
masculinas (activas) o femeninas (pasivas). La pulsión de meta pasiva retiene
el objeto narcisista (el yo), a diferencia de la activa, cuya meta está en el
objeto. De aquí podrán derivarse las diferencias que posteriormente
existirán entre las maneras del enamoramiento masculino (el deseo* activo
de amar al objeto) y el amor* femenino (el deseo pasivo de ser amada por el
objeto), como características masculinas y femeninas en general. Las
pulsiones sexuales* son, entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas
(aunque pueda haber variaciones de acuerdo a los hechos traumáticos que
sucedan al sujeto) desde un principio. Con el advenimiento de la etapa fálica,
se les suma la diferenciación fálico‐castrado, la que llega a masculino‐
femenino en el momento del desarrollo puberal. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
acto fallido
[freud.] Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial (Prec. y Cc.),
que posee un significado de realización de deseos* reprimidos. En realidad
8
no es un error sino un acto que puede ser sumamente complejo de realizar,
pero que es visto o juzgado por la consciencia* o, mejor dicho, por el yo
consciente, como fuera de sus intenciones. Las intenciones son las del ello*
inconsciente, las que a través de símbolos, de analogías* o de
contigüidades* entre las representaciones* consiguen por un momento
comandar la acción y, en cierta manera, producir la identidad de
percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso primario* en el
proceso secundario* a través de un acto (el hablar también es un acto), esto
lo considera el yo consciente como un error, o acto fallido. Freud describe
distintos tipos de actos fallidos como el olvido*, en el habla o en la acción, de
nombres propios, palabras extranjeras, nombres y frases, impresiones y
designios; el trastrabarse, deslices en la lectura y en la escritura, el trastrocar
las cosas confundido, acciones casuales y sintomáticas, errores en general y
operaciones fallidas combinadas. Serían, al igual que los sueños y los
síntomas, realizaciones de deseos reprimidos Inc., no reconocidos como
propios por el yo oficial. La explicación dada por Freud al fenómeno se
sustenta solamente (como en el caso de los sueños y los síntomas
excepciones) en la primera tópica y primera teoría pero se puede enriquecer
con la teoría de la pulsión y la estructural (véase: aparato psíquico),
utilizando para ello explicaciones realizadas por él mismo con respecto a
similares, es el caso de los sueños punitorios* que como "[...] cumplimientos
de deseos, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia
criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica" (1933, A. E., 22:26), o
del humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas con
necesidad de castigo*, la que se infiere por su propensión a accidentes,
enfermedades autodestructivas, etcétera. Los castigos son atribuidos al
destino, etcétera. En realidad provienen del superyó* inconsciente o son
buscados inconscientemente por el yo para expiar el sentimiento
inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A diferencia del acto
fallido clásico, en éstos se satisfaría el autocastigo* producido por el sadismo
del superyó Inc. o el masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios
también vividos como error, que producen fracaso, castigo, autodestrucción,
a los que habría que ubicar dentro de las desmezclas pulsionales*, por lo
tanto acciones más allá del principio de placer*, regidas por el principio de
nirvana*, puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos también
pueden expresar la resistencia*, producto de la contrainvestidura* defensiva
del yo Inc., por lo tanto no satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa*
contra ella, sin necesidad de pertenecer, por lo menos absolutamente, a la
necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc. defensiva, la resistencia del yo.
Ésta puede producir, por ejemplo: olvidarse de concurrir a una sesión, el
llegar tarde, o una equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos
9
como errores por el yo Cc. del paciente y en realidad producidos por causas
Inc. contrarias a las satisfacciones de los deseos Inc. Mezclándose de todas
maneras con las otras formas de satisfacción, la pulsional y la necesidad de
castigo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
afecto
[freud.] Sensación que es registrada por la consciencia* (PCc‐polo
percepción‐consciencia*, 1915‐17) correspondiente a los aumentos o
disminuciones en la unidad de tiempo (el ritmo, 1924) de las cantidades de
excitación* libidinal provenientes desde dentro de la superficie corporal. Los
aumentos, en términos generales, son registrados como displacer* y las
disminuciones como placer*; en las variaciones cualitativas (producidas por
la forma o el tiempo en que se producen estos mismos aumentos o
disminuciones) existentes entre cada uno de estos dos extremos, se sitúan
los otros diferentes afectos placenteros o displacenteros. Dentro de los
displacenteros, uno es la moneda corriente a la que los demás toman como
referencia: la angustia*. En el Proyecto de psicología (1950a [1895]) Freud
habló explícitamente del afecto refiriéndose al recuerdo* de la vivencia de
dolor*, la que deja una elevación de la tensión cuantitativa Qη en Psi y con
ello unos motivos compulsivos a la descarga. Es decir: tras la vivencia de
dolor, queda como secuela la aparición del afecto (seguramente se refiere al
miedo o angustia real) ante cualquier hecho que se asemeje al que otrora
produjo dolor. En el mismo texto, al hablar de "alteración interna"* ‐forma
corporal esencialmente vascular y respiratoria de expresión de los
sentimientos, que acompañan al grito prototípico‐, esa válvula de escape
previa al aprendizaje de la "acción específica"*, estaba hablando también del
origen del afecto o de la descarga afectiva como sentimiento que anuncia el
deseo del objeto*. En los escritos metapsicológicos de 1915 habla de un
psiquismo compuesto por representaciones‐cosa* y representaciones‐
palabra* y un montante de energía libidinal (pulsión sexual*) que las inviste
(representa éste la perentoriedad, Drang, o esfuerzo de trabajo de la
pulsión*, al mismo tiempo que "enciende" a la representación*
convirtiéndola en deseo*). A este montante de energía libidinal se lo llama
también monto o "quantum de afecto"*. Corresponde al factor cuantitativo
de la pulsión (invistiendo y siendo investido a su vez por la representación) y
como tal es percibido por el polo percepción consciencia (o PCc.). Mientras
no hay descarga de la fuente pulsional, a través de la "alteración interna" se
lo percibe como afecto displacentero de diferentes tipos. Cuando se produce
la descarga total o parcialmente merced a la realización de la acción
específica, se sienten afectos esta vez placenteros, también de diversa
10
índole. En el inconsciente* existen representaciones. La mayor o menor
investidura de éstas es registrada directamente por la consciencia (PCc)
como afecto. Por lo tanto, el afecto en rigor no es inconsciente dado que es
sentido en forma inmediata por la consciencia. La que puede ser
inconsciente es la representación que lo produce. Esto está siempre referido
al afecto producido por causas representacionales, por lo tanto psíquicas,
por lo tanto históricas. Algunos afectos son producidos por causas biológicas
o mecánicas (como la angustia de las neurosis actuales*, producida por la
acumulación de cantidad de excitación sexual somática, 1894‐1925), en los
que la problemática no está referida a lo representacional, por lo menos
directamente. De todas maneras la angustia también en esta ocasión es
consciente. Cuando Freud describe en Inhibición, síntoma y angustia (1925‐
26) la "angustia señal"*, dice que la angustia en ese caso no es producida
como algo nuevo a raíz de la represión*, sino que lo es como estado afectivo
siguiendo una imagen preexistente, el recuerdo de las situaciones
traumáticas * de la infancia que ahora devinieron en situaciones de peligro*,
señales de peligro que obligan al yo* Inc. a utilizar mecanismos de defensa*
(o represiones en sentido amplio), automáticamente. Los estados afectivos
además están incorporados en la vida anímica como unas sedimentaciones
de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones parecidas, despiertan
como unos símbolos mnémicos*. En ese mismo sentido, el trauma* del
nacimiento prestaría el modelo que luego tomará el yo como símbolo
mnémico de la angustia, al que usará como señal para conducir al ello*
adonde el yo quiere; en otras palabras, le aplicará sus mecanismos de
defensa inconscientes. A la angustia señal, en este caso, no le cabe una
explicación económica pues consiste en una reproducción, un recuerdo, un
símbolo mnémico, de una situación que fue traumática y ahora es peligrosa.
No es más que una señal, es más representación que quantum de afecto en
sí, de éste resulta solamente una pizca de lo que podría llegar a percibirse,
en caso de persistir la pulsión del ello en la dirección en que iba y llegar al yo
Prec., y con ello al hecho de ser pensada o a la posibilidad de la acción. Este
tipo de angustia le da gran poder al yo, pues merced a ella consigue dominar
al ello, usando a su favor el omnipotente principio de placer‐displacer, y
utilizando para esto los mecanismos de defensa inconscientes, que se rigen
por el mismo. La explicación sería: lo que en un momento formó parte de
una acción específica puede participar a posteriori* como símbolo afecto.
Por ejemplo: lo que fue necesario para el bebé, para su autoconservación
(respirar intensamente, taquicardia), queda como símbolo mnémico en la
misma hiperpnea, taquicardia, hipersudoración, etcétera, componentes
corporales de la angustia que expresan unas sensaciones de displacer muy
particular, cuyo recuerdo será usado como señal por el yo Inc. para
11
defenderse del ello. En un sentido más amplio del concepto de afecto se
podría incluir a los sentimientos en general, los que tienen una explicación
más compleja y más particular para cada caso (véanse: amor, odio, agresión,
dolor, etcétera). Todos tienen una base común corporal en la "alteración
interna" (expresión de las emociones, grito, inervación vascular), la que va
tomando mayor dimensión psicológica a medida que se suceden las
vivencias de satisfacción* y dolor que se viven con el objeto. Las huellas
dejadas por estas vivencias forman los complejos representacionales cosa,
compuestos por la imagen de un objeto luego generadora del deseo de él, y
la de un movimiento a realizar con él para que se produzca una sensación
(afecto) que es la esencia de lo deseado. La representación‐cosa, investida
por el (e invistiendo al) quantum afectivo, va a constituir la base del
psiquismo inconsciente. La investidura es mutua, es el punto de unión de la
cantidad de excitación con el representante estrictamente psíquico. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
agorafobia
[freud.] Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en espacio
abiertos (miedo a salir "afuera", "a la calle"). Es más común en los adultos
que en los niños. Freud lo atribuye al temor del neurótico a la tentación de
ceder a sus concupiscencias eróticas, lo que le haría convocar como en la
infancia, el peligro de la castración o uno análogo. Pone el ejemplo de un
joven que temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la
sífilis. La agorafobia gana terreno paulatinamente, como toda fobia, y va
imponiendo limitaciones al yo* para sustraerlo de lo peligros pulsionales.
Puede conducir al encierro del sujeto y su aislamiento social (introversión
libidinal*), para evitar los peligros de "la calle". Se produce, a la vez, una
"regresión* temporal" a la época infantil en que podía "salir a la calle"
siempre que fuera acompañado por alguien que lo cuidara. Ahora este
acompañante lo cuidaría, más que de los peligros reales, de sus propias
tentaciones pulsionales que merced al desplazamiento* y proyección son
sentidos como peligros provenientes de "afuera", "de la calle", lo que era de
alguna manera "real" en la infancia. En esta misma formación sintomática se
hace evidente e influjo de los factores infantiles que gobiernan al adulto a
través de su neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está la
"fobia a la soledad", una forma de la claustrofobia, que Freud explica como
el querer escapar a la tentación del onanismo solitario. La agorafobia se
instaura como enfermedad, por lo general, después de haber vivenciado un
ataque de angustia en alguna de la circunstancias desencadenantes y luego
12
temidas, a las que se dedicará a evitar. Cuando no lo logra, reaparece el
ataque angustioso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
aislamiento
[freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria*,
producido por el yo* Inc. ante la angustia señal* sentida por éste frente a
una pulsión* que le ha sido prohibida por el superyó*. La representación‐
cosa* pulsional, sin embargo, puede tener acceso a la representación‐
palabra* (por lo tanto al yo Prec. y la Cc.), siempre que ésta permanezca
desafectivizada; para lo que se la aísla de todas sus conexiones posibles
(asociaciones*, ligaduras, etcétera) con las demás. Se logra así el efecto
represivo sobre la pulsión por parte del yo y el impedimento del acceso a la
acción específica*; en este sentido el mecanismo es eficaz. El paciente
realiza acciones en las que están representadas la desconexión del vínculo
entre las representaciones*. Dice Freud: "Recae también sobre la esfera
motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras una
actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la
neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca
nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna" (1925, A. E.
20:115). Es como si se cortaran los puentes con aquello que se quiere aislar,
dejándolo exactamente así, como una isla. El sujeto realiza actos que
representan este hecho (como la "rayuela" secreta que va jugando el
obsesivo con las baldosas, o la dificultad de encontrar relaciones entre un
tema y otro, o entre una sesión y otra, por ejemplo). Al conseguirse el
aislamiento, la representación queda desafectivizada (el quantum de afecto*
lo da, en estos casos, la investidura representacional y su posibilidad de
asociación con otras representaciones), y no es posible que partícipe del
comercio asociativo, de la actividad de pensamiento*. Por lo tanto queda
fuera de la posibilidad de ser usada por el yo Prec. El aislamiento es un
mecanismo de defensa típico de la neurosis obsesiva*. Cae dentro de uno de
los mecanismos de la represión secundaría, la sustracción de investidura
Prec., con la salvedad de que ‐en vez de desinvestirse* la palabra o
desplazarse* su investidura a otra o a una inervación corporal‐ la palabra
permanece en el preconsciente* pero desafectivizada y cortados sus puentes
de asociación con el resto de las palabras. Incluso puede mezclarse o
afianzarse con otros mecanismos como el desplazamiento a lo nimio,
etcétera. El aislamiento pertenece, en medidas moderadas y usado con
plasticidad, al pensamiento normal, es parte de la tendencia al orden, rasgo
sublimatorio anal. En su contrapartida patológica, llevado a su extremidad,
constituirá el "defire de toucher" (delirio de ser tocado), que en parte
13
configura su esencia, el no ser tocado, lo que se extiende a que nada se
"toque" entre sí. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
alianza fraterna
[freud.] En la hipótesis freudiana, expuesta en Tótem y tabú (19121913),
consiste en los vínculos de unión homosexual que se establecieron entre los
hermanos echados de la horda primitiva* por el padre primitivo. Así merced
a la invención de un arma y a esos lazos de unión que se generaron en el
destierro, lograron consumar el parricidio y devorar al padre omnipotente y
cruel. Después del asesinato del padre, que descargó el odio* contra él,
quedó como resabio la añoranza* del mismo y la culpa* por lo realizado,
amén de un deseo* de mantener los vínculos conseguidos entre los
hermanos en el destierro. Así fueron naciendo, desde dentro de su propio
psiquismo, las leyes básicas de prohibición del incesto y del parricidio, leyes
sobre las cuales se edificó la cultura*. El cambio de estructuras sociales
generado por la alianza fraterna y su consecuencia, el parricidio, posibilitó así
el progreso a un nivel más alto de nivel cultural, nuestra cultura actual en
general, y configuró a su vez una nueva estructura del aparato psíquico*
humano, dejando como legado para siempre en él al superyó*. Se pactó
durante este período hipotético una suerte de contrato social: "Nació la
primera forma de organización social con renuncia de lo pulsional,
reconocimiento de obligaciones mutuas, erección de ciertas instituciones
que se declararon inviolables (sagradas), vale decir: los comienzos de la
moral y el derecho. Cada quien renunciaba al ideal de conquistar para sí la
posición del padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así se
establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la exogamia. Buena
parte de la plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las
mujeres; advino la época del matriarcado. La memoria del padre pervivía en
este período de la "liga de hermanos". Como sustituto del padre hallaron un
animal fuerte ‐al comienzo, acaso temido también‐. Puede que semejante
elección nos parezca extraña, pero el abismo que el hombre estableció más
tarde entre él y los animales no existía entre los primitivos ni existe tampoco
entre nuestros niños, cuyas zoofobias hemos podido discernir como angustia
frente al padre. En el vínculo con el animal totémico se conservaba íntegra la
originaria bi‐escisión (ambivalencia) de la relación de sentimientos con el
padre. Por un lado, el tótem era considerado el ancestro carnal y el espíritu
protector del clan, se lo debía honrar y respetar; por otro lado, se instituyó
un día festivo en que le deparaban el destino que había hallado el padre
primordial. Era asesinado en común por todos los camaradas, y devorado
(banquete totémico, según Robertson Smith). Esta gran fiesta era en realidad
14
una celebración del triunfo de los hijos varones, coligados, sobre el padre"
(1939, A. E. 23:79). Esta cita de Moisés y la religión monoteísta es la mejor
definición y subrayado de la importancia otorgada por Freud, hasta el final
de su obra, de sus hipótesis expuestas en 1913, dentro de las que se
desarrolla el concepto de alianza fraterna, liga entre hermanos unidos para
realizar el parricidio, consecuencia posterior de aquella. Germen de la
cultura humana. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
aloplástica, conducta
[freud.] Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se empeña en
modificar la realidad*, sin desmentirla (véase: desmentida), en un trabajo
sobre el mundo exterior que produce cambios en él. Dentro de ella podemos
incluir todos los tipos de acción específica*, o sea acciones que descarguen
la fuente de la pulsión*, en la forma más completa posible. Incluimos en
ellas, por ejemplo, la producción o captura de alimentos, la posesión del
objeto* sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y generadas, por
la cultura*. La aloplástica es un tipo de conducta que conduce a la descarga
pulsional. Por el hecho de funcionar dentro del principio de realidad*,
produciendo cambios en el mundo exterior, como por ejemplo los hechos de
la cultura misma, podemos emparentarla con el concepto de salud. Cuando
son desexualizadas, fruto de identificaciones* con atributos de seres que
antes tuvieron investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas
son aquellas que justamente pierden su capacidad de realizar los paranoicos
al resexualizárseles los vínculos homosexuales con los objetos, generando el
yo* la defensa* paranoica contra éstos. La libido* homosexual desexualizada
es aquella de la que están compuestos los vínculos sociales. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
alteración del yo
[freud.] Concepto expuesto por Freud en Análisis terminable e interminable
(1937) y el Esquema del psicoanálisis (1938), donde expresa que el yo*
cooperador del paciente es una ficción ideal. El yo está "alterado"
directamente en relación con las marcas que le dejaron las experiencias
vividas, especialmente las situaciones traumáticas* (cuanto más traumáticas
y menos formado el yo en el momento de su vivencia, más alterado o más
defendido y con defensas* más extremas quedará fijado el yo Inc.) y las
situaciones de peligro* en las que sus defensas le sirvieron. Estas últimas si
bien pueden permanecer actualmente en acción, en parte forman una
infraestructura Inc. yoica, formándose sobre ellas una superestructura Prec.,
también yoica, que desconoce la anterior pero cuyas acciones pueden estar
15
más o menos modeladas desde el yo Inc., en algunos casos de tal manera
que el funcionamiento yoico total queda alterado. Constituyendo, entonces,
especialmente cuando las defensas yoicas están muy consolidadas, una de
las dificultades del progreso del tratamiento, pues en lugar de cooperar
surgen como verdaderos obstáculos para ello. "Cada persona normal lo es
sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza,
en grado mayor o menor, y el monto del distanciamiento respecto de un
extremo de la serie y de la aproximación al otro nos servirá provisionalmente
como una medida de aquello que se ha designado, de manera tan imprecisa,
"alteración del yo"" (1937, A. E. 23: 237). Está incluida dentro de los factores
que hacen prolongar el período de análisis creándole inconvenientes,
resistencias* o directamente generando imposibilidades de curación. La
"alteración del yo" está formada, entonces, principalmente por los
diferentes mecanismos de defensa* inconscientes del yo, los que pueden ser
más o menos regresivos, más o menos comprometedores de las investiduras
yoicas. Los mecanismos de defensa yoicos Inc. generan, amén de su función
específica, y cuando la función defensiva contra lo pulsional especialmente
se rigidifica o resulta extrema, diversos tipos de trastornos alteradores del
yo. Ahí ubicamos los rasgos patológicos de carácter* (más o menos rígidos),
la patología narcisista en general, desde las perversiones* homosexuales
(cuando las fijaciones* producidas por las represiones primarias* se
producen en el período del primer nivel de reconocimiento de diferencias
sexuales, en el período fálico, y la fijación se basa en la desmentida de la
diferencia, por ejemplo), hasta los fenómenos de restitución* psicótica. La
función que cumplen los mecanismos defensivos yoicos, a pesar de la
alteración yoica que puedan producir, es, entonces, la de defender al yo de
los peligros generados a él por la pulsión*. En líneas generales lo consiguen,
desconociéndola, devolviéndola al ello* inconsciente. Al proponerse
justamente el analista como investigador y por consiguiente alguien que
busca conocer la pulsión, el mecanismo de defensa perteneciente al yo
inconsciente del paciente puede generar una resistencia del yo contra el
progreso del análisis. No olvidemos que el yo llama en su ayuda al
"omnipotente principio de placer*" para generar sus mecanismos de defensa
inconscientes y que, por lo tanto, éstos se rigen por aquel. Ubicándonos en
esa tesitura vemos que el desconocimiento de la pulsión resguarda al yo de
la angustia*, por lo tanto, sería raro que de alguna manera no opusiera
resistencias contra el conocimiento de la historia de su pulsión, Cuando esto
es lo absolutamente predominante, dominando al yo, decimos que éste está
alterado. El mecanismo de defensa es, en parte, un sistema de
desconocimiento de sí mismo, de la pulsión, el deseo*, el "[...] núcleo de
nuestro ser" (1900, A. E. 5: 593). Mecanismo que por un lado protege al yo,
16
formando la parte inconsciente de él y dándole cierto nivel de ligadura que
sofoca a la pulsión y le impide esencialmente el llegar a la acción, además de
desconocerla y transformarla en "[...] tierra extranjera interior" (1933, A. E.
22: 53). Por otro lado, o por el mismo, empobrece al yo, pues todo lo que
queda inconsciente pasa a no ser sentido como algo propio, de él;
verbigracia no lo puede pensar, sublimar*, gozar, etcétera, en realidad deja
de pertenecer al yo Prec. y pasa a engrosar las filas de lo reprimido, presente
en el temido ello. Por cierto también cumple su objetivo principal: conseguir
que la pulsión no acceda al yo y por lo tanto a la acción, constituyéndose así
una infraestructura yoica Inc. que permite el funcionamiento de la
superestructura Prec., menos apremiada por la pulsión, si bien en los casos
en que la infraestructura defensiva es demasiado importante se lleva la
mayoría de la investidura energética, alterando así tanto al yo, que éste
resulta entonces muy difícil de modificar. La superación de las "alteraciones
del yo" y sus resistencias concomitantes, pasan así a ser una de las metas del
psicoanálisis y principalmente del análisis del yo, incluido su carácter. Un yo
que funciona dominado por sus mecanismos de defensa inconscientes, es un
yo empobrecido, un yo alterado ante sus capacidades de enfrentarse con las
dificultades de la realidad, que es su esencia. , Este yo se enriquecerá cuando
conozca aquello interior de lo que se defiende automáticamente y además
sepa que se defiende. Entonces podrá elegir si defenderse o no, o sí vale la
pena defenderse, la defensa podrá pasar a integrar su comercio asociativo,
su actividad de pensamiento*, con lo que se logrará así un domeñamiento*
en un nivel más alto de la pulsión, enriqueciéndose. Es interesante recordar
que en el manuscrito K,* de 1896, Freud expone la alteración del yo como
uno de los medios de formación de los síntomas* del yo, los que lo van
alterando. Esta alteración consiste en el delirio* que va formando el
paciente, a partir de los síntomas primarios (desconfianza) y de los síntomas
de retorno de lo reprimido* (las alucinaciones*). En esta conceptualización
se toma al delirio como alteración del yo. Lo que por otro lado resulta
evidente: cualquier defensa altera aquello que está defendiendo; si la
defensa es extrema, dificulta el retornar las cosas a su punto original. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
alteración interna
[freud.] Fenómeno conceptualizado por Freud en relación con la forma de
expresión emocional, descrito en principio respecto del recién nacido, pero
extensible a los adultos. Freud lo expuso en el Proyecto de psicología (1950a
[1895]), La interpretación de los sueños (1900) y lo mencionó en otras obras,
como Lo inconciente (1915), en donde dice: "La afectividad se exterioriza
17
esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca
una alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo
exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la alteración del mundo
exterior" (A. E. 14:175. Nota al pie). También la menciona en Inhibición,
síntoma y angustia (1925), como formando parte del síntoma* neurótico: "El
proceso sustitutivo es mantenido lejos, en todo lo posible, de su descarga
por la motilidad; y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la
alteración del cuerpo propio y no se le permite desbordar sobre el mundo
exterior; le está prohibido (verwehren) trasponerse en acción" (A. E. 20:91).
Esencialmente la alteración interna consistiría en la primera forma de
descarga que tiene el cuerpo ante el Drang (esfuerzo, fuerza de trabajo) de la
pulsión* que en lugar de producir una alteración en el mundo exterior
(provisión de alimento, acercamiento del objeto* sexual), produce una
alteración en el interior del cuerpo mismo, expresándose ésta cualificada
como emoción, a través del llanto y la inervación vascular. La alteración
interna va a ser entonces la forma de expresión de las emociones (grito,
inervación vascular), las que tendrán, así, una forma de expresión corporal
principalísima. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) describe para la
angustia* tres partes constituyentes: una pequeña descarga corporal, la
percepción* de esa descarga y por último la percepción de una sensación
displacentera particular. Esta última es la percepción cualitativa de la
cantidad por la que deviene esencialmente sensación psíquica, La forma de
descarga corporal está principalmente compuesta por taquicardia e
hiperpnea y dice también que esta modalidad de descarga e.‐ adquirida
durante el trauma* del nacimiento. En ese momento, esta reacción corporal
es la adecuada, la específica, dado que es la forma de conseguir oxígeno,
después del cambio de sistema respiratorio. Sin embargo pareciera que el
organismo quedara fijado a esta situación prototípica, y respondiera luego a
toda otra situación de peligro* con este tipo de respuesta. Pasa así esta vía a
ser expresión de angustia y expresión de las emociones en general. Al
aumentar posteriormente la tensión de necesidad* en el organismo, el bebé
expresa su emoción a través del llanto y la inervación vascular. Luego esta
"alteración interna" es entendida por un "asistente ajeno"*, generalmente la
madre, encargado en ese momento de realizar la acción específica*. Ésta
hará descender la cantidad de estimulación en la fuente de la pulsión,
produciéndole una "vivencia de satisfacción"*. La expresión de la emoción,
simple descarga corporal al principio, se irá transformando paulatinamente
en llamado, en el mismo vínculo que se irá estableciendo entre madre e hijo,
y ésta será una de las bases sobre las que irá naciendo el lenguaje*. El
concepto de "alteración interna" es, por lo tanto, un concepto dinámico,
pues se refiere a un proceso que por un lado se va transformando (de
18
expresión de emoción, deviene en llamado y de éste en lenguaje) y por otro
persistirá siempre como forma de expresión de la emoción, principalmente
de la angustia. Una forma de respuesta biológica se va transformando en
vínculos sociales con las sensaciones que éstos producen, manteniéndose a
su vez como respuesta corporal. Es interesante entonces volver a subrayar
los diferentes temas, que nos llevan a otros insospechados, provenientes
todos de este concepto: la expresión de las emociones (la angustia), el grito
(el lenguaje), y la inervación vascular (patología psicosomática. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
alucinación
[freud.] Percepción* de un deseo, un pensamiento*, un recuerdo*, incluso
un castigo o una‐ amenaza también provenientes del acervo mnémico, corno
si provinieran del mundo exterior, registrados ‐corno cualquier percepción y,
por lo tanto dándole creencia* de real‐ por el aparato perceptual (PCc.). Hay
alucinaciones cuando el yo* se altera momentáneamente, como en los
sueños*, o se pasa por un estado de privación por causas externas. Otras
veces la causa es tóxica (drogas alucinógenas). Puede deberse a una
alteración del yo* más o menos profunda, como en los casos de las
alucinaciones de las psicosis* histéricas y las psicosis alucinatorias agudas o
amencia de Meynert*. En ellas la alteración consiste en 'no poder
discriminar el yo entre las fantasías de deseo y las percepciones visuales
reales. .En el caso de la histeria*, más que deseos realizados, pueden ser
alucinados castigos derivados de ellos, o también deseos disfrazados que
generan angustia*, a la manera de los sueños de angustia, por ejemplo: la
alucinación de las víboras en Anna 0. * En la amencia o psicosis alucinatoria
aguda las alucinaciones están más relacionadas con procesos de
desmentida* de duelos* ante la pérdida de un objeto, desmentida producida
junto a una regresión* del yo a la percepción, retirándole la investidura al
PCc. (sistema de percepción consciencia). Merced a esto el PCc.,
perteneciente al yo, confunde el recuerdo deseante del objeto* con su
percepción real. En los casos de esquizofrenia*, la esquizofrenia paranoide y
la paranoia*, la regresión yoica es mayor: se perciben los propios
pensamientos preconscientes* como proviniendo desde afuera, como si el
yo ahora estuviera en máquinas (símbolos* del cuerpo,) o en otras personas
que lo manejan. También como percepción de la parte crítica del yo
(superyó*), que es sentida como percepción por el PCc., dándosele creencia
en la realidad*. Lo que debiera ser un simple pensamiento propio es sentido
como una voz exterior, lo que sucede por la regresión a la percepción, de la
manera en que originalmente lo fuera (las voces observadoras, críticas de los
19
padres). En estas últimas afecciones con retracción libidinal* narcisista,
predominan las alucinaciones auditivas, mientras que en la histeria y en la
amencia predominan las visuales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda)
[freud.] Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su obra y
descrita por uno de‐ sus maestros, el psiquiatra Meynert. Es un tipo de
psicosis aguda que se produce como reacción ante la pérdida de un ser
querido (quizá con una previa discriminación incompleta entre yo* y
objeto*), al desmentirse la percepción* de este aspecto doloroso de la
realidad*. Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su bebé y sigue
acunando un leño, y el de la novia abandonada que sigue esperando la
llegada de su novio en cada llamada de la puerta. Se desmiente* la pérdida
del objeto*, al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe como
percepción el recuerdo* de la imagen de aquel, Hay una alteración del yo*
por la que éste retira investidura del polo percepción consciencia* (PCc.) y
pasa a funcionar regido por el principio de placer* en vez de por el principio
de realidad*, para el que es tan necesario el aparato perceptual;
confundiéndose, entonces, la fantasía de deseo* de la presencia del objeto
con la percepción real de su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia
de otro tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las fantasías*
que se perciben como alucinación* son reprimidas (disfrazadas,
angustiantes, retornan de lo reprimido*) mientras que en la amencia no,
todo lo contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la investidura
se retira de la representación‐cosa* con lo que se pierde el deseo*
inconsciente del objeto, siendo que éste es el motor del aparato psíquico.
Para que pueda suceder semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo
queda prácticamente arrasado e incluso se lo proyecta al mundo exterior,
siendo percibido en forma alucinatoria retornando desde él (sonorización del
pensamiento*), también a través de órdenes enviadas por máquinas
(símbolos del cuerpo, origen del yo) u observaciones críticas (el superyó*,
que también es proyectado y percibido alucinatoriamente) de sus actos. En
la amencia la alteración es menor y mucho menos profunda, por lo tanto
menos irreversible, aunque pueden existir cuadros intermedios, o un cuadro
puede devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración y
regresión* yoica que se produzca. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
amnesia infantil
[freud.] Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en general
todos los sucesos acaecidos en su vida antes de los cinco años, más o menos,
20
a pesar de haber poseído durante gran parte de ese período recursos, si bien
incipientes, para recordar (lenguaje*, pensamiento*, yo*, principio de
realidad*, angustia de pérdida de objeto*, reconocimiento de éste como
fuente de placer*, etcétera). La amnesia se produce después del
sepultamiento* del complejo de Edipo* y la instauración definitiva del
superyó* en el aparato psíquico, el que actúa como una inmensa
contrainvestidura* que engloba todas las contrainvestiduras previas
(represiones primarias*) produciendo la represión* (también primaria,
incluyendo todas las represiones primarias anteriores) y, por lo tanto, el
olvido* de toda la sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida
merced al psicoanálisis de sueños*, síntomas*, recuerdos encubridores*,
actos fallidos*, etcétera. Un interesante ejemplo de amnesia infantil es el de
Hans, primer paciente niño de la historia del psicoanálisis, que se trató entre
los tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans no recordaba casi nada
de su proceso analítico y de todos los sucesos durante él acaecidos. El
producto de la amnesia infantil no es ni más ni menos que la sexualidad
infantil comandada ya por la zona erógena* fálica; con la unión bajo su
supremacía de todas las zonas erógenas generando un yo realidad
definitivo*, que definitivamente reconoce al objeto* (centro de la realidad*)
como fuente de placer, ahora con características diferentes del yo (tiene
otro sexo, aunque la diferencia reconocida sea solamente la de posesión o
no de falo), en fin, toda la problemática edípica. Ésta se "hundirá" o pasará al
estado de represión y, junto con ella, toda la problemática anterior; así
terminarán de constituirse la represión primaria, el superyó y el aparato
psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad infantil y nace el
inconsciente* reprimido ‐descubrimiento crucial de Freud‐ conteniendo a
toda esa sexualidad infantil en su interior. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
amor
[freud.] En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el amor como
"[...] la relación del yo con sus fuentes de placer" (A. E. 14:130). Las fuentes
de placer* del yo* pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el
objeto*. Cuando las fuentes están en el propio cuerpo, esto lleva el nombre
de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo se constituye en yo y la libido* se
ubica en él, hablamos de narcisismo*. La libido que encuentra placer en el yo
se llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el amor al yo.
Cuando se comienza a reconocer al objeto como la fuente principal de placer
del yo, la libido que busca complacerse en el vínculo con él se llama libido
objetal*. Ésta constituirá el amor más elevado, el amor por excelencia, el
21
amor objetal, el que puede a su vez poseer diferentes matices, clases o
formas. La capacidad de amor objetal se va desarrollando junto con el yo de
una manera muy compleja. "Luego que la etapa puramente narcisista es
relevada por la etapa del objeto, placer y displacer significan relaciones del
yo con el objeto. Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, se
establece una tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él;
entonces habíamos también de la "atracción" que ejerce el objeto
dispensador de placer y decimos que llamamos al objeto" (1915, A. E.
14:131). En las primeras etapas infantiles el amor es ambivalente, no se
distingue totalmente del odio*. Tampoco se distingue el ser* y el tener*. De
ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la identificación*. El modelo
analógico es el del canibalismo, en el que la tendencia amorosa hacia el
objeto implica el incorporarlo, por lo tanto su desaparición y transformación
en parte del propio ser. Es un tipo de amor que lleva implícita la destrucción
del objeto como tal. En el apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo
anal y pulsión de apoderamiento) la ambivalencia* es menor aunque más
evidente, y mayor la diferenciación entre las categorías ser y tener. Cuando
la síntesis de las pulsiones sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la
etapa genital (véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y coincide
con la aspiración sexual total. Existe toda una gradación de posibilidades
dentro del fenómeno del amor. Durante el periodo del complejo de Edipo*
el niño encuentra un primer objeto de amor en uno de sus progenitores; en
él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que piden satisfacción. La
represión que después sobreviene obliga a renunciar a la mayoría de estas
metas sexuales infantiles y deja como secuela una profunda modificación de
las relaciones con los padres. En lo sucesivo el niño permanece ligado a ellos,
pero con pulsiones que es preciso llamar de "meta inhibida", Los
sentimientos que en adelante alberga hacia esas personas amadas reciben la
designación de "tiernos". Este amor de "meta inhibida" o ternura es el que
logra crear ligazones más duraderas entre los seres humanos, 1.0 que se
explica por el hecho de no ser susceptible de una satisfacción plena. El amor
sensual está destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene
que encontrarse mezclado desde el comienzo con componentes puramente
tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido. El
amor de meta inhibida es el que liga a los miembros de la masa* y es factor
esencial generador de cultura*. El amor sensual es antisocial, la pareja
quiere intimidad, no puede compartir su amor. También "[...] el niño (y el
adolescente) elige sus objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de
satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son
vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la
autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la
22
satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de
ellas; ahora bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de que
las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño
devienen los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su
sustituto". En otros casos no se elige el objeto siguiendo el modelo de la
madre, sino el de la persona propia: "Decimos que [el sujeto] tiene dos
objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo crió" (1914, A. E. 14:
84). De ellos saldrán los modelos de la elección de objeto* según el tipo de
apuntalamiento* (más comúnmente masculino) y según el tipo narcisista
(más típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir que deriva
de complejizaciones realizadas por el yo de los destinos de la pulsión sexual.
Ésta produce a su vez mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo
inorgánico, propia de la pulsión de muerte*. El principal obstáculo ‐casi
podríamos decir el único‐ que encuentra la pulsión de muerte en su camino
hacia lo inorgánico, es esta complicación que le surge con los fenómenos de
la vida, de los cuales el principal exponente es el amor. A medida que
aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes. La pulsión
sexual se mezcla* con la pulsión de muerte y con eso consigue domeñarla. El
acto sexual genital llevado a su meta final, el amor sensual, resulta la
principal forma de domeñamiento* de la pura cantidad (véase: cantidad de
excitación), de la no‐cualidad, de la pulsión de muerte. La cultura está
edificada, básicamente, sobre la sofocación* de la pulsión sexual,
específicamente del incesto. La represión* hace cabeza de playa en la
represión del incesto y luego se va extendiendo hacia toda la sexualidad
posible. También se sofoca la pulsión de destrucción* que resulta de un
primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que no se distinguen el
odio del amor, en cambio sí se perciben en la agresión* y el apoderamiento
(en el primero se ve quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva
sobre la ‐.morosa, no así en el segundo que retiene al objeto por amor, sin
tener en cuenta que en esa retención está implícito el daño al objeto). Las
ligazones libidinales sobre las que se forman las masas culturales, son de
meta inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta libido que
podríamos llamar sublimada. El domeñamiento de la pulsión de muerte en
ellas es menor. Queda un plus de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la
paradoja de que esta complicación que le surgió a lo inorgánico y que generó
los fenómenos de la vida, de los que a su vez nació la cultura, lleva incluida
en su propio interior las pulsiones de muerte con cierta libertad, no
domeñadas, en la esencia de la creación del hecho cultural. Cultura en la que
entonces pareciera que por momentos predominaran las tendencias
destructivas del ser humano sobre las del amor. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano] [sida]
23
amor de transferencia
[freud.] Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos
psicoanalíticos. Consiste, según el ejemplo freudiano, en el enamoramiento
básicamente sensual de la paciente mujer por su terapeuta hombre. Cabe
que pueda enamorarse un paciente hombre de su terapeuta mujer aunque
Freud, por alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a
machismo, no la menciona. También puede darse, obviamente, cuando
paciente y terapeuta pertenecen al mismo sexo, pero en esos casos
tendríamos que pensar más detenidamente si entran dentro de la
categorización específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista
puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamoramiento provenga
desde el terapeuta se trata de un fenómeno de la contratransferencia*. El
fenómeno descrito es considerado, desde luego, un obstáculo para el
análisis, parte de la "transferencia* negativa" y como tal expresión de la
resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos para la continuidad del
tratamiento. Si bien en última instancia todo amor* es transferencial, en
estas ocasiones lo que suele estar en juego es más la transferencia
inconsciente que el amor. Cada caso tendrá su especificidad y cada
terapeuta deberá recurrir a su creatividad para salvar la situación, pero
básicamente la actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no
rechazando al paciente ni aceptándole sus propuestas. Simplemente a éstas
se las tomará como un emergente más del inconsciente* que se está
repitiendo en la transferencia en forma vívida, por lo que el correcto análisis
y construcción* de los hechos que se repiten permitirán avanzar más
profundamente en el conocimiento del yo. Cierto grado de
"enamoramiento" del terapeuta hay en cualquier análisis, y como cualquier
otro implica el fenómeno de la idealización*, la que se va desvaneciendo con
el progreso del tratamiento, pero este "enamoramiento" por lo general es
deserotizado y por lo tanto más manejable, menos compulsivo, incluso
puede tener momentos o cierto grado no desexualizado y participar de la
transferencia positiva por "amor al terapeuta" como otrora lo fuera con los
padres de la infancia. En ese caso las "mejorías" serán por amor a él. De
todas maneras si no se debelara durante el curso del tratamiento no se
generarían cambios en el yo, habría simples repeticiones, nada más. El
tratamiento psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del yo y de la
historia pulsional del paciente y en esa tarea el analista debe encontrarse
con situaciones que ponen a prueba su propio yo, sus propios afectos*. De
este y otros tipos de situaciones nació la necesidad de la institucionalización
del análisis didáctico en las instituciones psicoanalíticas. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
24
anal
[freud.] Véase: erotismo anal.
analogía
[freud.] Una de las leyes de la asociación, junto a la contigüidad*, la
oposición* y la causa‐efecto. Ha sido descrita desde Aristóteles, pero tomó
impulso con la escuela asociacionista de la psicología, que explicaba todos
los fenómenos psíquicos como formas de asociación* sin nada que las rigiera
más que la forma de asociación en sí. Esta escuela tuvo cierto predicamento
entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Entre sus miembros más
destacados figura John Stuart Mill, a quien Freud tradujo y a quien cita en su
trabajo sobre La concepción de las afasias (1891) (escrito en el que, entre
otras cosas, expone ideas muy interesantes sobre las representaciones‐cosa*
y representaciones‐palabra*). Freud no abrazó esta filosofía, aunque extrajo
de ella algunos conceptos que le fueron útiles para sus propios
razonamientos y descubrimientos. Él concibe un psiquismo compuesto por
representaciones* y energía (libidinal básicamente). La energía que circula
entre ellas invistiéndolas (la energía adquiere el nombre de libido* en el
momento que inviste a la representación) en busca de la descarga. Las leyes
por las cuales la libido pasa de la investidura de una representación a otra,
son las de la asociación. Una de ellas es la ley de analogía*. El proceso
primario* aprovecha las analogías para producir identidades más fácilmente.
Cuando hay un yo* con un proceso secundario*, esto se modera. Dicho de
otro modo, la actividad de pensamiento* permite distinguir la contigüidad
de la identidad (véase: identidad de percepción e identidad de
pensamiento), la analogía de la identidad y hasta la oposición,
aproximándose más a la causa‐efecto. La asociación por analogía además
será la principal generadora de los símbolos universales*, previos o
probablemente simultáneos a la aparición del lenguaje* (en la humanidad) y
luego olvidados y pertenecientes al inconsciente*. Símbolos que reaparecen
en los sueños*, en los mitos* de los pueblos e incluso en algunos síntomas*
neuróticos. El mecanismo de la represión*, realizado por la parte
inconsciente del yo, elige su formación sustitutiva*, también por leyes
analógicas (o por contigüidad) con la representación reprimida, de manera
que el parecido pueda escapar a la consciencia*. El parecido o analogía se
produce sobre una de las cualidades de la representación. Al confundirse el
atributo con el todo, la identidad lograda es aparentemente total cuando en
realidad es parcial. El proceso de discriminación tendrá que hacerlo el yo con
su proceso secundario, distinguiendo entre analogía e identidad, entre el
atributo y la cosa*.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
25
angustia
[freud.] Afecto*, o estado afectivo displacentero particular, que va
acompañado de un tipo de proceso de descarga corporal también típico, y la
percepción* de este proceso de descarga. El proceso corporal consiste
predominantemente en hiperpnea, taquicardia, aumento de la sudoración y
secreciones en general. El modelo de la respuesta corporal es tomado por un
lado del primer tipo de reacción de la cría humana ante el trauma* del
nacimiento ‐trauma producido esencialmente, y entre otras cosas, por el
aumento tremendo de la cantidad de excitación* corporal que se produce al
pasar de la oxigenación onfalomesentérica a la respiración pulmonar‐ por
otro lado es un relicto de lo que otrora, en la prehistoria de la humanidad,
fueran acciones acordes a un fin y ahora permanecen simplemente como
alteraciones internas*, expresiones afectivas. El bebé al nacer expresa la
alteración interna (expresión de emociones, grito, inervación vascular); esta
forma de respuesta es adecuada al principio ya que así el cuerpo recibe la
oxigenación necesitada. Pero después será adoptada por el yo* como el
prototipo de la reacción contra el peligro. La primera reacción en la vida
posterior frente a una situación de peligro*, interior o exterior, consistirá en
la angustia. En algunos momentos de su obra ‐manuscritos a Fliess, los
trabajos sobre la neurosis de angustia‐ Freud considera otro modelo de la
angustia: las reacciones producidas durante el acto sexual. Ambos se
complementan. El modelo de reacción frente al peligro está más cercano en
general al concepto de señal y el de acumulación tóxica a la homologación
con la excitación sexual. La angustia es el afecto displacentero por excelencia
y es la moneda común a la que remiten los otros afectos displacenteros. El
yo no quiere sentirla. Se defiende de ella. Así surgen las neurosis* [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
angustia, teoría de la
[freud.] Suele decirse que Freud postuló dos teorías de la angustia*. Sin
embargo seguiremos la hipótesis de que hay una sola que se va
complejizando a medida que se profundiza el conocimiento del
funcionamiento mental. En el fondo la angustia es una y la misma, lo que
puede variar son los motivos que la ocasionen o las diferentes explicaciones
que tengamos sobre ella. En sus trabajos sobre la neurosis de angustia*, la
explica como producto de la acumulación de tensión sexual somática
(cantidad de excitación* no transformada en libido*, en deseo* sexual, al no
estar unida a representaciones*). Cuando por alguna causa no psíquica (la
causa no es la represión* de las representaciones psíquicas, sino un efecto
mecánico actual producido en el hecho mismo de la acción sexual, por
26
ejemplo: una incorrecta relación sexual, o una relación sexual insatisfactoria)
se produce una inadecuada descarga sexual, la cantidad de excitación
acumulada, sin ligadura psíquica, deviene automáticamente en angustia.
Esta teoría implica la concepción de que no toda acción va unida a
representaciones, o tiene un correlato psíquico; o si así lo fuera, de que cada
acción tiene también un correlato mecánico ajeno a lo psíquico (en el
sentido de representación), o corre paralelamente a él por otra vía
produciendo efectos corporales y, por este lado, genera afectos* (angustia
automática*). Estas sensaciones displacenteras, en algunos casos muy
intensas y en otros compuestas casi únicamente por afecciones corporales,
son percibidas por el polo percepción consciencia* (PCc.) donde adquieren
cualidad* displacer*, por lo que el yo* en segunda instancia busca
encontrarle ligadura con representaciones‐palabra* preconscientes* y darle
cualidad representacional, cosa que difícilmente consigue. La conclusión es
que la cantidad de excitación acumulada es percibida automáticamente por
el aparato perceptual* como angustia. Esta base teórica influirá hasta 1925
en la teoría de la represión y junto con ella, en la teoría de la angustia de la
primera tópica. En ese período, Freud dice que la represión genera la
angustia, en tanto separa la representación de su investidura, que se
transforma en afecto y principalmente en angustia. Al ir profundizando su
conocimiento del yo y luego de describir su segunda tópica o teoría
estructural en 1923 en El yo y el ello, interrelacionará la explicación de la
formación de los síntomas* neuróticos con la de los mecanismos de
defensa* contra la angustia, además de diferenciar y vincular la angustia
ante las pulsiones* con la angustia ante los peligros exteriores. Entonces se
enhebrarán todas estas teorías contradictorias hasta ese momento. La
síntesis brillante se expone en Inhibición, síntoma y angustia (1925).
Mantiene la primitiva explicación: "Vemos ahora que no necesitamos
desvalorizar nuestras elucidaciones anteriores, sino meramente ponerlas en
conexión con las intelecciones más recientes" (A. E. 20: 133); sirve aún para
explicar las neurosis actuales* o el factor actual neurótico de toda
psiconeurosis, incluso la angustia automática en el brote esquizofrénico, a lo
que se podrían agregar neurosis traumáticas* y alguna patología
psicosomática. La acumulación de cantidad de excitación explica el trauma*
del nacimiento y aquella es la máxima sensación de desvalimiento* temida.
Ella, prácticamente, es la que se vuelve a producir cuando la angustia
automática es síntoma*. Para defenderse el yo va generando mediaciones,
gracias a las cuales va a poder dominar al ello*. El yo será "el almácigo de la
angustia". La cultivará en él transformándola en señal y la insinuará a la
pulsión proveniente del ello y a la parte inconsciente del yo para que el
mecanismo defensivo yoico, guiado por el principio de placer*, reprima a la
27
pulsión y se evite entonces el displacer al que podría conducir su
satisfacción. Este tipo de angustia es angustia señal*, es una señal que utiliza
el yo para manejar a la pulsión y reprimirla, para que no se descargue. Es la
angustia señal la que genera entonces la represión y no a la inversa. A esta
angustia no se necesita explicarla tampoco por acumulación cuantitativa, es
una tramitación, un recuerdo* de lo que podría pasar si.... que consigue que
la pulsión retroceda y el proceso no siga adelante (cuando la represión tiene
éxito, obviamente, pues cuando falla resurge la angustia automática, que sí
requiere explicación económica). La angustia señal nace en íntima
vinculación con la realidad*, pues se basa en hechos reales o vividos como
reales (véase: verdad histórica) en determinados momentos de la vida, como
lo son la pérdida del objeto, la amenaza de castración o de pérdida de amor.
Podemos decir que la angustia de castración* va a ser el prototipo de las
angustias señales y a ella van a remitir las otras angustias como la de pérdida
de objeto*, la de pérdida de amor*, la angustia ante el superyó* y la
angustia social*. Como ya vimos, todas estas angustias señales pueden fallar
‐por alguna causa psíquica (esquizofrenia*), o no psíquica (neurosis
actuales)‐ y entonces el aparato psíquico es invadido por la cantidad de
excitación y, por lo tanto, la angustia automática ocupa el panorama. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano
angustia ante el superyó
[freud.] Tipo de angustia señal* sentida por el yo*, debido al hecho de que
éste produce mecanismos defensivos frente a la moción pulsional, ante la
amenaza de castigo recibida desde el superyó*, cuando existe el peligro del
avance pulsional proveniente desde el ello*. Implica la formación del
superyó, entonces, producida merced a la introyección de la figura de los
padres (principalmente el padre), corno identificaciones secundarias*
prohibidoras y castigadoras de la satisfacción pulsional. Así los sentía el
sujeto en su infancia. Después del hundimiento del complejo de Edipo*
devinieron en identificaciones*. La sola presencia del deseo* Inc. investido
es pasible de sanción para el superyó. Esto refuerza, por un lado, la
necesidad de su desconocimiento con la utilización de los mecanismos de
defensa* del yo, los que producen el desconocimiento del deseo, de todas
maneras insuficiente para el yo, ya que al tener el superyó una parte
inconsciente*, capta al deseo Inc. pulsional in statu nascendi, produciendo el
yo de todas maneras la señal de angustia, que luego toma el matiz del
sentimiento de culpa*. La angustia* ante el superyó remite a la angustia de
castración* en el varón y a la angustia de pérdida del amor* del objeto* en
la mujer, que eran las angustias más temidas durante el período del
28
complejo de Edipo, cuyo sepultamiento* y represión* originó la formación
del superyó. Para evitar la angustia ante el superyó, también se generan
entonces mecanismos de defensa. Este tipo de angustia señal es el que
predomina en la neurosis obsesiva*, en la que son típicos el aislamiento* y la
anulación de lo acontecido*. En las fases más tardías de la neurosis obsesiva
la angustia coincide con el sentimiento de culpa, culpa del yo ante el
superyó, independiente de los hechos de la realidad* (por ejemplo las leyes
sociales). Obviamente la angustia ante el superyó también pareciera ser
típica de la melancolía* aunque en esta afección el superyó ha tomado el
poder sobre el yo y lo castiga sin piedad. La angustia ante el superyó puede
aparecer en los tratamientos psicoanalíticos con la forma de angustia de
muerte* o ante el destino (representantes del castigo del superyó). [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
angustia automática
[freud.] Angustia* producida por la presencia en el aparato psíquico* de una
hipercantidad de excitación libidinal. Es como una repetición del trauma* del
nacimiento, tal es la indefensión o desvalimiento* del psiquismo ante la
tensión de necesidad. Tiene diferentes causas: es la única existente en las
neurosis actuales*, como expresión de un monto de excitación no ligado por
el aparato psíquico; o como expresión neurótica actual de toda neurosis de
transferencia* en lo que concierne a la porción de excitación no ligada a
representaciones*. También aparece cuando, por alguna causa, la angustia
señal* utilizada por el yo* falla o los mecanismos de defensa* no han
funcionado ante la angustia señal, siendo arrasado el yo por la excitación,
generando así ataques de angustia en las neurosis históricas o
transferenciales. En la psicosis* esquizofrénica, dados la grave alteración del
yo y el retiro de la investidura de las representaciones‐cosa* Inc. con la
pérdida del deseo* objetal consiguiente, la cantidad de excitación* queda
sin posibilidad de ser ligada y se expresa automáticamente como angustia o,
mejor dicho, como angustia automática. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
angustia de castración
[freud.] Angustia* sentida por el niño varón cuando comprende la diferencia
de los sexos en términos de fálico‐castrado. En este período (fálico) el niño
comprende el genital femenino confundiéndolo con la falta del masculino,
merced a un juicio* basado en la percepción* (que lo es de una falta), el que
le acarrea la angustia realista* de que sea una posibilidad cierta el que ese
peligro le pueda ocurrir a él. A posterior¡* deviene en la angustia señal* por
29
excelencia (posteriormente al hundimiento o represión* del complejo de
Edipo* e instauración del superyó* en el aparato psíquico*). La angustia de
castración aparece, entonces, en la cumbre del complejo de Edipo y es
generadora de las neurosis infantiles (el pequeño Hans, el "hombre de los
lobos"*), generalmente zoofobias*, relictos del totemismo*; luego va
tomando las características del símbolo mnémico* que cultiva en su
"almácigo" el yo* para producir sus mecanismos de defensa* ante lo que
siente como el peligro pulsional. La angustia de castración es también un
nivel de angustia señal, más alto en su complejidad que la angustia de
pérdida de objeto*. Se la siente básicamente ante el padre, rival edípico, y es
resultado, en la hipótesis filogenética freudiana, de que en las épocas de la
horda primitiva*, éste castraba a sus hijos para poder poseer a todas las
mujeres de la horda, En Inhibición, síntoma y angustia (1925) dice Freud que
la angustia de castración remite a la angustia de pérdida de objeto, pues la
posesión del pene sería la condición para, en este nivel, poder tener* a éste.
El reconocimiento definitivo de la diferenciación sexual, con toda su
conflictiva a cuestas, trae mayor complejidad al vínculo con el objeto*. La
carencia objetal remite, en última instancia, al peligro de volver a caer en la
tensión de necesidad, la angustia automática*. La angustia de castración
sería una angustia señal que llevará al yo a hacer efectivos,
automáticamente, sus mecanismos de defensa, generando así nuevas
mediaciones que lo alejen de ese peligro. En el adulto la angustia de
castración es reemplazada por lo general por la angustia ante el superyó* y
la angustia social*, cuyo sustrato es en el fondo. Pero esas angustias implican
un grado aún mayor de mediación y complejidad. La angustia de castración
será factor principalísimo en la creación de síntomas neuróticos, en las así
llamadas neurosis históricas o de transferencia*, principalmente la histeria
de angustia* y sus fobias*. Es interesante acotar que el yo realidad
definitivo* culmina su constitución en el período fálico, cuando el falo
haciendo caer bajo su supremacía al resto de las zonas erógenas* les da una
unidad, la que va a ser llamada yo. Esto es otra muestra de la importancia de
la angustia de castración en la constitución del aparato psíquico masculino
(mayor imperativo categórico, mayor dramaticidad en la formación del
superyó, la que a su vez es más temprana, termina con el complejo de Edipo
y no en la pubertad, como en el caso femenino). Por lo demás, esta angustia
es realista en el niño durante el complejo de Edipo, luego deviene en
angustia señal cultivada por el yo y usada como símbolo mnémico ante las
pulsiones* que pretenden retornar desde lo reprimido* y satisfacer la
sexualidad infantil* reprimida primariamente, y de las cuales el yo se
defiende con sus represiones secundarias* o mecanismos de defensa. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]
30
angustia de muerte
[freud.] Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una forma de
elaboración secundaria* de la angustia ante el superyó* inconsciente* (por
ejemplo: como angustia* ante el destino), y en ocasiones la angustia de
castración*, también inconsciente (por ejemplo: angustia ante los
accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No hay representación‐cosa*
inconsciente de la muerte propia, pues no pudo haber vivencia de ella. Las
representaciones* surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última
instancia. Para tener una noción de la muerte propia e incluso de la ajena,
hay que poseer representación‐palabra* que permita pensarlas
preconsciente o conscientemente. A partir de ahí, entonces, se vinculan la
muerte ajena con la propia, pero apenas si se tienen teorías, fantasías y
representaciones exteriores básicamente creadas merced a las palabras ("el
frío de los sepulcros") hablando de la muerte y no una representación cabal
o vívida de lo que es. Por lo tanto, la angustia de muerte resulta una
elaboración preconsciente de la angustia. La angustia señal* se produce ante
el peligro. El peligro real durante el complejo de Edipo* es la‐‐‐ castración;
antes lo había sido la pérdida del objeto, y después el castigo del superyó,
todos a su vez niveles de mediación ante la indefensión o desvalimiento*
frente a la cantidad de excitación* o tensión de necesidad, cuyo prototipo es
el trauma* del nacimiento. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
angustia de pérdida de amor
[freud.] Tipo de angustia señal* percibida principalmente por la niña al
entrar en el período fálico, por lo tanto, en el complejo de castración*. Al
comprender la diferencia de su cuerpo con el del niño, en fin, con lo que ella
entiende como niño no castrado, comprende ésta como si a ella le faltara el
genital y no como sexo femenino (proceso al que deberá llegar
trabajosamente el yo*, tras un esfuerzo de actividad de pensamiento*
complejo y al que arribará en la pubertad, en el mejor de los casos). Por lo
tanto, en la época de este crucial descubrimiento, sucumbe a la envidia del
pene*. Se agrega a la diferencia anatómica el hecho de que aparece una
desigualdad con respecto al niño en la constitución del yo, dado que el falo
no tendría en este caso la suficiente primacía (véase: primacía fálica) sobre el
resto de las zonas erógenas* (el falo es el clítoris en todo caso, de ahí la
envidia). Lo que en el período del complejo de castración en la niña es
entendido como falta de genital, paulatinamente es reemplazado por el
cuerpo erógeno todo, y la vagina en particular (pensemos en lo difuso y
generalizado del orgasmo femenino). Por eso el narcisismo* de la mujer no
se constituye de un principio como "amor propio" sino que predomina en
31
ella una necesidad* de ser amada, lo que la hace más dependiente del
objeto*. También esto puede ser otro elemento que puede ayudar al hecho
de que algunas mujeres constituyan su yo más como objeto que como
sujeto. En el período del complejo de castración, en la niña la necesidad de
ser amada (en un principio por la madre) se hace extrema; de ahí lo intenso
de la angustia de la pérdida de su amor. Posteriormente viene, por lo común,
un tiempo en el que culpa a la madre por su minusvalía, rompe con ella, y
pasa a querer poseer un hijo, símbolo del pene anhelado (a este pasaje se lo
llama ecuación simbólica). Por este camino conducente a su feminidad,
encontrará al padre como objeto y pasará a sentir angustia ante la pérdida
de amor de éste, de quien ahora espera su hijo‐pene. Más tarde, en la
adolescencia, hará su elección definitiva de objeto* exogámico*, elección
que llevará incluida la historia con sus objetos primarios y las angustias*
correspondientes. El superyó* femenino tarda más que el masculino en
constituirse, asimismo es menos drástica su forma de estructuración. La
angustia de la pérdida de amor femenina se prolonga más en el tiempo y
probablemente esto influya incluso en la generación de diferencias respecto
de las angustias posteriores, frente al superyó* y la angustia social*. La
angustia de pérdida de amor "[...] desempeña en la histeria un papel
semejante a la amenaza de castración en las. fobias, y a la angustia frente al
superyó en la neurosis obsesiva" (1925, A. E. 20:135), lo que seguramente
tiene alguna relación con que la histeria sea predominantemente femenina.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
angustia de pérdida de objeto
[freud.] Angustia* sentida por el bebé cuando en su camino de salida del yo
placer purificado* (en el que el objeto* en la medida en que producía
placer* era considerado yo*) va reconociendo poco a poco a la madre como
objeto de placer, como no‐yo, por lo que pasa a ser deseada (recordemos
que en el yo placer se reconocía como no‐yo todo lo odiado). Comienza a
pasar de la categoría ser*, a la categoría tener*, por lo tanto, a la posibilidad
de no tener; esta posibilidad generará angustia pues la presencia del objeto
se ha mostrado importantísima, hasta imprescindible, para no ser invadido
por la tensión de necesidad*, la cantidad de excitación*, en otras palabras, la
angustia automática* del trauma* del nacimiento. Esta angustia de pérdida
de objeto es la primera angustia que actúa como señal, generadora de
mecanismos de defensa* del yo, inconscientes algunos, y de formas de
defensa que aunque no se las pueda considerar mecanismos quizá sean las
más eficientes que pueda tener el yo. Fruto de este tipo de angustia, irán
surgiendo entonces los juegos infantiles, el lenguaje*, etcétera, que harán
32
las veces del objeto de placer al que, de esta manera, se podrá tener. La
angustia de pérdida de objeto se expresa en la clínica básicamente como
angustia ante la soledad, la oscuridad, la presencia de extraños, etcétera. De
todas maneras, también esta angustia tiene como trasfondo a la angustia de
castración*. La angustia de pérdida de objeto consiste en una señal que es
producida en ínfima cantidad por el yo, lo que hace que automáticamente y
en forma inconsciente surja el mecanismo de defensa que originará una
formación sustitutiva*, una transacción, la que producirá el efecto buscado
de inconscientizar a la pulsión*, y en este sentido será eficaz. Esta forma de
angustia no necesita explicación económica, es producida por el yo (como
todas las angustias señales*) con ínfimas cantidades y basándose en el
recuerdo*, la representación* peligrosa. El resultado del mecanismo
defensivo puede ser la generación de síntomas*, rasgos de carácter*,
etcétera. En el adulto se puede producir por regresión* yoica, pues es más
primitiva (la distinción yo‐objeto de placer, en el período infantil en que este
tipo de angustia predomina, es menos clara) que la angustia de castración, la
angustia ante el superyó* y la angustia social*, aunque se pueden mezclar y
ser difíciles de distinguir. Es el tipo de angustia predominante en los
mecanismos defensivos (desmentida*) de la amencia de Meynert*. Si por
alguna causa los mecanismos defensivos yoicos fallan, puede devenir el
ataque de angustia y producirse la angustia automática, la cual sí tiene
explicación económica, pues es producida por la cantidad de excitación, o lo
que es lo mismo, la invasión de la tensión de necesidad. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
angustia neurótica
[freud.] A diferencia de la angustia realista*, esta angustia* no se siente
frente a la percepción* de un peligro exterior sino frente a uno interno,
aunque éste sea inconsciente*, o mejor, a pesar de que el yo* lo
desconozca. Es la angustia del yo frente a sus pulsiones*, mejor dicho frente
al peligro exterior que paulatinamente las pulsiones implican a medida que
se distingue al yo del objeto* de placer* (la pérdida, la castración), su
satisfacción o el deseo* de su satisfacción. En el niño, durante el período del
complejo de Edipo*, la angustia de castración* es realista, luego, en el
adulto, es una señal recordatoria de aquella angustia; pasa así a convertirse
en angustia generadora en el yo de mecanismos de defensa*, los que cuando
fallan pueden ser origen de síntomas*. Entonces angustia neurótica es, a la
vez, producto de neurosis y generadora de neurosis. Otro capítulo es el de
las neurosis actuales* en que la angustia no está ligada a representaciones*,
expresión automática de la cantidad de excitación*. En la esquizofrenia*, la
33
angustia se explica como en las neurosis actuales pero las causas son
diferentes. En este padecimiento psicótico narcisista, el arrasamiento del
aparato psíquico por la cantidad de excitación que se produce ante la
desinvestidura* de sus representaciones‐cosa* Inc., deja a la cantidad de
excitación sin ligadura, o con una ligadura endeble porque la representación‐
palabra* no está sustentada por la representación‐cosa, ahora desinvestida
o proyectada* (como, por ejemplo en los delirios* paranoides). [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
angustia realista
[freud.] Estado afectivo displacentero particular que se siente frente a la
percepción* de un peligro exterior. Se asimila al miedo, afecto* que queda
después de la vivencia de dolor*. Dice Freud: "[...] la angustia realista
aparece como algo muy racional y comprensible. De ella diremos que es una
reacción frente a la percepción de un peligro exterior, es decir, de un daño
esperado, previsto; va unida al reflejo de la huida, y es lícito ver en ella una
manifestación de la pulsión de autoconservación" (1917, A. E. 14:358).
Renglones más abajo pone en tela de juicio la adecuación de la respuesta
angustia* ante el peligro, diciendo que la respuesta adecuada sería
enfrentarlo o huir. Entonces la angustia realista es adecuada si es una simple
señal que permite al yo* encontrar la acción adecuada, si la angustia por el
contrario paraliza al yo, éste pierde la posibilidad de autoconservarse. En
Inhibición, síntoma y angustia (1925) incluye como angustias realistas, las
angustias sentidas por el niño en su proceso de reconocimiento del objeto*
como fuente de placer*: como son la angustia de pérdida de objeto* y la
angustia de castración*. Son angustias realistas desde que (en esa época) el
peligro proviene del exterior. Dejan de ser realistas cuando son usadas a
posteriori* por el yo, como señales basadas en recuerdos* para generar los
mecanismos de defensa* contra las pulsiones* provenientes del interior del
cuerpo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
angustia señal
[freud.] Señal producida y sentida por el yo*, el que la utiliza para lograr
dominar a la pulsión*. Esto lo hace mediante los mecanismos de defensa*
ante ella. Utiliza para ello el principio de placer* en contra de la satisfacción
pulsional, paradójicamente, pues tras la instalación de la represión primaria*
la posibilidad de la satisfacción pulsional le generaría displacer* (angustia*)
al yo. Al enviar el ello* una investidura de deseo* pulsional Inc. (o lo que es
lo mismo, una representación‐cosa* investida buscando representación‐
palabra* para poder ser conocida por la consciencia* perteneciente al yo), el
34
yo puede no aceptarla como propia produciendo la angustia señal, para lo
que utiliza el recuerdo* de momentos de angustia que fueron reales en la
infancia, por ejemplo: la visualización del genital femenino en el caso de la
angustia de castración*. La angustia señal está basada, entonces, en la
experiencia. Éste es el caso de la angustia de pérdida de objeto* cuando el
bebé comienza a reconocer al objeto* como tal. También el de la angustia de
castración que surge en la etapa fálica del varón, cuya contrapartida en la
mujer es la angustia de la pérdida de amor* del objeto. En el adulto no
neurótico (a excepción del neurótico obsesivo en el que predomina la
angustia ante el superyó*, pero como amenaza de castigo inconsciente) las
angustias señales suelen ser las que se producen ante el superyó* y la
angustia social*. La angustia señal es para el yo un recurso sumamente eficaz
para dominar a la pulsión, si bien muchas veces costosísimo, los daños en su
estructura son un efecto no buscado (por lo menos dentro del principio de
placer) que no puede atribuirse a la angustia señal sino a los mecanismos
defensivos que produce el yo gracias a ella. Así y todo es de subrayar la
eficacia defensiva; ante la señal automáticamente se desinviste* la
representación* (de palabra o de cosa según el caso, lo que también va a
indicar niveles de gravedad en la patología o alteración del yo) y la pulsión,
"desactivada", pierde su eficacia. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
anulación de lo acontecido
[freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria* por la
cual, utilizando el pensamiento* mágico, se hace "desaparecer" algo
sucedido, en la mayoría de los casos realizado o fantaseado previamente por
el mismo sujeto. La anulación de lo acontecido es un mecanismo yoico
inconsciente* típico de la neurosis obsesiva* y produce en general los
llamados "síntomas* en dos actos", donde el segundo cancela al primero
como si nada hubiera ocurrido. También es generador de ceremoniales
obsesivos*. Ambos actos son compulsivos, a pesar de que el yo* del sujeto
intenta explicarlos con racionalizaciones*. La representación‐cosa* de la
pulsión* del ello* prohibida por el superyó*, recibe investidura
preconsciente* de palabra (aunque ligeramente desplazada* de la original,
disfrazada) a pesar de no haber sido nunca aceptada como propia por el yo.
Tenemos entonces una representación de deseo* preconsciente, aunque no
aceptada como propia por el yo, al que se le impone como pensamiento
compulsivo, incluso puede llegar a acción compulsiva (véase: compulsión).
Ésta es la transacción a la que llega el yo con la pulsión al sentir la angustia
señal* frente al superyó. Como para justificarse ante éste debe realizar el
segundo acto, en el que consiste estrictamente la anulación; utilizando la
35
magia*, el yo consigue hacer "desaparecer" el hecho realizado, o la fantasía*
no actuada, como si nada hubiera sucedido. La anulación de lo acontecido es
generadora de múltiples síntomas de la neurosis obsesiva: a) los síntomas de
dos tiempos: lavarse y ensuciarse las manos, abrir y cerrar las llaves del gas
(el famoso sacar y poner la piedra del "Hombre de las ratas"), etcétera, y b)
los síntomas de un solo tiempo, un solo tiempo de acción, cuando el
"primero" se ha quedado en fantasía. (Este último caso es el trasfondo de
muchos ceremoniales obsesivos.) El síntoma en dos tiempos es expresión a
su vez de la ambivalencia* afectiva, la expresión del amor*‐odio* en dos
momentos diferentes. Esta técnica cumple además un papel destacado en
las prácticas de los encantamientos, en los mitos* de los pueblos y los
ceremoniales religiosos, pues es tributaria de la primitiva actitud animista
hacia el mundo circundante. Podemos decir que la anulación tiene
relativamente poco ,éxito en reprimir a la pulsión, la que, especialmente en
los síntomas de dos tiempos, puede llegar a la acción más o menos
simbolizada, aunque luego sea anulada. Además, suele necesitar extenderse
a la manera del parapeto fóbico*. En todo este lapso, hasta que se consigue
la anulación, la angustia* se hace presente. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
añoranza, investidura de
[freud.] Intensa investidura de la libido* objetal que se produce ante la
realidad* irreparable de una pérdida de objeto*. La añoranza es por la
sobreinvestidura que al no poder satisfacerse, no tiene posibilidad de salida,
produciendo el dolor* psíquico durante el proceso de duelo*. En el caso del
dolor* físico hay para Freud una cantidad de excitación* proveniente de las
"masas en movimiento" del mundo exterior (Proyecto de psicología, 1950a
[1895]) que penetró en el cuerpo por una solución de continuidad de su
superficie. También puede ser por una enfermedad de alguno de sus
órganos, a la que se agrega un monto de libido narcisista que se agolpa en el
órgano dolorido (1925). Algo análogo ocurre en el caso del dolor psíquico.
Hay un agolpamiento muy intenso, pero ahora es de libido objetal,
investidura de añoranza. La realidad muestra que el deseo* del objeto
perdido no se satisfará nunca más como otrora, con lo que aquel se
intensifica y choca ante la imposibilidad real, situación que se repite en cada
ocasión que remeda al objeto perdido. El proceso de duelo consiste
precisamente en el ir despegando de la realidad la investidura de añoranza.
Este proceso se podrá realizar en tanto la investidura predominante haya
sido de libido objetal, pues si la elección de objeto* previa fuera
predominantemente narcisista* se producirá seguramente retracción
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  • 1. 1 José Luis Valls Diccionario de psicoanálisis Aclaración: Al final de casi todas las entradas el lector encontrará [José Luis Valls, Diccionario freudiano] porque unas pocas no fueron escritas por este psicoanalista argentino. Al comienzo [freud.] quiere recordar que el Dr. Valls se propuso escribir un diccionario "freudiano" y no "de psicoanálisis", como lo llamamos en esta edición, con una expresión más popular. Ricardo Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar
  • 2. 2 abasia (astasia‐abasia) [freud.] Tipo de afección característico de la histeria de conversión*, aunque también se lo encuentre en algunos trastornos neurológicos. Consiste en una fuerte dificultad de caminar, la que puede llegar hasta la imposibilidad absoluta, sin tener el paciente parálisis en los miembros inferiores y pudiendo realizar con éstos otro tipo de movimientos correctamente. Es el síntoma* predominante de Elisabeth von R.*, una de las pacientes más famosas de la primera época de Freud. "[La señorita Elisabeth von R.] padecía de dolores en las piernas y caminaba mal [...] Caminaba con la parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero sin apoyo; su andar no respondía a ninguna de las maneras de hacerlo conocidas por la patología, y por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Sólo que ella se quejaba de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido al hacerlo y al estar de pie; al poco rato buscaba una postura de reposo en que los dolores eran menores, pero en modo alguno estaban ausentes. El dolor era de naturaleza imprecisa; uno podía sacar tal vez en limpio: era una fatiga dolorosa. Una zona bastante grande, mal deslindada, de la cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de donde ellos partían con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima intensidad. Empero, la piel y la musculatura eran ahí particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la punción con agujas se recibía de manera más bien indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el ámbito de ambas piernas. Quizá los músculos eran más sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos clases de sensibilidad dolorosa se encontraban más acusadas en los muslos. No podía decirse que la fuerza motriz de las piernas fuera escasa; los reflejos eran de mediana intensidad, y faltaba cualquier otro síntoma, de suerte que no se ofrecía ningún asidero para suponer una afección orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y era de intensidad variable" (1893a, A. E. 2:. 151‐2). En el historial de "Elisabeth von R." Freud logró hacer una reconstrucción bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de la conversión histérica correspondientes a su parte asociativa, vinculándolos con distintos momentos en que a través de éstas, las zonas histerógenas*, se habían concretado cierto tipo de vínculos con el marido de su hermana, todos los que participaban a su vez de una fantasía global incestuosa en el vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis expresaba, simbólicamente, el giro lingüístico de "No avanzar un paso" (A. E. 2:188).
  • 3. 3 Durante el tratamiento la cura del síntoma histérico se va produciendo a medida que vuelven a la memoria consciente todos estos hechos traumáticos cargados de momentos de hiperexcitación libidinal; como pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El significado del síntoma va entonces pasando al proceso secundario*, y se puede así expresar ahora el deseo* con palabras y descargarlo por abreacción*. No se necesita más, por lo tanto, de la expresión corporal sintomática. El significado del síntoma tiene aquí entonces dos vertientes: como símbolo mnémico* de los sucesos que produjeron la excitación o las contigüidades de ellos, dejando hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La otra está en su globalidad impidiendo la acción, como contrainvestidura* del deseo* incestuoso, del que es un retoño el amor al cuñado. A este último corresponde esencialmente la astasia‐abasia que es un trastorno motriz contrario al deseo reprimido. Sería una metáfora cuya significación es la contraria a la satisfacción del deseo, a favor de la represión defensiva yoica. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] abreacción [freud.] Mecanismo principal de la cura de la psicoterapia propuesto por Breuer y Freud en la "Comunicación preliminar", de Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos (1893a). La cura consistía básicamente en la expresión en palabras del suceso traumático reprimido, acompañada de la liberación del afecto* retenido en oportunidad del trauma*, ambas cosas no recordables en la vida normal de vigilia. Para la revivencia, la técnica más utilizada era la hipnosis. "[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto" (A. E. 2:32). La abreacción consistía en la descarga del afecto retenido junto a la representación* responsable de él, la que había sido separada, al formarse el síntoma*, de la consciencia* a una "consciencia segunda". Se la retornaba de ésta por medio de la hipnosis. Al ser entonces recordada y hablada la escena traumática, se "abreaccionaba" el afecto correspondiente que no había sido descargado en su momento, por diferentes causas. Derivado el afecto, la escena traumática perdía su valor patógeno, pasando a ser idéntico al de una representación cualquiera, y cesando por lo tanto el síntoma. Definiríamos, entonces, la abreacción como una descarga afectiva actual, producida durante la cura, del afecto correspondiente a un trauma psíquico de otrora, que no se descargó en
  • 4. 4 aquel momento, quedando, mientras tanto, en una consciencia segunda alejada del comercio asociativo y generando, desde ahí síntomas y ataques histéricos*. El esquema básico, a pesar de estar principalmente centrad en la revivencia con descarga afectiva y el recuerdo* de la escena traumática, y no en la reelaboración* de ella, y de no tener todavía claridad conceptual el concepto de inconsciente* más que merced a lo que aquí llama "consciencia segunda", es muy similar al luego trabajado por Freud en la primera tópica e incluso en la segunda. Se cumplen, en gran parte, reglas psicoanalíticas importantes como el hacer consciente lo inconsciente (aquí "consciencia segunda") y rellenar ciertas lagunas mnémicas. El centro de la escena lo ocupa el alivio sintomático, lugar de que fue desplazado* con el tiempo, quizá en demasía, volviéndose importante su recuerdo actualmente, en una nueva "vuelta de tuerca", para darle el lugar que le corresponde en el mecanismo de la cura. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] acción específica (o acorde a un fin) [freud.] Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo exterior al que altera en algo. Merced a ella produce una descarga duradera en la fuente de la pulsión*. Se contrapone, en ese sentido, a la "alteración interna"* (expresión de emociones) y a la satisfacción alucinatoria de deseos*, las que, justamente, no producen descarga en la fuente pulsional. Freud la mencionó en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los sueños (1899‐1900), pero está implícita en muchos de sus otros trabajos, desde el texto sobre "la neurosis de angustia" (1894‐1895), pasando por La represión (1915), hasta El malestar en la cultura (1929‐1930). Por ejemplo, en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) dice que la fisiología "[...] nos ha proporcionado el concepto de estímulo y el esquema del reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa) desde afuera es descargado hacia afuera mediante una acción. Esta acción es "acorde al fin", por el hecho de que sustrae a la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la aleja del radio en que éste opera". Renglones más abajo dice que "la pulsión sería un estímulo para lo psíquico [...] el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio organismo", además de que "no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante". [ ... ] "Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior de estímulo" (1915, A. E. 14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser el fin del arco que comienza en el polo perceptual* del modo de una
  • 5. 5 sensación displacentera que se expresa como afecto* (alteración interna, expresión de emociones, llanto, inervación vascular) y que se dirige a través del aparato psíquico* luego, ligándose con las representaciones* que conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el polo motor* y disminuirá, entonces, la sensación de tensión que se había producido al entrar el estímulo en el aparato psíquico. El concepto de acción específica, referido originalmente a la pulsión de autoconservación*, se complejiza muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues es en los avatares de ésta donde existe básicamente el conflicto generador de las escisiones y enfrentamientos entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más si agregamos la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el exterior del sujeto a través del aparato muscular, o sea pulsión de destrucción*. Incluso la reintroducción de ésta vuelta contra el yo* desde el superyó*, o la que queda flotando desde un principio en el aparato psíquico como masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la acción en que debe culminar el esfuerzo (Drang) de la pulsión pierde especificidad o ésta se hace más relativa. Por ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una acción específica? ¿Y a la perversión*? La pulsión busca la descarga. En su enfrentamiento con la cultura* (en parte exterior, al aparato psíquico, en parte interior a él como es el caso del superyó) puede "sucumbir" o se desinvestida su representación (sepultamiento* o represión exitosa), o puede satisfacerse en forma sustitutiva como en 1 sublimación (satisfacción parcial, pero satisfacción al fin). También puede descargarse en parte a través de la alteración interna (expresión afectiva) por ejemplo como angustia*; o por retorno de lo reprimido* por fallas de la represión que generan síntomas (degradación de la pulsión, o satisfacción pulsional que no puede de ser sentida como tal) neuróticos. La pulsión también puede descargarse en forma perversa. Desde luego puede hacerlo e forma "normal", como lo serían las acciones sexuales permitida en general por la cultura. En términos generales la problemática hasta ahora expuesta respecto de la pulsión sexual gira alrededor de la libido* objetal y sus conflictos. En cuanto a la libido narcisista también ésta tiene su propia problemática cuando no consigue devenir en libido objetal. En el caso de las perversiones, se consigue u espacio intermedio de satisfacción libidinal entre objetal y narcisista (objetal por satisfacerse en un objeto y narcisista por representar éste al yo). Si se satisface entonces la pulsión narcisista erotizada se generarán conflictos con la cultura, en lo vínculos sociales, al no estar la pulsión homosexual inhibida en su meta (pulsión social). Incluso puede haber conflictos con el superyó y éstos generar los aspectos neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión. La libido narcisista se satisface en gran parte (en el adulto) complaciendo al ideal del yo* que exige
  • 6. 6 sublimación. Por lo tanto, las acciones que realizará el yo deberán apuntar en es dirección; también la libido narcisista se satisface con el amor proveniente de los objetos*. En las psicosis*, la libido es puramente (en términos generales) narcisista y la acción es autoplástica*. No se necesita modificar el mundo exterior, se puede regresar al autoerotismo*. La acción es pura o casi pura "compulsión de repetición"*, pierde así su característica de acorde a un fin. En cuanto a las principales posibilidades que poseemos de acción específica existen, entonces, los ya mencionados acto sexuales permitidos por la cultura, y básicamente los vínculos de meta inhibida como la ternura, la amistad, las actividades grupales y sociales, las actividades sublimatorias en general (libido homosexual). Al irse inhibiendo la meta se va generando la necesidad de variación del tipo de acto, dado lo parcial de su satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la actividad creativa y cambiante, característica de la cultura pero no de la pulsión. La creación resulta, entonces, más bien un efecto cultural sobre la compulsión repetitiva pulsional. Resumiendo: la acción específica o "acción acorde al fin", es la descarga parcial o total de la fuente que realiza el yo en forma adecuada (según la pulsión esté más o menos desexualizada*). Esta adecuación se produce, en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga por el superyó (representante de la cultura y el narcisismo* en el aparato psíquico) y por la cultura (su no adecuación a ésta le producirá "angustia social"). Las así diferentes y cambiantes formas de descarga pulsional, aunque limitadas seriamente por todos estos procesos, producirán bienestar. Implican una acción en el mundo exterior "que cambiará la faz de la tierra", una adecuación al principio de realidad*, pleno funcionamiento del proceso secundario*, incluyendo probablemente cierta dosis de agresión* (odio* perteneciente en parte a la pulsión de autoconservación, a la pulsión sexual y a la pulsión de destrucción), y tan extrema complejidad se consigue contadas veces en la vida del sujeto, a merced de tantos vasallajes opuestos constantemente. De todas maneras es una aspiración constante y debe ser incluida en el concepto de salud. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] activo‐pasivo [freud.] Puede hablarse de varias polaridades en la vida anímica: sujeto (yo*)‐objeto* (mundo exterior), placer*‐displacer*. Activo‐pasivo es una de ellas. La actividad es una característica universal de las pulsiones* que tiene que ver con el esfuerzo (Drang) o sea su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que representa. Toda pulsión, en ese sentido, es un fragmento de actividad. Pero ¿hay pulsiones pasivas? Una pulsión es activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor motor,
  • 7. 7 pero puede ser activa o pasiva en cuanto su meta. A esto último aluden los destinos de pulsión anteriores a la represión*, como la vuelta contra la persona misma* y vuelta de la actividad a la pasividad. Los ejemplos más claros son los pares sadismo‐masoquismo y el mirar‐ser mirado, en los que de la meta activa (sadismo, mirar) se pasa a la pasiva (masoquismo*, ser mirado). Pueden ocurrir en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil sobre todo, situaciones traumáticas* que fijen a la pulsión o a su meta, transformándola de activa en pasiva y derivar luego esto en rasgo de carácter*. En el análisis del "Hombre de los lobos", Freud mostró cómo en la pulsión inicialmente ambivalente (activa y pasiva) predominaba al principio la tendencia activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por la hermana), precedido por un amenaza de castración, la pulsión regresó de su incipiente y adelantada genitalidad, a la fase sádico‐anal con meta pasiva, 1 que hizo que cambiara su carácter de bondadoso a díscolo buscando masoquistamente el castigo paterno. Esta pasividad quedó fijada y. derivó en un rasgo de carácter distintivo de "Hombre de los lobos" adulto. También apareció en uno de su síntomas* histéricos más rebeldes, como la constipación. En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la dupla mirar‐ser mirado como alternativamente cambiantes, los que posteriori* son reprimidos y transformados en ese dique pulsional que es la vergüenza*. Las pulsiones de meta activa o pasiva se presentan tanto en el niño como en la niña. Lo más común es que las pasivas predominen en la niña y las activas en el varón. A lo que por supuesto contribuyen de hecho las costumbres culturales. Después de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de masculinas (activas) o femeninas (pasivas). La pulsión de meta pasiva retiene el objeto narcisista (el yo), a diferencia de la activa, cuya meta está en el objeto. De aquí podrán derivarse las diferencias que posteriormente existirán entre las maneras del enamoramiento masculino (el deseo* activo de amar al objeto) y el amor* femenino (el deseo pasivo de ser amada por el objeto), como características masculinas y femeninas en general. Las pulsiones sexuales* son, entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas (aunque pueda haber variaciones de acuerdo a los hechos traumáticos que sucedan al sujeto) desde un principio. Con el advenimiento de la etapa fálica, se les suma la diferenciación fálico‐castrado, la que llega a masculino‐ femenino en el momento del desarrollo puberal. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] acto fallido [freud.] Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial (Prec. y Cc.), que posee un significado de realización de deseos* reprimidos. En realidad
  • 8. 8 no es un error sino un acto que puede ser sumamente complejo de realizar, pero que es visto o juzgado por la consciencia* o, mejor dicho, por el yo consciente, como fuera de sus intenciones. Las intenciones son las del ello* inconsciente, las que a través de símbolos, de analogías* o de contigüidades* entre las representaciones* consiguen por un momento comandar la acción y, en cierta manera, producir la identidad de percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso primario* en el proceso secundario* a través de un acto (el hablar también es un acto), esto lo considera el yo consciente como un error, o acto fallido. Freud describe distintos tipos de actos fallidos como el olvido*, en el habla o en la acción, de nombres propios, palabras extranjeras, nombres y frases, impresiones y designios; el trastrabarse, deslices en la lectura y en la escritura, el trastrocar las cosas confundido, acciones casuales y sintomáticas, errores en general y operaciones fallidas combinadas. Serían, al igual que los sueños y los síntomas, realizaciones de deseos reprimidos Inc., no reconocidos como propios por el yo oficial. La explicación dada por Freud al fenómeno se sustenta solamente (como en el caso de los sueños y los síntomas excepciones) en la primera tópica y primera teoría pero se puede enriquecer con la teoría de la pulsión y la estructural (véase: aparato psíquico), utilizando para ello explicaciones realizadas por él mismo con respecto a similares, es el caso de los sueños punitorios* que como "[...] cumplimientos de deseos, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica" (1933, A. E., 22:26), o del humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas con necesidad de castigo*, la que se infiere por su propensión a accidentes, enfermedades autodestructivas, etcétera. Los castigos son atribuidos al destino, etcétera. En realidad provienen del superyó* inconsciente o son buscados inconscientemente por el yo para expiar el sentimiento inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A diferencia del acto fallido clásico, en éstos se satisfaría el autocastigo* producido por el sadismo del superyó Inc. o el masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios también vividos como error, que producen fracaso, castigo, autodestrucción, a los que habría que ubicar dentro de las desmezclas pulsionales*, por lo tanto acciones más allá del principio de placer*, regidas por el principio de nirvana*, puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos también pueden expresar la resistencia*, producto de la contrainvestidura* defensiva del yo Inc., por lo tanto no satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa* contra ella, sin necesidad de pertenecer, por lo menos absolutamente, a la necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc. defensiva, la resistencia del yo. Ésta puede producir, por ejemplo: olvidarse de concurrir a una sesión, el llegar tarde, o una equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos
  • 9. 9 como errores por el yo Cc. del paciente y en realidad producidos por causas Inc. contrarias a las satisfacciones de los deseos Inc. Mezclándose de todas maneras con las otras formas de satisfacción, la pulsional y la necesidad de castigo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] afecto [freud.] Sensación que es registrada por la consciencia* (PCc‐polo percepción‐consciencia*, 1915‐17) correspondiente a los aumentos o disminuciones en la unidad de tiempo (el ritmo, 1924) de las cantidades de excitación* libidinal provenientes desde dentro de la superficie corporal. Los aumentos, en términos generales, son registrados como displacer* y las disminuciones como placer*; en las variaciones cualitativas (producidas por la forma o el tiempo en que se producen estos mismos aumentos o disminuciones) existentes entre cada uno de estos dos extremos, se sitúan los otros diferentes afectos placenteros o displacenteros. Dentro de los displacenteros, uno es la moneda corriente a la que los demás toman como referencia: la angustia*. En el Proyecto de psicología (1950a [1895]) Freud habló explícitamente del afecto refiriéndose al recuerdo* de la vivencia de dolor*, la que deja una elevación de la tensión cuantitativa Qη en Psi y con ello unos motivos compulsivos a la descarga. Es decir: tras la vivencia de dolor, queda como secuela la aparición del afecto (seguramente se refiere al miedo o angustia real) ante cualquier hecho que se asemeje al que otrora produjo dolor. En el mismo texto, al hablar de "alteración interna"* ‐forma corporal esencialmente vascular y respiratoria de expresión de los sentimientos, que acompañan al grito prototípico‐, esa válvula de escape previa al aprendizaje de la "acción específica"*, estaba hablando también del origen del afecto o de la descarga afectiva como sentimiento que anuncia el deseo del objeto*. En los escritos metapsicológicos de 1915 habla de un psiquismo compuesto por representaciones‐cosa* y representaciones‐ palabra* y un montante de energía libidinal (pulsión sexual*) que las inviste (representa éste la perentoriedad, Drang, o esfuerzo de trabajo de la pulsión*, al mismo tiempo que "enciende" a la representación* convirtiéndola en deseo*). A este montante de energía libidinal se lo llama también monto o "quantum de afecto"*. Corresponde al factor cuantitativo de la pulsión (invistiendo y siendo investido a su vez por la representación) y como tal es percibido por el polo percepción consciencia (o PCc.). Mientras no hay descarga de la fuente pulsional, a través de la "alteración interna" se lo percibe como afecto displacentero de diferentes tipos. Cuando se produce la descarga total o parcialmente merced a la realización de la acción específica, se sienten afectos esta vez placenteros, también de diversa
  • 10. 10 índole. En el inconsciente* existen representaciones. La mayor o menor investidura de éstas es registrada directamente por la consciencia (PCc) como afecto. Por lo tanto, el afecto en rigor no es inconsciente dado que es sentido en forma inmediata por la consciencia. La que puede ser inconsciente es la representación que lo produce. Esto está siempre referido al afecto producido por causas representacionales, por lo tanto psíquicas, por lo tanto históricas. Algunos afectos son producidos por causas biológicas o mecánicas (como la angustia de las neurosis actuales*, producida por la acumulación de cantidad de excitación sexual somática, 1894‐1925), en los que la problemática no está referida a lo representacional, por lo menos directamente. De todas maneras la angustia también en esta ocasión es consciente. Cuando Freud describe en Inhibición, síntoma y angustia (1925‐ 26) la "angustia señal"*, dice que la angustia en ese caso no es producida como algo nuevo a raíz de la represión*, sino que lo es como estado afectivo siguiendo una imagen preexistente, el recuerdo de las situaciones traumáticas * de la infancia que ahora devinieron en situaciones de peligro*, señales de peligro que obligan al yo* Inc. a utilizar mecanismos de defensa* (o represiones en sentido amplio), automáticamente. Los estados afectivos además están incorporados en la vida anímica como unas sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones parecidas, despiertan como unos símbolos mnémicos*. En ese mismo sentido, el trauma* del nacimiento prestaría el modelo que luego tomará el yo como símbolo mnémico de la angustia, al que usará como señal para conducir al ello* adonde el yo quiere; en otras palabras, le aplicará sus mecanismos de defensa inconscientes. A la angustia señal, en este caso, no le cabe una explicación económica pues consiste en una reproducción, un recuerdo, un símbolo mnémico, de una situación que fue traumática y ahora es peligrosa. No es más que una señal, es más representación que quantum de afecto en sí, de éste resulta solamente una pizca de lo que podría llegar a percibirse, en caso de persistir la pulsión del ello en la dirección en que iba y llegar al yo Prec., y con ello al hecho de ser pensada o a la posibilidad de la acción. Este tipo de angustia le da gran poder al yo, pues merced a ella consigue dominar al ello, usando a su favor el omnipotente principio de placer‐displacer, y utilizando para esto los mecanismos de defensa inconscientes, que se rigen por el mismo. La explicación sería: lo que en un momento formó parte de una acción específica puede participar a posteriori* como símbolo afecto. Por ejemplo: lo que fue necesario para el bebé, para su autoconservación (respirar intensamente, taquicardia), queda como símbolo mnémico en la misma hiperpnea, taquicardia, hipersudoración, etcétera, componentes corporales de la angustia que expresan unas sensaciones de displacer muy particular, cuyo recuerdo será usado como señal por el yo Inc. para
  • 11. 11 defenderse del ello. En un sentido más amplio del concepto de afecto se podría incluir a los sentimientos en general, los que tienen una explicación más compleja y más particular para cada caso (véanse: amor, odio, agresión, dolor, etcétera). Todos tienen una base común corporal en la "alteración interna" (expresión de las emociones, grito, inervación vascular), la que va tomando mayor dimensión psicológica a medida que se suceden las vivencias de satisfacción* y dolor que se viven con el objeto. Las huellas dejadas por estas vivencias forman los complejos representacionales cosa, compuestos por la imagen de un objeto luego generadora del deseo de él, y la de un movimiento a realizar con él para que se produzca una sensación (afecto) que es la esencia de lo deseado. La representación‐cosa, investida por el (e invistiendo al) quantum afectivo, va a constituir la base del psiquismo inconsciente. La investidura es mutua, es el punto de unión de la cantidad de excitación con el representante estrictamente psíquico. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] agorafobia [freud.] Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en espacio abiertos (miedo a salir "afuera", "a la calle"). Es más común en los adultos que en los niños. Freud lo atribuye al temor del neurótico a la tentación de ceder a sus concupiscencias eróticas, lo que le haría convocar como en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo. Pone el ejemplo de un joven que temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis. La agorafobia gana terreno paulatinamente, como toda fobia, y va imponiendo limitaciones al yo* para sustraerlo de lo peligros pulsionales. Puede conducir al encierro del sujeto y su aislamiento social (introversión libidinal*), para evitar los peligros de "la calle". Se produce, a la vez, una "regresión* temporal" a la época infantil en que podía "salir a la calle" siempre que fuera acompañado por alguien que lo cuidara. Ahora este acompañante lo cuidaría, más que de los peligros reales, de sus propias tentaciones pulsionales que merced al desplazamiento* y proyección son sentidos como peligros provenientes de "afuera", "de la calle", lo que era de alguna manera "real" en la infancia. En esta misma formación sintomática se hace evidente e influjo de los factores infantiles que gobiernan al adulto a través de su neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está la "fobia a la soledad", una forma de la claustrofobia, que Freud explica como el querer escapar a la tentación del onanismo solitario. La agorafobia se instaura como enfermedad, por lo general, después de haber vivenciado un ataque de angustia en alguna de la circunstancias desencadenantes y luego
  • 12. 12 temidas, a las que se dedicará a evitar. Cuando no lo logra, reaparece el ataque angustioso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] aislamiento [freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria*, producido por el yo* Inc. ante la angustia señal* sentida por éste frente a una pulsión* que le ha sido prohibida por el superyó*. La representación‐ cosa* pulsional, sin embargo, puede tener acceso a la representación‐ palabra* (por lo tanto al yo Prec. y la Cc.), siempre que ésta permanezca desafectivizada; para lo que se la aísla de todas sus conexiones posibles (asociaciones*, ligaduras, etcétera) con las demás. Se logra así el efecto represivo sobre la pulsión por parte del yo y el impedimento del acceso a la acción específica*; en este sentido el mecanismo es eficaz. El paciente realiza acciones en las que están representadas la desconexión del vínculo entre las representaciones*. Dice Freud: "Recae también sobre la esfera motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna" (1925, A. E. 20:115). Es como si se cortaran los puentes con aquello que se quiere aislar, dejándolo exactamente así, como una isla. El sujeto realiza actos que representan este hecho (como la "rayuela" secreta que va jugando el obsesivo con las baldosas, o la dificultad de encontrar relaciones entre un tema y otro, o entre una sesión y otra, por ejemplo). Al conseguirse el aislamiento, la representación queda desafectivizada (el quantum de afecto* lo da, en estos casos, la investidura representacional y su posibilidad de asociación con otras representaciones), y no es posible que partícipe del comercio asociativo, de la actividad de pensamiento*. Por lo tanto queda fuera de la posibilidad de ser usada por el yo Prec. El aislamiento es un mecanismo de defensa típico de la neurosis obsesiva*. Cae dentro de uno de los mecanismos de la represión secundaría, la sustracción de investidura Prec., con la salvedad de que ‐en vez de desinvestirse* la palabra o desplazarse* su investidura a otra o a una inervación corporal‐ la palabra permanece en el preconsciente* pero desafectivizada y cortados sus puentes de asociación con el resto de las palabras. Incluso puede mezclarse o afianzarse con otros mecanismos como el desplazamiento a lo nimio, etcétera. El aislamiento pertenece, en medidas moderadas y usado con plasticidad, al pensamiento normal, es parte de la tendencia al orden, rasgo sublimatorio anal. En su contrapartida patológica, llevado a su extremidad, constituirá el "defire de toucher" (delirio de ser tocado), que en parte
  • 13. 13 configura su esencia, el no ser tocado, lo que se extiende a que nada se "toque" entre sí. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] alianza fraterna [freud.] En la hipótesis freudiana, expuesta en Tótem y tabú (19121913), consiste en los vínculos de unión homosexual que se establecieron entre los hermanos echados de la horda primitiva* por el padre primitivo. Así merced a la invención de un arma y a esos lazos de unión que se generaron en el destierro, lograron consumar el parricidio y devorar al padre omnipotente y cruel. Después del asesinato del padre, que descargó el odio* contra él, quedó como resabio la añoranza* del mismo y la culpa* por lo realizado, amén de un deseo* de mantener los vínculos conseguidos entre los hermanos en el destierro. Así fueron naciendo, desde dentro de su propio psiquismo, las leyes básicas de prohibición del incesto y del parricidio, leyes sobre las cuales se edificó la cultura*. El cambio de estructuras sociales generado por la alianza fraterna y su consecuencia, el parricidio, posibilitó así el progreso a un nivel más alto de nivel cultural, nuestra cultura actual en general, y configuró a su vez una nueva estructura del aparato psíquico* humano, dejando como legado para siempre en él al superyó*. Se pactó durante este período hipotético una suerte de contrato social: "Nació la primera forma de organización social con renuncia de lo pulsional, reconocimiento de obligaciones mutuas, erección de ciertas instituciones que se declararon inviolables (sagradas), vale decir: los comienzos de la moral y el derecho. Cada quien renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición del padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así se establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la exogamia. Buena parte de la plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las mujeres; advino la época del matriarcado. La memoria del padre pervivía en este período de la "liga de hermanos". Como sustituto del padre hallaron un animal fuerte ‐al comienzo, acaso temido también‐. Puede que semejante elección nos parezca extraña, pero el abismo que el hombre estableció más tarde entre él y los animales no existía entre los primitivos ni existe tampoco entre nuestros niños, cuyas zoofobias hemos podido discernir como angustia frente al padre. En el vínculo con el animal totémico se conservaba íntegra la originaria bi‐escisión (ambivalencia) de la relación de sentimientos con el padre. Por un lado, el tótem era considerado el ancestro carnal y el espíritu protector del clan, se lo debía honrar y respetar; por otro lado, se instituyó un día festivo en que le deparaban el destino que había hallado el padre primordial. Era asesinado en común por todos los camaradas, y devorado (banquete totémico, según Robertson Smith). Esta gran fiesta era en realidad
  • 14. 14 una celebración del triunfo de los hijos varones, coligados, sobre el padre" (1939, A. E. 23:79). Esta cita de Moisés y la religión monoteísta es la mejor definición y subrayado de la importancia otorgada por Freud, hasta el final de su obra, de sus hipótesis expuestas en 1913, dentro de las que se desarrolla el concepto de alianza fraterna, liga entre hermanos unidos para realizar el parricidio, consecuencia posterior de aquella. Germen de la cultura humana. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] aloplástica, conducta [freud.] Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se empeña en modificar la realidad*, sin desmentirla (véase: desmentida), en un trabajo sobre el mundo exterior que produce cambios en él. Dentro de ella podemos incluir todos los tipos de acción específica*, o sea acciones que descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más completa posible. Incluimos en ellas, por ejemplo, la producción o captura de alimentos, la posesión del objeto* sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y generadas, por la cultura*. La aloplástica es un tipo de conducta que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho de funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo cambios en el mundo exterior, como por ejemplo los hechos de la cultura misma, podemos emparentarla con el concepto de salud. Cuando son desexualizadas, fruto de identificaciones* con atributos de seres que antes tuvieron investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas son aquellas que justamente pierden su capacidad de realizar los paranoicos al resexualizárseles los vínculos homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa* paranoica contra éstos. La libido* homosexual desexualizada es aquella de la que están compuestos los vínculos sociales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] alteración del yo [freud.] Concepto expuesto por Freud en Análisis terminable e interminable (1937) y el Esquema del psicoanálisis (1938), donde expresa que el yo* cooperador del paciente es una ficción ideal. El yo está "alterado" directamente en relación con las marcas que le dejaron las experiencias vividas, especialmente las situaciones traumáticas* (cuanto más traumáticas y menos formado el yo en el momento de su vivencia, más alterado o más defendido y con defensas* más extremas quedará fijado el yo Inc.) y las situaciones de peligro* en las que sus defensas le sirvieron. Estas últimas si bien pueden permanecer actualmente en acción, en parte forman una infraestructura Inc. yoica, formándose sobre ellas una superestructura Prec., también yoica, que desconoce la anterior pero cuyas acciones pueden estar
  • 15. 15 más o menos modeladas desde el yo Inc., en algunos casos de tal manera que el funcionamiento yoico total queda alterado. Constituyendo, entonces, especialmente cuando las defensas yoicas están muy consolidadas, una de las dificultades del progreso del tratamiento, pues en lugar de cooperar surgen como verdaderos obstáculos para ello. "Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor o menor, y el monto del distanciamiento respecto de un extremo de la serie y de la aproximación al otro nos servirá provisionalmente como una medida de aquello que se ha designado, de manera tan imprecisa, "alteración del yo"" (1937, A. E. 23: 237). Está incluida dentro de los factores que hacen prolongar el período de análisis creándole inconvenientes, resistencias* o directamente generando imposibilidades de curación. La "alteración del yo" está formada, entonces, principalmente por los diferentes mecanismos de defensa* inconscientes del yo, los que pueden ser más o menos regresivos, más o menos comprometedores de las investiduras yoicas. Los mecanismos de defensa yoicos Inc. generan, amén de su función específica, y cuando la función defensiva contra lo pulsional especialmente se rigidifica o resulta extrema, diversos tipos de trastornos alteradores del yo. Ahí ubicamos los rasgos patológicos de carácter* (más o menos rígidos), la patología narcisista en general, desde las perversiones* homosexuales (cuando las fijaciones* producidas por las represiones primarias* se producen en el período del primer nivel de reconocimiento de diferencias sexuales, en el período fálico, y la fijación se basa en la desmentida de la diferencia, por ejemplo), hasta los fenómenos de restitución* psicótica. La función que cumplen los mecanismos defensivos yoicos, a pesar de la alteración yoica que puedan producir, es, entonces, la de defender al yo de los peligros generados a él por la pulsión*. En líneas generales lo consiguen, desconociéndola, devolviéndola al ello* inconsciente. Al proponerse justamente el analista como investigador y por consiguiente alguien que busca conocer la pulsión, el mecanismo de defensa perteneciente al yo inconsciente del paciente puede generar una resistencia del yo contra el progreso del análisis. No olvidemos que el yo llama en su ayuda al "omnipotente principio de placer*" para generar sus mecanismos de defensa inconscientes y que, por lo tanto, éstos se rigen por aquel. Ubicándonos en esa tesitura vemos que el desconocimiento de la pulsión resguarda al yo de la angustia*, por lo tanto, sería raro que de alguna manera no opusiera resistencias contra el conocimiento de la historia de su pulsión, Cuando esto es lo absolutamente predominante, dominando al yo, decimos que éste está alterado. El mecanismo de defensa es, en parte, un sistema de desconocimiento de sí mismo, de la pulsión, el deseo*, el "[...] núcleo de nuestro ser" (1900, A. E. 5: 593). Mecanismo que por un lado protege al yo,
  • 16. 16 formando la parte inconsciente de él y dándole cierto nivel de ligadura que sofoca a la pulsión y le impide esencialmente el llegar a la acción, además de desconocerla y transformarla en "[...] tierra extranjera interior" (1933, A. E. 22: 53). Por otro lado, o por el mismo, empobrece al yo, pues todo lo que queda inconsciente pasa a no ser sentido como algo propio, de él; verbigracia no lo puede pensar, sublimar*, gozar, etcétera, en realidad deja de pertenecer al yo Prec. y pasa a engrosar las filas de lo reprimido, presente en el temido ello. Por cierto también cumple su objetivo principal: conseguir que la pulsión no acceda al yo y por lo tanto a la acción, constituyéndose así una infraestructura yoica Inc. que permite el funcionamiento de la superestructura Prec., menos apremiada por la pulsión, si bien en los casos en que la infraestructura defensiva es demasiado importante se lleva la mayoría de la investidura energética, alterando así tanto al yo, que éste resulta entonces muy difícil de modificar. La superación de las "alteraciones del yo" y sus resistencias concomitantes, pasan así a ser una de las metas del psicoanálisis y principalmente del análisis del yo, incluido su carácter. Un yo que funciona dominado por sus mecanismos de defensa inconscientes, es un yo empobrecido, un yo alterado ante sus capacidades de enfrentarse con las dificultades de la realidad, que es su esencia. , Este yo se enriquecerá cuando conozca aquello interior de lo que se defiende automáticamente y además sepa que se defiende. Entonces podrá elegir si defenderse o no, o sí vale la pena defenderse, la defensa podrá pasar a integrar su comercio asociativo, su actividad de pensamiento*, con lo que se logrará así un domeñamiento* en un nivel más alto de la pulsión, enriqueciéndose. Es interesante recordar que en el manuscrito K,* de 1896, Freud expone la alteración del yo como uno de los medios de formación de los síntomas* del yo, los que lo van alterando. Esta alteración consiste en el delirio* que va formando el paciente, a partir de los síntomas primarios (desconfianza) y de los síntomas de retorno de lo reprimido* (las alucinaciones*). En esta conceptualización se toma al delirio como alteración del yo. Lo que por otro lado resulta evidente: cualquier defensa altera aquello que está defendiendo; si la defensa es extrema, dificulta el retornar las cosas a su punto original. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] alteración interna [freud.] Fenómeno conceptualizado por Freud en relación con la forma de expresión emocional, descrito en principio respecto del recién nacido, pero extensible a los adultos. Freud lo expuso en el Proyecto de psicología (1950a [1895]), La interpretación de los sueños (1900) y lo mencionó en otras obras, como Lo inconciente (1915), en donde dice: "La afectividad se exterioriza
  • 17. 17 esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca una alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la alteración del mundo exterior" (A. E. 14:175. Nota al pie). También la menciona en Inhibición, síntoma y angustia (1925), como formando parte del síntoma* neurótico: "El proceso sustitutivo es mantenido lejos, en todo lo posible, de su descarga por la motilidad; y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la alteración del cuerpo propio y no se le permite desbordar sobre el mundo exterior; le está prohibido (verwehren) trasponerse en acción" (A. E. 20:91). Esencialmente la alteración interna consistiría en la primera forma de descarga que tiene el cuerpo ante el Drang (esfuerzo, fuerza de trabajo) de la pulsión* que en lugar de producir una alteración en el mundo exterior (provisión de alimento, acercamiento del objeto* sexual), produce una alteración en el interior del cuerpo mismo, expresándose ésta cualificada como emoción, a través del llanto y la inervación vascular. La alteración interna va a ser entonces la forma de expresión de las emociones (grito, inervación vascular), las que tendrán, así, una forma de expresión corporal principalísima. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) describe para la angustia* tres partes constituyentes: una pequeña descarga corporal, la percepción* de esa descarga y por último la percepción de una sensación displacentera particular. Esta última es la percepción cualitativa de la cantidad por la que deviene esencialmente sensación psíquica, La forma de descarga corporal está principalmente compuesta por taquicardia e hiperpnea y dice también que esta modalidad de descarga e.‐ adquirida durante el trauma* del nacimiento. En ese momento, esta reacción corporal es la adecuada, la específica, dado que es la forma de conseguir oxígeno, después del cambio de sistema respiratorio. Sin embargo pareciera que el organismo quedara fijado a esta situación prototípica, y respondiera luego a toda otra situación de peligro* con este tipo de respuesta. Pasa así esta vía a ser expresión de angustia y expresión de las emociones en general. Al aumentar posteriormente la tensión de necesidad* en el organismo, el bebé expresa su emoción a través del llanto y la inervación vascular. Luego esta "alteración interna" es entendida por un "asistente ajeno"*, generalmente la madre, encargado en ese momento de realizar la acción específica*. Ésta hará descender la cantidad de estimulación en la fuente de la pulsión, produciéndole una "vivencia de satisfacción"*. La expresión de la emoción, simple descarga corporal al principio, se irá transformando paulatinamente en llamado, en el mismo vínculo que se irá estableciendo entre madre e hijo, y ésta será una de las bases sobre las que irá naciendo el lenguaje*. El concepto de "alteración interna" es, por lo tanto, un concepto dinámico, pues se refiere a un proceso que por un lado se va transformando (de
  • 18. 18 expresión de emoción, deviene en llamado y de éste en lenguaje) y por otro persistirá siempre como forma de expresión de la emoción, principalmente de la angustia. Una forma de respuesta biológica se va transformando en vínculos sociales con las sensaciones que éstos producen, manteniéndose a su vez como respuesta corporal. Es interesante entonces volver a subrayar los diferentes temas, que nos llevan a otros insospechados, provenientes todos de este concepto: la expresión de las emociones (la angustia), el grito (el lenguaje), y la inervación vascular (patología psicosomática. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] alucinación [freud.] Percepción* de un deseo, un pensamiento*, un recuerdo*, incluso un castigo o una‐ amenaza también provenientes del acervo mnémico, corno si provinieran del mundo exterior, registrados ‐corno cualquier percepción y, por lo tanto dándole creencia* de real‐ por el aparato perceptual (PCc.). Hay alucinaciones cuando el yo* se altera momentáneamente, como en los sueños*, o se pasa por un estado de privación por causas externas. Otras veces la causa es tóxica (drogas alucinógenas). Puede deberse a una alteración del yo* más o menos profunda, como en los casos de las alucinaciones de las psicosis* histéricas y las psicosis alucinatorias agudas o amencia de Meynert*. En ellas la alteración consiste en 'no poder discriminar el yo entre las fantasías de deseo y las percepciones visuales reales. .En el caso de la histeria*, más que deseos realizados, pueden ser alucinados castigos derivados de ellos, o también deseos disfrazados que generan angustia*, a la manera de los sueños de angustia, por ejemplo: la alucinación de las víboras en Anna 0. * En la amencia o psicosis alucinatoria aguda las alucinaciones están más relacionadas con procesos de desmentida* de duelos* ante la pérdida de un objeto, desmentida producida junto a una regresión* del yo a la percepción, retirándole la investidura al PCc. (sistema de percepción consciencia). Merced a esto el PCc., perteneciente al yo, confunde el recuerdo deseante del objeto* con su percepción real. En los casos de esquizofrenia*, la esquizofrenia paranoide y la paranoia*, la regresión yoica es mayor: se perciben los propios pensamientos preconscientes* como proviniendo desde afuera, como si el yo ahora estuviera en máquinas (símbolos* del cuerpo,) o en otras personas que lo manejan. También como percepción de la parte crítica del yo (superyó*), que es sentida como percepción por el PCc., dándosele creencia en la realidad*. Lo que debiera ser un simple pensamiento propio es sentido como una voz exterior, lo que sucede por la regresión a la percepción, de la manera en que originalmente lo fuera (las voces observadoras, críticas de los
  • 19. 19 padres). En estas últimas afecciones con retracción libidinal* narcisista, predominan las alucinaciones auditivas, mientras que en la histeria y en la amencia predominan las visuales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda) [freud.] Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su obra y descrita por uno de‐ sus maestros, el psiquiatra Meynert. Es un tipo de psicosis aguda que se produce como reacción ante la pérdida de un ser querido (quizá con una previa discriminación incompleta entre yo* y objeto*), al desmentirse la percepción* de este aspecto doloroso de la realidad*. Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su bebé y sigue acunando un leño, y el de la novia abandonada que sigue esperando la llegada de su novio en cada llamada de la puerta. Se desmiente* la pérdida del objeto*, al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe como percepción el recuerdo* de la imagen de aquel, Hay una alteración del yo* por la que éste retira investidura del polo percepción consciencia* (PCc.) y pasa a funcionar regido por el principio de placer* en vez de por el principio de realidad*, para el que es tan necesario el aparato perceptual; confundiéndose, entonces, la fantasía de deseo* de la presencia del objeto con la percepción real de su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia de otro tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las fantasías* que se perciben como alucinación* son reprimidas (disfrazadas, angustiantes, retornan de lo reprimido*) mientras que en la amencia no, todo lo contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la investidura se retira de la representación‐cosa* con lo que se pierde el deseo* inconsciente del objeto, siendo que éste es el motor del aparato psíquico. Para que pueda suceder semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo queda prácticamente arrasado e incluso se lo proyecta al mundo exterior, siendo percibido en forma alucinatoria retornando desde él (sonorización del pensamiento*), también a través de órdenes enviadas por máquinas (símbolos del cuerpo, origen del yo) u observaciones críticas (el superyó*, que también es proyectado y percibido alucinatoriamente) de sus actos. En la amencia la alteración es menor y mucho menos profunda, por lo tanto menos irreversible, aunque pueden existir cuadros intermedios, o un cuadro puede devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración y regresión* yoica que se produzca. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] amnesia infantil [freud.] Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en general todos los sucesos acaecidos en su vida antes de los cinco años, más o menos,
  • 20. 20 a pesar de haber poseído durante gran parte de ese período recursos, si bien incipientes, para recordar (lenguaje*, pensamiento*, yo*, principio de realidad*, angustia de pérdida de objeto*, reconocimiento de éste como fuente de placer*, etcétera). La amnesia se produce después del sepultamiento* del complejo de Edipo* y la instauración definitiva del superyó* en el aparato psíquico, el que actúa como una inmensa contrainvestidura* que engloba todas las contrainvestiduras previas (represiones primarias*) produciendo la represión* (también primaria, incluyendo todas las represiones primarias anteriores) y, por lo tanto, el olvido* de toda la sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida merced al psicoanálisis de sueños*, síntomas*, recuerdos encubridores*, actos fallidos*, etcétera. Un interesante ejemplo de amnesia infantil es el de Hans, primer paciente niño de la historia del psicoanálisis, que se trató entre los tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans no recordaba casi nada de su proceso analítico y de todos los sucesos durante él acaecidos. El producto de la amnesia infantil no es ni más ni menos que la sexualidad infantil comandada ya por la zona erógena* fálica; con la unión bajo su supremacía de todas las zonas erógenas generando un yo realidad definitivo*, que definitivamente reconoce al objeto* (centro de la realidad*) como fuente de placer, ahora con características diferentes del yo (tiene otro sexo, aunque la diferencia reconocida sea solamente la de posesión o no de falo), en fin, toda la problemática edípica. Ésta se "hundirá" o pasará al estado de represión y, junto con ella, toda la problemática anterior; así terminarán de constituirse la represión primaria, el superyó y el aparato psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad infantil y nace el inconsciente* reprimido ‐descubrimiento crucial de Freud‐ conteniendo a toda esa sexualidad infantil en su interior. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] amor [freud.] En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el amor como "[...] la relación del yo con sus fuentes de placer" (A. E. 14:130). Las fuentes de placer* del yo* pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el objeto*. Cuando las fuentes están en el propio cuerpo, esto lleva el nombre de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo se constituye en yo y la libido* se ubica en él, hablamos de narcisismo*. La libido que encuentra placer en el yo se llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el amor al yo. Cuando se comienza a reconocer al objeto como la fuente principal de placer del yo, la libido que busca complacerse en el vínculo con él se llama libido objetal*. Ésta constituirá el amor más elevado, el amor por excelencia, el
  • 21. 21 amor objetal, el que puede a su vez poseer diferentes matices, clases o formas. La capacidad de amor objetal se va desarrollando junto con el yo de una manera muy compleja. "Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la etapa del objeto, placer y displacer significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces habíamos también de la "atracción" que ejerce el objeto dispensador de placer y decimos que llamamos al objeto" (1915, A. E. 14:131). En las primeras etapas infantiles el amor es ambivalente, no se distingue totalmente del odio*. Tampoco se distingue el ser* y el tener*. De ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la identificación*. El modelo analógico es el del canibalismo, en el que la tendencia amorosa hacia el objeto implica el incorporarlo, por lo tanto su desaparición y transformación en parte del propio ser. Es un tipo de amor que lleva implícita la destrucción del objeto como tal. En el apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo anal y pulsión de apoderamiento) la ambivalencia* es menor aunque más evidente, y mayor la diferenciación entre las categorías ser y tener. Cuando la síntesis de las pulsiones sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la etapa genital (véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y coincide con la aspiración sexual total. Existe toda una gradación de posibilidades dentro del fenómeno del amor. Durante el periodo del complejo de Edipo* el niño encuentra un primer objeto de amor en uno de sus progenitores; en él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que piden satisfacción. La represión que después sobreviene obliga a renunciar a la mayoría de estas metas sexuales infantiles y deja como secuela una profunda modificación de las relaciones con los padres. En lo sucesivo el niño permanece ligado a ellos, pero con pulsiones que es preciso llamar de "meta inhibida", Los sentimientos que en adelante alberga hacia esas personas amadas reciben la designación de "tiernos". Este amor de "meta inhibida" o ternura es el que logra crear ligazones más duraderas entre los seres humanos, 1.0 que se explica por el hecho de no ser susceptible de una satisfacción plena. El amor sensual está destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el comienzo con componentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido. El amor de meta inhibida es el que liga a los miembros de la masa* y es factor esencial generador de cultura*. El amor sensual es antisocial, la pareja quiere intimidad, no puede compartir su amor. También "[...] el niño (y el adolescente) elige sus objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la
  • 22. 22 satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su sustituto". En otros casos no se elige el objeto siguiendo el modelo de la madre, sino el de la persona propia: "Decimos que [el sujeto] tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo crió" (1914, A. E. 14: 84). De ellos saldrán los modelos de la elección de objeto* según el tipo de apuntalamiento* (más comúnmente masculino) y según el tipo narcisista (más típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir que deriva de complejizaciones realizadas por el yo de los destinos de la pulsión sexual. Ésta produce a su vez mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo inorgánico, propia de la pulsión de muerte*. El principal obstáculo ‐casi podríamos decir el único‐ que encuentra la pulsión de muerte en su camino hacia lo inorgánico, es esta complicación que le surge con los fenómenos de la vida, de los cuales el principal exponente es el amor. A medida que aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes. La pulsión sexual se mezcla* con la pulsión de muerte y con eso consigue domeñarla. El acto sexual genital llevado a su meta final, el amor sensual, resulta la principal forma de domeñamiento* de la pura cantidad (véase: cantidad de excitación), de la no‐cualidad, de la pulsión de muerte. La cultura está edificada, básicamente, sobre la sofocación* de la pulsión sexual, específicamente del incesto. La represión* hace cabeza de playa en la represión del incesto y luego se va extendiendo hacia toda la sexualidad posible. También se sofoca la pulsión de destrucción* que resulta de un primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que no se distinguen el odio del amor, en cambio sí se perciben en la agresión* y el apoderamiento (en el primero se ve quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva sobre la ‐.morosa, no así en el segundo que retiene al objeto por amor, sin tener en cuenta que en esa retención está implícito el daño al objeto). Las ligazones libidinales sobre las que se forman las masas culturales, son de meta inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta libido que podríamos llamar sublimada. El domeñamiento de la pulsión de muerte en ellas es menor. Queda un plus de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la paradoja de que esta complicación que le surgió a lo inorgánico y que generó los fenómenos de la vida, de los que a su vez nació la cultura, lleva incluida en su propio interior las pulsiones de muerte con cierta libertad, no domeñadas, en la esencia de la creación del hecho cultural. Cultura en la que entonces pareciera que por momentos predominaran las tendencias destructivas del ser humano sobre las del amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sida]
  • 23. 23 amor de transferencia [freud.] Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos psicoanalíticos. Consiste, según el ejemplo freudiano, en el enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer por su terapeuta hombre. Cabe que pueda enamorarse un paciente hombre de su terapeuta mujer aunque Freud, por alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a machismo, no la menciona. También puede darse, obviamente, cuando paciente y terapeuta pertenecen al mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar más detenidamente si entran dentro de la categorización específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamoramiento provenga desde el terapeuta se trata de un fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno descrito es considerado, desde luego, un obstáculo para el análisis, parte de la "transferencia* negativa" y como tal expresión de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos para la continuidad del tratamiento. Si bien en última instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones lo que suele estar en juego es más la transferencia inconsciente que el amor. Cada caso tendrá su especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su creatividad para salvar la situación, pero básicamente la actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no rechazando al paciente ni aceptándole sus propuestas. Simplemente a éstas se las tomará como un emergente más del inconsciente* que se está repitiendo en la transferencia en forma vívida, por lo que el correcto análisis y construcción* de los hechos que se repiten permitirán avanzar más profundamente en el conocimiento del yo. Cierto grado de "enamoramiento" del terapeuta hay en cualquier análisis, y como cualquier otro implica el fenómeno de la idealización*, la que se va desvaneciendo con el progreso del tratamiento, pero este "enamoramiento" por lo general es deserotizado y por lo tanto más manejable, menos compulsivo, incluso puede tener momentos o cierto grado no desexualizado y participar de la transferencia positiva por "amor al terapeuta" como otrora lo fuera con los padres de la infancia. En ese caso las "mejorías" serán por amor a él. De todas maneras si no se debelara durante el curso del tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría simples repeticiones, nada más. El tratamiento psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del yo y de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el analista debe encontrarse con situaciones que ponen a prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros tipos de situaciones nació la necesidad de la institucionalización del análisis didáctico en las instituciones psicoanalíticas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
  • 24. 24 anal [freud.] Véase: erotismo anal. analogía [freud.] Una de las leyes de la asociación, junto a la contigüidad*, la oposición* y la causa‐efecto. Ha sido descrita desde Aristóteles, pero tomó impulso con la escuela asociacionista de la psicología, que explicaba todos los fenómenos psíquicos como formas de asociación* sin nada que las rigiera más que la forma de asociación en sí. Esta escuela tuvo cierto predicamento entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Entre sus miembros más destacados figura John Stuart Mill, a quien Freud tradujo y a quien cita en su trabajo sobre La concepción de las afasias (1891) (escrito en el que, entre otras cosas, expone ideas muy interesantes sobre las representaciones‐cosa* y representaciones‐palabra*). Freud no abrazó esta filosofía, aunque extrajo de ella algunos conceptos que le fueron útiles para sus propios razonamientos y descubrimientos. Él concibe un psiquismo compuesto por representaciones* y energía (libidinal básicamente). La energía que circula entre ellas invistiéndolas (la energía adquiere el nombre de libido* en el momento que inviste a la representación) en busca de la descarga. Las leyes por las cuales la libido pasa de la investidura de una representación a otra, son las de la asociación. Una de ellas es la ley de analogía*. El proceso primario* aprovecha las analogías para producir identidades más fácilmente. Cuando hay un yo* con un proceso secundario*, esto se modera. Dicho de otro modo, la actividad de pensamiento* permite distinguir la contigüidad de la identidad (véase: identidad de percepción e identidad de pensamiento), la analogía de la identidad y hasta la oposición, aproximándose más a la causa‐efecto. La asociación por analogía además será la principal generadora de los símbolos universales*, previos o probablemente simultáneos a la aparición del lenguaje* (en la humanidad) y luego olvidados y pertenecientes al inconsciente*. Símbolos que reaparecen en los sueños*, en los mitos* de los pueblos e incluso en algunos síntomas* neuróticos. El mecanismo de la represión*, realizado por la parte inconsciente del yo, elige su formación sustitutiva*, también por leyes analógicas (o por contigüidad) con la representación reprimida, de manera que el parecido pueda escapar a la consciencia*. El parecido o analogía se produce sobre una de las cualidades de la representación. Al confundirse el atributo con el todo, la identidad lograda es aparentemente total cuando en realidad es parcial. El proceso de discriminación tendrá que hacerlo el yo con su proceso secundario, distinguiendo entre analogía e identidad, entre el atributo y la cosa*.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
  • 25. 25 angustia [freud.] Afecto*, o estado afectivo displacentero particular, que va acompañado de un tipo de proceso de descarga corporal también típico, y la percepción* de este proceso de descarga. El proceso corporal consiste predominantemente en hiperpnea, taquicardia, aumento de la sudoración y secreciones en general. El modelo de la respuesta corporal es tomado por un lado del primer tipo de reacción de la cría humana ante el trauma* del nacimiento ‐trauma producido esencialmente, y entre otras cosas, por el aumento tremendo de la cantidad de excitación* corporal que se produce al pasar de la oxigenación onfalomesentérica a la respiración pulmonar‐ por otro lado es un relicto de lo que otrora, en la prehistoria de la humanidad, fueran acciones acordes a un fin y ahora permanecen simplemente como alteraciones internas*, expresiones afectivas. El bebé al nacer expresa la alteración interna (expresión de emociones, grito, inervación vascular); esta forma de respuesta es adecuada al principio ya que así el cuerpo recibe la oxigenación necesitada. Pero después será adoptada por el yo* como el prototipo de la reacción contra el peligro. La primera reacción en la vida posterior frente a una situación de peligro*, interior o exterior, consistirá en la angustia. En algunos momentos de su obra ‐manuscritos a Fliess, los trabajos sobre la neurosis de angustia‐ Freud considera otro modelo de la angustia: las reacciones producidas durante el acto sexual. Ambos se complementan. El modelo de reacción frente al peligro está más cercano en general al concepto de señal y el de acumulación tóxica a la homologación con la excitación sexual. La angustia es el afecto displacentero por excelencia y es la moneda común a la que remiten los otros afectos displacenteros. El yo no quiere sentirla. Se defiende de ella. Así surgen las neurosis* [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia, teoría de la [freud.] Suele decirse que Freud postuló dos teorías de la angustia*. Sin embargo seguiremos la hipótesis de que hay una sola que se va complejizando a medida que se profundiza el conocimiento del funcionamiento mental. En el fondo la angustia es una y la misma, lo que puede variar son los motivos que la ocasionen o las diferentes explicaciones que tengamos sobre ella. En sus trabajos sobre la neurosis de angustia*, la explica como producto de la acumulación de tensión sexual somática (cantidad de excitación* no transformada en libido*, en deseo* sexual, al no estar unida a representaciones*). Cuando por alguna causa no psíquica (la causa no es la represión* de las representaciones psíquicas, sino un efecto mecánico actual producido en el hecho mismo de la acción sexual, por
  • 26. 26 ejemplo: una incorrecta relación sexual, o una relación sexual insatisfactoria) se produce una inadecuada descarga sexual, la cantidad de excitación acumulada, sin ligadura psíquica, deviene automáticamente en angustia. Esta teoría implica la concepción de que no toda acción va unida a representaciones, o tiene un correlato psíquico; o si así lo fuera, de que cada acción tiene también un correlato mecánico ajeno a lo psíquico (en el sentido de representación), o corre paralelamente a él por otra vía produciendo efectos corporales y, por este lado, genera afectos* (angustia automática*). Estas sensaciones displacenteras, en algunos casos muy intensas y en otros compuestas casi únicamente por afecciones corporales, son percibidas por el polo percepción consciencia* (PCc.) donde adquieren cualidad* displacer*, por lo que el yo* en segunda instancia busca encontrarle ligadura con representaciones‐palabra* preconscientes* y darle cualidad representacional, cosa que difícilmente consigue. La conclusión es que la cantidad de excitación acumulada es percibida automáticamente por el aparato perceptual* como angustia. Esta base teórica influirá hasta 1925 en la teoría de la represión y junto con ella, en la teoría de la angustia de la primera tópica. En ese período, Freud dice que la represión genera la angustia, en tanto separa la representación de su investidura, que se transforma en afecto y principalmente en angustia. Al ir profundizando su conocimiento del yo y luego de describir su segunda tópica o teoría estructural en 1923 en El yo y el ello, interrelacionará la explicación de la formación de los síntomas* neuróticos con la de los mecanismos de defensa* contra la angustia, además de diferenciar y vincular la angustia ante las pulsiones* con la angustia ante los peligros exteriores. Entonces se enhebrarán todas estas teorías contradictorias hasta ese momento. La síntesis brillante se expone en Inhibición, síntoma y angustia (1925). Mantiene la primitiva explicación: "Vemos ahora que no necesitamos desvalorizar nuestras elucidaciones anteriores, sino meramente ponerlas en conexión con las intelecciones más recientes" (A. E. 20: 133); sirve aún para explicar las neurosis actuales* o el factor actual neurótico de toda psiconeurosis, incluso la angustia automática en el brote esquizofrénico, a lo que se podrían agregar neurosis traumáticas* y alguna patología psicosomática. La acumulación de cantidad de excitación explica el trauma* del nacimiento y aquella es la máxima sensación de desvalimiento* temida. Ella, prácticamente, es la que se vuelve a producir cuando la angustia automática es síntoma*. Para defenderse el yo va generando mediaciones, gracias a las cuales va a poder dominar al ello*. El yo será "el almácigo de la angustia". La cultivará en él transformándola en señal y la insinuará a la pulsión proveniente del ello y a la parte inconsciente del yo para que el mecanismo defensivo yoico, guiado por el principio de placer*, reprima a la
  • 27. 27 pulsión y se evite entonces el displacer al que podría conducir su satisfacción. Este tipo de angustia es angustia señal*, es una señal que utiliza el yo para manejar a la pulsión y reprimirla, para que no se descargue. Es la angustia señal la que genera entonces la represión y no a la inversa. A esta angustia no se necesita explicarla tampoco por acumulación cuantitativa, es una tramitación, un recuerdo* de lo que podría pasar si.... que consigue que la pulsión retroceda y el proceso no siga adelante (cuando la represión tiene éxito, obviamente, pues cuando falla resurge la angustia automática, que sí requiere explicación económica). La angustia señal nace en íntima vinculación con la realidad*, pues se basa en hechos reales o vividos como reales (véase: verdad histórica) en determinados momentos de la vida, como lo son la pérdida del objeto, la amenaza de castración o de pérdida de amor. Podemos decir que la angustia de castración* va a ser el prototipo de las angustias señales y a ella van a remitir las otras angustias como la de pérdida de objeto*, la de pérdida de amor*, la angustia ante el superyó* y la angustia social*. Como ya vimos, todas estas angustias señales pueden fallar ‐por alguna causa psíquica (esquizofrenia*), o no psíquica (neurosis actuales)‐ y entonces el aparato psíquico es invadido por la cantidad de excitación y, por lo tanto, la angustia automática ocupa el panorama. [José Luis Valls, Diccionario freudiano angustia ante el superyó [freud.] Tipo de angustia señal* sentida por el yo*, debido al hecho de que éste produce mecanismos defensivos frente a la moción pulsional, ante la amenaza de castigo recibida desde el superyó*, cuando existe el peligro del avance pulsional proveniente desde el ello*. Implica la formación del superyó, entonces, producida merced a la introyección de la figura de los padres (principalmente el padre), corno identificaciones secundarias* prohibidoras y castigadoras de la satisfacción pulsional. Así los sentía el sujeto en su infancia. Después del hundimiento del complejo de Edipo* devinieron en identificaciones*. La sola presencia del deseo* Inc. investido es pasible de sanción para el superyó. Esto refuerza, por un lado, la necesidad de su desconocimiento con la utilización de los mecanismos de defensa* del yo, los que producen el desconocimiento del deseo, de todas maneras insuficiente para el yo, ya que al tener el superyó una parte inconsciente*, capta al deseo Inc. pulsional in statu nascendi, produciendo el yo de todas maneras la señal de angustia, que luego toma el matiz del sentimiento de culpa*. La angustia* ante el superyó remite a la angustia de castración* en el varón y a la angustia de pérdida del amor* del objeto* en la mujer, que eran las angustias más temidas durante el período del
  • 28. 28 complejo de Edipo, cuyo sepultamiento* y represión* originó la formación del superyó. Para evitar la angustia ante el superyó, también se generan entonces mecanismos de defensa. Este tipo de angustia señal es el que predomina en la neurosis obsesiva*, en la que son típicos el aislamiento* y la anulación de lo acontecido*. En las fases más tardías de la neurosis obsesiva la angustia coincide con el sentimiento de culpa, culpa del yo ante el superyó, independiente de los hechos de la realidad* (por ejemplo las leyes sociales). Obviamente la angustia ante el superyó también pareciera ser típica de la melancolía* aunque en esta afección el superyó ha tomado el poder sobre el yo y lo castiga sin piedad. La angustia ante el superyó puede aparecer en los tratamientos psicoanalíticos con la forma de angustia de muerte* o ante el destino (representantes del castigo del superyó). [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia automática [freud.] Angustia* producida por la presencia en el aparato psíquico* de una hipercantidad de excitación libidinal. Es como una repetición del trauma* del nacimiento, tal es la indefensión o desvalimiento* del psiquismo ante la tensión de necesidad. Tiene diferentes causas: es la única existente en las neurosis actuales*, como expresión de un monto de excitación no ligado por el aparato psíquico; o como expresión neurótica actual de toda neurosis de transferencia* en lo que concierne a la porción de excitación no ligada a representaciones*. También aparece cuando, por alguna causa, la angustia señal* utilizada por el yo* falla o los mecanismos de defensa* no han funcionado ante la angustia señal, siendo arrasado el yo por la excitación, generando así ataques de angustia en las neurosis históricas o transferenciales. En la psicosis* esquizofrénica, dados la grave alteración del yo y el retiro de la investidura de las representaciones‐cosa* Inc. con la pérdida del deseo* objetal consiguiente, la cantidad de excitación* queda sin posibilidad de ser ligada y se expresa automáticamente como angustia o, mejor dicho, como angustia automática. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia de castración [freud.] Angustia* sentida por el niño varón cuando comprende la diferencia de los sexos en términos de fálico‐castrado. En este período (fálico) el niño comprende el genital femenino confundiéndolo con la falta del masculino, merced a un juicio* basado en la percepción* (que lo es de una falta), el que le acarrea la angustia realista* de que sea una posibilidad cierta el que ese peligro le pueda ocurrir a él. A posterior¡* deviene en la angustia señal* por
  • 29. 29 excelencia (posteriormente al hundimiento o represión* del complejo de Edipo* e instauración del superyó* en el aparato psíquico*). La angustia de castración aparece, entonces, en la cumbre del complejo de Edipo y es generadora de las neurosis infantiles (el pequeño Hans, el "hombre de los lobos"*), generalmente zoofobias*, relictos del totemismo*; luego va tomando las características del símbolo mnémico* que cultiva en su "almácigo" el yo* para producir sus mecanismos de defensa* ante lo que siente como el peligro pulsional. La angustia de castración es también un nivel de angustia señal, más alto en su complejidad que la angustia de pérdida de objeto*. Se la siente básicamente ante el padre, rival edípico, y es resultado, en la hipótesis filogenética freudiana, de que en las épocas de la horda primitiva*, éste castraba a sus hijos para poder poseer a todas las mujeres de la horda, En Inhibición, síntoma y angustia (1925) dice Freud que la angustia de castración remite a la angustia de pérdida de objeto, pues la posesión del pene sería la condición para, en este nivel, poder tener* a éste. El reconocimiento definitivo de la diferenciación sexual, con toda su conflictiva a cuestas, trae mayor complejidad al vínculo con el objeto*. La carencia objetal remite, en última instancia, al peligro de volver a caer en la tensión de necesidad, la angustia automática*. La angustia de castración sería una angustia señal que llevará al yo a hacer efectivos, automáticamente, sus mecanismos de defensa, generando así nuevas mediaciones que lo alejen de ese peligro. En el adulto la angustia de castración es reemplazada por lo general por la angustia ante el superyó* y la angustia social*, cuyo sustrato es en el fondo. Pero esas angustias implican un grado aún mayor de mediación y complejidad. La angustia de castración será factor principalísimo en la creación de síntomas neuróticos, en las así llamadas neurosis históricas o de transferencia*, principalmente la histeria de angustia* y sus fobias*. Es interesante acotar que el yo realidad definitivo* culmina su constitución en el período fálico, cuando el falo haciendo caer bajo su supremacía al resto de las zonas erógenas* les da una unidad, la que va a ser llamada yo. Esto es otra muestra de la importancia de la angustia de castración en la constitución del aparato psíquico masculino (mayor imperativo categórico, mayor dramaticidad en la formación del superyó, la que a su vez es más temprana, termina con el complejo de Edipo y no en la pubertad, como en el caso femenino). Por lo demás, esta angustia es realista en el niño durante el complejo de Edipo, luego deviene en angustia señal cultivada por el yo y usada como símbolo mnémico ante las pulsiones* que pretenden retornar desde lo reprimido* y satisfacer la sexualidad infantil* reprimida primariamente, y de las cuales el yo se defiende con sus represiones secundarias* o mecanismos de defensa. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
  • 30. 30 angustia de muerte [freud.] Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una forma de elaboración secundaria* de la angustia ante el superyó* inconsciente* (por ejemplo: como angustia* ante el destino), y en ocasiones la angustia de castración*, también inconsciente (por ejemplo: angustia ante los accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No hay representación‐cosa* inconsciente de la muerte propia, pues no pudo haber vivencia de ella. Las representaciones* surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última instancia. Para tener una noción de la muerte propia e incluso de la ajena, hay que poseer representación‐palabra* que permita pensarlas preconsciente o conscientemente. A partir de ahí, entonces, se vinculan la muerte ajena con la propia, pero apenas si se tienen teorías, fantasías y representaciones exteriores básicamente creadas merced a las palabras ("el frío de los sepulcros") hablando de la muerte y no una representación cabal o vívida de lo que es. Por lo tanto, la angustia de muerte resulta una elaboración preconsciente de la angustia. La angustia señal* se produce ante el peligro. El peligro real durante el complejo de Edipo* es la‐‐‐ castración; antes lo había sido la pérdida del objeto, y después el castigo del superyó, todos a su vez niveles de mediación ante la indefensión o desvalimiento* frente a la cantidad de excitación* o tensión de necesidad, cuyo prototipo es el trauma* del nacimiento. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia de pérdida de amor [freud.] Tipo de angustia señal* percibida principalmente por la niña al entrar en el período fálico, por lo tanto, en el complejo de castración*. Al comprender la diferencia de su cuerpo con el del niño, en fin, con lo que ella entiende como niño no castrado, comprende ésta como si a ella le faltara el genital y no como sexo femenino (proceso al que deberá llegar trabajosamente el yo*, tras un esfuerzo de actividad de pensamiento* complejo y al que arribará en la pubertad, en el mejor de los casos). Por lo tanto, en la época de este crucial descubrimiento, sucumbe a la envidia del pene*. Se agrega a la diferencia anatómica el hecho de que aparece una desigualdad con respecto al niño en la constitución del yo, dado que el falo no tendría en este caso la suficiente primacía (véase: primacía fálica) sobre el resto de las zonas erógenas* (el falo es el clítoris en todo caso, de ahí la envidia). Lo que en el período del complejo de castración en la niña es entendido como falta de genital, paulatinamente es reemplazado por el cuerpo erógeno todo, y la vagina en particular (pensemos en lo difuso y generalizado del orgasmo femenino). Por eso el narcisismo* de la mujer no se constituye de un principio como "amor propio" sino que predomina en
  • 31. 31 ella una necesidad* de ser amada, lo que la hace más dependiente del objeto*. También esto puede ser otro elemento que puede ayudar al hecho de que algunas mujeres constituyan su yo más como objeto que como sujeto. En el período del complejo de castración, en la niña la necesidad de ser amada (en un principio por la madre) se hace extrema; de ahí lo intenso de la angustia de la pérdida de su amor. Posteriormente viene, por lo común, un tiempo en el que culpa a la madre por su minusvalía, rompe con ella, y pasa a querer poseer un hijo, símbolo del pene anhelado (a este pasaje se lo llama ecuación simbólica). Por este camino conducente a su feminidad, encontrará al padre como objeto y pasará a sentir angustia ante la pérdida de amor de éste, de quien ahora espera su hijo‐pene. Más tarde, en la adolescencia, hará su elección definitiva de objeto* exogámico*, elección que llevará incluida la historia con sus objetos primarios y las angustias* correspondientes. El superyó* femenino tarda más que el masculino en constituirse, asimismo es menos drástica su forma de estructuración. La angustia de la pérdida de amor femenina se prolonga más en el tiempo y probablemente esto influya incluso en la generación de diferencias respecto de las angustias posteriores, frente al superyó* y la angustia social*. La angustia de pérdida de amor "[...] desempeña en la histeria un papel semejante a la amenaza de castración en las. fobias, y a la angustia frente al superyó en la neurosis obsesiva" (1925, A. E. 20:135), lo que seguramente tiene alguna relación con que la histeria sea predominantemente femenina. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia de pérdida de objeto [freud.] Angustia* sentida por el bebé cuando en su camino de salida del yo placer purificado* (en el que el objeto* en la medida en que producía placer* era considerado yo*) va reconociendo poco a poco a la madre como objeto de placer, como no‐yo, por lo que pasa a ser deseada (recordemos que en el yo placer se reconocía como no‐yo todo lo odiado). Comienza a pasar de la categoría ser*, a la categoría tener*, por lo tanto, a la posibilidad de no tener; esta posibilidad generará angustia pues la presencia del objeto se ha mostrado importantísima, hasta imprescindible, para no ser invadido por la tensión de necesidad*, la cantidad de excitación*, en otras palabras, la angustia automática* del trauma* del nacimiento. Esta angustia de pérdida de objeto es la primera angustia que actúa como señal, generadora de mecanismos de defensa* del yo, inconscientes algunos, y de formas de defensa que aunque no se las pueda considerar mecanismos quizá sean las más eficientes que pueda tener el yo. Fruto de este tipo de angustia, irán surgiendo entonces los juegos infantiles, el lenguaje*, etcétera, que harán
  • 32. 32 las veces del objeto de placer al que, de esta manera, se podrá tener. La angustia de pérdida de objeto se expresa en la clínica básicamente como angustia ante la soledad, la oscuridad, la presencia de extraños, etcétera. De todas maneras, también esta angustia tiene como trasfondo a la angustia de castración*. La angustia de pérdida de objeto consiste en una señal que es producida en ínfima cantidad por el yo, lo que hace que automáticamente y en forma inconsciente surja el mecanismo de defensa que originará una formación sustitutiva*, una transacción, la que producirá el efecto buscado de inconscientizar a la pulsión*, y en este sentido será eficaz. Esta forma de angustia no necesita explicación económica, es producida por el yo (como todas las angustias señales*) con ínfimas cantidades y basándose en el recuerdo*, la representación* peligrosa. El resultado del mecanismo defensivo puede ser la generación de síntomas*, rasgos de carácter*, etcétera. En el adulto se puede producir por regresión* yoica, pues es más primitiva (la distinción yo‐objeto de placer, en el período infantil en que este tipo de angustia predomina, es menos clara) que la angustia de castración, la angustia ante el superyó* y la angustia social*, aunque se pueden mezclar y ser difíciles de distinguir. Es el tipo de angustia predominante en los mecanismos defensivos (desmentida*) de la amencia de Meynert*. Si por alguna causa los mecanismos defensivos yoicos fallan, puede devenir el ataque de angustia y producirse la angustia automática, la cual sí tiene explicación económica, pues es producida por la cantidad de excitación, o lo que es lo mismo, la invasión de la tensión de necesidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia neurótica [freud.] A diferencia de la angustia realista*, esta angustia* no se siente frente a la percepción* de un peligro exterior sino frente a uno interno, aunque éste sea inconsciente*, o mejor, a pesar de que el yo* lo desconozca. Es la angustia del yo frente a sus pulsiones*, mejor dicho frente al peligro exterior que paulatinamente las pulsiones implican a medida que se distingue al yo del objeto* de placer* (la pérdida, la castración), su satisfacción o el deseo* de su satisfacción. En el niño, durante el período del complejo de Edipo*, la angustia de castración* es realista, luego, en el adulto, es una señal recordatoria de aquella angustia; pasa así a convertirse en angustia generadora en el yo de mecanismos de defensa*, los que cuando fallan pueden ser origen de síntomas*. Entonces angustia neurótica es, a la vez, producto de neurosis y generadora de neurosis. Otro capítulo es el de las neurosis actuales* en que la angustia no está ligada a representaciones*, expresión automática de la cantidad de excitación*. En la esquizofrenia*, la
  • 33. 33 angustia se explica como en las neurosis actuales pero las causas son diferentes. En este padecimiento psicótico narcisista, el arrasamiento del aparato psíquico por la cantidad de excitación que se produce ante la desinvestidura* de sus representaciones‐cosa* Inc., deja a la cantidad de excitación sin ligadura, o con una ligadura endeble porque la representación‐ palabra* no está sustentada por la representación‐cosa, ahora desinvestida o proyectada* (como, por ejemplo en los delirios* paranoides). [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia realista [freud.] Estado afectivo displacentero particular que se siente frente a la percepción* de un peligro exterior. Se asimila al miedo, afecto* que queda después de la vivencia de dolor*. Dice Freud: "[...] la angustia realista aparece como algo muy racional y comprensible. De ella diremos que es una reacción frente a la percepción de un peligro exterior, es decir, de un daño esperado, previsto; va unida al reflejo de la huida, y es lícito ver en ella una manifestación de la pulsión de autoconservación" (1917, A. E. 14:358). Renglones más abajo pone en tela de juicio la adecuación de la respuesta angustia* ante el peligro, diciendo que la respuesta adecuada sería enfrentarlo o huir. Entonces la angustia realista es adecuada si es una simple señal que permite al yo* encontrar la acción adecuada, si la angustia por el contrario paraliza al yo, éste pierde la posibilidad de autoconservarse. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) incluye como angustias realistas, las angustias sentidas por el niño en su proceso de reconocimiento del objeto* como fuente de placer*: como son la angustia de pérdida de objeto* y la angustia de castración*. Son angustias realistas desde que (en esa época) el peligro proviene del exterior. Dejan de ser realistas cuando son usadas a posteriori* por el yo, como señales basadas en recuerdos* para generar los mecanismos de defensa* contra las pulsiones* provenientes del interior del cuerpo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] angustia señal [freud.] Señal producida y sentida por el yo*, el que la utiliza para lograr dominar a la pulsión*. Esto lo hace mediante los mecanismos de defensa* ante ella. Utiliza para ello el principio de placer* en contra de la satisfacción pulsional, paradójicamente, pues tras la instalación de la represión primaria* la posibilidad de la satisfacción pulsional le generaría displacer* (angustia*) al yo. Al enviar el ello* una investidura de deseo* pulsional Inc. (o lo que es lo mismo, una representación‐cosa* investida buscando representación‐ palabra* para poder ser conocida por la consciencia* perteneciente al yo), el
  • 34. 34 yo puede no aceptarla como propia produciendo la angustia señal, para lo que utiliza el recuerdo* de momentos de angustia que fueron reales en la infancia, por ejemplo: la visualización del genital femenino en el caso de la angustia de castración*. La angustia señal está basada, entonces, en la experiencia. Éste es el caso de la angustia de pérdida de objeto* cuando el bebé comienza a reconocer al objeto* como tal. También el de la angustia de castración que surge en la etapa fálica del varón, cuya contrapartida en la mujer es la angustia de la pérdida de amor* del objeto. En el adulto no neurótico (a excepción del neurótico obsesivo en el que predomina la angustia ante el superyó*, pero como amenaza de castigo inconsciente) las angustias señales suelen ser las que se producen ante el superyó* y la angustia social*. La angustia señal es para el yo un recurso sumamente eficaz para dominar a la pulsión, si bien muchas veces costosísimo, los daños en su estructura son un efecto no buscado (por lo menos dentro del principio de placer) que no puede atribuirse a la angustia señal sino a los mecanismos defensivos que produce el yo gracias a ella. Así y todo es de subrayar la eficacia defensiva; ante la señal automáticamente se desinviste* la representación* (de palabra o de cosa según el caso, lo que también va a indicar niveles de gravedad en la patología o alteración del yo) y la pulsión, "desactivada", pierde su eficacia. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] anulación de lo acontecido [freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria* por la cual, utilizando el pensamiento* mágico, se hace "desaparecer" algo sucedido, en la mayoría de los casos realizado o fantaseado previamente por el mismo sujeto. La anulación de lo acontecido es un mecanismo yoico inconsciente* típico de la neurosis obsesiva* y produce en general los llamados "síntomas* en dos actos", donde el segundo cancela al primero como si nada hubiera ocurrido. También es generador de ceremoniales obsesivos*. Ambos actos son compulsivos, a pesar de que el yo* del sujeto intenta explicarlos con racionalizaciones*. La representación‐cosa* de la pulsión* del ello* prohibida por el superyó*, recibe investidura preconsciente* de palabra (aunque ligeramente desplazada* de la original, disfrazada) a pesar de no haber sido nunca aceptada como propia por el yo. Tenemos entonces una representación de deseo* preconsciente, aunque no aceptada como propia por el yo, al que se le impone como pensamiento compulsivo, incluso puede llegar a acción compulsiva (véase: compulsión). Ésta es la transacción a la que llega el yo con la pulsión al sentir la angustia señal* frente al superyó. Como para justificarse ante éste debe realizar el segundo acto, en el que consiste estrictamente la anulación; utilizando la
  • 35. 35 magia*, el yo consigue hacer "desaparecer" el hecho realizado, o la fantasía* no actuada, como si nada hubiera sucedido. La anulación de lo acontecido es generadora de múltiples síntomas de la neurosis obsesiva: a) los síntomas de dos tiempos: lavarse y ensuciarse las manos, abrir y cerrar las llaves del gas (el famoso sacar y poner la piedra del "Hombre de las ratas"), etcétera, y b) los síntomas de un solo tiempo, un solo tiempo de acción, cuando el "primero" se ha quedado en fantasía. (Este último caso es el trasfondo de muchos ceremoniales obsesivos.) El síntoma en dos tiempos es expresión a su vez de la ambivalencia* afectiva, la expresión del amor*‐odio* en dos momentos diferentes. Esta técnica cumple además un papel destacado en las prácticas de los encantamientos, en los mitos* de los pueblos y los ceremoniales religiosos, pues es tributaria de la primitiva actitud animista hacia el mundo circundante. Podemos decir que la anulación tiene relativamente poco ,éxito en reprimir a la pulsión, la que, especialmente en los síntomas de dos tiempos, puede llegar a la acción más o menos simbolizada, aunque luego sea anulada. Además, suele necesitar extenderse a la manera del parapeto fóbico*. En todo este lapso, hasta que se consigue la anulación, la angustia* se hace presente. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] añoranza, investidura de [freud.] Intensa investidura de la libido* objetal que se produce ante la realidad* irreparable de una pérdida de objeto*. La añoranza es por la sobreinvestidura que al no poder satisfacerse, no tiene posibilidad de salida, produciendo el dolor* psíquico durante el proceso de duelo*. En el caso del dolor* físico hay para Freud una cantidad de excitación* proveniente de las "masas en movimiento" del mundo exterior (Proyecto de psicología, 1950a [1895]) que penetró en el cuerpo por una solución de continuidad de su superficie. También puede ser por una enfermedad de alguno de sus órganos, a la que se agrega un monto de libido narcisista que se agolpa en el órgano dolorido (1925). Algo análogo ocurre en el caso del dolor psíquico. Hay un agolpamiento muy intenso, pero ahora es de libido objetal, investidura de añoranza. La realidad muestra que el deseo* del objeto perdido no se satisfará nunca más como otrora, con lo que aquel se intensifica y choca ante la imposibilidad real, situación que se repite en cada ocasión que remeda al objeto perdido. El proceso de duelo consiste precisamente en el ir despegando de la realidad la investidura de añoranza. Este proceso se podrá realizar en tanto la investidura predominante haya sido de libido objetal, pues si la elección de objeto* previa fuera predominantemente narcisista* se producirá seguramente retracción