1. “El mundo necesita a Dios a
menudo tan poco creído y adorado, tan
poco amado y obedecido. Él no calla y
pide el silencio humilde de la escucha. Su
infinito respeto por nuestra libertad, no
es debilidad: nos trata como hijos.
Dejemos que su palabra toque nuestro
corazón. Él es la esperanza del hombre y
el fundamento de su auténtica dignidad”
(Juan Pablo II)
La oración vocal es imprescindible. Cuando los apóstoles pidieron a
Jesús: - Señor, ¡enséñanos a orar!, Él les puso en los oídos, en los labios, con
su propia actitud externa, la oración al Padre que está en los Cielos: el Padre
Nuestro. Las oraciones vocales - tanto las litúrgicas como las compuestas por
santos o personas sabias - han ayudado a muchos en su santificación, si se las
recita de verdad. Tantas hay, que repetidas a lo largo de los siglos, no pierden
su vigor; al contrario, como si cada orante les fuera comunicando la fuerza de
su adoración, su petición, su acción de gracias, su desagravio. Su amor, sus
ansias, sus deseos de Dios.
“El corazón se desahogará habitualmente
con palabras, en esas oraciones vocales que nos
ha enseñado el mismo Dios: Padre nuestro, o
2. sus ángeles: Ave María. Otras veces utilizaremos
oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se
ha vertido la piedad de millones de hermanos en
la fe: las de la liturgia (…), las que han nacido de
la pasión de un corazón enamorado, como tantas
antífonas marianas: Bajo tu protección…,
Acordaos…, Salve (Beato Josemaría, Es Cristo que
pasa, n. 119)