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                               GUILLERMO DE TORRE EN LA ÉPOCA EN QUE PUBLICÓ
                                  LITERATURAS EUROPEAS DE VANGUARDIA (1925)
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                               GUILLERMO DE TORRE




               DE L A AVENTURA AL ORDEN


                                     Selección y prólogo de
                                 Domingo Ródenas de Moya




                        COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL
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              COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL
              Responsable literario: Francisco Javier Expósito
              Cuidado de la edición: Lola Martínez de Albornoz
              Diseño de la colección: Gonzalo Armero
              Impresión: Gráficas Jomagar, S. L. Móstoles (Madrid)

              © Fundación Banco Santander, 2013
              © Del prólogo, Domingo Ródenas de Moya
              © Herederos de Guillermo de Torre



              Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigen-
              te, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo
              o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva auto-
              rización.

              ISBN: 000000000000000
              Depósito legal: M. 00000-2013
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       ÍNDICE
       Guillermo de Torre o la ética de la crítica literaria,
          por Domingo Ródenas de Moya                 [ IX ]
       Nota a la selección        [ LX ]
       Procedencia de los materiales          [ LXII ]
       Bibliografía      [ LXV ]



       LA AVENTURA. ESPAÑA Y EUROPA.
       DEL LADO DE ACÁ (1900-1936)

       Esquema de autobiografía intelectual (1969)           [ 00 ]
       Para la historia de mis orígenes literarios (inédito)        [ 00 ]
       Autorretrato (1922)       [ 00 ]
       Madrid-París. Álbum de retratos (1920)           [ 00 ]
       El arte candoroso y torturado de Norah Borges (1920)              [ 00 ]
       Frontispicios (1925)       [ 00 ]
       Inquisiciones (1926)      [ 00 ]
       900 y el fascismo (1926, inédito)         [ 00 ]
       Del tema moderno como «número de fuerza» (1927)                 [ 00 ]
       Examen de conciencia (1928)           [ 00 ]
       Homenaje a Freud (1936)           [ 00 ]
       Gaveta epistolar (i)      [ 00 ]



       EL ORDEN. ARGENTINA Y AMÉRICA.
       DEL LADO DE ALLÁ (1939-1971)

       La generación sacrificada (1953, inédito)            [ 00 ]
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              El peregrino en su patria (ca. 1953, inédito)      [ 00 ]
              Tan pronto ayer. Memorias de mi vida literaria          [ 00 ]
              León Felipe, poeta del tiempo agónico (1940)          [ 00 ]
              La aventura y el orden (1943)         [ 00 ]
              El existencialismo en la literatura (1948)    [ 00 ]
              La crisis del concepto de literatura (1951)     [ 00 ]
              Valery Larbaud, el viajero vuelto inmóvil (1951)          [ 00 ]
              Hacia una reconquista de la libertad intelectual (1953)            [ 00 ]
              Rimbaud, mito y poesía (1953)            [ 00 ]
              El arte de un futuro indeseable. Minorías y masas (1954)              [ 00 ]
              Afirmación y negación de la novela española (1956)             [ 00 ]
              Diálogo de literaturas (1959)         [ 00 ]
              Los puntos sobre algunas «íes» novelísticas (1959)          [ 00 ]
              Reconocimiento crítico de César Vallejo (1959)           [ 00 ]
              El arte abstracto, ¿heredero o negación del cubismo? (1962)               [ 00 ]
              Picasso y Ramón: paralelismos y divergencias (1962)             [ 00 ]
              Para la prehistoria ultraísta de Borges (1964)       [ 00 ]
              La difícil universalidad de la literatura española (1964)          [ 00 ]
              Evocación de Azorín (1968)          [ 00 ]
              Gaveta epistolar (ii)       [ 00 ]
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                             Domingo Ródenas de Moya


                         GUILLERMO DE TORRE
                  O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA

      Miguel de Torre Borges es un niño en edad escolar y la maestra le pregunta, co-
      mo a sus compañeros, por la profesión del padre. «Es escritor», contesta el mucha-
      cho. Pero la respuesta no acaba de ser satisfactoria: «¿Escritor de qué?». El niño no
      lo duda aunque enseguida va a arrepentirse: «De ensayos». Perplejidad entre los pu-
      pilos y la docente. ¿Un escritor que no escribe novelas ni poemas ni piezas de tea-
      tro? Miguel corrige su respuesta: «Es abogado». No miente y además pacifica la ex-
      trañeza. Todos contentos.
          En efecto, Guillermo de Torre Ballesteros se había licenciado como abogado en
      1923 (en Granada y a la vez que Federico García Lorca), pero las leyes que iban a
      ocupar absoluta e imperiosamente su vida no iban a ser las del Derecho sino las
      menos articuladas de la literatura y el arte. Dedicó sus días con incansable fervor y
      entrega a la literatura, a producirla en su juventud, a estudiarla toda la vida, a refle-
      xionar sobre ella —y también a enseñarla— hasta su muerte relativamente tempra-
      na a los setenta y un años, en 1971. No mucho antes, en mayo de 1968, el viejo Cor-
      pus Barga le escribía desde Perú diciéndole: «Es usted uno de los tres o cuatro
      ensayistas españoles que superan la cultura subdesarrollada que en España es hoy el
      ensayo». Pero la opinión del veterano periodista no era la única que elevaba a Torre
      por encima de los ensayistas literarios de su tiempo ni tampoco la primera, pues ya
      en 1956 le había exhortado José Ferrater Mora, por enésima vez, a escribir una his-
      toria de las letras españolas contemporáneas porque el filósofo no veía entonces a
      nadie que poseyera como él las cualidades necesarias para llevar a cabo esa empresa:
      «información sólida y nada indigesta, estilo claro (quizá “oscuro el borrador”, pero
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              [X] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              “el verso claro” siempre), originalidad de puntos de vista, percepción del matiz y…,
              por supuesto, conocimiento de lo otro, de lo no español, tan necesario para enten-
              der lo español».
                  No es sólo en la correspondencia privada donde se pueden espigar elogios de ese
              tipo, sino que se encuentran casi en cualquier lugar donde se emitiera una opinión
              sobre Torre. En 1961, Ricardo Gullón le dedica el elogioso artículo «Guillermo de
              Torre o el crítico» en la revista-libro Ficción de Buenos Aires que dirigía Juan Goya-
              narte, donde afirma (en el mismo número, el 33-34, que celebraba el Prix Interna-
              cional de los Editores concedido a su cuñado Jorge Luis Borges) que Torre había
              llegado a ser «en el mundo de las letras hispánicas, y tal vez en el mundo literario a
              secas: el crítico mejor informado, el erudito más competente en literatura contem-
              poránea, demostrando que la erudición no ha de referirse necesariamente a un pa-
              sado más o menos remoto, sino que puede servir para aclarar y precisar el panora-
              ma de lo presente, mostrando las conexiones entre movimientos y escritores de
              diversas latitudes y situados (a veces) a relativa distancia en el tiempo». Poco des-
              pués, en 1962, Gonzalo Sobejano parecía coincidir con esa opinión al afirmar, en un
              amplio panorama de la crítica literaria del momento, que Torre «puede pasar por el
              mejor crítico español de hoy en el sentido en que Dámaso Alonso restringe la fun-
              ción del crítico como valorador y guía». No hubo disensiones respecto a esta esti-
              mación y cuando, tras su deceso, un respetado académico como Manuel Durán re-
              señó su último libro en Hispanic Review pudo sostener que Torre «había sido uno
              de los pocos críticos de primera fila y en algunos casos su influencia resultó decisi-
              va, con mucho superior a la de cualquier otro crítico de las letras españolas de hoy».
                  El crítico y ensayista de vastos conocimientos, de estilo elegante y criterio pon-
              derado había comenzado su carrera, sin embargo, de otro modo, como movedizo
              poeta adolescente en las filas del Ultraísmo y combativo pregonero de las últimas
              gestas de la vanguardia internacional, entorpecida su expresión por un idioma eri-
              zado de esdrújulos y neologismos y aferrado a una estrepitosa militancia a favor de
              lo nuevo, en el arte y en la vida. De aquella efervescencia juvenil quedaron dos fru-
              tos valiosos, el poemario Hélices (1923) y un libro memorable, Literaturas europeas
              de vanguardia (1925), que lo convirtió ipso facto en el primer historiador y exegeta
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                                                               DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XI]




      del nuevo espíritu y hubo de abrirle muchas puertas, incluso alguna de las que le
      había cerrado su pertinaz pugna por labrarse un nombre y hacerse un sitio en el po-
      puloso campo de batalla literario de los años diez y veinte. A sus veinticinco años
      decidió que los años de las escaramuzas nerviosas habían prescrito y había llegado
      la hora de la razón reposada y el discernimiento, la hora de una crítica elevada al
      rango de creación que, potenciando los valores y fijando las coordenadas estéticas
      de la obra ajena, se afirma ella misma como expresión autónoma del espíritu.

          Guillermo de Torre Ballesteros había nacido en Madrid el 27 de agosto de 1900
      y la profesión jurídica de su padre (que fue notario) debió influir a la hora de estu-
      diar Derecho, licenciatura que acabó, sin mucha convicción, cuando ya llevaba años
      inficionado por el virus literario. Su padre, Guillermo de Torre y Molina era un
      amateur de las artes: practicaba la fotografía, amaba la música (tocaba el pianoforte)
      y la pintura (hacía sus pinitos como pintor de copias). Quizá porque había apren-
      dido en su propia casa, gracias al abuelo de Torre, la importancia de viajar y cono-
      cer mundo y gentes diversas, su padre le regaló, al cumplir los dieciocho años, una
      estancia en París, ciudad que, desde entonces, iba a convertirse en una segunda pa-
      tria. Así lo cuenta su hijo Miguel de Torre en los preciosos «Appunti su mio padre»
      publicados en 2005 en la traducción italiana de Hélices. Precisamente el año en que
      se publicó este poemario ultraísta, en 1924, empezó a prepararse para la carrera di-
      plomática en el Instituto Diplomático y Consular, pero su vocación literaria se ha-
      bía afirmado ya con tal rotundidad que a esas alturas ya no admitía compatibilidad
      alguna con otra profesión y su rúbrica, por fin, había adquirido el suficiente crédi-
      to como para que Ortega y Gasset le abriera la tribuna de Revista de Occidente. Era
      noviembre de 1924 y Torre se estrenaba ahí con una reseña de la novela Les Cinq
      Sens de Joseph Delteil, que había sido un mes antes, en octubre, uno de los fir-
      mantes (con Louis Aragon, Paul Éluard, Drieu la Rochelle y Philippe Soupault) del
      panfleto Un cadavre! escrito con motivo de la muerte de Anatole France. Torre in-
      gresaba en la mansión de Ortega con las credenciales de un informadísimo testigo
      de las últimas palpitaciones del esprit nouveau europeo y con la fama de poseer ya
      entonces la mejor colección de revistas de vanguardia de la época.
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              [XII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




                  En aquella sazón, hacía tiempo que Torre se había enamorado de la pintora No-
              rah Borges —«nuestra pintora», la llamaba Isaac del Vando Villar desde la revista ul-
              traísta Grecia en 1920—, a la que había conocido cuando ella tenía dieciocho años
              y se encontraba en España con su familia. Anota en sus memorias Rafael Cansinos
              Assens —que se muestra en general resentido con el joven Torre—: «Jorge Luis Bor-
              ges y su hermana celebran reuniones literarias en su casa, a las que acude Guillermo
              de Torre que, según me dicen, le hace el amor a Norah, a la que califica de “fémina
              dinámica y porvenirista”». Esas reuniones datan de marzo de 1920, pero en 1924 no
              sólo ha regresado ya toda la familia Borges a Buenos Aires (lo había hecho en la pri-
              mavera de 1921), sino que Guillermo y Norah se han hecho novios y la aventura ul-
              traísta está, para él, finiquitada. Torre escribe exaltando el arte de Norah como un
              regreso al principio de afirmación y permanencia, identificado tanto con la estética
              cubista como, sobre todo, con lo femenino, un principio al que él mismo se adhie-
              re por entonces, dejando atrás sus «verticalidades» y algarabías ultraicas. Según un
              movimiento de vuelta al orden que se dio en la posguerra europea, después de la
              destrucción, la construcción (Création/Destruction iba a ser un libro de Robert De-
              launay que Torre pretendía publicar en 1923), y Torre pudo asociar ese cambio de
              ciclo con la prevalencia de lo femenino, de lo que permanece y engendra.



                 Gestos y gestas vanguardistas: de 1915 a 1924

                  Desde muy joven, Torre quiso librar todas las batallas de la guerra a favor de la
              estética antipasatista de las vanguardias. Se acercó a quienes consideró maestros (Ra-
              fael Cansinos Assens y Ramón Gómez de la Serna señaladamente, así como Juan
              Ramón Jiménez o el mexicano Alfonso Reyes, entonces en Madrid) pero también
              trampolines para alcanzar una posición de notoriedad a la que aspiraba. No hurtó
              el cuerpo en la refriega literaria ni disimuló (o no supo disimular) su ambición de
              ganar nombradía, lo que a menudo alejó las simpatías de aquellos con quienes se
              trataba, que veían en él a un joven excesivamente ávido de «llegar», como se decía
              entonces. Cansinos Assens dejó un retrato despiadado de él en sus tardías memorias
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                                                               DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XIII]




       que es congruente con el rencor que transpira la novela satírica El movimiento V. P.
       (1921), donde Torre aparece, nada favorecido (es un dechado de pedantería y dog-
       matismo), como «el Poeta Más Joven». Ramón, que acogió en su templo de Pombo
       a Torre, enviado por Cansinos, fue menos despectivo en las páginas de Pombo (1918),
       donde lo describe como un «muchacho inteligente y delirante», impulsado por el
       fervor, «ilusionado, ingenuo, pero tan dispuesto a despertarse sobre lo extraordina-
       rio, tan ciego en su camino, tan dispuesto a llegar que da miedo de que me hagan
       pagar caro algún día que le haya hecho mi discípulo».
           Aquel primer encuentro entre Gómez de la Serna y Torre tuvo lugar en diciem-
       bre de 1916, cuando este era un adolescente que enviaba sus primicias a periódicos
       de provincias como Paraninfo de Zaragoza, donde dio su primer artículo en 1915,
       un adolescente que había visto cómo Cansinos Assens le dedicaba unas líneas el
       mes anterior, en noviembre de 1916, en La Correspondencia de España. La etapa que
       se abrió en 1916 y que se cerró con la aparición en 1925 de Literaturas europeas de
       vanguardia fue evocada por el propio Torre mucho después, dos años antes de su
       fallecimiento, como «el foso de la época que yo llamaría preconsciente». Sin em-
       bargo, esa preconsciencia, que podía ser cierta desde la atalaya del maduro ensayis-
       ta en que se había convertido, no lo era tanto respecto al intérprete del arte de van-
       guardia con el que se sentía en plena sintonía. Entre 1916 y 1918, el adolescente
       Torre, lejos del deseo de confesar sus cuitas sentimentales o la unicidad de su visión
       del mundo, estuvo arrebatado por otro afán, el de conquistar una forma expresiva
       radicalmente nueva, lo que aparejaba un inmenso desdén por lo consabido o here-
       dado como formas anquilosadas del pasado. Fue un arrebato compartido por casi
       todas las vanguardias, el hallazgo del lenguaje no hollado, de la fórmula rabiosa-
       mente virgen, el espíritu de aventura impulsado por la combustión del arte cadu-
       co. El propio Torre recordó en las notas inéditas «Para la historia de mis orígenes li-
       terarios» que en esa persecución se dio «a retorcer, descomponer y rizar el léxico,
       suponiendo cándidamente que de estas alquimias saldría la intacta estructura ape-
       tecida», pero sólo resultó una caída en el conceptismo y el culteranismo, en una
       suerte de gongorismo traído a un mundo de referentes tecnológicos. Aquella «pa-
       tética adolescencia», como él la califica, y ese tipo de arte duró «de los 16 a los 21
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              [XIV] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              años»; fue la época del «sacro horror al lugar común. No toleraba la menor frase he-
              cha. Ambicionaba un vocablo nuevo, fragante, creado, para cada emoción primi-
              genia que mi sensibilidad adolescente experimentaba». Ese fue el fermento del que
              surgió el ultraísmo.
                  Según él mismo declaró, el término «ultraísmo» fue uno de tantos que él había
              lanzado en su pirotecnia verbal entre 1916 y 1917 y que Rafael Cansinos, con ins-
              tinto certero, capturó para bautizar el conjunto de energías renovadoras que palpi-
              taban entre los jóvenes poetas posmodernistas. Torre no mentía, según atestiguan
              sus cartas a Cansinos. Ya en enero de 1917 le reprocha a Cansinos que, en su ba-
              lance sobre la literatura de 1916, «se olvida usted del buen chico, con ímpetus de
              ultraísta, Guillermo de Torre», para luego definir el término así: «Ultraísta: Cantor
              del más allá de la realidad: así quiero que se interprete y resuene la palabra, desde
              ahora, en todos los ámbitos de la intelectualidad». (La versión de Cansinos es, ob-
              viamente, distinta: fue él quien lanzó el neologismo en la entrevista que le hizo Xa-
              vier Bóveda para El Parlamentario). Con todo, el catalizador de esos anhelos de no-
              vedad fue la visita en 1918 del chileno Vicente Huidobro a Madrid, donde
              permaneció cuatro meses pregonando la nueva estética. A su casa de la plaza de
              Oriente acudió Torre, como otros jóvenes poetas, y allí pudo saborear el aire sofis-
              ticado de las últimas doctrinas francesas, allí encontró a un genuino representante
              de la aventura literaria y allí conoció a los pintores Sonia y Robert Delaunay, tan
              importantes en su formación artística primera. Los dos años posteriores fueron de
              una actividad frenética para Torre. Inició sus raids a París y Zúrich, de donde se
              traía noticias y revistas para asombro de los poetas madrileños. Su agenda de con-
              tactos y conmilitones vanguardistas fue creciendo con nombres como los de Phi-
              lippe Soupault, Blaise Cendrars, Paul Dermée, Max Jacob, Marinetti o los dadaís-
              tas Tristan Tzara y Francis Picabia, a los que dedicó unos rápidos retratos en 1920,
              en la revista Grecia (la serie se tituló «Madrid-París. Álbum de retratos (Mis ami-
              gos y yo)».
                  Colaboró en un sinfín de revistas españolas y europeas hasta dar a su nombre
              una omnipresencia sin parangón en la literatura joven española de hacia 1920, que
              es cuando ha entablado amistad con Jorge Luis Borges y cuando este le dedica, en
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                                                                DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XV]




      el número único de la revista Reflector, un elogioso acuse de recibo del «manifiesto
      vertical» que Torre acaba de publicar, el 1 de noviembre, en la revista Grecia:

          «Guillermo de Torre, que se empina hoy verticalmente sobre el tablado de su
      manifiesto, tansvasará mañana sus ideaciones a la pantalla cinemática o se alzará,
      bocinero de sus propios poemas, sobre los zancos de una plataforma. Desde hoy su
      Manifiesto —cálido, primordial, convencido— posee ante la democracia borrosa
      del medio ambiente todo el prestigio audaz de una desorbitada faloforia en un pue-
      blo jesuítico».

          Borges distinguía a su futuro cuñado por alzarse «contra esta voluntad de impo-
      ner a las fracciones anímicas un denominador común» y, en lugar de encerrarse en
      un dogma o una «mentalidad disecada», proclamarse «creacionista, cubista, expre-
      sionista, futurista, dadaísta… Y volando a la vez en tantas pajareras, no se encierra
      en ninguna y bajo el entusiasmo de su gesta verbal se adivina una gran invectiva
      subcutánea contra las escuelas, en lo que tienen de carcelario y de uniformizado, en
      lo que contradicen al instante». Dejando de lado la posibilidad de que Borges es-
      cribiera esas líneas a regañadientes (me refiero más adelante a ello), en efecto, el jo-
      ven Torre no se ataba a ninguna escuela o corriente de vanguardia porque las cele-
      braba y absorbía todas y de esa asimilación férvida venía dando amplias muestras en
      revistas como Cervantes, Grecia, Ultra de Oviedo y Cosmópolis, y desde 1921 las se-
      guiría dando en Ultra de Madrid, Tableros, Alfar y tantos otros lugares. El eclecti-
      cismo del manifiesto de Torre también lo iba a señalar su antiguo maestro Rafael
      Cansinos Assens desde Cervantes, si bien con intención de regatearle originalidad y
      rebajar su mérito como aportación al espíritu nuevo. Sin embargo, Torre había des-
      pegado y volaba en otras direcciones más al norte. Ese año Tristan Tzara lo nom-
      braba presidente de Dadá (así aparece en el quinto boletín Dadá, como uno más de
      la larga nómina de setenta y siete presidentes) y Marinetti le abría las páginas de su
      revista Poesia en Milán; en 1921 publicaba poemas en Le Philhaou-Thibaou de Pa-
      rís y en La Vie des Lettres; en 1922 en la revista belga Ça Ira, en Manomètre de Lyon,
      en Klaxon de São Paulo, en Nowa Sztuka de Cracovia, y en noviembre firmaba dos
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              [XVI] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              artículos sobre «La littérature espagnole en 1922» en la revista de Bruselas Les Écrits
              du Nord, a la vez que Yvan Goll lo incluía en su famosa antología de la nueva poe-
              sía Les Cinq Continents y él forcejeaba con Valery Larbaud para ser incluido en el
              número español de la revista Intentions que estaba preparando Antonio Marichalar
              (y del que finalmente quedaría excluido).
                  Las reservas de energía del joven Torre parecen inagotables mientras él se con-
              centra en la consolidación de su nombre en el campo literario de la vanguardia
              europea, con notables resistencias en los medios españoles. Marichalar no quiso que
              integrara la selecta lista de jóvenes promesas literarias de Intentions, que a todos los
              efectos fue la primera antología de la generación del Arte Nuevo, pero antes había
              sido rechazado en el templo juanramoniano de las nuevas voces, la revista Índice, al-
              go que le dolió durante muchos años y respecto a lo que recibió de Juan Ramón tar-
              días explicaciones: «Si yo no inserté en Índice los poemas que usted me envió a la re-
              vista, no fue porque no me interesaran sus ensayos poéticos. Usted, que tuvo siempre
              espíritu crítico, debió darse cuenta de que los esdrújulos, los nombres mecánicos y
              otros detalles de sus poemas, no eran cosa de tipo permanente», le escribió en 1945.
                  Sus polémicas de entonces y, algo menos, las de después fueron sonadas. Su be-
              licosidad trascendía la palestra de la práctica artística, siempre a favor de lo que él
              creía justo o verdadero, aunque en su juventud también contra quienes le demos-
              traban animosidad, inquina o menosprecio. Se las tuvo con Vicente Huidobro a
              propósito de la paternidad del creacionismo (disputada entre Pierre Reverdy y el
              poeta chileno, al que irritó que Torre reputara de «incógnito precursor» al uruguayo
              Julio Herrera Reissig), con Cansinos Assens acerca de los del ultraísmo (y no menos
              del esteticismo caduco de Cansinos), y con Eugenio d’Ors con motivo de la glosa
              de este sobre Literaturas… donde le imputaba alejandrinismo embrollado. También
              durante la guerra con Antonio Sánchez Barbudo, y en la posguerra con Pablo Ne-
              ruda por cuenta de un malentendido que se remontaba treinta años atrás (Neruda
              creyó a Torre responsable de una reseña adversa que iba firmada por César M. Ar-
              conada) y que corrompió la relación entre ambos, o con Aranguren y Marías a pro-
              pósito de la censura franquista y la obra de los exiliados, o con Juan Goytisolo por
              su angosta teoría marxistizante del realismo novelístico, o con José Ramón Marra-
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                                                              DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XVII]




       López con motivo de su visión limitativa de la obra literaria de los exiliados. Torre
       no se arredraba en la polémica; más bien se acrecía desarticulando los argumentos
       ajenos con otros mejor sustentados o mejor alabeados retóricamente.
           En el verano de 1920, a la vez que sigue colaborando en las revistas del Ultra, en
       Grecia, en Cervantes (donde en agosto ofrece una «Bibliografía de la novísima lírica
       francesa»), inicia su colaboración en Cosmópolis, la revista de Enrique Gómez Ca-
       rrillo de la que Torre iba a convertirse diez meses después (desde el número 30) en
       secretario hasta su extinción en el número 45. Los artículos que fue publicando allí
       aspiraban, dentro de su implícita adhesión a las propuestas artísticas más intrépidas,
       a una presentación objetiva y erudita de los principios estéticos de la vanguardia in-
       ternacional así como de los autores, las obras, los hechos y las escuelas o tendencias
       que los representaban. Empezó en agosto con el creacionismo «y la pugna entre sus
       progenitores» —que dio lugar a la enconada querella con Huidobro—, para seguir
       en otoño con artículos teóricos como «Interpretaciones críticas de la nueva estética»
       (núm. 21), «Teoremas críticos de la nueva estética» (núm. 22), una revisión de «El
       movimiento ultraísta español» (núm. 23) y, ya en enero y febrero de 1921, sendos
       trabajos sobre el dadaísmo: «El movimiento Dadá» y «Gestos y teorías del dadaís-
       mo». Esos artículos, con otros que iban a ir saliendo en 1922 y 1923, constituirían
       la base del futuro libro Literaturas europeas de vanguardia (1925), con el que Torre
       se graduaría como sumo experto en la geografía y geología de las vanguardias lite-
       rarias en Europa. Sin embargo, antes ya habían atravesado el Atlántico para ser leí-
       dos en tierras americanas. A finales de 1921 el mexicano Manuel Maples Arce, crea-
       dor del estridentismo, le escribe: «A través de las páginas de Cosmopólis he seguido
       su interesante labor de propaganda y divulgación de las nuevas tendencias. Yo tam-
       bién, como usted, soy un convencido». Y en el primer manifiesto estridentista, Ac-
       tual N.º 1, de ese mismo año, Maples llama a Torre «mi hermano espiritual». Un
       año más tarde, ambos firmarán su adhesión al manifiesto chileno Antena. Hoja van-
       guardista N.º 1, junto a los hermanos Borges, Vicente Huidobro y Jacques Edwards.
           De manera simultánea a su cristalización como ensayista y crítico, Torre no ce-
       saba en sus tentativas poéticas. Aquel otoño de 1920 siguió publicando poemas no-
       vimorfos en Grecia, y desde enero de 1921 en la recién fundada revista Ultra, en la
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              [XVIII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              que también entregó algunos artículos sobre pintores (Vázquez Díaz, Santiago Ve-
              ra, Ruth Velázquez) y héroes de la vanguardia internacional (Francis Picabia, Jean
              Cocteau). Mantuvo su perfil de poeta ultraísta durante 1922, adelantando los poe-
              mas de su libro Hélices en revistas españolas y extranjeras, como Prisma de Buenos
              Aires (núm. 2), Lumière de Amberes, La Vie des Lettres de París, o las ya citadas Kla-
              xon de São Paulo, Manomètre de Lyon o Nowa Sztuka de Cracovia. Como actividad
              complementaria de su creación, Torre tradujo a muchos de los nuevos poetas fran-
              ceses, empezando por su adorado Guillaume Apollinaire. Hizo versiones de Pierre
              Reverdy, Jean Cocteau, Blaise Cendrars, Paul Morand, los dadaístas Tzara y Picabia,
              Soupault o Max Jacob.
                  Su único volumen poético, Hélices, salió a la calle en 1923 bajo el sello de la edi-
              torial Mundo Latino y fue, más que el comienzo de una trayectoria poética, una
              clausura de la misma. Aquel libro, que se enriquecía con la cubierta de Barradas, un
              retrato del autor por Vázquez Díaz y una viñeta de Norah Borges, constituyó la más
              lograda realización del ultraísmo, un muestrario de tipografía imaginativa inspirada
              en los caligramas de Apollinaire y un catálogo de los motivos de la poesía ultraica
              con el inventario completo de las máquinas y avances técnicos del mundo moder-
              no, con su tributo al cine y a la velocidad y a los ritmos urbanos. Una tecnolatría
              que provocó el comentario sardónico de Borges a su amigo Jacobo Sureda: «no sa-
              brías imaginar el número de utensilios: aviones, raíles, troleybuses, hidroaviones, as-
              censores, signos del zodiaco, semáforos», como ha recordado Juan Manuel Bonet en
              su imprescindible antología del ultraísmo Las cosas se han roto (2012). En el «Auto-
              rretrato» que incluye en Hélices, Torre, con notable capacidad de autoobservación,
              se pinta así:

                                          Todo yo superpuesto
                                          a un paisaje de feria urbana
                                          Constelación de leit-motivs
                                          en el zodíaco de mi adolescencia
                                          La Girándula
                                          La Hélice
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                                 Y el Vértice
                                 Circuito de mis evoluciones:
                                 Del barroquismo a lo jovial
                                 Un síncope de esdrújulos
                                 acelera mi vida mental.

           Pero a ese síncope de esdrújulos y a la aceleración mental ultraísta se les había ago-
      tado el crédito. Hélices fue una despedida del escenario poético. En 1924 dejó de en-
      viar poemas a la prensa y sus colaboraciones se hicieron exclusivamente críticas. Ini-
      ció su colaboración semanal con Independencia de Puertollano, donde su padre ejercía
      como notario y él pasaba largas temporadas. Su sección se llama «Proyecciones de
      Madrid» (luego sólo «Proyecciones») y no es raro ver en ella textos publicados en otros
      lugares antes o después. En ese momento, Torre ya tiene listo para la imprenta Lite-
      raturas europeas de vanguardia, cuyo importante «Frontiscipio» lleva fecha de sep-
      tiembre de 1924, aunque el libro no saldría a la venta hasta la primavera de 1925. El
      libro, de hecho, se había anunciado ya en 1923 con el título Las novísimas directrices
      literarias y estéticas para convertirse meses después en Gestas y teorías de las novísimas
      literaturas europeas (y luego reducido a Las novísimas literaturas europeas), cuya publi-
      cación había intentado en varias casas editoriales, entre ellas Mundo Latino, la mis-
      ma editorial de Hélices. No fue ahí sino en Caro Raggio donde vio la luz por fin en
      mayo de 1925, ya con su más ceñido título definitivo. Esa demora le permitió añadir
      unos «Apéndices de 1924-25» sobre el «superrealismo» (que es como propone tradu-
      cir el surréalisme de Breton) y el «mal del siglo» en el que puede aludir a los ensayos
      sobre la estética del Arte Nuevo que Ortega ha publicado en El Sol y que se reunirían
      en 1925 en La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela. El influjo del pensa-
      miento orteguiano fue desde entonces permanente en la obra de Torre.
           De inmediato se convirtió Literaturas… en una guía fundamental e inexcusable
      de las nuevas tendencias, en un arca de las esencias innovadoras de la que iban a pro-
      veerse los jóvenes escritores a un lado y otro del Atlántico. El libro ofrecía, en una
      primera parte, el más pormenorizado relato y descripción de las gestas del cubismo,
      el futurismo y el dadaísmo, así como del ultraísmo y el creacionismo; en la segun-
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              [XX] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              da, «Desde el mirador teórico», abordaba cuestiones técnicas sobre el nuevo lirismo,
              la imagen y la metáfora, los cambios en la rima, el ritmo y la disposición tipográfi-
              ca e incluso aspectos léxicos como la adjetivación o el gusto por el neologismo; en
              una tercera parte titulada «Otros horizontes» ofrecía unas rápidas ojeadas al egotis-
              mo de Walt Whitman, el unanimismo francés, el imaginismo anglosajón, el expre-
              sionismo alemán, el futurismo ruso, unos apuntes sobre el cosmopolitismo literario,
              un par de asomos a la obra de Valery Larbaud y Paul Morand y, para concluir, un
              capítulo dedicado a la «Cinegrafía» que se abría con una apología del séptimo arte
              («El cinema adquiere día en día una nueva categoría estética», comienza). Aquel li-
              bro encerraba tantos estímulos, tal cantidad de incitaciones para los escritores jóve-
              nes, que no pudo menos que convertirse en el grimorio de la nueva generación.
              Cuarenta años después, en 1965, cuando esa obra se había transformado en otra más
              articulada y profesoral, más abarcadora y enciclopédica, la monumental Historia de
              las literaturas de vanguardia, Torre recordaba que aquel libro juvenil «fue leído, co-
              mentado caudalosamente, parafraseado con prodigalidad (otro, menos cortésmen-
              te, diría “saqueado”), promoviendo entusiasmos e indignaciones», siendo como fue
              «el tributo apasionado, crédulo —y por ello deliberadamente excesivo—, rendido a
              una época que con optimismo apologético yo había calificado de inaugural».
                  Uno de los ejemplares de aquel fenomenal escaparate le llegó a Ernesto Gimé-
              nez Caballero a la redacción de El Sol para que este lo reseñara. Aquel gesto ele-
              mental de promoción anudó un vínculo de camaradería y colaboración que iba a
              fructificar en 1927 en el mejor y más influyente periódico de letras del siglo pasado,
              La Gaceta Literaria. Giménez Caballero publica su reseña el 3 de junio y, conside-
              rando a Torre un deportista, un referee o árbitro de futbol, expresa su entusiasmo
              («Pocas veces se habrá quedado uno tan satisfecho como tras esta enhorabuena. Ni
              tan orondo. Ni tan dispuesto a sacar billetes en cuanto anuncie otro partido donde
              actúe») y proclama que Torre «es el réferi de más dimensiones que acaba de revelar-
              se en la actual generación literaria española». En su carta de agradecimiento, Torre,
              que ya ha empezado a actuar como corredor literario y enlace intercontinental,
              aprovecha para recordar a Giménez Caballero unos artículos prometidos para la re-
              vista bonaerense Martín Fierro, con la que él ya colabora. Desde entonces su co-
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                                                                DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXI]




      municación será regular. Diez meses después existe ya el embrión de la futura revis-
      ta: «Quizá la semana próxima ya esté realizada nuestra Gaceta, para que aparezca en
      otoño» y, más abajo, añade Gecé: «Seremos usted y yo los cabezas de motín de esta
      Gaceta». Luego entra en pormenores sobre el plan trazado. El tono: «Variedad, ri-
      queza, agilidad»; los temas: literatura pura, impura, grafismo, literatura política (no
      Política sin literatura), teatro, arte… Y, frente a la revista España que fundó Ortega
      en 1915, esta ha de responder a Hispania: «debe aspirar a tener artículos en portu-
      gués, versos en catalán (y hasta gallego), suramericanismo radical —todo, todo mez-
      clado—», más «colaboración francesa e italiana (traducida) y quizá alemana y rusa.
      Gecé pregunta y responde: «¿Enfrentamos una tarea ibérica o nos perdemos en un
      universalismo flojucho? Yo creo que lo primero es lo evidente». El subtítulo de la re-
      vista acabaría reflejando la múltiple vocación de sus promotores, internacional y de
      integración hispánica: «Revista ibérica, americana, internacional».
          Por fin La Gaceta Literaria salió a la calle el 1 de enero de 1927 con Giménez Ca-
      ballero como director, Guillermo de Torre como secretario y un consejo de redac-
      ción amplio, dividido en dos secciones: literatura (integrada por Ramón, Pedro
      Sáinz Rodríguez, Antonio Marichalar, José Bergamín, Antonio Espina, Melchor
      Fernández Almagro, Benjamín Jarnés, Enrique Lafuente Ferrari, Juan Chabás y Cé-
      sar M. Arconada), y ciencias (con las subsecciones de filosofía, física, naturales, filo-
      logía, derecho, medicina, pedagogía, ingeniería, arquitectura), además de dos sec-
      ciones especiales sobre obrerismo y deportes. Fue el gran acontecimiento literario
      con que se estrenó un año destinado a servir de discutido hipocorístico de toda la
      generación, la del 27. Iba apadrinada La Gaceta por un artículo de Ortega y Gasset,
      «Sobre un periódico de letras», que era una contundente apología de ese formato
      que, a diferencia del libro, «deberá mirar la literatura desde fuera, como hecho, e in-
      formarnos sobre sus vicisitudes, describirnos la densa pululación de ideas, obras y
      personas, dibujar las grandes líneas de la jerarquía literaria siempre cambiante», lo
      que contribuirá, a su juicio, a «la mayor y más urgente empresa, que es: curar defi-
      nitivamente a las letras españolas de su pertinaz provincialismo».
          El éxito del periódico fue extraordinario y su papel histórico fue decisivo en la
      cristalización de una visión del arte y la literatura de la modernidad en la que se con-
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              [XXII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              ciliara lo particular con lo universal, lo tradicional con lo actual, lo español con lo
              hispanoamericano y las diversas lenguas peninsulares con un concepto unificador de
              lo ibérico o lo hispánico. Torre se mantuvo como secretario de la revista hasta di-
              ciembre de 1928 —sustituido desde enero de 1929 por César M. Arconada—, aun-
              que para entonces llevaba más de un año en Buenos Aires. Desde ahí contribuyó a
              estrechar los lazos de colaboración con los escritores argentinos y mantuvo la asi-
              duidad de su propia firma. Al menos hasta que Giménez Caballero convirtió la re-
              vista, en el otoño de 1931, en órgano de expresión unipersonal de su fascistización
              a través del Robinsón Literario de España, del que salieron seis números.



                 Hacia la sindéresis crítica

                  Desde 1925, reconocido como un «Menéndez Pelayo de las vanguardias» (según
              Giménez Caballero) o como el «gran Tito Livio del movimiento» (según Gómez de
              la Serna), Torre da por concluidos sus escarceos con la escritura poética y emprende
              con decisión el camino de la crítica literaria y el ensayo, lo que no significa que aban-
              donara el frente a favor de las propuestas vanguardistas. Ese mismo año impulsó la
              revista Plural y se sumó, a invitación de Jorge Luis Borges, al equipo de redactores
              de la revista argentina Proa. De Plural sólo vieron la luz dos números, pero fueron
              suficientes para que Torre estableciera en sendos artículos, «Neodadaísmo y superre-
              alismo» y «La crítica constructora y creadora», sus reservas al dogmatismo de André
              Breton y su concepción de la crítica literaria (sintetizada en los dos adjetivos), coin-
              cidente con la que Ortega había expuesto en las Meditaciones del Quijote (1914), An-
              tonio Marichalar en Palma (1923) y, en general, con la que defendieron en los años
              veinte la mayoría de críticos literarios europeos. Una concepción fervorosa, compre-
              hensiva y no punitiva del ejercicio crítico que se proponía aquilatar la obra de arte
              dentro de sus propios presupuestos y no de acuerdo con una preceptiva anterior o
              una doctrina ajena. Esta idea de una crítica colaborativa era congruente con el pro-
              pósito de hacer de Plural, una revista de integración de las diversas tendencias del
              Arte Nuevo, lejos de banderías ariscas o las iglesias excluyentes.
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                                                                DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXIII]




           Este giro hacia una consideración más ponderada y serena de la nueva estética
       había empezado a producirse en 1924 y es palpable en el prólogo a su traducción de
       El cubilete de dados de Max Jacob (publicada por Editorial América en Madrid) o,
       aún mejor, en el prefacio a sus Literaturas europeas de vanguardia, adonde fue a pa-
       rar el artículo de Plural sobre la crítica constructiva. El deslumbramiento juvenil
       con el dadaísmo encerraba una contradicción que sólo vería con el paso de los años:
       Dadá negaba el arte y la literatura, pero Torre estaba cautivado por el poder de crear
       belleza y sentido del arte y la literatura. Como diría en sus últimos años, creyó ver
       ultraliteratura donde no había sino antiliteratura. Su dedicación a una crítica litera-
       ria que estaba alentada por un orteguiano «afán de comprender» y de poner en va-
       lor lo nuevo situándolo en el marco de sus directrices estéticas fue una salida airo-
       sa, su «puerta de evasión», en sus propias palabras.
           Plenamente consciente del derrotero reflexivo que estaba tomando, Torre no só-
       lo establece los principios reguladores de una crítica literaria plausible sino que, jun-
       tando a la teoría la evaluación de la práctica, se propone pasar revista a los críticos
       literarios españoles de aquel tiempo, uno a uno, de los seniores a los recién llegados.
       Monta su tribunal en la revista argentina Proa y emite sus veredictos bajo el título
       burlesco «El pim pam pum de Aristarco», en dos entregas, a finales de 1924 y co-
       mienzos de 1925 (núms. 4 y 6). El mismo texto lo había publicado en tres partes en
       el mes de julio de 1924 en el periódico Independencia de Puertollano bajo el título
       «Crítica de críticos», pero es de creer que tuvo escasa divulgación y fue desde la re-
       vista Proa como llegó a ser más leído. A pesar del título, que anunciaba un tablado
       de monigotes-críticos a los que se lanzaban pelotas-objeciones para derribarlos, To-
       rre hace un esfuerzo de ecuanimidad ante quienes le habían prodigado su hostilidad
       o su desafecto, como Rafael Cansinos o Enrique Díez-Canedo. Ello no significa que
       se libren de su severidad, sino que sus reservas vienen fotalecidas con argumentos:
       Cansinos practica una crítica solidaria, fraterna (por no decir de camarilla), ensal-
       zadora de lo mediocre y dimitida de su deber de guía y exégesis de los «panoramas
       de vanguardia»; mientras que de Díez-Canedo acepta el rango de «primer crítico es-
       pañol» que le ha otorgado Valery Larbaud sólo porque en tierra de ciegos el tuerto
       es el rey, puesto que junto a cualidades estimables se muestra «tímido, pacato, con-
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              [XXIV] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              formista, desposeído de todo entusiasmo». No escapan otros críticos del momento,
              ni siquiera los de su propia generación, como Antonio Marichalar o José Bergamín,
              ambos la única revelación —afirma— de la revista Índice de Juan Ramón. Y tam-
              poco escapa a sus dardos el entorno de la recién creada Revista de Occidente, de cu-
              yo aire criticista le parece que «debiera haber surgido una nueva generación, de fuer-
              te empuje y actitud propia. Sin embargo no ha sido así, lamentablemente». Quizá
              cuando emitió esta imprudente opinión no sabía que en breve iba a incorporarse a
              esa empresa.
                  Su presencia en Revista de Occidente se mantendría hasta 1936, integrándose en
              el equipo de colaboradores habituales que dieron a la publicación su coherencia y
              continuidad. En los primeros tiempos (1924-1927), antes de marcharse a la Argen-
              tina, se especializó en las letras americanas y reseñó libros como Luna de enfrente de
              Jorge Luis Borges, Simplismo, de Alberto Hidalgo, Don Segundo Sombra, de Ricar-
              do Güiraldes o alguna novela de Eduardo Mallea, aunque también publicó unas in-
              teresantes notas sobre el séptimo arte en abril de 1926. A su regreso a España en
              1932 se reactivó su colaboración, pero ahora con una amplitud de intereses que re-
              velaba algo más que un cambio en el prestigio de sus saberes. Escribió sobre la na-
              rrativa de Ramón Gómez de la Serna y sobre la Autobiografía de Alice B. Toklas de
              Gertrude Stein, reflexionó sobre el suicidio y el surrealismo con motivo del suicidio
              de René Crevel en junio de 1935, hizo balance y evaluación de los estudios sobre el
              arte nuevo, comentó con sumo tino la histórica Antología de la poesía española e his-
              panoamericana (1882-1932) de Federico de Onís y también la Antología de Gerardo
              Diego y, en fin, en el artículo «España en la literatura comparada», realizó una tem-
              prana incursión en ese terreno, el del comparatismo literario, que iba a ser en cier-
              to modo el suyo en el futuro.
                  Me he referido a los balances sobre el arte nuevo que dio Torre en Revista de Oc-
              cidente y quizá sea el momento de aludir con más detenimiento a su interés cons-
              tante por las artes plásticas desde su juventud, avivado en 1918 gracias a su relación
              con los Delaunay, así como a su amistad con Rafael Barradas y su trato cotidiano
              con los pintores jóvenes del momento (Vázquez Díaz, Alberto, Francisco Bores…).
              Su relación con Norah Borges no hizo más que reforzar ese interés que cultivaría to-
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                                                               DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXV]




      da la vida y que en 1925 le hizo concebir la posibilidad de escribir un libro gemelo
      de las Literaturas europeas de vanguardia dedicado a las artes plásticas. Justo ese año,
      Torre firmó el manifiesto fundacional de la Sociedad de Artistas Ibéricos junto a
      Manuel Abril, José Bergamín, Rafael Bergamín, Emiliano Barral, Francisco Durrio,
      Juan de Echevarría, Joaquín Enríquez, Óscar Esplá, Manuel de Falla, Federico Gar-
      cía Lorca, Victorio Macho, Gabriel García Maroto, Cristóbal Ruiz, Adolfo Salazar,
      Ángel Sánchez Rivero, Joaquim Sunyer y Daniel Vázquez Díaz, aunque su nombre,
      como el de Rafael Bergamín, se habían incorporado a última hora. La Exposición de
      la Sociedad de Artistas Ibéricos se inauguró en el Retiro el 28 de mayo, fue un triun-
      fo por la concurrencia de artistas y por la repercusión en la prensa y en ella se dis-
      puso una sala dedicada al dibujo en la que exponían pintores muy próximos a To-
      rre: Norah Borges, Alberto, García Maroto, Barradas, Pérez Orúe y Moreno Villa.
      Dentro de las actividades anexas, Torre dio una conferencia en el Museo de Arte
      Moderno sobre el cubismo. Después de la exposición, puede decirse que la Socie-
      dad de Artistas Ibéricos entró en un prolongo letargo hasta el advenimiento de la
      República.
          Cuando Torre regresa a España en 1932, se encuentra con que la Sociedad ha re-
      cibido un impulso decisivo por parte del Estado con el fin de convertirla en un ór-
      gano de difusión del arte español en el extranjero. Entre los resultados de esa reac-
      tivación se encuentra la efímera revista Arte, cuyo primer número salió en
      septiembre de 1932 con un Segundo Manifiesto de la SAI al que siguió, un par de
      semanas después, un Tercer Manifiesto en el que vuelve a figurar, entre los escrito-
      res, el nombre de Guillermo de Torre junto a los de García Lorca, Antonio Mari-
      chalar, Manuel Abril y José María Marañón. La revista estaba dirigida por Manuel
      Abril, salieron sólo dos números (el segundo en junio de 1933) y en ambos consta-
      ba Torre como miembro del consejo de redacción. En diciembre de 1932 se inau-
      guró en Berlín una exposición de pintores españoles (se trataba de una muestra iti-
      nerante procedente de Copenhague, donde había estado un par de meses antes),
      facilitada por Luis Araquistáin, entonces embajador en Alemania. A la capital ale-
      mana viajó Torre para ilustrar los cuadros con una conferencia sobre el «Panorama
      de la nueva pintura española», panorama que, por otro lado, ya había trazado me-
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              [XXVI] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              ses atrás, en diciembre de 1930, bajo el título Itinerario de la nueva pintura españo-
              la, para un acto similar en el Centro Gallego de Montevideo y que se publicó en la
              capital uruguaya en 1931. Precisamente al pintor montevideano Joaquín Torres
              García le dedicó, con Roberto Jorge Payró, un opúsculo biográfico en 1934, publi-
              cado por la Imprenta Graphia de Madrid. A su iniciativa se debió, en buena medi-
              da, la exposición de Picasso en Madrid de 1936, para la que escribió un librito al
              que luego me referiré. En fin, la atención del escritor hacia el arte pictórico no de-
              clinó nunca, aunque tras la guerra tuviera que dar prioridad a sus trabajos y cola-
              boraciones literarias. Siempre le preocupó la «ineducación artística de los grandes y
              pequeños hombres», como tituló un artículo suyo en la tinerfeña Gaceta de Arte po-
              co antes de la guerra.



                 La Argentina. Primera etapa (1927-1932)

                  La llegada a Buenos Aires en 1927 había estado precedida por una ruidosísima
              polémica provocada, en abril, por una nota anónima en La Gaceta Literaria titula-
              da «Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica» y cuyo autor todo el mun-
              do supo que era Guillermo de Torre.
                  En esa nota se hacía un llamamiento a sustituir la imantación francesa y en me-
              nor medida italiana de muchos escritores hispanoamericanos (reflejada en el lati-
              nismo implícito en la denominación América Latina) por la española, haciendo de
              Madrid el «punto convergente del hispanoamericanismo equilibrado, no limitador,
              no coactivo, generoso y europeo». El editorial se dirigía a las jóvenes generaciones
              («somos jóvenes y a los jóvenes espíritus hispanoamericanos nos dirigimos»), a las
              que venía a proponer un acuerdo de fraternidad y cooperación intelectual reforza-
              do por el idioma compartido. La invitación, que se extendía a la mejora de la dis-
              tribución de libros en ambos sentidos, hubiera podido estar avalada por la vocación
              hispanoamericanista de La Gaceta Literaria, pero Torre equivocó el tono paternalis-
              ta, seguramente involuntario, y no fue cauteloso en el uso de expresiones propias de
              una posición imperialista que podían herir —e hirieron— muchas susceptibilida-
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                                                            DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXVII]




      des. Las reacciones fueron virulentas, en especial desde la revista argentina Martín
      Fierro, donde el 10 de julio se publicaron varios escritos de repulsa, uno de ellos de
      Jorge Luis Borges, que proclamaba: «Madrid no nos entiende» y lanzaba una dia-
      triba contra Madrid para concluir que «ni en Montevideo ni en Buenos Aires —que
      yo sepa— hay simpatía hispánica. La hay, en cambio, italianizante». Tras la anda-
      nada martinferrista, y pasado el verano, se publicaron en La Gaceta Literaria una se-
      rie de réplicas firmadas por colaboradores como Francisco Ayala, César Muñoz Ar-
      conada, Melchor Fernández Almagro, Benjamín Jarnés, Antonio Espina, Ángel
      Sánchez Rivero, Enrique Lafuente Ferrari, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la
      Serna, Esteban Salazar Chapela, Gabriel García Maroto, el director de la revista Er-
      nesto Giménez Caballero y el redactor de la nota, el propio Guillermo de Torre, que
      no asumía su autoría y se refería al «editorialista», eximiéndolo, «probablemente»,
      de ánimos apadrinadores o tutelares. Torre ponía en claro el propósito de aquel po-
      lémico editorial: dirigir «una fervorosa exhortación para que la América intelectual,
      prescindiendo de todo tutelaje directivo europeo —y sin perjuicio de mantener el
      contacto intelectual con nosotros—, se adentre valientemente en esa línea de au-
      toctonía ya iniciada, hasta crear una literatura oriunda y un pensamiento genuino,
      de irrefragable singularidad». Y no sólo eso, sino que rectificaba el uso de un térmi-
      no tan equívoco como «meridiano» al tiempo que reconocía que el punto de tan-
      gencialidad entre las culturas hispanoamericanas y española podía «darse igualmen-
      te en cualquier gran ciudad al otro lado del mar». Despedía su breve escrito
      situándose «a caballo sobre ambos continentes, emproado ya hacia esa latitud ame-
      ricana», porque, en efecto, Torre preparaba su viaje a Buenos Aires para contraer
      matrimonio con Norah Borges.
          El 25 de agosto de 1927 embarcaba en Barcelona rumbo a Buenos Aires. Su ami-
      go Ernesto Giménez Caballero lo despide desde La Gaceta Literaria el 15 de ese mes
      advirtiendo que Torre no iba a «conocer» América, sino que iba conociéndola de an-
      temano y siendo allí conocido. «No marcha tampoco —añadía— en el plan de “Pri-
      mer tercio del siglo XX”: profesoral, adoctrinador, propagandista, emisor de discos
      solemnes, a lo Marinetti o a lo D’Ors», sino que va «“a fundirse” con aquella pro-
      longación ideal de una España nueva, más vital, más musculosa y cosmopolita que
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              [XXVIII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              es Suramérica. A “fundirse” sin “confundirse”. En tipo de amante más que de es-
              pectador. Va a realizar ese esquema inédito aún de hispanoamericanismo cordial y
              de intelecto, de amor y de inteligencia, que estaba por verificar». En el mismo nú-
              mero, Francisco Ayala le hace una incisiva entrevista en la que Torre exhibe una no-
              table distancia, una mirada serena respecto a la fase pugnaz de las vanguardias y los
              frutos duraderos que produjeron: «En general, todos estos movimientos de post-
              guerra no marcan el final de una época, como se ha dicho, sino el principio de otra.
              En ellos se ha hundido mucha gente, pero en cambio han hecho brotar personali-
              dades fuertes». Entre los valores del siglo XX, junto a Proust en la novela y Apolli-
              naire en la poesía, menciona «como genuinos coetáneos y directores a Ortega y a
              Gómez de la Serna —focos atencionales de la juventud—: los dos escritores más es-
              pañoles y al mismo tiempo más europeos». El escándalo del «meridiano intelectual»
              no podía omitirse del todo, así es que Ayala le pregunta por su actitud fraternal an-
              te las jóvenes literaturas de América. Torre contesta que, superando prejuicios ve-
              tustos, hay que crear un hispanoamericanismo «más verdadero —sin cachupinadas
              ni retóricas—, basado en el mutuo y leal conocimiento» y en la convicción de que
              «en Argentina, Chile, Uruguay, México… se produce una literatura tan excelente,
              tan interesante como la de aquí. Y como la de los demás países europeos». E insiste
              en que es «necesario (sin que esto implique patriotismo) que la capitalidad máxima
              de nuestra literatura —España-América— sea Madrid. Que Madrid sea el gran me-
              ridiano literario. No lo digo por restar hegemonía a cada una de las grandes metró-
              polis americanas, sino porque hay que reaccionar contra la influencia de París: la
              “América latina” es un absurdo».
                  El 17 de octubre, cuando aún no se había aplacado la polvareda del «meridiano»
              (hubo réplicas en Martín Fierro en noviembre), Guillermo de Torre pronunciaba en
              el aula magna de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Buenos Aires la
              conferencia «Examen de conciencia. Problemas estéticos de la nueva generación es-
              pañola». La posición crítica que despliega en ella Torre es inesperadamente serena y
              equilibrada, incluso en el estilo, fuera ya de la batalla por el triunfo de las nuevas
              formas o, más bien, desde la presunción de que la nueva estética, considerada como
              un conjunto de principios comunes a las diversas escuelas innovadoras, ha de for-
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                                                               DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXIX]




      mar un nuevo canon, un nuevo clasicismo: «El clasicismo de nuestra época ha de
      estar hecho a base de sumas e integraciones, pero no de restas y anacronismos», afir-
      ma. En su opinión, los antiguos anhelos vanguardistas, más allá del ultraísmo —que
      considera una experiencia «muy decepcionante»—, se han propagado entre los es-
      critores jóvenes y han pasado a ser patrimonio común. La fase de lucha ha conclui-
      do pero advierte que lo que de verdad ha prescrito es lo que los ismos «comporta-
      ban de violento, exclusivista, antitradicionalista e ingenuamente destructor», no en
      absoluto «las aportaciones, las innovaciones esenciales y viables incubadas seria-
      mente durante este período», por cuanto tales cambios y progresos técnicos «han de
      incorporarse a las estructuras tradicionales». Torre advierte que los movimientos
      de vanguardia habían desarrollado una tarea de negación y derribo imprescindible
      para abrir una etapa de afirmación y construcción, que es la que, a su juicio, se en-
      caraba en España (no así en Argentina, donde observa que la juventud literaria «per-
      manece aún detenida en esa fase de encrespamiento inicial») y con la que él se sien-
      te comprometido a sus veintisiete años, una vez dejados atrás «todas las estridencias
      y espectacularismos». El tramo final de su disertación enfila la definición de un con-
      cepto útil aunque parezca vago, el de «aire del tiempo», con el que alude al clima de
      la modernidad que todo lo penetra: «El aire del tiempo es una especie de moderni-
      dad difusa que integra por una parte la disconformidad radical con el pasado, y, por
      otra parte, el anhelo de fraguar intactos módulos de expresión literaria, plástica y
      musical, el deseo de abrir nuevas vías al conocimiento y a la emoción». Y, para ilus-
      trarlo, añade más adelante: «El aire del tiempo, en suma, puede ser Proust, puede
      ser Picasso, puede ser Ramón, puede ser Apollinaire, puede ser Freud, puede ser Pi-
      randello: cualquier de los tótems estéticos o ideológicos del día europeo». La obli-
      gación del artista es ser fiel al aire de su tiempo y reflejar en su obra las vibraciones
      y rasgos sobresalientes de su época.
          La conferencia, leída hoy, constituye un diagnóstico atinadísimo de la coyuntura
      intelectual del momento no ya en España sino en Occidente. La actitud ecuánime
      que mostraba, la autocrítica poco indulgente pero fundada, el convencimiento de que
      la iconoclasia vanguardista tenía menos valor que la capacidad para renovar los len-
      guajes artísticos con procedimientos expresivos inéditos que habían de ser rentabili-
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              [XXX] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              zados por un periodo de asentamiento y fecundidad (un nuevo clasicismo) emparen-
              taban a Torre con los escritores más valiosos de la Joven Literatura, con Salinas y Gui-
              llén, con Espina y Jarnés, pero también con el giro emprendido en Francia hacia un
              restablecimiento del orden que había cristalizado sólo un año antes en el volumen Le
              Rappel à l’ordre (1926) de Jean Cocteau (algunos de cuyos materiales se retrotraían a
              1918). Torre volvía a ser quien antes y mejor encontraba la sintonía intelectual de su
              tiempo. Sin embargo no faltó alguna reacción de disenso, como la del cubano Félix
              Lizaso, quien reseñó la conferencia en Revista de Avance y justificó su discrepancia en
              carta privada de mayo de 1929: «Yo discrepaba un poco de sus puntos de vista, y lo
              dije, contando con que —ya en el terreno de la independencia de criterio y de la opi-
              nión por cuenta propia— Vd. no habría de molestarse. Le vi allí un poco conserva-
              dor, y nosotros estamos aún por lo arbitrario —hay que prolongar la juventud— aun-
              que de ningún modo queremos quedarnos en la iconoclasia escueta».
                  En 1928 Torre ya se había convertido Torre en redactor del diario La Nación,
              donde sería secretario del suplemento literario. En la capital argentina contaba con
              amigos como Eduardo Mallea, quien desde 1926, sabiendo de su intención de tras-
              ladarse a Buenos Aires, le había animado a hacerlo y se había ofrecido para conse-
              guirle colaboraciones en la prensa local, en Caras y caretas y El Hogar. O el matri-
              monio Güiraldes. El mismo mes que pisó Buenos Aires publicó un balance de
              treinta años de literatura española en el número de la revista Nosotros que celebraba
              su vigésimo aniversario (el 219-220) y en octubre iniciaba su colaboración en Sínte-
              sis con una nota sobre Benjamín Jarnés. Ahí se reencontró Torre con el exultraísta
              Xavier Bóveda, que había sido el fundador de la revista y era su director. Lo fue has-
              ta enero de 1928, cuando lo sustituyó el arquitecto Martín S. Noel, y el puesto de
              Bóveda en el Consejo de Dirección fue asumido por Guillermo de Torre. La pre-
              sencia de éste en Síntesis se hizo habitual hasta el último número de octubre de 1930,
              donde alternaba artículos de corte ensayístico con reseñas de novedades sobre todo
              peninsulares, a las que desde 1929 añadió una sección dedicada a su devoción he-
              merográfica, «A través de las revistas».
                  No obstante esa y otras colaboraciones literarias, su aclimatación a la vida bona-
              erense no fue, pese a todo, completa y siempre conservó la querencia por Europa y,
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                                                             DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXI]




      en particular, por España. En fecha tan temprana como el 2 de abril de 1928 le con-
      fesaba a Ortega y Gasset por carta que «mi situación aquí —a pesar de ser cómo-
      da— no creo que se haga permanente. En mi caso particular, Buenos Aires es bas-
      tante tolerable. Pero a la larga, sospecho que esto debe fatigar». Esas reticencias no
      impidieron que en la Argentina Torre prosiguiera su maduración intelectual, el re-
      finamiento de su juicio crítico y su conocimiento de los engranajes del negocio edi-
      torial.
          Desde el 17 de agosto de 1928, Guillermo de Torre y Jorge Luis Borges son cu-
      ñados y durante el resto de su vida habrían de coincidir en reuniones familiares.
      La relación entre ellos se había iniciado dentro de un clima de camaradería litera-
      ria que, a pesar de las formas externas, ocultaba un mutuo disentimiento. Cuan-
      do en 1920 Torre le pide a Borges unas líneas sobre su Manifiesto Vertical, el ar-
      gentino le responde por carta: «¡Querido compañero, salve!: Te lanzo mi más
      sincera enhorabuena por tu Manifesto Vertical. Con entusiasmo y grande placer
      accedo a tu demanda de una prosa exegética del ideario que explayas en tus co-
      lumnas. Lo escribiré mañana y a mediados de la semana próxima anidará en tus
      manos». Y se despide: «Con los ventanales de mi corazón abiertos de par en par
      hacia tu alma». Sin embargo, casi al mismo tiempo, el 17 de noviembre, había es-
      crito a su confidente Maurice Abramowicz en términos muy distintos, puesto que
      reconoce que haber aceptado hacer la nota laudatoria ha sido vender su alma aun-
      que ha tratado de elogiar a Torre, irónicamente, por lo contrario de lo que ha pre-
      tendido hacer.
          Si Borges mostraba ante terceros sus reservas hacia Torre, este hacía lo propio en
      agosto de 1924 en unos apuntes privados que quedaron inéditos y que tituló «Me-
      moranda estética». Ahí aludía a Borges, junto a Eugenio Montes, como sus «dos
      más caros cofrades» afectados por una ola de regreso hacia lo tradicional y los mo-
      delos antiguos que él desaprueba. Del primero anota: «el ejemplo de Jorge Luis Bor-
      ges, sumido en su reaccionarismo hediondo, obsesionado por un clasicismo y casti-
      cismo imposibles, y por un afán de dar a su estilo un ritmo, una sintaxis clásica, muy
      siglo xvii, llena de trasnochados barroquismos verbales copiados de Quevedo y To-
      rres Villarroel» y añade, sorprendentemente, esta retahíla de calificativos: «naciona-
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              [XXXII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              lista, castellanísimo, xenófobo, desdeñoso de todo lo que signifiquen auras exóticas,
              estilo moderno y sensibilidad contemporánea». A Torre no le faltaba su parte de ra-
              zón si hemos de juzgar por los ensayos de Inquisiciones (1925), que Borges se negó
              a reeditar durante toda su vida. Con todo, las manifestaciones públicas de aprecio
              fueron la tónica general a mediados de los años veinte. Borges encomiaba Literatu-
              ras europeas de vanguardia desde la revista Martín Fierro (el 5 de agosto de 1925) co-
              mo libro «infinito», un libro «tan honesto, tan grande, tan sin chirluras de erudi-
              ción y opinión [que] es casi milagroso en pluma tan joven», porque «si considero
              que los [años] de Torre no rebasan los veinticinco, he de ensalzarlo forzosamente dos
              veces y con azoramiento duplicado». Y Torre, a su vez, reseñaba Luna de enfrente e
              Inquisiciones aún con mayor generosidad.
                  Sin embargo, la desavenencia entre ambos iba a nutrirse de afluentes que tras-
              cendían lo estético, pues Borges no encajó bien el matrimonio de su hermana
              Norah ni pareció olvidar nunca el hispanismo militante de Torre. Tras la boda en-
              tre Guillermo y Norah, Borges escribe en septiembre de 1928 a su amigo Abramo-
              wicz comunicándole su disgusto: «Norah, il y a un mois, a épousé Guillermo de To-
              rre. Oui, tout comme dans les romans à peu de frais d’imagination, avec une
              simplicité indigne du destin». El desdén se mantendrá durante decenios, como es
              fácil comprobar en los diarios publicados por Adolfo Bioy Casares tras la muerte de
              Borges, en los que es muy fácil tropezar con descalificaciones e insultos dirigidos a
              su cuñado.
                  Miguel de Torre Borges ha contado que su padre y su tío apenas se veían, aun
              cuando compartían más semejanzas que diferencias, pues ambos odiaban las fiestas
              y actos sociales, las comidas de escritores, los eventos ruidosos, y las conversaciones
              triviales o familiares. Cuando se reunían no hablaban de enfermedades ni medici-
              nas, de parientes, matrimonios, divorcios, muertes, cumpleaños, de fútbol u otros
              deportes, de coches, vacaciones, fines de semanas, de política, del precio de las co-
              sas ni de las vidas de los otros, sino de novedades literarias, libros y escritores. Sin
              embargo, mientras que Guillermo era un hombre educado y atento, su tío Jorge
              Luis «era un personaggio stravagante e le sue amicizie gli sembravano assurde; non
              aveva nessuna considerazione delle sue opinioni, considerate per lo più come face-
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       zie insignificanti», por lo que no es extraño que las muestras de respeto del uno ha-
       cia el otro fueran muy asimétricas. Mientras que Miguel no recuerda que su padre
       hablara mal de su tío, Borges, por el contrario, «lo aggrediva verbalmente (e a chi
       non dava contro?)», si bien nunca en presencia de sus hijos o de Norah. La extra-
       vagancia de Borges no fue obstáculo para que Torre actuara como intermediario
       entre su cuñado y los editores extranjeros que se interesaban por su obra. Ejemplo
       de ello puede ser la inclusión de «La forma de la espada» en la antología bilingüe
       Spanish Stories / Cuentos españoles publicada por Ángel Flores en 1960 en la editorial
       Bantham (y en la abigarrada compañía de Cervantes, Clarín, Pardo Bazán, Benito
       Lynch, Horacio Quiroga y otros), antes de que la editorial New Directions traduje-
       ra la antología Labyrinths en 1962 y se iniciara su difusión en Estados Unidos.
           La escasa simpatía entre los cuñados no impidió su coincidencia en varios pro-
       yectos, como la ya citada revista Síntesis, de cuyo consejo directivo formaban parte
       ambos. Pero el empeño de mayor calado iba a ser la fundación de Sur, en el albor
       de los años treinta. Esa importantísima revista, equiparable en ambición intelectual
       y en la calidad de sus colaboradores a The Criterion, Revista de Occidente o La Nou-
       velle Revue Française, habría de publicarse entre enero de 1931 y 1992, sobrevivien-
       do de ese modo a su alma e inspiradora, Victoria Ocampo, fallecida en 1979. En su
       primer número figuraba un Consejo Extranjero compuesto por Ernest Ansermet,
       Drieu La Rochelle, Leo Ferrero, Waldo Frank, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso
       Reyes, Jules Supervielle y José Ortega y Gasset, y un Consejo de Redacción rela-
       cionado por orden alfabético: Jorge Luis Borges, Eduardo J. Bullrich, Oliverio
       Girondo, Alfredo González Garaño, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver y Guiller-
       mo de la Torre (de los cuales Bullrich y G. Garaño corrían con la parte de diseño e
       ilustración). En un número triple de abril de 1967, Ocampo recordaba la génesis de
       su longeva revista y la remontaba a la gira de conferencias que Waldo Frank realizó
       en Argentina y a una reunión que tuvo con el norteamericano y el joven escritor ar-
       gentino que se las traducía, Eduardo Mallea, en la que los dos la exhortaron a crear
       una revista necesaria que difundiera en el extranjero la cosecha intelectual argenti-
       na —e hispanoamericana— y trajera a la Argentina las más fecundas ideas interna-
       cionales. El título lo sugirió, casi en el último momento, José Ortega y Gasset por
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              [XXXIV] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              teléfono: Sur. Sin embargo, junto a los nombres de Frank, Mallea y Ortega que
              acompañan el relato oficial sobre el origen de la revista, habría que añadir el de Gui-
              llermo de Torre, quien, además, ejerció funciones de secretario de redacción duran-
              te los ocho primeros números, hasta que decidió volver a una España que era ya re-
              publicana.
                  Victoria Ocampo contó con el criterio de Torre y con su firma siempre. Fue él
              quien propuso dedicar un número de homenaje a Ortega (julio-agosto de 1956) en
              respuesta a los «energúmenos» de la España franquista. También contó con él en
              asuntos propios no directamente vinculado a Sur, como cuando le pidió en 1963 su
              opinión sobre sus memorias inéditas («las han leído sólo 4 o 5 personas», le dice) o
              cuando le solicitó un prólogo para su libro Lawrence de Arabia y otros ensayos, pu-
              blicado en 1951 por Aguilar en Madrid. Pero volvamos a la gestación de la revista y
              retrocedamos medio año antes de su nacimiento.
                  El 20 de julio de 1930 Norah Borges y Guillermo de Torre acudieron con Pedro
              Henríquez Urena (y quizá otros) a casa de Victoria Ocampo, donde ésta requirió a
              Torre su parecer sobre las características de una revista que entonces iba a llamarse
              Nuestra América, como un famoso ensayo de José Martí (en octubre el título provi-
              sional mudó a América y Cía). Al día siguiente Torre le escribe por extenso una car-
              ta de cinco folios para «ingresar en ese “coro” de opiniones —entre las leales, desin-
              teresadas— que rodean la gestión de su revista». En ella desgrana una serie de
              consejos y avisos que Ocampo va a aplicar casi en su totalidad. El primero es que
              prescinda de Samuel Glusberg, el amigo de Waldo Frank que había organizado el
              ciclo de conferencias, porque es hombre resentido y cuyos gustos y tendencias no
              guardan la menor afinidad con los de ella (lo ejemplifica con el regateo de méritos
              a Ricardo Güiraldes). Dedica Torre dos páginas a argumentar lo que resume así: «In-
              sisto. Creo que puede Vd. sola hacer muy bien la revista. Ayudándose quizá de una
              persona para la cosa puramente técnica o burocrática de correspondencia, correc-
              ción de pruebas. Y asesorándose, de vez en cuando, con las personas de su intimi-
              dad que le merezcan más confianza». Le desaconseja que constituya un «consejo di-
              rectivo» nominal e inoperante (como sucede con el de la revista Síntesis, le dice) y,
              en cambio, sí puede ser oportuno incluir «una nómina de “consejeros extranjeros”»
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                                                               DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXV]




      no para lucirlos sino para comprometerlos a prestar su colaboración. «Si no es un
      disparate esta sugestión, piénsela y tal vez le parezca utilizable». A la vista del primer
      número, resulta obvio que Victoria Ocampo siguió ambos consejos. Pero también
      otro muy insistente, el de que «todo debe recaer exclusivamente sobre Vd. Piense
      Vd., Victoria, que está en condiciones excepcionales para ello». Y no sólo por mo-
      tivos económicos —la escritora poseía una considerable fortuna— sino por sus do-
      tes intelectuales y su independencia («está Vd. desvinculada de gentes, equidistante
      de todos, exenta de compromisos»). Por último, le sugiere un cambio en el diseño,
      que Ocampo había pensado con la disposición de Commerce, los cuadernos trimes-
      trales auspiciados por Paul Valéry, Léon-Paul Fargue y Valery Larbaud en 1924 (se-
      guirían apareciendo hasta 1932) que sólo publicaban colaboraciones extensas, sin
      sección de notas de actualidad ni reseñas de novedades. A Torre le parece que la fór-
      mula carece de movilidad y es como una comida de platos fuertes sin entremeses ni
      postre. Su propuesta es que se incluyan «al final una serie de glosas, de asteriscos, de
      moralidades con aire polémico», unas «glosas de actualidad» o «notas sobre libros»,
      así como, por qué no, las cartas de la propia directora. También en este punto si-
      guió Victoria Ocampo el consejo de Torre y en enero de 1931 veía la luz el primer
      número con una variada sección de Notas en la que ella escribía sobre «La aventu-
      ra del mueble», Torre sobre los «Nuevos pintores argentinos», Borges sobre «Séneca
      en las orillas» y, entre otros, Francisco Romero sobre el «alacraneo», esto es, en lun-
      fardo, el chismorreo.
          Y a pesar de todo, Guillermo de Torre estaba deseando regresar a España. El 29
      de abril de 1931 escribe a su admirado Alfonso Reyes reclamándole colaboración pa-
      ra Sur («Victoria y Mallea también se extrañan de que usted no haya mandado na-
      da para este número 2») y compartiendo con él, en posdata, su júbilo por la pro-
      clamación de la República: «¡Viva la República! Sospecho que usted —por su
      porción madrileña— se asociará al viva ritual que doy estos días en todas las cartas
      a los amigos de España». Su regocijo fue transformándose en necesidad de regresar
      en los meses siguientes, de modo que en septiembre vuelve a confesar a Reyes, tras
      despachar el asunto de sus honorarios como colaborador de Sur, estar «pensando ca-
      da día con más ahínco en volverme a España». Lo hará por fin el 25 de febrero de
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              [XXXVI] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              1932. La víspera, el Centro Republicano Español de Buenos Aires, que publicaba
              España Republicana, le dedica un banquete de despedida que el escritor agradece
              con un parlamento en el que expresa su esperanza: «Quisiera que esa profunda sa-
              tisfacción que indefectiblemente experimentará quien salió de nuestra patria en días
              opresivos y regrese ahora cuando un viento de justicia y de renovación social está
              aireando y purificando todas las cámaras del viejo organismo ibérico no sufra nin-
              guna mengua y cristalice en nuevas ilusiones fecundas».



                 Años republicanos (1932-1937)

                  No hubo merma y sí ilusiones fecundas durante algunos años. En Madrid se in-
              corpora a la vida intelectual. Entra a colaborar en el diario El Sol, donde, desde fe-
              brero hasta octubre de 1932, dedica una serie de artículos a la Argentina y Sudamé-
              rica. En abril de 1933 pasa a colaborar con el rotativo Luz, donde permanece como
              crítico literario hasta agosto de 1934, porque en septiembre se suma a la aventura
              periodística del Diario de Madrid. Dirigido por Fernando Vela, ese nuevo medio era
              presentado como «un periódico nacional, republicano e independiente» donde se
              congregaban las firmas de Corpus Barga, José Bergamín, Manuel García Morente,
              Benjamín Jarnés, Gonzalo Lafora, Gregorio Marañón, Antonio Machado, Antonio
              Marichalar, Eduardo de Ontañón o Félix Ros. Mantuvo sus artículos en Diario de
              Madrid hasta la guerra, aunque en 1936 regresó a El Sol, donde, por cierto, se es-
              tampó su último artículo de esta etapa, «Entre el film y el libro», un día después de
              la sublevación militar, el 19 de julio de 1936. Pero su regreso a su querida ciudad na-
              tal en una España recorrida por aires de libertad le proporcionó bastante más que la
              frecuentación de los periódicos.
                  Mantuvo su vínculo con Sur, que en 1933 inició sus ediciones, no menos fun-
              damentales que la revista, con el Romancero gitano de Lorca. Los dos títulos si-
              guientes fueron sendas obras maestras del modernismo inglés, Canguro de D. H.
              Lawrence y Contrapunto de Aldous Huxley, y se imprimieron en Madrid, al cuida-
              do de Guillermo de Torre, conforme a la información que proporciona a Alfonso
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                                                            DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXVII]




      Reyes el 28 de mayo de 1933: «Habrá visto usted cuán lastimosa es la paralización
      de Sur, después de mi ausencia de Buenos Aires. No me jacto de nada pero sí hago
      notar que mientras yo estuve allí aparecieron los cuatro números primeros dentro
      del primer año. Y ahora saldrán aquí, en Madrid, los dos primeros libros de la edi-
      torial». En su respuesta, el mexicano da por supuesto que «la editorial está en ma-
      nos de usted», pero eso no era así y los siguientes volúmenes dejaron de ser incum-
      bencia de Torre, si bien, cuando rehiciera su viaje a la Argentina en 1937 volvería a
      asumir tareas de gestión en Sur.
          Su activismo irreprimible lo condujo a multiplicarse en varias empresas cultura-
      les y colaboraciones muy diversas, una de las cuales iba a llevarlo al Centro de Es-
      tudios Históricos. Bajo la presidencia de Ramón Menéndez Pidal, en el Centro se
      había creado en marzo de 1932 la sección Archivos de Literatura Española Con-
      temporánea, cuya dirección se encomendó a Pedro Salinas. El poeta puso en mar-
      cha de inmediato un boletín bibliográfico asociado a esa sección: Índice Literario,
      que se publicaría hasta 1936 y en el que contó con la ayuda de Guillermo de Torre,
      José María Quiroga Pla y Vicente Lloréns. Torre, como Salinas, escribió en Índice
      reseñas y notas anónimas a lo largo de varios años, aunque, a diferencia del segun-
      do, que reunió una parte de sus escritos en el volumen Literatura española. Siglo XX
      (1940), los de Torre no se recogieron posteriormente.
          Una misión semejante tuvo Torre en la corta vida de la revista republicana Dia-
      blo mundo, que salió entre abril y junio de 1934 dirigida por Corpus Barga. Tam-
      bién allí se encargó de la sección bibliográfica y, además, pudo escribir sobre arte en
      varias ocasiones. No faltó tampoco la contribución plástica de su esposa Norah Bor-
      ges, que participó ampliamente en las diversas empresas culturales de la República.
      Así, se encargó en 1935 de los figurines para un montaje del grupo teatral La Ba-
      rraca de Lorca, la Égloga de Plácida y Victoriano, de Juan del Encina, en la Univer-
      sidad de Verano de Santander. Y también ilustró, con Ángel Ferrant, Maruja Mallo
      o Vázquez Díaz el magnífico Almanaque literario 1935 que editaron ese año Gui-
      llermo de Torre, Miguel Pérez Ferrero y Esteban Salazar Chapela, un volumen que
      congregó a la plana mayor de las letras españolas en «un acto de afirmación li-
      teraria» —como declaraban los coordinadores en mayúsculas—, movidos por el
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              [XXXVIII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              deseo de «restaurar la primacía de las inquietudes intelectuales» frente a «los derro-
              tistas literarios, los confusionistas politiqueros de siempre».
                  El interés por las mutaciones del arte moderno estuvo muy vivo en los años re-
              publicanos, como antes he recordado a propósito de los manifiestos de la Sociedad
              de Artistas Ibéricos o la monografía sobre Torres García. Salta a la vista ese interés
              en los trabajos de Torre diseminados por revistas y periódicos y en su participación
              en iniciativas como la que tienen, en 1935, él mismo y su amigo el escultor Ángel
              Ferrant de crear en Madrid la asociación ADLAN (Amigos del Arte Nuevo), a se-
              mejanza de la sociedad homónima barcelonesa, que venía funcionando desde 1932
              y a la que pertenecía Ferrant. El ejemplo de esa sucursal madrileña estimuló la crea-
              ción en 1936, en Tenerife, de otra agrupación ADLAN, impulsada por Eduardo
              Westerdhal y vinculada a la espléndida revista Gaceta de Arte, en la que colaboró To-
              rre de manera asidua.
                  La sección madrileña de ADLAN tenía su sede en el Centro de Exposición e In-
              formación Permanente de la Construcción, donde organizó varias exposiciones in-
              dividuales de, entre otros, Picasso, Moreno Villa, Alberto o Maruja Mallo. La gue-
              rra truncó un programa espléndido que debía proseguir con artistas como Norah
              Borges, Dalí, Kandinsky, Fernand Léger y Miró. Con motivo de la resonante mues-
              tra de Picasso en 1936, la primera en la capital, publicó, con el sello de ADLAN, Pi-
              casso: noticias sobre su vida y su arte, con una bibliografía, que constituyó entonces la
              más fiable introducción al mundo del pintor malagueño. No dejaría de prestar aten-
              ción en el futuro a la obra picassiana y sus continuas metamorfosis y oscilaciones,
              en las que reconocía Torre una repugnancia al adocenamiento y el sedentarismo es-
              téticos pareja a la suya.
                  Pero otro motivo de rechazo se había propagado por la sociedad española de en-
              tonces, y no era otro que la acelerada coloración política de la actividad cultural. Di-
              vidido el espectro ideológico en derechas e izquierdas, en falangistas y marxistas, lo
              político invadió el territorio de la creación literaria. La fricción o conjugación de lu-
              cha política y ejercicio literario fue piedra de toque y ocasión de interminables po-
              lémicas. Los escritores de estirpe liberal progresista, identificados con la empresa
              modernizadora de la República y convencidos de que el arte implica sus propios
PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXIX




                                                            DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXIX]




      compromisos que no deben confundirse con los de la ética del ciudadano, se en-
      contraron en una coyuntura difícil. Considerados desde la derecha como izquier-
      distas y denostados desde la izquierda como burgueses decadentes aferrados al ído-
      lo del arte por el arte, se vieron entre dos fuegos cruzados. Torre pertenecía a ese
      grupo de intelectuales que observaba con recelo la intoxicación política de la litera-
      tura, cuyo resultado solía ser una política ineficaz y una mala literatura.
          Con el estallido de la guerra pronto tuvo pruebas del peligro real que represen-
      taba esa toxicidad. Como les sucedió a otros intelectuales liberales (Juan Ramón Ji-
      ménez o Benjamín Jarnés), su integridad física la puso en riesgo una denuncia lan-
      zada desde un periódico, la de que asistía a los tés organizados en la embajada
      italiana. Torre había acudido a la embajada de Italia, en efecto, acompañado de
      otros amigos, pero para visitar a la viuda del ensayista Ángel Sánchez Rivero, Ánge-
      la Mariutti, que trabaja en la legación. El episodio disuadió a Torre de permanecer
      en España y el matrimonio se trasladó a París. Desde allí envió un artículo a Sur,
      «Literatura individual frente a literatura dirigida» (núm. 30, marzo 1937), en el que
      equiparaba la supeditación de la literatura a la utilidad política propugnada por el
      marxismo con la del fascismo, pues en ambas ideologías totalitarias la expresión in-
      dividual quedaba anulada dentro de un mensaje predeterminado. Aquel artículo lo
      contestaría Antonio Sánchez Barbudo desde Hora de España; Torre contrarreplicó
      desde Sur («Por un arte integral») pero también le escribió a Sánchez Barbudo una
      carta aclarando su inquebrantable lealtad republicana. Este, el 8 de septiembre, se la
      agradece: «En cuanto a mis aparentes reservas sobre su lealtad a nuestra causa, me
      satisface mucho poder, con las afirmaciones que Vd. hace, desvanecer toda duda, si
      pudiera haberla». Esa carta le llegó ya en Buenos Aires, adonde había regresado To-
      rre antes del verano con su familia, ahora aumentada con el pequeño Luis, que ha-
      bía nacido durante los meses de estancia en París.
          Su preocupación por la fractura de España cobró forma pública muy pronto, pe-
      ro también quedó registrada en algunas notas sueltas al parecer destinadas a un tra-
      bajo sobre «la generación sacrificada», que es el nombre que estampa en la cuartillas
      inéditas que las contienen. Su primer apunte revela que tiene intención de escribir
      por extenso sobre el tema: «Explicar: no soy un político, no soy un ideólogo social,
PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XL




              [XL] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA




              ni nada parecido. Mi arte de asociaciones mentales, mis lecturas, mi práctica de es-
              cribir se ha ejercido en territorios rigurosamente distintos. Voluntariamente me ha-
              bía siempre vedado estos temas». Añade que odia el intrusismo, si bien lo que pre-
              tende hacer no es suplantar al analista político o al sociólogo, sino examinar desde
              un «enfoque [que] no es político. Es humano. Atiende a lo espiritual». Esos apuntes
              habían sido espoleados por la lectura de un libro profético del historiador y crítico
              literario portugués Fidelino de Souza Figueiredo, As duas Espanhas (1931), en el que
              señalaba que existía un principio de lucha en la esencia de la civilización hispánica
              entre dos Españas, la felipista y la heterodoxa o desfelipizadora, ambas inconcilia-
              bles e indispensables entre sí, como «as duas metades duma concha bivalve», según
              la gráfica imagen del portugués. Esas notas quedaron olvidadas, pero no la profun-
              da inquietud por la división del país y la ruptura de la comunicación entre los es-
              pañoles del interior y los emigrados forzosos.
                  Al trauma del exilio dedicará el ensayo «La emigración intelectual, drama con-
              temporáneo», aunque sus opiniones se extienden a otros trabajos, como el prólogo
              a las Obras completas de Lorca o el Tríptico del sacrificio, en especial «Responsabili-
              dad y resistencia», donde afirma que la guerra ha permitido «diferenciar y situar los
              límites de la inteligentzia», cuyos contornos son tan borrosos que sólo el trazo más
              grueso de la «línea moral puede definirla y darle relieve. Fuera de tal línea han que-
              dado absolutamente quienes se traicionaron a sí mismos, antes que a ninguna otra
              cosa, al solidarizarse activa o pasivamente con las fuerzas regresivas. Dentro, quie-
              nes siendo fieles a sí mismos, a sus orígenes, a su esencia, demostraron que sin el es-
              crúpulo ético no hay clase ni creación intelectual digna de tal nombre». Un dentro
              y fuera que expulsa a intelectuales como José Ortega y Gasset, cuya defección de-
              plora y denuncia Torre en una «Carta a Alfonso Reyes sobre una deserción», publi-
              cada en España Republicana el 13 de septiembre de 1941: «Mientras tantos escrito-
              res españoles —se dirá en el futuro, inapelablemente— huyeron de sus patrias
              cerradas y se sumaron con sus esfuerzos a las abiertas patrias de América, hubo una
              excepción dolorosa, un hombre que desertó: D. José Ortega y Gasset». Y, con él, a
              Pérez de Ayala, Eugenio d’Ors, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna más
              adelante y tantos otros.
Prólogo "De la aventura al orden" Guillermo de Torre
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  • 1. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página IV GUILLERMO DE TORRE EN LA ÉPOCA EN QUE PUBLICÓ LITERATURAS EUROPEAS DE VANGUARDIA (1925)
  • 2. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página V GUILLERMO DE TORRE DE L A AVENTURA AL ORDEN Selección y prólogo de Domingo Ródenas de Moya COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL
  • 3. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página VI COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL Responsable literario: Francisco Javier Expósito Cuidado de la edición: Lola Martínez de Albornoz Diseño de la colección: Gonzalo Armero Impresión: Gráficas Jomagar, S. L. Móstoles (Madrid) © Fundación Banco Santander, 2013 © Del prólogo, Domingo Ródenas de Moya © Herederos de Guillermo de Torre Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigen- te, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva auto- rización. ISBN: 000000000000000 Depósito legal: M. 00000-2013
  • 4. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página VII ÍNDICE Guillermo de Torre o la ética de la crítica literaria, por Domingo Ródenas de Moya [ IX ] Nota a la selección [ LX ] Procedencia de los materiales [ LXII ] Bibliografía [ LXV ] LA AVENTURA. ESPAÑA Y EUROPA. DEL LADO DE ACÁ (1900-1936) Esquema de autobiografía intelectual (1969) [ 00 ] Para la historia de mis orígenes literarios (inédito) [ 00 ] Autorretrato (1922) [ 00 ] Madrid-París. Álbum de retratos (1920) [ 00 ] El arte candoroso y torturado de Norah Borges (1920) [ 00 ] Frontispicios (1925) [ 00 ] Inquisiciones (1926) [ 00 ] 900 y el fascismo (1926, inédito) [ 00 ] Del tema moderno como «número de fuerza» (1927) [ 00 ] Examen de conciencia (1928) [ 00 ] Homenaje a Freud (1936) [ 00 ] Gaveta epistolar (i) [ 00 ] EL ORDEN. ARGENTINA Y AMÉRICA. DEL LADO DE ALLÁ (1939-1971) La generación sacrificada (1953, inédito) [ 00 ]
  • 5. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página VIII El peregrino en su patria (ca. 1953, inédito) [ 00 ] Tan pronto ayer. Memorias de mi vida literaria [ 00 ] León Felipe, poeta del tiempo agónico (1940) [ 00 ] La aventura y el orden (1943) [ 00 ] El existencialismo en la literatura (1948) [ 00 ] La crisis del concepto de literatura (1951) [ 00 ] Valery Larbaud, el viajero vuelto inmóvil (1951) [ 00 ] Hacia una reconquista de la libertad intelectual (1953) [ 00 ] Rimbaud, mito y poesía (1953) [ 00 ] El arte de un futuro indeseable. Minorías y masas (1954) [ 00 ] Afirmación y negación de la novela española (1956) [ 00 ] Diálogo de literaturas (1959) [ 00 ] Los puntos sobre algunas «íes» novelísticas (1959) [ 00 ] Reconocimiento crítico de César Vallejo (1959) [ 00 ] El arte abstracto, ¿heredero o negación del cubismo? (1962) [ 00 ] Picasso y Ramón: paralelismos y divergencias (1962) [ 00 ] Para la prehistoria ultraísta de Borges (1964) [ 00 ] La difícil universalidad de la literatura española (1964) [ 00 ] Evocación de Azorín (1968) [ 00 ] Gaveta epistolar (ii) [ 00 ]
  • 6. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página IX Domingo Ródenas de Moya GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA Miguel de Torre Borges es un niño en edad escolar y la maestra le pregunta, co- mo a sus compañeros, por la profesión del padre. «Es escritor», contesta el mucha- cho. Pero la respuesta no acaba de ser satisfactoria: «¿Escritor de qué?». El niño no lo duda aunque enseguida va a arrepentirse: «De ensayos». Perplejidad entre los pu- pilos y la docente. ¿Un escritor que no escribe novelas ni poemas ni piezas de tea- tro? Miguel corrige su respuesta: «Es abogado». No miente y además pacifica la ex- trañeza. Todos contentos. En efecto, Guillermo de Torre Ballesteros se había licenciado como abogado en 1923 (en Granada y a la vez que Federico García Lorca), pero las leyes que iban a ocupar absoluta e imperiosamente su vida no iban a ser las del Derecho sino las menos articuladas de la literatura y el arte. Dedicó sus días con incansable fervor y entrega a la literatura, a producirla en su juventud, a estudiarla toda la vida, a refle- xionar sobre ella —y también a enseñarla— hasta su muerte relativamente tempra- na a los setenta y un años, en 1971. No mucho antes, en mayo de 1968, el viejo Cor- pus Barga le escribía desde Perú diciéndole: «Es usted uno de los tres o cuatro ensayistas españoles que superan la cultura subdesarrollada que en España es hoy el ensayo». Pero la opinión del veterano periodista no era la única que elevaba a Torre por encima de los ensayistas literarios de su tiempo ni tampoco la primera, pues ya en 1956 le había exhortado José Ferrater Mora, por enésima vez, a escribir una his- toria de las letras españolas contemporáneas porque el filósofo no veía entonces a nadie que poseyera como él las cualidades necesarias para llevar a cabo esa empresa: «información sólida y nada indigesta, estilo claro (quizá “oscuro el borrador”, pero
  • 7. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página X [X] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA “el verso claro” siempre), originalidad de puntos de vista, percepción del matiz y…, por supuesto, conocimiento de lo otro, de lo no español, tan necesario para enten- der lo español». No es sólo en la correspondencia privada donde se pueden espigar elogios de ese tipo, sino que se encuentran casi en cualquier lugar donde se emitiera una opinión sobre Torre. En 1961, Ricardo Gullón le dedica el elogioso artículo «Guillermo de Torre o el crítico» en la revista-libro Ficción de Buenos Aires que dirigía Juan Goya- narte, donde afirma (en el mismo número, el 33-34, que celebraba el Prix Interna- cional de los Editores concedido a su cuñado Jorge Luis Borges) que Torre había llegado a ser «en el mundo de las letras hispánicas, y tal vez en el mundo literario a secas: el crítico mejor informado, el erudito más competente en literatura contem- poránea, demostrando que la erudición no ha de referirse necesariamente a un pa- sado más o menos remoto, sino que puede servir para aclarar y precisar el panora- ma de lo presente, mostrando las conexiones entre movimientos y escritores de diversas latitudes y situados (a veces) a relativa distancia en el tiempo». Poco des- pués, en 1962, Gonzalo Sobejano parecía coincidir con esa opinión al afirmar, en un amplio panorama de la crítica literaria del momento, que Torre «puede pasar por el mejor crítico español de hoy en el sentido en que Dámaso Alonso restringe la fun- ción del crítico como valorador y guía». No hubo disensiones respecto a esta esti- mación y cuando, tras su deceso, un respetado académico como Manuel Durán re- señó su último libro en Hispanic Review pudo sostener que Torre «había sido uno de los pocos críticos de primera fila y en algunos casos su influencia resultó decisi- va, con mucho superior a la de cualquier otro crítico de las letras españolas de hoy». El crítico y ensayista de vastos conocimientos, de estilo elegante y criterio pon- derado había comenzado su carrera, sin embargo, de otro modo, como movedizo poeta adolescente en las filas del Ultraísmo y combativo pregonero de las últimas gestas de la vanguardia internacional, entorpecida su expresión por un idioma eri- zado de esdrújulos y neologismos y aferrado a una estrepitosa militancia a favor de lo nuevo, en el arte y en la vida. De aquella efervescencia juvenil quedaron dos fru- tos valiosos, el poemario Hélices (1923) y un libro memorable, Literaturas europeas de vanguardia (1925), que lo convirtió ipso facto en el primer historiador y exegeta
  • 8. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XI DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XI] del nuevo espíritu y hubo de abrirle muchas puertas, incluso alguna de las que le había cerrado su pertinaz pugna por labrarse un nombre y hacerse un sitio en el po- puloso campo de batalla literario de los años diez y veinte. A sus veinticinco años decidió que los años de las escaramuzas nerviosas habían prescrito y había llegado la hora de la razón reposada y el discernimiento, la hora de una crítica elevada al rango de creación que, potenciando los valores y fijando las coordenadas estéticas de la obra ajena, se afirma ella misma como expresión autónoma del espíritu. Guillermo de Torre Ballesteros había nacido en Madrid el 27 de agosto de 1900 y la profesión jurídica de su padre (que fue notario) debió influir a la hora de estu- diar Derecho, licenciatura que acabó, sin mucha convicción, cuando ya llevaba años inficionado por el virus literario. Su padre, Guillermo de Torre y Molina era un amateur de las artes: practicaba la fotografía, amaba la música (tocaba el pianoforte) y la pintura (hacía sus pinitos como pintor de copias). Quizá porque había apren- dido en su propia casa, gracias al abuelo de Torre, la importancia de viajar y cono- cer mundo y gentes diversas, su padre le regaló, al cumplir los dieciocho años, una estancia en París, ciudad que, desde entonces, iba a convertirse en una segunda pa- tria. Así lo cuenta su hijo Miguel de Torre en los preciosos «Appunti su mio padre» publicados en 2005 en la traducción italiana de Hélices. Precisamente el año en que se publicó este poemario ultraísta, en 1924, empezó a prepararse para la carrera di- plomática en el Instituto Diplomático y Consular, pero su vocación literaria se ha- bía afirmado ya con tal rotundidad que a esas alturas ya no admitía compatibilidad alguna con otra profesión y su rúbrica, por fin, había adquirido el suficiente crédi- to como para que Ortega y Gasset le abriera la tribuna de Revista de Occidente. Era noviembre de 1924 y Torre se estrenaba ahí con una reseña de la novela Les Cinq Sens de Joseph Delteil, que había sido un mes antes, en octubre, uno de los fir- mantes (con Louis Aragon, Paul Éluard, Drieu la Rochelle y Philippe Soupault) del panfleto Un cadavre! escrito con motivo de la muerte de Anatole France. Torre in- gresaba en la mansión de Ortega con las credenciales de un informadísimo testigo de las últimas palpitaciones del esprit nouveau europeo y con la fama de poseer ya entonces la mejor colección de revistas de vanguardia de la época.
  • 9. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XII [XII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA En aquella sazón, hacía tiempo que Torre se había enamorado de la pintora No- rah Borges —«nuestra pintora», la llamaba Isaac del Vando Villar desde la revista ul- traísta Grecia en 1920—, a la que había conocido cuando ella tenía dieciocho años y se encontraba en España con su familia. Anota en sus memorias Rafael Cansinos Assens —que se muestra en general resentido con el joven Torre—: «Jorge Luis Bor- ges y su hermana celebran reuniones literarias en su casa, a las que acude Guillermo de Torre que, según me dicen, le hace el amor a Norah, a la que califica de “fémina dinámica y porvenirista”». Esas reuniones datan de marzo de 1920, pero en 1924 no sólo ha regresado ya toda la familia Borges a Buenos Aires (lo había hecho en la pri- mavera de 1921), sino que Guillermo y Norah se han hecho novios y la aventura ul- traísta está, para él, finiquitada. Torre escribe exaltando el arte de Norah como un regreso al principio de afirmación y permanencia, identificado tanto con la estética cubista como, sobre todo, con lo femenino, un principio al que él mismo se adhie- re por entonces, dejando atrás sus «verticalidades» y algarabías ultraicas. Según un movimiento de vuelta al orden que se dio en la posguerra europea, después de la destrucción, la construcción (Création/Destruction iba a ser un libro de Robert De- launay que Torre pretendía publicar en 1923), y Torre pudo asociar ese cambio de ciclo con la prevalencia de lo femenino, de lo que permanece y engendra. Gestos y gestas vanguardistas: de 1915 a 1924 Desde muy joven, Torre quiso librar todas las batallas de la guerra a favor de la estética antipasatista de las vanguardias. Se acercó a quienes consideró maestros (Ra- fael Cansinos Assens y Ramón Gómez de la Serna señaladamente, así como Juan Ramón Jiménez o el mexicano Alfonso Reyes, entonces en Madrid) pero también trampolines para alcanzar una posición de notoriedad a la que aspiraba. No hurtó el cuerpo en la refriega literaria ni disimuló (o no supo disimular) su ambición de ganar nombradía, lo que a menudo alejó las simpatías de aquellos con quienes se trataba, que veían en él a un joven excesivamente ávido de «llegar», como se decía entonces. Cansinos Assens dejó un retrato despiadado de él en sus tardías memorias
  • 10. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XIII DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XIII] que es congruente con el rencor que transpira la novela satírica El movimiento V. P. (1921), donde Torre aparece, nada favorecido (es un dechado de pedantería y dog- matismo), como «el Poeta Más Joven». Ramón, que acogió en su templo de Pombo a Torre, enviado por Cansinos, fue menos despectivo en las páginas de Pombo (1918), donde lo describe como un «muchacho inteligente y delirante», impulsado por el fervor, «ilusionado, ingenuo, pero tan dispuesto a despertarse sobre lo extraordina- rio, tan ciego en su camino, tan dispuesto a llegar que da miedo de que me hagan pagar caro algún día que le haya hecho mi discípulo». Aquel primer encuentro entre Gómez de la Serna y Torre tuvo lugar en diciem- bre de 1916, cuando este era un adolescente que enviaba sus primicias a periódicos de provincias como Paraninfo de Zaragoza, donde dio su primer artículo en 1915, un adolescente que había visto cómo Cansinos Assens le dedicaba unas líneas el mes anterior, en noviembre de 1916, en La Correspondencia de España. La etapa que se abrió en 1916 y que se cerró con la aparición en 1925 de Literaturas europeas de vanguardia fue evocada por el propio Torre mucho después, dos años antes de su fallecimiento, como «el foso de la época que yo llamaría preconsciente». Sin em- bargo, esa preconsciencia, que podía ser cierta desde la atalaya del maduro ensayis- ta en que se había convertido, no lo era tanto respecto al intérprete del arte de van- guardia con el que se sentía en plena sintonía. Entre 1916 y 1918, el adolescente Torre, lejos del deseo de confesar sus cuitas sentimentales o la unicidad de su visión del mundo, estuvo arrebatado por otro afán, el de conquistar una forma expresiva radicalmente nueva, lo que aparejaba un inmenso desdén por lo consabido o here- dado como formas anquilosadas del pasado. Fue un arrebato compartido por casi todas las vanguardias, el hallazgo del lenguaje no hollado, de la fórmula rabiosa- mente virgen, el espíritu de aventura impulsado por la combustión del arte cadu- co. El propio Torre recordó en las notas inéditas «Para la historia de mis orígenes li- terarios» que en esa persecución se dio «a retorcer, descomponer y rizar el léxico, suponiendo cándidamente que de estas alquimias saldría la intacta estructura ape- tecida», pero sólo resultó una caída en el conceptismo y el culteranismo, en una suerte de gongorismo traído a un mundo de referentes tecnológicos. Aquella «pa- tética adolescencia», como él la califica, y ese tipo de arte duró «de los 16 a los 21
  • 11. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XIV [XIV] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA años»; fue la época del «sacro horror al lugar común. No toleraba la menor frase he- cha. Ambicionaba un vocablo nuevo, fragante, creado, para cada emoción primi- genia que mi sensibilidad adolescente experimentaba». Ese fue el fermento del que surgió el ultraísmo. Según él mismo declaró, el término «ultraísmo» fue uno de tantos que él había lanzado en su pirotecnia verbal entre 1916 y 1917 y que Rafael Cansinos, con ins- tinto certero, capturó para bautizar el conjunto de energías renovadoras que palpi- taban entre los jóvenes poetas posmodernistas. Torre no mentía, según atestiguan sus cartas a Cansinos. Ya en enero de 1917 le reprocha a Cansinos que, en su ba- lance sobre la literatura de 1916, «se olvida usted del buen chico, con ímpetus de ultraísta, Guillermo de Torre», para luego definir el término así: «Ultraísta: Cantor del más allá de la realidad: así quiero que se interprete y resuene la palabra, desde ahora, en todos los ámbitos de la intelectualidad». (La versión de Cansinos es, ob- viamente, distinta: fue él quien lanzó el neologismo en la entrevista que le hizo Xa- vier Bóveda para El Parlamentario). Con todo, el catalizador de esos anhelos de no- vedad fue la visita en 1918 del chileno Vicente Huidobro a Madrid, donde permaneció cuatro meses pregonando la nueva estética. A su casa de la plaza de Oriente acudió Torre, como otros jóvenes poetas, y allí pudo saborear el aire sofis- ticado de las últimas doctrinas francesas, allí encontró a un genuino representante de la aventura literaria y allí conoció a los pintores Sonia y Robert Delaunay, tan importantes en su formación artística primera. Los dos años posteriores fueron de una actividad frenética para Torre. Inició sus raids a París y Zúrich, de donde se traía noticias y revistas para asombro de los poetas madrileños. Su agenda de con- tactos y conmilitones vanguardistas fue creciendo con nombres como los de Phi- lippe Soupault, Blaise Cendrars, Paul Dermée, Max Jacob, Marinetti o los dadaís- tas Tristan Tzara y Francis Picabia, a los que dedicó unos rápidos retratos en 1920, en la revista Grecia (la serie se tituló «Madrid-París. Álbum de retratos (Mis ami- gos y yo)». Colaboró en un sinfín de revistas españolas y europeas hasta dar a su nombre una omnipresencia sin parangón en la literatura joven española de hacia 1920, que es cuando ha entablado amistad con Jorge Luis Borges y cuando este le dedica, en
  • 12. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XV DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XV] el número único de la revista Reflector, un elogioso acuse de recibo del «manifiesto vertical» que Torre acaba de publicar, el 1 de noviembre, en la revista Grecia: «Guillermo de Torre, que se empina hoy verticalmente sobre el tablado de su manifiesto, tansvasará mañana sus ideaciones a la pantalla cinemática o se alzará, bocinero de sus propios poemas, sobre los zancos de una plataforma. Desde hoy su Manifiesto —cálido, primordial, convencido— posee ante la democracia borrosa del medio ambiente todo el prestigio audaz de una desorbitada faloforia en un pue- blo jesuítico». Borges distinguía a su futuro cuñado por alzarse «contra esta voluntad de impo- ner a las fracciones anímicas un denominador común» y, en lugar de encerrarse en un dogma o una «mentalidad disecada», proclamarse «creacionista, cubista, expre- sionista, futurista, dadaísta… Y volando a la vez en tantas pajareras, no se encierra en ninguna y bajo el entusiasmo de su gesta verbal se adivina una gran invectiva subcutánea contra las escuelas, en lo que tienen de carcelario y de uniformizado, en lo que contradicen al instante». Dejando de lado la posibilidad de que Borges es- cribiera esas líneas a regañadientes (me refiero más adelante a ello), en efecto, el jo- ven Torre no se ataba a ninguna escuela o corriente de vanguardia porque las cele- braba y absorbía todas y de esa asimilación férvida venía dando amplias muestras en revistas como Cervantes, Grecia, Ultra de Oviedo y Cosmópolis, y desde 1921 las se- guiría dando en Ultra de Madrid, Tableros, Alfar y tantos otros lugares. El eclecti- cismo del manifiesto de Torre también lo iba a señalar su antiguo maestro Rafael Cansinos Assens desde Cervantes, si bien con intención de regatearle originalidad y rebajar su mérito como aportación al espíritu nuevo. Sin embargo, Torre había des- pegado y volaba en otras direcciones más al norte. Ese año Tristan Tzara lo nom- braba presidente de Dadá (así aparece en el quinto boletín Dadá, como uno más de la larga nómina de setenta y siete presidentes) y Marinetti le abría las páginas de su revista Poesia en Milán; en 1921 publicaba poemas en Le Philhaou-Thibaou de Pa- rís y en La Vie des Lettres; en 1922 en la revista belga Ça Ira, en Manomètre de Lyon, en Klaxon de São Paulo, en Nowa Sztuka de Cracovia, y en noviembre firmaba dos
  • 13. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XVI [XVI] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA artículos sobre «La littérature espagnole en 1922» en la revista de Bruselas Les Écrits du Nord, a la vez que Yvan Goll lo incluía en su famosa antología de la nueva poe- sía Les Cinq Continents y él forcejeaba con Valery Larbaud para ser incluido en el número español de la revista Intentions que estaba preparando Antonio Marichalar (y del que finalmente quedaría excluido). Las reservas de energía del joven Torre parecen inagotables mientras él se con- centra en la consolidación de su nombre en el campo literario de la vanguardia europea, con notables resistencias en los medios españoles. Marichalar no quiso que integrara la selecta lista de jóvenes promesas literarias de Intentions, que a todos los efectos fue la primera antología de la generación del Arte Nuevo, pero antes había sido rechazado en el templo juanramoniano de las nuevas voces, la revista Índice, al- go que le dolió durante muchos años y respecto a lo que recibió de Juan Ramón tar- días explicaciones: «Si yo no inserté en Índice los poemas que usted me envió a la re- vista, no fue porque no me interesaran sus ensayos poéticos. Usted, que tuvo siempre espíritu crítico, debió darse cuenta de que los esdrújulos, los nombres mecánicos y otros detalles de sus poemas, no eran cosa de tipo permanente», le escribió en 1945. Sus polémicas de entonces y, algo menos, las de después fueron sonadas. Su be- licosidad trascendía la palestra de la práctica artística, siempre a favor de lo que él creía justo o verdadero, aunque en su juventud también contra quienes le demos- traban animosidad, inquina o menosprecio. Se las tuvo con Vicente Huidobro a propósito de la paternidad del creacionismo (disputada entre Pierre Reverdy y el poeta chileno, al que irritó que Torre reputara de «incógnito precursor» al uruguayo Julio Herrera Reissig), con Cansinos Assens acerca de los del ultraísmo (y no menos del esteticismo caduco de Cansinos), y con Eugenio d’Ors con motivo de la glosa de este sobre Literaturas… donde le imputaba alejandrinismo embrollado. También durante la guerra con Antonio Sánchez Barbudo, y en la posguerra con Pablo Ne- ruda por cuenta de un malentendido que se remontaba treinta años atrás (Neruda creyó a Torre responsable de una reseña adversa que iba firmada por César M. Ar- conada) y que corrompió la relación entre ambos, o con Aranguren y Marías a pro- pósito de la censura franquista y la obra de los exiliados, o con Juan Goytisolo por su angosta teoría marxistizante del realismo novelístico, o con José Ramón Marra-
  • 14. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XVII DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XVII] López con motivo de su visión limitativa de la obra literaria de los exiliados. Torre no se arredraba en la polémica; más bien se acrecía desarticulando los argumentos ajenos con otros mejor sustentados o mejor alabeados retóricamente. En el verano de 1920, a la vez que sigue colaborando en las revistas del Ultra, en Grecia, en Cervantes (donde en agosto ofrece una «Bibliografía de la novísima lírica francesa»), inicia su colaboración en Cosmópolis, la revista de Enrique Gómez Ca- rrillo de la que Torre iba a convertirse diez meses después (desde el número 30) en secretario hasta su extinción en el número 45. Los artículos que fue publicando allí aspiraban, dentro de su implícita adhesión a las propuestas artísticas más intrépidas, a una presentación objetiva y erudita de los principios estéticos de la vanguardia in- ternacional así como de los autores, las obras, los hechos y las escuelas o tendencias que los representaban. Empezó en agosto con el creacionismo «y la pugna entre sus progenitores» —que dio lugar a la enconada querella con Huidobro—, para seguir en otoño con artículos teóricos como «Interpretaciones críticas de la nueva estética» (núm. 21), «Teoremas críticos de la nueva estética» (núm. 22), una revisión de «El movimiento ultraísta español» (núm. 23) y, ya en enero y febrero de 1921, sendos trabajos sobre el dadaísmo: «El movimiento Dadá» y «Gestos y teorías del dadaís- mo». Esos artículos, con otros que iban a ir saliendo en 1922 y 1923, constituirían la base del futuro libro Literaturas europeas de vanguardia (1925), con el que Torre se graduaría como sumo experto en la geografía y geología de las vanguardias lite- rarias en Europa. Sin embargo, antes ya habían atravesado el Atlántico para ser leí- dos en tierras americanas. A finales de 1921 el mexicano Manuel Maples Arce, crea- dor del estridentismo, le escribe: «A través de las páginas de Cosmopólis he seguido su interesante labor de propaganda y divulgación de las nuevas tendencias. Yo tam- bién, como usted, soy un convencido». Y en el primer manifiesto estridentista, Ac- tual N.º 1, de ese mismo año, Maples llama a Torre «mi hermano espiritual». Un año más tarde, ambos firmarán su adhesión al manifiesto chileno Antena. Hoja van- guardista N.º 1, junto a los hermanos Borges, Vicente Huidobro y Jacques Edwards. De manera simultánea a su cristalización como ensayista y crítico, Torre no ce- saba en sus tentativas poéticas. Aquel otoño de 1920 siguió publicando poemas no- vimorfos en Grecia, y desde enero de 1921 en la recién fundada revista Ultra, en la
  • 15. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XVIII [XVIII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA que también entregó algunos artículos sobre pintores (Vázquez Díaz, Santiago Ve- ra, Ruth Velázquez) y héroes de la vanguardia internacional (Francis Picabia, Jean Cocteau). Mantuvo su perfil de poeta ultraísta durante 1922, adelantando los poe- mas de su libro Hélices en revistas españolas y extranjeras, como Prisma de Buenos Aires (núm. 2), Lumière de Amberes, La Vie des Lettres de París, o las ya citadas Kla- xon de São Paulo, Manomètre de Lyon o Nowa Sztuka de Cracovia. Como actividad complementaria de su creación, Torre tradujo a muchos de los nuevos poetas fran- ceses, empezando por su adorado Guillaume Apollinaire. Hizo versiones de Pierre Reverdy, Jean Cocteau, Blaise Cendrars, Paul Morand, los dadaístas Tzara y Picabia, Soupault o Max Jacob. Su único volumen poético, Hélices, salió a la calle en 1923 bajo el sello de la edi- torial Mundo Latino y fue, más que el comienzo de una trayectoria poética, una clausura de la misma. Aquel libro, que se enriquecía con la cubierta de Barradas, un retrato del autor por Vázquez Díaz y una viñeta de Norah Borges, constituyó la más lograda realización del ultraísmo, un muestrario de tipografía imaginativa inspirada en los caligramas de Apollinaire y un catálogo de los motivos de la poesía ultraica con el inventario completo de las máquinas y avances técnicos del mundo moder- no, con su tributo al cine y a la velocidad y a los ritmos urbanos. Una tecnolatría que provocó el comentario sardónico de Borges a su amigo Jacobo Sureda: «no sa- brías imaginar el número de utensilios: aviones, raíles, troleybuses, hidroaviones, as- censores, signos del zodiaco, semáforos», como ha recordado Juan Manuel Bonet en su imprescindible antología del ultraísmo Las cosas se han roto (2012). En el «Auto- rretrato» que incluye en Hélices, Torre, con notable capacidad de autoobservación, se pinta así: Todo yo superpuesto a un paisaje de feria urbana Constelación de leit-motivs en el zodíaco de mi adolescencia La Girándula La Hélice
  • 16. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XIX DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XIX] Y el Vértice Circuito de mis evoluciones: Del barroquismo a lo jovial Un síncope de esdrújulos acelera mi vida mental. Pero a ese síncope de esdrújulos y a la aceleración mental ultraísta se les había ago- tado el crédito. Hélices fue una despedida del escenario poético. En 1924 dejó de en- viar poemas a la prensa y sus colaboraciones se hicieron exclusivamente críticas. Ini- ció su colaboración semanal con Independencia de Puertollano, donde su padre ejercía como notario y él pasaba largas temporadas. Su sección se llama «Proyecciones de Madrid» (luego sólo «Proyecciones») y no es raro ver en ella textos publicados en otros lugares antes o después. En ese momento, Torre ya tiene listo para la imprenta Lite- raturas europeas de vanguardia, cuyo importante «Frontiscipio» lleva fecha de sep- tiembre de 1924, aunque el libro no saldría a la venta hasta la primavera de 1925. El libro, de hecho, se había anunciado ya en 1923 con el título Las novísimas directrices literarias y estéticas para convertirse meses después en Gestas y teorías de las novísimas literaturas europeas (y luego reducido a Las novísimas literaturas europeas), cuya publi- cación había intentado en varias casas editoriales, entre ellas Mundo Latino, la mis- ma editorial de Hélices. No fue ahí sino en Caro Raggio donde vio la luz por fin en mayo de 1925, ya con su más ceñido título definitivo. Esa demora le permitió añadir unos «Apéndices de 1924-25» sobre el «superrealismo» (que es como propone tradu- cir el surréalisme de Breton) y el «mal del siglo» en el que puede aludir a los ensayos sobre la estética del Arte Nuevo que Ortega ha publicado en El Sol y que se reunirían en 1925 en La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela. El influjo del pensa- miento orteguiano fue desde entonces permanente en la obra de Torre. De inmediato se convirtió Literaturas… en una guía fundamental e inexcusable de las nuevas tendencias, en un arca de las esencias innovadoras de la que iban a pro- veerse los jóvenes escritores a un lado y otro del Atlántico. El libro ofrecía, en una primera parte, el más pormenorizado relato y descripción de las gestas del cubismo, el futurismo y el dadaísmo, así como del ultraísmo y el creacionismo; en la segun-
  • 17. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XX [XX] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA da, «Desde el mirador teórico», abordaba cuestiones técnicas sobre el nuevo lirismo, la imagen y la metáfora, los cambios en la rima, el ritmo y la disposición tipográfi- ca e incluso aspectos léxicos como la adjetivación o el gusto por el neologismo; en una tercera parte titulada «Otros horizontes» ofrecía unas rápidas ojeadas al egotis- mo de Walt Whitman, el unanimismo francés, el imaginismo anglosajón, el expre- sionismo alemán, el futurismo ruso, unos apuntes sobre el cosmopolitismo literario, un par de asomos a la obra de Valery Larbaud y Paul Morand y, para concluir, un capítulo dedicado a la «Cinegrafía» que se abría con una apología del séptimo arte («El cinema adquiere día en día una nueva categoría estética», comienza). Aquel li- bro encerraba tantos estímulos, tal cantidad de incitaciones para los escritores jóve- nes, que no pudo menos que convertirse en el grimorio de la nueva generación. Cuarenta años después, en 1965, cuando esa obra se había transformado en otra más articulada y profesoral, más abarcadora y enciclopédica, la monumental Historia de las literaturas de vanguardia, Torre recordaba que aquel libro juvenil «fue leído, co- mentado caudalosamente, parafraseado con prodigalidad (otro, menos cortésmen- te, diría “saqueado”), promoviendo entusiasmos e indignaciones», siendo como fue «el tributo apasionado, crédulo —y por ello deliberadamente excesivo—, rendido a una época que con optimismo apologético yo había calificado de inaugural». Uno de los ejemplares de aquel fenomenal escaparate le llegó a Ernesto Gimé- nez Caballero a la redacción de El Sol para que este lo reseñara. Aquel gesto ele- mental de promoción anudó un vínculo de camaradería y colaboración que iba a fructificar en 1927 en el mejor y más influyente periódico de letras del siglo pasado, La Gaceta Literaria. Giménez Caballero publica su reseña el 3 de junio y, conside- rando a Torre un deportista, un referee o árbitro de futbol, expresa su entusiasmo («Pocas veces se habrá quedado uno tan satisfecho como tras esta enhorabuena. Ni tan orondo. Ni tan dispuesto a sacar billetes en cuanto anuncie otro partido donde actúe») y proclama que Torre «es el réferi de más dimensiones que acaba de revelar- se en la actual generación literaria española». En su carta de agradecimiento, Torre, que ya ha empezado a actuar como corredor literario y enlace intercontinental, aprovecha para recordar a Giménez Caballero unos artículos prometidos para la re- vista bonaerense Martín Fierro, con la que él ya colabora. Desde entonces su co-
  • 18. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXI DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXI] municación será regular. Diez meses después existe ya el embrión de la futura revis- ta: «Quizá la semana próxima ya esté realizada nuestra Gaceta, para que aparezca en otoño» y, más abajo, añade Gecé: «Seremos usted y yo los cabezas de motín de esta Gaceta». Luego entra en pormenores sobre el plan trazado. El tono: «Variedad, ri- queza, agilidad»; los temas: literatura pura, impura, grafismo, literatura política (no Política sin literatura), teatro, arte… Y, frente a la revista España que fundó Ortega en 1915, esta ha de responder a Hispania: «debe aspirar a tener artículos en portu- gués, versos en catalán (y hasta gallego), suramericanismo radical —todo, todo mez- clado—», más «colaboración francesa e italiana (traducida) y quizá alemana y rusa. Gecé pregunta y responde: «¿Enfrentamos una tarea ibérica o nos perdemos en un universalismo flojucho? Yo creo que lo primero es lo evidente». El subtítulo de la re- vista acabaría reflejando la múltiple vocación de sus promotores, internacional y de integración hispánica: «Revista ibérica, americana, internacional». Por fin La Gaceta Literaria salió a la calle el 1 de enero de 1927 con Giménez Ca- ballero como director, Guillermo de Torre como secretario y un consejo de redac- ción amplio, dividido en dos secciones: literatura (integrada por Ramón, Pedro Sáinz Rodríguez, Antonio Marichalar, José Bergamín, Antonio Espina, Melchor Fernández Almagro, Benjamín Jarnés, Enrique Lafuente Ferrari, Juan Chabás y Cé- sar M. Arconada), y ciencias (con las subsecciones de filosofía, física, naturales, filo- logía, derecho, medicina, pedagogía, ingeniería, arquitectura), además de dos sec- ciones especiales sobre obrerismo y deportes. Fue el gran acontecimiento literario con que se estrenó un año destinado a servir de discutido hipocorístico de toda la generación, la del 27. Iba apadrinada La Gaceta por un artículo de Ortega y Gasset, «Sobre un periódico de letras», que era una contundente apología de ese formato que, a diferencia del libro, «deberá mirar la literatura desde fuera, como hecho, e in- formarnos sobre sus vicisitudes, describirnos la densa pululación de ideas, obras y personas, dibujar las grandes líneas de la jerarquía literaria siempre cambiante», lo que contribuirá, a su juicio, a «la mayor y más urgente empresa, que es: curar defi- nitivamente a las letras españolas de su pertinaz provincialismo». El éxito del periódico fue extraordinario y su papel histórico fue decisivo en la cristalización de una visión del arte y la literatura de la modernidad en la que se con-
  • 19. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXII [XXII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA ciliara lo particular con lo universal, lo tradicional con lo actual, lo español con lo hispanoamericano y las diversas lenguas peninsulares con un concepto unificador de lo ibérico o lo hispánico. Torre se mantuvo como secretario de la revista hasta di- ciembre de 1928 —sustituido desde enero de 1929 por César M. Arconada—, aun- que para entonces llevaba más de un año en Buenos Aires. Desde ahí contribuyó a estrechar los lazos de colaboración con los escritores argentinos y mantuvo la asi- duidad de su propia firma. Al menos hasta que Giménez Caballero convirtió la re- vista, en el otoño de 1931, en órgano de expresión unipersonal de su fascistización a través del Robinsón Literario de España, del que salieron seis números. Hacia la sindéresis crítica Desde 1925, reconocido como un «Menéndez Pelayo de las vanguardias» (según Giménez Caballero) o como el «gran Tito Livio del movimiento» (según Gómez de la Serna), Torre da por concluidos sus escarceos con la escritura poética y emprende con decisión el camino de la crítica literaria y el ensayo, lo que no significa que aban- donara el frente a favor de las propuestas vanguardistas. Ese mismo año impulsó la revista Plural y se sumó, a invitación de Jorge Luis Borges, al equipo de redactores de la revista argentina Proa. De Plural sólo vieron la luz dos números, pero fueron suficientes para que Torre estableciera en sendos artículos, «Neodadaísmo y superre- alismo» y «La crítica constructora y creadora», sus reservas al dogmatismo de André Breton y su concepción de la crítica literaria (sintetizada en los dos adjetivos), coin- cidente con la que Ortega había expuesto en las Meditaciones del Quijote (1914), An- tonio Marichalar en Palma (1923) y, en general, con la que defendieron en los años veinte la mayoría de críticos literarios europeos. Una concepción fervorosa, compre- hensiva y no punitiva del ejercicio crítico que se proponía aquilatar la obra de arte dentro de sus propios presupuestos y no de acuerdo con una preceptiva anterior o una doctrina ajena. Esta idea de una crítica colaborativa era congruente con el pro- pósito de hacer de Plural, una revista de integración de las diversas tendencias del Arte Nuevo, lejos de banderías ariscas o las iglesias excluyentes.
  • 20. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXIII DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXIII] Este giro hacia una consideración más ponderada y serena de la nueva estética había empezado a producirse en 1924 y es palpable en el prólogo a su traducción de El cubilete de dados de Max Jacob (publicada por Editorial América en Madrid) o, aún mejor, en el prefacio a sus Literaturas europeas de vanguardia, adonde fue a pa- rar el artículo de Plural sobre la crítica constructiva. El deslumbramiento juvenil con el dadaísmo encerraba una contradicción que sólo vería con el paso de los años: Dadá negaba el arte y la literatura, pero Torre estaba cautivado por el poder de crear belleza y sentido del arte y la literatura. Como diría en sus últimos años, creyó ver ultraliteratura donde no había sino antiliteratura. Su dedicación a una crítica litera- ria que estaba alentada por un orteguiano «afán de comprender» y de poner en va- lor lo nuevo situándolo en el marco de sus directrices estéticas fue una salida airo- sa, su «puerta de evasión», en sus propias palabras. Plenamente consciente del derrotero reflexivo que estaba tomando, Torre no só- lo establece los principios reguladores de una crítica literaria plausible sino que, jun- tando a la teoría la evaluación de la práctica, se propone pasar revista a los críticos literarios españoles de aquel tiempo, uno a uno, de los seniores a los recién llegados. Monta su tribunal en la revista argentina Proa y emite sus veredictos bajo el título burlesco «El pim pam pum de Aristarco», en dos entregas, a finales de 1924 y co- mienzos de 1925 (núms. 4 y 6). El mismo texto lo había publicado en tres partes en el mes de julio de 1924 en el periódico Independencia de Puertollano bajo el título «Crítica de críticos», pero es de creer que tuvo escasa divulgación y fue desde la re- vista Proa como llegó a ser más leído. A pesar del título, que anunciaba un tablado de monigotes-críticos a los que se lanzaban pelotas-objeciones para derribarlos, To- rre hace un esfuerzo de ecuanimidad ante quienes le habían prodigado su hostilidad o su desafecto, como Rafael Cansinos o Enrique Díez-Canedo. Ello no significa que se libren de su severidad, sino que sus reservas vienen fotalecidas con argumentos: Cansinos practica una crítica solidaria, fraterna (por no decir de camarilla), ensal- zadora de lo mediocre y dimitida de su deber de guía y exégesis de los «panoramas de vanguardia»; mientras que de Díez-Canedo acepta el rango de «primer crítico es- pañol» que le ha otorgado Valery Larbaud sólo porque en tierra de ciegos el tuerto es el rey, puesto que junto a cualidades estimables se muestra «tímido, pacato, con-
  • 21. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXIV [XXIV] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA formista, desposeído de todo entusiasmo». No escapan otros críticos del momento, ni siquiera los de su propia generación, como Antonio Marichalar o José Bergamín, ambos la única revelación —afirma— de la revista Índice de Juan Ramón. Y tam- poco escapa a sus dardos el entorno de la recién creada Revista de Occidente, de cu- yo aire criticista le parece que «debiera haber surgido una nueva generación, de fuer- te empuje y actitud propia. Sin embargo no ha sido así, lamentablemente». Quizá cuando emitió esta imprudente opinión no sabía que en breve iba a incorporarse a esa empresa. Su presencia en Revista de Occidente se mantendría hasta 1936, integrándose en el equipo de colaboradores habituales que dieron a la publicación su coherencia y continuidad. En los primeros tiempos (1924-1927), antes de marcharse a la Argen- tina, se especializó en las letras americanas y reseñó libros como Luna de enfrente de Jorge Luis Borges, Simplismo, de Alberto Hidalgo, Don Segundo Sombra, de Ricar- do Güiraldes o alguna novela de Eduardo Mallea, aunque también publicó unas in- teresantes notas sobre el séptimo arte en abril de 1926. A su regreso a España en 1932 se reactivó su colaboración, pero ahora con una amplitud de intereses que re- velaba algo más que un cambio en el prestigio de sus saberes. Escribió sobre la na- rrativa de Ramón Gómez de la Serna y sobre la Autobiografía de Alice B. Toklas de Gertrude Stein, reflexionó sobre el suicidio y el surrealismo con motivo del suicidio de René Crevel en junio de 1935, hizo balance y evaluación de los estudios sobre el arte nuevo, comentó con sumo tino la histórica Antología de la poesía española e his- panoamericana (1882-1932) de Federico de Onís y también la Antología de Gerardo Diego y, en fin, en el artículo «España en la literatura comparada», realizó una tem- prana incursión en ese terreno, el del comparatismo literario, que iba a ser en cier- to modo el suyo en el futuro. Me he referido a los balances sobre el arte nuevo que dio Torre en Revista de Oc- cidente y quizá sea el momento de aludir con más detenimiento a su interés cons- tante por las artes plásticas desde su juventud, avivado en 1918 gracias a su relación con los Delaunay, así como a su amistad con Rafael Barradas y su trato cotidiano con los pintores jóvenes del momento (Vázquez Díaz, Alberto, Francisco Bores…). Su relación con Norah Borges no hizo más que reforzar ese interés que cultivaría to-
  • 22. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXV DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXV] da la vida y que en 1925 le hizo concebir la posibilidad de escribir un libro gemelo de las Literaturas europeas de vanguardia dedicado a las artes plásticas. Justo ese año, Torre firmó el manifiesto fundacional de la Sociedad de Artistas Ibéricos junto a Manuel Abril, José Bergamín, Rafael Bergamín, Emiliano Barral, Francisco Durrio, Juan de Echevarría, Joaquín Enríquez, Óscar Esplá, Manuel de Falla, Federico Gar- cía Lorca, Victorio Macho, Gabriel García Maroto, Cristóbal Ruiz, Adolfo Salazar, Ángel Sánchez Rivero, Joaquim Sunyer y Daniel Vázquez Díaz, aunque su nombre, como el de Rafael Bergamín, se habían incorporado a última hora. La Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos se inauguró en el Retiro el 28 de mayo, fue un triun- fo por la concurrencia de artistas y por la repercusión en la prensa y en ella se dis- puso una sala dedicada al dibujo en la que exponían pintores muy próximos a To- rre: Norah Borges, Alberto, García Maroto, Barradas, Pérez Orúe y Moreno Villa. Dentro de las actividades anexas, Torre dio una conferencia en el Museo de Arte Moderno sobre el cubismo. Después de la exposición, puede decirse que la Socie- dad de Artistas Ibéricos entró en un prolongo letargo hasta el advenimiento de la República. Cuando Torre regresa a España en 1932, se encuentra con que la Sociedad ha re- cibido un impulso decisivo por parte del Estado con el fin de convertirla en un ór- gano de difusión del arte español en el extranjero. Entre los resultados de esa reac- tivación se encuentra la efímera revista Arte, cuyo primer número salió en septiembre de 1932 con un Segundo Manifiesto de la SAI al que siguió, un par de semanas después, un Tercer Manifiesto en el que vuelve a figurar, entre los escrito- res, el nombre de Guillermo de Torre junto a los de García Lorca, Antonio Mari- chalar, Manuel Abril y José María Marañón. La revista estaba dirigida por Manuel Abril, salieron sólo dos números (el segundo en junio de 1933) y en ambos consta- ba Torre como miembro del consejo de redacción. En diciembre de 1932 se inau- guró en Berlín una exposición de pintores españoles (se trataba de una muestra iti- nerante procedente de Copenhague, donde había estado un par de meses antes), facilitada por Luis Araquistáin, entonces embajador en Alemania. A la capital ale- mana viajó Torre para ilustrar los cuadros con una conferencia sobre el «Panorama de la nueva pintura española», panorama que, por otro lado, ya había trazado me-
  • 23. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXVI [XXVI] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA ses atrás, en diciembre de 1930, bajo el título Itinerario de la nueva pintura españo- la, para un acto similar en el Centro Gallego de Montevideo y que se publicó en la capital uruguaya en 1931. Precisamente al pintor montevideano Joaquín Torres García le dedicó, con Roberto Jorge Payró, un opúsculo biográfico en 1934, publi- cado por la Imprenta Graphia de Madrid. A su iniciativa se debió, en buena medi- da, la exposición de Picasso en Madrid de 1936, para la que escribió un librito al que luego me referiré. En fin, la atención del escritor hacia el arte pictórico no de- clinó nunca, aunque tras la guerra tuviera que dar prioridad a sus trabajos y cola- boraciones literarias. Siempre le preocupó la «ineducación artística de los grandes y pequeños hombres», como tituló un artículo suyo en la tinerfeña Gaceta de Arte po- co antes de la guerra. La Argentina. Primera etapa (1927-1932) La llegada a Buenos Aires en 1927 había estado precedida por una ruidosísima polémica provocada, en abril, por una nota anónima en La Gaceta Literaria titula- da «Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica» y cuyo autor todo el mun- do supo que era Guillermo de Torre. En esa nota se hacía un llamamiento a sustituir la imantación francesa y en me- nor medida italiana de muchos escritores hispanoamericanos (reflejada en el lati- nismo implícito en la denominación América Latina) por la española, haciendo de Madrid el «punto convergente del hispanoamericanismo equilibrado, no limitador, no coactivo, generoso y europeo». El editorial se dirigía a las jóvenes generaciones («somos jóvenes y a los jóvenes espíritus hispanoamericanos nos dirigimos»), a las que venía a proponer un acuerdo de fraternidad y cooperación intelectual reforza- do por el idioma compartido. La invitación, que se extendía a la mejora de la dis- tribución de libros en ambos sentidos, hubiera podido estar avalada por la vocación hispanoamericanista de La Gaceta Literaria, pero Torre equivocó el tono paternalis- ta, seguramente involuntario, y no fue cauteloso en el uso de expresiones propias de una posición imperialista que podían herir —e hirieron— muchas susceptibilida-
  • 24. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXVII DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXVII] des. Las reacciones fueron virulentas, en especial desde la revista argentina Martín Fierro, donde el 10 de julio se publicaron varios escritos de repulsa, uno de ellos de Jorge Luis Borges, que proclamaba: «Madrid no nos entiende» y lanzaba una dia- triba contra Madrid para concluir que «ni en Montevideo ni en Buenos Aires —que yo sepa— hay simpatía hispánica. La hay, en cambio, italianizante». Tras la anda- nada martinferrista, y pasado el verano, se publicaron en La Gaceta Literaria una se- rie de réplicas firmadas por colaboradores como Francisco Ayala, César Muñoz Ar- conada, Melchor Fernández Almagro, Benjamín Jarnés, Antonio Espina, Ángel Sánchez Rivero, Enrique Lafuente Ferrari, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la Serna, Esteban Salazar Chapela, Gabriel García Maroto, el director de la revista Er- nesto Giménez Caballero y el redactor de la nota, el propio Guillermo de Torre, que no asumía su autoría y se refería al «editorialista», eximiéndolo, «probablemente», de ánimos apadrinadores o tutelares. Torre ponía en claro el propósito de aquel po- lémico editorial: dirigir «una fervorosa exhortación para que la América intelectual, prescindiendo de todo tutelaje directivo europeo —y sin perjuicio de mantener el contacto intelectual con nosotros—, se adentre valientemente en esa línea de au- toctonía ya iniciada, hasta crear una literatura oriunda y un pensamiento genuino, de irrefragable singularidad». Y no sólo eso, sino que rectificaba el uso de un térmi- no tan equívoco como «meridiano» al tiempo que reconocía que el punto de tan- gencialidad entre las culturas hispanoamericanas y española podía «darse igualmen- te en cualquier gran ciudad al otro lado del mar». Despedía su breve escrito situándose «a caballo sobre ambos continentes, emproado ya hacia esa latitud ame- ricana», porque, en efecto, Torre preparaba su viaje a Buenos Aires para contraer matrimonio con Norah Borges. El 25 de agosto de 1927 embarcaba en Barcelona rumbo a Buenos Aires. Su ami- go Ernesto Giménez Caballero lo despide desde La Gaceta Literaria el 15 de ese mes advirtiendo que Torre no iba a «conocer» América, sino que iba conociéndola de an- temano y siendo allí conocido. «No marcha tampoco —añadía— en el plan de “Pri- mer tercio del siglo XX”: profesoral, adoctrinador, propagandista, emisor de discos solemnes, a lo Marinetti o a lo D’Ors», sino que va «“a fundirse” con aquella pro- longación ideal de una España nueva, más vital, más musculosa y cosmopolita que
  • 25. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXVIII [XXVIII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA es Suramérica. A “fundirse” sin “confundirse”. En tipo de amante más que de es- pectador. Va a realizar ese esquema inédito aún de hispanoamericanismo cordial y de intelecto, de amor y de inteligencia, que estaba por verificar». En el mismo nú- mero, Francisco Ayala le hace una incisiva entrevista en la que Torre exhibe una no- table distancia, una mirada serena respecto a la fase pugnaz de las vanguardias y los frutos duraderos que produjeron: «En general, todos estos movimientos de post- guerra no marcan el final de una época, como se ha dicho, sino el principio de otra. En ellos se ha hundido mucha gente, pero en cambio han hecho brotar personali- dades fuertes». Entre los valores del siglo XX, junto a Proust en la novela y Apolli- naire en la poesía, menciona «como genuinos coetáneos y directores a Ortega y a Gómez de la Serna —focos atencionales de la juventud—: los dos escritores más es- pañoles y al mismo tiempo más europeos». El escándalo del «meridiano intelectual» no podía omitirse del todo, así es que Ayala le pregunta por su actitud fraternal an- te las jóvenes literaturas de América. Torre contesta que, superando prejuicios ve- tustos, hay que crear un hispanoamericanismo «más verdadero —sin cachupinadas ni retóricas—, basado en el mutuo y leal conocimiento» y en la convicción de que «en Argentina, Chile, Uruguay, México… se produce una literatura tan excelente, tan interesante como la de aquí. Y como la de los demás países europeos». E insiste en que es «necesario (sin que esto implique patriotismo) que la capitalidad máxima de nuestra literatura —España-América— sea Madrid. Que Madrid sea el gran me- ridiano literario. No lo digo por restar hegemonía a cada una de las grandes metró- polis americanas, sino porque hay que reaccionar contra la influencia de París: la “América latina” es un absurdo». El 17 de octubre, cuando aún no se había aplacado la polvareda del «meridiano» (hubo réplicas en Martín Fierro en noviembre), Guillermo de Torre pronunciaba en el aula magna de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Buenos Aires la conferencia «Examen de conciencia. Problemas estéticos de la nueva generación es- pañola». La posición crítica que despliega en ella Torre es inesperadamente serena y equilibrada, incluso en el estilo, fuera ya de la batalla por el triunfo de las nuevas formas o, más bien, desde la presunción de que la nueva estética, considerada como un conjunto de principios comunes a las diversas escuelas innovadoras, ha de for-
  • 26. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXIX DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXIX] mar un nuevo canon, un nuevo clasicismo: «El clasicismo de nuestra época ha de estar hecho a base de sumas e integraciones, pero no de restas y anacronismos», afir- ma. En su opinión, los antiguos anhelos vanguardistas, más allá del ultraísmo —que considera una experiencia «muy decepcionante»—, se han propagado entre los es- critores jóvenes y han pasado a ser patrimonio común. La fase de lucha ha conclui- do pero advierte que lo que de verdad ha prescrito es lo que los ismos «comporta- ban de violento, exclusivista, antitradicionalista e ingenuamente destructor», no en absoluto «las aportaciones, las innovaciones esenciales y viables incubadas seria- mente durante este período», por cuanto tales cambios y progresos técnicos «han de incorporarse a las estructuras tradicionales». Torre advierte que los movimientos de vanguardia habían desarrollado una tarea de negación y derribo imprescindible para abrir una etapa de afirmación y construcción, que es la que, a su juicio, se en- caraba en España (no así en Argentina, donde observa que la juventud literaria «per- manece aún detenida en esa fase de encrespamiento inicial») y con la que él se sien- te comprometido a sus veintisiete años, una vez dejados atrás «todas las estridencias y espectacularismos». El tramo final de su disertación enfila la definición de un con- cepto útil aunque parezca vago, el de «aire del tiempo», con el que alude al clima de la modernidad que todo lo penetra: «El aire del tiempo es una especie de moderni- dad difusa que integra por una parte la disconformidad radical con el pasado, y, por otra parte, el anhelo de fraguar intactos módulos de expresión literaria, plástica y musical, el deseo de abrir nuevas vías al conocimiento y a la emoción». Y, para ilus- trarlo, añade más adelante: «El aire del tiempo, en suma, puede ser Proust, puede ser Picasso, puede ser Ramón, puede ser Apollinaire, puede ser Freud, puede ser Pi- randello: cualquier de los tótems estéticos o ideológicos del día europeo». La obli- gación del artista es ser fiel al aire de su tiempo y reflejar en su obra las vibraciones y rasgos sobresalientes de su época. La conferencia, leída hoy, constituye un diagnóstico atinadísimo de la coyuntura intelectual del momento no ya en España sino en Occidente. La actitud ecuánime que mostraba, la autocrítica poco indulgente pero fundada, el convencimiento de que la iconoclasia vanguardista tenía menos valor que la capacidad para renovar los len- guajes artísticos con procedimientos expresivos inéditos que habían de ser rentabili-
  • 27. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXX [XXX] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA zados por un periodo de asentamiento y fecundidad (un nuevo clasicismo) emparen- taban a Torre con los escritores más valiosos de la Joven Literatura, con Salinas y Gui- llén, con Espina y Jarnés, pero también con el giro emprendido en Francia hacia un restablecimiento del orden que había cristalizado sólo un año antes en el volumen Le Rappel à l’ordre (1926) de Jean Cocteau (algunos de cuyos materiales se retrotraían a 1918). Torre volvía a ser quien antes y mejor encontraba la sintonía intelectual de su tiempo. Sin embargo no faltó alguna reacción de disenso, como la del cubano Félix Lizaso, quien reseñó la conferencia en Revista de Avance y justificó su discrepancia en carta privada de mayo de 1929: «Yo discrepaba un poco de sus puntos de vista, y lo dije, contando con que —ya en el terreno de la independencia de criterio y de la opi- nión por cuenta propia— Vd. no habría de molestarse. Le vi allí un poco conserva- dor, y nosotros estamos aún por lo arbitrario —hay que prolongar la juventud— aun- que de ningún modo queremos quedarnos en la iconoclasia escueta». En 1928 Torre ya se había convertido Torre en redactor del diario La Nación, donde sería secretario del suplemento literario. En la capital argentina contaba con amigos como Eduardo Mallea, quien desde 1926, sabiendo de su intención de tras- ladarse a Buenos Aires, le había animado a hacerlo y se había ofrecido para conse- guirle colaboraciones en la prensa local, en Caras y caretas y El Hogar. O el matri- monio Güiraldes. El mismo mes que pisó Buenos Aires publicó un balance de treinta años de literatura española en el número de la revista Nosotros que celebraba su vigésimo aniversario (el 219-220) y en octubre iniciaba su colaboración en Sínte- sis con una nota sobre Benjamín Jarnés. Ahí se reencontró Torre con el exultraísta Xavier Bóveda, que había sido el fundador de la revista y era su director. Lo fue has- ta enero de 1928, cuando lo sustituyó el arquitecto Martín S. Noel, y el puesto de Bóveda en el Consejo de Dirección fue asumido por Guillermo de Torre. La pre- sencia de éste en Síntesis se hizo habitual hasta el último número de octubre de 1930, donde alternaba artículos de corte ensayístico con reseñas de novedades sobre todo peninsulares, a las que desde 1929 añadió una sección dedicada a su devoción he- merográfica, «A través de las revistas». No obstante esa y otras colaboraciones literarias, su aclimatación a la vida bona- erense no fue, pese a todo, completa y siempre conservó la querencia por Europa y,
  • 28. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXI DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXI] en particular, por España. En fecha tan temprana como el 2 de abril de 1928 le con- fesaba a Ortega y Gasset por carta que «mi situación aquí —a pesar de ser cómo- da— no creo que se haga permanente. En mi caso particular, Buenos Aires es bas- tante tolerable. Pero a la larga, sospecho que esto debe fatigar». Esas reticencias no impidieron que en la Argentina Torre prosiguiera su maduración intelectual, el re- finamiento de su juicio crítico y su conocimiento de los engranajes del negocio edi- torial. Desde el 17 de agosto de 1928, Guillermo de Torre y Jorge Luis Borges son cu- ñados y durante el resto de su vida habrían de coincidir en reuniones familiares. La relación entre ellos se había iniciado dentro de un clima de camaradería litera- ria que, a pesar de las formas externas, ocultaba un mutuo disentimiento. Cuan- do en 1920 Torre le pide a Borges unas líneas sobre su Manifiesto Vertical, el ar- gentino le responde por carta: «¡Querido compañero, salve!: Te lanzo mi más sincera enhorabuena por tu Manifesto Vertical. Con entusiasmo y grande placer accedo a tu demanda de una prosa exegética del ideario que explayas en tus co- lumnas. Lo escribiré mañana y a mediados de la semana próxima anidará en tus manos». Y se despide: «Con los ventanales de mi corazón abiertos de par en par hacia tu alma». Sin embargo, casi al mismo tiempo, el 17 de noviembre, había es- crito a su confidente Maurice Abramowicz en términos muy distintos, puesto que reconoce que haber aceptado hacer la nota laudatoria ha sido vender su alma aun- que ha tratado de elogiar a Torre, irónicamente, por lo contrario de lo que ha pre- tendido hacer. Si Borges mostraba ante terceros sus reservas hacia Torre, este hacía lo propio en agosto de 1924 en unos apuntes privados que quedaron inéditos y que tituló «Me- moranda estética». Ahí aludía a Borges, junto a Eugenio Montes, como sus «dos más caros cofrades» afectados por una ola de regreso hacia lo tradicional y los mo- delos antiguos que él desaprueba. Del primero anota: «el ejemplo de Jorge Luis Bor- ges, sumido en su reaccionarismo hediondo, obsesionado por un clasicismo y casti- cismo imposibles, y por un afán de dar a su estilo un ritmo, una sintaxis clásica, muy siglo xvii, llena de trasnochados barroquismos verbales copiados de Quevedo y To- rres Villarroel» y añade, sorprendentemente, esta retahíla de calificativos: «naciona-
  • 29. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXII [XXXII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA lista, castellanísimo, xenófobo, desdeñoso de todo lo que signifiquen auras exóticas, estilo moderno y sensibilidad contemporánea». A Torre no le faltaba su parte de ra- zón si hemos de juzgar por los ensayos de Inquisiciones (1925), que Borges se negó a reeditar durante toda su vida. Con todo, las manifestaciones públicas de aprecio fueron la tónica general a mediados de los años veinte. Borges encomiaba Literatu- ras europeas de vanguardia desde la revista Martín Fierro (el 5 de agosto de 1925) co- mo libro «infinito», un libro «tan honesto, tan grande, tan sin chirluras de erudi- ción y opinión [que] es casi milagroso en pluma tan joven», porque «si considero que los [años] de Torre no rebasan los veinticinco, he de ensalzarlo forzosamente dos veces y con azoramiento duplicado». Y Torre, a su vez, reseñaba Luna de enfrente e Inquisiciones aún con mayor generosidad. Sin embargo, la desavenencia entre ambos iba a nutrirse de afluentes que tras- cendían lo estético, pues Borges no encajó bien el matrimonio de su hermana Norah ni pareció olvidar nunca el hispanismo militante de Torre. Tras la boda en- tre Guillermo y Norah, Borges escribe en septiembre de 1928 a su amigo Abramo- wicz comunicándole su disgusto: «Norah, il y a un mois, a épousé Guillermo de To- rre. Oui, tout comme dans les romans à peu de frais d’imagination, avec une simplicité indigne du destin». El desdén se mantendrá durante decenios, como es fácil comprobar en los diarios publicados por Adolfo Bioy Casares tras la muerte de Borges, en los que es muy fácil tropezar con descalificaciones e insultos dirigidos a su cuñado. Miguel de Torre Borges ha contado que su padre y su tío apenas se veían, aun cuando compartían más semejanzas que diferencias, pues ambos odiaban las fiestas y actos sociales, las comidas de escritores, los eventos ruidosos, y las conversaciones triviales o familiares. Cuando se reunían no hablaban de enfermedades ni medici- nas, de parientes, matrimonios, divorcios, muertes, cumpleaños, de fútbol u otros deportes, de coches, vacaciones, fines de semanas, de política, del precio de las co- sas ni de las vidas de los otros, sino de novedades literarias, libros y escritores. Sin embargo, mientras que Guillermo era un hombre educado y atento, su tío Jorge Luis «era un personaggio stravagante e le sue amicizie gli sembravano assurde; non aveva nessuna considerazione delle sue opinioni, considerate per lo più come face-
  • 30. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXIII DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXIII] zie insignificanti», por lo que no es extraño que las muestras de respeto del uno ha- cia el otro fueran muy asimétricas. Mientras que Miguel no recuerda que su padre hablara mal de su tío, Borges, por el contrario, «lo aggrediva verbalmente (e a chi non dava contro?)», si bien nunca en presencia de sus hijos o de Norah. La extra- vagancia de Borges no fue obstáculo para que Torre actuara como intermediario entre su cuñado y los editores extranjeros que se interesaban por su obra. Ejemplo de ello puede ser la inclusión de «La forma de la espada» en la antología bilingüe Spanish Stories / Cuentos españoles publicada por Ángel Flores en 1960 en la editorial Bantham (y en la abigarrada compañía de Cervantes, Clarín, Pardo Bazán, Benito Lynch, Horacio Quiroga y otros), antes de que la editorial New Directions traduje- ra la antología Labyrinths en 1962 y se iniciara su difusión en Estados Unidos. La escasa simpatía entre los cuñados no impidió su coincidencia en varios pro- yectos, como la ya citada revista Síntesis, de cuyo consejo directivo formaban parte ambos. Pero el empeño de mayor calado iba a ser la fundación de Sur, en el albor de los años treinta. Esa importantísima revista, equiparable en ambición intelectual y en la calidad de sus colaboradores a The Criterion, Revista de Occidente o La Nou- velle Revue Française, habría de publicarse entre enero de 1931 y 1992, sobrevivien- do de ese modo a su alma e inspiradora, Victoria Ocampo, fallecida en 1979. En su primer número figuraba un Consejo Extranjero compuesto por Ernest Ansermet, Drieu La Rochelle, Leo Ferrero, Waldo Frank, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Jules Supervielle y José Ortega y Gasset, y un Consejo de Redacción rela- cionado por orden alfabético: Jorge Luis Borges, Eduardo J. Bullrich, Oliverio Girondo, Alfredo González Garaño, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver y Guiller- mo de la Torre (de los cuales Bullrich y G. Garaño corrían con la parte de diseño e ilustración). En un número triple de abril de 1967, Ocampo recordaba la génesis de su longeva revista y la remontaba a la gira de conferencias que Waldo Frank realizó en Argentina y a una reunión que tuvo con el norteamericano y el joven escritor ar- gentino que se las traducía, Eduardo Mallea, en la que los dos la exhortaron a crear una revista necesaria que difundiera en el extranjero la cosecha intelectual argenti- na —e hispanoamericana— y trajera a la Argentina las más fecundas ideas interna- cionales. El título lo sugirió, casi en el último momento, José Ortega y Gasset por
  • 31. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXIV [XXXIV] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA teléfono: Sur. Sin embargo, junto a los nombres de Frank, Mallea y Ortega que acompañan el relato oficial sobre el origen de la revista, habría que añadir el de Gui- llermo de Torre, quien, además, ejerció funciones de secretario de redacción duran- te los ocho primeros números, hasta que decidió volver a una España que era ya re- publicana. Victoria Ocampo contó con el criterio de Torre y con su firma siempre. Fue él quien propuso dedicar un número de homenaje a Ortega (julio-agosto de 1956) en respuesta a los «energúmenos» de la España franquista. También contó con él en asuntos propios no directamente vinculado a Sur, como cuando le pidió en 1963 su opinión sobre sus memorias inéditas («las han leído sólo 4 o 5 personas», le dice) o cuando le solicitó un prólogo para su libro Lawrence de Arabia y otros ensayos, pu- blicado en 1951 por Aguilar en Madrid. Pero volvamos a la gestación de la revista y retrocedamos medio año antes de su nacimiento. El 20 de julio de 1930 Norah Borges y Guillermo de Torre acudieron con Pedro Henríquez Urena (y quizá otros) a casa de Victoria Ocampo, donde ésta requirió a Torre su parecer sobre las características de una revista que entonces iba a llamarse Nuestra América, como un famoso ensayo de José Martí (en octubre el título provi- sional mudó a América y Cía). Al día siguiente Torre le escribe por extenso una car- ta de cinco folios para «ingresar en ese “coro” de opiniones —entre las leales, desin- teresadas— que rodean la gestión de su revista». En ella desgrana una serie de consejos y avisos que Ocampo va a aplicar casi en su totalidad. El primero es que prescinda de Samuel Glusberg, el amigo de Waldo Frank que había organizado el ciclo de conferencias, porque es hombre resentido y cuyos gustos y tendencias no guardan la menor afinidad con los de ella (lo ejemplifica con el regateo de méritos a Ricardo Güiraldes). Dedica Torre dos páginas a argumentar lo que resume así: «In- sisto. Creo que puede Vd. sola hacer muy bien la revista. Ayudándose quizá de una persona para la cosa puramente técnica o burocrática de correspondencia, correc- ción de pruebas. Y asesorándose, de vez en cuando, con las personas de su intimi- dad que le merezcan más confianza». Le desaconseja que constituya un «consejo di- rectivo» nominal e inoperante (como sucede con el de la revista Síntesis, le dice) y, en cambio, sí puede ser oportuno incluir «una nómina de “consejeros extranjeros”»
  • 32. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXV DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXV] no para lucirlos sino para comprometerlos a prestar su colaboración. «Si no es un disparate esta sugestión, piénsela y tal vez le parezca utilizable». A la vista del primer número, resulta obvio que Victoria Ocampo siguió ambos consejos. Pero también otro muy insistente, el de que «todo debe recaer exclusivamente sobre Vd. Piense Vd., Victoria, que está en condiciones excepcionales para ello». Y no sólo por mo- tivos económicos —la escritora poseía una considerable fortuna— sino por sus do- tes intelectuales y su independencia («está Vd. desvinculada de gentes, equidistante de todos, exenta de compromisos»). Por último, le sugiere un cambio en el diseño, que Ocampo había pensado con la disposición de Commerce, los cuadernos trimes- trales auspiciados por Paul Valéry, Léon-Paul Fargue y Valery Larbaud en 1924 (se- guirían apareciendo hasta 1932) que sólo publicaban colaboraciones extensas, sin sección de notas de actualidad ni reseñas de novedades. A Torre le parece que la fór- mula carece de movilidad y es como una comida de platos fuertes sin entremeses ni postre. Su propuesta es que se incluyan «al final una serie de glosas, de asteriscos, de moralidades con aire polémico», unas «glosas de actualidad» o «notas sobre libros», así como, por qué no, las cartas de la propia directora. También en este punto si- guió Victoria Ocampo el consejo de Torre y en enero de 1931 veía la luz el primer número con una variada sección de Notas en la que ella escribía sobre «La aventu- ra del mueble», Torre sobre los «Nuevos pintores argentinos», Borges sobre «Séneca en las orillas» y, entre otros, Francisco Romero sobre el «alacraneo», esto es, en lun- fardo, el chismorreo. Y a pesar de todo, Guillermo de Torre estaba deseando regresar a España. El 29 de abril de 1931 escribe a su admirado Alfonso Reyes reclamándole colaboración pa- ra Sur («Victoria y Mallea también se extrañan de que usted no haya mandado na- da para este número 2») y compartiendo con él, en posdata, su júbilo por la pro- clamación de la República: «¡Viva la República! Sospecho que usted —por su porción madrileña— se asociará al viva ritual que doy estos días en todas las cartas a los amigos de España». Su regocijo fue transformándose en necesidad de regresar en los meses siguientes, de modo que en septiembre vuelve a confesar a Reyes, tras despachar el asunto de sus honorarios como colaborador de Sur, estar «pensando ca- da día con más ahínco en volverme a España». Lo hará por fin el 25 de febrero de
  • 33. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXVI [XXXVI] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA 1932. La víspera, el Centro Republicano Español de Buenos Aires, que publicaba España Republicana, le dedica un banquete de despedida que el escritor agradece con un parlamento en el que expresa su esperanza: «Quisiera que esa profunda sa- tisfacción que indefectiblemente experimentará quien salió de nuestra patria en días opresivos y regrese ahora cuando un viento de justicia y de renovación social está aireando y purificando todas las cámaras del viejo organismo ibérico no sufra nin- guna mengua y cristalice en nuevas ilusiones fecundas». Años republicanos (1932-1937) No hubo merma y sí ilusiones fecundas durante algunos años. En Madrid se in- corpora a la vida intelectual. Entra a colaborar en el diario El Sol, donde, desde fe- brero hasta octubre de 1932, dedica una serie de artículos a la Argentina y Sudamé- rica. En abril de 1933 pasa a colaborar con el rotativo Luz, donde permanece como crítico literario hasta agosto de 1934, porque en septiembre se suma a la aventura periodística del Diario de Madrid. Dirigido por Fernando Vela, ese nuevo medio era presentado como «un periódico nacional, republicano e independiente» donde se congregaban las firmas de Corpus Barga, José Bergamín, Manuel García Morente, Benjamín Jarnés, Gonzalo Lafora, Gregorio Marañón, Antonio Machado, Antonio Marichalar, Eduardo de Ontañón o Félix Ros. Mantuvo sus artículos en Diario de Madrid hasta la guerra, aunque en 1936 regresó a El Sol, donde, por cierto, se es- tampó su último artículo de esta etapa, «Entre el film y el libro», un día después de la sublevación militar, el 19 de julio de 1936. Pero su regreso a su querida ciudad na- tal en una España recorrida por aires de libertad le proporcionó bastante más que la frecuentación de los periódicos. Mantuvo su vínculo con Sur, que en 1933 inició sus ediciones, no menos fun- damentales que la revista, con el Romancero gitano de Lorca. Los dos títulos si- guientes fueron sendas obras maestras del modernismo inglés, Canguro de D. H. Lawrence y Contrapunto de Aldous Huxley, y se imprimieron en Madrid, al cuida- do de Guillermo de Torre, conforme a la información que proporciona a Alfonso
  • 34. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXVII DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXVII] Reyes el 28 de mayo de 1933: «Habrá visto usted cuán lastimosa es la paralización de Sur, después de mi ausencia de Buenos Aires. No me jacto de nada pero sí hago notar que mientras yo estuve allí aparecieron los cuatro números primeros dentro del primer año. Y ahora saldrán aquí, en Madrid, los dos primeros libros de la edi- torial». En su respuesta, el mexicano da por supuesto que «la editorial está en ma- nos de usted», pero eso no era así y los siguientes volúmenes dejaron de ser incum- bencia de Torre, si bien, cuando rehiciera su viaje a la Argentina en 1937 volvería a asumir tareas de gestión en Sur. Su activismo irreprimible lo condujo a multiplicarse en varias empresas cultura- les y colaboraciones muy diversas, una de las cuales iba a llevarlo al Centro de Es- tudios Históricos. Bajo la presidencia de Ramón Menéndez Pidal, en el Centro se había creado en marzo de 1932 la sección Archivos de Literatura Española Con- temporánea, cuya dirección se encomendó a Pedro Salinas. El poeta puso en mar- cha de inmediato un boletín bibliográfico asociado a esa sección: Índice Literario, que se publicaría hasta 1936 y en el que contó con la ayuda de Guillermo de Torre, José María Quiroga Pla y Vicente Lloréns. Torre, como Salinas, escribió en Índice reseñas y notas anónimas a lo largo de varios años, aunque, a diferencia del segun- do, que reunió una parte de sus escritos en el volumen Literatura española. Siglo XX (1940), los de Torre no se recogieron posteriormente. Una misión semejante tuvo Torre en la corta vida de la revista republicana Dia- blo mundo, que salió entre abril y junio de 1934 dirigida por Corpus Barga. Tam- bién allí se encargó de la sección bibliográfica y, además, pudo escribir sobre arte en varias ocasiones. No faltó tampoco la contribución plástica de su esposa Norah Bor- ges, que participó ampliamente en las diversas empresas culturales de la República. Así, se encargó en 1935 de los figurines para un montaje del grupo teatral La Ba- rraca de Lorca, la Égloga de Plácida y Victoriano, de Juan del Encina, en la Univer- sidad de Verano de Santander. Y también ilustró, con Ángel Ferrant, Maruja Mallo o Vázquez Díaz el magnífico Almanaque literario 1935 que editaron ese año Gui- llermo de Torre, Miguel Pérez Ferrero y Esteban Salazar Chapela, un volumen que congregó a la plana mayor de las letras españolas en «un acto de afirmación li- teraria» —como declaraban los coordinadores en mayúsculas—, movidos por el
  • 35. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXVIII [XXXVIII] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA deseo de «restaurar la primacía de las inquietudes intelectuales» frente a «los derro- tistas literarios, los confusionistas politiqueros de siempre». El interés por las mutaciones del arte moderno estuvo muy vivo en los años re- publicanos, como antes he recordado a propósito de los manifiestos de la Sociedad de Artistas Ibéricos o la monografía sobre Torres García. Salta a la vista ese interés en los trabajos de Torre diseminados por revistas y periódicos y en su participación en iniciativas como la que tienen, en 1935, él mismo y su amigo el escultor Ángel Ferrant de crear en Madrid la asociación ADLAN (Amigos del Arte Nuevo), a se- mejanza de la sociedad homónima barcelonesa, que venía funcionando desde 1932 y a la que pertenecía Ferrant. El ejemplo de esa sucursal madrileña estimuló la crea- ción en 1936, en Tenerife, de otra agrupación ADLAN, impulsada por Eduardo Westerdhal y vinculada a la espléndida revista Gaceta de Arte, en la que colaboró To- rre de manera asidua. La sección madrileña de ADLAN tenía su sede en el Centro de Exposición e In- formación Permanente de la Construcción, donde organizó varias exposiciones in- dividuales de, entre otros, Picasso, Moreno Villa, Alberto o Maruja Mallo. La gue- rra truncó un programa espléndido que debía proseguir con artistas como Norah Borges, Dalí, Kandinsky, Fernand Léger y Miró. Con motivo de la resonante mues- tra de Picasso en 1936, la primera en la capital, publicó, con el sello de ADLAN, Pi- casso: noticias sobre su vida y su arte, con una bibliografía, que constituyó entonces la más fiable introducción al mundo del pintor malagueño. No dejaría de prestar aten- ción en el futuro a la obra picassiana y sus continuas metamorfosis y oscilaciones, en las que reconocía Torre una repugnancia al adocenamiento y el sedentarismo es- téticos pareja a la suya. Pero otro motivo de rechazo se había propagado por la sociedad española de en- tonces, y no era otro que la acelerada coloración política de la actividad cultural. Di- vidido el espectro ideológico en derechas e izquierdas, en falangistas y marxistas, lo político invadió el territorio de la creación literaria. La fricción o conjugación de lu- cha política y ejercicio literario fue piedra de toque y ocasión de interminables po- lémicas. Los escritores de estirpe liberal progresista, identificados con la empresa modernizadora de la República y convencidos de que el arte implica sus propios
  • 36. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XXXIX DIONISIO RÓDENAS DE MOYA [XXXIX] compromisos que no deben confundirse con los de la ética del ciudadano, se en- contraron en una coyuntura difícil. Considerados desde la derecha como izquier- distas y denostados desde la izquierda como burgueses decadentes aferrados al ído- lo del arte por el arte, se vieron entre dos fuegos cruzados. Torre pertenecía a ese grupo de intelectuales que observaba con recelo la intoxicación política de la litera- tura, cuyo resultado solía ser una política ineficaz y una mala literatura. Con el estallido de la guerra pronto tuvo pruebas del peligro real que represen- taba esa toxicidad. Como les sucedió a otros intelectuales liberales (Juan Ramón Ji- ménez o Benjamín Jarnés), su integridad física la puso en riesgo una denuncia lan- zada desde un periódico, la de que asistía a los tés organizados en la embajada italiana. Torre había acudido a la embajada de Italia, en efecto, acompañado de otros amigos, pero para visitar a la viuda del ensayista Ángel Sánchez Rivero, Ánge- la Mariutti, que trabaja en la legación. El episodio disuadió a Torre de permanecer en España y el matrimonio se trasladó a París. Desde allí envió un artículo a Sur, «Literatura individual frente a literatura dirigida» (núm. 30, marzo 1937), en el que equiparaba la supeditación de la literatura a la utilidad política propugnada por el marxismo con la del fascismo, pues en ambas ideologías totalitarias la expresión in- dividual quedaba anulada dentro de un mensaje predeterminado. Aquel artículo lo contestaría Antonio Sánchez Barbudo desde Hora de España; Torre contrarreplicó desde Sur («Por un arte integral») pero también le escribió a Sánchez Barbudo una carta aclarando su inquebrantable lealtad republicana. Este, el 8 de septiembre, se la agradece: «En cuanto a mis aparentes reservas sobre su lealtad a nuestra causa, me satisface mucho poder, con las afirmaciones que Vd. hace, desvanecer toda duda, si pudiera haberla». Esa carta le llegó ya en Buenos Aires, adonde había regresado To- rre antes del verano con su familia, ahora aumentada con el pequeño Luis, que ha- bía nacido durante los meses de estancia en París. Su preocupación por la fractura de España cobró forma pública muy pronto, pe- ro también quedó registrada en algunas notas sueltas al parecer destinadas a un tra- bajo sobre «la generación sacrificada», que es el nombre que estampa en la cuartillas inéditas que las contienen. Su primer apunte revela que tiene intención de escribir por extenso sobre el tema: «Explicar: no soy un político, no soy un ideólogo social,
  • 37. PRINCIPIOS GUILLERMO DE TORRE_PRINCIPIOS 04/02/13 19:43 Página XL [XL] GUILLERMO DE TORRE O LA ÉTICA DE LA CRÍTICA LITERARIA ni nada parecido. Mi arte de asociaciones mentales, mis lecturas, mi práctica de es- cribir se ha ejercido en territorios rigurosamente distintos. Voluntariamente me ha- bía siempre vedado estos temas». Añade que odia el intrusismo, si bien lo que pre- tende hacer no es suplantar al analista político o al sociólogo, sino examinar desde un «enfoque [que] no es político. Es humano. Atiende a lo espiritual». Esos apuntes habían sido espoleados por la lectura de un libro profético del historiador y crítico literario portugués Fidelino de Souza Figueiredo, As duas Espanhas (1931), en el que señalaba que existía un principio de lucha en la esencia de la civilización hispánica entre dos Españas, la felipista y la heterodoxa o desfelipizadora, ambas inconcilia- bles e indispensables entre sí, como «as duas metades duma concha bivalve», según la gráfica imagen del portugués. Esas notas quedaron olvidadas, pero no la profun- da inquietud por la división del país y la ruptura de la comunicación entre los es- pañoles del interior y los emigrados forzosos. Al trauma del exilio dedicará el ensayo «La emigración intelectual, drama con- temporáneo», aunque sus opiniones se extienden a otros trabajos, como el prólogo a las Obras completas de Lorca o el Tríptico del sacrificio, en especial «Responsabili- dad y resistencia», donde afirma que la guerra ha permitido «diferenciar y situar los límites de la inteligentzia», cuyos contornos son tan borrosos que sólo el trazo más grueso de la «línea moral puede definirla y darle relieve. Fuera de tal línea han que- dado absolutamente quienes se traicionaron a sí mismos, antes que a ninguna otra cosa, al solidarizarse activa o pasivamente con las fuerzas regresivas. Dentro, quie- nes siendo fieles a sí mismos, a sus orígenes, a su esencia, demostraron que sin el es- crúpulo ético no hay clase ni creación intelectual digna de tal nombre». Un dentro y fuera que expulsa a intelectuales como José Ortega y Gasset, cuya defección de- plora y denuncia Torre en una «Carta a Alfonso Reyes sobre una deserción», publi- cada en España Republicana el 13 de septiembre de 1941: «Mientras tantos escrito- res españoles —se dirá en el futuro, inapelablemente— huyeron de sus patrias cerradas y se sumaron con sus esfuerzos a las abiertas patrias de América, hubo una excepción dolorosa, un hombre que desertó: D. José Ortega y Gasset». Y, con él, a Pérez de Ayala, Eugenio d’Ors, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna más adelante y tantos otros.