Este documento narra la historia de Rudecindo, un grano de trigo de alto rendimiento desarrollado en Francia y cultivado en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Describe las múltiples etapas de su cultivo, que involucraron investigación científica, maquinaria avanzada, análisis de suelo, aplicación de fertilizantes y fungicidas, para lograr una cosecha exitosa. Rudecindo espera ahora ser transformado en harina y pastas para su exportación, agregando valor a la producción primaria y gener
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Guillermo Hunt: El viaje de rudecindo
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Soy Rudecindo. Un grano de trigo. No cualquiera, claro está. Tengo un linaje
especial. Los ingenieros me explican que provengo de un “germoplasma” francés
de la mejor calidad. Demoraron siete años de inversión y desarrollo hasta lograr
una semilla de tanto potencial. Parece que nuestro rinde por hectárea es muy alto
y de buena calidad. Al menos los franceses logran un pan excelente con miles de
colegas míos similares y también pastas de primera.
Pero a mí me desarrollaron y aclimataron en el sudeste de la provincia de Buenos
Aires donde el peligro es el frío. Heladas tardías que pueden llegar en noviembre
cuando nuestra planta está en flor y la mata. Pero los ingenieros se tienen
confianza. Dicen que hubo mucha inversión de tiempo y conocimientos científicos
hasta que lograron “producirme”.
Mis colegas están muy esperanzados. Dicen que esta vez nuestro viaje será
diferente. Que todos en Argentina están de acuerdo. Que hay que incorporar
“valor agregado a la producción primaria.” Parece que dirigentes de todos los
colores políticos repiten lo mismo. Que tenemos que ser el “supermercado del
mundo”. Parece que sería una de las primeras “políticas de estado” que se
acordarían entre las principales fuerzas políticas. Trabajar para transformarnos en
supermercado del mundo. ¡Lo repito porque casi no lo puedo creer!
No sólo nos van a exportar así, simplemente como soy: grano de trigo. No, no,
basta. Vamos a ser harina y después pastas. Vamos a viajar en barco pero no
amontonados en inmensos navíos graneleros con millones de colegas, granos de
trigo. Vamos a ir ya transformados. En sobres de un papel especial, en cajas de
colores relucientes y descripciones detalladas con las características de las pastas
a las que daremos vida.
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Estamos todos muy nerviosos en el semillero, porque después de tantos años de
esfuerzo, ahora nos vienen a buscar y nos llevarán en camión para sembrarnos en
los campos del sudeste de la provincia de Buenos Aires y comenzaremos así este
viaje diferente. Estamos en silos pequeños. Todos clasificados; tenemos
nombres diferentes según nuestros ciclos productivos, fechas de siembra y
aptitudes de calidad.
Antes de salir del semillero nos han sometido a múltiples “vacunas” y remedios
para evitar enfermedades. Parece que es muy importante este tratamiento
preventivo y no es barato. Me impresiona. Nos tratan como a seres vivos. ¿Qué
estoy diciendo? Somos seres vivos. Que vamos a producir más vida. Es un gran
día.
Finalmente escuchamos ruidos de camiones. Mi silo parece moverse. En realidad
son mis colegas, miles de ellos que están saliendo y allí voy yo también a un
camión tolva, moderno.
Estoy entusiasmado, pero también un poco triste. Tantos años de investigación
científica, tantos ensayos, tanta tecnología y conocimientos aplicados en nosotros.
Tantos ingenieros, biólogos, laboratoristas, ayudantes. Tanta materia gris
acumulada. Muchas inversiones. Tantos colegas que no llegaron a nada, ensayos
fallidos que demoraron años. Y ahora todas las esperanzas están puestas en
nosotros. Estoy saliendo del silo. Veo un destello de sol y caigo dentro del camión
con miles de colegas. Me impresiona; hay muchos camiones y todos son pesados
en básculas precisas. “Fierros”, tecnología de precisión y documentación. Las
llamadas “cartas de porte”. Alguno de mis colegas me explica que es para que la
Afip pueda cobrar los impuestos. Interesante.
El camión se pone en movimiento. Subimos al camino, a veces hay golpes. Otros
comentan que hay demasiados pozos. Hay que manejar con cuidado, pero la ruta
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asfaltada está mejor. Pocos pozos. El hombre que dirige es un camionero que
parece experimentado. Responsable.
Estoy emocionado. Tanta gente involucrada en nuestra vida, tanta tecnología,
tantas inversiones, tantos trabajadores, la mayoría de ellos muy calificados,
especialmente en los laboratorios y en los lotes de prueba y nosotros aún no
hicimos nada.
Pero ahora sí. Hace frío. Es invierno. Vamos a un campo. Nos van a sembrar.
Luego de una hora de viaje el camión llega a destino. La última parte del viaje,
algún colega habló de ripio, fue “movido”. Del camión pasamos a un silo de chapa
pequeño. Más acogedor. Pero no nos dan descanso. Inmediatamente nos colocan
en un carro granelero, con balanza de precisión, ¡qué tal! Apareció entonces un
tractor, enganchó el carro y de ahí directo a una sembradora “made in Santa Fe”.
Le llaman de “siembra directa”. Dicen que es el sistema más conservacionista del
suelo. Sólo les puedo contar que es un “fierrerío” impresionante. Antes habían
estado los fumigadores; unos aparatos con “alas” muy anchas para matar las
malezas, también fabricados en Argentina con una computadora de precisión para
que las dosis de herbicida sean perfectas. Dicen que hay una empresa que los
exporta a Brasil favorecida por el Mercosur. Herbicidas, industria química.
En ese momento llegó el ingeniero con los análisis de suelo, para saber
exactamente cuánto y cuáles fertilizantes hay que adicionar al suelo, fósforo,
azufre, etc. El fósforo es todo importado porque no hay en Argentina. Otro colega
que sabe economía me dijo que no entendía por qué pagaba impuesto de
importación si en Argentina no había. Sólo servía para encarecer la producción.
Fiscalismo anti-productivo, dijo otro colega. También los análisis de las semillas
(nosotros), para saber nuestro peso, poder germinativo, de manera de aplicar la
cantidad de nosotros correcta. Inmediatamente después arribó el dueño del campo
nervioso, habló con el ingeniero. Alcancé a escuchar que no había que perder
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tiempo para sembrar porque estamos en año “Niño” y la humedad del suelo era
casi excesiva. Si llueve en los próximos días, corremos riesgo de ahogarnos.
El ingeniero llamó al contador para que le explicara por qué cuándo nos vendían a
los productores ellos pagaban 21% de IVA, pero cuando ellos nos vendían
después de la cosecha sólo recibían 10,5% de IVA. ¿No es que el IVA se inventó
para que como su nombre lo indica se grave el valor agregado? Pero las tasas
deberían ser iguales, como en el resto de las actividades. Están discriminando
contra la producción, dijo el ingeniero. El contador dio una explicación, pero la
verdad no se la entendí. ¿Será que soy un poco “burro”? ¿O será que la
explicación era difícil de explicar?
De pronto, yo Rudecindo y todos mis colegas granos de trigo nos llenamos de
emoción y temor. Llegó uno de los momentos claves de nuestra vida. Nos están
por sembrar. Mi corazón se aceleró. Ojalá que caiga bien en el surco, que quede
tapado por la tierra húmeda con los granos de fertilizante cerca, Y que no se tape
ningún caño de la sembradora. Rudecindo, no seas atrasado, me dijo otro
colega. ¿No sabes que la sembradora tiene sensores electrónicos que detectan si
se tapa algún caño, avisan al panel de control y el tractorista se detiene y limpia,
soluciona el problema para asegurar que la siembra sea perfecta?
Enseguida apareció otro colega protestando porque según él esta sembradora no
tenía la última tecnología de mapeo del lote a sembrar para aplicar en cada rincón
no más ni menos que el fertilizante necesario. No le hice mucho caso, Es una
mejora, un adelanto, pero nuestra sembradora es suficientemente buena. ¿Qué
pretende? Son muy caras las sembradoras; hay que amortizarlas; no se puede
cambiar cada vez que aparece un avance técnico. Punto.
Finalmente la oscuridad, la humedad, el contacto con la madre tierra… ¡Estoy
sembrado! En no muchos días estaré germinando y saliendo a ver el sol, la luz, la
vida… ¡Por favor que no llueva mucho!!!
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Días lindos, nacimiento rápido a pesar del frío invernal. Tengo apenas tres o
cuatro hojitas, pocos centímetros. Pero ya soy planta. Aparecen tractor y
fertilizadora. Es la hora del nitrógeno. Que viene del gas. También hubo análisis
de suelo. Dicen que lo van a aplicar en tres etapas para aprovecharlo mejor y que
seamos más granos a la hora de la cosecha, más rinde por hectárea y mayor
calidad incorporada en nosotros. Para que la industria nos aproveche mejor.
Antes de caer en el surco escuché una discusión fuerte del productor (no sé si era
dueño del campo o lo arrendaba) con el contador. No sé para qué sembrás trigo
decía éste; no tiene rentabilidad. ¿No sabes que va a ser la menor superficie
sembrada de los últimos 100 años? Con tipo de cambio atrasado y retenciones
(en la Argentina se llama así a los impuestos a las exportaciones), necesitas una
cosecha muy buena para ganar casi nada. El productor reaccionó casi airado.
¿Pero no sabes que todos los candidatos dijeron que sacarían las retenciones al
trigo? Para la época de la cosecha ya no habrá retenciones y otra será la
situación. Ustedes los contadores tienen que ver más allá de los números de hoy.
¡Apostar al futuro! Por otra parte, si no siembro, ¿Con qué pago el impuesto
inmobiliario y la tasa a la hectárea? Con o sin cosecha, con o sin rentabilidad, hay
que pagarlos igual. ¿Y los gastos fijos, salarios, etc.?
En fin, no sé cómo siguió la discusión, pero me sumergí en el surco con el corazón
apretado. ¿Será que estamos haciendo todo este esfuerzo para no tener
ganancias?
A los pocos días aparece otro tractor con otro aparato con alas para aplicar
nitrógeno. Sigo impresionado por tanta tecnología, tanta inversión.
Otro colega que nació al lado mío me comentó que está impactado porque los
trabajadores, tractoristas, sembradores, aplicadores de herbicidas y fertilizantes
eran todos personal calificado. Obvio, le dije, manejan máquinas complejas, tienen
que estar capacitados.
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Tiempo después vino una segunda aplicación de nitrógeno; y luego fungicida, para
evitar que la humedad excesiva nos produzca hongos, y dice el aplicador que tal
vez nos tengan que hacer una segunda dosis más adelante para asegurarse. Y
luego llegó también la tercera aplicación de nitrógeno; dicen que es para mejorar
nuestra calidad industrial. Esto fue motivo de alborozo. Se confirmaban los
comentarios que íbamos a ser exportados transformados en pastas,
manufacturas de origen agropecuario. Supermercado del mundo. Valor agregado.
Más empleo, mucha maquinaria involucrada, más generación de riqueza. Vamos
todavía. Todas las plantas reían; se dejaban acariciar por el sol y la brisa y
comentaban sobre la extraordinaria transformación que aún nos esperaba.
El ingeniero agrónomo era ya nuestro amigo. Nos había visitado una vez por
semana. A veces lo acompañaba el dueño. En esas oportunidades estaba más
tenso. Él también tenía que mostrar y conseguir la aprobación de su trabajo. Nos
revisaba. Nos hablaba del peligro de los hongos, de la roya ésta o aquella. Las
plantas hipocondríacas sufrían de antemano. Pero tanta tecnología aplicada al
cuidado de estas plantas de trigo, dio resultado. Faltaban pocos días para el final
del ciclo y estábamos sanas y fuertes.
Las lluvias claves en época de floración habían llegado en tiempo y forma. El
ingeniero estaba entusiasmado y nos comentaba todos estos detalles de nuestra
evolución.
Sólo quedaban dos peligros, según comentaban el productor y el ingeniero
agrónomo. Las heladas tardías y un exceso de calor en la última etapa que podría
afectarnos bastante. Pero no, zafamos. El clima ayudó. De cada uno de nosotros
salió una espiga “cojonuda” como dicen en el campo. Con muchos granos,
muchos Rudecindos fuertes y sanos.
Llegó el día esperado. La cosecha. Aquel aparato inmenso entró en el trigal.
Moríamos de miedo. ¿Trabajaría bien? ¿Nos separaría con prolijidad de la paja?
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¿No nos lastimaría? Dicen que es industria argentina, Que no tiene la última
tecnología pero que trabaja muy bien. Y aparecen tractores tirando carros
graneleros con balanzas de precisión y de allí a los camiones que se alineaban
sobre el camino. ¡Qué actividad! Nubes de polvo, mientras se tomaban muestras
del trigo cosechado para analizar inmediatamente.
Sentí el golpe de las cuchillas; entré en el “monstruo” (la cosechadora) y caí,
limpio, en la tolva granelera de la cosechadora. Pocos minutos después era
descargado en el carro, tomado el peso junto con todos los colegas que estaban
allí conmigo y directo a un camión.
De nuevo vivíamos un momento emocionante. La cosecha había sido exitosa.
Habían pasado cinco meses desde la siembra. Yo estaba feliz.
La etapa industrial comenzaba. Dejaría de ser una “commodity” que no sé bien
qué es; lo dicen como si fuera algo común, casi con desdén, algo sin mucho valor.
Cosa que no entiendo, después de este largo proceso de trabajo y confluencia de
diversas industrias para producirnos. Pero en fin, nuestra etapa de producto
primario, llegaba a su fin; íbamos a transformarnos en un producto industrial. Lo
que los técnicos llaman manufactura de origen agropecuario (MOA). Nada contra
ser apenas “commodity”, como ya manifesté más arriba, pero vamos a tener otro
“status”!
No estés tan seguro, me dijo otro colega, ambos ya cómodamente instalados en el
camión. ¿Y si nos exportan simplemente como grano, igual que nuestros
bisabuelos hace 120 años? Me enojé. ¡Me enojé mucho con él! No seas “ave de
mal agüero”. No seas derrotista.
No soy derrotista, respondió el colega. Pero no veo pre-financiación de
exportaciones para MOA disponible a costo lógico. No tenemos un Banco
Nacional de Desarrollo como Brasil, para que las fábricas puedan comprar
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máquinas de última tecnología. ¿Cómo haces para financiar la instalación de una
fábrica, sin financiación de largo plazo? Eso en un país como la Argentina sólo es
posible para las grandes empresas o las multinacionales. El resto de los
empresarios nacionales no tienen chance. ¡Nadie les financia la instalación de una
fábrica a ocho años! ¿Y cómo van a financiar las exportaciones industriales? No
tenemos Eximbank, como los americanos o japoneses o incluso los brasileños con
el citado BNDES.
Mi enojo se transformaba en ira. ¿Pero no escuchaste a todos los políticos hablar
de incorporar valor agregado y que el objetivo es ser supermercado del mundo?
¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? Y la inversión que hizo para que
tuviéramos calidad industrial y los análisis que “dieron bien”… ¡Eso no puede
quedar en la nada!!!
Pero ya hubo un Banco Nacional de Desarrollo y terminó mal. Ahora hay un BICE
que es para eso. Sí, pero es muy pequeño, dijo otro colega que se sumó a la
discusión.
Lo que pasa es que el tipo de cambio no da para exportar MOA o MOI. ¿Pero la
devaluación te parece una solución? Claro que no me parece. Lograr una
economía internacionalmente competitiva requiere de alta productividad y esta es
una cuestión sistémica, mucho más compleja, que va más allá del tipo de cambio,
donde intervienen múltiples variables que hacen al “costo argentino”.
Pero mientras se hacen las reformas estructurales, que vos tenés razón que son
imprescindibles para que Argentina logre esa competitividad sistémica, es
indispensable tener un tipo de cambio competitivo. De lo contrario, subsidiamos
las importaciones y el turismo al exterior y castigamos las exportaciones,
especialmente las manufacturas.
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Competitivo y flotante, dijo otro colega. Si no fíjense como es en Canadá. Tiene
tipo de cambio flotante y eso le permite absorber las fluctuaciones del dólar
americano y el euro, así como las diferencias de nivel de actividad con Estados
Unidos y su impacto en el comercio bilateral, mientras reacomoda su economía.
Sin recesión y sin desempleo. Y nosotros también tenemos un vecino grande…
Ellos tienen zona de libre comercio con Estados Unidos y nosotros con Brasil.
La economía abierta al mundo es el punto de llegada, dijo otro colega; cuando se
ha logrado una alta productividad que permite ser internacionalmente
competitivos. El problema está en el “mientras tanto…” Es un delicado equilibrio
entre apertura y proteccionismo inteligente, que los argentinos no lo hemos
logrado resolver hasta ahora. Hemos pasado de excesos de proteccionismo a
excesos de apertura. En ambos casos, más de una vez hemos tenido el peso
sobrevaluado.
¡Basta! Me cansé de discusiones económicas. Celebremos que estamos en el
camión camino a un molino harinero; de allí transformados en harina de no sé
cuántos ceros (de la mejor calidad) iremos a la fábrica de pastas. Allí seremos
envasados en nuestra última transformación en cajas elegantes, con envoltorios
de colores (marketing, le dicen algunos) y viajaremos en barco sí, pero en
contenedores. Nunca más aquellas bodegas inmensas, oscuras, frías, donde nos
amontonaban cuando nos exportaban como granos, (commodities) dicen los que
saben…
¿Y cuál es el problema que nos exporten sólo como granos de trigo? ¡Ninguno!
Ojalá tuviéramos cosechas de trigo cada vez más grandes, mejores rindes por
hectárea, más área sembrada para facilitar la rotación de los cultivos, más
exportaciones de trigo y ¡salir de la soja-dependencia…!
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Pero lo mejor sería que un porcentaje creciente de esas cosechas sea exportada
como harina de trigo y mucho mejor aún, como pastas. ¡Eso sí que sería agregar
valor y comenzar a transformarnos en supermercado del mundo!
El viaje en camión continuó. Algunos nos dormimos. Estábamos felices. Tranqui.
Horas después un colega nervioso, me despierta. ¿No sentís murmullo de mar?
¿Qué? ¿Estás loco?, le dije.
Intenté volver a dormirme. Pero ya no pude. Poco después el camión se detiene.
Nos damos cuenta que lo pesan y se llevan a varios colegas para muestra, para
su análisis.
De pronto nos descargan. Entramos al silo. Algo anda mal. Algo no está bien. ¡Silo
inmenso de cemento! ¡Estamos en el puerto! Casi sin descanso nos transportan a
otro silo. ¡No! ¡Horror! ¡Es la bodega de un barco!
La desesperación se apoderó de mis colegas. Gritaban, maldecían. ¡Otra vez nos
engañaron! Epítetos irreproducibles. Frustración. Impotencia ante el hecho
consumado.
Yo no atiné a nada. La tristeza me pudo. Era una tristeza que dolía. Sentía dolor
por mi destino, por mis colegas granos de trigo y por todos los argentinos.
Otra oportunidad perdida. Otra frustración.
¿Será tan difícil acordar políticas de estado en este bendito país? ¿Será tan difícil
acordar políticas de estado que permitan que nos transformemos en
supermercado del mundo?
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¿Será tan difícil acordar políticas de estado para los principales problemas que
preocupan a los argentinos?
Lo mío era mitad pregunta, mitad ruego. Y después lloré, lloré un rato.
De a poco, el recuerdo de mis ancestros, que tantas veces habían hecho este
viaje, me reanimó; no hay que aflojar. Hay que insistir.
Está por comenzar un nuevo gobierno. Ojalá nos convoquen a todos para esta
patriada. Donde todos tendremos que “aflojar” un poco de nuestro interés personal
o sectorial, pero al final, si acordamos políticas que tengan un respaldo amplio de
la población y que en consecuencia sean sustentables, todos saldremos ganando.
Yo, Rudecindo, voto por eso.
Guillermo Hunt
Embajador Argentino
guillermojhunt@gmail.com