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Fuente de poder y privilegios
La esclavitud de las mentes
Reflexiones sobre cómo el sentimiento religioso del ser humano
ha sido manipulado con fines de dominación
por la jerarquía católica
GUILLERMO MACÍAS Y DÍAZ INFANTE
Aguascalientes, Ags.,México.
Primera versión, mediados de 2003
Segunda versión, fines de 2005
La esclavitud de las mentes
Índice
2
Capítulo I.- Que trata de reflexiones introductorias
sobre la verdad y sus manipuladores - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - 3
Capítulo II.- Que trata de los dueños del poder civil
como manipuladores de la verdad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - 4
Capítulo III.- Que trata de la religión y sus ministros
como factores de dominación - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - 6
Capítulo IV.- Que trata de la Iglesia como concubina del poder civil - - - - - - - - - -
- - - -8
Capítulo V.- Que trata de la Iglesia que se autoproclama
poseedora de la verdad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - -11
3
Capítulo VI.- Que trata de la manipulación bíblica
con propósitos de dominación - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - 14
Capítulo VII.- Que trata de los grandes mitos
inventados con propósito de dominación: el pecado original,
Adán y Eva y la virginidad de María - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - 16
Capítulo VIII.- Que trata de la invención de otros
grandes mitos: la Santísima Trinidad, los sacramentos,
el chamuco y el ángel de la guarda - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - 19
Capítulo IX.- Que trata del ejercicio del poder espiritual
como acción de dominación política;
evolución del poderío de la Iglesia durante veinte siglos - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - -21
Capítulo X.- Que trata de la Iglesia como institución guerrera,
sanguinaria y conquistadora; las matanzas bíblicas
como justificación de la conquista de América - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - 30
Capítulo XI.- Que trata de la sacralización del poder - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - 34
Capítulo XII.- Que trata de la desviación de cristianismo
hacia una ideología dogmática y fanática;
la administración de la industria del perdón - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - -37
Capítulo XIII.- Que trata de la excomunión de la píldora y la venta de indulgencias
- - - 38
ANEXOS
Carta del obispo de Aguascalientes - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - 42
Carta contestación de Guillermo Macías al obispo de Aguascalientes - - - - - - - - - -
- - 43
4
Fuente de poder y privilegios
La esclavitud de las
mentes
Capítulo I
Que trata de reflexiones introductorias sobre la verdad
y sus manipuladores.
Hay quienes temen a la verdad. Los poderosos siempre le temen y los
súbditos son, en gran medida, sujetos de dominación en virtud de la
subsistencia del miedo a la verdad.
Jesucristo, el hombre de Nazareth, dijo: “... si permanecéis en mi
palabra seréis verdaderamente mis discípulos, y entonces conoceréis la
verdad. Y la verdad os hará libres...” (Evangelio de San Juan, cap. 8)
A lo largo de la historia han existido instituciones que se dicen o
actúan como administradoras de la verdad. El estado y las iglesias, las
ideologías, los reyes, los papas, las religiones y las teologías se han
autoproclamado poseedores de la verdad y sobre ella han construido su
poderío.
Sin embargo, esa verdad no ha sido tal o ha resultado una gran
mentira o un conjunto de medias verdades y medias mentiras, pero ha sido
útil a los administradores de la verdad para seguir imperando con todas las
consecuencias, beneficios, abusos y privilegios de la dominación. La
ignorancia, la falta de conocimiento de la verdad por las masas ha sido y es
en gran medida, base de sustentación de los poderosos.
5
La dominación que ejercen los detentadores del poder –civil, político,
religioso, económico- entendida esa dominación como sujeción, imposición,
control y aún explotación, se ha basado en gran medida, a lo largo de la
historia y a lo ancho del mundo, en la esclavitud de las mentes.
El miedo a la verdad en los súbditos es fuente de poder para los
dominadores.
La verdad, cuando se conoce, afecta los intereses de la dominación.
Por eso los poderosos le temen, pero sin embargo la aceptan y aún cambian
“su” verdad, cuando ello les favorece, cuando y por cuanto ese cambio les
permite seguir detentando su poderío.
La verdad ha pretendido ser administrada y ha sido manejada y
manipulada en todo momento y en todas las sociedades. La verdad se
controla a través de la enseñanza y del dominio público. La escuela, la iglesia
y el ejercicio del gobierno son instrumentos para el control de la verdad.
La historia está llena de grandes mentiras con propósitos de
dominación. Sobre mitos y dogmas, en mucho, se asienta el poder.
Trataremos en estos apuntes sobre las grandes mentiras de la
historia, sobre los enemigos y obstáculos para llegar a la verdad. Habrá
temas de escándalo. Asuntos políticos y temas religiosos. Comentaremos un
poco de todo ello.
Hablaremos sobre la mentira del pecado original –esa gran injusticia
que nos cuelgan al nacer-. Comentaremos sobre algunas grandes
contradicciones de los Papas y sobre algunos planteamientos –hoy
superados- pero que han sido en su momento factor de imposición y de
castigo ante su desacato. Hablaremos de las grandes mentiras y dogmas de
las religiones y de cómo la Iglesia Católica –mejor dicho su jerarquía- ha
estado siempre convenencieramente del lado de los poderosos y de cómo ha
construido su poderío en mucho sobre mentiras y errores; al vulgo lo
encantan con cuentos y mientras más inverosímiles, mejor.
Quiero manifestar, para ubicar la posición de este autor, que soy
creyente. Creo en Dios. Veo las maravillas de la naturaleza y del Universo
como su creación y como manifestación de su existencia. Estoy bautizado
bajo el rito de la Iglesia Católica y estoy convencido de la bondad de la
6
doctrina predicada por Cristo. No obstante ello, para muchos en mis
planteamientos pareceré la oveja descarriada. No importa. Las formas no
me han preocupado mucho. Casi siempre me revelo contra ellas, aun cuando
no dejo de reconocer la validez y aún necesidad de las formalidades. La
esencia es lo que más me importa.
Estos apuntes se han escrito y se publican con el propósito de mover
a reflexión sobre los temas que trataremos. De abrir la mente a la verdad,
como actitud permanente ante el error y la mentira. No somos irreverentes
ni herejes, aunque de ello se nos acusara. Por nuestra parte tratamos de
descubrir la verdad y por ello no podemos aceptar la negación de la
aplicación de la inteligencia ni aún en los temas que atañen a Dios.
Capítulo II
Que trata de los dueños del poder civil
como manipuladores de la verdad
Estando anunciados como parte de estos apuntes, temas sobre el
poderío de la religión y la dominación de las iglesias, una muy estimada amiga
mía, integrante de los círculos del poder local me sugirió antenoche variar la
línea, diciéndome: “no escribas contra los padrecitos” y para ello me dio una
razón: “eso es impopular”. El consejo era apropiado para un político en
campaña y no sé por qué me lo dio a mí, pues no soy político ni estoy en
campaña, pero bueno, por lo casual y rápido del encuentro, no tuve
oportunidad de responderle a mi amiga, que prefiero la impopularidad, a
callar mi opinión sobre asuntos polémicos. Si estos apuntes imponen como
cuota el precio de la impopularidad, ello sería una prueba más de la
esclavitud de las mentes. Antes de entrar en tales temas, hablaremos sobre
el gobierno terrenal y sobre otras manifestaciones del poderío político,
económico y el de las ideologías.
Entrando en materia, diremos que quienes son dueños del poder, se
sienten dueños de la verdad. Una manifestación expresa de ello fue, en
México, la declaración de Alfonso Martínez Domínguez en 1969 –Presidente
del PRI, el partido que gobernó a este país por más de 70 años- quien dijo
“El PRI no habla ni puede hablar otro lenguaje que no sea el de la verdad”.
Esta pretensión tiene un antecedente en los antiguos mitos para la
7
detentación, justificación y preservación del poder, mitos entre los que
sobresale el del origen divino de los reyes o al menos de su autoridad.
La gran mentira del origen o de la autoridad divinos a favor de los
gobernantes terrenales ha permitido la dominación y explotación de los
súbditos. Los reyes estaban en contubernio con los teólogos que, dóciles e
interesados, sostenían tal origen de la autoridad, lo cual, agravado con la
ignorancia popular, que propicia la esclavitud de las mentes, han juntamente
propiciado la detentación del poder y los privilegios.
En la antigüedad, en Egipto los faraones, en Persia y Mesopotamia los
reyes, en el mundo islámico los sultanes, en la Roma imperial los
emperadores, en México los reyes aztecas y los reyes de la Europa
milenaria, construyeron su poder bajo argumentos de autoridad divina, de
ser los elegidos de Dios. Aún en la moderna península ibérica, el dictador se
proclamaba: “Francisco Franco, caudillo de España, por la gracia de Dios”. En
el México de hoy –hoy, hoy, hoy- tenemos los casos de gobernantes que
expresan su convencimiento de que “Dios los puso aquí” para salvar al país,
sintiéndose auténticos mesías. Otros ejemplos en el mundo actual son los
ayatolas de Irán, los talibanes de Afganistán y Sadam Hussein recién
depuesto en Irak. La mentira, para esclavizar a las mentes.
En el mundo, el gobierno se ejerce en mucho sobre la falta de verdad
y en mucho sobre la mentira. John F. Kennedy expresó un día: “tuve una
horrible pesadilla… soñé que se sabían todas las verdades”. En nuestro país
sucede igual. Cabe recordar el slogan de campaña del PAN en 1997: “Por un
México sin mentiras”.
El poder también se sustenta en las armas; no hay gobierno
respetable sin ejército. Suiza y Japón son las excepciones. Las armas se
asocian a la política, porque la política no tiene mucho que ver con la verdad.
Todo parece indicar que las armas químicas con que Irak amenazaba al
mundo, fueron la gran mentira para justificar la invasión, con fines de
dominación y explotación y de expansión del imperio americano.
En el caso de México, como decía Octavio Paz, el país “ha sido
siempre el proyecto de una minoría”. Esto se confirma con los 300 años de
coloniaje, en que fue gobernado por élites y en el hecho mismo de la
consumación de la independencia, producto del cambio radical de posición de
los antiguos enemigos de la emancipación: la aristocracia, el clero y el
ejército, quienes a fin de cuentas la promovieron para conservar sus
8
privilegios ante la amenaza de aplicación de la Constitución liberal
promulgada en España de manera obligada por el rey Fernando VII.
Los gobernantes civiles del México de la Revolución –los de la segunda
mitad del siglo XX- paradójicamente fueron de corte conservador; su
discurso revolucionario era sólo para impresionar a las masas y proteger los
intereses de la clase gobernante, incluyendo en ésta, al clero. El PRI, como
partido revolucionario, nunca ha revolucionado nada.
Hablamos arriba de la ilusión mesiánica que invade a nuestros
gobernantes. El tercer presidente de México, Bustamante, proclamaba en
1831 que el pueblo mexicano “sería en breve, el más feliz del universo”. Esa
brevedad aún no termina. El lenguaje ilusorio tiende y sirve para controlar,
someter y dominar a las masas. Fox acaba de pronosticar que la economía
mexicana será en diez años como la de Japón y en diez y ocho como la de
Estados Unidos. Los mensajes de los presidentes siempre han sido en el
sentido de que todo está bien y si no, que estamos a un paso de ello. Las
instituciones del “tapado” y del “acarreo” son muestras de las grandes
mentiras de nuestra democracia. Las campañas, con esas instituciones, eran
una burla y una mentira. La vía electoral, por ser mentira, era en México la
única vía para no llegar al poder. Hoy, esta vía, sigue estando plagada de
mentiras.
La corrupción, como parte del sistema político mexicano, hace que lo
que no es, sea y lo que es, no sea, conllevando su falta de verdad y la
mentira. Pero ha servido para el mantenimiento y subsistencia de los
gobernantes. Reyes Heroles declaró en 1983 que la corrupción en México
“llegó a niveles inconcebibles” y que “tendía a convertirse en regla”; esto lo
confirma el slogan y objetivo del gobierno priísta de De la Madrid, que
proponía “la renovación moral de la sociedad”. La mentira como sustento del
poder –la esclavitud de las mentes- ha dominado los asesinatos políticos que
cimbraron al país al principio de los noventas: Posadas, Colosio y Ruiz
Massieu. En nuestro país, a los presidentes, gobernadores y alcaldes,
conforme avanza su respectivo período de mandato, el incienso y el
servilismo de sus subordinados les cierra el conocimiento de la realidad y los
hacen perder el piso. Prueba de ello es el “chascarrillo” político que dice que
cuando un gobernante pregunta ¿Qué horas son? La respuesta es “las que
Usted quiera, señor Gobernador”. Así ilustra la ironía a la mentira, como
sustento del poder en nuestro pais.
9
La historia antigua, la reciente y la que apenas se escribe, nos
demuestran que en México y en el mundo, el desconocimiento popular sobre
los asuntos públicos favorece la conservación oligárquica del poder y
propicia la esclavitud de las mentes, generando una situación de privilegios
para las clases gobernantes.
Capítulo III
Que trata de la religión y sus ministros
como factores de dominación
La religión ha sido siempre un factor de dominación. Todas las
religiones tienen y han tenido su dosis de pretensión de sujeción y
sometimiento en base a mitos y dogmas, a fin de propiciar el ejercicio del
poder por parte de sus administradores. La ignorancia de las masas es y ha
sido aprovechada por lo ministros de los cultos, para la consecución de sus
fines: la observancia de la religión –en cuanto ideología- y la conservación de
sus cargos –fueros, prebendas y privilegios- y la detentación del poderío que
en ello se implica.
Es grave el destino de quien atente contra los dictados de la
jerarquía. Sócrates fue sentenciado a morir bebiendo veneno, por atreverse
a sostener que los dioses griegos no tenían existencia objetiva, sino que
eran meros símbolos de las creencias. El gran sabio fue condenado, pues
esto afectaba sin duda el poder teocrático de la Grecia antigua. También el
astrónomo de Samos, Aristarco –Siglo III A.C.- fue tratado de impío y
hereje por afirmar que la tierra se mueve.
Los aztecas adoraban al sol, considerándolo como un dios. Hoy
difícilmente hay en el mundo quien considere como divinidad a la estrella de
nuestro sistema planetario. Sin embargo, esa creencia fue un factor de
poder para los jerarcas –sacerdotes y emperadores- del antiguo imperio
prehispánico en México.
En África, los sacerdotes –brujos o como se les quiera llamar-
teólogos de la religión tribal de los Urúa, asentados junto al lago Tangañica,
sostenían que ellos –los sacerdotes- eran dioses y ante el pueblo
10
justificaban su acción de beber y comer, argumentando que lo hacían no por
necesidad sino por mero gusto. Los sacerdotes entre los Incas del Perú,
enseñaban que los monarcas eran dioses y que las enfermedades que
padecían eran mensajes del dios supremo para llevarlos a reunirse con él.
Bien pudiéramos decir que esas son cosas del pasado, de la remota
antigüedad y que si pasaron, lo fue por las circunstancias de entonces. Sin
embargo, la actitud de los jerarcas ha persistido a lo largo de los siglos. Dos
mil años después de Sócrates y Aristarco, la jerarquía católica emitía
fulminantes sentencias condenatorias contra Galileo, quien, por sostener
que la tierra gira alrededor del sol y no a la inversa, fue obligado a
retractarse de su descubrimiento para salvarse de la hoguera, no así
Giordano Bruno, quien sostuvo la existencia de muchos sistemas solares,
contra la creencia de que la Tierra era el centro del Universo; este sabio, al
ser conducido a la hoguera, fue amordazado como símbolo punitivo para la
disidencia de aquellos que opinaban en contra de la jerarquía, en contra de
lo que decían los maestros de la verdad, los príncipes de la Iglesia.
Buffon, el gran naturalista, postuló tan recientemente como a
mediados del Siglo XVIII, la tesis de que el viento, el agua y otros factores
geológicos han conformado las montañas y los valles de la Tierra. Sin
embargo, los teólogos de la Sorbona de Paris condenaron su tesis bajo el
argumento –hoy irrisorio- de que la superficie de la Tierra había sido
formada tal cual por Dios, al momento mismo de la creación. Y había que
creerles, so pena de caer en las garras del Tribunal del Santo Oficio y
acabar quemado.
Las religiones han sido manipuladas por los clérigos, como
instrumentos de poder y dominación, malinterpretando, tergiversando,
retorciendo y aún modificando los textos de los libros sagrados o, en su
caso, las enseñanzas de los fundadores de ellas. En esos procesos, ha habido
una respectiva dosis de utilización y manipulación de las enseñanzas
religiosas, a fin de conquistar, preservar y usufructuar el poder.
Los escritos religiosos –a manera de libros sagrados- con
pretensiones de ser de origen y carácter divino, están presentes a lo largo
de la historia. Los hindúes con sus “Vedas”, los mayas con el “Popol Vuh” y
los musulmanes con el “Corán” –dictado por los ángeles al profeta
Mohamed-, son ejemplos de culturas que han basado su religión y su teología
en escritos sacralizados. Igual acontece con el Judaísmo –basado en los
libros del Antiguo Testamento- y con el Cristianismo –católico, protestante
11
y ortodoxo- basado en la Biblia –libros del Antiguo y del Nuevo
Testamentos-. Todos estos escritos han sido y son usados para el ejercicio
del poder –explotando o aprovechando la ignorancia de las masas- no
obstante las imprecisiones, inexactitudes y aún los crasos errores que
contienen. En efecto, los libros de origen o autoría divina –utilizados por las
religiones- resulta que no son tales, so pena de sostener que los dioses han
estado equivocados.
La Biblia de los cristianos ha sido manipulada presentándola como una
obra de inspiración integralmente divina y la creencia absoluta de que es la
palabra de Dios ha sido difundida y sostenida por la jerarquía –por error o
por engaño- pero siempre con propósitos de dominación. Inclusive los textos
bíblicos han sido sustituidos por las doctrinas de los teólogos, acomodadas
en sus conceptos, para sus fines y propósitos de dominación.
En la Biblia claramente se dice que la Tierra está inmóvil y que es el
centro del Universo. Cuando Copérnico demostró lo contrario, fue
severamente atacado por los teólogos de la época. Alegaban que el Espíritu
Santo no podía haberse equivocado. Otros errores bíblicos son el considerar
a la liebre como animal rumiante, siendo que no lo es, y que el rey Baltasar
fue hijo de Nabucadonosor, cuando entre ambos hay cuatro siglos de
distancia. Aceptar a rajatabla los textos literales de la Biblia es aceptar
que el Espíritu Santo andaba despistado cuando inspiró a sus amanuenses.
Los textos bíblicos, llenos en mucho de simbolismos de los teólogos que los
redactaron, están influidos por las circunstancias sociales, políticas,
culturales y desde luego religiosas de las épocas en que se escribieron. Sin
embargo, la jerarquía católica las ha tomado y manipulado en su favor y
beneficio. Y hay de aquél que no lo crea. Los ejemplos están a la vista.
Para mantener y mantenerse en el poder, los teólogos –de las diversas
religiones- han sostenido postulados contrarios y contradictorios; lo que
ayer enseñaron y cuya observancia o incredulidad castigaban con el infierno,
hoy lo aceptan. Lo que antes era pecado mortal, hoy no lo es. Se trata
entonces de circunstancias y actitudes acomodaticias, para perpetuar su
dominación.
Los mitos y los dogmas –partes de las creencias religiosas- han sido
en múltiples casos derrumbados por la fuerza de los hechos, pero aún así,
las religiones subsisten largas temporadas; muchas se han extinguido, pero
en otros casos los ministros de los cultos, obligados a adaptarse ante la
evidencia de la falsedad de las creencias, se ajustan a las nuevas ideas, la
12
mayoría de las veces no sin dificultad ni reticencia, y al afecto esgrimen
teorías que pretenden justificar los errores y mentiras que sostuvieron,
defendieron, pregonaron e impusieron en el pasado. Ser acomodaticios,
oportunistas, es al parecer en mucho su esencia, a fin de seguir y proseguir
usufructuando la esclavitud de las mentes.
Capítulo IV
Que trata de la Iglesia como concubina
del poder civil
La Iglesia ha estado siempre –desde Constantino, el emperador que
impuso el cristianismo como religión oficial del Imperio- entrometida en los
asuntos del estado, aunque su intervención actual la niegue la jerarquía,
como lo hizo el domingo pasado el Obispo de Aguascalientes. Últimamente la
Iglesia mexicana, para meterse en política utiliza su sacralizada palabra,
aprovechando la creencia popular de que es palabra de Dios y dándole un
carácter civil que no tiene, la disfraza como ejercicio de libertad de
expresión, a fin de “orientar” a los votantes, realizando una verdadera
actuación de adoctrinamiento con fines políticos y para servicio de sus
intereses. (Hay que recordar que hablo de Iglesia en su acepción de
“jerarquía”, es decir, de los individuos que gobiernan a la “ecclessiam suam”
o sea a los que controlan a los seguidores de la doctrina de Cristo.)
Más que entrometida, la Iglesia ha encarnado el gobierno en múltiples
épocas y lugares. Cabe recordar a los cardenales Richelieu, Mazarinos y
Cisneros, así como a todos los papas que de 1523 a 1870 fueron al mismo
tiempo reyes en Italia. El papa Adriano VI, quien fue el último papa no
italiano antes de Juan Pablo II, fue elegido Sumo Pontífice habiendo sido
maestro y amigo íntimo de Carlos V, el más poderoso emperador de la época,
hecho éste que ameritó el comentario de un historiador, quien dijo que “no
cabe duda que el Espíritu Santo sabe bien hacia dónde sopla”.
Gobierno y religión –Estado e Iglesia- han formado a lo largo de la
historia un binomio inseparable, un vínculo casi indisoluble en una relación
muchas veces truculenta y tenebrosa. La Iglesia, más que la esposa de
Cristo, ha sido la concubina del estado.
13
El sentimiento religioso del hombre y su necesidad de creencia en un
ser superior, han sido aprovechados por la jerarquía para efectos de
manipulación y con fines de control, acordes a sus intereses políticos. Esto
es innegable. La historia lo registra.
El miedo al anatema, a la excomunión, al terror a las llamas del
infierno los inculca la jerarquía, los pregona y los aprovecha para sus fines
de control. Usurpando la palabra de Dios –las masas creen que todo lo dicho
por el clero es verbo divino- utilizan su posición para conservar su poder y
privilegios y continuar con el sometimiento de los grupos sociales a la
ideología que en gran medida tergiversadamente difunden como si fuera la
misma doctrina de Cristo. El error y la mentira aparecen con harta
frecuencia, casi hasta configurar una constante en la prédica eclesiástica, y
sus efectos son –deliberada o inconscientemente- explotados o
aprovechados por la jerarquía para mantener la cohesión del cristianismo y
usufructuar la fuerza política –con los intereses, entre ellos los económicos-
que conlleva.
A los poderes civiles que se le oponen, la jerarquía responde con la
fuerza de los poderes celestiales. Inocencio III excomulgó y condenó, “en
nombre de Dios” a Markward de Anweiler, caso en el cual, con la misma
representación divina y con la autoridad de Pedro y Pablo, decretó la orden
de sufrir el mismo castigo “a quien le facilite ayuda o favor, o le suministre
a él y a sus tropas alimento, vestido, naves, armas u otra cosa cualquiera que
pueda aprovecharle”, sentencia que también alcanzaría a cualquier ministro
“que se atreva a rezar el servicio divino para él”. Hoy la jerarquía no es tan
burda, ha cambiado sus formas y sus métodos; hoy tiene maneras distintas
de moverles el tapete. Pero los fines siguen siendo los mismos.
La Iglesia ha sido copartícipe del poder terrenal y es un hecho que
manipula las creencias con fines de control político. Ahí están los obispos
mexicanos metidazos en la actual campaña política, hasta inventando
pecados mortales, como el votar por partidos que no coincidan con sus
postulados doctrinales, o como cuando la jerarquía nicaragüense manipuló
unas supuestas apariciones de la Virgen, difundiendo que la Madre de Dios
quería “la conversión” de Nicaragua, siendo que tales jerarcas eran ya para
entonces opositores al régimen sandinista. Como en el caso de Fátima, cuyas
virginales apariciones han sido severamente cuestionadas por los mismos
teólogos católicos, también se dijo que la Virgen pedía “la conversión de
Rusia”. Curiosamente, la Virgen se aparece en los dominios de los regímenes
adversos a la jerarquía, pero nunca se ha aparecido en Estados Unidos –para
14
pedir la conversión de los gringos, siendo que el país es mayoritariamente
protestante-. El Vaticano hace tiempo que anda en buenos términos con los
gobiernos estadounidenses y hasta promovió la participación de sus obispos
en temas de la política americana, al mismo tiempo que condenaba la
participación de dos sacerdotes en el gobierno de Nicaragua, amenazándolos
con excomunión.
Lo de Nicaragua es todo un caso. La Iglesia apoyaba la dictadura
somocista, pero cuando estuvo a la vista la caída del último de los “Tachos”,
un mes antes la Conferencia Episcopal justificó el “derecho a la
insurrección” y pronto se alineó con el nuevo régimen, pero al tambalearse
éste, el péndulo eclesiástico se movió, como siempre convenencieramente,
ahora hacia “los contras”, los nuevos detentadores del poder. Igual
aconteció en España cuando se veía venir la muerte de Franco; el clero se
apresuró a criticar al dictador y se identificó con las nuevas corrientes
ideológicamente contrarias al franquismo, cuando antes lo alababa
rastreramente, como en 1939 cuando Pío XII expresó su “paternal
congratulación” por “la victoria” del franquismo e impartió su bendición
apostólica sobre “la católica España, su Jefe de Estado y su ilustre
gobierno”.
La alianza eclesiástica con las dictaduras es representativa de lo
acomodaticio de los jerarcas. En Chile realizaba “tedeums” –ceremonias de
acción de gracias- por el régimen de Pinochet. Bueno, en México, hasta el
Negro Durazo –el policía de más negro historial- recibió un “reconocimiento
papal” por su labor policiaca. En plena crisis económica mexicana de
principios de los ochentas, el Obispo Auxiliar de México, Genaro Alamilla
pregonaba que “hoy más que nunca, los mexicanos tenemos que estar unidos
en torno al presidente Miguel de la Madrid Hurtado”, mientras la
Conferencia Episcopal pedía “a todos los sectores” “unirse para secundar las
iniciativas de nuestro gobierno” y el –enriquecido- abad de la Basílica de
Guadalupe, Schulemburg, pedía a los trabajadores “entender las
circunstancias” y “esperar mejores tiempos para recibir mejores salarios”.
Era un auténtico maridaje con el sistema político priísta. Pero vienen los
tiempos de cambio y tal parece que el Espíritu Santo cambia de soplo.
Cuando en 1998 era ya previsible la derrota priísta en Aguascalientes, en los
templos hidrocálidos se oía a los clérigos en las misas dominicales elevar sus
plegarias “por Felipe González” quien entonces era el candidato del PAN a
gobernador del Estado.
15
El caso mexicano es patético. Durante el virreinato, muchos virreyes
fueron los obispos o arzobispos, cuyos cargos eran vitalicios; al menos diez
virreyes fueron altos dignatarios del clero. Por ello era entendible que Pío
VII, en la encíclica “Etsi longissimo” de 1810 condenara los movimientos
insurgentes de América –utilizando el poder sacralizado de su voz y su
palabra- pidiendo a los obispos que “demostraran a sus ovejas los terribles y
gravísimos perjuicios de la rebelión”, ello a fin de lograr “tan santo objeto”
como lo es la sumisión a “nuestro rey católico” “a nuestro hijo en
Jesucristo” el rey de España. A nivel de la metrópoli –España- se mantenía
el concubinato Iglesia-Estado, con la figura de Felipe II, el rey en cuyos
dominios “nunca se ponía el sol”. Como consecuencia de los intereses
eclesiásticos, cayeron fulminantes excomuniones sobre Hidalgo y Morelos,
quienes además, por ser clérigos, fueron humillantemente degradados. Sin
embargo, triunfante la independencia, la Iglesia se llena la boca hablando
del “padre” Hidalgo y del “cura” Morelos, queriendo hacerse partícipe del
movimiento de emancipación. Sin memoria histórica, olvidando las palabras
papales de aquél documento doctrinario, la Iglesia –la jerarquía mexicana-,
en 1985 autocalificándose de “factor de paz, unidad y progreso” difundió un
mensaje en el que “se alegra” con motivo del 175º aniversario de la
independencia nacional.
Dando auténticos bandazos, la jerarquía manipula las conciencias. Hoy
se alegra de aquello que antes condenó; lo que antes era “santo objeto” hoy
ya no lo es y lo que antes vituperaba, hoy es motivo de “su alegría”. Por ello
es dable entender que hoy invente pecados mortales por motivos
electorales; después seguramente ya no lo serán. Esta es y ha sido la
actitud de la jerarquía en su actitud usurpadora de la palabra de Dios, todo
ello para seguir en usufructo de la esclavitud de las mentes.
Capítulo V
Que trata de la Iglesia que se autoproclama
poseedora de la verdad
La Iglesia Católica se ha considerado a sí misma como poseedora y
maestra de la verdad y por ende como su administradora, pero la jerarquía
no ha sido siempre atinada; es más, su desempeño está a lo largo de los
siglos, lleno de contradicciones.
16
Las encíclicas y bulas papales, los decretos de la Santa Sede,
de los sínodos y de los concilios, así como las pastorales de los obispos,
entre otros, son los documentos a partir de los cuales la Iglesia impone su
línea doctrinal y se proclama depositaria de la “Verdad” (así, con mayúscula,
para significar a la divinidad) y aún ha pretendido ser poseedora de la
verdad en diversos campos de la ciencia, pero no obstante su pretensión, ha
resultado errada en múltiples ocasiones en cuestiones de filosofía, historia,
geografía, astronomía y aún en medicina –la vacuna contra la viruela motivó
rabiosas protestas de los teólogos de la época-. También se ha equivocado
gravemente en la interpretación de la Biblia. A quienes no aceptan sus
errores, a los disidentes, la Iglesia, en nombre de Dios, los ha perseguido,
torturado o asesinado y a otros, cuando menos los ha condenado a las llamas
eternas del infierno.
La posición oficial de la Iglesia como poseedora de la verdad, se ha
manifestado expresamente a lo largo de la historia. En los albores de la
cristiandad, los apóstoles Pedro y Pablo tenían ya discrepancias
doctrinarias, entre ellas, derivada de la legislación mosaica, la relativa a la
circuncisión de los varones como requisito para la aceptación de miembros
en la comunidad cristiana. Para superar esos conflictos celebraron una
conferencia apostólica, después conocida como el Primer Concilio de la
Iglesia Cristiana o Concilio de Jerusalén, con motivo del cual se expidió el
decreto conciliar que empieza diciendo “Nos ha parecido al Espíritu Santo y
a nosotros...” y en términos de dicho documento resolvieron sus apostólicas
diferencias; la circuncisión no fue ya obligatoria y con ello se abrió la puerta
para que el cristianismo dejara de ser una secta de judíos, para empezar a
convertirse en una amplia creencia en el mundo de los gentiles y a penetrar
en las estructuras de la tolerante sociedad romana de entonces.
Otras manifestaciones de la pretensión magistral de la jerarquía son
por ejemplo el texto de San Simplicio papa, quien en el año 476 sostenía que
“a la Iglesia jamás le toca retractarse”. El quinto Concilio Ecuménico
(Constantinopla, año 533) concluyó pregonando que lo que no concordara con
sus postulados “lo condenamos y anatematizamos” (anatema, sinónimo de
maldición en nombre de Dios). El Concilio de Nicea sostuvo que “Si alguno
rechaza la tradición eclesiástica, escrita o no escrita, sea anatema”. El
séptimo Concilio (Constantinopla, año 870, a casi mil años del inicio de la
cristiandad) sostuvo que “profesamos guardar y observar las reglas que han
sido transmitidas... por cualquier Padre y maestro de la Iglesia que habla
divinamente inspirado”. Mil años después, en 1857 el Papa Pío IX condenó
17
cualquier pretensión de que por el uso de la razón se cuestionen cosas de la
fe” porque con ello se perturbaba “la perenne inmutabilidad de la fe” puesto
que las doctrinas humanas “no son consecuentes consigo mismas ni se ven
libres de múltiples errores”. Y viene luego el primer Concilio Vaticano en
1870 que declarativamente postuló que la doctrina de la fe fue “entregada a
la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e
infaliblemente declarada...” Este Concilio estableció la “infalibilidad papal”,
ese enorme culto a la personalidad que se vino tejiendo en los entramados
de la política de la jerarquía eclesiástica en la corte romana. A su vez, el
Concilio Vaticano II, a mediados de los 1960’s, emitió la Constitución
Dogmática denominada “Lumen Gentium” –la luz de los pueblos- en la que se
estableció que “Los obispos son los pregoneros de la fe...y son los maestros
auténticos... herederos de la autoridad de Cristo”, sentenciando que los
fieles “tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del
espíritu...” Con razón el Cardenal Ottaviani –influyente dignatario en los
pontificados de Pío XII, Juan XXIII y Paulo VI- advertía que “a los laicos
sólo les toca rezar, pagar y obedecer”.
La pretensión de ser depositaria de la verdad ha sido repetida por la
jerarquía a lo largo de los siglos, no obstante sus múltiples equivocaciones,
pero la pretensión sobre la infalibilidad papal, es decir, que el Papa no se
equivoca cuando habla “ex cátedra” (sobre la silla de Pedro) es un invento
que se empezó a gestar en el siglo XIII, en el ambiente cortesano de los
poderosos papas-reyes de entonces y atribuida al fraile franciscano Pedro
de Oliva; resultó ser un buen adorno a la investidura papal, como en el caso
de los emperadores-dioses. La institución de infalibilidad se consagra
definitivamente en el Concilio Vaticano I en 1870 como consecuencia de un
fenómeno de poder y para efectos de la conservación del poder, pero
también movida con propósitos de adulación cortesana . En el siglo XIX los
entonces llamados Estados Pontificios –el extenso reino terrenal de los
papas- se veían amenazados en su integridad y el Papa era atacado por los
reyes vecinos; para ello la infalibilidad papal fue una arma –espiritual-
excelente para descontar al enemigo, a la vez que los aduladores alcanzaban
su máximo propósito, como el caso de Monseñor Mermillod, obispo de
Ginebra, quien entonces se aventó la puntada de proclamar la triple
encarnación del Hijo de Dios: en el seno de María, en la Eucaristía y en el
Sumo Pontífice!
Graves errores papales –de los administradores de la verdad- son por
ejemplo la Encíclica “Quanta Cura” de Pío IX, emitida casi al empezar el
siglo XX, en la que condenaba la educación laica y la libertad de cultos y, en
18
materia política, condenó tanto el concepto del estado moderno y su
separación con la Iglesia, así como a quienes se oponían a la soberanía y al
poder terrenal del Papa, llegando al extremo de condenar a la democracia
como sistema político. Otro ejemplar error fue el del Papa Inocencio IV en
la bula “Ad Extirpandam” que contiene el reconocimiento de la tortura como
método de interrogatorio eclesiástico. El obispo Cochon condenó a Juana de
Arco a ser quemada viva, siendo uno de los “graves” motivos la vestimenta
que usaba: pantalones en lugar de las faldas; éstas obligaban para el vestir
femenino, como verdad sacrosanta.
León XIII expidió en 1891 la Encíclica “Rerum Novarum”, como una
supuesta posición doctrinaria en defensa de los trabajadores –siendo que ya
las ideas socialistas se la habían adelantado por muchos años- pero en ella
condenó las huelgas, a las que llamó “mal frecuente y grave” al que tenía que
“poner remedio la autoridad pública”. Esto era una implícita autorización
papal para represión de las inconformidades de los obreros; era la verdad a
título de doctrina cristiana. Pero luego resulta que esa verdad ya no es tal,
cuando Juan Pablo II, en la Encíclica “Laborem Exercens” defiende la huelga
como derecho de los trabajadores. Al final de los 1800’s las huelgas
atentaban contra el “establishment” eclesiástico y por ello fueron
condenadas, pero a finales del siglo XX servirían para la caída de los
regímenes socialistas y por ende el concepto papal sobre ellas cambió. Es la
verdad expuesta a la manipulación del poder.
La Iglesia condenó el préstamo a interés así como el cobro de
intereses por la venta a plazos. El Papa Urbano III así lo hizo interpretando
el Evangelio de San Lucas en el siglo XII y poco más de un siglo después, el
Concilio de Vienne decretó que quien no considerara pecado a dichas
operaciones, sería castigado como hereje, posición que se mantuvo aún a
mediados del siglo XVII con la condena que hizo el Papa Alejandro VII. Pero
después, desde el siglo XVIII las transacciones financieras fueron haciendo
a la Iglesia olvidar su postulado y aún ella misma le entró al cobro de altos
intereses. Y luego, hasta su banco tuvo –el Ambrosiano- liquidado a
principios de los ochentas al aparecer involucrado en sucios movimientos
financieros de la mafia italiana.
La jerarquía persiguió y atormentó a los judíos durante casi dos
milenios. La Inquisición –el tribunal de la fe verdadera- los condenaba y
decretaba la confiscación de sus bienes. Todavía a principios de los años
sesenta la liturgia católica incluía en el oficio religioso del viernes santo una
oración por los “pérfidos” judíos. Poco más de veinte años después, la Iglesia
19
dice que los judíos llevaron por el mundo “un testimonio heroico de fidelidad
religiosa”. Los intereses geopolíticos del Vaticano ya habían cambiado.
El Concilio de Trento –mediados del siglo XVI- es el Concilio del
dogmatismo y se dio como una respuesta a la reforma protestante. Lutero
fue enviado a quemarse en las llamas eternas al lado del iscariote y sus
seguidores fueron declarados herejes. Pero el 11 de Noviembre de 1983,
Juan Pablo II predicó en un templo luterano, elogió a Lutero y lo consideró
como un importante reformador religioso. El domingo pasado –29 de Junio
de 2003- según lo informó HIDROCÁLIDO, el Papa Juan Pablo II expresó
nuevamente su disponibilidad para la discusión teológica sobre los temas que
propiciaron la división de los cristianos en católicos, protestantes y
ortodoxos; el Papa es polaco y no cabe duda que ha visualizado los efectos
de la unión de la cristiandad.
El magisterio de la Iglesia –ser maestra de la verdad- llevado al
extremo de la infalibilidad papal le ha redituado buenos dividendos a la
jerarquía, en términos de poderío –y también de dinero y riquezas-. Ha sido
una verdad impuesta bajo la ley del miedo, del terror y aún de la sangre; es
en mucho una historia negra que se ha desarrollado aprovechando la
ignorancia popular sobre temas teológicos y explotando el sentimiento
religioso de la gente. La doctrina de Cristo ha sido pervertida por
propósitos terrenales, olvidando aquello de “dar al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios”.
Cubierta bajo el manto de la posesión de la verdad, la jerarquía ha
manipulado la Biblia a su conveniencia, utilizándola como un instrumento de
dominación y ha convertido al cristianismo, de una religión en una mera
ideología cuyos adeptos, en grandes cantidades, rayan en el fanatismo. A la
jerarquía le ha dado buenos resultados la imposición dogmática –el creer a
ciegas- sin posibilidad de razonamiento alguno que tienda a la convicción.
Muchos católicos están convencidos de que al escuchar hablar a los
“padres” están oyendo la “palabra de Dios”; así se les ha hecho creer y esa
creencia, profundamente arraigada en el individuo y en la conciencia
colectiva ha sido campo fértil para el adoctrinamiento convenenciero, para
sembrar la semilla de la sumisión. Así, el dominio de la jerarquía se ha
construido sobre la esclavitud de las mentes.
20
Capítulo VI
Que trata de la manipulación bíblica
con propósitos de dominación
La jerarquía, a lo largo de la historia, ha incurrido en múltiples
errores de interpretación de la Biblia como palabra de Dios y, a partir de
tales errores ha construido una doctrina con la cual ha guiado a los
cristianos por caminos del error y lo ha hecho además mediante la
imposición. La jerarquía ha inculcado, difundido y solapado muchas creencias
infundadas y ha hecho y obligado a los cristianos a vivir en el error.
Los errores eclesiásticos han derivado de varias causas, entre ella de
la consideración de los Libros Sagrados como relatos históricos, es decir,
como conjunto de supuestos hechos acontecidos realmente en términos
literales, dejando de considerar a los textos bíblicos como escrituras llenas
de simbolismos y además que sus autores estaban influidos por las
circunstancias de sus tiempos. Por lo tanto, la doctrina sostenida, enseñada
y divulgada por la jerarquía ha sido en gran medida la palabra de los
hombres, más que la palabra de Dios.
En relación a los textos bíblicos, la Iglesia en múltiples ocasiones ha
postulado que Dios es su autor, no en sentido figurado, sino en sentido real;
entre ellas, el Papa Inocencio III estableció en 1208 como postulado de fe
el que “el autor único del Nuevo y del Antiguo Testamento es Dios”, en tanto
que el Concilio de Florencia de 1442 decretó en términos similares que “un
solo y mismo Dios es el autor” del Nuevo y del Antiguo Testamento y el
Concilio Vaticano I llegó a precisar que la Iglesia tiene a los textos bíblicos
como sagrados porque “contienen la revelación sin error” y que “escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor”. Sobre estas bases
de autoría divina, la Iglesia ha fincado la teología del cristianismo. Pero en
muchas ocasiones se ha equivocado.
La inspiración bíblica ha sido un concepto exagerado y tiene que ser
replanteado. No es posible sostener la directa autoría divina de los textos
en los términos tradicionales. Veamos lo siguiente.
Durante siglos la Iglesia mantuvo su dictado sobre la creación del
universo, de la tierra y del hombre, como acontecidos históricamente en los
21
términos narrados en el Génesis. Hoy la ciencia ha demostrado que la
creación del universo fue a través de la evolución de la materia y ya la
Iglesia cuando menos se hace socarrona ante las evidencias. Pero durante
siglos mandó a la condenación eterna a quien se atreviera a cuestionar la
historicidad de los términos de la creación. El Génesis ubica la creación de
la vegetación de la Tierra en el tercer día de la creación, mientras que la
creación del sol la ubica en el cuarto día. Los teólogos llegaron a sostener
que la Tierra tenía una antigüedad de tan sólo cinco mil años pero se
equivocaron al tomar como relato histórico lo que era un lenguaje de
simbolismo doctrinal; hoy sabemos que el hombre de Tepexpan, nuestro
paisano antepasado, murió cazando un mamut en el Valle de México hace
diez mil años.
Otro ejemplo lo encontramos en la palmaria contradicción habida
entre los apóstoles Pablo y Santiago sobre la fe y las buenas obras como
requisito de salvación. San Pablo (Romanos, cap. 3) sostenía que basta sólo la
fé, pero luego viene Santiago (Epístola, cap. 2) y dice que de qué sirve la fe
sin las obras y cuestiona que sólo la fe pueda salvarnos. ¿Esta contradicción
es imputable al Espíritu Santo?
Sobre los escritores de algunos libros –supuestamente de inspiración
divina- ya se demostró lo contrario a lo que durante siglos fue la creencia
impuesta. Por ejemplo, que Moisés no fue el autor del Pentateuco –los cinco
primeros libros, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio- ni el
rey David de todos los salmos de su libro ni que el rey Salomón fue el autor
del Eclesiastés, ni Isaías de todo su libro. Los estudios confirman que estos
libros son de épocas posteriores a las que se siempre se les atribuyeron,
pero la jerarquía sostenía que Dios había inspirado a Moisés, a David, a
Salomón y al profeta Isaías y ay de aquél que no lo creyera. Sin embargo, la
Pontificia Comisión Bíblica prohibía sostener lo contrario a tal creencia
todavía en el siglo XX y a mediados del mismo los seminaristas –curas que
aún hoy nos guían- eran formados en dichas prohibiciones. Bueno, ahora se
sabe que Daniel no fue profeta ni estuvo cautivo en Babilonia ni escribió un
libro del siglo IV AC, sino que fue un macabeo del siglo II que escribió
sobre la época macabea en lenguaje antiguo; pero ay de aquél que no creyera
en sus “profesías”. ¿En dónde queda entonces la supuesta aparición del
Ángel Gabriel a este “profeta” para inspirarle sus profesías durante el
cautiverio en Babilonia?
Hablando de profesías, un teólogo de la École Biblique de Jerusalén
actualmente sostiene que la del nacimiento del mesías en Belén es un
22
símbolo de esperanza para el pueblo judío en la continuidad de la dinastía
del rey David que era originario de Belén y que el respectivo texto de
Miqueas fue aplicado simbólicamente a Jesucristo por San Mateo, siendo
que el texto de Miqueas no era exclusivamente aplicable a Jesucristo, ya
que el concepto de “mesías” se daba a cualquier rey judío o sumo sacerdote.
Presenta este teólogo la opinión crítica de que posiblemente Jesús no nació
en Belén sino realmente en Nazareth y que la aplicación del texto de
Miqueas se justifica para presentar a Jesús como el Mesías con ascendencia
real en la Casa de David, pues la esperanza se fincaba en un mesías judío y
no galileo. Si Cristo nació en Belén o en Nazareth, en nada cambia su esencia
ni su doctrina y si es necesario rectificar la posición doctrinaria, que se
rectifique en aras de la verdad; por lo demás sólo habría que hacernos a la
idea de que el portal del “nacimiento” que ponemos en Navidad no estaba en
Belén y habría que cambiar la letra de unos cuantos villancicos.
Lo anterior es base suficiente para cuestionar la posición eclesiástica
sobre los términos y contenido de lo que la jerarquía ha pretendido que es la
“palabra de Dios” por cuanto a la supuesta infalibilidad y contenido de los
textos bíblicos imputados a la directa autoría divina a través del uso de
plumas de la antigüedad.
Los textos bíblicos han participado de la naturaleza humana habiendo
estado influidos por las características personales, de circunstancia, de
época y de cultura los autores. En las siguientes partes hablaremos sobre el
tema de la virginidad de María, sobre la Santísima Trinidad, sobre Satanás –
el chamuco- y de otros temas cuyos textos bíblicos, como expresiones
doctrinarias deben ser interpretados pero no manipulados para imponer
creencias y para seguir propiciando la esclavitud de las mentes.
(NOTA.- Los capítulos I a VI anteriores se publicaron en la ciudad de
Aguascalientes, Ags., en la página editorial del diario local “Hidrocálido”, los
días 4, 11, 18 y 25 de Junio y 2 y 9 de Julio de 2003 como las partes 1ª. a
6ª. de la serie denominada “La esclavitud de las mentes, fuente de
poder y privilegios”. El obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez Flores
dirigió al autor de esta serie una carta con firma autógrafa, en sobre
cerrado pero por conducto del periódico, fechada al día siguiente de la
publicación de la 6ª parte, carta cuestionando el contenido de este tema. Al
parecer, hizo igual con el periódico y la 7ª parte, (ahora Capítulo VII) que
debería publicarse el 16 de Julio, ya no apareció en el diario y, lógicamente
tampoco se publicaron las partes 8ª. a 12ª. que ahora aparecen aquí como
capítulos VIII a XII. La serie completa fue publicada por “Siglo 21 de
23
Calvillo”, semanario que se publica en Aguascalientes, incluyéndole como
anexos la referida carta del Obispo y la misiva del autor en contestación a
la misma. La serie también fue ampliamente publicada en sitios de internet y
difundida por correo electrónico.)
Capítulo VII
Que trata de los grandes mitos
Inventados con propósito de dominación:
el pecado original, Adán y Eva y la virginidad de María
La imputación literal de las Escrituras a la pluma de Dios en forma de
paloma, la descontextualización de la Biblia ignorando la influencia
circunstancial en los autores de los textos, la interpretación literal de las
palabras, los errores de concepto al traducirlas, la desconsideración de la
falibilidad humana tanto al escribir como al interpretar la palabra de Dios, y
la manipulación de las ideas y sentimientos religiosos, son las causas de los
grandes errores doctrinarios de los hombres de la Iglesia.
Así, bajo la influencia de grandes errores, la jerarquía se ha arrogado
e irrogado el magisterio de la verdad, desnaturalizando el cristianismo al
imponerlo como una doctrina llena de indignidad, de miedo, de culpa, de
ceguera, de venganza divina y de condenación eterna, en lugar promover el
mensaje de Cristo como una forma de vida humanista y de realización de las
potencialidades del ser humano en toda su dimensión material y espiritual.
El cristianismo es una doctrina de responsabilidad personal, de libertad
individual, de justicia social, y de amor, consideración, respeto y buena fe en
las relaciones humanas. Es una doctrina de dignidad y para la dignidad
humana en razón de que el ser humano es –en cuerpo y alma- la máxima obra
del Creador.
La jerarquía nos ha enseñado, nos ha impuesto y nos ha amenazado
con la condenación eterna si no creemos que Dios, creándonos como sus
hijos, a su imagen y semejanza, nos hace sus enemigos desde el momento
mismo de nuestra concepción. Dios crea a sus hijos, los ama como buen
padre, pero los hace nacer en pecado mortal como súbditos y adeptos de
Satanás; Dios, que nos hace libres, atenta contra nuestra libertad y nos
cuelga una mortal responsabilidad que no debemos. Qué grande injusticia le
24
imputan a Dios los que se dicen oráculos de la divinidad; semejante injusticia
no podría ser obra divina. El pecado original es un mito que sirve para llevar
adeptos a la Iglesia, bajo la explotación del terror al infierno o al menos del
miedo al limbo. Así el bautismo es una imposición de fe a los niños que aun no
creen, en lugar de practicarlo como una convicción de fe de los adultos, tal
como lo instituyó Jesucristo. Esta es una imposición que sirve a la jerarquía
para los fines de su manipulación.
Desde ahí se equivoca la jerarquía, así como se equivocó en la
historicidad textual de la creación, en la autoría de varios libros sagrados,
en el antropocentrismo del universo, en la denostación de los judíos como
“asesinos” de Dios, en la prohibición de los intereses, en la excomunión de
los insurgentes, en la legitimación de la tortura como método para la
declaración judicial, en la consideración de los “locos” como “endemoniados”
–pobres locos, con los exorcismos les daban unas buenas “madrizas”, bajo el
pretexto de que el diablo no se les quería salir-.
La jerarquía se equivocó con el mito de Adán y Eva; hoy se sabe que
ese señor y esa señora no existieron. Son inventos del autor del texto, el
cual en verdad constituye una reflexión religiosa y moral sobre el bien y
mal, para la que el escritor israelita utilizó conceptos, figuras y lugares de
su época. Pero la jerarquía, manipulando las conciencias condenaba al
infierno a quien no creyera o negara la existencia de tan santos y perfectos
-pero incautos- señores que vivían encuerados en un jardín. La explotación
de este texto –como muchos otros- encuadra en la impresión de la
imaginación de las masas para el control de las mismas. Bien dice un sicólogo
que “quien conoce el arte de impresionar a las masas, conoce el arte de
gobernarlas”. La jerarquía declaraba hereje a quien no creyera en Adán y su
costilla; hoy todavía tenemos una práctica religiosa que se basa en la
falsedad del muñeco de barro, cuando el miércoles de ceniza se marca la
frente utilizando un formulismo de miedo: “polvo eres y en polvo te has de
convertir”. Ah, cuánto tiznan con esto!
En el tema de la mujer la jerarquía ha incurrido en otro gran desatino
a lo largo de los siglos y ligado a ello tenemos las consideraciones
doctrinarias sobre la Madre de Cristo y el asunto concerniente a su
virginidad.
Doctrinariamente, en razón de una cultura machista, fálica, la mujer
ha sido menospreciada. Lo fue desde la antigüedad y lo ha sido en el
cristianismo. La dignificación de la mujer por el cristianismo es otro mito
25
genial; realmente, la liberación de la mujer la empezaron las gringas a
mediados del siglo XX. La mujer, desde San Pablo ha sido sujeta a sumisión.
Dos textos del Apóstol no nos dejan mentir; dice tajantemente en uno: “las
mujeres en la Iglesia cállense” (por Iglesia se refiere a la comunidad
cristiana) y en otra de sus cartas dice “las mujeres deben estar sumisas a
sus maridos en todo” (Efesios). De ahí arrancó en el cristianismo el
tratamiento de menosprecio a la condición femenina, al grado de tenerle
vedado el ministerio del culto y hasta el acceso físico a determinados
recintos sagrados, postura que a los cuatro vientos, “urbi et orbi” lanzó
todavía en 1930 el Papa Pío XI en la polémica encíclica “Casti Connubii” (La
castidad de los cónyuges) en la que –vox Dei- pregonaba “la primacía del
varón sobre la mujer” y “la pronta y no forzada sumisión y obediencia de la
mujer” –pregona aquí nada menos que el Santísimo Padre, el sometimiento de
la mujer, por las buenas o por las malas. Durante trescientos años de
coloniaje español en América, la Iglesia prohibió a las mujeres realizar
estudios superiores (esto se lo tienen bien calladito). Todavía no hace mucho
las mujeres obligadamente usaban “chal” para entrar a los templos; tenían
que cubrir su cabeza por una imposición subliminal de vergüenza consigo
mismas, de ser su cuerpo y ellas mismas la encarnación del mal, del pecado,
de la serpiente aquella del paraíso que nunca existió. Auténtica cultura de
ayatolas y talibanes, que aún subsiste en muchos aspectos en la prédica de
los curas. Hace pocos meses el Obispo de Aguascalientes se pronunció
contra el trabajo de las mujeres. La moral católica, como en muchas
culturas de otras religiones es responsable de la represión sexual, causante
en miles de casos de frustración en la sexualidad femenina. (Próximamente
escribiremos algún apunte de reflexiones sobre sexualidad y religión; de
esos temas para el escándalo y el rasgado de vestiduras).
Sobre el tratamiento a la mujer, otra parte negra de la historia de la
Iglesia, derivada de la errónea interpretación de textos bíblicos, fue la
persecución de las “brujas” y su quema en la hoguera por considerarlas
“endemoniadas” –otra vez la figura del mal asociada a la imagen de la mujer-.
La Iglesia nunca persiguió a los “brujos”, pero durante un lapso de cien años,
en plena época renacentista, tan sólo en Alemania –invocando un mandato
divino- quemó cien mil brujas, según lo escribe Bertrand Russell en su obra
“Religión y Ciencia”. El supuesto mandato –en textos del Éxodo y del
Levítico- corresponde a escrituras del régimen teocrático judío, bajo el
cual, los brujos o adivinos eran un peligro para la clase gobernante; de ahí su
razón de ser, pero la jerarquía entendió el mensaje de los antiguos judíos y
tomó el texto justificando y ampliando su poderío.
26
Sobre María, como madre de Cristo, no ponemos en duda su
historicidad; tampoco la de su Hijo. Aún los escritos paganos y profanos la
confirman. Pero es pertinente apuntar algunas ideas en relación al dogma de
la virginidad de la Madre de Jesús. En las religiones mediterráneas de la
antigüedad, los dioses nacían de vírgenes, tal vez por los mitos y tabúes que
ya se tendrían en torno a la sexualidad y al papel de la mujer. La sexualidad
como algo sucio no es nuevo y ha campeado en la humanidad a través de los
siglos en los ámbitos de la religión, de la moral, de las ideologías y de las
costumbres. Por ello no es de extrañar que los evangelistas –sólo tres de
ellos, pues uno no hace referencia alguna a la virginidad de María- para
resaltar la divinidad de Cristo, para propagar su doctrina, para propiciar su
creencia y ya que se dirigían a los pueblos paganos tan acostumbrados a los
dioses nacidos de vírgenes, incorporaran a sus textos la virginidad de la
Madre de Jesús y, en tal virtud, los intérpretes que tanto y tantas veces se
han equivocado a lo largo de dos mil años y con su proclive aversión hacia la
función sexual, nos han presentado a María idealizada conforme a sus
creencias y preferencias. Si María, en cuanto mujer y como esposa de José
vivió una sexualidad normal, ello en nada afecta su papel de madre de Jesús,
en nada la demerita y en nada se impide el milagro de la concepción divina.
Por el contrario, María, como mujer plena y como mujer como todas las
mujeres, estaría viviendo la esencia que Dios le dio. La función sexual no es
algo sucio ni indigno que Dios haya puesto en el hombre y la mujer; por el
contrario, es una función maravillosa con la que Dios nos dotó y debemos
desarrollarla en toda su plenitud. ¿Porqué habría Dios de escoger a alguien
que no fuera como el mismo Dios quiere que sean las mujeres -en cuanto
mujeres y esposas, desarrollando una sexualidad natural- para ser la Madre
de su Hijo? No debemos olvidar que los textos bíblicos nos hablan de los
“hermanos” de Jesús, asunto respecto del cual la jerarquía se apresura a
negarlos diciendo: ¡Eran sus primos! ¿Por qué menospreciar a San José? El
milagro de la concepción divina pudo haberse realizado por Dios todo
poderoso, a través de un espermatozoide divinizado. Este pensamiento no
atenta contra la divinidad de Jesucristo ni contra la omnipotencia de Dios.
A fin de cuentas, la función sexual es una de las maravillas del Creador, para
la generación de la vida. El catolicismo ha desarrollado un culto a la
virginidad, movido por el puritanismo sexual de la jerarquía que proyecta su
envidia a quienes llevan una vida sexual normal. La virginidad no es un
postulado por doctrina del Fundador sino fruto de los dictados de los
eclesiásticos.
Este tema de María lo concluiremos con dos reflexiones. La virginidad
–como mito y dogma- (ojalá los jerarcas no me lancen anatema o excomunión,
27
olvidando o desconociendo lo que “mito” significa) se asocia a otras
circunstancias con las que la jerarquía fomenta el error y propicia el
fanatismo en aras de la explotación del sentimiento religioso de los pueblos.
Uno de estos casos es “la casa de la Virgen” donde supuestamente creció,
recibió la anunciación y vivió con San José. Esta construcción se encuentra
en Loreto, Italia, donde se venera la imagen bajo la advocación de Nuestra
Señora de Loreto. La construcción fue supuestamente transportada por los
ángeles, volando, desde Nazareth hasta la Italia medieval. La jerarquía ha
dejado correr la leyenda –originada en el Siglo XIII, en plena época de las
Cruzadas- y ha dejado que se transforme en creencia. La verdad le importa
poco. El otro caso es el lugar donde supuestamente murió la Virgen y se
realizó la asunción al Cielo. Este lugar lo ubican tanto en Jerusalén como en
Turquía; la Iglesia fomenta la veneración de los dos lugares y hasta organiza
excursiones en las que lleva a los mismos fieles a los dos lugares y en los dos
les vende estampitas. La verdad, tampoco vuelve a importarle. Con estas
actitudes, la jerarquía fomenta el fanatismo y a los creyentes los aleja de la
esencia del cristianismo, propiciando así la esclavitud de las mentes.
Capítulo VIII
Que trata de la invención de otros grandes mitos:
la Santísima Trinidad, los sacramentos,
el chamuco y el ángel de la guarda
La fuerza del clero es equivalente a la ignorancia de los pueblos. Esto
es aplicable a todas las religiones. El control y la sumisión para efectos de
los intereses del clero, se realiza a través de la imposición de postulados
religiosos, explotando el natural sentimiento de fe en el hombre pero
aprovechándose de la ignorancia que priva en asuntos de teologías, pues
éstos son campos ajenos al conocimiento y entendimiento del común de la
gente.
En el caso de la jerarquía católica, los “maestros de la verdad”, en
ejercicio de su sacralizada función de intérpretes de la Biblia que ha llevado
a los fieles a creer que todo cuanto dicen los padres es palabra de Dios y en
usufructo del miedo y del temor que provoca en el ánimo popular la no
aceptación –ciega- y más aún el desacato a los supuestos “mandatos de
Dios”, han utilizado textos bíblicos para la manipulación de las conciencias.
28
El cuestionamiento de los dictados eclesiásticos tiene sus
consecuencias. La jerarquía reacciona con su poder para someter o aniquilar
a quien se atreva a discutir sus postulados, afectando sus intereses. Así ha
sido a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo. Grandes personajes o
reconocidos teólogos han sido fulminados por la avasalladora jerarquía. Para
el clero, su principal enemigo es la libertad de expresión.
Un tema muy debatido entre los teólogos es el de la Santísima
Trinidad. Se pregunta un historiador: ¿Cómo entender que en esta figura de
tres personas perfectas, una mande matar a la otra para aplacarse a sí
mismo, resultando que es el mismo el muerto y el aplacado? De la École
Biblique de Jerusalén surge un planteamiento: los estudios de los dogmas
nos llevan ahora a interpretaciones simbólicas, en sustitución de la
literalidad aplicada a los textos y al efecto plantea una interpretación
simbólica de la Santísima Trinidad, señalando que sus orígenes se
encuentran en la religión pagana de los griegos, que ya tenía una tríada
divina formada por un Dios Padre, un Hijo y un tercer Dios fruto de ambos.
Otro caso de trinidades que se encuentra en las filosofías y teologías de la
antigüedad es el de Numenio, quien habla de un Dios Padre, un Dios creador
y un tercer Dios que es la creación divinizada. Tenemos otro importante
ejemplo de trinidad divina: la Trimurti de los hindúes. Y varias más. Resulta
entonces que la Santísima Trinidad en el Nuevo Testamento puede ser un
simbolismo de los teólogos escritores, influidos por las figuras trinitarias
de la antigüedad. La jerarquía, para resolver el acertijo trinitario, recurrió
a su expediente favorito: la imposición del dogma de fe. El que no crea es un
hereje, es anatema y es acreedor a la condenación eterna; como si esa
hubiera sido la actitud de Cristo en su prédica. No hay entre las doctrinas
religiosas, nada más racional que el cristianismo. La prédica de Jesucristo
fue hecha para ser entendida por seres dotados de inteligencia, capaces de
razonar y entender, siendo por tanto una doctrina de convicción y para la
convicción; no es una doctrina de imposición . Pero la jerarquía, ante todo lo
inexplicable lo resuelve dogmáticamente afirmando que se trata de un
“sacrosanto e impenetrable misterio”. Cabe aquí señalar por cierto, que
“dogma” significa etimológicamente “opinión engañosa”.
El asunto de los sacramentos es un tema cuyo cuestionamiento irrita a
la jerarquía. Al menos en el caso del matrimonio, la realidad desmiente a
estas teologías. Se supone que por el sacramento del matrimonio, la pareja
recibe de Dios múltiples gracias y auxilios para su vida conyugal. Sin
embargo, igual que acontece con los matrimonios de protestantes, judíos,
29
musulmanes y de todas las religiones ahí están entre los católicos, tantos y
tantos fracasos matrimoniales –divorciados o no-, fracasos familiares y
fracasos en la formación de los hijos. Tal parece que con tanta boda, Dios
no alcanza a repartir sus dones matrimoniales a todos los que se casan. La
incongruencia da risa: a los católicos casados, colmados de bendiciones,
cuando como producto de su amor –y de ese sacramento que es una cascada
de dones divinos- Dios les da hijos, resulta que éstos nacen condenables,
siendo enemigos de Dios por el pecado original. La jerarquía hace a Dios
pecar de incongruente. ¿Y qué decir de las madres solteras? ¿Ellas –por
haber ido a la cama en lugar de al altar- no reciben el apoyo divino para la
conducción de sus hijos? La realidad también nos dice que contrario a todo
lo anterior, matrimonios bien llevados, familias integradas e hijos bien
educados no son exclusivos de los casados bajo el rito católico. Así pues, la
realidad deja a este sacramento como una institución doctrinaria elaborada
por la jerarquía, que no pasa de ser un invento. Un buen matrimonio no se
hace por su celebración ante un párroco de pueblo ni aún ante ostentosos
dignatarios que imparten su bendición vendiéndola en las bodas de la alta
sociedad. Y cuya anulación también venden después.
Los sacramentos y otras instituciones religiosas de la jerarquía
católica van conformando una religión de culpas, de miedo y de
sometimiento. Dentro de esta cadena tenemos a la institución del
“chamuco”.
Los dogmas en las religiones se conforman en muchas ocasiones de
imponer como artículo de fe ciertas creencias populares que derivan de
tradiciones, leyendas y del folklore mismo de los pueblos. Uno de estos
casos es el de la aparición de satanás en los textos del Antiguo Testamento,
según lo sostiene uno de los más reconocidos teólogos católicos, Van Haag
(“El diablo, un fantasma”, Editorial Herder). Satanás –palabra aramea- o
satán –palabra hebrea- servían para designar al abogado acusador en los
juicios (una institución similar a nuestros agentes del ministerio público),
concepto que fue aplicado –en la concepción religiosa del Dios vengador- al
ángel que acusaba al género humano ante el tribunal divino, resultando
entonces una figura odiosa que luego vino a ser conceptuada como un ángel
malo, al que final de cuentas se le caracterizó como la personificación –y
justificación- del mal. Así, de la interpretación de Van Haag, se desprende
que el diablo resultó en la religión judía, una figura supersticiosa utilizada
para la intimidación contra la inobservancia de las normas religiosas; fue el
equivalente a esa figura –“el coco”- que hoy se usa para asustar a los niños
que se portan mal. El biógrafo de Alejandro Magno, Quintus Curtius Rufus
30
conceptuó a la superstición como el medio más efectivo para gobernar a las
masas.
Otra institución de la jerarquía que más que creación divina es una
fantasía digna de película de Walt Disney, es el ángel de la guarda. La
jerarquía nos hace creer que Dios nos asigna a cada individuo, al nacer, un
ángel que nos ampare y proteja contra peligros y males durante el resto de
nuestra vida. Hay que recomendarle a algún dignatario, con influencias
celestiales, que le pida a Dios un llamado de atención a los ángeles de la
guarda, porque tal parece que no cumplen bien su cometido. Asaltos, caídas,
choques, avionazos, quemaduras, heridos, ahogamientos, asesinatos,
atropellamientos, pleitos y tantas desgracias que ocurren a diario
demuestran que hasta este cuerpo celestial de seguridad falla en el
ejercicio de su función. Esta institución raya en la explotación del miedo,
para efectos de control religioso y en opinión de los teólogos más
reconocidos, no tiene sustento bíblico alguno.
Pero el pueblo –las masas- creen a ciegas en la sacralizada palabra de
la jerarquía. Sigmund Freud expresó que buena parte del éxito de las
religiones se debe a su capacidad de crear y alimentar ilusiones. La
inseguridad y los riesgos de la vida diaria, aunados a la búsqueda de fuerzas
sobrenaturales que auxilien al hombre contra los males que le acechan –y
que resultan superiores a sus fuerzas- son circunstancias propicias para la
creación de seres celestiales que el hombre adopta para la satisfacción de
su necesidad humana de sobreprotección divina. El ser humano difícilmente
rechazará –frente a sus miedos- a un ser poderoso que lo salvará o
rescatará de todos los males y de todos los peligros. Este es el éxito de la
fantasía del ángel de la guarda, que sirve, como un eslabón más de las
cadenas con las que la jerarquía ejerce la esclavitud de las mentes.
Capítulo IX
Que trata del ejercicio del poder espiritual
como acción de dominación política;
evolución del poderío de la Iglesia durante veinte siglos
(Nota.- Este capítulo es necesariamente largo. Se recomienda su
lectura integral, pues de la exposición histórica de veinte siglos del devenir
31
eclesiástico que en él se hace, se desprenden elementos que ayudan a la
comprensión de los planteamientos hechos en las partes precedentes –y en
las que faltan- de esta serie.)
En todas las religiones, el clero es implacable con quienes se le oponen
o quienes lo cuestionan y denuncian.
En el caso de la Iglesia católica, la jerarquía ha usado el poder
espiritual para castigar, someter o aniquilar a sus oponentes o para
sobreponerse a reyes y emperadores. La Iglesia católica pasó de ser una
institución apostólica durante los tres primeros siglos del cristianismo, a
ser un imperio de la religión durante los siguientes mil setecientos años. Ya
en el siglo IV la Iglesia aparecía más preocupada en su ambición de
acumulación de riqueza; ya se había extraviado de su verdadera misión. Esto
no lo digo yo. Lo dijeron desde entonces San Jerónimo, San Agustín y San
Ambrosio.
Y la actitud continúa, reconocida inclusive por algunos miembros de la
misma jerarquía, como la declaración del Obispo de Tehuantepec, Arturo
Lona, quien apenas el 7 de Agosto de 2003 declaró que en vista a la elección
de la presidencia del Episcopado Mexicano, “lo peor que podría pasar sería
que fuera elegido uno de los obispos que nomás se dedican a pastorear para
los ricos”.
Durante los primeros tres siglos después de la muerte de Cristo, el
cristianismo fue expandiéndose vertiginosamente por el Imperio Romano y
para finales del siglo III ya había cinco millones de cristianos entre la
población de cincuenta millones del Imperio. Estos siglos se caracterizaron
porque la jerarquía estaba imbuida de una misión apostólica; el cristianismo
era la doctrina del pacifismo, llegando al grado de no aceptarse como
integrantes de las comunidades cristianas a los militares. Los obispos
Tertuliano e Hipólito rechazaban el militarismo en los cristianos.
La cristiandad estaba organizada en iglesias locales durante los siglos
II y III, pero la iglesia de Roma –en razón de estar ubicada en el centro
político del Imperio- empezó a tomar preeminencia y autoridad sobre las
demás y sus obispos fueron adquiriendo jerarquía que le era reconocida por
otros obispos, entre estos Ignacio de Antioquia, Irineo de Lyon y Cipriano
de Cartago.
32
En esta época surgen diversos planteamientos teológicos sobre la
Iglesia misma, su primacía, la naturaleza del episcopado y la infalibilidad
eclesiástica. Surge también el monasticismo con los primeros ermitaños –
Antonio de Egipto- y con la primera congregación de monjes fundada por
San Pacomio. San Basilio escribió las primeras reglas para los monasterios,
basadas ante todo en la austeridad y la moderación.
En el siglo IV se empezó a operar un cambio radical en el espíritu de
la Iglesia.
A partir del Edicto de Milán del emperador Constantino, que
estableció la libertad religiosa en el año 313 y del Edicto de Teodosio en
380, que estableció al cristianismo como religión oficial del Imperio Romano,
el espíritu de apostolado enfrentó en la realidad a la necesidad de liderazgo
y organización interna. Desde el Concilio de Nicea, promovido por
Constantino, la Iglesia se vincula al estado, estableciéndose que ésta
responde ante el emperador. Empieza el maridaje; a ambos conviene la
relación: la imagen de la Iglesia se vincula a la estabilidad del estado, en
tanto que la unidad de la fe da estabilidad al Imperio.
Poco antes, con el Concilio de Arles en 314 la Iglesia da la espalda a
tres siglos de pacifismo y sostiene que la oposición a la guerra es la
extinción del estado. Inicia la época belicosa y la lucha por el poder. Se
identifica lo bueno y lo justo con las causas de Roma y de la Iglesia y lo malo
y lo injusto con los opositores al emperador y a la Iglesia. En la lucha por la
supremacía temporal se abandona el espíritu evangélico y empieza el
descrédito de los líderes espirituales. Durante los cien años siguientes al
edicto teodosiano, el cristianismo logró hacerse de todos los cargos
políticos del Imperio.
Luego vendrán siglos en que a nombre de Dios la jerarquía hace la
guerra, persigue, gobierna, promueve conquistas, derroca gobernantes,
manda al infierno a pueblos enteros, tortura y aún asesina de la manera más
cruel y despiadada. La petición a Dios para que tome las armas a favor del
quien lo pide es una actitud recurrente y quien triunfa le da a la victoria un
trasfondo divino, dando así una impresión de que Dios está de su lado y de
que el triunfo fue por virtud de sus designios. En el cristianismo ha sido muy
socorrida esta actitud que presenta a la Divinidad como mercenario, presto
a pelear y matar a sus propios hijos con tal de expandir sus dominios. Un
ejemplo de esto fue la conversión de los francos a partir de la victoria del
rey Clodoveo sobre los germanos. Según San Gregorio de Tours, Clodoveo,
33
antes de la batalla dijo “oh Cristo, si me concedes la victoria, creeré en ti y
me haré bautizar; ya he invocado a mis dioses, pero veo que están lejos de
ayudarme y por eso creo que tú eres el único capaz de vencer a mis
enemigos...” Al parecer Dios lo oyó y se puso a matar germanos... Así, como
consecuencia de la victoria clodovea, Francia se cristianizó y el obispo de
Roma amplió su esfera de influencia.
Después de Atila, quien fue detenido ante las puertas de Roma por el
protagonismo papal antes que por el poder del emperador, el cristianismo
avanzó su expansión hacia los pueblos bárbaros, pero por otro lado se fue
gestando y desarrollando otra expansión, la del Islam, frente al cual ya para
el año 700 el cristianismo había perdido la mitad de su territorio. El papado
centró su atención en la preservación del poder, formalizándose la unidad
estado-iglesia con la coronación de Carlomagno (año 800) como emperador
del Sacro Imperio; mientras tanto la iglesia oriental, encabezada por
Constantinopla (Bizancio) fue quedando aislada en medio del mundo islámico.
Hacia finales del siglo X la Iglesia había adoptado una posición
autoritaria en la proclamación del evangelio como un mensaje divino al que
los hombres “tenían obligadamente que escuchar”. En esta época, el alto
clero estaba ya plenamente identificado con los nobles, los poderosos y los
terratenientes. La Iglesia se asumió como una teocracia ejerciendo su poder
en la elaboración de todo tipo de leyes reguladoras de la política, la
economía y la vida común de las personas.
Los siglos XI y XII se caracterizan por la continuación del ascenso
del poderío papal -la lucha por el poder terrenal entre el Papa y los reyes se
acentuó con Nicolás II y Gregorio VII, quienes rivalizan con el rey Enrique
IV- poderío que logra alcanzar su zenith en el papado de Inocencio III en
los albores del siglo XIII.
El Papa Gregorio VII expidió a fines del siglo XI la bula “Dictatus
Papae” por la cual estableció que sólo él podría usar la insignia imperial, que
todos los reyes y príncipes debían besarle los pies a él y sólo a él, además de
declarar tener el poder para quitar y poner reyes y emperadores, llegando a
los extremos de afirmar que la Iglesia nunca se ha equivocado ni se
equivocará jamás hasta el fin de los tiempos y que el Papa, por su sola
elección resultaba “indudablemente” hecho un santo “por los méritos de San
Pedro”. Así esta bula, en razón del poderío papal, prácticamente constituyó
a Europa en una “comunidad de estados” sometidos al Pontífice.
34
La arrogancia pontificia ya presentaba visos de no tener límite: el
mismo Gregorio VII manipuló a los súbditos del emperador Enrique IV –
soberano del Sacro Imperio Romano Germánico- que había sido excomulgado
a raíz de disputas –entre el emperador y el pontífice- por la detentación y
acumulación del poder. En virtud de una revuelta de los nobles germanos,
instigada por el Pontífice, el emperador fue obligado a doblegarse ante el
Papa. Gregorio VII tuvo a Enrique IV vestido con harapos de penitente,
descalzo y arrodillado sobre la nieve y el hielo durante tres días en enero de
1077, afuera de su palacio de Canossa, llorando e implorando perdón y
clemencia, lo que finalmente le fue concedido según expresión papal
“liberándolo de las cadenas del anatema”.
A partir de estos tiempos la jerarquía empieza a utilizar
indiscriminadamente las principales armas del poder eclesiástico, que han
sido la excomunión y los interdictos. Los maestros de la verdad abusan de su
posición eclesiástica y de su sacralizada imagen religiosa para lanzar a
diestra y siniestra la más poderosa de sus armas: la intimidación espiritual,
la amenaza de condenación eterna.
Cabe señalar que los diez primeros siglos de la Iglesia, fueron
conformando la existencia –legítima y válida- de dos expresiones del
cristianismo: el de la Iglesia de occidente bajo el patriarcado de Roma y el
de oriente integrado por cuatro patriarcados: Constantinopla, Alejandría,
Antioquia y Jerusalén. Coincidiendo en lo fundamental, el occidente y el
oriente cristiano se diferenciaban en algunas creencias –la invención del
purgatorio- y en algunos ritos –lunes o miércoles para el inicio de la
cuaresma o el uso o no de levadura en la elaboración del pan para la
eucaristía-. Los desacuerdos y pugnas doctrinales entre Roma y la Iglesia
bizantina –y las rivalidades políticas generadas a partir de la coronación de
Carlomagno en 800, rechazada por la Iglesia oriental y continuadas por las
pugnas políticas entre oriente y occidente, suscitadas a partir de la elección
del Patriarca ortodoxo en 896- originaron las mutuas declaraciones de
herejías: oriente consideró herejía el ayuno en sábado impuesto por Roma
así como el celibato sacerdotal y occidente contestó con su respectivo
catálogo de herejías orientales, hasta que las pugnas llevaron en 1054 a la
excomunión del Patriarca de Constantinopla y de todos los cristianos
ortodoxos –lo que constituyó un acto más en el proceso del primer gran
cisma de la Iglesia cristiana-. Esta excomunión, como un acto de poderío
papal se mantuvo durante casi mil años hasta que en 1965 la levantó Paulo
VI. Pobres ortodoxos los que tuvieron que vivir mil años en el infierno.
Ganarse el cielo o el infierno, para los mortales, depende en muchos casos,
35
de los intereses de la geopolítica vaticana. Y se dicen maestros de la
verdad.
Las cruzadas, iniciándose bajo el romántico y heroico propósito de
rescatar los lugares santos de las manos musulmanas, no lograron su
objetivo y se convirtieron en un movimiento destructivo; iniciaron con
optimismo y terminaron en desastre y desunión para los cristianos. Bajo la
organización papal, las cruzadas fueron la guerra –concebida como un
castigo por el bien espiritual- contra los herejes a fin de lograr la
imposición –por la fuerza- del cristianismo latino; los cruzados además de
combatir a los musulmanes, pretendieron la conversión forzada de los
ortodoxos y para ello confiscaban sus templos y aprisionaban a sus clérigos.
Contrariamente al objetivo, los cruzados no liberaron a los cristianos
ortodoxos del yugo del Islam sino lo empeoraron. El error de las cruzadas
fue creer en la agresión militar para expandir el cristianismo; se creía, a
partir de los postulados de San Agustín, que el robo, la tortura y el
asesinato de los no creyentes o herejes estaba no sólo permitido sino
aprobado por el cristianismo. Para reclutar soldados a manera de cruzados,
la Iglesia les prometía santidad instantánea, perdón absoluto de todos sus
pecados y garantía de vida eterna. Con estas promesas la jerarquía
instrumentó el movimiento religioso-militar más espectacular de la historia,
conformando un ejército de mercenarios de la religión; a cambio de matar,
la jerarquía les prometió la salvación. Las cruzadas debilitaron a la iglesia
oriental y los desmanes de los cruzados incrementaron las tensiones entre
el cristianismo romano y el bizantino. Salónica –segunda ciudad bizantina-
fue saqueada por los cruzados en 1185, quienes en una orgía de sangre,
muerte y sacrilegio bailaron borrachos sobre los altares, profanaron vasos y
símbolos sagrados y violaron y asesinaron a hombres, mujeres y niños, pero
todavía faltaba el saqueo de Constantinopla en 1204 por estos mercenarios
de la fe, quienes además de masacrar a los cristianos ortodoxos, causaron
una destrucción sin límite de tesoros culturales, reliquias y de obras de arte
secular y religioso –Bizancio era la capital cultural del mundo de entonces y
la riqueza atesorada en sus templos no tenía comparación en el mundo-
llegándose hasta la destrucción de la catedral de Santa Sofía, cuyo altar
fue profanado, destruido y vendido a pedazos por los fanáticos de la
religión, saqueo que fue declarado como sacrílego por el mismo Papa
Inocencio III. Con este acontecimiento en Constantinopla –hoy Estambul- el
13 de Abril de 1204 culminó el cisma que dividió a la cristiandad cuyos
motivos finales en realidad no fueron de índole teológica sino los horrores
de la guerra de los cruzados. El cisma se generó por la ambición de la
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jerarquía occidental que agredió a los cristianos de oriente y así, durante
los últimos ochocientos años, el rencor ortodoxo y la arrogancia romana han
mantenido la desunión en la cristiandad, paradójicamente contraviniendo el
mandato de su Fundador, de “amaos los unos a los otros”.
Inocencio III ha sido el Papa (1198-1216) más poderoso de la historia.
Elegido pontífice a la edad de 37, fue discípulo de los canonistas llamados
“decretistas” por ser partidarios del Decreto de Graciano (1140), el cual
postulaba que además del reino celestial, hay un reino terrenal sometido en
lo absoluto a la autoridad del Papa. Privaba también entonces el pensamiento
de Alano de Inglaterra, quien sostenía la teoría de la monarquía mundial del
Papa. Así, Inocencio III pretendió convertirse en el líder espiritual y
político de todo el mundo. Sostenía que de su mano tenían que aceptar el
poder emperadores y reyes, convertidos en sus vasallos, pues en el mundo
“todo debe obedecer al vicario de Cristo” postulando además que la elección
de todo príncipe, rey o emperador quedaba sujeta a la aprobación papal,
pues a él correspondía asegurarse que los elegidos fueran los
“espiritualmente valiosos para ser coronados”, ya que argumentaba que a
San Pedro se le había dado no sólo la Iglesia sino todo el mundo para
gobernarlo. En el clímax de su egolatría declaró que así como la luna refleja
la luz del sol, los reyes reflejan la autoridad del Papa y definió su ubicación
considerándose “debajo de Dios, pero arriba de los hombres”. Así hablaba el
líder de los católicos, un gran exponente de los “maestros de la verdad”.
Este Pontífice intervino –argumentando su supremacía- en múltiples
disputas entre reyes y emperadores y partidario de la violencia, reprimió
brutalmente la herejía, haciendo caso omiso de la opinión de Francisco de
Asis, quien profesaba la difusión de la fe a través de la convicción y de la
instrucción basada en la prédica del amor.
Los interdictos y la excomunión fueron sus armas recurrentes. Cabe
aquí señalar que los interdictos –vigentes aún en el nuevo Derecho Canónico,
cánones 1331 y 1332 y 1364 a 1399, promulgado por Juan Pablo II- son
determinaciones por las cuales –con efectos similares a la excomunión- se
priva a un individuo o colectividad, de la posibilidad de practicar actos de
culto y de recibir los auxilios religiosos. Aplicable a colectividades enteras –
naciones inclusive- y por ende a inocentes y culpables, el interdicto
constituye una prohibición de las prácticas religiosas, incluyendo los
sacramentos del matrimonio, la confesión y la eucaristía; el bautismo sólo
puede realizarse a puerta cerrada y la comunión sólo puede impartirse en
37
algunos casos, dependiendo de las modalidades que se determinen en un
interdicto, a los moribundos. El interdicto prohíbe el culto público, cierra
las iglesias, suspende símbolos, vasos, ornamentos e instrumentos del culto;
puede imponer el rezo obligatorio a determinada hora, el uso imperativo del
luto, el ayuno permanente durante un determinado período, así como la
práctica de penitencia humillante y aún la flagelación. La medida abarca
hasta la prohibición de la celebración religiosa de funerales y de cristiana
sepultura, creándose en los “camposantos” secciones reservadas para
quienes mueren sujetos a interdicto.
Dice Marie Ann Collins –estudiosa y crítica de estas instituciones
canónicas, a partir de que ingresó como monja católica- con cuyo permiso
traducimos y transcribimos lo siguiente, que “si el Papa entra en conflicto
con un gobernante civil, puede entonces poner bajo interdicto a los
respectivos gobernados (quienes son inocentes) con el fin de aplicar presión
en el gobernante. Esto funciona. Los súbditos católicos a su vez presionan al
gobernante para que se someta al Papa y éste levante el interdicto”.
Los interdictos –que no son facultad exclusiva del Papa, sino pueden
ser emitidos también por los obispos- iniciaron su aplicación en la Edad
Media como medidas para forzar a la obediencia, inspirándose en la
costumbre de los bárbaros de culpar a una familia o a toda la tribu, por las
faltas individuales de sus integrantes. En 586 el obispo de Bayeux aplicó el
interdicto a toda la región de Rouen (Francia) para lograr que sus
habitantes delataran a un mercenario de la reina Fredegunda. El Papa
Gregorio VII puso a la provincia de Gnesen (Polonia) bajo interdicto, porque
el rey Boleslao II había asesinado al Obispo de Cracovia. El Papa Alejandro
II lo aplicó sobre toda Escocia en 1180 porque el rey se rehusó a aceptar al
nuncio papal. El Papa Inocencio III lanzó ochenta y cinco interdictos, entre
ellos a toda Francia en 1200, para obligar al rey Felipe Augusto a dejar a su
concubina y regresar con la mujer que había repudiado, y lo aplicó también a
toda Inglaterra el 23 de Marzo de 1208, para doblegar el Rey a aceptar al
arzobispo de Canterbury, logrando después de seis años de interdicto
convertirlo en su vasallo y obtener el pago de un tributo.
Si bien estos casos son antiguos, los hay en los tiempos modernos,
como es el caso del interdicto de Malta, isla mediterránea sobre la que
recayó el poderío eclesiástico, tan sólo hace cuarenta años, en 1962, por
razones electorales, de lo cual da testimonio el sacerdote católico Mark F.
Montebello. El interdicto consistió en declarar oficialmente la comisión de
pecado mortal por los electores que votaran por Mintoff, el candidato del
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Partido Laborista, que no era bien visto por el Arzobispo local que decretó
la medida. Para evitar el voto por tal candidato el jerarca instruyó a los
sacerdotes para que en la confesión negaran a los fieles la absolución de sus
pecados si se manifestaban partidarios de tal preferencia electoral y
además –en aplicación del interdicto- los amenazaran con la negativa de
absolución por su “pecado mortal electoral” si llegaban a emitir su voto por
el referido candidato. Los sacerdotes que se negaron a acatar la medida
fueron enviados fuera de Malta como misioneros a lugares lejanos y los
católicos que murieron bajo interdicto, fueron sepultados, sin funeral
religioso, en una sección especial del cementerio que fue denominada como
“el depósito de basura”.
¿Cómo puede una persona sujeta a interdicto no morir en pecado
mortal? Confesándose. Pero para esto se requiere la satisfacción de los
siguientes requisitos: que se esté en peligro de muerte y que se esté
conciente de estar en peligro de muerte; que estando en peligro de muerte,
se esté en aptitud física y mental de pedir un sacerdote; que se encuentre
un sacerdote que acepte oír la confesión y que desde luego la absolución se
otorgue antes de la muerte. Como dijo un amigo mío: “es más fácil sacarse el
melate”!
Así manipula la jerarquía su poderío, abusando del espíritu religioso
de los creyentes, amenazándolos con las llamas del infierno si no responden
a sus intereses. Así lo hace ahora y lo hizo antes.
Durante los siglos XIII, XIV, XV y XVI, a consecuencia del cisma, la
cristiandad sufrió las consecuencias: surgieron dudas y confusiones sobre la
legitimidad de la guía espiritual y sobre la esencia misma de los postulados
doctrinarios. Vinieron más excesos en la vida eclesiástica, por el afán de
riqueza, opulencia y frivolidad del alto clero, contra lo que muchos cristianos
se oponían, aún clérigos mismos que reclamaban las reformas necesarias
para reencauzar la labor apostólica de la Iglesia. Surge en esta virtud el
modelo alternativo de Iglesia por el que pugnaba Francisco de Asís, al
reclamar la reorientación eclesiástica hacia una Iglesia de servicio, de
pobreza, de humildad y una simplicidad de la fe inspirada en la sencillez –
contemplativa de la naturaleza- que se revela en su cántico de “Hermano
Sol, Hermana Luna”. Surgieron también los Dominicos, la Orden de los
Predicadores, para la difusión del evangelio bajo la prédica y convicción,
como una opción a su imposición por el uso de la fuerza practicada entonces.
39
En este período destaca comentar el papado de tres pontífices:
Bonifacio VIII, Clemente VII y Bonifacio IX.
A la muerte de Nicolás II –Papa proveniente de la familia Orsini- en
1292, se reunió el cónclave integrado por nueve cardenales, de los cuales
eran tres Orsini, otros tres de la familia Colonna y tres independientes.
Rivalizando dichas familias por el control del papado, el cónclave se prolongó
durante veintisiete meses, teniendo inclusive que mudarse a Perugia a causa
de la epidemia de peste en Roma. Los tres cardenales independientes, entre
ellos Gaetani y el Cardenal de Ostia, Malabranca, no daban su voto a ninguno
de los Orsini ni Colonna por temor a enemistarse con alguna de las familias
cuya fama en Italia era de criminales y asesinos. Gaetani, frío y calculador,
instrumentó un engaño diciéndole a Malabranca –que presidía los trabajos
del cónclave y era muy supersticioso- que había recibido una carta de un
ermitaño, Pedro de Morone, en la que éste le decía haber recibido una
advertencia de castigo divino si no elegían Papa prontamente. Tal fue el
miedo que esto infundió en Malabranca, que convenció a los demás de
designar como Papa –a sugerencia de Gaetani- al propio ermitaño y así lo
acordó el cónclave. Gaetani se trasladó a las montañas de los Abruzzi a
comunicar al extrañado ermitaño su designación, quien aceptó el
nombramiento ante la amenaza de condenación de su alma si rechazaba lo
que había inspirado el Espíritu Santo y, estableciendo su sede papal en
Nápoles, asumió el papado con el nombre –sugerido por Gaetani- de
Celestino V. El Cardenal fue evidentemente el poder tras el trono y mandó
construir en el palacio papal una réplica de la ermita donde antes vivió el
ermitaño-papa, quien pronto fue objeto de las intrigas de Gaetani, al grado
de que lo convenció de que por voluntad divina y para salvar su alma, lo
mejor era que renunciara al papado. Renunciando Celestino, a los diez días
fue elegido el nuevo Papa, Bonifacio VIII, que era nada menos que el
Cardenal Gaetani, cuyo primer acto papal fue el aprisonamiento y muerte del
Papa ermitaño. Gaetani, ambicioso y ostentoso, había amasado una gran
riqueza como Cardenal y así continuó como Papa, entrando luego en conflicto
con la familia Colonna, la que interceptó y robó el oro que transportaba un
convoy enviado por el Papa para la compra de una ciudad, quien como
represalia encarceló a dos cardenales de la familia Colonna. Ante esto, la
familia ofreció la devolución del oro, pero el Papa no conforme, exigió
además, para demostrar su dominación, la instalación de cuarteles suyos en
las ciudades dominadas por los Colonna, los que por su parte no aceptaron y
contestaron cuestionando la elección de Gaetani en vista a la forzada
renuncia del ermitaño. Vino entonces del lado papal la respuesta fulminante
con la bula “In Excelso Throno” que declaró herejes a los Colonna y los
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excomulgó, además de que, usando dinero recaudado para el financiamiento
de las cruzadas, el Papa compró los servicios de los Templarios –orden
sacerdotal militar- para perseguir a los Colonna, ordenando que todas las
mujeres y niños fueran muertos o vendidos como esclavos, por lo que la
familia se vio obligada a huir y exiliarse en Francia, acogidos por la nobleza
y el Rey. Pero el conflicto no habría de terminar ahí. El Papa prohibió al Rey
de Francia el cobro de tributos al clero y el Rey contestó con la prohibición
de envío de dinero de Francia a Roma. El Rey de Francia convocó entonces a
una guerra total contra el Papa acusándolo de infidelidad, asesinato, herejía,
fornicación, simonía, hechicería e idolatría –cargos apropiados para la
destitución de un Papa- a lo que el Pontífice respondió con la excomunión del
Rey francés y otorgando a los franceses la liberación de su promesa de
fidelidad al monarca, el cual por su parte, envió un ejército de dos mil
hombres comandado por un Colonna hasta el palacio de Agnani, donde
encontraron a Bonifacio, en su trono y con su vestimenta papal. Colonna,
destrozando la tiara papal, golpeó y derribó al Pontífice, ordenando a sus
soldados que lo desnudaran y arrastraran jalado de los pies, por las
escalinatas hasta una mazmorra del palacio papal; ahí en la celda, Colonna
dio la orden a sus soldados de golpear y orinarse sobre el Papa. Dos días
después el Pontífice fue rescatado por sus seguidores y huyó a Roma, donde
murió a los pocos días. Esto acontecía en los meses de septiembre y octubre
de 1303.
Después de Bonificio VIII, viene el breve papado de Benedicto X,
quien fue sucedido por Clemente V, Arzobispo de Burdeos, quien estableció
la sede papal en Avignon, Francia, sede que se mantuvo durante sesenta y
ocho años y seis Papas más, hasta que Gregorio VI regresó la sede a Roma,
donde murió aparentemente envenenado. Los italianos, que habían sido
severamente afectados en su economía por la ausencia de la sede papal –
Roma perdió en esos años la derrama de más de dos millones de visitantes-
se manifestaron afuera del cónclave cardenalicio, el cual eligió como
pontífice al Arzobispo Prigamo, italiano, que tomó el nombre de Urbano VI.
Este pontífice se ganó la animadversión cardenalicia por sus abusos y
prepotencia y fue luego destituido alegándose nulidad de la elección por la
presión de las manifestaciones italianas afuera del cónclave. Pero
sorpresivamente este cónclave eligió como nuevo Papa al Cardenal de
Ginebra, conocido como “el carnicero de Cessena” por haber mandado matar
a tres mil mujeres y niños en virtud de haberse manifestado en contra de la
violación de sesenta mujeres cometida por los soldados del propio Cardenal.
Tomando el nombre de Clemente VII volvió la sede papal a Avignon ante la
41
resistencia del destituido Urbano VI que permaneció en la sede de Roma.
Ambos papas se excomulgaron mutuamente.
A Urbano VI lo sucedió Bonifacio IX, quien necesitado de recursos,
puso en venta indulgencias, declaró años jubilares que le redituaron enormes
riquezas, impuso doble tributación y hasta el cobro de cuotas a todos los
que asumían cargos políticos o eclesiásticos. Se desató entonces una era de
corrupción, frivolidad y ambiente mundano en la corte papal, originándose
por ello la animadversión de muchos clérigos, lo que continuó con la
inconformidad que luego desembocaría en la era de libertinaje y desenfreno
bajo Alejandro VI, el Papa Borgia, padre de Lucrecia y llevaría a la reforma
luterana, causando el segundo gran cisma de la Iglesia. Es la época también
de Julio II, el Papa guerrero y de los feroces papas de la contrarreforma,
Paulo IV, Pío IV y Pío V, una época en la que el dinero italiano mandaba en el
mundo y mandaba en lo secular y en lo eclesiástico. También se dan en estos
tiempos los conflictos –por motivos personales- entre el papado y Enrique
VIII y Elizabeth I, al tiempo que los reyes europeos Felipe II, Fernando I y
Christian III se aliaban con Papa contra la reforma. Europa entró así en una
era de guerras religiosas que costaron la vida a cientos de miles y que
acabaron con la unidad religiosa del viejo mundo.
Los siglos XVIII a XX se caracterizan por el conflicto entre religión
y ciencia. Hasta el siglo XV la Iglesia cristiana basó sus planteamientos en
concepciones doctrinarias, haciendo a casi de lado a los aspectos científicos
que se involucraban en los temas religiosos. Los pocos conceptos científicos
usados eran los de antigüedad en materia filosófica, física y cosmológica.
Dominaban los conceptos de Platón, Aristóteles y Ptolomeo. San Basilio llegó
a expresar que “no es materia que nos interese si la tierra es una esfera, un
cilindro o un disco, o si es cóncava o como sea”!
El estudio había sido, previamente a estos siglos, monopolio de los
monasterios y fuera de ellos, casi nadie sabía leer, hasta que apareció la
imprenta. Los conocimientos científicos eran más motivo de prestigio y de
orgullo pero en modo alguno se consideraban como útiles para encaminar al
hombre hacia Dios.
Así los tiempos, llega la era de los descubrimientos y avances
científicos. Y entra en conflicto la teología y la doctrina de los maestros de
la verdad, con el desarrollo y postulados demostrados por la ciencia.
42
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  • 1. Fuente de poder y privilegios La esclavitud de las mentes Reflexiones sobre cómo el sentimiento religioso del ser humano ha sido manipulado con fines de dominación por la jerarquía católica
  • 2. GUILLERMO MACÍAS Y DÍAZ INFANTE Aguascalientes, Ags.,México. Primera versión, mediados de 2003 Segunda versión, fines de 2005 La esclavitud de las mentes Índice 2
  • 3. Capítulo I.- Que trata de reflexiones introductorias sobre la verdad y sus manipuladores - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 3 Capítulo II.- Que trata de los dueños del poder civil como manipuladores de la verdad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 4 Capítulo III.- Que trata de la religión y sus ministros como factores de dominación - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 6 Capítulo IV.- Que trata de la Iglesia como concubina del poder civil - - - - - - - - - - - - - -8 Capítulo V.- Que trata de la Iglesia que se autoproclama poseedora de la verdad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -11 3
  • 4. Capítulo VI.- Que trata de la manipulación bíblica con propósitos de dominación - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 14 Capítulo VII.- Que trata de los grandes mitos inventados con propósito de dominación: el pecado original, Adán y Eva y la virginidad de María - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 16 Capítulo VIII.- Que trata de la invención de otros grandes mitos: la Santísima Trinidad, los sacramentos, el chamuco y el ángel de la guarda - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 19 Capítulo IX.- Que trata del ejercicio del poder espiritual como acción de dominación política; evolución del poderío de la Iglesia durante veinte siglos - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -21 Capítulo X.- Que trata de la Iglesia como institución guerrera, sanguinaria y conquistadora; las matanzas bíblicas como justificación de la conquista de América - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 30 Capítulo XI.- Que trata de la sacralización del poder - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 34 Capítulo XII.- Que trata de la desviación de cristianismo hacia una ideología dogmática y fanática; la administración de la industria del perdón - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -37 Capítulo XIII.- Que trata de la excomunión de la píldora y la venta de indulgencias - - - 38 ANEXOS Carta del obispo de Aguascalientes - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 42 Carta contestación de Guillermo Macías al obispo de Aguascalientes - - - - - - - - - - - - 43 4
  • 5. Fuente de poder y privilegios La esclavitud de las mentes Capítulo I Que trata de reflexiones introductorias sobre la verdad y sus manipuladores. Hay quienes temen a la verdad. Los poderosos siempre le temen y los súbditos son, en gran medida, sujetos de dominación en virtud de la subsistencia del miedo a la verdad. Jesucristo, el hombre de Nazareth, dijo: “... si permanecéis en mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos, y entonces conoceréis la verdad. Y la verdad os hará libres...” (Evangelio de San Juan, cap. 8) A lo largo de la historia han existido instituciones que se dicen o actúan como administradoras de la verdad. El estado y las iglesias, las ideologías, los reyes, los papas, las religiones y las teologías se han autoproclamado poseedores de la verdad y sobre ella han construido su poderío. Sin embargo, esa verdad no ha sido tal o ha resultado una gran mentira o un conjunto de medias verdades y medias mentiras, pero ha sido útil a los administradores de la verdad para seguir imperando con todas las consecuencias, beneficios, abusos y privilegios de la dominación. La ignorancia, la falta de conocimiento de la verdad por las masas ha sido y es en gran medida, base de sustentación de los poderosos. 5
  • 6. La dominación que ejercen los detentadores del poder –civil, político, religioso, económico- entendida esa dominación como sujeción, imposición, control y aún explotación, se ha basado en gran medida, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, en la esclavitud de las mentes. El miedo a la verdad en los súbditos es fuente de poder para los dominadores. La verdad, cuando se conoce, afecta los intereses de la dominación. Por eso los poderosos le temen, pero sin embargo la aceptan y aún cambian “su” verdad, cuando ello les favorece, cuando y por cuanto ese cambio les permite seguir detentando su poderío. La verdad ha pretendido ser administrada y ha sido manejada y manipulada en todo momento y en todas las sociedades. La verdad se controla a través de la enseñanza y del dominio público. La escuela, la iglesia y el ejercicio del gobierno son instrumentos para el control de la verdad. La historia está llena de grandes mentiras con propósitos de dominación. Sobre mitos y dogmas, en mucho, se asienta el poder. Trataremos en estos apuntes sobre las grandes mentiras de la historia, sobre los enemigos y obstáculos para llegar a la verdad. Habrá temas de escándalo. Asuntos políticos y temas religiosos. Comentaremos un poco de todo ello. Hablaremos sobre la mentira del pecado original –esa gran injusticia que nos cuelgan al nacer-. Comentaremos sobre algunas grandes contradicciones de los Papas y sobre algunos planteamientos –hoy superados- pero que han sido en su momento factor de imposición y de castigo ante su desacato. Hablaremos de las grandes mentiras y dogmas de las religiones y de cómo la Iglesia Católica –mejor dicho su jerarquía- ha estado siempre convenencieramente del lado de los poderosos y de cómo ha construido su poderío en mucho sobre mentiras y errores; al vulgo lo encantan con cuentos y mientras más inverosímiles, mejor. Quiero manifestar, para ubicar la posición de este autor, que soy creyente. Creo en Dios. Veo las maravillas de la naturaleza y del Universo como su creación y como manifestación de su existencia. Estoy bautizado bajo el rito de la Iglesia Católica y estoy convencido de la bondad de la 6
  • 7. doctrina predicada por Cristo. No obstante ello, para muchos en mis planteamientos pareceré la oveja descarriada. No importa. Las formas no me han preocupado mucho. Casi siempre me revelo contra ellas, aun cuando no dejo de reconocer la validez y aún necesidad de las formalidades. La esencia es lo que más me importa. Estos apuntes se han escrito y se publican con el propósito de mover a reflexión sobre los temas que trataremos. De abrir la mente a la verdad, como actitud permanente ante el error y la mentira. No somos irreverentes ni herejes, aunque de ello se nos acusara. Por nuestra parte tratamos de descubrir la verdad y por ello no podemos aceptar la negación de la aplicación de la inteligencia ni aún en los temas que atañen a Dios. Capítulo II Que trata de los dueños del poder civil como manipuladores de la verdad Estando anunciados como parte de estos apuntes, temas sobre el poderío de la religión y la dominación de las iglesias, una muy estimada amiga mía, integrante de los círculos del poder local me sugirió antenoche variar la línea, diciéndome: “no escribas contra los padrecitos” y para ello me dio una razón: “eso es impopular”. El consejo era apropiado para un político en campaña y no sé por qué me lo dio a mí, pues no soy político ni estoy en campaña, pero bueno, por lo casual y rápido del encuentro, no tuve oportunidad de responderle a mi amiga, que prefiero la impopularidad, a callar mi opinión sobre asuntos polémicos. Si estos apuntes imponen como cuota el precio de la impopularidad, ello sería una prueba más de la esclavitud de las mentes. Antes de entrar en tales temas, hablaremos sobre el gobierno terrenal y sobre otras manifestaciones del poderío político, económico y el de las ideologías. Entrando en materia, diremos que quienes son dueños del poder, se sienten dueños de la verdad. Una manifestación expresa de ello fue, en México, la declaración de Alfonso Martínez Domínguez en 1969 –Presidente del PRI, el partido que gobernó a este país por más de 70 años- quien dijo “El PRI no habla ni puede hablar otro lenguaje que no sea el de la verdad”. Esta pretensión tiene un antecedente en los antiguos mitos para la 7
  • 8. detentación, justificación y preservación del poder, mitos entre los que sobresale el del origen divino de los reyes o al menos de su autoridad. La gran mentira del origen o de la autoridad divinos a favor de los gobernantes terrenales ha permitido la dominación y explotación de los súbditos. Los reyes estaban en contubernio con los teólogos que, dóciles e interesados, sostenían tal origen de la autoridad, lo cual, agravado con la ignorancia popular, que propicia la esclavitud de las mentes, han juntamente propiciado la detentación del poder y los privilegios. En la antigüedad, en Egipto los faraones, en Persia y Mesopotamia los reyes, en el mundo islámico los sultanes, en la Roma imperial los emperadores, en México los reyes aztecas y los reyes de la Europa milenaria, construyeron su poder bajo argumentos de autoridad divina, de ser los elegidos de Dios. Aún en la moderna península ibérica, el dictador se proclamaba: “Francisco Franco, caudillo de España, por la gracia de Dios”. En el México de hoy –hoy, hoy, hoy- tenemos los casos de gobernantes que expresan su convencimiento de que “Dios los puso aquí” para salvar al país, sintiéndose auténticos mesías. Otros ejemplos en el mundo actual son los ayatolas de Irán, los talibanes de Afganistán y Sadam Hussein recién depuesto en Irak. La mentira, para esclavizar a las mentes. En el mundo, el gobierno se ejerce en mucho sobre la falta de verdad y en mucho sobre la mentira. John F. Kennedy expresó un día: “tuve una horrible pesadilla… soñé que se sabían todas las verdades”. En nuestro país sucede igual. Cabe recordar el slogan de campaña del PAN en 1997: “Por un México sin mentiras”. El poder también se sustenta en las armas; no hay gobierno respetable sin ejército. Suiza y Japón son las excepciones. Las armas se asocian a la política, porque la política no tiene mucho que ver con la verdad. Todo parece indicar que las armas químicas con que Irak amenazaba al mundo, fueron la gran mentira para justificar la invasión, con fines de dominación y explotación y de expansión del imperio americano. En el caso de México, como decía Octavio Paz, el país “ha sido siempre el proyecto de una minoría”. Esto se confirma con los 300 años de coloniaje, en que fue gobernado por élites y en el hecho mismo de la consumación de la independencia, producto del cambio radical de posición de los antiguos enemigos de la emancipación: la aristocracia, el clero y el ejército, quienes a fin de cuentas la promovieron para conservar sus 8
  • 9. privilegios ante la amenaza de aplicación de la Constitución liberal promulgada en España de manera obligada por el rey Fernando VII. Los gobernantes civiles del México de la Revolución –los de la segunda mitad del siglo XX- paradójicamente fueron de corte conservador; su discurso revolucionario era sólo para impresionar a las masas y proteger los intereses de la clase gobernante, incluyendo en ésta, al clero. El PRI, como partido revolucionario, nunca ha revolucionado nada. Hablamos arriba de la ilusión mesiánica que invade a nuestros gobernantes. El tercer presidente de México, Bustamante, proclamaba en 1831 que el pueblo mexicano “sería en breve, el más feliz del universo”. Esa brevedad aún no termina. El lenguaje ilusorio tiende y sirve para controlar, someter y dominar a las masas. Fox acaba de pronosticar que la economía mexicana será en diez años como la de Japón y en diez y ocho como la de Estados Unidos. Los mensajes de los presidentes siempre han sido en el sentido de que todo está bien y si no, que estamos a un paso de ello. Las instituciones del “tapado” y del “acarreo” son muestras de las grandes mentiras de nuestra democracia. Las campañas, con esas instituciones, eran una burla y una mentira. La vía electoral, por ser mentira, era en México la única vía para no llegar al poder. Hoy, esta vía, sigue estando plagada de mentiras. La corrupción, como parte del sistema político mexicano, hace que lo que no es, sea y lo que es, no sea, conllevando su falta de verdad y la mentira. Pero ha servido para el mantenimiento y subsistencia de los gobernantes. Reyes Heroles declaró en 1983 que la corrupción en México “llegó a niveles inconcebibles” y que “tendía a convertirse en regla”; esto lo confirma el slogan y objetivo del gobierno priísta de De la Madrid, que proponía “la renovación moral de la sociedad”. La mentira como sustento del poder –la esclavitud de las mentes- ha dominado los asesinatos políticos que cimbraron al país al principio de los noventas: Posadas, Colosio y Ruiz Massieu. En nuestro país, a los presidentes, gobernadores y alcaldes, conforme avanza su respectivo período de mandato, el incienso y el servilismo de sus subordinados les cierra el conocimiento de la realidad y los hacen perder el piso. Prueba de ello es el “chascarrillo” político que dice que cuando un gobernante pregunta ¿Qué horas son? La respuesta es “las que Usted quiera, señor Gobernador”. Así ilustra la ironía a la mentira, como sustento del poder en nuestro pais. 9
  • 10. La historia antigua, la reciente y la que apenas se escribe, nos demuestran que en México y en el mundo, el desconocimiento popular sobre los asuntos públicos favorece la conservación oligárquica del poder y propicia la esclavitud de las mentes, generando una situación de privilegios para las clases gobernantes. Capítulo III Que trata de la religión y sus ministros como factores de dominación La religión ha sido siempre un factor de dominación. Todas las religiones tienen y han tenido su dosis de pretensión de sujeción y sometimiento en base a mitos y dogmas, a fin de propiciar el ejercicio del poder por parte de sus administradores. La ignorancia de las masas es y ha sido aprovechada por lo ministros de los cultos, para la consecución de sus fines: la observancia de la religión –en cuanto ideología- y la conservación de sus cargos –fueros, prebendas y privilegios- y la detentación del poderío que en ello se implica. Es grave el destino de quien atente contra los dictados de la jerarquía. Sócrates fue sentenciado a morir bebiendo veneno, por atreverse a sostener que los dioses griegos no tenían existencia objetiva, sino que eran meros símbolos de las creencias. El gran sabio fue condenado, pues esto afectaba sin duda el poder teocrático de la Grecia antigua. También el astrónomo de Samos, Aristarco –Siglo III A.C.- fue tratado de impío y hereje por afirmar que la tierra se mueve. Los aztecas adoraban al sol, considerándolo como un dios. Hoy difícilmente hay en el mundo quien considere como divinidad a la estrella de nuestro sistema planetario. Sin embargo, esa creencia fue un factor de poder para los jerarcas –sacerdotes y emperadores- del antiguo imperio prehispánico en México. En África, los sacerdotes –brujos o como se les quiera llamar- teólogos de la religión tribal de los Urúa, asentados junto al lago Tangañica, sostenían que ellos –los sacerdotes- eran dioses y ante el pueblo 10
  • 11. justificaban su acción de beber y comer, argumentando que lo hacían no por necesidad sino por mero gusto. Los sacerdotes entre los Incas del Perú, enseñaban que los monarcas eran dioses y que las enfermedades que padecían eran mensajes del dios supremo para llevarlos a reunirse con él. Bien pudiéramos decir que esas son cosas del pasado, de la remota antigüedad y que si pasaron, lo fue por las circunstancias de entonces. Sin embargo, la actitud de los jerarcas ha persistido a lo largo de los siglos. Dos mil años después de Sócrates y Aristarco, la jerarquía católica emitía fulminantes sentencias condenatorias contra Galileo, quien, por sostener que la tierra gira alrededor del sol y no a la inversa, fue obligado a retractarse de su descubrimiento para salvarse de la hoguera, no así Giordano Bruno, quien sostuvo la existencia de muchos sistemas solares, contra la creencia de que la Tierra era el centro del Universo; este sabio, al ser conducido a la hoguera, fue amordazado como símbolo punitivo para la disidencia de aquellos que opinaban en contra de la jerarquía, en contra de lo que decían los maestros de la verdad, los príncipes de la Iglesia. Buffon, el gran naturalista, postuló tan recientemente como a mediados del Siglo XVIII, la tesis de que el viento, el agua y otros factores geológicos han conformado las montañas y los valles de la Tierra. Sin embargo, los teólogos de la Sorbona de Paris condenaron su tesis bajo el argumento –hoy irrisorio- de que la superficie de la Tierra había sido formada tal cual por Dios, al momento mismo de la creación. Y había que creerles, so pena de caer en las garras del Tribunal del Santo Oficio y acabar quemado. Las religiones han sido manipuladas por los clérigos, como instrumentos de poder y dominación, malinterpretando, tergiversando, retorciendo y aún modificando los textos de los libros sagrados o, en su caso, las enseñanzas de los fundadores de ellas. En esos procesos, ha habido una respectiva dosis de utilización y manipulación de las enseñanzas religiosas, a fin de conquistar, preservar y usufructuar el poder. Los escritos religiosos –a manera de libros sagrados- con pretensiones de ser de origen y carácter divino, están presentes a lo largo de la historia. Los hindúes con sus “Vedas”, los mayas con el “Popol Vuh” y los musulmanes con el “Corán” –dictado por los ángeles al profeta Mohamed-, son ejemplos de culturas que han basado su religión y su teología en escritos sacralizados. Igual acontece con el Judaísmo –basado en los libros del Antiguo Testamento- y con el Cristianismo –católico, protestante 11
  • 12. y ortodoxo- basado en la Biblia –libros del Antiguo y del Nuevo Testamentos-. Todos estos escritos han sido y son usados para el ejercicio del poder –explotando o aprovechando la ignorancia de las masas- no obstante las imprecisiones, inexactitudes y aún los crasos errores que contienen. En efecto, los libros de origen o autoría divina –utilizados por las religiones- resulta que no son tales, so pena de sostener que los dioses han estado equivocados. La Biblia de los cristianos ha sido manipulada presentándola como una obra de inspiración integralmente divina y la creencia absoluta de que es la palabra de Dios ha sido difundida y sostenida por la jerarquía –por error o por engaño- pero siempre con propósitos de dominación. Inclusive los textos bíblicos han sido sustituidos por las doctrinas de los teólogos, acomodadas en sus conceptos, para sus fines y propósitos de dominación. En la Biblia claramente se dice que la Tierra está inmóvil y que es el centro del Universo. Cuando Copérnico demostró lo contrario, fue severamente atacado por los teólogos de la época. Alegaban que el Espíritu Santo no podía haberse equivocado. Otros errores bíblicos son el considerar a la liebre como animal rumiante, siendo que no lo es, y que el rey Baltasar fue hijo de Nabucadonosor, cuando entre ambos hay cuatro siglos de distancia. Aceptar a rajatabla los textos literales de la Biblia es aceptar que el Espíritu Santo andaba despistado cuando inspiró a sus amanuenses. Los textos bíblicos, llenos en mucho de simbolismos de los teólogos que los redactaron, están influidos por las circunstancias sociales, políticas, culturales y desde luego religiosas de las épocas en que se escribieron. Sin embargo, la jerarquía católica las ha tomado y manipulado en su favor y beneficio. Y hay de aquél que no lo crea. Los ejemplos están a la vista. Para mantener y mantenerse en el poder, los teólogos –de las diversas religiones- han sostenido postulados contrarios y contradictorios; lo que ayer enseñaron y cuya observancia o incredulidad castigaban con el infierno, hoy lo aceptan. Lo que antes era pecado mortal, hoy no lo es. Se trata entonces de circunstancias y actitudes acomodaticias, para perpetuar su dominación. Los mitos y los dogmas –partes de las creencias religiosas- han sido en múltiples casos derrumbados por la fuerza de los hechos, pero aún así, las religiones subsisten largas temporadas; muchas se han extinguido, pero en otros casos los ministros de los cultos, obligados a adaptarse ante la evidencia de la falsedad de las creencias, se ajustan a las nuevas ideas, la 12
  • 13. mayoría de las veces no sin dificultad ni reticencia, y al afecto esgrimen teorías que pretenden justificar los errores y mentiras que sostuvieron, defendieron, pregonaron e impusieron en el pasado. Ser acomodaticios, oportunistas, es al parecer en mucho su esencia, a fin de seguir y proseguir usufructuando la esclavitud de las mentes. Capítulo IV Que trata de la Iglesia como concubina del poder civil La Iglesia ha estado siempre –desde Constantino, el emperador que impuso el cristianismo como religión oficial del Imperio- entrometida en los asuntos del estado, aunque su intervención actual la niegue la jerarquía, como lo hizo el domingo pasado el Obispo de Aguascalientes. Últimamente la Iglesia mexicana, para meterse en política utiliza su sacralizada palabra, aprovechando la creencia popular de que es palabra de Dios y dándole un carácter civil que no tiene, la disfraza como ejercicio de libertad de expresión, a fin de “orientar” a los votantes, realizando una verdadera actuación de adoctrinamiento con fines políticos y para servicio de sus intereses. (Hay que recordar que hablo de Iglesia en su acepción de “jerarquía”, es decir, de los individuos que gobiernan a la “ecclessiam suam” o sea a los que controlan a los seguidores de la doctrina de Cristo.) Más que entrometida, la Iglesia ha encarnado el gobierno en múltiples épocas y lugares. Cabe recordar a los cardenales Richelieu, Mazarinos y Cisneros, así como a todos los papas que de 1523 a 1870 fueron al mismo tiempo reyes en Italia. El papa Adriano VI, quien fue el último papa no italiano antes de Juan Pablo II, fue elegido Sumo Pontífice habiendo sido maestro y amigo íntimo de Carlos V, el más poderoso emperador de la época, hecho éste que ameritó el comentario de un historiador, quien dijo que “no cabe duda que el Espíritu Santo sabe bien hacia dónde sopla”. Gobierno y religión –Estado e Iglesia- han formado a lo largo de la historia un binomio inseparable, un vínculo casi indisoluble en una relación muchas veces truculenta y tenebrosa. La Iglesia, más que la esposa de Cristo, ha sido la concubina del estado. 13
  • 14. El sentimiento religioso del hombre y su necesidad de creencia en un ser superior, han sido aprovechados por la jerarquía para efectos de manipulación y con fines de control, acordes a sus intereses políticos. Esto es innegable. La historia lo registra. El miedo al anatema, a la excomunión, al terror a las llamas del infierno los inculca la jerarquía, los pregona y los aprovecha para sus fines de control. Usurpando la palabra de Dios –las masas creen que todo lo dicho por el clero es verbo divino- utilizan su posición para conservar su poder y privilegios y continuar con el sometimiento de los grupos sociales a la ideología que en gran medida tergiversadamente difunden como si fuera la misma doctrina de Cristo. El error y la mentira aparecen con harta frecuencia, casi hasta configurar una constante en la prédica eclesiástica, y sus efectos son –deliberada o inconscientemente- explotados o aprovechados por la jerarquía para mantener la cohesión del cristianismo y usufructuar la fuerza política –con los intereses, entre ellos los económicos- que conlleva. A los poderes civiles que se le oponen, la jerarquía responde con la fuerza de los poderes celestiales. Inocencio III excomulgó y condenó, “en nombre de Dios” a Markward de Anweiler, caso en el cual, con la misma representación divina y con la autoridad de Pedro y Pablo, decretó la orden de sufrir el mismo castigo “a quien le facilite ayuda o favor, o le suministre a él y a sus tropas alimento, vestido, naves, armas u otra cosa cualquiera que pueda aprovecharle”, sentencia que también alcanzaría a cualquier ministro “que se atreva a rezar el servicio divino para él”. Hoy la jerarquía no es tan burda, ha cambiado sus formas y sus métodos; hoy tiene maneras distintas de moverles el tapete. Pero los fines siguen siendo los mismos. La Iglesia ha sido copartícipe del poder terrenal y es un hecho que manipula las creencias con fines de control político. Ahí están los obispos mexicanos metidazos en la actual campaña política, hasta inventando pecados mortales, como el votar por partidos que no coincidan con sus postulados doctrinales, o como cuando la jerarquía nicaragüense manipuló unas supuestas apariciones de la Virgen, difundiendo que la Madre de Dios quería “la conversión” de Nicaragua, siendo que tales jerarcas eran ya para entonces opositores al régimen sandinista. Como en el caso de Fátima, cuyas virginales apariciones han sido severamente cuestionadas por los mismos teólogos católicos, también se dijo que la Virgen pedía “la conversión de Rusia”. Curiosamente, la Virgen se aparece en los dominios de los regímenes adversos a la jerarquía, pero nunca se ha aparecido en Estados Unidos –para 14
  • 15. pedir la conversión de los gringos, siendo que el país es mayoritariamente protestante-. El Vaticano hace tiempo que anda en buenos términos con los gobiernos estadounidenses y hasta promovió la participación de sus obispos en temas de la política americana, al mismo tiempo que condenaba la participación de dos sacerdotes en el gobierno de Nicaragua, amenazándolos con excomunión. Lo de Nicaragua es todo un caso. La Iglesia apoyaba la dictadura somocista, pero cuando estuvo a la vista la caída del último de los “Tachos”, un mes antes la Conferencia Episcopal justificó el “derecho a la insurrección” y pronto se alineó con el nuevo régimen, pero al tambalearse éste, el péndulo eclesiástico se movió, como siempre convenencieramente, ahora hacia “los contras”, los nuevos detentadores del poder. Igual aconteció en España cuando se veía venir la muerte de Franco; el clero se apresuró a criticar al dictador y se identificó con las nuevas corrientes ideológicamente contrarias al franquismo, cuando antes lo alababa rastreramente, como en 1939 cuando Pío XII expresó su “paternal congratulación” por “la victoria” del franquismo e impartió su bendición apostólica sobre “la católica España, su Jefe de Estado y su ilustre gobierno”. La alianza eclesiástica con las dictaduras es representativa de lo acomodaticio de los jerarcas. En Chile realizaba “tedeums” –ceremonias de acción de gracias- por el régimen de Pinochet. Bueno, en México, hasta el Negro Durazo –el policía de más negro historial- recibió un “reconocimiento papal” por su labor policiaca. En plena crisis económica mexicana de principios de los ochentas, el Obispo Auxiliar de México, Genaro Alamilla pregonaba que “hoy más que nunca, los mexicanos tenemos que estar unidos en torno al presidente Miguel de la Madrid Hurtado”, mientras la Conferencia Episcopal pedía “a todos los sectores” “unirse para secundar las iniciativas de nuestro gobierno” y el –enriquecido- abad de la Basílica de Guadalupe, Schulemburg, pedía a los trabajadores “entender las circunstancias” y “esperar mejores tiempos para recibir mejores salarios”. Era un auténtico maridaje con el sistema político priísta. Pero vienen los tiempos de cambio y tal parece que el Espíritu Santo cambia de soplo. Cuando en 1998 era ya previsible la derrota priísta en Aguascalientes, en los templos hidrocálidos se oía a los clérigos en las misas dominicales elevar sus plegarias “por Felipe González” quien entonces era el candidato del PAN a gobernador del Estado. 15
  • 16. El caso mexicano es patético. Durante el virreinato, muchos virreyes fueron los obispos o arzobispos, cuyos cargos eran vitalicios; al menos diez virreyes fueron altos dignatarios del clero. Por ello era entendible que Pío VII, en la encíclica “Etsi longissimo” de 1810 condenara los movimientos insurgentes de América –utilizando el poder sacralizado de su voz y su palabra- pidiendo a los obispos que “demostraran a sus ovejas los terribles y gravísimos perjuicios de la rebelión”, ello a fin de lograr “tan santo objeto” como lo es la sumisión a “nuestro rey católico” “a nuestro hijo en Jesucristo” el rey de España. A nivel de la metrópoli –España- se mantenía el concubinato Iglesia-Estado, con la figura de Felipe II, el rey en cuyos dominios “nunca se ponía el sol”. Como consecuencia de los intereses eclesiásticos, cayeron fulminantes excomuniones sobre Hidalgo y Morelos, quienes además, por ser clérigos, fueron humillantemente degradados. Sin embargo, triunfante la independencia, la Iglesia se llena la boca hablando del “padre” Hidalgo y del “cura” Morelos, queriendo hacerse partícipe del movimiento de emancipación. Sin memoria histórica, olvidando las palabras papales de aquél documento doctrinario, la Iglesia –la jerarquía mexicana-, en 1985 autocalificándose de “factor de paz, unidad y progreso” difundió un mensaje en el que “se alegra” con motivo del 175º aniversario de la independencia nacional. Dando auténticos bandazos, la jerarquía manipula las conciencias. Hoy se alegra de aquello que antes condenó; lo que antes era “santo objeto” hoy ya no lo es y lo que antes vituperaba, hoy es motivo de “su alegría”. Por ello es dable entender que hoy invente pecados mortales por motivos electorales; después seguramente ya no lo serán. Esta es y ha sido la actitud de la jerarquía en su actitud usurpadora de la palabra de Dios, todo ello para seguir en usufructo de la esclavitud de las mentes. Capítulo V Que trata de la Iglesia que se autoproclama poseedora de la verdad La Iglesia Católica se ha considerado a sí misma como poseedora y maestra de la verdad y por ende como su administradora, pero la jerarquía no ha sido siempre atinada; es más, su desempeño está a lo largo de los siglos, lleno de contradicciones. 16
  • 17. Las encíclicas y bulas papales, los decretos de la Santa Sede, de los sínodos y de los concilios, así como las pastorales de los obispos, entre otros, son los documentos a partir de los cuales la Iglesia impone su línea doctrinal y se proclama depositaria de la “Verdad” (así, con mayúscula, para significar a la divinidad) y aún ha pretendido ser poseedora de la verdad en diversos campos de la ciencia, pero no obstante su pretensión, ha resultado errada en múltiples ocasiones en cuestiones de filosofía, historia, geografía, astronomía y aún en medicina –la vacuna contra la viruela motivó rabiosas protestas de los teólogos de la época-. También se ha equivocado gravemente en la interpretación de la Biblia. A quienes no aceptan sus errores, a los disidentes, la Iglesia, en nombre de Dios, los ha perseguido, torturado o asesinado y a otros, cuando menos los ha condenado a las llamas eternas del infierno. La posición oficial de la Iglesia como poseedora de la verdad, se ha manifestado expresamente a lo largo de la historia. En los albores de la cristiandad, los apóstoles Pedro y Pablo tenían ya discrepancias doctrinarias, entre ellas, derivada de la legislación mosaica, la relativa a la circuncisión de los varones como requisito para la aceptación de miembros en la comunidad cristiana. Para superar esos conflictos celebraron una conferencia apostólica, después conocida como el Primer Concilio de la Iglesia Cristiana o Concilio de Jerusalén, con motivo del cual se expidió el decreto conciliar que empieza diciendo “Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros...” y en términos de dicho documento resolvieron sus apostólicas diferencias; la circuncisión no fue ya obligatoria y con ello se abrió la puerta para que el cristianismo dejara de ser una secta de judíos, para empezar a convertirse en una amplia creencia en el mundo de los gentiles y a penetrar en las estructuras de la tolerante sociedad romana de entonces. Otras manifestaciones de la pretensión magistral de la jerarquía son por ejemplo el texto de San Simplicio papa, quien en el año 476 sostenía que “a la Iglesia jamás le toca retractarse”. El quinto Concilio Ecuménico (Constantinopla, año 533) concluyó pregonando que lo que no concordara con sus postulados “lo condenamos y anatematizamos” (anatema, sinónimo de maldición en nombre de Dios). El Concilio de Nicea sostuvo que “Si alguno rechaza la tradición eclesiástica, escrita o no escrita, sea anatema”. El séptimo Concilio (Constantinopla, año 870, a casi mil años del inicio de la cristiandad) sostuvo que “profesamos guardar y observar las reglas que han sido transmitidas... por cualquier Padre y maestro de la Iglesia que habla divinamente inspirado”. Mil años después, en 1857 el Papa Pío IX condenó 17
  • 18. cualquier pretensión de que por el uso de la razón se cuestionen cosas de la fe” porque con ello se perturbaba “la perenne inmutabilidad de la fe” puesto que las doctrinas humanas “no son consecuentes consigo mismas ni se ven libres de múltiples errores”. Y viene luego el primer Concilio Vaticano en 1870 que declarativamente postuló que la doctrina de la fe fue “entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada...” Este Concilio estableció la “infalibilidad papal”, ese enorme culto a la personalidad que se vino tejiendo en los entramados de la política de la jerarquía eclesiástica en la corte romana. A su vez, el Concilio Vaticano II, a mediados de los 1960’s, emitió la Constitución Dogmática denominada “Lumen Gentium” –la luz de los pueblos- en la que se estableció que “Los obispos son los pregoneros de la fe...y son los maestros auténticos... herederos de la autoridad de Cristo”, sentenciando que los fieles “tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu...” Con razón el Cardenal Ottaviani –influyente dignatario en los pontificados de Pío XII, Juan XXIII y Paulo VI- advertía que “a los laicos sólo les toca rezar, pagar y obedecer”. La pretensión de ser depositaria de la verdad ha sido repetida por la jerarquía a lo largo de los siglos, no obstante sus múltiples equivocaciones, pero la pretensión sobre la infalibilidad papal, es decir, que el Papa no se equivoca cuando habla “ex cátedra” (sobre la silla de Pedro) es un invento que se empezó a gestar en el siglo XIII, en el ambiente cortesano de los poderosos papas-reyes de entonces y atribuida al fraile franciscano Pedro de Oliva; resultó ser un buen adorno a la investidura papal, como en el caso de los emperadores-dioses. La institución de infalibilidad se consagra definitivamente en el Concilio Vaticano I en 1870 como consecuencia de un fenómeno de poder y para efectos de la conservación del poder, pero también movida con propósitos de adulación cortesana . En el siglo XIX los entonces llamados Estados Pontificios –el extenso reino terrenal de los papas- se veían amenazados en su integridad y el Papa era atacado por los reyes vecinos; para ello la infalibilidad papal fue una arma –espiritual- excelente para descontar al enemigo, a la vez que los aduladores alcanzaban su máximo propósito, como el caso de Monseñor Mermillod, obispo de Ginebra, quien entonces se aventó la puntada de proclamar la triple encarnación del Hijo de Dios: en el seno de María, en la Eucaristía y en el Sumo Pontífice! Graves errores papales –de los administradores de la verdad- son por ejemplo la Encíclica “Quanta Cura” de Pío IX, emitida casi al empezar el siglo XX, en la que condenaba la educación laica y la libertad de cultos y, en 18
  • 19. materia política, condenó tanto el concepto del estado moderno y su separación con la Iglesia, así como a quienes se oponían a la soberanía y al poder terrenal del Papa, llegando al extremo de condenar a la democracia como sistema político. Otro ejemplar error fue el del Papa Inocencio IV en la bula “Ad Extirpandam” que contiene el reconocimiento de la tortura como método de interrogatorio eclesiástico. El obispo Cochon condenó a Juana de Arco a ser quemada viva, siendo uno de los “graves” motivos la vestimenta que usaba: pantalones en lugar de las faldas; éstas obligaban para el vestir femenino, como verdad sacrosanta. León XIII expidió en 1891 la Encíclica “Rerum Novarum”, como una supuesta posición doctrinaria en defensa de los trabajadores –siendo que ya las ideas socialistas se la habían adelantado por muchos años- pero en ella condenó las huelgas, a las que llamó “mal frecuente y grave” al que tenía que “poner remedio la autoridad pública”. Esto era una implícita autorización papal para represión de las inconformidades de los obreros; era la verdad a título de doctrina cristiana. Pero luego resulta que esa verdad ya no es tal, cuando Juan Pablo II, en la Encíclica “Laborem Exercens” defiende la huelga como derecho de los trabajadores. Al final de los 1800’s las huelgas atentaban contra el “establishment” eclesiástico y por ello fueron condenadas, pero a finales del siglo XX servirían para la caída de los regímenes socialistas y por ende el concepto papal sobre ellas cambió. Es la verdad expuesta a la manipulación del poder. La Iglesia condenó el préstamo a interés así como el cobro de intereses por la venta a plazos. El Papa Urbano III así lo hizo interpretando el Evangelio de San Lucas en el siglo XII y poco más de un siglo después, el Concilio de Vienne decretó que quien no considerara pecado a dichas operaciones, sería castigado como hereje, posición que se mantuvo aún a mediados del siglo XVII con la condena que hizo el Papa Alejandro VII. Pero después, desde el siglo XVIII las transacciones financieras fueron haciendo a la Iglesia olvidar su postulado y aún ella misma le entró al cobro de altos intereses. Y luego, hasta su banco tuvo –el Ambrosiano- liquidado a principios de los ochentas al aparecer involucrado en sucios movimientos financieros de la mafia italiana. La jerarquía persiguió y atormentó a los judíos durante casi dos milenios. La Inquisición –el tribunal de la fe verdadera- los condenaba y decretaba la confiscación de sus bienes. Todavía a principios de los años sesenta la liturgia católica incluía en el oficio religioso del viernes santo una oración por los “pérfidos” judíos. Poco más de veinte años después, la Iglesia 19
  • 20. dice que los judíos llevaron por el mundo “un testimonio heroico de fidelidad religiosa”. Los intereses geopolíticos del Vaticano ya habían cambiado. El Concilio de Trento –mediados del siglo XVI- es el Concilio del dogmatismo y se dio como una respuesta a la reforma protestante. Lutero fue enviado a quemarse en las llamas eternas al lado del iscariote y sus seguidores fueron declarados herejes. Pero el 11 de Noviembre de 1983, Juan Pablo II predicó en un templo luterano, elogió a Lutero y lo consideró como un importante reformador religioso. El domingo pasado –29 de Junio de 2003- según lo informó HIDROCÁLIDO, el Papa Juan Pablo II expresó nuevamente su disponibilidad para la discusión teológica sobre los temas que propiciaron la división de los cristianos en católicos, protestantes y ortodoxos; el Papa es polaco y no cabe duda que ha visualizado los efectos de la unión de la cristiandad. El magisterio de la Iglesia –ser maestra de la verdad- llevado al extremo de la infalibilidad papal le ha redituado buenos dividendos a la jerarquía, en términos de poderío –y también de dinero y riquezas-. Ha sido una verdad impuesta bajo la ley del miedo, del terror y aún de la sangre; es en mucho una historia negra que se ha desarrollado aprovechando la ignorancia popular sobre temas teológicos y explotando el sentimiento religioso de la gente. La doctrina de Cristo ha sido pervertida por propósitos terrenales, olvidando aquello de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cubierta bajo el manto de la posesión de la verdad, la jerarquía ha manipulado la Biblia a su conveniencia, utilizándola como un instrumento de dominación y ha convertido al cristianismo, de una religión en una mera ideología cuyos adeptos, en grandes cantidades, rayan en el fanatismo. A la jerarquía le ha dado buenos resultados la imposición dogmática –el creer a ciegas- sin posibilidad de razonamiento alguno que tienda a la convicción. Muchos católicos están convencidos de que al escuchar hablar a los “padres” están oyendo la “palabra de Dios”; así se les ha hecho creer y esa creencia, profundamente arraigada en el individuo y en la conciencia colectiva ha sido campo fértil para el adoctrinamiento convenenciero, para sembrar la semilla de la sumisión. Así, el dominio de la jerarquía se ha construido sobre la esclavitud de las mentes. 20
  • 21. Capítulo VI Que trata de la manipulación bíblica con propósitos de dominación La jerarquía, a lo largo de la historia, ha incurrido en múltiples errores de interpretación de la Biblia como palabra de Dios y, a partir de tales errores ha construido una doctrina con la cual ha guiado a los cristianos por caminos del error y lo ha hecho además mediante la imposición. La jerarquía ha inculcado, difundido y solapado muchas creencias infundadas y ha hecho y obligado a los cristianos a vivir en el error. Los errores eclesiásticos han derivado de varias causas, entre ella de la consideración de los Libros Sagrados como relatos históricos, es decir, como conjunto de supuestos hechos acontecidos realmente en términos literales, dejando de considerar a los textos bíblicos como escrituras llenas de simbolismos y además que sus autores estaban influidos por las circunstancias de sus tiempos. Por lo tanto, la doctrina sostenida, enseñada y divulgada por la jerarquía ha sido en gran medida la palabra de los hombres, más que la palabra de Dios. En relación a los textos bíblicos, la Iglesia en múltiples ocasiones ha postulado que Dios es su autor, no en sentido figurado, sino en sentido real; entre ellas, el Papa Inocencio III estableció en 1208 como postulado de fe el que “el autor único del Nuevo y del Antiguo Testamento es Dios”, en tanto que el Concilio de Florencia de 1442 decretó en términos similares que “un solo y mismo Dios es el autor” del Nuevo y del Antiguo Testamento y el Concilio Vaticano I llegó a precisar que la Iglesia tiene a los textos bíblicos como sagrados porque “contienen la revelación sin error” y que “escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor”. Sobre estas bases de autoría divina, la Iglesia ha fincado la teología del cristianismo. Pero en muchas ocasiones se ha equivocado. La inspiración bíblica ha sido un concepto exagerado y tiene que ser replanteado. No es posible sostener la directa autoría divina de los textos en los términos tradicionales. Veamos lo siguiente. Durante siglos la Iglesia mantuvo su dictado sobre la creación del universo, de la tierra y del hombre, como acontecidos históricamente en los 21
  • 22. términos narrados en el Génesis. Hoy la ciencia ha demostrado que la creación del universo fue a través de la evolución de la materia y ya la Iglesia cuando menos se hace socarrona ante las evidencias. Pero durante siglos mandó a la condenación eterna a quien se atreviera a cuestionar la historicidad de los términos de la creación. El Génesis ubica la creación de la vegetación de la Tierra en el tercer día de la creación, mientras que la creación del sol la ubica en el cuarto día. Los teólogos llegaron a sostener que la Tierra tenía una antigüedad de tan sólo cinco mil años pero se equivocaron al tomar como relato histórico lo que era un lenguaje de simbolismo doctrinal; hoy sabemos que el hombre de Tepexpan, nuestro paisano antepasado, murió cazando un mamut en el Valle de México hace diez mil años. Otro ejemplo lo encontramos en la palmaria contradicción habida entre los apóstoles Pablo y Santiago sobre la fe y las buenas obras como requisito de salvación. San Pablo (Romanos, cap. 3) sostenía que basta sólo la fé, pero luego viene Santiago (Epístola, cap. 2) y dice que de qué sirve la fe sin las obras y cuestiona que sólo la fe pueda salvarnos. ¿Esta contradicción es imputable al Espíritu Santo? Sobre los escritores de algunos libros –supuestamente de inspiración divina- ya se demostró lo contrario a lo que durante siglos fue la creencia impuesta. Por ejemplo, que Moisés no fue el autor del Pentateuco –los cinco primeros libros, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio- ni el rey David de todos los salmos de su libro ni que el rey Salomón fue el autor del Eclesiastés, ni Isaías de todo su libro. Los estudios confirman que estos libros son de épocas posteriores a las que se siempre se les atribuyeron, pero la jerarquía sostenía que Dios había inspirado a Moisés, a David, a Salomón y al profeta Isaías y ay de aquél que no lo creyera. Sin embargo, la Pontificia Comisión Bíblica prohibía sostener lo contrario a tal creencia todavía en el siglo XX y a mediados del mismo los seminaristas –curas que aún hoy nos guían- eran formados en dichas prohibiciones. Bueno, ahora se sabe que Daniel no fue profeta ni estuvo cautivo en Babilonia ni escribió un libro del siglo IV AC, sino que fue un macabeo del siglo II que escribió sobre la época macabea en lenguaje antiguo; pero ay de aquél que no creyera en sus “profesías”. ¿En dónde queda entonces la supuesta aparición del Ángel Gabriel a este “profeta” para inspirarle sus profesías durante el cautiverio en Babilonia? Hablando de profesías, un teólogo de la École Biblique de Jerusalén actualmente sostiene que la del nacimiento del mesías en Belén es un 22
  • 23. símbolo de esperanza para el pueblo judío en la continuidad de la dinastía del rey David que era originario de Belén y que el respectivo texto de Miqueas fue aplicado simbólicamente a Jesucristo por San Mateo, siendo que el texto de Miqueas no era exclusivamente aplicable a Jesucristo, ya que el concepto de “mesías” se daba a cualquier rey judío o sumo sacerdote. Presenta este teólogo la opinión crítica de que posiblemente Jesús no nació en Belén sino realmente en Nazareth y que la aplicación del texto de Miqueas se justifica para presentar a Jesús como el Mesías con ascendencia real en la Casa de David, pues la esperanza se fincaba en un mesías judío y no galileo. Si Cristo nació en Belén o en Nazareth, en nada cambia su esencia ni su doctrina y si es necesario rectificar la posición doctrinaria, que se rectifique en aras de la verdad; por lo demás sólo habría que hacernos a la idea de que el portal del “nacimiento” que ponemos en Navidad no estaba en Belén y habría que cambiar la letra de unos cuantos villancicos. Lo anterior es base suficiente para cuestionar la posición eclesiástica sobre los términos y contenido de lo que la jerarquía ha pretendido que es la “palabra de Dios” por cuanto a la supuesta infalibilidad y contenido de los textos bíblicos imputados a la directa autoría divina a través del uso de plumas de la antigüedad. Los textos bíblicos han participado de la naturaleza humana habiendo estado influidos por las características personales, de circunstancia, de época y de cultura los autores. En las siguientes partes hablaremos sobre el tema de la virginidad de María, sobre la Santísima Trinidad, sobre Satanás – el chamuco- y de otros temas cuyos textos bíblicos, como expresiones doctrinarias deben ser interpretados pero no manipulados para imponer creencias y para seguir propiciando la esclavitud de las mentes. (NOTA.- Los capítulos I a VI anteriores se publicaron en la ciudad de Aguascalientes, Ags., en la página editorial del diario local “Hidrocálido”, los días 4, 11, 18 y 25 de Junio y 2 y 9 de Julio de 2003 como las partes 1ª. a 6ª. de la serie denominada “La esclavitud de las mentes, fuente de poder y privilegios”. El obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez Flores dirigió al autor de esta serie una carta con firma autógrafa, en sobre cerrado pero por conducto del periódico, fechada al día siguiente de la publicación de la 6ª parte, carta cuestionando el contenido de este tema. Al parecer, hizo igual con el periódico y la 7ª parte, (ahora Capítulo VII) que debería publicarse el 16 de Julio, ya no apareció en el diario y, lógicamente tampoco se publicaron las partes 8ª. a 12ª. que ahora aparecen aquí como capítulos VIII a XII. La serie completa fue publicada por “Siglo 21 de 23
  • 24. Calvillo”, semanario que se publica en Aguascalientes, incluyéndole como anexos la referida carta del Obispo y la misiva del autor en contestación a la misma. La serie también fue ampliamente publicada en sitios de internet y difundida por correo electrónico.) Capítulo VII Que trata de los grandes mitos Inventados con propósito de dominación: el pecado original, Adán y Eva y la virginidad de María La imputación literal de las Escrituras a la pluma de Dios en forma de paloma, la descontextualización de la Biblia ignorando la influencia circunstancial en los autores de los textos, la interpretación literal de las palabras, los errores de concepto al traducirlas, la desconsideración de la falibilidad humana tanto al escribir como al interpretar la palabra de Dios, y la manipulación de las ideas y sentimientos religiosos, son las causas de los grandes errores doctrinarios de los hombres de la Iglesia. Así, bajo la influencia de grandes errores, la jerarquía se ha arrogado e irrogado el magisterio de la verdad, desnaturalizando el cristianismo al imponerlo como una doctrina llena de indignidad, de miedo, de culpa, de ceguera, de venganza divina y de condenación eterna, en lugar promover el mensaje de Cristo como una forma de vida humanista y de realización de las potencialidades del ser humano en toda su dimensión material y espiritual. El cristianismo es una doctrina de responsabilidad personal, de libertad individual, de justicia social, y de amor, consideración, respeto y buena fe en las relaciones humanas. Es una doctrina de dignidad y para la dignidad humana en razón de que el ser humano es –en cuerpo y alma- la máxima obra del Creador. La jerarquía nos ha enseñado, nos ha impuesto y nos ha amenazado con la condenación eterna si no creemos que Dios, creándonos como sus hijos, a su imagen y semejanza, nos hace sus enemigos desde el momento mismo de nuestra concepción. Dios crea a sus hijos, los ama como buen padre, pero los hace nacer en pecado mortal como súbditos y adeptos de Satanás; Dios, que nos hace libres, atenta contra nuestra libertad y nos cuelga una mortal responsabilidad que no debemos. Qué grande injusticia le 24
  • 25. imputan a Dios los que se dicen oráculos de la divinidad; semejante injusticia no podría ser obra divina. El pecado original es un mito que sirve para llevar adeptos a la Iglesia, bajo la explotación del terror al infierno o al menos del miedo al limbo. Así el bautismo es una imposición de fe a los niños que aun no creen, en lugar de practicarlo como una convicción de fe de los adultos, tal como lo instituyó Jesucristo. Esta es una imposición que sirve a la jerarquía para los fines de su manipulación. Desde ahí se equivoca la jerarquía, así como se equivocó en la historicidad textual de la creación, en la autoría de varios libros sagrados, en el antropocentrismo del universo, en la denostación de los judíos como “asesinos” de Dios, en la prohibición de los intereses, en la excomunión de los insurgentes, en la legitimación de la tortura como método para la declaración judicial, en la consideración de los “locos” como “endemoniados” –pobres locos, con los exorcismos les daban unas buenas “madrizas”, bajo el pretexto de que el diablo no se les quería salir-. La jerarquía se equivocó con el mito de Adán y Eva; hoy se sabe que ese señor y esa señora no existieron. Son inventos del autor del texto, el cual en verdad constituye una reflexión religiosa y moral sobre el bien y mal, para la que el escritor israelita utilizó conceptos, figuras y lugares de su época. Pero la jerarquía, manipulando las conciencias condenaba al infierno a quien no creyera o negara la existencia de tan santos y perfectos -pero incautos- señores que vivían encuerados en un jardín. La explotación de este texto –como muchos otros- encuadra en la impresión de la imaginación de las masas para el control de las mismas. Bien dice un sicólogo que “quien conoce el arte de impresionar a las masas, conoce el arte de gobernarlas”. La jerarquía declaraba hereje a quien no creyera en Adán y su costilla; hoy todavía tenemos una práctica religiosa que se basa en la falsedad del muñeco de barro, cuando el miércoles de ceniza se marca la frente utilizando un formulismo de miedo: “polvo eres y en polvo te has de convertir”. Ah, cuánto tiznan con esto! En el tema de la mujer la jerarquía ha incurrido en otro gran desatino a lo largo de los siglos y ligado a ello tenemos las consideraciones doctrinarias sobre la Madre de Cristo y el asunto concerniente a su virginidad. Doctrinariamente, en razón de una cultura machista, fálica, la mujer ha sido menospreciada. Lo fue desde la antigüedad y lo ha sido en el cristianismo. La dignificación de la mujer por el cristianismo es otro mito 25
  • 26. genial; realmente, la liberación de la mujer la empezaron las gringas a mediados del siglo XX. La mujer, desde San Pablo ha sido sujeta a sumisión. Dos textos del Apóstol no nos dejan mentir; dice tajantemente en uno: “las mujeres en la Iglesia cállense” (por Iglesia se refiere a la comunidad cristiana) y en otra de sus cartas dice “las mujeres deben estar sumisas a sus maridos en todo” (Efesios). De ahí arrancó en el cristianismo el tratamiento de menosprecio a la condición femenina, al grado de tenerle vedado el ministerio del culto y hasta el acceso físico a determinados recintos sagrados, postura que a los cuatro vientos, “urbi et orbi” lanzó todavía en 1930 el Papa Pío XI en la polémica encíclica “Casti Connubii” (La castidad de los cónyuges) en la que –vox Dei- pregonaba “la primacía del varón sobre la mujer” y “la pronta y no forzada sumisión y obediencia de la mujer” –pregona aquí nada menos que el Santísimo Padre, el sometimiento de la mujer, por las buenas o por las malas. Durante trescientos años de coloniaje español en América, la Iglesia prohibió a las mujeres realizar estudios superiores (esto se lo tienen bien calladito). Todavía no hace mucho las mujeres obligadamente usaban “chal” para entrar a los templos; tenían que cubrir su cabeza por una imposición subliminal de vergüenza consigo mismas, de ser su cuerpo y ellas mismas la encarnación del mal, del pecado, de la serpiente aquella del paraíso que nunca existió. Auténtica cultura de ayatolas y talibanes, que aún subsiste en muchos aspectos en la prédica de los curas. Hace pocos meses el Obispo de Aguascalientes se pronunció contra el trabajo de las mujeres. La moral católica, como en muchas culturas de otras religiones es responsable de la represión sexual, causante en miles de casos de frustración en la sexualidad femenina. (Próximamente escribiremos algún apunte de reflexiones sobre sexualidad y religión; de esos temas para el escándalo y el rasgado de vestiduras). Sobre el tratamiento a la mujer, otra parte negra de la historia de la Iglesia, derivada de la errónea interpretación de textos bíblicos, fue la persecución de las “brujas” y su quema en la hoguera por considerarlas “endemoniadas” –otra vez la figura del mal asociada a la imagen de la mujer-. La Iglesia nunca persiguió a los “brujos”, pero durante un lapso de cien años, en plena época renacentista, tan sólo en Alemania –invocando un mandato divino- quemó cien mil brujas, según lo escribe Bertrand Russell en su obra “Religión y Ciencia”. El supuesto mandato –en textos del Éxodo y del Levítico- corresponde a escrituras del régimen teocrático judío, bajo el cual, los brujos o adivinos eran un peligro para la clase gobernante; de ahí su razón de ser, pero la jerarquía entendió el mensaje de los antiguos judíos y tomó el texto justificando y ampliando su poderío. 26
  • 27. Sobre María, como madre de Cristo, no ponemos en duda su historicidad; tampoco la de su Hijo. Aún los escritos paganos y profanos la confirman. Pero es pertinente apuntar algunas ideas en relación al dogma de la virginidad de la Madre de Jesús. En las religiones mediterráneas de la antigüedad, los dioses nacían de vírgenes, tal vez por los mitos y tabúes que ya se tendrían en torno a la sexualidad y al papel de la mujer. La sexualidad como algo sucio no es nuevo y ha campeado en la humanidad a través de los siglos en los ámbitos de la religión, de la moral, de las ideologías y de las costumbres. Por ello no es de extrañar que los evangelistas –sólo tres de ellos, pues uno no hace referencia alguna a la virginidad de María- para resaltar la divinidad de Cristo, para propagar su doctrina, para propiciar su creencia y ya que se dirigían a los pueblos paganos tan acostumbrados a los dioses nacidos de vírgenes, incorporaran a sus textos la virginidad de la Madre de Jesús y, en tal virtud, los intérpretes que tanto y tantas veces se han equivocado a lo largo de dos mil años y con su proclive aversión hacia la función sexual, nos han presentado a María idealizada conforme a sus creencias y preferencias. Si María, en cuanto mujer y como esposa de José vivió una sexualidad normal, ello en nada afecta su papel de madre de Jesús, en nada la demerita y en nada se impide el milagro de la concepción divina. Por el contrario, María, como mujer plena y como mujer como todas las mujeres, estaría viviendo la esencia que Dios le dio. La función sexual no es algo sucio ni indigno que Dios haya puesto en el hombre y la mujer; por el contrario, es una función maravillosa con la que Dios nos dotó y debemos desarrollarla en toda su plenitud. ¿Porqué habría Dios de escoger a alguien que no fuera como el mismo Dios quiere que sean las mujeres -en cuanto mujeres y esposas, desarrollando una sexualidad natural- para ser la Madre de su Hijo? No debemos olvidar que los textos bíblicos nos hablan de los “hermanos” de Jesús, asunto respecto del cual la jerarquía se apresura a negarlos diciendo: ¡Eran sus primos! ¿Por qué menospreciar a San José? El milagro de la concepción divina pudo haberse realizado por Dios todo poderoso, a través de un espermatozoide divinizado. Este pensamiento no atenta contra la divinidad de Jesucristo ni contra la omnipotencia de Dios. A fin de cuentas, la función sexual es una de las maravillas del Creador, para la generación de la vida. El catolicismo ha desarrollado un culto a la virginidad, movido por el puritanismo sexual de la jerarquía que proyecta su envidia a quienes llevan una vida sexual normal. La virginidad no es un postulado por doctrina del Fundador sino fruto de los dictados de los eclesiásticos. Este tema de María lo concluiremos con dos reflexiones. La virginidad –como mito y dogma- (ojalá los jerarcas no me lancen anatema o excomunión, 27
  • 28. olvidando o desconociendo lo que “mito” significa) se asocia a otras circunstancias con las que la jerarquía fomenta el error y propicia el fanatismo en aras de la explotación del sentimiento religioso de los pueblos. Uno de estos casos es “la casa de la Virgen” donde supuestamente creció, recibió la anunciación y vivió con San José. Esta construcción se encuentra en Loreto, Italia, donde se venera la imagen bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto. La construcción fue supuestamente transportada por los ángeles, volando, desde Nazareth hasta la Italia medieval. La jerarquía ha dejado correr la leyenda –originada en el Siglo XIII, en plena época de las Cruzadas- y ha dejado que se transforme en creencia. La verdad le importa poco. El otro caso es el lugar donde supuestamente murió la Virgen y se realizó la asunción al Cielo. Este lugar lo ubican tanto en Jerusalén como en Turquía; la Iglesia fomenta la veneración de los dos lugares y hasta organiza excursiones en las que lleva a los mismos fieles a los dos lugares y en los dos les vende estampitas. La verdad, tampoco vuelve a importarle. Con estas actitudes, la jerarquía fomenta el fanatismo y a los creyentes los aleja de la esencia del cristianismo, propiciando así la esclavitud de las mentes. Capítulo VIII Que trata de la invención de otros grandes mitos: la Santísima Trinidad, los sacramentos, el chamuco y el ángel de la guarda La fuerza del clero es equivalente a la ignorancia de los pueblos. Esto es aplicable a todas las religiones. El control y la sumisión para efectos de los intereses del clero, se realiza a través de la imposición de postulados religiosos, explotando el natural sentimiento de fe en el hombre pero aprovechándose de la ignorancia que priva en asuntos de teologías, pues éstos son campos ajenos al conocimiento y entendimiento del común de la gente. En el caso de la jerarquía católica, los “maestros de la verdad”, en ejercicio de su sacralizada función de intérpretes de la Biblia que ha llevado a los fieles a creer que todo cuanto dicen los padres es palabra de Dios y en usufructo del miedo y del temor que provoca en el ánimo popular la no aceptación –ciega- y más aún el desacato a los supuestos “mandatos de Dios”, han utilizado textos bíblicos para la manipulación de las conciencias. 28
  • 29. El cuestionamiento de los dictados eclesiásticos tiene sus consecuencias. La jerarquía reacciona con su poder para someter o aniquilar a quien se atreva a discutir sus postulados, afectando sus intereses. Así ha sido a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo. Grandes personajes o reconocidos teólogos han sido fulminados por la avasalladora jerarquía. Para el clero, su principal enemigo es la libertad de expresión. Un tema muy debatido entre los teólogos es el de la Santísima Trinidad. Se pregunta un historiador: ¿Cómo entender que en esta figura de tres personas perfectas, una mande matar a la otra para aplacarse a sí mismo, resultando que es el mismo el muerto y el aplacado? De la École Biblique de Jerusalén surge un planteamiento: los estudios de los dogmas nos llevan ahora a interpretaciones simbólicas, en sustitución de la literalidad aplicada a los textos y al efecto plantea una interpretación simbólica de la Santísima Trinidad, señalando que sus orígenes se encuentran en la religión pagana de los griegos, que ya tenía una tríada divina formada por un Dios Padre, un Hijo y un tercer Dios fruto de ambos. Otro caso de trinidades que se encuentra en las filosofías y teologías de la antigüedad es el de Numenio, quien habla de un Dios Padre, un Dios creador y un tercer Dios que es la creación divinizada. Tenemos otro importante ejemplo de trinidad divina: la Trimurti de los hindúes. Y varias más. Resulta entonces que la Santísima Trinidad en el Nuevo Testamento puede ser un simbolismo de los teólogos escritores, influidos por las figuras trinitarias de la antigüedad. La jerarquía, para resolver el acertijo trinitario, recurrió a su expediente favorito: la imposición del dogma de fe. El que no crea es un hereje, es anatema y es acreedor a la condenación eterna; como si esa hubiera sido la actitud de Cristo en su prédica. No hay entre las doctrinas religiosas, nada más racional que el cristianismo. La prédica de Jesucristo fue hecha para ser entendida por seres dotados de inteligencia, capaces de razonar y entender, siendo por tanto una doctrina de convicción y para la convicción; no es una doctrina de imposición . Pero la jerarquía, ante todo lo inexplicable lo resuelve dogmáticamente afirmando que se trata de un “sacrosanto e impenetrable misterio”. Cabe aquí señalar por cierto, que “dogma” significa etimológicamente “opinión engañosa”. El asunto de los sacramentos es un tema cuyo cuestionamiento irrita a la jerarquía. Al menos en el caso del matrimonio, la realidad desmiente a estas teologías. Se supone que por el sacramento del matrimonio, la pareja recibe de Dios múltiples gracias y auxilios para su vida conyugal. Sin embargo, igual que acontece con los matrimonios de protestantes, judíos, 29
  • 30. musulmanes y de todas las religiones ahí están entre los católicos, tantos y tantos fracasos matrimoniales –divorciados o no-, fracasos familiares y fracasos en la formación de los hijos. Tal parece que con tanta boda, Dios no alcanza a repartir sus dones matrimoniales a todos los que se casan. La incongruencia da risa: a los católicos casados, colmados de bendiciones, cuando como producto de su amor –y de ese sacramento que es una cascada de dones divinos- Dios les da hijos, resulta que éstos nacen condenables, siendo enemigos de Dios por el pecado original. La jerarquía hace a Dios pecar de incongruente. ¿Y qué decir de las madres solteras? ¿Ellas –por haber ido a la cama en lugar de al altar- no reciben el apoyo divino para la conducción de sus hijos? La realidad también nos dice que contrario a todo lo anterior, matrimonios bien llevados, familias integradas e hijos bien educados no son exclusivos de los casados bajo el rito católico. Así pues, la realidad deja a este sacramento como una institución doctrinaria elaborada por la jerarquía, que no pasa de ser un invento. Un buen matrimonio no se hace por su celebración ante un párroco de pueblo ni aún ante ostentosos dignatarios que imparten su bendición vendiéndola en las bodas de la alta sociedad. Y cuya anulación también venden después. Los sacramentos y otras instituciones religiosas de la jerarquía católica van conformando una religión de culpas, de miedo y de sometimiento. Dentro de esta cadena tenemos a la institución del “chamuco”. Los dogmas en las religiones se conforman en muchas ocasiones de imponer como artículo de fe ciertas creencias populares que derivan de tradiciones, leyendas y del folklore mismo de los pueblos. Uno de estos casos es el de la aparición de satanás en los textos del Antiguo Testamento, según lo sostiene uno de los más reconocidos teólogos católicos, Van Haag (“El diablo, un fantasma”, Editorial Herder). Satanás –palabra aramea- o satán –palabra hebrea- servían para designar al abogado acusador en los juicios (una institución similar a nuestros agentes del ministerio público), concepto que fue aplicado –en la concepción religiosa del Dios vengador- al ángel que acusaba al género humano ante el tribunal divino, resultando entonces una figura odiosa que luego vino a ser conceptuada como un ángel malo, al que final de cuentas se le caracterizó como la personificación –y justificación- del mal. Así, de la interpretación de Van Haag, se desprende que el diablo resultó en la religión judía, una figura supersticiosa utilizada para la intimidación contra la inobservancia de las normas religiosas; fue el equivalente a esa figura –“el coco”- que hoy se usa para asustar a los niños que se portan mal. El biógrafo de Alejandro Magno, Quintus Curtius Rufus 30
  • 31. conceptuó a la superstición como el medio más efectivo para gobernar a las masas. Otra institución de la jerarquía que más que creación divina es una fantasía digna de película de Walt Disney, es el ángel de la guarda. La jerarquía nos hace creer que Dios nos asigna a cada individuo, al nacer, un ángel que nos ampare y proteja contra peligros y males durante el resto de nuestra vida. Hay que recomendarle a algún dignatario, con influencias celestiales, que le pida a Dios un llamado de atención a los ángeles de la guarda, porque tal parece que no cumplen bien su cometido. Asaltos, caídas, choques, avionazos, quemaduras, heridos, ahogamientos, asesinatos, atropellamientos, pleitos y tantas desgracias que ocurren a diario demuestran que hasta este cuerpo celestial de seguridad falla en el ejercicio de su función. Esta institución raya en la explotación del miedo, para efectos de control religioso y en opinión de los teólogos más reconocidos, no tiene sustento bíblico alguno. Pero el pueblo –las masas- creen a ciegas en la sacralizada palabra de la jerarquía. Sigmund Freud expresó que buena parte del éxito de las religiones se debe a su capacidad de crear y alimentar ilusiones. La inseguridad y los riesgos de la vida diaria, aunados a la búsqueda de fuerzas sobrenaturales que auxilien al hombre contra los males que le acechan –y que resultan superiores a sus fuerzas- son circunstancias propicias para la creación de seres celestiales que el hombre adopta para la satisfacción de su necesidad humana de sobreprotección divina. El ser humano difícilmente rechazará –frente a sus miedos- a un ser poderoso que lo salvará o rescatará de todos los males y de todos los peligros. Este es el éxito de la fantasía del ángel de la guarda, que sirve, como un eslabón más de las cadenas con las que la jerarquía ejerce la esclavitud de las mentes. Capítulo IX Que trata del ejercicio del poder espiritual como acción de dominación política; evolución del poderío de la Iglesia durante veinte siglos (Nota.- Este capítulo es necesariamente largo. Se recomienda su lectura integral, pues de la exposición histórica de veinte siglos del devenir 31
  • 32. eclesiástico que en él se hace, se desprenden elementos que ayudan a la comprensión de los planteamientos hechos en las partes precedentes –y en las que faltan- de esta serie.) En todas las religiones, el clero es implacable con quienes se le oponen o quienes lo cuestionan y denuncian. En el caso de la Iglesia católica, la jerarquía ha usado el poder espiritual para castigar, someter o aniquilar a sus oponentes o para sobreponerse a reyes y emperadores. La Iglesia católica pasó de ser una institución apostólica durante los tres primeros siglos del cristianismo, a ser un imperio de la religión durante los siguientes mil setecientos años. Ya en el siglo IV la Iglesia aparecía más preocupada en su ambición de acumulación de riqueza; ya se había extraviado de su verdadera misión. Esto no lo digo yo. Lo dijeron desde entonces San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio. Y la actitud continúa, reconocida inclusive por algunos miembros de la misma jerarquía, como la declaración del Obispo de Tehuantepec, Arturo Lona, quien apenas el 7 de Agosto de 2003 declaró que en vista a la elección de la presidencia del Episcopado Mexicano, “lo peor que podría pasar sería que fuera elegido uno de los obispos que nomás se dedican a pastorear para los ricos”. Durante los primeros tres siglos después de la muerte de Cristo, el cristianismo fue expandiéndose vertiginosamente por el Imperio Romano y para finales del siglo III ya había cinco millones de cristianos entre la población de cincuenta millones del Imperio. Estos siglos se caracterizaron porque la jerarquía estaba imbuida de una misión apostólica; el cristianismo era la doctrina del pacifismo, llegando al grado de no aceptarse como integrantes de las comunidades cristianas a los militares. Los obispos Tertuliano e Hipólito rechazaban el militarismo en los cristianos. La cristiandad estaba organizada en iglesias locales durante los siglos II y III, pero la iglesia de Roma –en razón de estar ubicada en el centro político del Imperio- empezó a tomar preeminencia y autoridad sobre las demás y sus obispos fueron adquiriendo jerarquía que le era reconocida por otros obispos, entre estos Ignacio de Antioquia, Irineo de Lyon y Cipriano de Cartago. 32
  • 33. En esta época surgen diversos planteamientos teológicos sobre la Iglesia misma, su primacía, la naturaleza del episcopado y la infalibilidad eclesiástica. Surge también el monasticismo con los primeros ermitaños – Antonio de Egipto- y con la primera congregación de monjes fundada por San Pacomio. San Basilio escribió las primeras reglas para los monasterios, basadas ante todo en la austeridad y la moderación. En el siglo IV se empezó a operar un cambio radical en el espíritu de la Iglesia. A partir del Edicto de Milán del emperador Constantino, que estableció la libertad religiosa en el año 313 y del Edicto de Teodosio en 380, que estableció al cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, el espíritu de apostolado enfrentó en la realidad a la necesidad de liderazgo y organización interna. Desde el Concilio de Nicea, promovido por Constantino, la Iglesia se vincula al estado, estableciéndose que ésta responde ante el emperador. Empieza el maridaje; a ambos conviene la relación: la imagen de la Iglesia se vincula a la estabilidad del estado, en tanto que la unidad de la fe da estabilidad al Imperio. Poco antes, con el Concilio de Arles en 314 la Iglesia da la espalda a tres siglos de pacifismo y sostiene que la oposición a la guerra es la extinción del estado. Inicia la época belicosa y la lucha por el poder. Se identifica lo bueno y lo justo con las causas de Roma y de la Iglesia y lo malo y lo injusto con los opositores al emperador y a la Iglesia. En la lucha por la supremacía temporal se abandona el espíritu evangélico y empieza el descrédito de los líderes espirituales. Durante los cien años siguientes al edicto teodosiano, el cristianismo logró hacerse de todos los cargos políticos del Imperio. Luego vendrán siglos en que a nombre de Dios la jerarquía hace la guerra, persigue, gobierna, promueve conquistas, derroca gobernantes, manda al infierno a pueblos enteros, tortura y aún asesina de la manera más cruel y despiadada. La petición a Dios para que tome las armas a favor del quien lo pide es una actitud recurrente y quien triunfa le da a la victoria un trasfondo divino, dando así una impresión de que Dios está de su lado y de que el triunfo fue por virtud de sus designios. En el cristianismo ha sido muy socorrida esta actitud que presenta a la Divinidad como mercenario, presto a pelear y matar a sus propios hijos con tal de expandir sus dominios. Un ejemplo de esto fue la conversión de los francos a partir de la victoria del rey Clodoveo sobre los germanos. Según San Gregorio de Tours, Clodoveo, 33
  • 34. antes de la batalla dijo “oh Cristo, si me concedes la victoria, creeré en ti y me haré bautizar; ya he invocado a mis dioses, pero veo que están lejos de ayudarme y por eso creo que tú eres el único capaz de vencer a mis enemigos...” Al parecer Dios lo oyó y se puso a matar germanos... Así, como consecuencia de la victoria clodovea, Francia se cristianizó y el obispo de Roma amplió su esfera de influencia. Después de Atila, quien fue detenido ante las puertas de Roma por el protagonismo papal antes que por el poder del emperador, el cristianismo avanzó su expansión hacia los pueblos bárbaros, pero por otro lado se fue gestando y desarrollando otra expansión, la del Islam, frente al cual ya para el año 700 el cristianismo había perdido la mitad de su territorio. El papado centró su atención en la preservación del poder, formalizándose la unidad estado-iglesia con la coronación de Carlomagno (año 800) como emperador del Sacro Imperio; mientras tanto la iglesia oriental, encabezada por Constantinopla (Bizancio) fue quedando aislada en medio del mundo islámico. Hacia finales del siglo X la Iglesia había adoptado una posición autoritaria en la proclamación del evangelio como un mensaje divino al que los hombres “tenían obligadamente que escuchar”. En esta época, el alto clero estaba ya plenamente identificado con los nobles, los poderosos y los terratenientes. La Iglesia se asumió como una teocracia ejerciendo su poder en la elaboración de todo tipo de leyes reguladoras de la política, la economía y la vida común de las personas. Los siglos XI y XII se caracterizan por la continuación del ascenso del poderío papal -la lucha por el poder terrenal entre el Papa y los reyes se acentuó con Nicolás II y Gregorio VII, quienes rivalizan con el rey Enrique IV- poderío que logra alcanzar su zenith en el papado de Inocencio III en los albores del siglo XIII. El Papa Gregorio VII expidió a fines del siglo XI la bula “Dictatus Papae” por la cual estableció que sólo él podría usar la insignia imperial, que todos los reyes y príncipes debían besarle los pies a él y sólo a él, además de declarar tener el poder para quitar y poner reyes y emperadores, llegando a los extremos de afirmar que la Iglesia nunca se ha equivocado ni se equivocará jamás hasta el fin de los tiempos y que el Papa, por su sola elección resultaba “indudablemente” hecho un santo “por los méritos de San Pedro”. Así esta bula, en razón del poderío papal, prácticamente constituyó a Europa en una “comunidad de estados” sometidos al Pontífice. 34
  • 35. La arrogancia pontificia ya presentaba visos de no tener límite: el mismo Gregorio VII manipuló a los súbditos del emperador Enrique IV – soberano del Sacro Imperio Romano Germánico- que había sido excomulgado a raíz de disputas –entre el emperador y el pontífice- por la detentación y acumulación del poder. En virtud de una revuelta de los nobles germanos, instigada por el Pontífice, el emperador fue obligado a doblegarse ante el Papa. Gregorio VII tuvo a Enrique IV vestido con harapos de penitente, descalzo y arrodillado sobre la nieve y el hielo durante tres días en enero de 1077, afuera de su palacio de Canossa, llorando e implorando perdón y clemencia, lo que finalmente le fue concedido según expresión papal “liberándolo de las cadenas del anatema”. A partir de estos tiempos la jerarquía empieza a utilizar indiscriminadamente las principales armas del poder eclesiástico, que han sido la excomunión y los interdictos. Los maestros de la verdad abusan de su posición eclesiástica y de su sacralizada imagen religiosa para lanzar a diestra y siniestra la más poderosa de sus armas: la intimidación espiritual, la amenaza de condenación eterna. Cabe señalar que los diez primeros siglos de la Iglesia, fueron conformando la existencia –legítima y válida- de dos expresiones del cristianismo: el de la Iglesia de occidente bajo el patriarcado de Roma y el de oriente integrado por cuatro patriarcados: Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén. Coincidiendo en lo fundamental, el occidente y el oriente cristiano se diferenciaban en algunas creencias –la invención del purgatorio- y en algunos ritos –lunes o miércoles para el inicio de la cuaresma o el uso o no de levadura en la elaboración del pan para la eucaristía-. Los desacuerdos y pugnas doctrinales entre Roma y la Iglesia bizantina –y las rivalidades políticas generadas a partir de la coronación de Carlomagno en 800, rechazada por la Iglesia oriental y continuadas por las pugnas políticas entre oriente y occidente, suscitadas a partir de la elección del Patriarca ortodoxo en 896- originaron las mutuas declaraciones de herejías: oriente consideró herejía el ayuno en sábado impuesto por Roma así como el celibato sacerdotal y occidente contestó con su respectivo catálogo de herejías orientales, hasta que las pugnas llevaron en 1054 a la excomunión del Patriarca de Constantinopla y de todos los cristianos ortodoxos –lo que constituyó un acto más en el proceso del primer gran cisma de la Iglesia cristiana-. Esta excomunión, como un acto de poderío papal se mantuvo durante casi mil años hasta que en 1965 la levantó Paulo VI. Pobres ortodoxos los que tuvieron que vivir mil años en el infierno. Ganarse el cielo o el infierno, para los mortales, depende en muchos casos, 35
  • 36. de los intereses de la geopolítica vaticana. Y se dicen maestros de la verdad. Las cruzadas, iniciándose bajo el romántico y heroico propósito de rescatar los lugares santos de las manos musulmanas, no lograron su objetivo y se convirtieron en un movimiento destructivo; iniciaron con optimismo y terminaron en desastre y desunión para los cristianos. Bajo la organización papal, las cruzadas fueron la guerra –concebida como un castigo por el bien espiritual- contra los herejes a fin de lograr la imposición –por la fuerza- del cristianismo latino; los cruzados además de combatir a los musulmanes, pretendieron la conversión forzada de los ortodoxos y para ello confiscaban sus templos y aprisionaban a sus clérigos. Contrariamente al objetivo, los cruzados no liberaron a los cristianos ortodoxos del yugo del Islam sino lo empeoraron. El error de las cruzadas fue creer en la agresión militar para expandir el cristianismo; se creía, a partir de los postulados de San Agustín, que el robo, la tortura y el asesinato de los no creyentes o herejes estaba no sólo permitido sino aprobado por el cristianismo. Para reclutar soldados a manera de cruzados, la Iglesia les prometía santidad instantánea, perdón absoluto de todos sus pecados y garantía de vida eterna. Con estas promesas la jerarquía instrumentó el movimiento religioso-militar más espectacular de la historia, conformando un ejército de mercenarios de la religión; a cambio de matar, la jerarquía les prometió la salvación. Las cruzadas debilitaron a la iglesia oriental y los desmanes de los cruzados incrementaron las tensiones entre el cristianismo romano y el bizantino. Salónica –segunda ciudad bizantina- fue saqueada por los cruzados en 1185, quienes en una orgía de sangre, muerte y sacrilegio bailaron borrachos sobre los altares, profanaron vasos y símbolos sagrados y violaron y asesinaron a hombres, mujeres y niños, pero todavía faltaba el saqueo de Constantinopla en 1204 por estos mercenarios de la fe, quienes además de masacrar a los cristianos ortodoxos, causaron una destrucción sin límite de tesoros culturales, reliquias y de obras de arte secular y religioso –Bizancio era la capital cultural del mundo de entonces y la riqueza atesorada en sus templos no tenía comparación en el mundo- llegándose hasta la destrucción de la catedral de Santa Sofía, cuyo altar fue profanado, destruido y vendido a pedazos por los fanáticos de la religión, saqueo que fue declarado como sacrílego por el mismo Papa Inocencio III. Con este acontecimiento en Constantinopla –hoy Estambul- el 13 de Abril de 1204 culminó el cisma que dividió a la cristiandad cuyos motivos finales en realidad no fueron de índole teológica sino los horrores de la guerra de los cruzados. El cisma se generó por la ambición de la 36
  • 37. jerarquía occidental que agredió a los cristianos de oriente y así, durante los últimos ochocientos años, el rencor ortodoxo y la arrogancia romana han mantenido la desunión en la cristiandad, paradójicamente contraviniendo el mandato de su Fundador, de “amaos los unos a los otros”. Inocencio III ha sido el Papa (1198-1216) más poderoso de la historia. Elegido pontífice a la edad de 37, fue discípulo de los canonistas llamados “decretistas” por ser partidarios del Decreto de Graciano (1140), el cual postulaba que además del reino celestial, hay un reino terrenal sometido en lo absoluto a la autoridad del Papa. Privaba también entonces el pensamiento de Alano de Inglaterra, quien sostenía la teoría de la monarquía mundial del Papa. Así, Inocencio III pretendió convertirse en el líder espiritual y político de todo el mundo. Sostenía que de su mano tenían que aceptar el poder emperadores y reyes, convertidos en sus vasallos, pues en el mundo “todo debe obedecer al vicario de Cristo” postulando además que la elección de todo príncipe, rey o emperador quedaba sujeta a la aprobación papal, pues a él correspondía asegurarse que los elegidos fueran los “espiritualmente valiosos para ser coronados”, ya que argumentaba que a San Pedro se le había dado no sólo la Iglesia sino todo el mundo para gobernarlo. En el clímax de su egolatría declaró que así como la luna refleja la luz del sol, los reyes reflejan la autoridad del Papa y definió su ubicación considerándose “debajo de Dios, pero arriba de los hombres”. Así hablaba el líder de los católicos, un gran exponente de los “maestros de la verdad”. Este Pontífice intervino –argumentando su supremacía- en múltiples disputas entre reyes y emperadores y partidario de la violencia, reprimió brutalmente la herejía, haciendo caso omiso de la opinión de Francisco de Asis, quien profesaba la difusión de la fe a través de la convicción y de la instrucción basada en la prédica del amor. Los interdictos y la excomunión fueron sus armas recurrentes. Cabe aquí señalar que los interdictos –vigentes aún en el nuevo Derecho Canónico, cánones 1331 y 1332 y 1364 a 1399, promulgado por Juan Pablo II- son determinaciones por las cuales –con efectos similares a la excomunión- se priva a un individuo o colectividad, de la posibilidad de practicar actos de culto y de recibir los auxilios religiosos. Aplicable a colectividades enteras – naciones inclusive- y por ende a inocentes y culpables, el interdicto constituye una prohibición de las prácticas religiosas, incluyendo los sacramentos del matrimonio, la confesión y la eucaristía; el bautismo sólo puede realizarse a puerta cerrada y la comunión sólo puede impartirse en 37
  • 38. algunos casos, dependiendo de las modalidades que se determinen en un interdicto, a los moribundos. El interdicto prohíbe el culto público, cierra las iglesias, suspende símbolos, vasos, ornamentos e instrumentos del culto; puede imponer el rezo obligatorio a determinada hora, el uso imperativo del luto, el ayuno permanente durante un determinado período, así como la práctica de penitencia humillante y aún la flagelación. La medida abarca hasta la prohibición de la celebración religiosa de funerales y de cristiana sepultura, creándose en los “camposantos” secciones reservadas para quienes mueren sujetos a interdicto. Dice Marie Ann Collins –estudiosa y crítica de estas instituciones canónicas, a partir de que ingresó como monja católica- con cuyo permiso traducimos y transcribimos lo siguiente, que “si el Papa entra en conflicto con un gobernante civil, puede entonces poner bajo interdicto a los respectivos gobernados (quienes son inocentes) con el fin de aplicar presión en el gobernante. Esto funciona. Los súbditos católicos a su vez presionan al gobernante para que se someta al Papa y éste levante el interdicto”. Los interdictos –que no son facultad exclusiva del Papa, sino pueden ser emitidos también por los obispos- iniciaron su aplicación en la Edad Media como medidas para forzar a la obediencia, inspirándose en la costumbre de los bárbaros de culpar a una familia o a toda la tribu, por las faltas individuales de sus integrantes. En 586 el obispo de Bayeux aplicó el interdicto a toda la región de Rouen (Francia) para lograr que sus habitantes delataran a un mercenario de la reina Fredegunda. El Papa Gregorio VII puso a la provincia de Gnesen (Polonia) bajo interdicto, porque el rey Boleslao II había asesinado al Obispo de Cracovia. El Papa Alejandro II lo aplicó sobre toda Escocia en 1180 porque el rey se rehusó a aceptar al nuncio papal. El Papa Inocencio III lanzó ochenta y cinco interdictos, entre ellos a toda Francia en 1200, para obligar al rey Felipe Augusto a dejar a su concubina y regresar con la mujer que había repudiado, y lo aplicó también a toda Inglaterra el 23 de Marzo de 1208, para doblegar el Rey a aceptar al arzobispo de Canterbury, logrando después de seis años de interdicto convertirlo en su vasallo y obtener el pago de un tributo. Si bien estos casos son antiguos, los hay en los tiempos modernos, como es el caso del interdicto de Malta, isla mediterránea sobre la que recayó el poderío eclesiástico, tan sólo hace cuarenta años, en 1962, por razones electorales, de lo cual da testimonio el sacerdote católico Mark F. Montebello. El interdicto consistió en declarar oficialmente la comisión de pecado mortal por los electores que votaran por Mintoff, el candidato del 38
  • 39. Partido Laborista, que no era bien visto por el Arzobispo local que decretó la medida. Para evitar el voto por tal candidato el jerarca instruyó a los sacerdotes para que en la confesión negaran a los fieles la absolución de sus pecados si se manifestaban partidarios de tal preferencia electoral y además –en aplicación del interdicto- los amenazaran con la negativa de absolución por su “pecado mortal electoral” si llegaban a emitir su voto por el referido candidato. Los sacerdotes que se negaron a acatar la medida fueron enviados fuera de Malta como misioneros a lugares lejanos y los católicos que murieron bajo interdicto, fueron sepultados, sin funeral religioso, en una sección especial del cementerio que fue denominada como “el depósito de basura”. ¿Cómo puede una persona sujeta a interdicto no morir en pecado mortal? Confesándose. Pero para esto se requiere la satisfacción de los siguientes requisitos: que se esté en peligro de muerte y que se esté conciente de estar en peligro de muerte; que estando en peligro de muerte, se esté en aptitud física y mental de pedir un sacerdote; que se encuentre un sacerdote que acepte oír la confesión y que desde luego la absolución se otorgue antes de la muerte. Como dijo un amigo mío: “es más fácil sacarse el melate”! Así manipula la jerarquía su poderío, abusando del espíritu religioso de los creyentes, amenazándolos con las llamas del infierno si no responden a sus intereses. Así lo hace ahora y lo hizo antes. Durante los siglos XIII, XIV, XV y XVI, a consecuencia del cisma, la cristiandad sufrió las consecuencias: surgieron dudas y confusiones sobre la legitimidad de la guía espiritual y sobre la esencia misma de los postulados doctrinarios. Vinieron más excesos en la vida eclesiástica, por el afán de riqueza, opulencia y frivolidad del alto clero, contra lo que muchos cristianos se oponían, aún clérigos mismos que reclamaban las reformas necesarias para reencauzar la labor apostólica de la Iglesia. Surge en esta virtud el modelo alternativo de Iglesia por el que pugnaba Francisco de Asís, al reclamar la reorientación eclesiástica hacia una Iglesia de servicio, de pobreza, de humildad y una simplicidad de la fe inspirada en la sencillez – contemplativa de la naturaleza- que se revela en su cántico de “Hermano Sol, Hermana Luna”. Surgieron también los Dominicos, la Orden de los Predicadores, para la difusión del evangelio bajo la prédica y convicción, como una opción a su imposición por el uso de la fuerza practicada entonces. 39
  • 40. En este período destaca comentar el papado de tres pontífices: Bonifacio VIII, Clemente VII y Bonifacio IX. A la muerte de Nicolás II –Papa proveniente de la familia Orsini- en 1292, se reunió el cónclave integrado por nueve cardenales, de los cuales eran tres Orsini, otros tres de la familia Colonna y tres independientes. Rivalizando dichas familias por el control del papado, el cónclave se prolongó durante veintisiete meses, teniendo inclusive que mudarse a Perugia a causa de la epidemia de peste en Roma. Los tres cardenales independientes, entre ellos Gaetani y el Cardenal de Ostia, Malabranca, no daban su voto a ninguno de los Orsini ni Colonna por temor a enemistarse con alguna de las familias cuya fama en Italia era de criminales y asesinos. Gaetani, frío y calculador, instrumentó un engaño diciéndole a Malabranca –que presidía los trabajos del cónclave y era muy supersticioso- que había recibido una carta de un ermitaño, Pedro de Morone, en la que éste le decía haber recibido una advertencia de castigo divino si no elegían Papa prontamente. Tal fue el miedo que esto infundió en Malabranca, que convenció a los demás de designar como Papa –a sugerencia de Gaetani- al propio ermitaño y así lo acordó el cónclave. Gaetani se trasladó a las montañas de los Abruzzi a comunicar al extrañado ermitaño su designación, quien aceptó el nombramiento ante la amenaza de condenación de su alma si rechazaba lo que había inspirado el Espíritu Santo y, estableciendo su sede papal en Nápoles, asumió el papado con el nombre –sugerido por Gaetani- de Celestino V. El Cardenal fue evidentemente el poder tras el trono y mandó construir en el palacio papal una réplica de la ermita donde antes vivió el ermitaño-papa, quien pronto fue objeto de las intrigas de Gaetani, al grado de que lo convenció de que por voluntad divina y para salvar su alma, lo mejor era que renunciara al papado. Renunciando Celestino, a los diez días fue elegido el nuevo Papa, Bonifacio VIII, que era nada menos que el Cardenal Gaetani, cuyo primer acto papal fue el aprisonamiento y muerte del Papa ermitaño. Gaetani, ambicioso y ostentoso, había amasado una gran riqueza como Cardenal y así continuó como Papa, entrando luego en conflicto con la familia Colonna, la que interceptó y robó el oro que transportaba un convoy enviado por el Papa para la compra de una ciudad, quien como represalia encarceló a dos cardenales de la familia Colonna. Ante esto, la familia ofreció la devolución del oro, pero el Papa no conforme, exigió además, para demostrar su dominación, la instalación de cuarteles suyos en las ciudades dominadas por los Colonna, los que por su parte no aceptaron y contestaron cuestionando la elección de Gaetani en vista a la forzada renuncia del ermitaño. Vino entonces del lado papal la respuesta fulminante con la bula “In Excelso Throno” que declaró herejes a los Colonna y los 40
  • 41. excomulgó, además de que, usando dinero recaudado para el financiamiento de las cruzadas, el Papa compró los servicios de los Templarios –orden sacerdotal militar- para perseguir a los Colonna, ordenando que todas las mujeres y niños fueran muertos o vendidos como esclavos, por lo que la familia se vio obligada a huir y exiliarse en Francia, acogidos por la nobleza y el Rey. Pero el conflicto no habría de terminar ahí. El Papa prohibió al Rey de Francia el cobro de tributos al clero y el Rey contestó con la prohibición de envío de dinero de Francia a Roma. El Rey de Francia convocó entonces a una guerra total contra el Papa acusándolo de infidelidad, asesinato, herejía, fornicación, simonía, hechicería e idolatría –cargos apropiados para la destitución de un Papa- a lo que el Pontífice respondió con la excomunión del Rey francés y otorgando a los franceses la liberación de su promesa de fidelidad al monarca, el cual por su parte, envió un ejército de dos mil hombres comandado por un Colonna hasta el palacio de Agnani, donde encontraron a Bonifacio, en su trono y con su vestimenta papal. Colonna, destrozando la tiara papal, golpeó y derribó al Pontífice, ordenando a sus soldados que lo desnudaran y arrastraran jalado de los pies, por las escalinatas hasta una mazmorra del palacio papal; ahí en la celda, Colonna dio la orden a sus soldados de golpear y orinarse sobre el Papa. Dos días después el Pontífice fue rescatado por sus seguidores y huyó a Roma, donde murió a los pocos días. Esto acontecía en los meses de septiembre y octubre de 1303. Después de Bonificio VIII, viene el breve papado de Benedicto X, quien fue sucedido por Clemente V, Arzobispo de Burdeos, quien estableció la sede papal en Avignon, Francia, sede que se mantuvo durante sesenta y ocho años y seis Papas más, hasta que Gregorio VI regresó la sede a Roma, donde murió aparentemente envenenado. Los italianos, que habían sido severamente afectados en su economía por la ausencia de la sede papal – Roma perdió en esos años la derrama de más de dos millones de visitantes- se manifestaron afuera del cónclave cardenalicio, el cual eligió como pontífice al Arzobispo Prigamo, italiano, que tomó el nombre de Urbano VI. Este pontífice se ganó la animadversión cardenalicia por sus abusos y prepotencia y fue luego destituido alegándose nulidad de la elección por la presión de las manifestaciones italianas afuera del cónclave. Pero sorpresivamente este cónclave eligió como nuevo Papa al Cardenal de Ginebra, conocido como “el carnicero de Cessena” por haber mandado matar a tres mil mujeres y niños en virtud de haberse manifestado en contra de la violación de sesenta mujeres cometida por los soldados del propio Cardenal. Tomando el nombre de Clemente VII volvió la sede papal a Avignon ante la 41
  • 42. resistencia del destituido Urbano VI que permaneció en la sede de Roma. Ambos papas se excomulgaron mutuamente. A Urbano VI lo sucedió Bonifacio IX, quien necesitado de recursos, puso en venta indulgencias, declaró años jubilares que le redituaron enormes riquezas, impuso doble tributación y hasta el cobro de cuotas a todos los que asumían cargos políticos o eclesiásticos. Se desató entonces una era de corrupción, frivolidad y ambiente mundano en la corte papal, originándose por ello la animadversión de muchos clérigos, lo que continuó con la inconformidad que luego desembocaría en la era de libertinaje y desenfreno bajo Alejandro VI, el Papa Borgia, padre de Lucrecia y llevaría a la reforma luterana, causando el segundo gran cisma de la Iglesia. Es la época también de Julio II, el Papa guerrero y de los feroces papas de la contrarreforma, Paulo IV, Pío IV y Pío V, una época en la que el dinero italiano mandaba en el mundo y mandaba en lo secular y en lo eclesiástico. También se dan en estos tiempos los conflictos –por motivos personales- entre el papado y Enrique VIII y Elizabeth I, al tiempo que los reyes europeos Felipe II, Fernando I y Christian III se aliaban con Papa contra la reforma. Europa entró así en una era de guerras religiosas que costaron la vida a cientos de miles y que acabaron con la unidad religiosa del viejo mundo. Los siglos XVIII a XX se caracterizan por el conflicto entre religión y ciencia. Hasta el siglo XV la Iglesia cristiana basó sus planteamientos en concepciones doctrinarias, haciendo a casi de lado a los aspectos científicos que se involucraban en los temas religiosos. Los pocos conceptos científicos usados eran los de antigüedad en materia filosófica, física y cosmológica. Dominaban los conceptos de Platón, Aristóteles y Ptolomeo. San Basilio llegó a expresar que “no es materia que nos interese si la tierra es una esfera, un cilindro o un disco, o si es cóncava o como sea”! El estudio había sido, previamente a estos siglos, monopolio de los monasterios y fuera de ellos, casi nadie sabía leer, hasta que apareció la imprenta. Los conocimientos científicos eran más motivo de prestigio y de orgullo pero en modo alguno se consideraban como útiles para encaminar al hombre hacia Dios. Así los tiempos, llega la era de los descubrimientos y avances científicos. Y entra en conflicto la teología y la doctrina de los maestros de la verdad, con el desarrollo y postulados demostrados por la ciencia. 42