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1. SANTO TORIBIO MOGROVEJO
Nace en 1538, en el mes de noviembre, en el pueblo de
Mayorga (Valladolid-España), encrucijada de caminos,
entre las actuales comunidades autónomas de Castilla-
León, Asturias, Cantabria y Galicia. En 1551 inicia sus
estudios de Gramática y Humanidades en Valladolid,
capital del mundo hispánico. En 1562 acude a
Salamanca donde enseña su tío Juan Mogrovejo,
catedrático universitario. En 1569 obtiene el título de
bachiller en Cánones y en 1571, peregrina a Compostela,
y se licencia en Derecho. Cuando cursaba estudios de
doctorado en el Colegio San Salvador de Oviedo, en
1574, se le nombra para Granada como Inquisidor
Apostólico. En 1580, es propuesto como arzobispo;
contaba con 39 años y necesitó una apurada ordenación
sacerdotal en Granada como paso indispensable para la
consagración episcopal en Sevilla, el mismo año. Llegó
al puerto de Paita, Piura, en marzo de 1581 e ingresó en
Lima, capital del Perú el 12 de mayo del mismo año.
Durante su trabajo episcopal en Lima convocó y presidió
el III Concilio Limense (1582-1583), al cual asistieron
prelados de toda Hispanoamérica, y en el que se trataron
asuntos relativos a la evangelización de los indios. De
esa histórica asamblea se obtuvieron importantes
normas de pastoral, así como textos de catecismo en
castellano, quechua y aymara (los primeros libros
impresos en Sudamérica). Convocó y presidió otros dos
concilios, el IV Limense, en 1591, y el V Limense, en
1601.
Santo Toribio visitó innumerables poblados de su amplio
territorio, uno de los más extensos y difíciles del mundo.
A las visitas pastorales dedicó 17 de sus 25 años de
obispo, recorriendo aproximadamente 40.000 kilómetros.
Confirió la confirmación a Santa Rosa, San Martin de
Porres, a San Juan Macías, y a un millón más de
personas. Celebró 13 sínodos y en 1591 acomete una
obra decisiva, la creación del Seminario que -dedicado
en su día a Santo Toribio de Astorga- hoy lleva su
nombre. Se siente, ante todo, pastor dispuesto a dar su
vida por sus ovejas. A tal efecto crea nuevas parroquias.
De igual modo, impulsará instituciones destinadas a la
formación de líderes espirituales, académicos y sociales,
en los monasterios como el de Santa Clara, hospitales
como el de San Pedro, la Universidad de San Marcos, la
Casa del Divorcio. En 1593 inicia la segunda visita y en
1605 la tercera, falleciendo en 1606, un 23 de marzo, en
Saña. Al año siguiente, 1607, un 27 de abril, es enterrado
en Lima.
A los sesenta y ocho años Santo Toribio cayó enfermo en
Pacasmayo al norte de Lima, hizo su testamento en el
que dejó a sus criados sus efectos personales y a los
pobres el resto de sus propiedades. Murió en Zaña el 23
de marzo de 1606. El “protector de los indígenas” fue un
infatigable misionero y gran organizador de la Iglesia
sudamericana. Santo Toribio fue beatificado por el Papa
Inocencio XI en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en
1726. En 1983 San Juan Pablo II lo proclamó Patrono del
Episcopado latinoamericano. Con motivo de su visita al
Perú en 1985, elSanto Padre propuso
a Santo Toribio como modelo de obispo para la nueva
evangelización por su santidad de vida, por su
compromiso en la defensa de los derechos humanos de
los indígenas, por su sintonía con la Iglesia de Roma y
por su eclesiología de comunión.
Benedicto XVI, con motivo del cuarto centenario de su
tránsito a la gloria en el 2006, destacó “su abnegada
entrega a la edificación y consolidación de las
comunidades eclesiales de su época…El profundo
espíritu misionero de santo Toribio se pone de manifiesto
en algunos detalles significativos, como su esfuerzo por
aprender diversas lenguas, con el fin de predicar
personalmente a todos los que estaban encomendados a
sus cuidados pastorales. Pero era también una muestra
del respeto por la dignidad de toda persona humana,
cualquiera que fuere su condición, en la que trataba de
suscitar siempre la dicha de sentirse verdadero hijo de
Dios”.
El actual Papa Francisco, cuando era arzobispo de
Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge
Mario Bergoglio, en la IV Jornada Foro de Educación,
recordó, a Santo Toribio de Mogrovejo, que “apostó
mientras fue arzobispo de Lima, a comprender al pueblo
yendo a cada rincón del territorio que llegaba hasta la
capitanía de Chile”.
2. SAN MARTÍN DE PORRES
Fray Escoba –nombre popular de San Martín- nació en
Lima, en 1579. Hijo ‘ilegítimo’ del español Juan de Porres
y de Ana Velásquez, mujer negra descendiente de
esclavos africanos. Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en
más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin
embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús:
“El que se humilla será ensalzado”.
El santo mulato fue bautizado en la iglesia de San
Sebastián, en la misma pila y por el mismo párroco que
había bautizado a Santa Rosa de Lima. Martín vivió con
su madre, quien le educó en la solidaridad con los pobres
2. y enfermos; de este modo, siempre que iba a la tienda,
empleaba parte de la plata en socorrer al primer
necesitado que encontraba. Su padre Juan, al volver de
Guayaquil, legaliza su situación reconociendo
oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a
desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados
con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende
castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de
estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su
hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima.
A los quince años es confirmado
por Santo Toribio de Mogrovejo. Por esta fecha trabaja
en la tienda de Mateo Pastor, negociante en especies y
en hierbas medicinales. Posteriormente aprendió el oficio
de barbero-sangrador con Marcelo de Ribera, a quien
ayuda a sangrar heridas, aliviar dolores, aplicar hierbas y
emplastos. A esta edad, ingresó como donado al
convento de Santo Domingo de Lima y en 1603 hizo la
profesión como hermano lego. Los superiores de San
Martín, pronto advirtieron sus cualidad y caridad, por ello
le confiaron junto a otros oficios, el de enfermero.
Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los
enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras
comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse
con elsanto. San Martín fue muchas veces despreciado
y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra
los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia
y la paz que irradiaba impresionaban a cuantos conocía.
En la enfermería y en la portería del convento del Rosario
(Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor
a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba
exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de
rodillas.
Su caridad universal le llevará a convertir el convento en
hospital. Sabe que el amor es la ley suprema Su caridad
con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con
María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía
a Jesús Sacramentado “con muchas lágrimas y
grandísima devoción”, ocultándose de todos para “mejor
poder alabar al Señor”. Fray Martín rezaba en su celda,
en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de
los Santos, en los altares del templo, en las capillas y
oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz
sobre el suelo (…)
Realizó numerosas curaciones milagrosas Particular fue
el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba
acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se
dedicaba a las labores propias de los esclavos negros:
arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en
los establos. Así se ganaba el afecto de los esclavos
morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de
Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba
como misionero. Ellos, por su parte, le daban frutos de
sus huertos y estipendios para Misas.
Entrañable fue su amistad con el lego dominico San Juan
Macías. Su otro gran amigo místico fue el también lego,
aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por
Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala
haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el
alacrán de fray Gómez.
San Martín de Porres, Patrono de la Justicia Social, murió
el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima –desde el
virrey y arzobispo hasta el último excluido social-
consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI
en 1837 y canonizado por Juan XXIII el 6 de mayo de
1962, cuando iba a dar comienzo el Concilio Vaticano II,
del que fue insigne modelo.
3. SANTA ROSA DE LIMA
El siglo XVI iba a alcanzar su punto medio, cuando en
1548 Gaspar Flores, para unos nacido en Puerto Rico,
para otros en Baños de Montemayor (Cáceres), se
avecina en Lima, doce después de que el trujillano
Francisco Pizarro, un 18 de enero, funde la Ciudad de los
Reyes, Lima. Andrés Hurtado de Mendoza es el virrey, y
le hace arcabucero en la guardia de su palacio. Nueve
años después, en 1557, Gaspar celebra bodas con una
limeña, María de Oliva, con la que tendrá trece hijos.
Rosa es la cuarta de los supervivientes. 1586 es el año
en que se remata la cúpula de S. Pedro de Roma, y nace
en Lima, el 20 de abril, siendo papa Sixto V, la santa de
América. “No le podía faltar a la ciudad de los Reyes -
dice Clemente X al canonizarla- la estrella luminosa que
guiará hacia Cristo, Señor y Rey de reyes”.
En la parroquia de S. Sebastián la bautizan el 25 de
mayo, Domingo de Pentecostés, y el Espíritu Santo se
apodera de ella. La gracia bautismal que dormita durante
mucho tiempo en otros niños, desencadena en Rosa el
dinamismo prodigioso que la lleva, como Teresita a los
tres años, “a no negar nada a Dios”. Isabel es el nombre
que, en recuerdo de su abuela, le dan al cristianarla, pero
no le durará mucho.
Las primeras en llamarla Rosa fueron la india Mariana,
que muy joven entró al servicio de María, y dos niñas que
frecuentaban la casa. Un día, al contemplarla en la cuna
exclamaron: “¡Ay! ¡Qué linda es esta niña! ¡Parece una
rosa!”
Atraída por el ejemplo de Santa Catalina de Siena, quiere
vivir también su matrimonio espiritual con Jesús cuando
le entregó en arras un anillo invisible para todos y sólo
visible para ella; Rosa quería tener también su anillo que
le recordase el día de su boda y se lo dijo a Hernando,
quien se lo encargó a un platero. El jueves Santo lo llevó
a Sto. Domingo pidiéndole al sacristán lo colocase en la
urna en que el Santísimo Sacramento iba a ser expuesto.
La santa le veló hasta los Oficios del día siguiente como
preparación a su boda el Domingo de Pascua. El 26 de
marzo, acabada la Misa solemne, se celebró otra y el
sacerdote, sin que nadie lo advirtiese como deseaba ella,
puso en sus dedos el anillo, símbolo del matrimonio
espiritual que anticipa en la tierra las bodas eternas.
Todavía niña su “juego” preferido era rezar y hacer
pequeñas penitencias (dormía sobre piedras y tablas).
Aprendió a leer y escribir y todas las labores domésticas
(costura, bordado, tejido) que eran una fuente de
3. recursos, como también a cantar; llegó a tocar el arpa, la
vihuela y la cítara. Su madre deseaba para su hija un
casamiento ventajoso, pero Rosa deseaba el silencio y el
recogimiento. Posteriormente piensan en que se haga
monja de clausura: ella se resiste y dice que quiere ser
laica consagrada como santa Catalina de Siena. El 10 de
agosto de 1606 viste el hábito de terciaria dominica,
emite votos privados de pobreza, castidad y obediencia y
vive como religiosa en el hogar paterno.
En el huerto de su casa construye una pequeña celda
donde pasa los días dedicada a la oración, a la lectura y
al bordado. Sale de su casa sólo para asistir a Misa y
visitar hospitales, a pobres, a esclavos enfermos. Tiene
muchas experiencias místicas (Jesucristo se le aparece
en forma de niño frecuentemente). En los últimos años
sufre una larga enfermedad, en la cual dice a menudo:
“Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en
la misma medida tu amor”. Antes de morir le pide perdón
por todos los pecados a cada uno de los de su casa.
Muere exclamando “Jesús, Jesús sea conmigo” el 24 de
agosto de 1617 a los 31 años de edad. Canonizada en
1671 por Clemente X y proclamada patrona de América
y de Filipinas; su cuerpo descansa en el convento
de Santo Domingo de Lima.
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge dos momentos
de la vida de nuestra santa, tomados de la primera
biografía, la del P. Hansen, publicada en Lovaina en
1668. El primero alude a su vida de gozosa cruz: “Fuera
de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo”
(CIC n.618); el segundo, referido a su amor por los
pobres: ” El día en que su madre le reprendió por atender
en la casa a pobres y enfermos, Santa Rosa de Lima le
contestó: ‘Cuando servimos a los pobres y a los
enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de
ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a
Jesús” (CIC n. 2449). El Santo Padre Benedicto XVI
destacó en la audiencia del 20 de agosto de 2008 la figura
de Santa Rosa leyendo unas palabras de la misma: “Si
los hombres supieran qué es vivir en gracia, no se
asustarían de ningún sufrimiento y aguantarían con gusto
cualquier pena, porque la gracia es fruto de la paciencia”.
4. SAN JUAN MACÍAS
Nace en Ribera del Fresno, pueblo de la Alta
Extremadura, perteneciente entonces al priorato nullius
de San Marcos de León, provisorato de Llerena, de la
Orden Militar de Santiago y ahora diócesis de Badajoz.
Era el 2 de marzo de 1585. Sus padres, Pedro de Arcas
e Inés Sánchez, eran modestos labradores.Al año
siguiente nace su única hermana. Sus padres eran
fervientes cristianos y transmiten a sus hijos los principios
de la vida cristiana, singularmente la devoción a Nuestra
Señora del Valle, patrona del pueblo, aparecida en 1428.
Huérfano a temprana edad, fue criado por un tío que lo
dedicó al pastoreo. Mientras se dedicaba a esta labor,
recibe la visita de un niño que le revela ser San Juan
Bautista, y le anuncia un futuro viaje a tierras lejanas. Ya
mayor, viaja a Cartagena de Indias al servicio de un
mercader. Luego se dirigió hacia el sur para llegar
finalmente a Lima; toma los hábitos dominicos en la
Recolección de Santa María Magdalena de esta ciudad
(actual Iglesia de la Recoleta) en 1622. Allí se ocupó de
la portería hasta su muerte, acaecida más de dos
décadas después, en 1645. Ofrendaba a Dios numerosas
penitencias, ayunos y oraciones a cambio de la salvación
de las ánimas del purgatorio. Como Martín de Porres -de
quien era amigo-, el santo se destacaba por su profunda
humildad y sencillez. Fue famoso por sus consejos
espirituales, solicitados por los distintos estamentos de la
sociedad limeña, desde los mendigos hasta el propio
virrey. Juan Macías cultivó además una ardiente caridad,
y se dedicaba a repartir diariamente alimentos a los
menesterosos. “Al pedir a los ricos para sus pobres, les
enseñaba a pensar en los demás; al dar al pobre lo
exhortaba a no odiar”- apuntará Pablo VI.
Destaca su filial devoción a la Virgen María. En 1630 se
le apareció Nuestra Señora del Rosario en la capilla de
su convento con motivo de un temblor de tierra. El mismo
Juan contó que Nuestra Señora del Valle, cuya imagen
veneraba en el cuadro que tenía en su celda, le había
hablado y concedido cuanto le había pedido. Con el rezo
del Rosario invocaba a la Trinidad por medio de María.
Su contemplación le llevaba a amar a la naturaleza, al
prójimo, su vida consagrada. Dios obró por su intercesión
varios milagros entre los que sobresalen las constantes
multiplicaciones de alimentos.
Juan tenía la costumbre de rezar todas las noches, de
rodillas, el Rosario completo. Una parte la ofrecía por las
almas del Purgatorio, otra por los religiosos, y la tercera,
por sus parientes, amigos y benefactores. A la hora de su
muerte, obligado por la obediencia, Juan Masías confesó
haber liberado durante su vida a un millón cuatrocientas
mil almas. Al finalizar el mes de agosto de 1645 enfermó
de disentería. Su celda era visitada por los pobres y los
ricos. A su cabecera se hallaba el virrey, marqués de
Mancera. Murió el 17 de septiembre de 1645, contaba 6O
años. Gregorio XVI le beatificó en 1837 y Pablo VI le
canonizó en 1975.
Sus numerosos milagros llevarían a Clemente XIII a
declararlo venerable en 1763. Fue beatificado por
Gregorio XVI en 1837. Paulo VI lo elevaría a los altares
en 1975.
El 23 de enero de 1949, desde Olivenza (Badajoz), la
cocinera Leandra Rebello Vásquez no podía dar crédito
a lo que vieron sus ojos. Se encontraba en el Hogar de
Nazaret, colegio de niños acogidos a la Protección de
Menores, regentado por una institución religiosa fundada
por el párroco del pueblo don José Zambrano. Era
domingo y, además de la comida para los 5O niños, había
de preparar alimentos para los pobres de la población.
Los bienhechores designados para ese día no
trajeron los alimentos. La criada encargada de preparar
la comida, advirtiendo la exigua cantidad de arroz (unos
750 gramos), la arrojaba para su cocción al tiempo que
se abandonó en su paisano beato Juan Macías:”¡Oh
Beato, hoy los pobres se quedarán sin comida!”
4. A continuación, aquella minúscula cantidad de arroz, al
cocer, fe vista crecer de tal modo que al instante fue
preciso trasladarla a una segunda olla; lo que se hizo una
y otra vez. La multiplicación del arroz duró cuatro horas
de una a 5 de la tarde cuando el recipiente que rebosaba
fue apartado del fuego por mandato del párroco. Del
alimento gustaron hasta hartarse los chicos del hogar,
como la ingente multitud de pobres y necesitados.
Leandra Rebello, protagonista del milagro de este
“conquistador espiritual”, presente el 28 de septiembre de
1975 en la canonización de Juan Macías, es digna
sucesora de espíritus tan sencillamente magnánimos. Lo
demuestra su confianza audaz que atrae el milagro del
Cielo.
5. SAN FRANCISCO SOLANO
Nace en Montilla (Córdoba) en 1549, un año después que
el prudente Pedro Lagasca, pacificase Perú tras la
victoria sobre Gonzalo Pizarro en Xaquixaguana. Y,
aunque no se conoce con exactitud la fecha de su
nacimiento, sí se sabe que fue bautizado el día 10 de
Marzo de 1549 en la Parroquia de Santiago, donde aún
se conserva –aunque agrietada- la antigua pila bautismal
del Santo. Francisco fue el tercer hijo de Mateo Sánchez
Solano y Ana Jiménez, llamada “La Hidalga”.
Montilla era un lugar eminentemente religioso,
beneficiado recientemente por la prédica de San Juan de
Ávila, quien murió cuando Francisco tenía veinte años.
En la localidad había 18 iglesias, 5 conventos y
numerosas cofradías. Parece que tuvo varios encuentros
con el ilustre peruano el Inca Garcilaso. Pudo también
coincidir en Granada con santo Toribio de Mogrovejo,
pues éste estuvo en la ciudad moruna hasta 1580 y
Solano hasta 1589.
A los 20 años viste el sayal franciscano, haciendo su
profesión en 1570, en la familia franciscana de la Regular
Observancia. Dos años después se traslada al convento
de Nuestra Señora de Loreto (Sevilla) donde alternó el
estudio de la teología con la oración y la penitencia.
Escoge la celda más pequeña e incómoda del convento,
bien próxima al coro donde pasaba buena parte de su
tiempo.
Allí recibió la ordenación sacerdotal y, como tenía muy
buena voz, le nombran director de coro y predicador. En
1578 desempeña el cargo de maestro de novicios en
Arrizafa (Córdoba). Tres años más tarde, 1581, pasa a
San Francisco del Monte, la nueva Porciúncula
cordobesa, escondido entre los breñales de Sierra
Morena dedicándose a la vida contemplativa. No olvida a
sus hermanos cuando la peste diezma a la población de
Montoro donde acude solícito para ayudar a los
enfermos. Se le nombra guardián del convento y a los 3
años se le envía al convento de San Luis de la Zubia
(Granada) con merecida fama de santidad.
El 3 de marzo de 1589 partía el barco en el que iba
también el nuevo virrey del Perú, don García Hurtado de
Mendoza. En Panamá debe esperar varios meses por
falta de embarcaciones. Debido al mortífero clima, dos de
sus compañeros pierden la vida. Naufraga con su
compañero junto a la isla de Gorgona (Colombia).
Después de muchos avatares llega, en 1590, a la capital
del Perú. Debe ir más al sur pues le reclaman en
Tucumán (Argentina). En noviembre de 1590 llega a su
destino. Regenta la diócesis Fray Fernando Trejo y
Sanabria. Allí permanece 5 años como misionero y
doctrinero de Socotonio y la Magdalena. Su caridad y
mansedumbre, netamente franciscanas, así como la
pobreza de su hábito, la austeridad de su vida y la alegría
de su semblante ganaron el corazón de los indios. Se
aplicó al estudio de su lengua, especialmente la toconoté,
que le enseñara el capitán Andrés García de Valdés. El
violín era una ayuda formidable para su labor
evangelizadora.
En 1595 vuelve a Lima, convento de San Francisco de la
Observancia, donde se fraguaban los criterios y
decisiones que regían la vida franciscana en toda
Sudamérica. En su celda, tan sólo tenía un camastro, una
colcha, una cruz, una silla y mesa, un candil y la Biblia
junto con algunos otros libros. Era el primero en todo, y
jamás ordenó una cosa que no hiciera él antes. Sus
consejos eran prudentes, y cuando tenía que reprender a
alguno de los demás frailes, lo hacía con gran celo y
caridad. Sus excesivas penitencias y su espíritu de
oración no le impedían ser alegre con los demás. Solano
era también el santo de la alegría
Desde Lima marcha a Trujillo en calidad de Superior en
1602. Aquí se dedica especialmente a la predicación y a
la asistencia de enfermos a quienes atendía
personalmente y les llevaba regalos en los mangos de su
hábito. También logró reconciliar enemigos hermanos En
1604 regresa a la metrópoli. En 1604, Arequipa se vio
afectada por la peste del vómito negro. El 21 de diciembre
de 1604, Solano pronunció un sermón que conmovió en
gran manera a los habitantes de Lima. En octubre de
1605, Solano pasó a la enfermería del convento. En
octubre de 1609, hubo un terremoto en la ciudad de Lima.
Como de costumbre, daba grandes voces invitando al
arrepentimiento y la conversión. Su vida penitente, sus
trabajos y privaciones le fueron restando fuerzas y por
ello se le traslada a la enfermería del convento de San
Francisco de Lima, donde tras breve enfermedad, muere
el 14 de julio de 1610. Su entierro fue apoteósico,
asistiendo toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo
hasta los más humildes, todos con la misma idea de
haber asistido al entierro de un santo.
El mismo año de su muerte comenzaron las
informaciones sobre su vida y virtudes, las cuales dieron
por resultado que el Papa Clemente X lo beatificara en
1675 y Benedicto XIII lo proclamase santo en 1726.
Es patrono de los terremotos, de la Unión de Misioneros
Franciscanos y del folklore argentino. También es
patrono de Montilla y de numerosas ciudades americanas
como Lima, La Habana, Panamá, Cartagena de Indias,
La Plata, Ayacucho y Santiago de Chile, entre otras.
Autor: Dr. José Antonio Benito