BELLA… Y NO TANTO La matrona era esclava de su cuerpo. Cuando su estamento social le permitía disfrutar de cierta presencia en la sociedad romana, su género la obligaba a seguir unas normas marcadas por los hombres. A partir del cuerpo de su mujer, el pater famílias podía demostrar su influencia social y capacidad económica. Esta expresión del estatus y la riqueza fue tan desmedida, que el Estado romano promulgó leyes para controlarla. “¿De qué sirve, vida mía, ir con un peinado sofisticado y ondear los finos pliegues de un vestido de Cos, o de qué rociar tu cabello con mirra del Orontes, venderte con productos del extranjero, y no permitir que tu cuerpo luzca sus propios encantos? Créeme, no existe adorno alguno que siente bien a tu figura: Amor, desnudo, desprecia la belleza artificial.” Propercio, Elegías, I, 2, 1-8 Ovidio recomendaba a las mujeres aplicarse los cosméticos a solas, sin que las vieran sus amantes: “¿A quién no apesta la grasa que nos envían de Atenas extraída de los vellones sucios de la oveja? Repruebo que en presencia de testigos uséis la médula del ciervo u os restreguéis los dientes: estas operaciones aumentan la belleza, pero son desagradables a la vista [...]”. Crema hallada en Londres con las marcas de los dedos de su última usuaria. S. II. dC. 4. Pero, a veces, ni todo el ingenio desplegado por las damas romanas bastaba para seducir al hombre amado. Marcial, en uno de sus epigramas, se burla de cierta mujer que “se acuesta sumergida en un centenar de mejunjes, con un rostro prestado [el de la mascarilla], y que “le hace un guiño con el entrecejo que saca por la mañana de un bote”.