La filosofía moderna comienza con el problema del método. A sus iniciadores se ofrecen dos experiencias de indudable certeza. La una es que toda la especulación medioeval, no obstante la ingeniosidad y agudeza de los doctores escolásticos, ha sido estéril en resultados positivos, especialmente en sus indagaciones acerca de la constitución del mundo físico, a causa del empleo abusivo del razonamiento abstracto que, no fundándose sobre las cosas sino sobre esquemas y símbolos mentales, se ha enredado en un nudo de conceptos más aptos para ocultar que para descubrir la naturaleza de las cosas.