Artículo de Carles Boix, catedrático en la Universidad de Chicago, "España e Industrialización", publicado en la vanguardia en 2004, (previo a la crisis)
La lettera di pedro Sanchez che annuncia una "pausa"
Carles boix españa e industrialización
1. A
propósito de la publicación del
“Atlas de la industrialización de
España”, dirigido por el profesor
Jordi Nadal, Pedro Schwartz re-
flexiona sobre los orígenes del desarrollo in-
dustrial español y sobre el papel que cabe en-
comendar al Estado en política económica
(“La Vanguardia”, 28 de enero). La respues-
ta del profesor Schwartz es doble: primero,
el Estado fue el agente responsable
de la industrialización española, so-
bre todo mediante el establecimien-
to de aranceles en el siglo XIX; se-
gundo, el crecimiento diferencial
de Catalunya y el País Vasco se basó
en el sacrificio (antes se hablaba de
explotación) del resto de España.
La respuesta, que captura con
maestría la opinión de buena parte
del público español, es insatisfacto-
ria porque deja sin explicar el meo-
llo del problema: ¿Por qué sólo se in-
dustrializaron Catalunya y el País
Vasco? ¿Por qué el resto de la Penín-
sula se quedó anclado en el pasado?
El Estado no pudo ser el causan-
te de la modernización catalana y
vasca. Aunque no fue precisamente
un modelo de estabilidad y eficien-
cia, el Estado español del XIX man-
tuvo una estructura unitaria impe-
cable y aplicó las mismas políticas
(centralistas) en todo el país. Entre
otras cosas, estableció un código de
comercio único, aprobó una ley hi-
potecaria general, descuartizó el
país en provincias de dimensiones
similares y sostuvo una política
arancelaria común. Y, pese a toda
esa homogeneidad en el trato y no
obstante darse las mismas oportunidades a
todos en la pista de salida, unos cuantos
(más bien pocos) acabaron corriendo mucho
más que los demás.
Descartado el Estado como culpable del
desigual desarrollo de España (mediante el
supuesto sacrificio de ciertas regiones en
aras de la prosperidad de otros territorios),
no queda más remedio que concluir que la
industrialización la impulsaron los agentes
económicos y sociales, esto es, la tan cacarea-
da “sociedad civil”.
El desarrollo económico no es otra cosa
que el resultado de la suma de esfuerzos indi-
viduales y de iniciativas empresariales. Aho-
ra bien, para que la iniciativa privada salga
adelante, es decir, para que a alguien se le
ocurra endeudarse, comprar un telar o mon-
tar un laboratorio, se necesitan tres cosas:
primero, contar alrededor con otras perso-
nas con las que sea posible cerrar negocios
con la seguridad de que los cumplirán; segun-
do, tener clases medias que puedan consu-
mir los calcetines y las pastillas para la tos
que se producen; tercero, acceder a una red
de artesanos que puedan aprender fácilmen-
te cómo manejar telares y probetas. En su-
ma, se necesita una sociedad con una capa
urbana algo desarrollada y con un campo no
compuesto de campesinos depauperados si-
no de payeses, quizá enjutos, pero en ningún
caso muertos de gana.
Estas condiciones, que se dieron en Cata-
lunya y País Vasco, no existieron en la ma-
yor parte de España. En Castilla las Cortes
medievales pasaron a mejor vida a princi-
pios del siglo XVI. Y sin ellas los monarcas
españoles pudieron expoliar el país sin freno
alguno. La historia es triste pero merece ser
recordada. Tras soportar una inflación de ca-
ballo, Castilla perdió una cuarta parte de la
población tan sólo entre 1650 y 1680. Mien-
tras tanto, la libra catalana se mantuvo esta-
ble como si se tratará de un marco alemán
de los de siempre y la economía catalana
arrancó decidida hasta hoy en día.
Desafortunadamente, los Borbones liqui-
daron las autonomías catalano-aragonesas
en 1714 y la vasca en 1876 y con ellas los
pocos controles existentes contra la voraci-
dad de los gobernantes. No obstante, perma-
necieron en su lugar los factores so-
ciales que aquellas instituciones po-
líticas habían generado: un clima de
confianza social, una cierta igual-
dad económica y ciudades sosteni-
das por una cierta actividad artesa-
nal (y no por el empleo público y las
hidalguías). Cuando llegaron los
vientos de la revolución industrial,
inventada en Inglaterra (que, no
por casualidad, tenía un parlamen-
to capaz de parar los pies al rey de
turno), sólo esos lugares pudieron
atraparlos y hacerlos fructificar en
la Península. La mejor evidencia de
que eso es así es que, todavía hoy,
las autonomías con mayor renta per
cápita se corresponden (casi) mili-
métricamente con la Corona de
Aragón y el País Vasco, es decir, con
los territorios que resistieron el ab-
solutismo.
¿Qué lección política y económi-
ca se deriva de esa discusión históri-
ca? Una muy sencilla. La suerte de
España se cifró en que hubo esa di-
versidad, hija de las resistencias del
pasado, que permitió la moderniza-
ción de algunas partes del país. Y
esas partes acabaron estirando de
los demás. Imagínense cómo estaría-
mos si Madrid nos hubiese conseguido aplas-
tar a todos. En el mejor de los casos, en la
posición de Turquía, que todavía está fuera
de la Unión Europea. O quizá como Rusia,
con toda su trágica historia a cuestas.
En España existe algo así como un libera-
lismo castizo que predica mercado, pero que
pierde gas cuando alguien duda que la políti-
ca del Gobierno central sea quien marque el
camino del progreso o cuestiona el valor de
las llamadas empresas “nacionales” que, en
nombre de una supuesta eficiencia y del
bienestar colectivo, concentran sus sedes so-
ciales en la capital. Ese liberalismo me da gri-
ma. Aunque veo sus razones. La única pro-
vincia que tiene una renta personal superior
a los territorios catalanes y vascos es Ma-
drid. Un Madrid forjado a golpe de decretos
por Primo de Rivera, engordado por Franco
y sostenido hasta el presente. Pero, claro, eso
ya no es historia económica. Es política espa-
ñola pura.c
cboix@midway.uchicago.edu
JOAN CASAS
E
n el 2003 la literatura cata-
lana ha dado lugar a cua-
tro libros de una más que
estimable calidad: son, por
orden alfabético de los autores,
“L'home que va estimar Natàlia Vi-
dal”, de Julià de Jòdar; “Purgatori”,
de Joan Francesc Mira; “De fems i
de marbres”, de Francesc Serés, y
“Pa negre”, de Emili Teixidor. Una
excelente cosecha de nuestra narra-
tiva que debería bastar para des-
mentir todo diagnóstico pesimista
sobre el estado de salud del catalán.
Y, sin embargo, en ese mismo año
pasado se oían los presagios más ne-
gros sobre el futuro de la lengua y la
cultura catalanas. Parecía imponer-
se un pesimismo difuso que, aun-
que parcialmente fundamentado en
datos objetivos, no se puede sin em-
bargo separar de la particular coyun-
tura en que éste se manifestaba: la
sensación de fin de régimen en Cata-
lunya, tras la larga etapa del pujolis-
mo, combinada con la rampante ex-
hibición de patrioterismo español
auspiciada desde la Moncloa.
Ahora, tras el cambio de mayoría
política en Catalunya, el momento
es propicio para un balance. Uno de
los primeros en apuntarse ha sido
Valentí Puig, con un libro, hecho de
retales, de título más bien enigmáti-
co, “L'os de Cuvier”, pero de con-
tundente y algo pretencioso subtítu-
lo: “Cap a on va la cultura catala-
na”. El libro no es, ni por asomo, lo
que promete. La explícita reseña de
Julià Guillamon en “Cultura/s” me
ahorra muchas consideraciones. Pe-
ro no la principal, y es que las diva-
gaciones de Puig dejan entrever un
trasfondo inquietante: el descrédito
de la democracia. Puig aborrece la
democratización de la escuela, la
masificación de la universidad y
quisiera reservar la literatura para
unos “happy few”. Querría un país
dirigido por una elite burguesa y un
intelectual como D'Ors como “maî-
tre à penser”. Pero le cuesta aceptar
que todo esto forma parte de un pa-
sado que ya no volverá. Y es que a
Puig le ocurre lo que, según él, le
ocurría a don Llorenç Villalonga:
“No le agrada el presente, y tampo-
co el futuro”.
La tesis de Puig es que existe una
“distancia perceptible” entre la vita-
lidad de una sociedad como la cata-
lana y la “precariedad cualitativa”
de su cultura. ¿Qué camino debe to-
mar, entonces? Su propuesta se limi-
ta a repetir los eslóganes del partido
del Gobierno, lo que, francamente,
casa poco con su pretendida condi-
ción de “outsider”: “Proposo l'ac-
ceptació de la naturalitat bilingüe,
el fet històric d'Espanya i un retorn
a la cultura com a exigència”. Si era
difícil coincidir con su diagnóstico,
todavía lo es más con el pretendido
remedio.
La historia de la cultura catalana
es la de una persistente anormali-
dad. Como decía Víctor Balaguer
ya en el lejano 1866, la literatura y
la lengua catalanas sólo han podido
florecer cuando Catalunya ha teni-
do libertad política. Lo que es sus-
tantivo y novedoso de la situación
actual es que, después de 23 años de
gobierno nacionalista, se pueda te-
ner la sensación de retroceso. Pero
no me parece serio achacar la “pre-
cariedad” presente de la cultura ca-
talana a la aceptación, o no, del bi-
lingüismo y del marco constitucio-
nal, y al mismo tiempo callar sobre
hechos tan relevantes como las con-
secuencias todavía evidentes del
franquismo, o acerca de la manifies-
ta insuficiencia de las políticas y de
los presupuestos culturales de la Ge-
neralitat convergente, que no supo
contrarrestar ni la supeditación polí-
tica ni la presión uniformizadora
del mercado que sufre una cultura
minoritaria como la nuestra –tal
vez porque nunca creyó en ella–.
Para Puig, la cultura catalana tie-
ne más futuro vinculada a “l'Espa-
nya acollidora” –¿cuál, la de Matas
y Zaplana, paladines de un supues-
to “bilingüismo” o de cómo acabar
de una vez por todas con la lengua
catalana?, ¿la que avisa que no res-
petará la voluntad del 88% del elec-
torado catalán en la reforma estatu-
taria?– que buscando un atajo pro-
pio. Lo malo es que la historia y el
presente le desmienten. Volvamos
a los cuatro libros que mencionaba
antes. ¿Cuántos escritores españo-
les han leído alguno de ellos? ¿Cuán-
tos periódicos madrileños los han re-
señado? ¿En qué cátedras españolas
se estudiarán algún día? Si es ver-
dad, como dice Puig, que “la litera-
tura catalana perd el públic qualifi-
cat”, entonces hay que convenir
que lo que necesitamos son instru-
mentos, plataformas, para difundir-
la y prestigiarla. Ésta es también
una responsabilidad, y no la menor,
de la nueva mayoría.c
LAS AUTONOMÍAS CON
mayor renta se corresponden
(casi) milimétricamente
con los territorios que
resistieron el absolutismo
JOSEP M. MUÑOZ, historiador,
director de la revista “L'Avenç”
E
s una pretensión a todas luces exa-
gerada en relación con mis posibi-
lidades reales en esta vida: ¿cómo
voy a lograr una cosa tan seria e
importante como producir inolvidables
chuletas? Pero, por favor, que nadie piense
que hablo en sentido figurado. Yo lo que
quiero ser de mayor no es una vaca sagra-
da, nada más lejos de mi intención; yo pre-
tendo ser una vaca vulgar, que ni siquiera
sea una vaca lechera, tolón, tolón, sino una
vaca cualquiera.
A esta conclusión, digamos que a este
ideal de vida, he llegado tras haber tenido
que viajar, por motivo de la actual campa-
ña electoral, arriba y abajo de España, a bor-
do del avión. Les puedo asegurar que envi-
dio profundamente a nuestra cabaña vacu-
na. Es difícil, bastante difícil, que ninguno
de los mamíferos que forman parte de ella
sufra los tratos vejatorios que se dispensan
a los viajeros.
De todos los agravios sufridos, los más le-
sivos de todos –no ya a los derechos huma-
nos ni a la dignidad de las personas, sino a
la simple delicadeza entre congéneres– se
conculcan de forma sistemática y descara-
da en los controles de seguridad, por mor
de la histeria desatada a raíz del 11-S. Estoy
convencido de que las reses que van a ser
sacrificadas en el matadero sufren menos
estrés. Ante la escasez de personal, hay que
efectuar una carrera contrarreloj para des-
hacerse de todo aquello que sea susceptible
de hacer sonar el dichoso pito, en un tiem-
po récord; después hay que volver a recoger-
lo deprisa y corriendo, entre sudados y con-
gestionados. Pasan cosas curiosas, como
que el ordenador portátil sea objeto de una
minuciosa y pormenorizada inspección,
despierte un vivo interés en Barcelona, y
que en los restantes quince controles nadie
le haga ni el más puñetero caso.
Pero pobre de usted que el aparato conti-
núe sonando, la fila de viajeros se haya dete-
nido por su culpa y la cinta del escáner se
haya parado. Entonces usted es un sospe-
choso, y el encargado de la cosa ésa le espe-
ta un “caballero –una simple forma de ha-
blar, por no llamarle incompetente–, ¿lleva
monedas, llaves, etcétera?”. Uno va vacian-
do todo lo que tiene en los bolsillos, vuelve
a pasar por el aro, vuelve a sonar. El indivi-
duo te hace levantar los brazos, te pasa un
cacharro y, entonces, a voz en grito te espe-
ta: “¿Y por qué no me ha dicho que lleva
tirantes?”. Que yo sepa, llevar tirantes no es
todavía ningún delito, ¿verdad?
Sólo tiemblo al pensar en el día que tenga
que quitarme en público la dentadura posti-
za o pasar en paños menores. Es más cómo-
do ser vaca y llevar toda la información col-
gada de un chip en la oreja. Acabas antes y,
por el trato, tampoco hay tanta diferencia.c
mtrallero@teleline.es
España e industrialización
JOSEP M. MUÑOZ
CARLES BOIX
Quiero ser vaca
CARLES BOIX, catedrático de la Universidad
de Chicago
En la encrucijada
MANUEL TRALLERO
LUNES, 8 MARZO 2004 O P I N I Ó N LA VANGUARDIA 31