El documento analiza la propuesta de Estatuto de Autonomía de Cataluña y las razones por las que no ha recibido apoyo de la opinión liberal o progresista española. Señala que el proyecto adopta un lenguaje nacionalista clásico que presenta a Cataluña como una entidad esencial con derechos históricos y agraviada por España. También critica que apela excesivamente a la historia y pasado de Cataluña para legitimarse y define a España de manera hostil. Concluye explicando que una propuesta
Debate sobre el proyecto de Estatuto de Cataluña y la visión nacionalista
1. EL PAÍS, domingo 15 de enero de 2006 OPINIÓN / 15DEBATE
Se extrañan algunos intelectuales
y políticos catalanes de la falta de
apoyo que ha encontrado entre la
opinión liberal o progresista el re-
ciente proyecto de Estatuto. Inten-
taré dar una explicación para esta
frialdad, apoyándome no tanto en
las demandas específicas que el tex-
to contiene como en su lenguaje,
en la visión del mundo que revela,
que creo inserta en los esquemas
mentales del nacionalismo más clá-
sico.
Limitándome a su preámbulo y
sus artículos iniciales, en definitiva
los de mayor importancia simbóli-
ca, en el proyecto se halla constan-
temente presente una Cataluña
esencial, idéntica a sí misma, carga-
da de “derechos históricos”, agra-
viada siempre por “España” y a la
vez impermeable a toda influencia
española. Los autores del texto ni
siquiera parecen ser los diputados
que lo redactaron y aprobaron, si-
no “Cataluña”, ente espiritual que
ha “definido una lengua y una cul-
tura” o “modelado un paisaje” en
esa parte del globo. Recuerda el
lenguaje de los obispos cuando pre-
sentan sus demandas en nombre
de “Dios”. Las iglesias tienen, al
menos, textos revelados que utili-
zan como poder para hablar en
nombre de los seres celestiales. Los
nacionalismos no, pero se anclan
en el mundo de lo intemporal con
la misma soltura.
Cataluña se ve también dibuja-
da como un organismo vivo, dota-
do de voluntad y capacidad de ra-
ciocinio: “Cataluña considera...,
quiere..., expresa su voluntad de”.
Es un retorno al Volksgeist, a las
almas colectivas, a los caracteres
nacionales, a la visión orgánica de
las sociedades, propia del romanti-
cismo de mediados del siglo XIX.
Es asombroso que, a comienzos
del XXI, un 89% del Parlamento
catalán suscriba esta manera de en-
tender el mundo.
Sorprenden también las referen-
cias a la historia como legitimadora
deeste proyecto político. Es una his-
toria sesgada, sólo interesada en
avalar la existencia de una identi-
dadnacional permanente. Más cier-
to sería decir que las instituciones
delAntiguoRégimen defendían pri-
vilegios corporativos y no tenían el
menor contenido “nacional”
(¿quién pensaba entonces en “pue-
blos soberanos”?). Aparte de fal-
sear la historia, este planteamiento
es radicalmente antidemocrático,
porque obliga a los actuales o futu-
ros ciudadanos de Cataluña a ser
“fieles al pasado”, a ese pasado
idealizado y pétreo de los naciona-
listas. Y peor aún es recurrir a la
historia en nombre del progresis-
mo, porque tanto los ilustrados co-
mo los revolucionarios anti-absolu-
tistas eran enemigos de las legitimi-
dades derivadas de la historia; lo
quequerían era precisamente rectifi-
car la historia en nombre de la ra-
zón, eliminar los errores y prejuicios
heredados de los “siglos oscuros”.
El texto respira, por otra parte,
una mal disimulada animadver-
sión contra España. La palabra
misma, “España”, apenas aparece
mencionada, salvo para definirla
como un “Estado plurinacional” o
para referirse a “los pueblos de Es-
paña”; osadía notable ésta de apro-
vechar un texto sobre uno mismo
para definir al otro. Su término pre-
ferido, cuando la alusión es inevita-
ble, es “el Estado”, incluso sin el
adjetivo “español”. Y se dice que el
“espacio político y geográfico de
referencia” de Cataluña es la
Unión Europea, sin mencionar a
España ni como escalón interme-
dio. Todo lo cual destila voluntad
de ignorar a España, si no abierta
aversión. ¿Quién puede extrañarse
de que quienes tienen un lazo senti-
mental profundo con España se
sientan agredidos?
Muy distintas serían las cosas si
el discurso preliminar fuera el que
otras veces hemos oído a Maraga-
ll, o el que utilizaron algunos de los
defensores de este proyecto ante el
Congreso de los Diputados, con de-
claraciones de simpatía o herman-
dad con España e intención de con-
tribuir a un futuro democrático co-
mún. Nada de eso figura en el tex-
to.
Es difícil, por último, evitar la
sensación de que en demandas co-
mo las de este texto hay una cierta
doblez. Dicen algunos de sus defen-
sores que sólo se trata de buscar
una fórmula de convivencia para
que los catalanes se encuentren “có-
modos” en España, para integrar-
los mejor en el conjunto. Pero
otros van más lejos y declaran que
es sólo un primer paso hacia la so-
beranía. Los nacionalistas ligan na-
ción con soberanía, aunque el tex-
to no lo haga. Y considero legíti-
mas estas intenciones confederal-
independentistas; pero no se puede
firmar un texto que encierra, de
manera nada solapada, dos proyec-
tos diferentes.
Estas son algunas de las razo-
nes que explican la frialdad con
que el proyecto ha sido recibido en
ambientes que en el pasado pudie-
ron simpatizar con las demandas
catalanas. Las reivindicaciones na-
cionalistas tienen cansada y aburri-
da a la opinión pública española,
que detecta además en ellas una
cierta artificialidad. Porque la ciu-
dadanía catalana, según los son-
deos, tiene un grado de militancia
nacionalista muy inferior al de sus
representantes políticos; lo cual pa-
rece indicar que, más que un genui-
no conflicto social o cultural, esta
afirmación incesante y creciente de
la identidad encierra un interés por
crear el conflicto, para marcar, re-
servar y ampliar espacios de poder
propios.
La búsqueda realista y honesta
de una fórmula de convivencia pa-
ra España no debe partir del reco-
nocimiento de “las naciones que
componen este Estado”, sino de la
complejidad de las sociedades con-
temporáneas. Lo cual significa que
los ciudadanos tienen hoy una iden-
tidad múltiple (local, regional, na-
cional, europea...) y que la plurali-
dad cultural afecta a todos (no sólo
al Estado central). Significa, en re-
sumen, abandonar el nacionalis-
mo, porque un nacionalista es leal
a una identidad única o de impor-
tancia incomparablemente supe-
rior a cualquier otra; y su sueño
son sociedades culturalmente ho-
mogéneas y políticamente sobera-
nas. En el país y momento en que
estamos, esta fórmula de conviven-
cia pasa por la consolidación de la
organización autonómica existen-
te, avanzando quizás hacia un mo-
delo federal pleno; y dejar que pase
el tiempo, que los ciudadanos se
habitúen a unas instancias de po-
der complejas, entre las que el Esta-
do será una más, progresivamente
diluido en un contexto que tiende
hacia lo supraestatal.
Quienes tanto hemos admirado
la cultura cosmopolita y moderna
de los catalanes esperábamos de
ellos una propuesta más sofistica-
da, un proyecto compatible con
identidades plurales, con referencia
a leyes, garantías y libertades, con-
texto internacional, y no a dere-
chos históricos, comunidades orgá-
nicas y entes metafísicos. Por eso
nos decepciona el texto que tene-
mos sobre la mesa.
José Álvarez Junco es catedrático de
Historia en la Facultad de Ciencias Po-
líticas de la Universidad Complutense.
Actualmente dirige el Centro de Estu-
dios Políticos y Constitucionales.
El liberalismo español ha tendido
a asociar estado, nación y demo-
cracia. Se ha sostenido tradicio-
nalmente que hacía falta cons-
truir un robusto estado español
para que desde éste se pudiera
construir una consistente nación
española y que sólo el estado na-
cional español crearía un sujeto
soberano para la democracia. Pe-
ro esta visión no corresponde a la
realidad. Estado, nación y demo-
cracia son tres conceptos distin-
tos que no siempre van juntos.
Como es bien sabido, hay estados
robustos y bien asentados que no
han construido una nación, sino
que son estados multinacionales.
Asimismo, la democracia existió
antes y existe fuera del marco del
estado nacional. El Parlamento
Europeo, por ejemplo, es una ins-
titución democrática, pero no se
basa en un estado. Por su parte,
el Parlamento de Cataluña, como
las asambleas de las otras comuni-
dades autónomas y de varias do-
cenas de territorios en Europa,
son también democráticos, pero
tampoco corresponden a estados.
En Europa, España es el caso
más claro de intento fallido en la
construcción de un estado nacio-
nal. El núcleo castellano fue histó-
ricamente demasiado pequeño y
relativamente débil para construir
un estado nacional bajo su pa-
trón lingüístico y cultural, capaz
de asimilar al conjunto de los pue-
blos en el territorio. El grado de
unificación territorial de España
quedó muy lejos del caso típico, el
estado francés, pero también de la
asimilación conseguida por otros
grandes estados en Europa.
Durante mucho tiempo, la re-
lación de Cataluña con España
fue de “imperio y libertad”, como
dijo el historiador Jaume Vicens-
Vives; es decir, “imperio” en la
obra colectiva en Europa y Améri-
ca, y “libertad” en los asuntos in-
ternos, regidos en Cataluña por
instituciones representativas pro-
pias basadas en las Cortes y la
Generalidad. Fue sobre todo la
disolución del imperio español
durante el siglo XIX lo que hizo
que el proyecto de estado nacio-
nal español perdiera atractivo y
apoyos. El catalanismo político
surgió entonces como una bús-
queda de alternativa ante la frus-
tración y la percepción de fracaso
en la construcción española y se
orientó a la construcción de una
nación catalana, un estado cata-
lán e incluso un imperio catalán
alternativos.
Quizá lo menos previsible fue-
ra que ni siquiera con el estableci-
miento, por primera vez en la his-
toria, de una democracia durade-
ra en España se consolidara la
construcción de un estado nacio-
nal. Posiblemente uno de los pun-
tos álgidos en la construcción de
un estado nacional español se al-
canzara en el periodo de transi-
ción 1976-1980. En esos años
coincidieron varios procesos:
— Un reforzamiento del apa-
rato del estado central mediante
la expansión del gasto público y
del número de funcionarios de la
administración, el cual continuó
durante los años ochenta.
— Una homogeneidad lingüís-
tica y cultural en torno al castella-
no relativamente alta, como conse-
cuencia de las imposiciones, prohi-
biciones y persecuciones de un lar-
go periodo dictatorial.
— Una nueva legitimación de-
mocrática del estado, cristalizada
en la Constitución de 1978.
— Un gran aislamiento inter-
nacional, acumulado desde mu-
cho antes, fuera de la OTAN y de
la Comunidad Europea, lo cual
favorecía la introspección.
A principios del siglo XXI, es-
tos procesos han cambiado sustan-
cialmente. La democracia en Espa-
ña ha comportado la dispersión
del estado por arriba y por abajo.
Mediante la integración en diver-
sas alianzas internacionales, inclui-
das la OTAN y la Unión Euro-
pea, el estado español ha cedido la
mayor parte de los poderes con
los que había fundamentado su
soberanía: la defensa, las fronte-
ras, las aduanas, la moneda y gran
parte de la política económica y
otras políticas públicas. Por otro
lado, la democracia también ha
comportado la afirmación y las
demandas crecientes de autogo-
bierno de naciones pequeñas co-
mo Cataluña y Euskadi y las de-
más comunidades, a las cuales el
estado ha cedido competencias,
entre otros temas, en seguridad,
educación, sanidad, obras públi-
cas y recaudación de impuestos.
La diversidad cultural y lingüísti-
ca de España se ha incrementado,
mientras se han debilitado los sen-
timientos de formar parte de una
nación española, en beneficio de
las identidades autonómicas. Tras
un largo periodo democrático, re-
sulta, pues, que el estado español
ya no es lo que era ni será lo que
pudo haber sido y no fue: un esta-
do nacional soberano según un
modelo westfaliano y francés.
Lo que existe actualmente en
la Europa de la que forma parte
España es una democracia multi-
nivel en la que los poderes están
divididos y compartidos y ningu-
no de ellos tiene una soberanía
real y efectiva. A los distintos ni-
veles actúan y a menudo se super-
ponen: la Unión Europea, que es
una democracia de tamaño impe-
rial; los estados, como el español,
que es de hecho multinacional y
tiende a organizarse al modo fe-
deral, y el autogobierno en liber-
tad de las naciones, como Catalu-
ña y tantas otras. No existe hoy,
pues, una única fuente de sobera-
nía efectiva que permita estable-
cer una jerarquía lineal de pode-
res, sino una diversidad de juris-
dicciones.
Cataluña se encuentra, pues,
ante una nueva oportunidad de
“imperio y libertad”. Es precisa-
mente la pertenencia a la Unión
Europea lo que ha abierto nuevas
posibilidades y expectativas de au-
togobierno. Cataluña, como cual-
quier otra comunidad, puede desa-
rrollar actualmente variadas rela-
ciones multilaterales: no sólo con
el gobierno central del estado espa-
ñol, sino con las otras comuni-
dades autónomas, así como con
las instituciones centrales de la
Unión Europea en Bruselas y, en
una Europa sin fronteras, también
con los demás estados y regiones
de la Unión. Para que estas rela-
ciones multilaterales puedan flore-
cer se requieren, sin embargo, re-
glas institucionales que sean acep-
tadas por todas las diversas unida-
des políticas implicadas. Sólo con
unas reglas pactadas, los estados,
las naciones y los imperios pue-
den cooperar y tomar decisiones
colectivas en mutuo beneficio. És-
te puede ser el mensaje de fondo
del nuevo Estatuto catalán.
Josep M. Colomer es profesor de Inves-
tigación en Ciencia Política del CSIC y
profesor de Economía de la Universi-
dad Pompeu Fabra.
Cataluña vista desde España
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO
Imperio y libertad
JOSEP M. COLOMER
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España es el caso más
claro de intento fallido
en la construcción de
un estado nacional
¿PUEDE SER ESPAÑA UN ESTADO MULTINACIONAL?
Un nacionalista es leal
a una identidad única
o de importancia muy
superior a cualquier otra