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Asociación Bíblica Española
Director:
José Cervantes Gabarrón
Consejo de Redacción:
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Revisión literaria:
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EDITORIAL .................................................. Pág. 2
SECCIÓN MONOGRÁFICA
1. “El nacimiento de una comunidad
cristiana: Tesalónica”..................................... Pág. 5
Carlos GIL ARBIOL
2. “La predicación del Evangelio
en Tesalónica (1 Tes 1–3)” ........................... Pág. 15
Juan Antonio AZNÁREZ
3. “La vida cristiana y la venida
del Señor (1 Tes 4–5)”.................................. Pág. 25
Juan Luis CABALLERO GARCÍA
4. “La primera Carta a los Tesalonicenses
y la tradición evangélica”............................... Pág. 35
Francisco PÉREZ HERRERO
5. “El Evangelio que Pablo había
predicado en Tesalónica”.............................. Pág. 45
Tomás OTERO LÁZARO
SECCIÓN ABIERTA
1. “El Resucitado camina con
los sufrientes del mundo”.............................. Pág. 57
José CERVANTES GABARRÓN
SECCIÓN DIDÁCTICA
1. “Antología bíblica
de la música sacra (1/4)” ............................. Pág. 63
Juan Carlos GARCÍA DOMENE
SECCIÓN INFORMATIVA
1. In memoriam.
Francisco Contreras Molina ........................ Pág. 70
2. Boletín bibliográfico bíblico ....................... Pág. 72
Pág. 1
VERANO 2009 • Nº 62
LA PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES
Coordinador: Dr. Tomás Otero Lázaro
Pág. 2
Editorial
La primera Carta a los Tesalonicenses, un escrito más bien breve, no se destaca en el conjunto del epis-
tolario paulino ni por la riqueza y densidad de su reflexión teológica ni por la amplitud u originalidad
de su enseñanza moral y práctica. Pero tiene una característica que la hace distinta y le otorga un puesto
singular entre las cartas de Pablo: es, según opinión mayoritaria, el escrito más antiguo que se ha conser-
vado del apóstol. También, el escrito más antiguo de todo el Nuevo Testamento, el primer testimonio
literario del cristianismo naciente.
Además, 1 Tes fue escrita por Pablo al poco tiempo de haber predicado el Evangelio en la ciudad de Te-
salónica. El recuerdo de la evangelización está todavía muy vivo. Carlos Gil Arbiol se ocupa de recrear
ese primer momento del anuncio del Evangelio en Tesalónica: la llegada de los misioneros, el nacimien-
to de la comunidad, el ambiente hostil que desde el principio la rodea, el entramado social del que for-
man parte los convertidos, las dificultades que encontraban para perseverar en la fe y vivirla.
El eco de esta situación lo escuchamos en los tres primeros capítulos de la carta, en los que Pablo re-
cuerda cómo fue el anuncio del Evangelio y la acogida por parte de los tesalonicenses. En ellos, como
muestra el comentario de Juan Antonio Aznárez Cobo, se pone de manifiesto la intensa relación perso-
nal que los misioneros establecen con los que escuchan su predicación y se convierten. La distancia físi-
ca, impuesta por las circunstancias, no debilita esa relación; al contrario, hace que Pablo experimente
intensamente la preocupación por sus cristianos y ponga los medios a su alcance –envío de Timoteo, es-
critura de la carta– para ayudarle a perseverar y completar lo que falta a su fe.
Porque, en efecto, Pablo no había podido completar la instrucción de los tesalonicenses, al verse obliga-
do a abandonar la ciudad. Remediar esta deficiencia es el motivo principal de la carta. Juan Luis Caba-
llero García reflexiona sobre las enseñanzas que Pablo les transmite, comentando los capítulos 4 y 5 de
la carta. En ellos el apóstol da respuesta a las inquietudes y preocupaciones de los tesalonicenses sobre la
suerte de los difuntos y el momento de la parusía del Señor, les instruye sobre la vida cristiana personal
y comunitaria y, sobre todo, les anima a tener un comportamiento coherente con la llamada que han
recibido a la salvación, con la mirada puesta en la venida del Señor Jesucristo.
En la enseñanza que Pablo transmite a los tesalonicenses, sobre todo respecto a la parusía del Señor, se
escucha el eco de la enseñanza del propio Jesús, tal como ha sido recogida en los evangelios sinópticos.
Francisco Pérez Herrero investiga esta conexión entre la
doctrina de Pablo expuesta en la carta y la predicación
de Jesús conservada en la tradición y posteriormente
puesta por escrito en los evangelios.
Decía al principio que 1 Tes no se distingue por la ri-
queza de sus contenidos teológicos. Tal afirmación es
sólo verdad en parte, pues, cuando miramos más allá de
lo que la carta dice explícitamente y prestamos atención
al bagaje de conocimiento del mensaje cristiano y de ex-
periencia de vida cristiana que presupone, descubrimos
un horizonte mucho más amplio y rico. Descubrimos el
Evangelio que Pablo y sus compañeros habían anuncia-
do a los tesalonicenses. Reconstruir las líneas maestras de
esa primera predicación del Evangelio en Tesalónica a
partir de lo que presupone la carta es el objetivo del últi-
mo artículo, firmado por un servidor.
Tomás Otero Lázaro
Pág. 3
SECCIÓN MONOGRÁFICA
ELNACIMIENTO
DEUNA
COMUNIDAD
CRISTIANA:
TESALÓNICA
CarlosGilArbiol
Pág. 5
Tesalónica fue la primera comu-
nidad a la que Pablo dirigió una
carta, el primer escrito del Nuevo
Testamento que se nos conserva:
una carta novedosa, cargada de
afecto y ternura, de imágenes ex-
trañas y de ánimo y confianza;
una carta que refleja algunos as-
pectos de lo más genuino de Pablo
en los orígenes del cristianismo: su
estrategia misionera, sus funda-
mentos éticos, la organización de
la comunidad, etc. Estamos, pues,
ante un testimonio privilegiado de
la figura de Pablo, de su corazón
y de su pasión: la ekklêsia del Dios
descubierto en la cruz de Jesús.
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1. Llegada de Pablo a Tesalónica
L
A comunidad de creyentes de Tesalónica
no fue la primera fundación propiamente pau-
lina; en Filipos, unos meses antes de llegar a Te-
salónica (cf. 1 Tes 2,2; Hch 16,11-40), Pablo
creó una comunidad con la que mantuvo una estrecha y
privilegiada relación (cf. Flp 1,7-8; 4,15-16). Y todavía
antes de llegar a Filipos, en mitad de la “Vía Común”, el
camino imperial que unía el este con el oeste de Asia
Menor, Pablo creó algunas comunidades en Galacia
(aunque quizá ya existían, fruto de la misión antioquena;
cf. Gál 1,2; 3,1; 4,13). Éstas habían sido las primeras eta-
pas de la misión independiente de Pablo, aquella que ini-
ció cuando se marchó de Antioquía tras un conflicto con
Pedro (Gál 2,11-14) que le convenció de la necesidad de
“no construir sobre cimientos ya puestos por otros”
(Rom 15,20). Sin embargo, Tesalónica sí fue la primera
comunidad a quien dirigió una carta, el primer escrito
del Nuevo Testamento que se nos conserva: una carta
novedosa, cargada de afecto y ternura, de imágenes extra-
ñas y de ánimo y confianza; una carta que refleja algunos
aspectos de lo más genuino de Pablo en los orígenes del
cristianismo: su estrategia misionera, sus fundamentos
éticos, la organización de la comunidad, etc. Estamos,
pues, ante un testimonio privilegiado de la figura de
Pablo, de su corazón y de su pasión: la ekklêsia del Dios
descubierto en la cruz de Jesús.
Aproximadamente hacia el año 49 d.C., Pablo se marchó
de Antioquía, donde había estado entre cinco y diez
años. Durante este tiempo, Pablo y Bernabé se habían
distinguido entre todas las comunidades de creyentes en
Cristo por su decidida misión de anunciar el Evangelio a
no judíos. Ésta había sido una consecuencia sociológica
de la lectura teológica de la muerte de Jesús en la cruz: si
la muerte de Jesús tenía sentido expiatorio, es decir, per-
donaba los pecados de todos, ¿qué valor tenían entonces
los sacrificios realizados en el templo de Jerusalén con el
mismo fin? Si en la muerte de Jesús Dios estaba revelan-
do su voluntad de salvación para todos los hombres, ¿qué
sentido tenía ya la Torá, la ley que reflejaba la voluntad
de Dios? Si la muerte de Jesús era el acontecimiento de-
finitivo de la historia, ¿no habría que reunir al nuevo
pueblo de Dios, en el que debían estar, como iguales,
judíos y paganos, esclavos y libres, varones y mujeres
(cf. Gál 3,28)? Antioquía fue, probablemente, la primera
comunidad de creyentes en Cristo que se planteó abierta-
mente que las fronteras étnicas que marcaban las normas
de pureza ritual (contenidas o emanadas de la Torá) ya
no tenían sentido y que, por lo tanto, se debían abrir las
puertas tanto a judíos como a paganos. Las consecuen-
cias de este gesto fueron muchas, puesto que se obligó a
convivir en la misma mesa a ambos grupos, forzando a
los judíos a incurrir en impureza (cf. Hch 11,1-3).
¿Había o no que circuncidar a los paganos? ¿Había que
obligarles, al menos, a cumplir ciertos preceptos de la
Torá para evitar la impureza? ¿Qué relación tenía, en el
fondo, la fe en Jesús con la Torá?
Para resolver estos problemas se convocó una asamblea
en Jerusalén en torno a los años 48-49, que resolvió no
circuncidar a los paganos pero no dio solución al proble-
ma de convivencia entre unos y otros. El conflicto estalló
de nuevo más tarde, y se adoptó una solución de com-
promiso liderada por Pedro: no exigir a los paganos más
que lo mínimo, es decir, “abstenerse de lo sacrificado a
los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y
de la impureza (sexual)” (Hch 15,29). Esta solución re-
conocía un cierto valor en la Torá y no hacía suficiente-
mente visible que Jesús es el único que reconcilia
con Dios; a juicio de Pablo, esto era “edificar lo que
destruí” o creer que “Cristo había muerto en vano” (cf.
Gál 2,18.21). Pablo se da cuenta de que es muy difícil
construir la ekklêsia de Dios sobre cimientos que ha
puesto otro (cf. Rom 15,20), de modo que iniciará una
misión independiente cuyo objetivo será precisamente
ése: poner él mismo los cimientos de la ekklêsia, Cristo
(cf. 1 Cor 3,10).
2. Los inicios de la comunidad
A
SÍ nacen la comunidad de Filipos y la de
Tesalónica; ambas, como se puede ver en una
lectura comparada de las dos cartas, compar-
ten muchas características. Lucas, en el libro
de los Hechos de los apóstoles, narra las dificultades
sufridas en Filipos (Hch 16,11-40) y la llegada a Tesa-
lónica (Hch 17,1). Es improbable, no obstante, que la
predicación de Pablo se dirija directamente a la sinagoga
y, todavía más improbable, que algunos judíos entraran a
formar parte de la ekklêsia (cf. Hch 1,1-4), ya que no hay
indicios de miembros de origen judío en la carta de
Pablo (cf. 1 Tes 1,9) y la estrategia de anuncio del Evan-
gelio es diferente, como vamos a ver. Por otra parte, los
datos de Lucas coinciden con su idea teológica: mostrar
que las promesas de Dios para su pueblo no han fallado,
sino que ha sido el rechazo de éste lo que ha provocado
la apertura a los paganos (cf. Hch 13,44-47; también
Lc 14,15-24).
Pablo ofrece varios datos que apuntan en otra dirección.
El primer dato es una característica muy típica de Pablo:
ponerse a trabajar con sus propias manos cuando llega a
una ciudad, lo que resulta perfectamente comprensible
dada la necesidad de subsistir (1 Tes 2,9; cf. también
1 Tes 4,11; 1 Cor 4,12; cf. Hch 18,1-3). Otro dato es la
referencia que da el mismo Pablo en la primera carta que
escribe: “Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la
Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido
no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes”
(1 Tes 1,8). En tercer lugar, Celso, escritor romano del
siglo II d.C. que critica a los cristianos, menciona cómo,
todavía en el siglo II, el modo de “hacer resonar” el
Evangelio es “de boca en boca”: “Vemos estos que des-
pliegan su enseñanza secreta en los mercados y que van
por ahí como mendigos (…). Dicen [a los jóvenes] que si
les gusta [el Evangelio] pueden dejar a sus padres y maes-
tros para ir con las mujeres y los niños pequeños a la
tienda de los tejedores de lana o a las tiendas de los zapa-
teros remendones o de los lavanderos, de manera que
puedan aprender la perfección” (Orígenes, Contra Celso
3,50-55).
Estos datos reflejan una estrategia misionera que tenía
unos espacios preferentes: los lugares de trabajo de los ar-
tesanos, los barrios gremiales localizados en los márgenes
de las ciudades, junto a las murallas. Ahí la densidad de
población era muy alta y la vida cotidiana se realizaba en
la calle y en los talleres y tiendas (tabernae), donde con-
vivían mayores y niños, y las noticias “resonaban de
boca en boca” con una enorme facilidad. En las ciuda-
des del Imperio, el modo más extendido de vivienda era
el de “piso de alquiler” en bloques de apartamentos
(insulae). En ellos se podía alquilar un local abierto a la
calle en el que trabajar (taberna) que, generalmente,
tenía un pequeño cuarto (cubiculum) en su parte supe-
rior, donde la familia (incluidos los esclavos o trabaja-
dores dependientes, si los hubiera) dormía por las no-
ches. Pablo, en Tesalónica, debió aprovechar su
formación como fabricante de tiendas o guarnicionero
(cf. Hch 18,1-3) para anunciar el Evangelio mientras
trabajaba en una tienda en el barrio gremial; probable-
mente, la familia para la que se puso a trabajar le daba
comida y cobijo a cambio de su trabajo. Así debió co-
menzar la ekklêsia de Tesalónica.
3. La comunidad en su contexto
E
NTONCES, si la estrategia de puesta en mar-
cha de la ekklêsia fue tan silenciosa, si los con-
flictos con la sinagoga no fueron tales, si Pablo
no fue predicando en público por las calles
abiertamente, ¿cómo se explica la hostilidad y las enor-
mes dificultades que se encontraban Pablo y los nuevos
creyentes en cada ciudad, también en Tesalónica? Esta
pregunta requiere una mirada a las circunstancias y el
contexto en los que nace y crece esta joven comunidad.
Pág. 7
a) Hostilidad en Tesalónica
Pablo no visitó las ciudades pequeñas del Imperio, sino
las más populosas e importantes. Es en éstas donde había
más pluralidad de cultos y asociaciones de todo tipo. La
gran densidad de población que se concentraba en ellas,
como hemos dicho, era un factor muy favorable para que
se extendiese por toda la ciudad cualquier nueva noticia
o cualquier culto nuevo. Y esto favorecía a los misioneros
de todo tipo, entre ellos a Pablo, pero también ayudaba a
quienes quisieran difundir opiniones contra alguien. Y
parece que Pablo sufrió una campaña de desprestigio, a
juzgar por la acalorada defensa de sí mismo que hace en
1 Tes 2,1-12. ¿Por qué?
En 1 Tes 1,9, Pablo les recuerda a los tesalonicenses
“cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los
ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero”. Este aban-
dono de los ídolos, además de ser una referencia clara al
origen no judío de la comunidad, ofrece un dato impor-
tante: entrar en la ekklêsia significó el abandono de aque-
llos cultos a los ídolos que, por oposición al “vivo y ver-
dadero”, eran calificados implícitamente como “muertos
y falsos”. Pablo, en la comunidad de Corinto, dará
muestras de la exclusividad que exigía en la ekklêsia:
“No podéis beber la copa del Señor y la copa de los de-
monios; no podéis participar de la mesa del Señor y de
la mesa de los demonios” (1 Cor 10,21). Esta exclusivi-
dad (que, no obstante, Pablo matizó en otros momentos:
cf. 1 Cor 8,1-13), junto con la negativa valoración de los
cultos paganos, tuvo que resultar muy poco popular e in-
cluso ridiculizada y despreciada; pocos grupos (como los
judíos) resultarían tan sectarios y prepotentes a los ojos
de los demás.
Por otra parte, los artesanos del gremio a los que Pablo se
sumó cuando llegó a Tesalónica probablemente le invita-
ron a formar parte de alguna asociación voluntaria de las
muchas que existían en este tiempo; en ellas se cultiva-
ban las relaciones sociales, se encontraban amistades y
contactos laborales y sociales, se cultivaba el sentido de
pertenencia a la ciudad, se adoraban diversos dioses, es-
pecialmente a aquellos que apadrinaban el gremio y lo
cuidaban y protegían frente a las inclemencias del merca-
do laboral, etc. La deslegitimación religiosa de estos dio-
ses como “ídolos muertos y falsos” era, sin duda, una
falta de cortesía y un deshonor, pero era, además, un de-
safío a la estabilidad económica y social del gremio. Re-
sulta lógico pensar que desde estas asociaciones gremiales
se desplegara una campaña con el objetivo de despresti-
giar a Pablo y, así, deslegitimar sus argumentos religiosos
y, por tanto, recuperar la paz social y económica. Pablo,
que había sido el fundador, iniciador y animador de las
deserciones, fue el blanco de críticas de todo tipo: desde
acusaciones de avaricia, de egoísmo, de buscar honor
y gloria social, hasta la de tener intereses ocultos, etc.
(cf. 1 Tes 2,1-6). Todas estas críticas, fomentadas por sus
compatriotas, tenían como fin desprestigiar al fundador
para que los cristianos volvieran a sus antiguos cultos y
mantener así la paz.
Además de estas razones, no podemos ignorar las conse-
cuencias políticas que tiene la proclamación de un Señor
y Salvador crucificado por las autoridades del Imperio en
Judea. El culto al emperador era un instrumento que ser-
vía a varios fines; entre ellos, generar cohesión, identi-
dad, sentido de pertenencia y, a su vez, controlar, atar y
evitar el desorden y la desintegración político-religiosa.
El emperador era señor, salvador, hijo de Dios; él trae la
paz; su presencia es una epifanía; su nacimiento y venida
es buena noticia (euaggelion); domina el cielo y el mar,
junto a todas las naciones de la tierra; él garantiza el
orden del universo, y el culto al emperador suponía la
pequeña contribución personal a este orden y equilibrio
(el que mantiene el poderoso subyugando al dominado);
así se puede leer en una inscripción del año 9 a.C. halla-
da en Priene:
Pág. 9
Pág. 10
“Puesto que la providencia, que ha ordenado divina-
mente nuestra existencia, ha aplicado su energía y celo y
ha dado vida al bien más perfecto en Augusto, a quien
colmó de virtudes para beneficio del género humano,
otorgándonoslo a nosotros y a nuestros descendientes
como salvador –él, que puso fin a la guerra y ordenará
la paz–, César, que mediante su epifanía excedió las es-
peranzas de quienes profetizaban el evangelio... y puesto
que el cumpleaños del dios trajo primero al mundo el
evangelio que redime en él... por esa razón, con buena
fortuna y seguridad, los griegos de Asia han decidido que
el año nuevo debe empezar en todas las ciudades el 23
de septiembre, el día del cumpleaños de Augusto...”.
Y Tesalónica era una ciudad que se había distinguido a
lo largo de su historia por la fidelidad y adhesión a Au-
gusto y a sus sucesores. Pablo, en su predicación en Tesa-
lónica y en la carta que escribe después, subraya de un
modo inequívoco y provocativo la unicidad de Dios y su
exclusividad de culto, privando al culto al emperador de
su sentido original y básico. En 1 Tes 4,13-18, con un
lenguaje apocalíptico, Pablo presenta a Cristo tal como
los tesalonicenses (y otros ciudadanos romanos) presen-
taban la llegada triunfal del emperador: “El mismo Señor
bajará del cielo con clamor, con voz de arcángel y con la
trompeta de Dios… y seremos arrebatados en nubes… al
encuentro del Señor” (1 Tes 4,16). El Evangelio de Jesús
Señor se oponía de este modo al del emperador. Esto,
lógicamente, atrajo por parte de los compatriotas de la
comunidad más hostilidad, si cabe, generando una situa-
ción de clara marginación social.
b) Complicadas redes sociales
Como hemos dicho, Pablo trabajó con sus propias
manos en Tesalónica (1 Tes 2,9) y en otras ciudades para
no ser gravoso a ninguna comunidad (cf. 1 Cor 4,12).
Trabajar con las propias manos era considerado una ocu-
pación poco digna; quienes estaban en lo alto de la escala
social eran, precisamente, aquellos que no dependían de
sus manos para trabajar porque tenían quien lo hiciera
por ellos. Trabajar con las manos era propio de la clase
artesanal. Pablo, aunque era artesano, podía haber adop-
tado otra estrategia diferente a la de ejercer como guarni-
cionero: la de recibir hospedaje en casa de un creyente
más o menos acomodado que lo pudiera costear.
De hecho, vivir del trabajo de apóstol era la práctica más
extendida en el cristianismo primitivo (cf. 1 Cor 9,1-18;
Lc 10,7; Gál 6,6; 1 Tim 5,17-18), igual que era común
entre algunos rabinos y entre algunos filósofos que el
maestro fuera sustentado por sus discípulos. En la tra-
dición cristiana se desarrolló la idea de que “el obrero
merece su salario” aplicada a los apóstoles, misioneros o
dirigentes (Mt 10,10; Lc 10,7; Gál 6,6; 1 Tim 5,17-18).
Este derecho conllevaba explícitamente, según la tradición
que Pablo hereda, el privilegio de no trabajar (1 Cor 9,6).
La base de esta tradición no se remonta sólo hasta Jesús,
sino que se apoya en Dt 25,4. Sin embargo, Pablo no hizo
uso de este privilegio ni en Tesalónica ni en Corinto
(aunque no rechazó la ayuda de los filipenses; por ejem-
plo, cf. Flp 4,11 y 2 Cor 11,7-9) y esto le trajo muchos
problemas (2 Cor 12,12-19). La aspiración a la “autosu-
ficiencia” (o “autarquía”) se manifiesta bastante impor-
tante en la estrategia misionera de Pablo (cf. Flp 4,11).
Además, parece que la renuncia de Pablo a ser sustenta-
do por la comunidad (1 Tes 2,9) y la determinación de
trabajar con sus propias manos no fueron un ejemplo
seguido por todos los tesalonicenses. Los datos que nos
ofrece Pablo en la carta nos permiten vislumbrar un
conflicto intracomunitario que tiene alguna relación
con el liderazgo de la comunidad y se amplía y complica
en 1 Tes 5,12-14 y en 2 Tes 3,6-16. De acuerdo a estas
referencias, algunos miembros de la comunidad mues-
tran cierta ansiedad por tener una participación muy ac-
tiva en la vida de la comunidad. Quizá es tan desmedida
que descuidan su propio trabajo por dedicarse a los asun-
tos de los demás. Al preferir este modo de vida ante el
suyo, apelan al derecho de ser sustentados por la comu-
nidad para dedicarse por entero a ella. Esto pudo supo-
ner un problema para los verdaderos dirigentes, como lo
confirma 1 Tes 5,12-14, que debían tener serias dificul-
tades para discernir los límites del amor fraterno y para
actuar ante comportamientos “desordenados” (que pare-
cen estar al servicio de la comunidad pero que son una
carga insoportable). Todo ello refleja una complicada si-
tuación en la que la dependencia o independencia de los
creyentes (y de Pablo) respecto de su entorno (comunita-
rio y social) tiene mucha importancia para la credibilidad
del Evangelio.
La sociedad grecorromana estaba organizada, desde el
punto de vista social, en una red de patronazgo y cliente-
la por medio de la cual todos sus miembros tenían un
lugar en esa red jerárquica. En lo más alto estaba el em-
perador como pater patriae, “patrón” supremo, que tenía
su propia red de “clientes”; éstos, a su vez, tenían sus
propias redes de clientes, dando lugar a una compleja red
en la que la mayoría eran, a la vez, clientes de otro pa-
trón superior y patrones de un grupo de clientes. Incluso
la casa reproducía algunas de estas características. El
cliente de un patrón recibía de éste beneficios económi-
cos y, con ellos, una posición social; el patrón recibía del
Pág. 11
alguien
cercano
cerrará
mis ojos
Cuando me muera
alguien
cercano
cerrará
mis ojos
Cuando me muera
Pág. 12
conjunto de clientes honor, prestigio y, con ello, una po-
sición social; ambos ganaban con la transacción. Sin em-
bargo, el cliente, a cambio de los beneficios materiales,
debía reconocer en el patrón autoridad y una posición
superior que le exigía obediencia y subordinación. Si
Pablo hubiera aceptado, como apóstol, la posibilidad de
ser mantenido económicamente por la comunidad o por
algún miembro acomodado de ésta, se hubiera situado a
los ojos de todos como su “cliente”, y esto era inacepta-
ble para Pablo, porque le haría perder su preciada liber-
tad (1 Cor 9,18-19). Por esta razón, él utilizó una estra-
tegia que le permitía mantener su libertad y exhortó a los
creyentes de Tesalónica para que evitaran las dependen-
cias sociales como clientes (1 Tes 4,11-12).
c) Influencias negativas
Una comunidad pequeña y joven como la de Tesalónica
estaba muy cerca de todo aquello que había sido su vida
antes de creer en Cristo. Sus relaciones sociales, sus prác-
ticas cotidianas, etc., resultaban una continua llamada a
recuperar la vida pasada, menos hostil y más tranquila.
De hecho, parece que una de las preocupaciones más im-
portantes de Pablo cuando escribe la primera Carta a los
Tesalonicenses es el peligro de abandono de la fe (“Por lo
cual, no pudiendo soportar ya más, envié a Timoteo para
tener noticias de vuestra fe, no fuera que el Tentador os
hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido
a nada”: 1 Tes 3,5). A esto colaboraba, sin duda con
mucha fuerza, el miedo de Pablo a que la fuerza cultural
y religiosa de una ciudad tan pujante terminara por con-
vencer y arrastrar a la joven comunidad.
Tesalónica era la capital de la provincia romana de Ma-
cedonia. En ella confluían, por una parte, la ruta comer-
cial del norte, que traía las caravanas desde los Balcanes
por los valles del río Morava y Vardar; por otra parte, la
Vía Egnacia, que servía para desplazar mercancías y per-
sonas de la costa este hasta Bizancio; y, por último, las
rutas marítimas que recorrían el Mediterráneo. Era, por
lo tanto, una ciudad con gran atracción para todo tipo
de cultos, religiones, predicadores, dioses, etc. Ello, entre
otras cosas, favorecía el sincretismo religioso: muchas
nuevas religiones y cultos surgían por la mezcla de ele-
mentos de otras confesiones y creencias.
Uno de estos cultos populares era al dios Dionisos, del
cual quedan numerosos testimonios en inscripciones (al-
gunas del siglo I d.C.) descubiertas en las excavaciones
realizadas en la ciudad. Aunque, generalmente, los gru-
pos que tenían a Dionisos como objeto de culto eran
sólo de varones o de mujeres, están también atestiguadas
asociaciones voluntarias mixtas en las que el culto a
Dionisos se expresaba, entre otros modos, a través de re-
laciones sexuales entre los miembros y de la exaltación de
símbolos sexuales. En una pequeña capilla de la cripta
del templo a Serapis se encontró un hueco perfectamente
labrado en piedra en el que se colocaban los genitales de
una estatua de Dionisos. Esto no estaba muy extendido,
pero en el año 186 a.C. se prohibió el culto a Dionisos
en Roma, precisamente, por considerar estas prácticas
excesivas. San Clemente de Alejandría, en el siglo II, nos
ofrece un testimonio de la deidad más importante en ese
momento en Tesalónica: Cabiros. Este personaje había
sido asesinado a traición por dos de sus hermanos, los
cuales llevaron el cuerpo a los pies del monte Olimpos
para su divinización (y así disimular su acción). Poste-
riormente huyeron a la región de Toscana, en la penín-
sula itálica, según el mismo Clemente de Alejandría, con
el cofre en el que se conservaban los genitales de Dioni-
sos. Estos datos nos muestran un aspecto del sincretismo
de la ciudad de Tesalónica, que estaba muy presente en
la vida de la comunidad cristiana de esa ciudad.
Así se percibe en la exhortación que Pablo hace en 1 Tes
4,1-8, en la que llama la atención para que cada creyente
“sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, sin dejarse
arrastrar por la pasión desatada, como se dejan arrastrar
los paganos que no conocen a Dios. Y que en este punto
nadie haga injuria o agravio a su hermano, porque el
Señor toma venganza de todo esto, como ya os lo dejamos
dicho y recalcado” (1 Tes 4,4-6). Parece que las
influencias sincretistas que dominaban en Tesalónica
habían penetrado también en la comunidad cristiana, ha-
ciendo que algunos cristianos pretendieran tener relaciones
sexuales con un “hermano” por el hecho de pertenecer al
mismo grupo. Pablo recurre al honor de los tesalonicenses
y a la insistencia en su condición de “elegidos” y “santos”:
en 1 Tes 1,12 Pablo pidió a la comunidad un comporta-
miento “digno de Dios”. Por otra parte, establece una
línea muy definida entre los cristianos y los demás (“sin
dejarse arrastrar por la pasión desatada, como se dejan
arrastrar los paganos que no conocen a Dios”: 1 Tes 4,5).
De este modo Pablo define la ética cristiana, también,
desde la diferencia con los comportamientos de los de
fuera; así, el cristiano queda identificado en oposición a su
entorno, considerado idolátrico. De este modo, las fronte-
ras del grupo se marcan con total nitidez y todos pueden
percibir qué grupo es y qué define su superioridad moral.
4. Circunstancias y motivo de la carta
L
OS creyentes de Tesalónica a los que Pablo es-
cribe la carta habían logrado en poco tiempo
cambiar su vida: habían abandonado la idola-
tría; habían sido capaces de descubrir el amor de
Dios que se manifestaba en la vida de cada miembro de
la comunidad; habían sido capaces de dar ejemplo a
otros en estos inicios; habían dado muestras de hospitali-
dad, de acogida, de caridad; habían cargado con unos es-
tigmas sociales muy pesados que les granjearon el recha-
zo de su entorno; habían asumido costes económicos y
comunitarios; habían mostrado una ejemplar acogida de
la predicación cristiana y de los predicadores; habían, en
resumidas cuentas, convertido su vida en un camino de
santidad que respondía a la llamada de Dios para la sal-
vación. Eran, efectivamente, una comunidad “especial”
para Pablo, unida a él por fuertes lazos afectivos.
Sin embargo, este grupo refleja también los problemas
normales de una comunidad muy joven, que se está for-
mando; que apenas tiene conciencia de su identidad;
cuyo sentido de pertenencia está subdesarrollado y no
sabe con claridad dónde están las fronteras de su grupo;
que no tiene una idea formada de la conducta adecuada
ni de los principios éticos que orientan al grupo; que no
acierta a organizarse internamente; que ve surgir diversas
fuerzas centrífugas que amenazan la cohesión; que no ha
comprendido el verdadero significado de su llamada a la
salvación, etc.
Por su parte, el anuncio de la muerte y resurrección de
Jesús y la salvación ofrecida resultaba un elemento enor-
memente liberador: Jesús había ganado para todos la re-
conciliación con Dios por medio de su muerte y así posi-
bilitaba la salvación en el día de su venida. Esta
comprensión del acontecimiento pascual de Cristo le
hizo comprender a Pablo el cambio que supuso en la his-
toria y cómo estaban viviendo el momento final, deter-
minado temporalmente por la inminente venida del
Señor, que colmaría todas las esperanzas. Por eso, uno de
los elementos más importantes de la misión y predica-
ción de Pablo fue el anuncio escatológico de la venida
del Señor. Este mensaje, probablemente de urgencia en
los primeros años de la misión paulina independiente,
generó cierta ansiedad en algunos destinatarios y bastan-
te confusión en otros.
Pablo, pues, escribe esta primera Carta a los Tesalonicen-
ses para, además de legitimar su propio apostolado y su
estancia en Tesalónica, dar respuesta a los problemas de
los tesalonicenses, tanto a los que le plantean por medio,
probablemente, de una carta como a los que Timoteo le
ha contado. La presión y hostilidad del entorno, la legiti-
mación de Pablo y su misión, diversas cuestiones de
orden interno de la comunidad y el destino de los muer-
tos son los temas más importantes que Pablo aborda
en esta carta y van a ser desarrollados en los siguientes
artículos.
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nada ni nadie podrá
separarnos, ni la vida,
ni la muerte, ni el tiempo,
ni la eternidad
Cuando me muera
LAPREDICACIÓN
DELEVANGELIO
ENTESALÓNICA
(1TES1–3)
JuanAntonioAznárezCobo
¿Qué hacían Pablo y sus compañeros
de misión cuando llegaban a una ciu-
dad donde no había sido anunciado el
Evangelio? ¿Cómo, dónde y cuándo
transmitían su mensaje de salvación?
¿Cómo reaccionaban los oyentes?
¿Cuál era el comportamiento de los
apóstoles con los que se mostraban re-
ceptivos con su predicación? La prime-
ra Carta a los Tesalonicenses, sobre
todo en sus tres primeros capítulos,
ofrece una viva pintura de la activi-
dad de los misioneros y de las relacio-
nes con los convertidos. Gracias a estos
capítulos, tenemos el privilegio de es-
cuchar de labios de Pablo y sus cola-
boradores cómo fue la evangelización
de Tesalónica.
Pág. 15
Pág. 16
L
AS páginas de Pablo y sus colaboradores que co-
mentaremos a continuación (los tres primeros
capítulos de 1 Tes) son interesantes porque
ofrecen respuestas a muchas de las preguntas
que se plantea el cristiano del siglo XXI. El ambiente en
el que viven la Iglesia y las parroquias se va pareciendo,
cada día más, al que rodeaba a la recién nacida comunidad
de los tesalonicenses, poco propicio y, no pocas veces, hos-
til. Muchos abandonan la Iglesia. Algunos, dando un por-
tazo; otros, de puntillas. Buena parte de los jóvenes viven
de espaldas o al margen de ella. Otros bautizados, inclui-
dos algunos pastores, mantienen un tono espiritual bajo,
rozando a veces el desaliento. El resultado son unas comu-
nidades que tienden a reducirse significativamente en lo
que al número de sus miembros se refiere.
Al mismo tiempo, el Espíritu Santo no se cansa de susci-
tar, en el seno de la Iglesia, las más variadas realidades. El
denominador común de casi todas ellas es el redescubri-
miento de la importancia de la Palabra de Dios y la vi-
vencia de la fe en pequeños grupos o comunidades.
Rezan juntos y celebran juntos. Cuidan mucho la forma-
ción y proporcionan a quienes forman parte de ellas una
experiencia eclesial “doméstica” que les ayuda a com-
prender y vivir la comunión con la gran Iglesia.
Algo o mucho de esto tenía aquella primera comunidad
de Tesalónica. Por eso resulta tan actual la epístola que le
escribieron Pablo y sus compañeros.
1. Un trabajo en equipo (1,1)
P
ABLO comienza su carta, según el modelo de
las cartas helenísticas, con el remite (“Pablo,
Silvano y Timoteo”), la dirección (“a la iglesia
de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el
Señor Jesucristo”) y un saludo (“a vosotros gracia y
paz”). En este último caso, así como en la referencia a la
fe común en Dios Padre y en el Señor Jesucristo, inclui-
da en la dirección, Pablo se inspira, muy probablemente,
en fórmulas litúrgicas.
En contraste con lo que sucede en otras cartas (la dirigida a
los gálatas y las dos que escribió a los corintios, por ejem-
plo), no reivindica aquí su título de apóstol. Y es que en
Tesalónica no se había cuestionado su autoridad como tal.
Uno de los detalles que más llama la atención desde que
empezamos a leer la carta hasta que la terminamos es que
está escrita en primera persona del plural. La aparición
de la primera del singular en tres ocasiones (2,18; 3,5;
5,27) se debe, seguramente, a que Pablo, mientras dicta
la carta a un escriba anónimo en nombre de todos, hace,
de vez en cuando, un subrayado personal. Los compañe-
ros de Pablo, cuando escribe esta carta, son Silvano y Ti-
moteo, que aparecen como co-remitentes.
Silvano, a quien Lucas en los Hechos llama Silas, prove-
nía de la comunidad de Jerusalén: “Entonces decidieron
los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la iglesia,
elegir entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antio-
quía con Pablo y Bernabé; y éstos fueron Judas, llamado
Barsabás, y Silas, que eran dirigentes entre los hermanos”
(Hch 16, 22). Después de que Bernabé y Marcos se sepa-
raran de Pablo, Silas pasó a ser compañero habitual del
apóstol en sus viajes misioneros. En cambio, Timoteo
aparece más bien subordinado a Pablo en su papel de
emisario (1 Tes 3,1-6; cf. 1 Cor 4,17; 16,10; Flp 2,19).
El hecho de ocupar el tercer puesto en la enumeración
del saludo parece corroborar dicha impresión. Se deduce
de la carta que la labor evangelizadora de Tesalónica fue,
por tanto, una labor de equipo.
2. La acogida del Evangelio (1,2-10)
D
ESPUÉS del saludo, Pablo y sus compañe-
ros elevan a Dios una oración de acción de
gracias particularmente amplia. En ella ma-
nifiestan la alegría y el agradecimiento que
sienten al contemplar la acción de Dios en medio de los
tesalonicenses. Esta acción de gracias les sirve a Pablo,
Silvano y Timoteo para recordar las circunstancias en las
que se desarrolló la evangelización de Tesalónica. Antes
de comentar estas circunstancias, llamamos la atención
sobre tres detalles que se detectan en el comienzo de la
acción de gracias:
– En primer lugar, siempre que se habla de Dios como
Padre se menciona a Cristo como Señor (cf.
1,1.3.11.13). El sentido de esta asociación parece
claro: Dios es nuestro Padre si su Hijo es nuestro
Señor (v. 10), en la medida en que lo es.
– En segundo lugar, la apelación de los tesalonicenses
como hermanos. Diecinueve veces se dirigen Pablo y
sus compañeros a los destinatarios de la carta de esta
manera. Es una muestra inequívoca del afecto que les
profesaban y que colorea toda la carta.
– Finalmente, otro dato interesante es que, tanto aquí
como en el resto del escrito, el título “Cristo” (Mesías)
se ha convertido en una especie de apellido o segundo
nombre de Jesús. Los títulos “Hijo de Dios” y “Señor”,
más comprensibles para los gentiles, han pasado a un
primer plano en la evangelización y la catequesis.
Los tres evangelizadores son plenamente conscientes de que
el arraigo del Evangelio en el corazón y las vidas de los
tesalonicenses no ha sido obra suya (v. 5). De entrada, ha
sido Dios quien, con su poder, por medio del Espíritu
Santo, ha favorecido su plena sintonía con el Evangelio
(la de Pablo, Silvano y Timoteo; cf. v. 5) y ha hecho de
ellos testigos convincentes de la Buena Nueva.
Por su parte, los cristianos de Tesalónica han imitado a
Cristo y a los apóstoles sufriendo, como ellos, por causa
de la Palabra. Un poco más adelante, en 1 Tes 2,14,
Pablo y sus compañeros dirán a los tesalonicenses que
han imitado a las iglesias de Judea, es decir, que han
padecido, como ellas, la persecución a causa del Evange-
lio. Imitar no significa aquí procurar reproducir las acti-
tudes o las virtudes morales de alguien, sino aceptar la
condición de siervo sufriente propia de Jesús y de sus
verdaderos discípulos (cf. Jn 15,20; Mt 10,18). A los
tesalonicenses no les han faltado tribulaciones. Las han
sobrellevado con “gozo del Espíritu Santo” (v. 6). Es
Cristo, su Palabra acogida, quien ha hecho posible esa
vida nueva y fuerte en el amor, la fe y la esperanza
(1,3.6).
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En el origen de la novedad de vida que están conociendo
los cristianos de Tesalónica está la elección de Dios (cf.
1,4). En el Antiguo Testamento dicha elección era el pri-
vilegio de Israel, llamado por ese motivo el pueblo elegido.
Dios lo eligió entre todos los pueblos no por ser el mejor
o el más numeroso, sino por pura gracia. Pablo reconoce
ahora a la comunidad de Tesalónica, de origen funda-
mentalmente griego, el mismo privilegio que brota,
como siempre, del amor gratuito de Dios.
En la literatura cristiana primitiva, como en 1 Tes 2,6, la
Palabra, sin complemento, es prácticamente sinónimo
de el Evangelio. Pablo y sus compañeros hablan aquí del
mismo tema que abordan los sinópticos al explicar la pa-
rábola del sembrador (cf. Mc 4,14.20.33 y par.): la aco-
gida de la Palabra de Jesús y de sus enviados. Dicha pala-
bra sólo fructifica en aquellos que la acogen con alegría a
pesar de los sufrimientos y las persecuciones. Esta actitud
de total adhesión sólo es posible cuando se reconoce en
esa palabra la Palabra de Dios. No una palabra sobre
Dios, mediante la cual los predicadores explicarían sus
propias concepciones religiosas (cf. 2,13), sino la Palabra
del “Dios vivo y verdadero” (v. 9). Esa Palabra, acogida
en la fe, ha hecho de la misma vida de los tesalonicenses
el mejor altavoz de la Buena Noticia (1,8).
1 Tes 1,9s viene a ser un resumen de la predicación del
Evangelio a los gentiles. Dicha predicación les invitaba a
convertirse al Dios vivo y verdadero y a creer en Jesús, su
Hijo, a quien él había resucitado entre los muertos.
También eran invitados a esperar la salvación que el
Señor les traería el día de su venida gloriosa. Esto último
lo expresa con la imagen de la liberación o salvación de la
ira (de Dios). El uso del presente (“nos salva de la ira ve-
nidera”) nos permite suponer que Pablo y sus compañe-
ros no tienen en mente sólo el Juicio y la posible conde-
nación futura. El creyente ha empezado a gustar, ya
ahora, de las primicias de esa salvación. Lo ha hecho aco-
giendo, en la fe, la gracia del perdón y la conversión.
¿Quiénes eran los tesalonicenses evangelizados por Pablo
y sus compañeros? 1 Tes 1,9 da a entender que, en su
mayoría, provenían del mundo gentil, es decir, no judío.
Es probable que hubiese entre ellos un número significa-
tivo de “temerosos de Dios”. Se trataba, como es bien sa-
bido, de gentiles que simpatizaban con el judaísmo y ha-
bían hecho suyas algunas de sus prácticas, aunque no
habían dado aún el paso de integrarse plenamente en él.
Según Hch 17,2, Pablo y sus compañeros comenzaron el
anuncio del Evangelio en la sinagoga, “tal como acos-
tumbraba a hacer” el apóstol de los gentiles. Lo hacía
convencido de que la prioridad de la salvación corres-
pondía a Israel y en sintonía con las primeras indicacio-
nes de Jesús a sus discípulos (cf. Rom 1,16; 2,9ss;
13,46). Este grupo, reforzado en su caso por los “temero-
sos de Dios”, habría dotado a la comunidad de un nú-
cleo consistente de hermanos formados desde la infancia
en el monoteísmo, la moral de los diez mandamientos y
las tradiciones narrativas del Antiguo Testamento.
3. Cómo se ejerce el apostolado (2,1-12)
U
NA alusión a Jeremías en el v. 4, donde se
habla de Dios como aquel que conoce a
fondo el corazón del hombre, da a enten-
der que la misión de los apóstoles es similar
a la de los profetas bíblicos (cf. Jer 11,20). No se trata de
regalar el oído de quienes les escuchan para conseguir re-
conocimiento, aplauso, dinero o cualquier otro tipo de
ventaja. Así actuaban a menudo los filósofos ambulantes
de su tiempo, pero Pablo y sus compañeros no querían
ser confundidos con ellos. Se trata de anunciar a los tesa-
lonicenses fiel, desinteresada y valientemente la Buena
Noticia de Dios. El verbo griego que se traduce normal-
mente por “juzgar” –“hemos sido juzgados por Dios aptos
para confiarnos el Evangelio”– en realidad se refiere a la
prueba que capacita a alguien para el desempeño de un
determinado oficio. Según esto, la traducción debería
ser, más o menos, así: “hemos sido probados por Dios
(para capacitarnos) con el fin de confiarnos el Evange-
lio...”. Antes de confiar a Pablo y a sus compañeros la
evangelización, Dios los ha probado para purificarlos in-
teriormente. De este modo, los ha liberado de cualquier
actitud egoísta o interesada (2,5-12).
La traducción práctica de este amor desinteresado es su
trabajo manual: “[trabajamos] día y noche para no ser
gravosos a ninguno” (v. 9). Sabemos por Hch 18,3 que
el oficio de Pablo era el de fabricante de tiendas. Es muy
probable que, al tiempo que trabajaba el cuero con el
que confeccionaba las tiendas, aprovechase para evangeli-
zar a cuantos se acercaban a su taller. La expresión
“noche y día” puede significar “sin descanso”. A partir de
la caída del sol, seguramente Pablo se centraría por ente-
ro en la instrucción de los que se habían acercado hasta
su taller. Además, nos consta que las casas particulares
de determinados fieles servían también a los apóstoles de
plataforma para su labor de predicación y enseñanza. Tal
parece que puede haber sido el caso, en Tesalónica, de la
casa de Jasón (Hch 17,5). La predicación a campo abier-
to, en las sinagogas o en las plazas seguramente la dejaría
Pablo para los sábados o las fiestas civiles de las ciudades
que evangelizaba.
Hch 17,2 cuenta que Pablo predicó tres sábados seguidos
en la sinagoga. Eso no significa, necesariamente, que estu-
viese sólo tres semanas en Tesalónica. Después pudo con-
tar con los lugares de reunión arriba mencionados. El tra-
bajo evangelizador desarrollado en Tesalónica por Pablo y
sus compañeros induce a pensar en una estancia de, al
menos, medio año. El hecho de que Pablo busque y en-
cuentre un trabajo apunta en la misma dirección.
Para ilustrar su amor desinteresado a los tesalonicenses se
sirven Pablo y sus compañeros de dos imágenes.
La primera de ellas es la de una madre que amamanta a
sus pequeños (2,7). El verbo griego que se suele traducir
por “cuidar con cariño (o con amor)” es un verbo intere-
sante. Significa “calentar”, “incubar”, también en el sen-
tido físico del término, como la gallina incuba los huevos
hasta que los polluelos rompen el cascarón. Encontramos
el mismo verbo en la Carta a los Efesios: “Nadie odia su
propia carne; al contrario, la alimenta y la cuida con cari-
ño, como Cristo hace con la Iglesia” (Ef 5,29). Dios, en
el Antiguo Testamento, había prometido esto mismo a
su pueblo: “Seréis alimentados, en brazos seréis llevados,
sobre las rodillas seréis acariciados. Como aquel a quien
su madre consuela, así yo os consolaré” (Is 66,12s). Dios
da cumplimiento en Jesús y, por su gracia, en los apósto-
les a esta promesa divina.
En el v. 8, Pablo y sus compañeros dicen que su amor a
los tesalonicenses es tan grande que les ha movido a
compartir con ellos no sólo el Evangelio, sino hasta sus
propias vidas. Normalmente, en las cartas paulinas el
Evangelio se anuncia. Aquí, en sintonía con la imagen
materna del versículo anterior, se habla de compartirlo.
Se presenta el Evangelio como un pan del que los após-
toles han querido hacer partícipes a los cristianos de Te-
salónica. En efecto, una madre no proclama, sino que
comparte. Además, añaden su contribución personal con
una generosidad total, mostrando su voluntad de compar-
tir sus mismas vidas con los tesalonicenses (cf. Jn 15,13).
La segunda imagen de la que se sirven Pablo y sus com-
pañeros para ilustrar la hondura y sinceridad de su amor
por los tesalonicenses es la del amor paterno. Un amor
que no se contenta con las catequesis dirigidas a todos.
Un amor que les mueve, al mismo tiempo, a volcarse en
la formación personalizada de cada fiel (2,11). El objeti-
vo de esta educación lo expresan con el verbo “caminar”,
muy frecuente en Pablo, que tiene el sentido bíblico de
“comportarse”, “conducirse” (2,12).
Si nos fijamos bien, esta referencia a la conducta del cris-
tiano no remite a unas normas que habría que seguir,
sino a una relación personal. Dios, por medio del Evan-
gelio, ha establecido una relación personal con cada cris-
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tiano, llamado y destinado a su Reino y a su gloria
(2,12), es decir, a una relación personal de comunión
plena y definitiva con él. Pablo experimenta anticipada-
mente dicha gloria cuando contempla la acción de Dios
suscitando la fe en el corazón de los tesalonicenses. Por
eso dirá: “Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo”
(2,20).
El apóstol de Tarso y sus compañeros no proponen una
moral legalista. Lo que buscan es ayudar a tomar con-
ciencia de las exigencias que se derivan de las relaciones
personales y, especialmente, de la relación con Dios
Padre (cf. 1,3; 3,11.13). La conducta del cristiano es
respuesta a una invitación de Dios que propone una
relación destinada a durar por siempre.
4. Una comunidad probada (2,13-20)
C
OMIENZA esta sección con una descripción
concentrada de la tradición apostólica. La
palabra, anunciada de viva voz, es escuchada
y, luego, acogida en la fe. Es acogida “no
como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como
Palabra de Dios que permanece activa en vosotros, los
creyentes” (2,13). En sintonía con tantos otros textos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, Pablo y sus compañe-
ros destacan aquí la fuerza intrínseca de la Palabra. No es
sólo una palabra que informa e ilustra; es, sobre todo, una
Palabra que actúa y transforma las vidas (cf. Gn 1,1-31;
Is 55,10-11; Jn 15,3; Rom 1,16; Heb 4,12-13).
Algunos, extrañados seguramente de su carácter bronco,
han creído ver en 2,13-16 una interpolación. Sin embar-
go, las razones que aducen no son convincentes. La seve-
ridad de estos versículos se explica por la saña con la que
algunos judíos obstaculizaban la predicación de Pablo y
sus compañeros entre los judíos y los gentiles. Los evan-
gelizadores de Tesalónica sólo se están enfrentando a los
adversarios de su misión. Aquí y allá, Pablo recordará
con frecuencia en sus escritos las grandezas del pueblo
elegido y completará el presente cuadro (cf., especial-
mente, Rom 9-11).
La referencia, en el v. 16, a la ira (de Dios) nos remite,
como en 1,10, al juicio divino. El reiterado rechazo de la
salvación que se nos ofrece en Cristo y el empeño puesto
en obstaculizar a otros el acceso a dicha salvación atraen
sobre quienes los protagonizan la cólera, es decir, la sen-
tencia condenatoria.
La esperanza del retorno glorioso de Cristo es una cons-
tante en toda la carta (cf. 1,10; 2,19; 3,13) y sirve de
fundamento para la conducta del cristiano. El día del
Señor, anunciado por el Antiguo Testamento, era el día
en el que Dios se revelaría como juez de los justos y los
impíos. Aquí, es identificado por Pablo y sus compañe-
ros con el Día de Cristo, que vendrá en su gloria de Hijo
de Dios para salvación de los fieles y perdición de los
malvados. Hace falta que dicho día nos encuentre prepa-
rados “con santidad irreprochable” (3,13).
5. La preocupación del apóstol (3,1-13)
L
A apocalíptica judía daba por hecho que antes
del fin del mundo una serie de pruebas y tribula-
ciones debían abatirse sobre los fieles hasta el
momento en el que el Mesías apareciese para
reinar. Tras la muerte y la resurrección de Cristo, los
cristianos han creído encontrarse en ese periodo final
durante el cual se produciría la parusía de su Señor.
Ésta es la convicción que manifiestan Pablo y sus com-
pañeros en 3,1-5 y en tantos otros pasajes de la carta
(cf. 2,19; 2 Tes 2,2).
En 2,16 había achacado a la acción de Satán la imposi-
bilidad, después de reiterados intentos, de ir a visitarlos.
Desconocemos, porque Pablo y compañía no nos lo ex-
plican, cuál o cuáles fueron los obstáculos concretos que
les impidieron realizar la anhelada visita. Lo que sí dejan
claro el apóstol y sus compañeros es su convicción de
que detrás estaba el Adversario. Ahora, en 3,5, vuelve a
aludir al mismo con otra palabra: Tentador. En este
caso, Pablo manifiesta sus temores de que el mismo pu-
diese arruinar la obra iniciada en los tesalonicenses apro-
vechando la ausencia de sus evangelizadores y las serias
dificultades a las que se tenían que enfrentar por su
condición de cristianos. Ante la imposibilidad de acudir
los tres, Pablo y Silvano envían por delante a Timoteo
(3,1-5).
Pablo y sus colaboradores hablan en 3,10 de su deseo de
volver a ver a los tesalonicenses para “completar lo que
falta a vuestra fe”. De primeras, podría sorprendernos
esta afirmación. Hasta aquí, en efecto, Pablo y sus cola-
boradores no han hecho casi otra cosa que elogiar la fe de
los tesalonicenses. La contradicción sólo es aparente.
Bien está la primera evangelización e instrucción, pero
éstas piden posteriores catequesis y visitas para salir al
paso de las preguntas y dudas que surgen conforme la
comunidad va avanzando en su caminar. Un anticipo
de dichas instrucciones es la carta que estamos comen-
tando.
6. Epílogo
H
ACE unos meses concluía el sínodo de los
obispos dedicado a la Palabra de Dios en la
vida y en la misión de la Iglesia. Los capí-
tulos comentados arriba son una demostra-
ción práctica de la eficacia de dicha Palabra. Pablo y sus
compañeros lo han experimentado en sus propias vidas.
Ellos son los primeros oyentes de la Palabra, es decir, del
Evangelio de Dios, que limpia, sana, fortalece y enrique-
ce. Gracias a eso, no actúan como meros portavoces de
un mensaje ajeno. Anuncian lo que están viviendo. Ha-
blan como testigos. Hablan convencidos de que lo que
da eficacia a sus palabras no es su sabiduría o habilidad,
sino el poder del Espíritu Santo. Los tesalonicenses son
también una prueba viviente de la capacidad liberadora y
transformadora de la fe que se abre a este anuncio. ¡Te-
nemos mucho que aprender de ambos, de los evangeliza-
dores de Tesalónica y de sus evangelizados!
Abordan, además, el apóstol y sus compañeros algunos
temas no pocas veces relegados, olvidados o proscritos en
la catequesis y la predicación actual.
Uno de ellos es el de la existencia de esa voz seductora,
opuesta a Dios y al hombre, que Pablo y sus compañe-
ros llaman “Satán” (2, 18) y “Tentador” (3, 5). Nadie
como el que vive en Cristo puede mirar con mayor
tranquilidad esta realidad, consciente de que Cristo lo
ha vencido.
Otro tema del que se habla poco es el de la última venida
de Cristo. En la celebración de la eucaristía ya decimos:
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!”. Y también decimos: “Concédenos la
paz en nuestros días, para que, ayudados por tu miseri-
cordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de
toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador, Jesucristo”. ¿Cómo podríamos, tam-
bién nosotros, vivir con intensidad, en sana tensión, esa
espera de la venida del Señor, de la última y, no menos
importante, de las intermedias (en su Palabra, en la cele-
bración de los sacramentos, en la vida, en el hermano, en
el pobre y el necesitado, en el enemigo, etc.)?
Pág. 23
LAVIDA
CRISTIANA
YLAVENIDADEL
SEÑOR(1TES4–5)
JuanLuisCaballeroGarcía
En la segunda parte de la carta,
Pablo intenta consolar e instruir a
los tesalonicenses. Ambas cosas están
en íntima relación. Una mejor y más
completa compresión del Evangelio
predicado por Pablo será fuente de
esperanza. A su vez, esta esperanza se
manifestará en una vida más alegre
y esforzada, acorde con la fe recibida
y con la nueva condición del bauti-
zado. Fe y comportamiento son dos
realidades estrechamente relaciona-
das. La meta del cristiano es la santi-
dad: una meta en la que, en esta
vida, nunca se deja de progresar.
Pág. 25
Pág. 26
D
ESPUÉS de una larga primera parte (capítu-
los 1–3), en forma de acción de gracias, Pablo
procede de un modo más directo a consolar y
confirmar a la comunidad de Tesalónica en
sus incertidumbres y en medio de adversidades, y les ex-
horta a vivir en consecuencia con el kerygma que han aco-
gido en la fe. Así, en los capítulos 4–5 hace importantes
aclaraciones sobre la suerte de los creyentes difuntos y
sobre la actitud que han de adoptar los cristianos en espera
de la parusía. Las dos cuestiones están relacionadas, porque
la incertidumbre en temas de fe afecta a la esperanza, y
ambas, a su vez, afectan al comportamiento diario.
Gracias a las palabras de Pablo, desarrolladas en forma de
respuesta a una serie de cuestiones, podemos reconstruir
la situación vital de los tesalonicenses. Dios se sirvió de la
predicación del apóstol para otorgarles numerosos dones
(1,5-6), especialmente su fe, esperanza y caridad. Sin
embargo, la evangelización no pudo ser completada (cf.
Hch 17,1-9). ¿Cuáles fueron las consecuencias de esto?
En primer lugar, un cierto desasosiego por la ausencia
del apóstol. En segundo, una comprensión parcial y defi-
ciente del Evangelio predicado por Pablo.
Entre las enseñanzas del apóstol se encontraba lo relativo
a la parusía y a la salvación definitiva. Debemos enten-
der, sin embargo, que la mentalidad helenista de los tesa-
lonicenses les impedía comprender y aceptar con facili-
dad aspectos esenciales de dicha predicación, como por
ejemplo la resurrección de los muertos. En todo caso, al-
gunos de ellos abrazaron la fe y pronto extendieron la se-
milla por toda Macedonia. El fallecimiento de algunos,
más tarde, les hizo entrar en crisis. Seguramente, espera-
ban una parusía inminente, de tal modo que el Señor les
encontrara vivos en el momento de su venida.
No es fácil explicar la causa exacta de la tristeza de los
tesalonicenses. La mayoría de los estudiosos se muestran
de acuerdo en que está relacionada con la muerte de al-
gunos de los creyentes. Pero ¿qué nexo concreto podría
haber entre esto y las cuestiones de las que Pablo habla?
Todo parece apuntar a que los cristianos de Tesalónica
pensaban que las personas que habían fallecido antes de
la parusía ya no iban a salvarse, precisamente por no en-
contrarse vivas en ese momento, y que no podrían estar y
vivir por siempre con Jesucristo. A esto Pablo responde
que la muerte no constituye la separación definitiva del
Señor ni la perdición eterna. Con esta duda fundamen-
tal, que está en el origen de su tristeza, se relaciona otra,
a la que Pablo también dará respuesta: en el día del
Señor, los “muertos en Cristo” resucitarán previamente,
mientras que los vivos, en nada superior a ellos, serán
arrebatados para ir al encuentro del Señor, que siempre
está con ellos.
La falta de comprensión de estas cuestiones también se re-
fleja en el comportamiento de algunos creyentes que, qui-
tando valor a la elección divina y a su condición de nue-
vas criaturas, están teniendo un comportamiento
incompatible con la santidad de Dios y, por tanto, con la
santidad a la que han sido llamados. En este contexto,
Pablo amonesta y suplica progresar cada vez más en la
propia santidad. Dos son, por tanto, los temas fundamen-
tales de esta parte de la carta: la instrucción que aclara la
predicación incompleta y la exhortación a llevar una vida
más santa, conforme a la nueva identidad del bautizado.
1. La santidad del cristiano (1 Tes 4,1-12)
a) El progreso en la santidad (vv. 1-2)
Pablo entiende la vida del cristiano como un camino re-
corrido bajo la mirada divina. Dios mismo es origen y
meta de la vida del cristiano. Es él el que, a través de la
predicación de Pablo, ha realizado una gran obra entre
los tesalonicenses. Ahora les corresponde a éstos sentirse
amados y contemplados por Dios y buscar agradarle.
Pablo alaba la respuesta de los cristianos de Tesalónica, y
esto podría hacernos suponer que ya se consideraba satisfe-
cho con el nivel que habían alcanzado. Sin embargo, no es
así. El apóstol quiere que no se conformen y que progresen
aún más: el objetivo a alcanzar es la santidad, y quien aspi-
ra a ella no deja nunca de avanzar, de alejarse progresi-
vamente de los escalones ya alcanzados: “Os rogamos y os
exhortamos... a que... progreséis cada vez más” (v. 1).
La enseñanza recibida, “los preceptos que os dimos de
parte del Señor Jesús” (v. 2), es la que indica el camino
para ello: tanto la letra como su realización práctica, su
interiorización convertida en vida. Pablo enseña lo que
ha recibido. Esto es lo que hay que custodiar y traducir
en vida.
b) Pureza y santidad (vv. 3-8)
“Pues ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación...
porque Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santi-
dad” (vv. 3.7). Esta afirmación sirve de contextualización
de todo lo que sigue. La santidad es algo que sólo se
puede predicar propiamente de Dios, el Santo: el hom-
bre no puede ser santo por sus propias fuerzas. Pero Dios
se abaja y asume al hombre en su condición, con objeto
de incluirle en su espacio vital, para que pueda disfrutar
de la comunión con él. Del hombre se espera una res-
puesta adecuada a este deseo y a este ofrecimiento divi-
no. Pero ¿cómo puede hacerlo? Pablo concreta en varios
aspectos la esencia de dicha respuesta: sentir la urgencia
por separarse de todo lo que no es Dios, para poder de-
jarse tomar por él. Este alejamiento del mal y búsqueda
de la comunión con el bien se concreta en la abstención
de la impureza y en el amor fraterno: la santidad se ejerce
sobre todo en el ámbito de la propia familia y en el de la
comunidad, parte de la familia de Dios.
La santidad es unión con Dios. Por eso, la unión con
una prostituta o la unión falta de respeto con la propia
mujer atentan directamente contra la voluntad de Dios.
Detrás de estas uniones hay decisiones, elecciones, que
influyen en toda la vida del cristiano y que podrían ser
incompatibles con la elección divina. Por eso, Pablo pide
respeto y atención en la relación conyugal, que ha de lle-
varse a cabo de un modo santo y honorable, para que
esta forma de comportarse sea un camino eficaz para su-
mergirse en la santidad de Dios: “Que os abstengáis de la
fornicación: que cada uno sepa guardar su propio cuerpo
santamente y con honor, sin dejarse dominar por la con-
cupiscencia, como los gentiles, que no conocen a Dios”
(vv. 3b-5).
Pero este comportamiento no hace referencia tan sólo a
uno mismo, sino también a terceros, ya que del propio
comportamiento podría derivarse exponer a otras perso-
nas al adulterio. En resumen, la fornicación y el adulterio
contaminan la verdadera relación de santidad porque son
un ataque frontal a algo querido por Dios e impiden a
los demás reflejar la santidad a la que están llamados. “El
que menosprecia esto no menosprecia a un hombre, sino
a Dios” (v. 8), ya que contamina un espacio de santidad
en el que habita el Espíritu Santo (cf. 1 Cor 6,19).
c) Caridad y laboriosidad (vv. 9-12)
El otro aspecto en el que quiere insistir Pablo es el del
amor fraterno, realidad en la que se dan cita la amistad y
la fraternidad. Aquí se encuentra el alma de la comuni-
dad, en un amor que desborda y beneficia a todos. Pablo
comienza captando la benevolencia de su auditorio: ellos
han sido instruidos por Dios mismo y, por tanto, en
rigor, no necesitan las palabras del apóstol. Más, si cabe,
cuando su actitud es ejemplar y bien conocida. De
hecho, el amor fraterno forma parte de los dones que
Dios infunde en el alma de todos los cristianos a través
del Espíritu Santo y que se manifiesta tanto en la actitud
propiamente dicha como en un sinfín de buenas obras.
En este aspecto, los tesalonicenses han acogido y com-
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prendido bien la predicación de Pablo y la han puesto
por obra con generosidad. Por eso, su exhortación se li-
mita a animarles a progresar, ampliando cada vez más el
arco de las personas a las que llegar y también el de las
formas de amar.
Uno de los campos en los que el apóstol anima a progre-
sar es el de la serenidad, o sea, el de procurar vivir en paz,
para que todos puedan beneficiarse de ese gran don. Esta
serenidad hace referencia tanto a una realidad exterior
como interior al hombre mismo, la paz interior. Y el
modo de procurarla es, en palabras del apóstol, ocupán-
dose del propio trabajo, pero realizándolo pensando en
los demás: aquí es donde se ha de manifestar el amor fra-
terno, que no se busca a sí mismo, sino que se esfuerza
por pensar en los demás, y esto comenzando por la pro-
pia casa, pero también comportándose “honradamente
ante los de fuera” (v. 12). Así no sólo se dará testimonio,
sino que se procurará el sustento con el que mantener a
la propia comunidad. Este último versículo es especial-
mente interesante, porque en él se hace referencia a un
comportamiento moral universalmente aceptado y vivido
por todos, tema que Pablo desarrollará en su predicación
sucesiva (cf. Rom 2,14-16).
2. La muerte y la parusía (1 Tes 4,13–5,11)
a) La suerte de los creyentes fallecidos
(1 Tes 4,13-18)
La cuestión central de la carta hace referencia al destino
de los muertos: “No queremos, hermanos, que ignoréis
lo que se refiere a los que han muerto” (v. 13). Tanto
este tema como los ya tratados tienen su raíz en una
incompleta y defectuosa comprensión del Evangelio pre-
dicado por Pablo. En este contexto, las circunstancias
vividas por los tesalonicenses han provocado un enfla-
quecimiento de su esperanza, lo que ha ocasionado, a su
vez, un relajamiento en el comportamiento de algunos
miembros de la comunidad.
Pablo contesta usando una serie de imágenes y metáforas
propias de la apocalíptica judía (cf. 4 Esdras). Esta co-
rriente hace referencia a la espera de la salvación definiti-
va: Dios, después de una batalla de dimensiones cósmi-
cas, saldrá vencedor y se manifestará sobre las nubes,
coronando de gloria, a los que le han sido fieles. En este
cuadro general se insertan otros de dimensiones secunda-
rias, como los del papel de los ángeles buenos y malos o
los de los signos que acompañarán a la manifestación
definitiva del Señor.
En la respuesta de Pablo hay varias afirmaciones, aunque
la central está en el v. 14: “Porque si creemos que Jesús
murió y resucitó, de igual manera también Dios, por
medio de Jesús, reunirá con él a los que murieron”.
Pablo se expresa de una manera curiosa, con una frase
condicional, “si”, no porque dude de la aceptación del
mensaje, sino para provocar una renovación de la res-
puesta de los destinatarios. Una de las claves del v. 14 la
encontramos en la expresión “con él”: los cristianos que
han muerto no dejarán de estar “con Cristo”; “en Cristo”
suele decir Pablo (cf. 5,10). Su destino es el mismo: si
Cristo ha resucitado, también lo harán los cristianos. Y
esto es “palabra del Señor”: se trata de una afirmación
que no tiene vuelta de hoja. Jesús es la primicia de la
resurrección. Y su resurrección no tendría ningún senti-
do si no resucitasen también los que creen en él.
La siguiente aclaración hace referencia a la parusía y a
qué pasará en ese momento tanto con los que estén vivos
como con los que ya hayan muerto. La expresión “los
que vivamos, los que quedemos hasta la venida del
Señor”, normalmente se ha interpretado como si Pablo
pensase presenciar en vida la parusía. Pero no tiene por
qué ser así necesariamente. Por un lado, en esta parte de
su carta es muy dependiente de las ideas y las imágenes
de la apocalíptica judía; por otro, la concepción paulina
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del tiempo es diversa a la nuestra: es teológica. Con la
muerte y resurrección de Jesús ya se ha iniciado la etapa
final de la historia de la salvación: el presente es también
futuro, y ambos están en manos de Dios. De hecho, en
Dios todo es presente. Quizá Pablo, educado en un am-
biente donde casi todo estaba teñido de apocalipticismo,
pensase en un final inminente de la historia; no necesa-
riamente. En todo caso, su respuesta tiene un objeto di-
ferente: tanto vivos como muertos presenciarán la venida
definitiva de Cristo, y el hecho de estar vivos en ese mo-
mento no será ninguna ventaja respecto a los ya falleci-
dos, ya que habrá un mismo destino para todos.
Las imágenes usadas para describir la parusía son muy
gráficas: el Señor se presentará como el jefe de los ejérci-
tos y descenderá del cielo, como ya hiciera el Señor en el
Sinaí, con toda su potencia y majestad, con un poder al
que ninguna fuerza puede hacer sombra. Y entonces “re-
sucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo”
(v. 16). Y éstos, juntos con los vivos, dejarán atrás su si-
tuación actual y serán llevados junto al Señor para estar
ya siempre con él. He aquí la respuesta de Pablo: estare-
mos con Dios y compartiremos su gloria. Estas palabras,
que pertenecen al depósito del Evangelio predicado por
Pablo, se convierten así en anclaje seguro de la alegría, el
consuelo y la esperanza de los tesalonicenses y de todos
los cristianos. Suceda lo que suceda, los bautizados no
dejarán de tener nunca una estrechísima relación con
Cristo.
b) El día del Señor (1 Tes 5,1-11)
En continuidad con el tema anterior, Pablo pasa ahora a
hablar del día en que se manifestará el Señor definitiva-
mente. Su exhortación, sin embargo, no tiene como fin
fijar tiempos o momentos, sino que insiste en las disposi-
ciones del creyente, en su espera activa y vigilante. Ante
la curiosidad de los que quieren saber cuándo y cómo
será ese momento, Pablo responde que esto es algo que
sólo Dios conoce. Es más, el Señor vendrá de una mane-
ra totalmente inesperada y sorprenderá de una forma de-
sagradable a los que no estén preparados. Para expresar
estas ideas, Pablo utiliza las imágenes del ladrón en la
noche, que toma por sorpresa a los habitantes de la casa,
y de los dolores de parto, que se presentan de improviso,
cuando la mujer no lo espera.
¿Qué actitud debe tener, entonces, el cristiano? La de
aprovechar muy bien el tiempo. Porque quien se consi-
dera satisfecho y seguro, se relaja, y es más fácil encon-
trarle desprevenido. Todo cristiano es hijo de la luz y del
día y, por tanto, no puede comportarse como los que
“viven de noche”, durmiendo o emborrachándose. La
noche hace referencia a las tinieblas; la luz, a la gloria. Lo
propio del bautizado es estar sobrios y en vela. Y esto se
hace viviendo de la fe, de la caridad y de la esperanza.
Ésas son las armas de la luz con las que cuentan los
cristianos, una luz que nos hace estar en vela y que
contrarresta el temor de los que viven de noche. “Man-
tengámonos sobrios” (v. 8). Sobriedad y vela están ínti-
mamente relacionadas, porque es esa sobriedad la que
nos ayuda a estar despiertos y atentos a la Palabra del
Señor. El que está atento puede entrar en combate en
cualquier momento. Y sus armas son la fe, la esperanza y
la caridad: la fe en cuanto abandono en unas fuerzas que
no son las suyas, y la esperanza como confianza cierta en
la victoria.
Es la fe la que nos asegura esto: “Dios no nos ha destina-
do a la ira, sino a alcanzar la salvación por medio de
nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para
que tanto si velamos como si dormimos vivamos juntos
con él” (vv. 9-10). Estos versículos se presentan como
una conclusión a todo el pasaje de 1 Tes 4,13–5,11.
Dios, en efecto, no busca vengarse o castigarnos, sino
que nos ha mostrado su misericordia y su voluntad de
salvación a través de la muerte de Jesucristo en nuestro
favor. Es el bautismo, por el que nos hemos unido a la
muerte de Cristo, el que ha sellado nuestra unión con
Dios. Quien conserve esta convicción en su corazón no
podrá albergar ningún temor. Este mensaje es el que da
tanto la paz interior a los creyentes como el que estrecha
los lazos de la comunidad entera.
c) La tradición de Jesús en 1 Tes 4,13–5,11
Los estudiosos han discutido, y siguen discutiendo, sobre
el sentido de estas palabras: “Pues conocéis los preceptos
que os dimos de parte del Señor Jesús” (4,2). Indepen-
dientemente de las diferentes hipótesis, lo que parece
claro es que las palabras de Pablo hacen referencia a la
tradición de Jesús. Es más, podría pensarse que Pablo, en
su primera predicación, recurrió a algunos ejemplos que
tenían su origen en el Señor y que los destinatarios com-
prendieron de una forma defectuosa. Por eso, ahora
vuelve a citar esa tradición explícitamente, para aclararla
y para completar lo que dejó a medias antes de verse
obligado a abandonar Tesalónica.
De una forma más concreta, se suele decir que tras 1 Tes
5,2.4b (“porque vosotros mismos sabéis muy bien que el
día del Señor vendrá como un ladrón en la noche [...], de
modo que ese día os sorprenda como un ladrón”) se en-
cuentra el relato sinóptico de la venida del Hijo del
hombre de una forma inesperada (Mt 24,43-44 y par.;
cf. Ap 3,3; 16,15; 2 Pe 3,10). También, según algunos
estudiosos, 1 Tes 5,3 (“Así pues, cuando clamen: ‘Paz
y seguridad’, entonces, de repente, se precipitará sobre
ellos la ruina –como los dolores de parto de la que
está encinta–, sin que puedan escapar”) sería un eco de
Lc 21,34-36, pasaje en el que se exhorta a la vigilancia, a
la oración y a la sobriedad. Y también, de una forma más
general, 1 Tes 5,4-7 (“Pero vosotros, hermanos, no estáis
en tinieblas, de modo que ese día os sorprenda como un
ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del
día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas.
Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos
en vela y mantengámonos sobrios. Los que duermen, de
noche duermen, y los que se embriagan, de noche se em-
briagan”) parece una aplicación paulina de las parábo-
las de los siervos en vela (Lc 12,36-38 y par.) y del ad-
ministrador (Lc 12,41-48 y par.), ambas unidas, en
Lucas, a la del ladrón (Lc 12,39-40). Además, para al-
gunos comentadores, 1 Tes 4,16-17 (“Porque, cuando
la voz del arcángel y la trompeta de Dios den la señal,
el Señor mismo descenderá del cielo y resucitarán en
primer lugar los que murieron en Cristo; después, no-
sotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos
arrebatados a las nubes junto con ellos al encuentro del
Señor en los aires, de modo que en adelante estemos
siempre con el Señor”) sería un eco del dicho sinóptico
del Hijo del hombre que viene sobre las nubes y envía a
sus ángeles con una trompeta para reunir a los elegidos
(Mt 24,30-31 y par.).
En estos textos se habla de los últimos tiempos y de la
parusía, pero no se habla de la resurrección. Quizá se
usan ahora precisamente por eso, para aclararlos y para
rellenar esa laguna: da igual que uno haya fallecido o no
antes de la parusía, porque entonces los muertos serán
resucitados y todos, vivos y muertos, serán arrebatados al
cielo. Lo importante es no perder la esperanza, que se
funda en la elección divina, y encontrarse irreprensibles
en ese último momento, para lo que es necesaria una
vigilancia constante.
3. Exigencias de la vida de comunidad
(1 Tes 5,12-22)
L
A esperanza del cristiano se manifiesta tanto en
la paz interior como en su relación con los
demás miembros de la comunidad. Es dentro de
la casa de Dios donde cada uno debe poner al
servicio de los demás sus propios talentos y su esfuerzo,
colaborando unos con otros y respetándose mutuamente.
Entre los servicios que se llevan a cabo dentro de la co-
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tú, Dios mío,
abrirás para
siempre mis ojos
Cuando me muera
tú, Dios mío,
abrirás para
siempre mis ojos
Cuando me muera
munidad (v. 12: “Os rogamos, hermanos, que apreciéis a
los que trabajan entre vosotros, os gobiernan en el Señor
y os instruyen”), una forma de contribuir a su edifica-
ción es con el propio trabajo, otra con el servicio que es
el gobierno, otra enseñando o amonestando. Cada uno
de los miembros tiene su misión, que debe realizar sin
quejas y sin perder la esperanza. Todos ellos merecen el
respeto de los demás, para que cada uno pueda desarro-
llar su labor en un ambiente de paz y consideración. En
esta división se divisa ya un inicio de estructuración
dentro de la comunidad no exento de tensiones, la
mayor parte de las veces ocasionadas por las propias faltas
y debilidades.
El ejercicio de todas estas labores tiene sus dificultades.
Pero Pablo se detiene a continuación en las propias de lo
que podríamos llamar gobierno y dirección espiritual:
corregir, alentar, sostener, tener paciencia, procurar el
bien mutuo y el de todos. En todas las comunidades, y
también en la de Tesalónica, hay miembros débiles y
miembros fuertes, miembros bien dispuestos y miembros
peor dispuestos, etc. Todos, por tanto, han de sentirse
responsables unos de otros, siguiendo el criterio de no
devolver mal por mal y de velar por el bien de todos.
Estas exhortaciones contrastan con las alabanzas que
Pablo les ha dirigido en otras partes de la carta, y reflejan
perfectamente una realidad que estará siempre presente
en la Iglesia que camina: su imperfección y la necesidad
de progresar continuamente tanto por la mejora personal
como por la edificación del conjunto.
Las últimas exhortaciones de Pablo retoman el tema de la
esperanza y la alegría, realidades ligadas a la oración y
la acción de gracias continuas por tantos dones como
Dios les ha otorgado y les sigue otorgando. También se
cierra de algún modo el círculo de las exhortaciones
recordando de nuevo la necesidad de dejarse guiar por el
Espíritu, de serle dóciles para no extinguirlo y de abste-
nerse de toda clase de mal, que es lo que a fin de cuentas
imposibilita entrar en la órbita de la santidad divina.
4. Conclusión
L
AS palabras de Pablo en estos dos capítulos nos
traen a la memoria estas otras esperanzadoras
palabras: “Y, después de haber sufrido un poco,
el Dios de toda gracia, que os ha llamado en
Cristo a su eterna gloria, os hará idóneos y os consoli-
dará, os dará fortaleza y estabilidad” (1 Pe 5,10). Dios
nunca se retracta de sus dones, y cuando empieza una
tarea la lleva a término. La esperanza no es algo utópico:
se apoya en la elección divina. El Espíritu Santo, ya sea
directamente, ya sea sirviéndose de instrumentos, hace
su labor. Pero como ésta es normalmente escondida,
el cristiano puede sentir por momentos la soledad o la
desesperanza.
Lo que edifica a la Iglesia es la fe, la esperanza y la cari-
dad. La fe es la base de todo el edificio: la fe en la elec-
ción divina; la fe en la pasión, muerte y resurrección de
Cristo como primicia de la nuestra. Aquí se funda la
esperanza, fuente de paz y de alegría, virtudes que nos
afectan tanto a nosotros mismos como a nuestro trato
con los demás, creyentes y no creyentes. Los tesaloni-
censes están preocupados porque no han comprendido
bien y buscan más seguridades. La fe siempre tiene algo
de oscuro, y es necesario fiarse de la Palabra divina,
transmitida por los apóstoles y manifestada por escrito
en la Biblia: una Palabra que sólo dentro de la Iglesia
encuentra todo su sentido.
Doctrina y moral nunca están separadas. Como en el
caso de la parábola del ladrón en la noche, la fe en la ve-
nida de Jesús, pero también la incertidumbre, nos llevan
a estar en vela y activos. La salvación “ya ha ocurrido”
con la resurrección de Cristo, ya somos nuevas criaturas,
pero aún debe consumarse. Y nuestra actitud, nuestras
obras, no son indiferentes: existen unos imperativos éti-
cos emanados del Evangelio. Por ello, los cristianos debe-
mos poner un especial empeño por alejarnos de todo lo
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que no es acorde con la santidad de Dios, dejándonos
ayudar y corregir cuando sea necesario. Este camino que
es la vida del cristiano no es algo meramente personal:
con nuestras obras edificamos la comunidad de los cre-
yentes, con nuestras obras somos luz en la oscuridad para
los no creyentes (cf. 2 Pe 1,19). Es cierto, los tesaloni-
censes son ejemplares, pero Pablo les hace saber una cosa
esencial: quien aspira a la santidad, como diría san Gre-
gorio de Nisa, no deja nunca de crecer, de corregirse,
porque, por su propia naturaleza, la santidad, las virtudes
teologales, no tienen límite.
No cabe duda de que la esperanza es una virtud especial-
mente importante en nuestros días. Así lo ha puesto de
manifiesto la encíclica de Benedicto XVI Spe salvi: esta
virtud es la que nos impulsa a vivir de un modo determi-
nado, a pesar de las propias incertidumbres y debilida-
des, a pesar de las incomprensiones, a pesar de vivir en
un ambiente cada vez más hostil a la fe cristiana. Noso-
tros sabemos que ya hemos sido redimidos, pero también
que habrá lucha. Quien persevere alcanzará la corona de
la victoria.
“Spe salvi facti sumus”: en esperanza fuimos salvados,
dice san Pablo a los romanos y también a nosotros
(Rom 8,24). Según la fe cristiana, la “redención”, la sal-
vación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos
ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado
la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual po-
demos afrontar nuestro presente: el presente, aunque
sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva
hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y
si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del
camino [...]. Pablo recuerda a los efesios cómo antes de
su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni es-
peranza ni Dios” (Ef 2,12). Naturalmente, él sabía que
habían tenido dioses, que habían tenido una religión,
pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus
mitos contradictorios no surgía esperanza alguna [...].
En el mismo sentido les dice a los tesalonicenses: “No os
aflijáis como los hombres sin esperanza” (1 Tes 4,13). En
este caso aparece también como elemento distintivo de
los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no
es que conozcan los pormenores de lo que les espera,
pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el
vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad
positiva, se hace llevadero también el presente [...].
Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha
dado una vida nueva (Spe salvi, 1-2).
LAPRIMERA
CARTAALOS
TESALONICENSES
YLATRADICIÓN
EVANGÉLICA
FranciscoPérezHerrero
La primera Carta a los Tesalonicenses es un
testimonio precioso del modo en que el
apóstol intentaba conservar, comprender y
transmitir los dichos y hechos de Jesús. Son
abundantes los ecos que en esta carta se en-
cuentran de aquellos dichos y hechos de
Jesús que, transmitidos entonces de forma
oral, serían consignados más tarde por es-
crito en nuestros Evangelios. Se concentran
sobre todo en la enseñanza escatológica del
apóstol, con la cual pretende esclarecer dos
cuestiones que preocupaban a los cristianos
de Tesalónica: ¿cuál será el destino de los
que han muerto antes la venida gloriosa del
Señor? ¿Cuándo tendrá lugar esa venida?
El apóstol remite una y otra vez a fórmulas
e imágenes de la “tradición evangélica”,
explicitándolas con su propio lenguaje o con
la ayuda de otras fórmulas e imágenes que
normalmente hunden sus raíces en el Anti-
guo Testamento. Desde el uso que Pablo
hace de la “tradición evangélica” no hay
posibilidad alguna de convertirlo en el
“inventor” del cristianismo, pero sí en modelo
a seguir por todos y en todos los tiempos.
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B
ENEDICTO XVI se preguntaba en una de
sus catequesis sobre san Pablo por lo que el
apóstol sabía del Jesús terreno, de su vida, de
sus enseñanzas, de su pasión. Subrayando que
lo que a Pablo le interesaba no era un conocimiento
“según la carne”, es decir, exterior, sino un conocimien-
to en toda su profundidad y en toda su verdad, un co-
nocimiento con el corazón (cf. 2 Cor 5,16), el papa
daba por seguro que nunca lo encontró durante su vida
terrena y que todas las referencias que en sus cartas hace
al Jesús prepascual tuvo que conocerlas a través de los
apóstoles y de la Iglesia naciente (Audiencia general, 8 de
octubre de 2008). Efectivamente, a ello apuntan los di-
versos contactos que el apóstol se preocupó de tener con
algunos de los Doce, igual que sus prolongadas estancias
en las comunidades cristianas de Jerusalén y de Antio-
quía. Reivindicando su condición de verdadero apóstol,
Pablo no duda en decir a los gálatas que el evangelio
anunciado por él no lo recibió ni lo aprendió de hombre
alguno, sino que fue el mismo Jesucristo quien se lo re-
veló (cf. Gál 1,11-12). Pero a renglón seguido da a co-
nocer con la misma franqueza que, a los tres años de su
encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco,
subió a Jerusalén para “consultar” a Pedro, a cuyo lado
permaneció durante quince días (cf. Gál 1,18). Un año
entero pasó después junto a Bernabé en la iglesia de
Antioquía (cf. Hch 11,26) y, tras su primer viaje mi-
sionero, otra vez subiría a Jerusalén para tener una con-
versación con los principales responsables de la comuni-
dad, dándoles cuenta del Evangelio que predicaba a los
gentiles y asegurándose así de no estar afanándose inútil-
mente (Gál 2,2; cf. Hch 15,1-5).
En sus cartas, no son pocos los textos en los que Pablo
manifiesta tener un profundo conocimiento de las pala-
bras y los hechos de Jesús, igual que de su muerte y resu-
rrección, tal como se recordaban y transmitían de viva
voz en una tradición más o menos fija que, con el correr
del tiempo, quedaría consignada por escrito en nuestros
evangelios canónicos. Significativo es el modo en que se
expresa en la primera Carta a los Corintios sobre la euca-
ristía y sobre la resurrección de Cristo como elementos
centrales de la tradición cristiana. La fórmula “os trans-
mito lo que a mi vez he recibido” (cf. 1 Cor 11,23; 15,3)
remite sin duda a una tradición normativa que, formula-
da desde los años treinta, Pablo llega a conocer en Jerusa-
lén o Antioquía y transmite después fielmente a sus
oyentes. El mismo fenómeno se puede observar ya en la
primera Carta a los Tesalonicenses, primera carta de
Pablo y primer escrito de todo el Nuevo Testamento.
Algunos autores han querido ver en esta carta los prime-
ros ecos escritos del padrenuestro, dado que no faltan
posibles alusiones tanto a la invocación inicial como a
cada una de las peticiones que integran esta oración en la
versión de Mateo (Mt 6,9-13). Se echaría de menos sola-
mente la petición sobre el pan de cada día, quizá porque,
si se entendiera mal, podría servir de pretexto para algo
que Pablo no estaba dispuesto a consentir: la ociosidad
en el seno de la comunidad cristiana (cf. 2 Tes 3,6-15).
Otros autores han pensado que Pablo estaba suficien-
temente familiarizado con las parábolas de Jesús, en con-
creto con la parábola del sembrador y su explicación (cf.
Mc 4,13-20 par.). El modo en que los tesalonicenses han
sabido acoger la Palabra de Dios que él les había
anunciado (cf. 1 Tes 2,13-16) se contrapone radicalmen-
te al de aquellos que, en la explicación de esta parábola,
se asemejan al terreno rocoso; ellos realizan el ideal sim-
bolizado por la “tierra buena”: tras escuchar la Palabra, la
acogieron a pesar de las pruebas y ésta dio fruto abun-
dante, desplegando en ellos toda su energía. Es, no obs-
tante, en la enseñanza escatológica de esta carta donde
más fácilmente se puede constatar el conocimiento que
Pablo tenía de la tradición evangélica. A esta enseñanza
dedica un amplio espacio dentro de la parte exhortativa
de la misma (1 Tes 4–5), intentando responder a dos in-
terrogantes concretos que seguían preocupando a aque-
llos cristianos a quienes el apóstol tuvo que abandonar de
manera precipitada (cf. Hch 17,5-10). Los interrogantes
no dejan de estar relacionados, pero cada uno de ellos
tiene su entidad propia y sus connotaciones particulares.
Veamos el modo en que Pablo los afronta y los aclara.
1. El destino de los que han muerto
(1 Tes 4,13-18)
L
A primera cuestión abordada por Pablo en su
enseñanza escatológica gira sobre la suerte de los
que han muerto antes de haber tenido lugar la
venida gloriosa del Señor. El apóstol procede
con orden. Entre una frase introductoria en la que anuncia
su propósito (v. 13) y una exhortación conclusiva (v. 18),
ofrece su respuesta en dos fases sucesivas: primero, con
una afirmación clave que es una confesión de fe (v. 14);
después, con una explicación detallada que él presenta
como “Palabra del Señor” (vv. 15-17).
a) Anuncio del tema (v. 13)
Usando la metáfora del sueño, ampliamente extendida
en el mundo greco-romano para hablar de los difuntos,
Pablo comienza señalando el objetivo que se propone y
la finalidad que persigue: “No queremos, hermanos, de-
jaros en la ignorancia acerca de los muertos, para que no
os aflijáis como los otros que no tienen esperanza”.
Quizá por la premura y brevedad de la evangelización (cf.
Hch 17,2), los cristianos de Tesalónica albergaban dudas
sobre el destino de los miembros difuntos de su comuni-
dad: ¿participarían también ellos en la gran fiesta de la
aparición gloriosa de Cristo o quedarían excluidos? ¿Reci-
birían o no la salvación definitiva que implica esa venida
gloriosa de Cristo? Su preocupación deriva en aflicción, y
Pablo intenta instruirlos y reconfortarlos. No quiere que
se asemejen a los que no tienen esperanza. Se trata de la
esperanza en la resurrección de los muertos, que les lleva-
rá a participar en la manifestación gloriosa del Señor.
En este punto los cristianos se han de distinguir tanto de
los paganos como de los judíos. No les está prohibido
llorar ante la muerte de un ser querido, pero no pueden
hacerlo como si ignoraran su verdadero destino.
b) Afirmación clave: confesión de fe tradicional
(v. 14)
El destino de los cristianos difuntos no es otro que el
destino del mismo Cristo. Su unión con él durante la
vida no se interrumpirá con la muerte. Poco importa que
hayan muerto antes de su manifestación gloriosa. “Si
creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, así tam-
bién, por causa de Jesús, Dios llevará con él a los que han
muerto”.
La proposición condicional con la que comienza la frase
no implica una mera posibilidad, sino un hecho que
tiene consecuencias extraordinarias. Se podría expresar
así: “Puesto que creemos…”. Una misma fe une a Pablo
y a sus lectores (“creemos”), que es a la vez la fe apostóli-
ca. La fórmula tiene todos los visos de ser anterior a
Pablo, que se limita aquí a transmitirla. Cuando él habla
con su propio lenguaje del misterio pascual, prefiere
hablar de Cristo como sujeto y suele recurrir al verbo
“surgir” o “levantarse” (egeirô) para expresar el aconteci-
miento de la resurrección (cf. 1 Tes 1,10).
La segunda parte de la frase sorprende por sus anomalías
gramaticales y por la sobriedad de un lenguaje que da pie
a múltiples interpretaciones. Hay cambio de sujeto (no-
sotros… Dios) y, a través de un inesperado adverbio
comparativo, se pasa de un enunciado que entraña una
actitud subjetiva (“creemos”) a otro enunciado que quie-
re expresar una realidad objetiva (“Dios llevará con él”).
Además, ahora aparece Dios como agente de la resurrec-
ción de los muertos, habiendo sido silenciada su acción
en el caso de Jesús, que se toma como punto de compa-
ración. Estas anomalías dentro de un lenguaje extrema-
Pág. 37
Pág. 38
damente denso y escueto obligan a leer el texto de mane-
ra pausada y podría decirse que intensifican su fuerza
persuasiva. El razonamiento es el siguiente: del mismo
modo que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, así
también resucitará a los que en su vida han estado unidos
a Jesús para que puedan estar siempre con él, y lo hará
“por causa de Jesús”, es decir, por causa de lo que hizo
con Jesús. La resurrección es concebida como una comu-
nión permanente con el Señor resucitado (cf. 4,17b;
5,10). Se señala la mediación del mismo Cristo, pero se
subraya sobre todo la acción de Dios, que consiste en
“conducir” o “llevar” a Cristo. El verbo recuerda la ac-
ción de Dios en los acontecimientos del éxodo o su in-
tervención en la vuelta del destierro, interpretada por los
profetas como un nuevo éxodo (cf. Jr 31,8; Ez 36,24;
Is 43,5). La opción de Pablo por este verbo puede deber-
se a su deseo de preparar con él la explicación siguiente,
donde se insiste en el “encuentro con el Señor” a través
de un “ser arrebatado entre las nubes”.
c) Explicación iluminadora: “Palabra del
Señor” (vv. 15-17)
Pablo ha dado su respuesta a la cuestión que preocupaba
a los tesalonicenses, pero es consciente de que los térmi-
nos empleados necesitan alguna aclaración. Insiste por
ello en que, en el momento de la venida gloriosa de Cris-
to, no habrá ninguna ventaja de los que todavía estén en
vida respecto a los que ya hayan muerto. Unos y otros
pasarán a un nuevo modo de vida, unos y otros entrarán
en comunión permanente con el Resucitado.
Pablo recurre aquí al lenguaje apocalíptico. Era el más
apropiado para su objetivo. Le permitía subrayar algo
fundamental: que la venida del Señor depende exclusiva-
mente de su iniciativa; no está bajo el dominio o control
de los hombres, a quienes les toca simplemente acoger lo
dispuesto por el Señor. Dejando entender esto, no teme
hablar de un “descenso” del que ha sido “elevado” a la
diestra del Padre, haciendo coincidir con este descenso la
resurrección de los difuntos. Después tendrá lugar el en-
cuentro de todos con el Señor, vivos y difuntos, siendo
acogidos unos y otros en la dimensión divina del que
desciende. Tanto el descenso del Señor como el encuen-
tro con él se ven precedidos o acompañados de motivos
teofánicos: voz de un arcángel, sonido de la trompeta di-
vina, traslado entre nubes por el aire. Es un lenguaje fi-
gurado con el que Pablo pretende preparar, en una es-
pecie de crescendo, su afirmación final: “De este modo
estaremos siempre con el Señor” (v.17b). La preposi-
ción empleada (syn) indica una intimidad excepcional.
Supera con creces la establecida entre Jesús y sus discí-
pulos a lo largo de la vida terrena (meta). Ahora se trata
de una comunión interior, permanente e inquebranta-
ble entre los creyentes y el Resucitado. Es la consuma-
ción última de la comunión con Cristo iniciada en el
bautismo.
La descripción que ofrece Pablo sobre la venida gloriosa
del Señor se inspira predominantemente en la teofanía
del Sinaí (cf. Éx 19,10-25). En el Sinaí se trataba de la
reunión del pueblo y del encuentro con Dios para el es-
tablecimiento de la Alianza y la entrega de la Ley. Al
final de la historia Pablo atisba un nuevo encuentro: el
del nuevo pueblo de Dios con su Señor resucitado. En
torno a él se reunirán definitivamente los muertos, que
resucitan, y los vivos, que serán radicalmente transforma-
dos. Ahora bien, el peso que haya podido tener en esta
descripción la escenografía del Sinaí no impide al apóstol
presentarla como “Palabra del Señor”. Presentándola
así, la descripción goza para él de la máxima autoridad
(cf. 1 Cor 7,10.12.25; 9,14). Pero ¿en qué sentido es
“Palabra del Señor”?
Dado que no coincide literalmente con ninguna de
las palabras del Señor recogidas en los evangelios, algu-
nos autores han querido ver aquí un “dicho” de Jesús
conocido y transmitido solamente por tradición oral
(agraphon) que, de un modo u otro, habría llegado
hasta Pablo. Sin embargo, no es fácil explicar cómo
pudo llegar a Pablo ese dicho sin dejar ninguna huella
en los evangelios cuando encerraba una enseñanza tan
importante no sólo para la iglesia de Tesalónica, sino
para todas las iglesias de la época apostólica. Otros
prefieren hablar de una “revelación personal” hecha al
apóstol por el Señor resucitado (cf. 1 Cor 15,51). Pero
no es de esperar una revelación personal del Resucita-
do que no tenga nada que ver con lo dicho a lo largo
de su ministerio terreno. La postura más convincente
es la de aquellos que hacen derivar esta descripción
paulina del mensaje apocalíptico de Jesús, transmitido
en las comunidades cristianas y consignado después en
los evangelios: “Entonces verán venir al Hijo del hom-
bre entre nubes con gran poder y gloria; entonces en-
viará él a los ángeles y reunirá de los cuatros vientos a
sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del
cielo” (Mc 13,26-27; cf. Mt 24,30-31). Las divergencias
son patentes. Aquí, por ejemplo, no hay referencia algu-
na a la resurrección de los muertos. No obstante, hay
contactos muy significativos, con términos idénticos y
expresiones paralelas. Es posible que Pablo hubiera
dado a conocer esta enseñanza de viva voz a los tesalo-
nicenses y que la falta de referencia a la resurrección de
los muertos estuviera en la raíz de la preocupación que
les afligía. En su carta evocaría de nuevo esta enseñanza
de Jesús, desentrañando con ella todas las implicaciones
de su muerte y resurrección. Así, pues, en esta “Palabra
del Señor” vería Pablo el factor determinante de las
dudas que albergaban los cristianos de Tesalónica y, al
mismo tiempo, la enseñanza más iluminadora para
poder superarlas. Todos los elegidos, vivos y difuntos,
están destinados a reunirse con el Hijo del hombre en
su gloria.
d) Exhortación conclusiva (v. 18)
Pablo no quiere acabar su instrucción sobre el destino de
los difuntos sin sacar una consecuencia válida para todos
y para siempre: “Consolaos, pues, unos a otros con estas
palabras”. Su propósito era consolar a los que podían
sentirse afligidos (cf. 4,13: “para que no os aflijáis”). Una
vez consolados, los tesalonicenses han de convertirse ellos
mismos en consoladores de los demás. No es una tarea
exclusiva de los apóstoles. Todos los miembros de la co-
munidad están llamados a desempeñarla compartiendo la
misma fe en el Resucitado, confesando públicamente
esta fe y viviéndola en concreto a la hora de afrontar la
muerte de las personas queridas.
2. El día del Señor (1 Tes 5,1-11)
S
IN abandonar el horizonte escatológico, Pablo
aborda una segunda cuestión que preocupaba a
los tesalonicenses: ¿cuándo tendrá lugar el día
del Señor? ¿Cuándo vendrá y se manifestará en
su gloria? El apóstol procede de modo muy similar a
como lo ha hecho precedentemente. Entre el anuncio del
tema (v. 1) y una exhortación conclusiva (v. 11), ofrece
primero la respuesta de forma sintética (vv. 2-3) y la es-
clarece a continuación, subrayando sobre todo las impli-
caciones que entraña (vv. 4-10).
a) Anuncio del tema (v. 1)
La cuestión que Pablo se propone aclarar ahora es expre-
sada con la ayuda de dos términos que remiten a una
sola realidad: “Sobre el tiempo y el momento (de la ve-
nida del Señor)”. La fórmula responde a la figura estilís-
tica de la endíadis y tiene un claro sabor bíblico. Utiliza-
da ya en diversos libros del Antiguo Testamento
(Daniel, Sabiduría, Eclesiástico, Nehemías), significa
sencillamente “la fecha”, incluyendo quizá el intervalo
que la separa del momento presente. Sobre esta cuestión
los tesalonicenses han recibido ya indicaciones suficien-
tes. Pablo se limita a recordarles lo que ya saben con
toda exactitud.
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  • 1.
  • 2. Revista trimestral de la Asociación Bíblica Española Director: José Cervantes Gabarrón Consejo de Redacción: José Pérez Escobar José María Bravo Aragón José Pedro Tosaus Abadía Cristóbal Sevilla Jiménez Revisión literaria: José Pérez Escobar © Asociación Bíblica Española, 1993 http://www.forodigital.es/abe © Editorial Verbo Divino Printed in Spain Diseño: Contraplano ISSN: 1134-5233 Depósito Legal: MU-251-1994 Para suscripción dirigirse a: RESEÑA BÍBLICA Editorial Verbo Divino Avda. de Pamplona, 41 31200 Estella (Navarra) España Telf. 948 55 65 10 Fax: 948 55 45 06 E-mail: publicaciones@verbodivino.es Internet: http://www.verbodivino.es PRECIOS PARA 2009 Suscripción España (I.V.A. incluido)...... 26’75 Suscripción extranjero: Europa 39 Otros países............................................ 48’50 US $ Número suelto: España (I.V.A. incluido)......................... 9 En estos precios están incluidos los gastos de envío Reservados todos los derechos. Nada de lo contenido en la presente publicación podrá ser reproducido y/o publicado mediante impresión, fotografía, copia, microfilme, o en cualquier otra forma, sin el previo consentimiento por escrito del Consejo de Redacción y de Editorial Verbo Divino.
  • 3. EDITORIAL .................................................. Pág. 2 SECCIÓN MONOGRÁFICA 1. “El nacimiento de una comunidad cristiana: Tesalónica”..................................... Pág. 5 Carlos GIL ARBIOL 2. “La predicación del Evangelio en Tesalónica (1 Tes 1–3)” ........................... Pág. 15 Juan Antonio AZNÁREZ 3. “La vida cristiana y la venida del Señor (1 Tes 4–5)”.................................. Pág. 25 Juan Luis CABALLERO GARCÍA 4. “La primera Carta a los Tesalonicenses y la tradición evangélica”............................... Pág. 35 Francisco PÉREZ HERRERO 5. “El Evangelio que Pablo había predicado en Tesalónica”.............................. Pág. 45 Tomás OTERO LÁZARO SECCIÓN ABIERTA 1. “El Resucitado camina con los sufrientes del mundo”.............................. Pág. 57 José CERVANTES GABARRÓN SECCIÓN DIDÁCTICA 1. “Antología bíblica de la música sacra (1/4)” ............................. Pág. 63 Juan Carlos GARCÍA DOMENE SECCIÓN INFORMATIVA 1. In memoriam. Francisco Contreras Molina ........................ Pág. 70 2. Boletín bibliográfico bíblico ....................... Pág. 72 Pág. 1 VERANO 2009 • Nº 62 LA PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES Coordinador: Dr. Tomás Otero Lázaro
  • 4. Pág. 2 Editorial La primera Carta a los Tesalonicenses, un escrito más bien breve, no se destaca en el conjunto del epis- tolario paulino ni por la riqueza y densidad de su reflexión teológica ni por la amplitud u originalidad de su enseñanza moral y práctica. Pero tiene una característica que la hace distinta y le otorga un puesto singular entre las cartas de Pablo: es, según opinión mayoritaria, el escrito más antiguo que se ha conser- vado del apóstol. También, el escrito más antiguo de todo el Nuevo Testamento, el primer testimonio literario del cristianismo naciente. Además, 1 Tes fue escrita por Pablo al poco tiempo de haber predicado el Evangelio en la ciudad de Te- salónica. El recuerdo de la evangelización está todavía muy vivo. Carlos Gil Arbiol se ocupa de recrear ese primer momento del anuncio del Evangelio en Tesalónica: la llegada de los misioneros, el nacimien- to de la comunidad, el ambiente hostil que desde el principio la rodea, el entramado social del que for- man parte los convertidos, las dificultades que encontraban para perseverar en la fe y vivirla. El eco de esta situación lo escuchamos en los tres primeros capítulos de la carta, en los que Pablo re- cuerda cómo fue el anuncio del Evangelio y la acogida por parte de los tesalonicenses. En ellos, como muestra el comentario de Juan Antonio Aznárez Cobo, se pone de manifiesto la intensa relación perso- nal que los misioneros establecen con los que escuchan su predicación y se convierten. La distancia físi- ca, impuesta por las circunstancias, no debilita esa relación; al contrario, hace que Pablo experimente intensamente la preocupación por sus cristianos y ponga los medios a su alcance –envío de Timoteo, es- critura de la carta– para ayudarle a perseverar y completar lo que falta a su fe. Porque, en efecto, Pablo no había podido completar la instrucción de los tesalonicenses, al verse obliga- do a abandonar la ciudad. Remediar esta deficiencia es el motivo principal de la carta. Juan Luis Caba- llero García reflexiona sobre las enseñanzas que Pablo les transmite, comentando los capítulos 4 y 5 de la carta. En ellos el apóstol da respuesta a las inquietudes y preocupaciones de los tesalonicenses sobre la suerte de los difuntos y el momento de la parusía del Señor, les instruye sobre la vida cristiana personal y comunitaria y, sobre todo, les anima a tener un comportamiento coherente con la llamada que han recibido a la salvación, con la mirada puesta en la venida del Señor Jesucristo. En la enseñanza que Pablo transmite a los tesalonicenses, sobre todo respecto a la parusía del Señor, se escucha el eco de la enseñanza del propio Jesús, tal como ha sido recogida en los evangelios sinópticos.
  • 5. Francisco Pérez Herrero investiga esta conexión entre la doctrina de Pablo expuesta en la carta y la predicación de Jesús conservada en la tradición y posteriormente puesta por escrito en los evangelios. Decía al principio que 1 Tes no se distingue por la ri- queza de sus contenidos teológicos. Tal afirmación es sólo verdad en parte, pues, cuando miramos más allá de lo que la carta dice explícitamente y prestamos atención al bagaje de conocimiento del mensaje cristiano y de ex- periencia de vida cristiana que presupone, descubrimos un horizonte mucho más amplio y rico. Descubrimos el Evangelio que Pablo y sus compañeros habían anuncia- do a los tesalonicenses. Reconstruir las líneas maestras de esa primera predicación del Evangelio en Tesalónica a partir de lo que presupone la carta es el objetivo del últi- mo artículo, firmado por un servidor. Tomás Otero Lázaro Pág. 3
  • 7. ELNACIMIENTO DEUNA COMUNIDAD CRISTIANA: TESALÓNICA CarlosGilArbiol Pág. 5 Tesalónica fue la primera comu- nidad a la que Pablo dirigió una carta, el primer escrito del Nuevo Testamento que se nos conserva: una carta novedosa, cargada de afecto y ternura, de imágenes ex- trañas y de ánimo y confianza; una carta que refleja algunos as- pectos de lo más genuino de Pablo en los orígenes del cristianismo: su estrategia misionera, sus funda- mentos éticos, la organización de la comunidad, etc. Estamos, pues, ante un testimonio privilegiado de la figura de Pablo, de su corazón y de su pasión: la ekklêsia del Dios descubierto en la cruz de Jesús.
  • 8. Pág. 6 1. Llegada de Pablo a Tesalónica L A comunidad de creyentes de Tesalónica no fue la primera fundación propiamente pau- lina; en Filipos, unos meses antes de llegar a Te- salónica (cf. 1 Tes 2,2; Hch 16,11-40), Pablo creó una comunidad con la que mantuvo una estrecha y privilegiada relación (cf. Flp 1,7-8; 4,15-16). Y todavía antes de llegar a Filipos, en mitad de la “Vía Común”, el camino imperial que unía el este con el oeste de Asia Menor, Pablo creó algunas comunidades en Galacia (aunque quizá ya existían, fruto de la misión antioquena; cf. Gál 1,2; 3,1; 4,13). Éstas habían sido las primeras eta- pas de la misión independiente de Pablo, aquella que ini- ció cuando se marchó de Antioquía tras un conflicto con Pedro (Gál 2,11-14) que le convenció de la necesidad de “no construir sobre cimientos ya puestos por otros” (Rom 15,20). Sin embargo, Tesalónica sí fue la primera comunidad a quien dirigió una carta, el primer escrito del Nuevo Testamento que se nos conserva: una carta novedosa, cargada de afecto y ternura, de imágenes extra- ñas y de ánimo y confianza; una carta que refleja algunos aspectos de lo más genuino de Pablo en los orígenes del cristianismo: su estrategia misionera, sus fundamentos éticos, la organización de la comunidad, etc. Estamos, pues, ante un testimonio privilegiado de la figura de Pablo, de su corazón y de su pasión: la ekklêsia del Dios descubierto en la cruz de Jesús. Aproximadamente hacia el año 49 d.C., Pablo se marchó de Antioquía, donde había estado entre cinco y diez años. Durante este tiempo, Pablo y Bernabé se habían distinguido entre todas las comunidades de creyentes en Cristo por su decidida misión de anunciar el Evangelio a no judíos. Ésta había sido una consecuencia sociológica de la lectura teológica de la muerte de Jesús en la cruz: si la muerte de Jesús tenía sentido expiatorio, es decir, per- donaba los pecados de todos, ¿qué valor tenían entonces los sacrificios realizados en el templo de Jerusalén con el mismo fin? Si en la muerte de Jesús Dios estaba revelan- do su voluntad de salvación para todos los hombres, ¿qué sentido tenía ya la Torá, la ley que reflejaba la voluntad de Dios? Si la muerte de Jesús era el acontecimiento de- finitivo de la historia, ¿no habría que reunir al nuevo pueblo de Dios, en el que debían estar, como iguales, judíos y paganos, esclavos y libres, varones y mujeres (cf. Gál 3,28)? Antioquía fue, probablemente, la primera comunidad de creyentes en Cristo que se planteó abierta- mente que las fronteras étnicas que marcaban las normas de pureza ritual (contenidas o emanadas de la Torá) ya no tenían sentido y que, por lo tanto, se debían abrir las puertas tanto a judíos como a paganos. Las consecuen- cias de este gesto fueron muchas, puesto que se obligó a convivir en la misma mesa a ambos grupos, forzando a los judíos a incurrir en impureza (cf. Hch 11,1-3). ¿Había o no que circuncidar a los paganos? ¿Había que obligarles, al menos, a cumplir ciertos preceptos de la Torá para evitar la impureza? ¿Qué relación tenía, en el fondo, la fe en Jesús con la Torá? Para resolver estos problemas se convocó una asamblea en Jerusalén en torno a los años 48-49, que resolvió no circuncidar a los paganos pero no dio solución al proble- ma de convivencia entre unos y otros. El conflicto estalló de nuevo más tarde, y se adoptó una solución de com- promiso liderada por Pedro: no exigir a los paganos más que lo mínimo, es decir, “abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza (sexual)” (Hch 15,29). Esta solución re- conocía un cierto valor en la Torá y no hacía suficiente- mente visible que Jesús es el único que reconcilia con Dios; a juicio de Pablo, esto era “edificar lo que destruí” o creer que “Cristo había muerto en vano” (cf. Gál 2,18.21). Pablo se da cuenta de que es muy difícil construir la ekklêsia de Dios sobre cimientos que ha puesto otro (cf. Rom 15,20), de modo que iniciará una misión independiente cuyo objetivo será precisamente ése: poner él mismo los cimientos de la ekklêsia, Cristo (cf. 1 Cor 3,10).
  • 9. 2. Los inicios de la comunidad A SÍ nacen la comunidad de Filipos y la de Tesalónica; ambas, como se puede ver en una lectura comparada de las dos cartas, compar- ten muchas características. Lucas, en el libro de los Hechos de los apóstoles, narra las dificultades sufridas en Filipos (Hch 16,11-40) y la llegada a Tesa- lónica (Hch 17,1). Es improbable, no obstante, que la predicación de Pablo se dirija directamente a la sinagoga y, todavía más improbable, que algunos judíos entraran a formar parte de la ekklêsia (cf. Hch 1,1-4), ya que no hay indicios de miembros de origen judío en la carta de Pablo (cf. 1 Tes 1,9) y la estrategia de anuncio del Evan- gelio es diferente, como vamos a ver. Por otra parte, los datos de Lucas coinciden con su idea teológica: mostrar que las promesas de Dios para su pueblo no han fallado, sino que ha sido el rechazo de éste lo que ha provocado la apertura a los paganos (cf. Hch 13,44-47; también Lc 14,15-24). Pablo ofrece varios datos que apuntan en otra dirección. El primer dato es una característica muy típica de Pablo: ponerse a trabajar con sus propias manos cuando llega a una ciudad, lo que resulta perfectamente comprensible dada la necesidad de subsistir (1 Tes 2,9; cf. también 1 Tes 4,11; 1 Cor 4,12; cf. Hch 18,1-3). Otro dato es la referencia que da el mismo Pablo en la primera carta que escribe: “Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes” (1 Tes 1,8). En tercer lugar, Celso, escritor romano del siglo II d.C. que critica a los cristianos, menciona cómo, todavía en el siglo II, el modo de “hacer resonar” el Evangelio es “de boca en boca”: “Vemos estos que des- pliegan su enseñanza secreta en los mercados y que van por ahí como mendigos (…). Dicen [a los jóvenes] que si les gusta [el Evangelio] pueden dejar a sus padres y maes- tros para ir con las mujeres y los niños pequeños a la tienda de los tejedores de lana o a las tiendas de los zapa- teros remendones o de los lavanderos, de manera que puedan aprender la perfección” (Orígenes, Contra Celso 3,50-55). Estos datos reflejan una estrategia misionera que tenía unos espacios preferentes: los lugares de trabajo de los ar- tesanos, los barrios gremiales localizados en los márgenes de las ciudades, junto a las murallas. Ahí la densidad de población era muy alta y la vida cotidiana se realizaba en la calle y en los talleres y tiendas (tabernae), donde con- vivían mayores y niños, y las noticias “resonaban de boca en boca” con una enorme facilidad. En las ciuda- des del Imperio, el modo más extendido de vivienda era el de “piso de alquiler” en bloques de apartamentos (insulae). En ellos se podía alquilar un local abierto a la calle en el que trabajar (taberna) que, generalmente, tenía un pequeño cuarto (cubiculum) en su parte supe- rior, donde la familia (incluidos los esclavos o trabaja- dores dependientes, si los hubiera) dormía por las no- ches. Pablo, en Tesalónica, debió aprovechar su formación como fabricante de tiendas o guarnicionero (cf. Hch 18,1-3) para anunciar el Evangelio mientras trabajaba en una tienda en el barrio gremial; probable- mente, la familia para la que se puso a trabajar le daba comida y cobijo a cambio de su trabajo. Así debió co- menzar la ekklêsia de Tesalónica. 3. La comunidad en su contexto E NTONCES, si la estrategia de puesta en mar- cha de la ekklêsia fue tan silenciosa, si los con- flictos con la sinagoga no fueron tales, si Pablo no fue predicando en público por las calles abiertamente, ¿cómo se explica la hostilidad y las enor- mes dificultades que se encontraban Pablo y los nuevos creyentes en cada ciudad, también en Tesalónica? Esta pregunta requiere una mirada a las circunstancias y el contexto en los que nace y crece esta joven comunidad. Pág. 7
  • 10.
  • 11. a) Hostilidad en Tesalónica Pablo no visitó las ciudades pequeñas del Imperio, sino las más populosas e importantes. Es en éstas donde había más pluralidad de cultos y asociaciones de todo tipo. La gran densidad de población que se concentraba en ellas, como hemos dicho, era un factor muy favorable para que se extendiese por toda la ciudad cualquier nueva noticia o cualquier culto nuevo. Y esto favorecía a los misioneros de todo tipo, entre ellos a Pablo, pero también ayudaba a quienes quisieran difundir opiniones contra alguien. Y parece que Pablo sufrió una campaña de desprestigio, a juzgar por la acalorada defensa de sí mismo que hace en 1 Tes 2,1-12. ¿Por qué? En 1 Tes 1,9, Pablo les recuerda a los tesalonicenses “cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero”. Este aban- dono de los ídolos, además de ser una referencia clara al origen no judío de la comunidad, ofrece un dato impor- tante: entrar en la ekklêsia significó el abandono de aque- llos cultos a los ídolos que, por oposición al “vivo y ver- dadero”, eran calificados implícitamente como “muertos y falsos”. Pablo, en la comunidad de Corinto, dará muestras de la exclusividad que exigía en la ekklêsia: “No podéis beber la copa del Señor y la copa de los de- monios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1 Cor 10,21). Esta exclusivi- dad (que, no obstante, Pablo matizó en otros momentos: cf. 1 Cor 8,1-13), junto con la negativa valoración de los cultos paganos, tuvo que resultar muy poco popular e in- cluso ridiculizada y despreciada; pocos grupos (como los judíos) resultarían tan sectarios y prepotentes a los ojos de los demás. Por otra parte, los artesanos del gremio a los que Pablo se sumó cuando llegó a Tesalónica probablemente le invita- ron a formar parte de alguna asociación voluntaria de las muchas que existían en este tiempo; en ellas se cultiva- ban las relaciones sociales, se encontraban amistades y contactos laborales y sociales, se cultivaba el sentido de pertenencia a la ciudad, se adoraban diversos dioses, es- pecialmente a aquellos que apadrinaban el gremio y lo cuidaban y protegían frente a las inclemencias del merca- do laboral, etc. La deslegitimación religiosa de estos dio- ses como “ídolos muertos y falsos” era, sin duda, una falta de cortesía y un deshonor, pero era, además, un de- safío a la estabilidad económica y social del gremio. Re- sulta lógico pensar que desde estas asociaciones gremiales se desplegara una campaña con el objetivo de despresti- giar a Pablo y, así, deslegitimar sus argumentos religiosos y, por tanto, recuperar la paz social y económica. Pablo, que había sido el fundador, iniciador y animador de las deserciones, fue el blanco de críticas de todo tipo: desde acusaciones de avaricia, de egoísmo, de buscar honor y gloria social, hasta la de tener intereses ocultos, etc. (cf. 1 Tes 2,1-6). Todas estas críticas, fomentadas por sus compatriotas, tenían como fin desprestigiar al fundador para que los cristianos volvieran a sus antiguos cultos y mantener así la paz. Además de estas razones, no podemos ignorar las conse- cuencias políticas que tiene la proclamación de un Señor y Salvador crucificado por las autoridades del Imperio en Judea. El culto al emperador era un instrumento que ser- vía a varios fines; entre ellos, generar cohesión, identi- dad, sentido de pertenencia y, a su vez, controlar, atar y evitar el desorden y la desintegración político-religiosa. El emperador era señor, salvador, hijo de Dios; él trae la paz; su presencia es una epifanía; su nacimiento y venida es buena noticia (euaggelion); domina el cielo y el mar, junto a todas las naciones de la tierra; él garantiza el orden del universo, y el culto al emperador suponía la pequeña contribución personal a este orden y equilibrio (el que mantiene el poderoso subyugando al dominado); así se puede leer en una inscripción del año 9 a.C. halla- da en Priene: Pág. 9
  • 12. Pág. 10 “Puesto que la providencia, que ha ordenado divina- mente nuestra existencia, ha aplicado su energía y celo y ha dado vida al bien más perfecto en Augusto, a quien colmó de virtudes para beneficio del género humano, otorgándonoslo a nosotros y a nuestros descendientes como salvador –él, que puso fin a la guerra y ordenará la paz–, César, que mediante su epifanía excedió las es- peranzas de quienes profetizaban el evangelio... y puesto que el cumpleaños del dios trajo primero al mundo el evangelio que redime en él... por esa razón, con buena fortuna y seguridad, los griegos de Asia han decidido que el año nuevo debe empezar en todas las ciudades el 23 de septiembre, el día del cumpleaños de Augusto...”. Y Tesalónica era una ciudad que se había distinguido a lo largo de su historia por la fidelidad y adhesión a Au- gusto y a sus sucesores. Pablo, en su predicación en Tesa- lónica y en la carta que escribe después, subraya de un modo inequívoco y provocativo la unicidad de Dios y su exclusividad de culto, privando al culto al emperador de su sentido original y básico. En 1 Tes 4,13-18, con un lenguaje apocalíptico, Pablo presenta a Cristo tal como los tesalonicenses (y otros ciudadanos romanos) presen- taban la llegada triunfal del emperador: “El mismo Señor bajará del cielo con clamor, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios… y seremos arrebatados en nubes… al encuentro del Señor” (1 Tes 4,16). El Evangelio de Jesús Señor se oponía de este modo al del emperador. Esto, lógicamente, atrajo por parte de los compatriotas de la comunidad más hostilidad, si cabe, generando una situa- ción de clara marginación social. b) Complicadas redes sociales Como hemos dicho, Pablo trabajó con sus propias manos en Tesalónica (1 Tes 2,9) y en otras ciudades para no ser gravoso a ninguna comunidad (cf. 1 Cor 4,12). Trabajar con las propias manos era considerado una ocu- pación poco digna; quienes estaban en lo alto de la escala social eran, precisamente, aquellos que no dependían de sus manos para trabajar porque tenían quien lo hiciera por ellos. Trabajar con las manos era propio de la clase artesanal. Pablo, aunque era artesano, podía haber adop- tado otra estrategia diferente a la de ejercer como guarni- cionero: la de recibir hospedaje en casa de un creyente más o menos acomodado que lo pudiera costear. De hecho, vivir del trabajo de apóstol era la práctica más extendida en el cristianismo primitivo (cf. 1 Cor 9,1-18; Lc 10,7; Gál 6,6; 1 Tim 5,17-18), igual que era común entre algunos rabinos y entre algunos filósofos que el maestro fuera sustentado por sus discípulos. En la tra- dición cristiana se desarrolló la idea de que “el obrero merece su salario” aplicada a los apóstoles, misioneros o dirigentes (Mt 10,10; Lc 10,7; Gál 6,6; 1 Tim 5,17-18). Este derecho conllevaba explícitamente, según la tradición que Pablo hereda, el privilegio de no trabajar (1 Cor 9,6). La base de esta tradición no se remonta sólo hasta Jesús, sino que se apoya en Dt 25,4. Sin embargo, Pablo no hizo uso de este privilegio ni en Tesalónica ni en Corinto (aunque no rechazó la ayuda de los filipenses; por ejem- plo, cf. Flp 4,11 y 2 Cor 11,7-9) y esto le trajo muchos problemas (2 Cor 12,12-19). La aspiración a la “autosu- ficiencia” (o “autarquía”) se manifiesta bastante impor- tante en la estrategia misionera de Pablo (cf. Flp 4,11). Además, parece que la renuncia de Pablo a ser sustenta- do por la comunidad (1 Tes 2,9) y la determinación de trabajar con sus propias manos no fueron un ejemplo seguido por todos los tesalonicenses. Los datos que nos ofrece Pablo en la carta nos permiten vislumbrar un conflicto intracomunitario que tiene alguna relación con el liderazgo de la comunidad y se amplía y complica en 1 Tes 5,12-14 y en 2 Tes 3,6-16. De acuerdo a estas referencias, algunos miembros de la comunidad mues- tran cierta ansiedad por tener una participación muy ac- tiva en la vida de la comunidad. Quizá es tan desmedida que descuidan su propio trabajo por dedicarse a los asun- tos de los demás. Al preferir este modo de vida ante el
  • 13. suyo, apelan al derecho de ser sustentados por la comu- nidad para dedicarse por entero a ella. Esto pudo supo- ner un problema para los verdaderos dirigentes, como lo confirma 1 Tes 5,12-14, que debían tener serias dificul- tades para discernir los límites del amor fraterno y para actuar ante comportamientos “desordenados” (que pare- cen estar al servicio de la comunidad pero que son una carga insoportable). Todo ello refleja una complicada si- tuación en la que la dependencia o independencia de los creyentes (y de Pablo) respecto de su entorno (comunita- rio y social) tiene mucha importancia para la credibilidad del Evangelio. La sociedad grecorromana estaba organizada, desde el punto de vista social, en una red de patronazgo y cliente- la por medio de la cual todos sus miembros tenían un lugar en esa red jerárquica. En lo más alto estaba el em- perador como pater patriae, “patrón” supremo, que tenía su propia red de “clientes”; éstos, a su vez, tenían sus propias redes de clientes, dando lugar a una compleja red en la que la mayoría eran, a la vez, clientes de otro pa- trón superior y patrones de un grupo de clientes. Incluso la casa reproducía algunas de estas características. El cliente de un patrón recibía de éste beneficios económi- cos y, con ellos, una posición social; el patrón recibía del Pág. 11 alguien cercano cerrará mis ojos Cuando me muera alguien cercano cerrará mis ojos Cuando me muera
  • 14. Pág. 12 conjunto de clientes honor, prestigio y, con ello, una po- sición social; ambos ganaban con la transacción. Sin em- bargo, el cliente, a cambio de los beneficios materiales, debía reconocer en el patrón autoridad y una posición superior que le exigía obediencia y subordinación. Si Pablo hubiera aceptado, como apóstol, la posibilidad de ser mantenido económicamente por la comunidad o por algún miembro acomodado de ésta, se hubiera situado a los ojos de todos como su “cliente”, y esto era inacepta- ble para Pablo, porque le haría perder su preciada liber- tad (1 Cor 9,18-19). Por esta razón, él utilizó una estra- tegia que le permitía mantener su libertad y exhortó a los creyentes de Tesalónica para que evitaran las dependen- cias sociales como clientes (1 Tes 4,11-12). c) Influencias negativas Una comunidad pequeña y joven como la de Tesalónica estaba muy cerca de todo aquello que había sido su vida antes de creer en Cristo. Sus relaciones sociales, sus prác- ticas cotidianas, etc., resultaban una continua llamada a recuperar la vida pasada, menos hostil y más tranquila. De hecho, parece que una de las preocupaciones más im- portantes de Pablo cuando escribe la primera Carta a los Tesalonicenses es el peligro de abandono de la fe (“Por lo cual, no pudiendo soportar ya más, envié a Timoteo para tener noticias de vuestra fe, no fuera que el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada”: 1 Tes 3,5). A esto colaboraba, sin duda con mucha fuerza, el miedo de Pablo a que la fuerza cultural y religiosa de una ciudad tan pujante terminara por con- vencer y arrastrar a la joven comunidad. Tesalónica era la capital de la provincia romana de Ma- cedonia. En ella confluían, por una parte, la ruta comer- cial del norte, que traía las caravanas desde los Balcanes por los valles del río Morava y Vardar; por otra parte, la Vía Egnacia, que servía para desplazar mercancías y per- sonas de la costa este hasta Bizancio; y, por último, las rutas marítimas que recorrían el Mediterráneo. Era, por lo tanto, una ciudad con gran atracción para todo tipo de cultos, religiones, predicadores, dioses, etc. Ello, entre otras cosas, favorecía el sincretismo religioso: muchas nuevas religiones y cultos surgían por la mezcla de ele- mentos de otras confesiones y creencias. Uno de estos cultos populares era al dios Dionisos, del cual quedan numerosos testimonios en inscripciones (al- gunas del siglo I d.C.) descubiertas en las excavaciones realizadas en la ciudad. Aunque, generalmente, los gru- pos que tenían a Dionisos como objeto de culto eran sólo de varones o de mujeres, están también atestiguadas asociaciones voluntarias mixtas en las que el culto a Dionisos se expresaba, entre otros modos, a través de re- laciones sexuales entre los miembros y de la exaltación de símbolos sexuales. En una pequeña capilla de la cripta del templo a Serapis se encontró un hueco perfectamente labrado en piedra en el que se colocaban los genitales de una estatua de Dionisos. Esto no estaba muy extendido, pero en el año 186 a.C. se prohibió el culto a Dionisos en Roma, precisamente, por considerar estas prácticas excesivas. San Clemente de Alejandría, en el siglo II, nos ofrece un testimonio de la deidad más importante en ese momento en Tesalónica: Cabiros. Este personaje había sido asesinado a traición por dos de sus hermanos, los cuales llevaron el cuerpo a los pies del monte Olimpos para su divinización (y así disimular su acción). Poste- riormente huyeron a la región de Toscana, en la penín- sula itálica, según el mismo Clemente de Alejandría, con el cofre en el que se conservaban los genitales de Dioni- sos. Estos datos nos muestran un aspecto del sincretismo de la ciudad de Tesalónica, que estaba muy presente en la vida de la comunidad cristiana de esa ciudad. Así se percibe en la exhortación que Pablo hace en 1 Tes 4,1-8, en la que llama la atención para que cada creyente “sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, sin dejarse arrastrar por la pasión desatada, como se dejan arrastrar los paganos que no conocen a Dios. Y que en este punto
  • 15. nadie haga injuria o agravio a su hermano, porque el Señor toma venganza de todo esto, como ya os lo dejamos dicho y recalcado” (1 Tes 4,4-6). Parece que las influencias sincretistas que dominaban en Tesalónica habían penetrado también en la comunidad cristiana, ha- ciendo que algunos cristianos pretendieran tener relaciones sexuales con un “hermano” por el hecho de pertenecer al mismo grupo. Pablo recurre al honor de los tesalonicenses y a la insistencia en su condición de “elegidos” y “santos”: en 1 Tes 1,12 Pablo pidió a la comunidad un comporta- miento “digno de Dios”. Por otra parte, establece una línea muy definida entre los cristianos y los demás (“sin dejarse arrastrar por la pasión desatada, como se dejan arrastrar los paganos que no conocen a Dios”: 1 Tes 4,5). De este modo Pablo define la ética cristiana, también, desde la diferencia con los comportamientos de los de fuera; así, el cristiano queda identificado en oposición a su entorno, considerado idolátrico. De este modo, las fronte- ras del grupo se marcan con total nitidez y todos pueden percibir qué grupo es y qué define su superioridad moral. 4. Circunstancias y motivo de la carta L OS creyentes de Tesalónica a los que Pablo es- cribe la carta habían logrado en poco tiempo cambiar su vida: habían abandonado la idola- tría; habían sido capaces de descubrir el amor de Dios que se manifestaba en la vida de cada miembro de la comunidad; habían sido capaces de dar ejemplo a otros en estos inicios; habían dado muestras de hospitali- dad, de acogida, de caridad; habían cargado con unos es- tigmas sociales muy pesados que les granjearon el recha- zo de su entorno; habían asumido costes económicos y comunitarios; habían mostrado una ejemplar acogida de la predicación cristiana y de los predicadores; habían, en resumidas cuentas, convertido su vida en un camino de santidad que respondía a la llamada de Dios para la sal- vación. Eran, efectivamente, una comunidad “especial” para Pablo, unida a él por fuertes lazos afectivos. Sin embargo, este grupo refleja también los problemas normales de una comunidad muy joven, que se está for- mando; que apenas tiene conciencia de su identidad; cuyo sentido de pertenencia está subdesarrollado y no sabe con claridad dónde están las fronteras de su grupo; que no tiene una idea formada de la conducta adecuada ni de los principios éticos que orientan al grupo; que no acierta a organizarse internamente; que ve surgir diversas fuerzas centrífugas que amenazan la cohesión; que no ha comprendido el verdadero significado de su llamada a la salvación, etc. Por su parte, el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús y la salvación ofrecida resultaba un elemento enor- memente liberador: Jesús había ganado para todos la re- conciliación con Dios por medio de su muerte y así posi- bilitaba la salvación en el día de su venida. Esta comprensión del acontecimiento pascual de Cristo le hizo comprender a Pablo el cambio que supuso en la his- toria y cómo estaban viviendo el momento final, deter- minado temporalmente por la inminente venida del Señor, que colmaría todas las esperanzas. Por eso, uno de los elementos más importantes de la misión y predica- ción de Pablo fue el anuncio escatológico de la venida del Señor. Este mensaje, probablemente de urgencia en los primeros años de la misión paulina independiente, generó cierta ansiedad en algunos destinatarios y bastan- te confusión en otros. Pablo, pues, escribe esta primera Carta a los Tesalonicen- ses para, además de legitimar su propio apostolado y su estancia en Tesalónica, dar respuesta a los problemas de los tesalonicenses, tanto a los que le plantean por medio, probablemente, de una carta como a los que Timoteo le ha contado. La presión y hostilidad del entorno, la legiti- mación de Pablo y su misión, diversas cuestiones de orden interno de la comunidad y el destino de los muer- tos son los temas más importantes que Pablo aborda en esta carta y van a ser desarrollados en los siguientes artículos. Pág. 13
  • 16. nada ni nadie podrá separarnos, ni la vida, ni la muerte, ni el tiempo, ni la eternidad Cuando me muera
  • 17. LAPREDICACIÓN DELEVANGELIO ENTESALÓNICA (1TES1–3) JuanAntonioAznárezCobo ¿Qué hacían Pablo y sus compañeros de misión cuando llegaban a una ciu- dad donde no había sido anunciado el Evangelio? ¿Cómo, dónde y cuándo transmitían su mensaje de salvación? ¿Cómo reaccionaban los oyentes? ¿Cuál era el comportamiento de los apóstoles con los que se mostraban re- ceptivos con su predicación? La prime- ra Carta a los Tesalonicenses, sobre todo en sus tres primeros capítulos, ofrece una viva pintura de la activi- dad de los misioneros y de las relacio- nes con los convertidos. Gracias a estos capítulos, tenemos el privilegio de es- cuchar de labios de Pablo y sus cola- boradores cómo fue la evangelización de Tesalónica. Pág. 15
  • 18. Pág. 16 L AS páginas de Pablo y sus colaboradores que co- mentaremos a continuación (los tres primeros capítulos de 1 Tes) son interesantes porque ofrecen respuestas a muchas de las preguntas que se plantea el cristiano del siglo XXI. El ambiente en el que viven la Iglesia y las parroquias se va pareciendo, cada día más, al que rodeaba a la recién nacida comunidad de los tesalonicenses, poco propicio y, no pocas veces, hos- til. Muchos abandonan la Iglesia. Algunos, dando un por- tazo; otros, de puntillas. Buena parte de los jóvenes viven de espaldas o al margen de ella. Otros bautizados, inclui- dos algunos pastores, mantienen un tono espiritual bajo, rozando a veces el desaliento. El resultado son unas comu- nidades que tienden a reducirse significativamente en lo que al número de sus miembros se refiere. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo no se cansa de susci- tar, en el seno de la Iglesia, las más variadas realidades. El denominador común de casi todas ellas es el redescubri- miento de la importancia de la Palabra de Dios y la vi- vencia de la fe en pequeños grupos o comunidades. Rezan juntos y celebran juntos. Cuidan mucho la forma- ción y proporcionan a quienes forman parte de ellas una experiencia eclesial “doméstica” que les ayuda a com- prender y vivir la comunión con la gran Iglesia. Algo o mucho de esto tenía aquella primera comunidad de Tesalónica. Por eso resulta tan actual la epístola que le escribieron Pablo y sus compañeros. 1. Un trabajo en equipo (1,1) P ABLO comienza su carta, según el modelo de las cartas helenísticas, con el remite (“Pablo, Silvano y Timoteo”), la dirección (“a la iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo”) y un saludo (“a vosotros gracia y paz”). En este último caso, así como en la referencia a la fe común en Dios Padre y en el Señor Jesucristo, inclui- da en la dirección, Pablo se inspira, muy probablemente, en fórmulas litúrgicas. En contraste con lo que sucede en otras cartas (la dirigida a los gálatas y las dos que escribió a los corintios, por ejem- plo), no reivindica aquí su título de apóstol. Y es que en Tesalónica no se había cuestionado su autoridad como tal. Uno de los detalles que más llama la atención desde que empezamos a leer la carta hasta que la terminamos es que está escrita en primera persona del plural. La aparición
  • 19. de la primera del singular en tres ocasiones (2,18; 3,5; 5,27) se debe, seguramente, a que Pablo, mientras dicta la carta a un escriba anónimo en nombre de todos, hace, de vez en cuando, un subrayado personal. Los compañe- ros de Pablo, cuando escribe esta carta, son Silvano y Ti- moteo, que aparecen como co-remitentes. Silvano, a quien Lucas en los Hechos llama Silas, prove- nía de la comunidad de Jerusalén: “Entonces decidieron los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la iglesia, elegir entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antio- quía con Pablo y Bernabé; y éstos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas, que eran dirigentes entre los hermanos” (Hch 16, 22). Después de que Bernabé y Marcos se sepa- raran de Pablo, Silas pasó a ser compañero habitual del apóstol en sus viajes misioneros. En cambio, Timoteo aparece más bien subordinado a Pablo en su papel de emisario (1 Tes 3,1-6; cf. 1 Cor 4,17; 16,10; Flp 2,19). El hecho de ocupar el tercer puesto en la enumeración del saludo parece corroborar dicha impresión. Se deduce de la carta que la labor evangelizadora de Tesalónica fue, por tanto, una labor de equipo. 2. La acogida del Evangelio (1,2-10) D ESPUÉS del saludo, Pablo y sus compañe- ros elevan a Dios una oración de acción de gracias particularmente amplia. En ella ma- nifiestan la alegría y el agradecimiento que sienten al contemplar la acción de Dios en medio de los tesalonicenses. Esta acción de gracias les sirve a Pablo, Silvano y Timoteo para recordar las circunstancias en las que se desarrolló la evangelización de Tesalónica. Antes de comentar estas circunstancias, llamamos la atención sobre tres detalles que se detectan en el comienzo de la acción de gracias: – En primer lugar, siempre que se habla de Dios como Padre se menciona a Cristo como Señor (cf. 1,1.3.11.13). El sentido de esta asociación parece claro: Dios es nuestro Padre si su Hijo es nuestro Señor (v. 10), en la medida en que lo es. – En segundo lugar, la apelación de los tesalonicenses como hermanos. Diecinueve veces se dirigen Pablo y sus compañeros a los destinatarios de la carta de esta manera. Es una muestra inequívoca del afecto que les profesaban y que colorea toda la carta. – Finalmente, otro dato interesante es que, tanto aquí como en el resto del escrito, el título “Cristo” (Mesías) se ha convertido en una especie de apellido o segundo nombre de Jesús. Los títulos “Hijo de Dios” y “Señor”, más comprensibles para los gentiles, han pasado a un primer plano en la evangelización y la catequesis. Los tres evangelizadores son plenamente conscientes de que el arraigo del Evangelio en el corazón y las vidas de los tesalonicenses no ha sido obra suya (v. 5). De entrada, ha sido Dios quien, con su poder, por medio del Espíritu Santo, ha favorecido su plena sintonía con el Evangelio (la de Pablo, Silvano y Timoteo; cf. v. 5) y ha hecho de ellos testigos convincentes de la Buena Nueva. Por su parte, los cristianos de Tesalónica han imitado a Cristo y a los apóstoles sufriendo, como ellos, por causa de la Palabra. Un poco más adelante, en 1 Tes 2,14, Pablo y sus compañeros dirán a los tesalonicenses que han imitado a las iglesias de Judea, es decir, que han padecido, como ellas, la persecución a causa del Evange- lio. Imitar no significa aquí procurar reproducir las acti- tudes o las virtudes morales de alguien, sino aceptar la condición de siervo sufriente propia de Jesús y de sus verdaderos discípulos (cf. Jn 15,20; Mt 10,18). A los tesalonicenses no les han faltado tribulaciones. Las han sobrellevado con “gozo del Espíritu Santo” (v. 6). Es Cristo, su Palabra acogida, quien ha hecho posible esa vida nueva y fuerte en el amor, la fe y la esperanza (1,3.6). Pág. 17
  • 20. Pág. 18 En el origen de la novedad de vida que están conociendo los cristianos de Tesalónica está la elección de Dios (cf. 1,4). En el Antiguo Testamento dicha elección era el pri- vilegio de Israel, llamado por ese motivo el pueblo elegido. Dios lo eligió entre todos los pueblos no por ser el mejor o el más numeroso, sino por pura gracia. Pablo reconoce ahora a la comunidad de Tesalónica, de origen funda- mentalmente griego, el mismo privilegio que brota, como siempre, del amor gratuito de Dios. En la literatura cristiana primitiva, como en 1 Tes 2,6, la Palabra, sin complemento, es prácticamente sinónimo de el Evangelio. Pablo y sus compañeros hablan aquí del mismo tema que abordan los sinópticos al explicar la pa- rábola del sembrador (cf. Mc 4,14.20.33 y par.): la aco- gida de la Palabra de Jesús y de sus enviados. Dicha pala- bra sólo fructifica en aquellos que la acogen con alegría a pesar de los sufrimientos y las persecuciones. Esta actitud de total adhesión sólo es posible cuando se reconoce en esa palabra la Palabra de Dios. No una palabra sobre Dios, mediante la cual los predicadores explicarían sus propias concepciones religiosas (cf. 2,13), sino la Palabra del “Dios vivo y verdadero” (v. 9). Esa Palabra, acogida en la fe, ha hecho de la misma vida de los tesalonicenses el mejor altavoz de la Buena Noticia (1,8). 1 Tes 1,9s viene a ser un resumen de la predicación del Evangelio a los gentiles. Dicha predicación les invitaba a convertirse al Dios vivo y verdadero y a creer en Jesús, su Hijo, a quien él había resucitado entre los muertos. También eran invitados a esperar la salvación que el Señor les traería el día de su venida gloriosa. Esto último lo expresa con la imagen de la liberación o salvación de la ira (de Dios). El uso del presente (“nos salva de la ira ve- nidera”) nos permite suponer que Pablo y sus compañe- ros no tienen en mente sólo el Juicio y la posible conde- nación futura. El creyente ha empezado a gustar, ya ahora, de las primicias de esa salvación. Lo ha hecho aco- giendo, en la fe, la gracia del perdón y la conversión. ¿Quiénes eran los tesalonicenses evangelizados por Pablo y sus compañeros? 1 Tes 1,9 da a entender que, en su mayoría, provenían del mundo gentil, es decir, no judío. Es probable que hubiese entre ellos un número significa- tivo de “temerosos de Dios”. Se trataba, como es bien sa- bido, de gentiles que simpatizaban con el judaísmo y ha- bían hecho suyas algunas de sus prácticas, aunque no habían dado aún el paso de integrarse plenamente en él. Según Hch 17,2, Pablo y sus compañeros comenzaron el anuncio del Evangelio en la sinagoga, “tal como acos- tumbraba a hacer” el apóstol de los gentiles. Lo hacía convencido de que la prioridad de la salvación corres- pondía a Israel y en sintonía con las primeras indicacio- nes de Jesús a sus discípulos (cf. Rom 1,16; 2,9ss; 13,46). Este grupo, reforzado en su caso por los “temero- sos de Dios”, habría dotado a la comunidad de un nú- cleo consistente de hermanos formados desde la infancia en el monoteísmo, la moral de los diez mandamientos y las tradiciones narrativas del Antiguo Testamento. 3. Cómo se ejerce el apostolado (2,1-12) U NA alusión a Jeremías en el v. 4, donde se habla de Dios como aquel que conoce a fondo el corazón del hombre, da a enten- der que la misión de los apóstoles es similar a la de los profetas bíblicos (cf. Jer 11,20). No se trata de regalar el oído de quienes les escuchan para conseguir re- conocimiento, aplauso, dinero o cualquier otro tipo de ventaja. Así actuaban a menudo los filósofos ambulantes de su tiempo, pero Pablo y sus compañeros no querían ser confundidos con ellos. Se trata de anunciar a los tesa- lonicenses fiel, desinteresada y valientemente la Buena Noticia de Dios. El verbo griego que se traduce normal- mente por “juzgar” –“hemos sido juzgados por Dios aptos para confiarnos el Evangelio”– en realidad se refiere a la prueba que capacita a alguien para el desempeño de un determinado oficio. Según esto, la traducción debería ser, más o menos, así: “hemos sido probados por Dios
  • 21.
  • 22.
  • 23. (para capacitarnos) con el fin de confiarnos el Evange- lio...”. Antes de confiar a Pablo y a sus compañeros la evangelización, Dios los ha probado para purificarlos in- teriormente. De este modo, los ha liberado de cualquier actitud egoísta o interesada (2,5-12). La traducción práctica de este amor desinteresado es su trabajo manual: “[trabajamos] día y noche para no ser gravosos a ninguno” (v. 9). Sabemos por Hch 18,3 que el oficio de Pablo era el de fabricante de tiendas. Es muy probable que, al tiempo que trabajaba el cuero con el que confeccionaba las tiendas, aprovechase para evangeli- zar a cuantos se acercaban a su taller. La expresión “noche y día” puede significar “sin descanso”. A partir de la caída del sol, seguramente Pablo se centraría por ente- ro en la instrucción de los que se habían acercado hasta su taller. Además, nos consta que las casas particulares de determinados fieles servían también a los apóstoles de plataforma para su labor de predicación y enseñanza. Tal parece que puede haber sido el caso, en Tesalónica, de la casa de Jasón (Hch 17,5). La predicación a campo abier- to, en las sinagogas o en las plazas seguramente la dejaría Pablo para los sábados o las fiestas civiles de las ciudades que evangelizaba. Hch 17,2 cuenta que Pablo predicó tres sábados seguidos en la sinagoga. Eso no significa, necesariamente, que estu- viese sólo tres semanas en Tesalónica. Después pudo con- tar con los lugares de reunión arriba mencionados. El tra- bajo evangelizador desarrollado en Tesalónica por Pablo y sus compañeros induce a pensar en una estancia de, al menos, medio año. El hecho de que Pablo busque y en- cuentre un trabajo apunta en la misma dirección. Para ilustrar su amor desinteresado a los tesalonicenses se sirven Pablo y sus compañeros de dos imágenes. La primera de ellas es la de una madre que amamanta a sus pequeños (2,7). El verbo griego que se suele traducir por “cuidar con cariño (o con amor)” es un verbo intere- sante. Significa “calentar”, “incubar”, también en el sen- tido físico del término, como la gallina incuba los huevos hasta que los polluelos rompen el cascarón. Encontramos el mismo verbo en la Carta a los Efesios: “Nadie odia su propia carne; al contrario, la alimenta y la cuida con cari- ño, como Cristo hace con la Iglesia” (Ef 5,29). Dios, en el Antiguo Testamento, había prometido esto mismo a su pueblo: “Seréis alimentados, en brazos seréis llevados, sobre las rodillas seréis acariciados. Como aquel a quien su madre consuela, así yo os consolaré” (Is 66,12s). Dios da cumplimiento en Jesús y, por su gracia, en los apósto- les a esta promesa divina. En el v. 8, Pablo y sus compañeros dicen que su amor a los tesalonicenses es tan grande que les ha movido a compartir con ellos no sólo el Evangelio, sino hasta sus propias vidas. Normalmente, en las cartas paulinas el Evangelio se anuncia. Aquí, en sintonía con la imagen materna del versículo anterior, se habla de compartirlo. Se presenta el Evangelio como un pan del que los após- toles han querido hacer partícipes a los cristianos de Te- salónica. En efecto, una madre no proclama, sino que comparte. Además, añaden su contribución personal con una generosidad total, mostrando su voluntad de compar- tir sus mismas vidas con los tesalonicenses (cf. Jn 15,13). La segunda imagen de la que se sirven Pablo y sus com- pañeros para ilustrar la hondura y sinceridad de su amor por los tesalonicenses es la del amor paterno. Un amor que no se contenta con las catequesis dirigidas a todos. Un amor que les mueve, al mismo tiempo, a volcarse en la formación personalizada de cada fiel (2,11). El objeti- vo de esta educación lo expresan con el verbo “caminar”, muy frecuente en Pablo, que tiene el sentido bíblico de “comportarse”, “conducirse” (2,12). Si nos fijamos bien, esta referencia a la conducta del cris- tiano no remite a unas normas que habría que seguir, sino a una relación personal. Dios, por medio del Evan- gelio, ha establecido una relación personal con cada cris- Pág. 21
  • 24. Pág. 22 tiano, llamado y destinado a su Reino y a su gloria (2,12), es decir, a una relación personal de comunión plena y definitiva con él. Pablo experimenta anticipada- mente dicha gloria cuando contempla la acción de Dios suscitando la fe en el corazón de los tesalonicenses. Por eso dirá: “Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo” (2,20). El apóstol de Tarso y sus compañeros no proponen una moral legalista. Lo que buscan es ayudar a tomar con- ciencia de las exigencias que se derivan de las relaciones personales y, especialmente, de la relación con Dios Padre (cf. 1,3; 3,11.13). La conducta del cristiano es respuesta a una invitación de Dios que propone una relación destinada a durar por siempre. 4. Una comunidad probada (2,13-20) C OMIENZA esta sección con una descripción concentrada de la tradición apostólica. La palabra, anunciada de viva voz, es escuchada y, luego, acogida en la fe. Es acogida “no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios que permanece activa en vosotros, los creyentes” (2,13). En sintonía con tantos otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, Pablo y sus compañe- ros destacan aquí la fuerza intrínseca de la Palabra. No es sólo una palabra que informa e ilustra; es, sobre todo, una Palabra que actúa y transforma las vidas (cf. Gn 1,1-31; Is 55,10-11; Jn 15,3; Rom 1,16; Heb 4,12-13). Algunos, extrañados seguramente de su carácter bronco, han creído ver en 2,13-16 una interpolación. Sin embar- go, las razones que aducen no son convincentes. La seve- ridad de estos versículos se explica por la saña con la que algunos judíos obstaculizaban la predicación de Pablo y sus compañeros entre los judíos y los gentiles. Los evan- gelizadores de Tesalónica sólo se están enfrentando a los adversarios de su misión. Aquí y allá, Pablo recordará con frecuencia en sus escritos las grandezas del pueblo elegido y completará el presente cuadro (cf., especial- mente, Rom 9-11). La referencia, en el v. 16, a la ira (de Dios) nos remite, como en 1,10, al juicio divino. El reiterado rechazo de la salvación que se nos ofrece en Cristo y el empeño puesto en obstaculizar a otros el acceso a dicha salvación atraen sobre quienes los protagonizan la cólera, es decir, la sen- tencia condenatoria. La esperanza del retorno glorioso de Cristo es una cons- tante en toda la carta (cf. 1,10; 2,19; 3,13) y sirve de fundamento para la conducta del cristiano. El día del Señor, anunciado por el Antiguo Testamento, era el día en el que Dios se revelaría como juez de los justos y los impíos. Aquí, es identificado por Pablo y sus compañe- ros con el Día de Cristo, que vendrá en su gloria de Hijo de Dios para salvación de los fieles y perdición de los malvados. Hace falta que dicho día nos encuentre prepa- rados “con santidad irreprochable” (3,13). 5. La preocupación del apóstol (3,1-13) L A apocalíptica judía daba por hecho que antes del fin del mundo una serie de pruebas y tribula- ciones debían abatirse sobre los fieles hasta el momento en el que el Mesías apareciese para reinar. Tras la muerte y la resurrección de Cristo, los cristianos han creído encontrarse en ese periodo final durante el cual se produciría la parusía de su Señor. Ésta es la convicción que manifiestan Pablo y sus com- pañeros en 3,1-5 y en tantos otros pasajes de la carta (cf. 2,19; 2 Tes 2,2). En 2,16 había achacado a la acción de Satán la imposi- bilidad, después de reiterados intentos, de ir a visitarlos. Desconocemos, porque Pablo y compañía no nos lo ex- plican, cuál o cuáles fueron los obstáculos concretos que
  • 25. les impidieron realizar la anhelada visita. Lo que sí dejan claro el apóstol y sus compañeros es su convicción de que detrás estaba el Adversario. Ahora, en 3,5, vuelve a aludir al mismo con otra palabra: Tentador. En este caso, Pablo manifiesta sus temores de que el mismo pu- diese arruinar la obra iniciada en los tesalonicenses apro- vechando la ausencia de sus evangelizadores y las serias dificultades a las que se tenían que enfrentar por su condición de cristianos. Ante la imposibilidad de acudir los tres, Pablo y Silvano envían por delante a Timoteo (3,1-5). Pablo y sus colaboradores hablan en 3,10 de su deseo de volver a ver a los tesalonicenses para “completar lo que falta a vuestra fe”. De primeras, podría sorprendernos esta afirmación. Hasta aquí, en efecto, Pablo y sus cola- boradores no han hecho casi otra cosa que elogiar la fe de los tesalonicenses. La contradicción sólo es aparente. Bien está la primera evangelización e instrucción, pero éstas piden posteriores catequesis y visitas para salir al paso de las preguntas y dudas que surgen conforme la comunidad va avanzando en su caminar. Un anticipo de dichas instrucciones es la carta que estamos comen- tando. 6. Epílogo H ACE unos meses concluía el sínodo de los obispos dedicado a la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Los capí- tulos comentados arriba son una demostra- ción práctica de la eficacia de dicha Palabra. Pablo y sus compañeros lo han experimentado en sus propias vidas. Ellos son los primeros oyentes de la Palabra, es decir, del Evangelio de Dios, que limpia, sana, fortalece y enrique- ce. Gracias a eso, no actúan como meros portavoces de un mensaje ajeno. Anuncian lo que están viviendo. Ha- blan como testigos. Hablan convencidos de que lo que da eficacia a sus palabras no es su sabiduría o habilidad, sino el poder del Espíritu Santo. Los tesalonicenses son también una prueba viviente de la capacidad liberadora y transformadora de la fe que se abre a este anuncio. ¡Te- nemos mucho que aprender de ambos, de los evangeliza- dores de Tesalónica y de sus evangelizados! Abordan, además, el apóstol y sus compañeros algunos temas no pocas veces relegados, olvidados o proscritos en la catequesis y la predicación actual. Uno de ellos es el de la existencia de esa voz seductora, opuesta a Dios y al hombre, que Pablo y sus compañe- ros llaman “Satán” (2, 18) y “Tentador” (3, 5). Nadie como el que vive en Cristo puede mirar con mayor tranquilidad esta realidad, consciente de que Cristo lo ha vencido. Otro tema del que se habla poco es el de la última venida de Cristo. En la celebración de la eucaristía ya decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Y también decimos: “Concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu miseri- cordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo”. ¿Cómo podríamos, tam- bién nosotros, vivir con intensidad, en sana tensión, esa espera de la venida del Señor, de la última y, no menos importante, de las intermedias (en su Palabra, en la cele- bración de los sacramentos, en la vida, en el hermano, en el pobre y el necesitado, en el enemigo, etc.)? Pág. 23
  • 26.
  • 27. LAVIDA CRISTIANA YLAVENIDADEL SEÑOR(1TES4–5) JuanLuisCaballeroGarcía En la segunda parte de la carta, Pablo intenta consolar e instruir a los tesalonicenses. Ambas cosas están en íntima relación. Una mejor y más completa compresión del Evangelio predicado por Pablo será fuente de esperanza. A su vez, esta esperanza se manifestará en una vida más alegre y esforzada, acorde con la fe recibida y con la nueva condición del bauti- zado. Fe y comportamiento son dos realidades estrechamente relaciona- das. La meta del cristiano es la santi- dad: una meta en la que, en esta vida, nunca se deja de progresar. Pág. 25
  • 28. Pág. 26 D ESPUÉS de una larga primera parte (capítu- los 1–3), en forma de acción de gracias, Pablo procede de un modo más directo a consolar y confirmar a la comunidad de Tesalónica en sus incertidumbres y en medio de adversidades, y les ex- horta a vivir en consecuencia con el kerygma que han aco- gido en la fe. Así, en los capítulos 4–5 hace importantes aclaraciones sobre la suerte de los creyentes difuntos y sobre la actitud que han de adoptar los cristianos en espera de la parusía. Las dos cuestiones están relacionadas, porque la incertidumbre en temas de fe afecta a la esperanza, y ambas, a su vez, afectan al comportamiento diario. Gracias a las palabras de Pablo, desarrolladas en forma de respuesta a una serie de cuestiones, podemos reconstruir la situación vital de los tesalonicenses. Dios se sirvió de la predicación del apóstol para otorgarles numerosos dones (1,5-6), especialmente su fe, esperanza y caridad. Sin embargo, la evangelización no pudo ser completada (cf. Hch 17,1-9). ¿Cuáles fueron las consecuencias de esto? En primer lugar, un cierto desasosiego por la ausencia del apóstol. En segundo, una comprensión parcial y defi- ciente del Evangelio predicado por Pablo. Entre las enseñanzas del apóstol se encontraba lo relativo a la parusía y a la salvación definitiva. Debemos enten- der, sin embargo, que la mentalidad helenista de los tesa- lonicenses les impedía comprender y aceptar con facili- dad aspectos esenciales de dicha predicación, como por ejemplo la resurrección de los muertos. En todo caso, al- gunos de ellos abrazaron la fe y pronto extendieron la se- milla por toda Macedonia. El fallecimiento de algunos, más tarde, les hizo entrar en crisis. Seguramente, espera- ban una parusía inminente, de tal modo que el Señor les encontrara vivos en el momento de su venida. No es fácil explicar la causa exacta de la tristeza de los tesalonicenses. La mayoría de los estudiosos se muestran de acuerdo en que está relacionada con la muerte de al- gunos de los creyentes. Pero ¿qué nexo concreto podría haber entre esto y las cuestiones de las que Pablo habla? Todo parece apuntar a que los cristianos de Tesalónica pensaban que las personas que habían fallecido antes de la parusía ya no iban a salvarse, precisamente por no en- contrarse vivas en ese momento, y que no podrían estar y vivir por siempre con Jesucristo. A esto Pablo responde que la muerte no constituye la separación definitiva del Señor ni la perdición eterna. Con esta duda fundamen- tal, que está en el origen de su tristeza, se relaciona otra, a la que Pablo también dará respuesta: en el día del Señor, los “muertos en Cristo” resucitarán previamente, mientras que los vivos, en nada superior a ellos, serán arrebatados para ir al encuentro del Señor, que siempre está con ellos. La falta de comprensión de estas cuestiones también se re- fleja en el comportamiento de algunos creyentes que, qui- tando valor a la elección divina y a su condición de nue- vas criaturas, están teniendo un comportamiento incompatible con la santidad de Dios y, por tanto, con la santidad a la que han sido llamados. En este contexto, Pablo amonesta y suplica progresar cada vez más en la propia santidad. Dos son, por tanto, los temas fundamen- tales de esta parte de la carta: la instrucción que aclara la predicación incompleta y la exhortación a llevar una vida más santa, conforme a la nueva identidad del bautizado. 1. La santidad del cristiano (1 Tes 4,1-12) a) El progreso en la santidad (vv. 1-2) Pablo entiende la vida del cristiano como un camino re- corrido bajo la mirada divina. Dios mismo es origen y meta de la vida del cristiano. Es él el que, a través de la predicación de Pablo, ha realizado una gran obra entre los tesalonicenses. Ahora les corresponde a éstos sentirse amados y contemplados por Dios y buscar agradarle.
  • 29. Pablo alaba la respuesta de los cristianos de Tesalónica, y esto podría hacernos suponer que ya se consideraba satisfe- cho con el nivel que habían alcanzado. Sin embargo, no es así. El apóstol quiere que no se conformen y que progresen aún más: el objetivo a alcanzar es la santidad, y quien aspi- ra a ella no deja nunca de avanzar, de alejarse progresi- vamente de los escalones ya alcanzados: “Os rogamos y os exhortamos... a que... progreséis cada vez más” (v. 1). La enseñanza recibida, “los preceptos que os dimos de parte del Señor Jesús” (v. 2), es la que indica el camino para ello: tanto la letra como su realización práctica, su interiorización convertida en vida. Pablo enseña lo que ha recibido. Esto es lo que hay que custodiar y traducir en vida. b) Pureza y santidad (vv. 3-8) “Pues ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación... porque Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santi- dad” (vv. 3.7). Esta afirmación sirve de contextualización de todo lo que sigue. La santidad es algo que sólo se puede predicar propiamente de Dios, el Santo: el hom- bre no puede ser santo por sus propias fuerzas. Pero Dios se abaja y asume al hombre en su condición, con objeto de incluirle en su espacio vital, para que pueda disfrutar de la comunión con él. Del hombre se espera una res- puesta adecuada a este deseo y a este ofrecimiento divi- no. Pero ¿cómo puede hacerlo? Pablo concreta en varios aspectos la esencia de dicha respuesta: sentir la urgencia por separarse de todo lo que no es Dios, para poder de- jarse tomar por él. Este alejamiento del mal y búsqueda de la comunión con el bien se concreta en la abstención de la impureza y en el amor fraterno: la santidad se ejerce sobre todo en el ámbito de la propia familia y en el de la comunidad, parte de la familia de Dios. La santidad es unión con Dios. Por eso, la unión con una prostituta o la unión falta de respeto con la propia mujer atentan directamente contra la voluntad de Dios. Detrás de estas uniones hay decisiones, elecciones, que influyen en toda la vida del cristiano y que podrían ser incompatibles con la elección divina. Por eso, Pablo pide respeto y atención en la relación conyugal, que ha de lle- varse a cabo de un modo santo y honorable, para que esta forma de comportarse sea un camino eficaz para su- mergirse en la santidad de Dios: “Que os abstengáis de la fornicación: que cada uno sepa guardar su propio cuerpo santamente y con honor, sin dejarse dominar por la con- cupiscencia, como los gentiles, que no conocen a Dios” (vv. 3b-5). Pero este comportamiento no hace referencia tan sólo a uno mismo, sino también a terceros, ya que del propio comportamiento podría derivarse exponer a otras perso- nas al adulterio. En resumen, la fornicación y el adulterio contaminan la verdadera relación de santidad porque son un ataque frontal a algo querido por Dios e impiden a los demás reflejar la santidad a la que están llamados. “El que menosprecia esto no menosprecia a un hombre, sino a Dios” (v. 8), ya que contamina un espacio de santidad en el que habita el Espíritu Santo (cf. 1 Cor 6,19). c) Caridad y laboriosidad (vv. 9-12) El otro aspecto en el que quiere insistir Pablo es el del amor fraterno, realidad en la que se dan cita la amistad y la fraternidad. Aquí se encuentra el alma de la comuni- dad, en un amor que desborda y beneficia a todos. Pablo comienza captando la benevolencia de su auditorio: ellos han sido instruidos por Dios mismo y, por tanto, en rigor, no necesitan las palabras del apóstol. Más, si cabe, cuando su actitud es ejemplar y bien conocida. De hecho, el amor fraterno forma parte de los dones que Dios infunde en el alma de todos los cristianos a través del Espíritu Santo y que se manifiesta tanto en la actitud propiamente dicha como en un sinfín de buenas obras. En este aspecto, los tesalonicenses han acogido y com- Pág. 27
  • 30. Pág. 28 prendido bien la predicación de Pablo y la han puesto por obra con generosidad. Por eso, su exhortación se li- mita a animarles a progresar, ampliando cada vez más el arco de las personas a las que llegar y también el de las formas de amar. Uno de los campos en los que el apóstol anima a progre- sar es el de la serenidad, o sea, el de procurar vivir en paz, para que todos puedan beneficiarse de ese gran don. Esta serenidad hace referencia tanto a una realidad exterior como interior al hombre mismo, la paz interior. Y el modo de procurarla es, en palabras del apóstol, ocupán- dose del propio trabajo, pero realizándolo pensando en los demás: aquí es donde se ha de manifestar el amor fra- terno, que no se busca a sí mismo, sino que se esfuerza por pensar en los demás, y esto comenzando por la pro- pia casa, pero también comportándose “honradamente ante los de fuera” (v. 12). Así no sólo se dará testimonio, sino que se procurará el sustento con el que mantener a la propia comunidad. Este último versículo es especial- mente interesante, porque en él se hace referencia a un comportamiento moral universalmente aceptado y vivido por todos, tema que Pablo desarrollará en su predicación sucesiva (cf. Rom 2,14-16). 2. La muerte y la parusía (1 Tes 4,13–5,11) a) La suerte de los creyentes fallecidos (1 Tes 4,13-18) La cuestión central de la carta hace referencia al destino de los muertos: “No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto” (v. 13). Tanto este tema como los ya tratados tienen su raíz en una incompleta y defectuosa comprensión del Evangelio pre- dicado por Pablo. En este contexto, las circunstancias vividas por los tesalonicenses han provocado un enfla- quecimiento de su esperanza, lo que ha ocasionado, a su vez, un relajamiento en el comportamiento de algunos miembros de la comunidad. Pablo contesta usando una serie de imágenes y metáforas propias de la apocalíptica judía (cf. 4 Esdras). Esta co- rriente hace referencia a la espera de la salvación definiti- va: Dios, después de una batalla de dimensiones cósmi- cas, saldrá vencedor y se manifestará sobre las nubes, coronando de gloria, a los que le han sido fieles. En este cuadro general se insertan otros de dimensiones secunda- rias, como los del papel de los ángeles buenos y malos o los de los signos que acompañarán a la manifestación definitiva del Señor. En la respuesta de Pablo hay varias afirmaciones, aunque la central está en el v. 14: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá con él a los que murieron”. Pablo se expresa de una manera curiosa, con una frase condicional, “si”, no porque dude de la aceptación del mensaje, sino para provocar una renovación de la res- puesta de los destinatarios. Una de las claves del v. 14 la encontramos en la expresión “con él”: los cristianos que han muerto no dejarán de estar “con Cristo”; “en Cristo” suele decir Pablo (cf. 5,10). Su destino es el mismo: si Cristo ha resucitado, también lo harán los cristianos. Y esto es “palabra del Señor”: se trata de una afirmación que no tiene vuelta de hoja. Jesús es la primicia de la resurrección. Y su resurrección no tendría ningún senti- do si no resucitasen también los que creen en él. La siguiente aclaración hace referencia a la parusía y a qué pasará en ese momento tanto con los que estén vivos como con los que ya hayan muerto. La expresión “los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor”, normalmente se ha interpretado como si Pablo pensase presenciar en vida la parusía. Pero no tiene por qué ser así necesariamente. Por un lado, en esta parte de su carta es muy dependiente de las ideas y las imágenes de la apocalíptica judía; por otro, la concepción paulina
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  • 32. Pág. 30 del tiempo es diversa a la nuestra: es teológica. Con la muerte y resurrección de Jesús ya se ha iniciado la etapa final de la historia de la salvación: el presente es también futuro, y ambos están en manos de Dios. De hecho, en Dios todo es presente. Quizá Pablo, educado en un am- biente donde casi todo estaba teñido de apocalipticismo, pensase en un final inminente de la historia; no necesa- riamente. En todo caso, su respuesta tiene un objeto di- ferente: tanto vivos como muertos presenciarán la venida definitiva de Cristo, y el hecho de estar vivos en ese mo- mento no será ninguna ventaja respecto a los ya falleci- dos, ya que habrá un mismo destino para todos. Las imágenes usadas para describir la parusía son muy gráficas: el Señor se presentará como el jefe de los ejérci- tos y descenderá del cielo, como ya hiciera el Señor en el Sinaí, con toda su potencia y majestad, con un poder al que ninguna fuerza puede hacer sombra. Y entonces “re- sucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo” (v. 16). Y éstos, juntos con los vivos, dejarán atrás su si- tuación actual y serán llevados junto al Señor para estar ya siempre con él. He aquí la respuesta de Pablo: estare- mos con Dios y compartiremos su gloria. Estas palabras, que pertenecen al depósito del Evangelio predicado por Pablo, se convierten así en anclaje seguro de la alegría, el consuelo y la esperanza de los tesalonicenses y de todos los cristianos. Suceda lo que suceda, los bautizados no dejarán de tener nunca una estrechísima relación con Cristo. b) El día del Señor (1 Tes 5,1-11) En continuidad con el tema anterior, Pablo pasa ahora a hablar del día en que se manifestará el Señor definitiva- mente. Su exhortación, sin embargo, no tiene como fin fijar tiempos o momentos, sino que insiste en las disposi- ciones del creyente, en su espera activa y vigilante. Ante la curiosidad de los que quieren saber cuándo y cómo será ese momento, Pablo responde que esto es algo que sólo Dios conoce. Es más, el Señor vendrá de una mane- ra totalmente inesperada y sorprenderá de una forma de- sagradable a los que no estén preparados. Para expresar estas ideas, Pablo utiliza las imágenes del ladrón en la noche, que toma por sorpresa a los habitantes de la casa, y de los dolores de parto, que se presentan de improviso, cuando la mujer no lo espera. ¿Qué actitud debe tener, entonces, el cristiano? La de aprovechar muy bien el tiempo. Porque quien se consi- dera satisfecho y seguro, se relaja, y es más fácil encon- trarle desprevenido. Todo cristiano es hijo de la luz y del día y, por tanto, no puede comportarse como los que “viven de noche”, durmiendo o emborrachándose. La noche hace referencia a las tinieblas; la luz, a la gloria. Lo propio del bautizado es estar sobrios y en vela. Y esto se hace viviendo de la fe, de la caridad y de la esperanza. Ésas son las armas de la luz con las que cuentan los cristianos, una luz que nos hace estar en vela y que contrarresta el temor de los que viven de noche. “Man- tengámonos sobrios” (v. 8). Sobriedad y vela están ínti- mamente relacionadas, porque es esa sobriedad la que nos ayuda a estar despiertos y atentos a la Palabra del Señor. El que está atento puede entrar en combate en cualquier momento. Y sus armas son la fe, la esperanza y la caridad: la fe en cuanto abandono en unas fuerzas que no son las suyas, y la esperanza como confianza cierta en la victoria. Es la fe la que nos asegura esto: “Dios no nos ha destina- do a la ira, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que tanto si velamos como si dormimos vivamos juntos con él” (vv. 9-10). Estos versículos se presentan como una conclusión a todo el pasaje de 1 Tes 4,13–5,11. Dios, en efecto, no busca vengarse o castigarnos, sino que nos ha mostrado su misericordia y su voluntad de salvación a través de la muerte de Jesucristo en nuestro favor. Es el bautismo, por el que nos hemos unido a la muerte de Cristo, el que ha sellado nuestra unión con
  • 33. Dios. Quien conserve esta convicción en su corazón no podrá albergar ningún temor. Este mensaje es el que da tanto la paz interior a los creyentes como el que estrecha los lazos de la comunidad entera. c) La tradición de Jesús en 1 Tes 4,13–5,11 Los estudiosos han discutido, y siguen discutiendo, sobre el sentido de estas palabras: “Pues conocéis los preceptos que os dimos de parte del Señor Jesús” (4,2). Indepen- dientemente de las diferentes hipótesis, lo que parece claro es que las palabras de Pablo hacen referencia a la tradición de Jesús. Es más, podría pensarse que Pablo, en su primera predicación, recurrió a algunos ejemplos que tenían su origen en el Señor y que los destinatarios com- prendieron de una forma defectuosa. Por eso, ahora vuelve a citar esa tradición explícitamente, para aclararla y para completar lo que dejó a medias antes de verse obligado a abandonar Tesalónica. De una forma más concreta, se suele decir que tras 1 Tes 5,2.4b (“porque vosotros mismos sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche [...], de modo que ese día os sorprenda como un ladrón”) se en- cuentra el relato sinóptico de la venida del Hijo del hombre de una forma inesperada (Mt 24,43-44 y par.; cf. Ap 3,3; 16,15; 2 Pe 3,10). También, según algunos estudiosos, 1 Tes 5,3 (“Así pues, cuando clamen: ‘Paz y seguridad’, entonces, de repente, se precipitará sobre ellos la ruina –como los dolores de parto de la que está encinta–, sin que puedan escapar”) sería un eco de Lc 21,34-36, pasaje en el que se exhorta a la vigilancia, a la oración y a la sobriedad. Y también, de una forma más general, 1 Tes 5,4-7 (“Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, de modo que ese día os sorprenda como un ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos en vela y mantengámonos sobrios. Los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se em- briagan”) parece una aplicación paulina de las parábo- las de los siervos en vela (Lc 12,36-38 y par.) y del ad- ministrador (Lc 12,41-48 y par.), ambas unidas, en Lucas, a la del ladrón (Lc 12,39-40). Además, para al- gunos comentadores, 1 Tes 4,16-17 (“Porque, cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo y resucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo; después, no- sotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a las nubes junto con ellos al encuentro del Señor en los aires, de modo que en adelante estemos siempre con el Señor”) sería un eco del dicho sinóptico del Hijo del hombre que viene sobre las nubes y envía a sus ángeles con una trompeta para reunir a los elegidos (Mt 24,30-31 y par.). En estos textos se habla de los últimos tiempos y de la parusía, pero no se habla de la resurrección. Quizá se usan ahora precisamente por eso, para aclararlos y para rellenar esa laguna: da igual que uno haya fallecido o no antes de la parusía, porque entonces los muertos serán resucitados y todos, vivos y muertos, serán arrebatados al cielo. Lo importante es no perder la esperanza, que se funda en la elección divina, y encontrarse irreprensibles en ese último momento, para lo que es necesaria una vigilancia constante. 3. Exigencias de la vida de comunidad (1 Tes 5,12-22) L A esperanza del cristiano se manifiesta tanto en la paz interior como en su relación con los demás miembros de la comunidad. Es dentro de la casa de Dios donde cada uno debe poner al servicio de los demás sus propios talentos y su esfuerzo, colaborando unos con otros y respetándose mutuamente. Entre los servicios que se llevan a cabo dentro de la co- Pág. 31
  • 34. tú, Dios mío, abrirás para siempre mis ojos Cuando me muera tú, Dios mío, abrirás para siempre mis ojos Cuando me muera
  • 35. munidad (v. 12: “Os rogamos, hermanos, que apreciéis a los que trabajan entre vosotros, os gobiernan en el Señor y os instruyen”), una forma de contribuir a su edifica- ción es con el propio trabajo, otra con el servicio que es el gobierno, otra enseñando o amonestando. Cada uno de los miembros tiene su misión, que debe realizar sin quejas y sin perder la esperanza. Todos ellos merecen el respeto de los demás, para que cada uno pueda desarro- llar su labor en un ambiente de paz y consideración. En esta división se divisa ya un inicio de estructuración dentro de la comunidad no exento de tensiones, la mayor parte de las veces ocasionadas por las propias faltas y debilidades. El ejercicio de todas estas labores tiene sus dificultades. Pero Pablo se detiene a continuación en las propias de lo que podríamos llamar gobierno y dirección espiritual: corregir, alentar, sostener, tener paciencia, procurar el bien mutuo y el de todos. En todas las comunidades, y también en la de Tesalónica, hay miembros débiles y miembros fuertes, miembros bien dispuestos y miembros peor dispuestos, etc. Todos, por tanto, han de sentirse responsables unos de otros, siguiendo el criterio de no devolver mal por mal y de velar por el bien de todos. Estas exhortaciones contrastan con las alabanzas que Pablo les ha dirigido en otras partes de la carta, y reflejan perfectamente una realidad que estará siempre presente en la Iglesia que camina: su imperfección y la necesidad de progresar continuamente tanto por la mejora personal como por la edificación del conjunto. Las últimas exhortaciones de Pablo retoman el tema de la esperanza y la alegría, realidades ligadas a la oración y la acción de gracias continuas por tantos dones como Dios les ha otorgado y les sigue otorgando. También se cierra de algún modo el círculo de las exhortaciones recordando de nuevo la necesidad de dejarse guiar por el Espíritu, de serle dóciles para no extinguirlo y de abste- nerse de toda clase de mal, que es lo que a fin de cuentas imposibilita entrar en la órbita de la santidad divina. 4. Conclusión L AS palabras de Pablo en estos dos capítulos nos traen a la memoria estas otras esperanzadoras palabras: “Y, después de haber sufrido un poco, el Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os hará idóneos y os consoli- dará, os dará fortaleza y estabilidad” (1 Pe 5,10). Dios nunca se retracta de sus dones, y cuando empieza una tarea la lleva a término. La esperanza no es algo utópico: se apoya en la elección divina. El Espíritu Santo, ya sea directamente, ya sea sirviéndose de instrumentos, hace su labor. Pero como ésta es normalmente escondida, el cristiano puede sentir por momentos la soledad o la desesperanza. Lo que edifica a la Iglesia es la fe, la esperanza y la cari- dad. La fe es la base de todo el edificio: la fe en la elec- ción divina; la fe en la pasión, muerte y resurrección de Cristo como primicia de la nuestra. Aquí se funda la esperanza, fuente de paz y de alegría, virtudes que nos afectan tanto a nosotros mismos como a nuestro trato con los demás, creyentes y no creyentes. Los tesaloni- censes están preocupados porque no han comprendido bien y buscan más seguridades. La fe siempre tiene algo de oscuro, y es necesario fiarse de la Palabra divina, transmitida por los apóstoles y manifestada por escrito en la Biblia: una Palabra que sólo dentro de la Iglesia encuentra todo su sentido. Doctrina y moral nunca están separadas. Como en el caso de la parábola del ladrón en la noche, la fe en la ve- nida de Jesús, pero también la incertidumbre, nos llevan a estar en vela y activos. La salvación “ya ha ocurrido” con la resurrección de Cristo, ya somos nuevas criaturas, pero aún debe consumarse. Y nuestra actitud, nuestras obras, no son indiferentes: existen unos imperativos éti- cos emanados del Evangelio. Por ello, los cristianos debe- mos poner un especial empeño por alejarnos de todo lo Pág. 33
  • 36. Pág. 34 que no es acorde con la santidad de Dios, dejándonos ayudar y corregir cuando sea necesario. Este camino que es la vida del cristiano no es algo meramente personal: con nuestras obras edificamos la comunidad de los cre- yentes, con nuestras obras somos luz en la oscuridad para los no creyentes (cf. 2 Pe 1,19). Es cierto, los tesaloni- censes son ejemplares, pero Pablo les hace saber una cosa esencial: quien aspira a la santidad, como diría san Gre- gorio de Nisa, no deja nunca de crecer, de corregirse, porque, por su propia naturaleza, la santidad, las virtudes teologales, no tienen límite. No cabe duda de que la esperanza es una virtud especial- mente importante en nuestros días. Así lo ha puesto de manifiesto la encíclica de Benedicto XVI Spe salvi: esta virtud es la que nos impulsa a vivir de un modo determi- nado, a pesar de las propias incertidumbres y debilida- des, a pesar de las incomprensiones, a pesar de vivir en un ambiente cada vez más hostil a la fe cristiana. Noso- tros sabemos que ya hemos sido redimidos, pero también que habrá lucha. Quien persevere alcanzará la corona de la victoria. “Spe salvi facti sumus”: en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los romanos y también a nosotros (Rom 8,24). Según la fe cristiana, la “redención”, la sal- vación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual po- demos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino [...]. Pablo recuerda a los efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni es- peranza ni Dios” (Ef 2,12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión, pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna [...]. En el mismo sentido les dice a los tesalonicenses: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” (1 Tes 4,13). En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente [...]. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva (Spe salvi, 1-2).
  • 37. LAPRIMERA CARTAALOS TESALONICENSES YLATRADICIÓN EVANGÉLICA FranciscoPérezHerrero La primera Carta a los Tesalonicenses es un testimonio precioso del modo en que el apóstol intentaba conservar, comprender y transmitir los dichos y hechos de Jesús. Son abundantes los ecos que en esta carta se en- cuentran de aquellos dichos y hechos de Jesús que, transmitidos entonces de forma oral, serían consignados más tarde por es- crito en nuestros Evangelios. Se concentran sobre todo en la enseñanza escatológica del apóstol, con la cual pretende esclarecer dos cuestiones que preocupaban a los cristianos de Tesalónica: ¿cuál será el destino de los que han muerto antes la venida gloriosa del Señor? ¿Cuándo tendrá lugar esa venida? El apóstol remite una y otra vez a fórmulas e imágenes de la “tradición evangélica”, explicitándolas con su propio lenguaje o con la ayuda de otras fórmulas e imágenes que normalmente hunden sus raíces en el Anti- guo Testamento. Desde el uso que Pablo hace de la “tradición evangélica” no hay posibilidad alguna de convertirlo en el “inventor” del cristianismo, pero sí en modelo a seguir por todos y en todos los tiempos. Pág. 35
  • 38. Pág. 36 B ENEDICTO XVI se preguntaba en una de sus catequesis sobre san Pablo por lo que el apóstol sabía del Jesús terreno, de su vida, de sus enseñanzas, de su pasión. Subrayando que lo que a Pablo le interesaba no era un conocimiento “según la carne”, es decir, exterior, sino un conocimien- to en toda su profundidad y en toda su verdad, un co- nocimiento con el corazón (cf. 2 Cor 5,16), el papa daba por seguro que nunca lo encontró durante su vida terrena y que todas las referencias que en sus cartas hace al Jesús prepascual tuvo que conocerlas a través de los apóstoles y de la Iglesia naciente (Audiencia general, 8 de octubre de 2008). Efectivamente, a ello apuntan los di- versos contactos que el apóstol se preocupó de tener con algunos de los Doce, igual que sus prolongadas estancias en las comunidades cristianas de Jerusalén y de Antio- quía. Reivindicando su condición de verdadero apóstol, Pablo no duda en decir a los gálatas que el evangelio anunciado por él no lo recibió ni lo aprendió de hombre alguno, sino que fue el mismo Jesucristo quien se lo re- veló (cf. Gál 1,11-12). Pero a renglón seguido da a co- nocer con la misma franqueza que, a los tres años de su encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco, subió a Jerusalén para “consultar” a Pedro, a cuyo lado permaneció durante quince días (cf. Gál 1,18). Un año entero pasó después junto a Bernabé en la iglesia de Antioquía (cf. Hch 11,26) y, tras su primer viaje mi- sionero, otra vez subiría a Jerusalén para tener una con- versación con los principales responsables de la comuni- dad, dándoles cuenta del Evangelio que predicaba a los gentiles y asegurándose así de no estar afanándose inútil- mente (Gál 2,2; cf. Hch 15,1-5). En sus cartas, no son pocos los textos en los que Pablo manifiesta tener un profundo conocimiento de las pala- bras y los hechos de Jesús, igual que de su muerte y resu- rrección, tal como se recordaban y transmitían de viva voz en una tradición más o menos fija que, con el correr del tiempo, quedaría consignada por escrito en nuestros evangelios canónicos. Significativo es el modo en que se expresa en la primera Carta a los Corintios sobre la euca- ristía y sobre la resurrección de Cristo como elementos centrales de la tradición cristiana. La fórmula “os trans- mito lo que a mi vez he recibido” (cf. 1 Cor 11,23; 15,3) remite sin duda a una tradición normativa que, formula- da desde los años treinta, Pablo llega a conocer en Jerusa- lén o Antioquía y transmite después fielmente a sus oyentes. El mismo fenómeno se puede observar ya en la primera Carta a los Tesalonicenses, primera carta de Pablo y primer escrito de todo el Nuevo Testamento. Algunos autores han querido ver en esta carta los prime- ros ecos escritos del padrenuestro, dado que no faltan posibles alusiones tanto a la invocación inicial como a cada una de las peticiones que integran esta oración en la versión de Mateo (Mt 6,9-13). Se echaría de menos sola- mente la petición sobre el pan de cada día, quizá porque, si se entendiera mal, podría servir de pretexto para algo que Pablo no estaba dispuesto a consentir: la ociosidad en el seno de la comunidad cristiana (cf. 2 Tes 3,6-15). Otros autores han pensado que Pablo estaba suficien- temente familiarizado con las parábolas de Jesús, en con- creto con la parábola del sembrador y su explicación (cf. Mc 4,13-20 par.). El modo en que los tesalonicenses han sabido acoger la Palabra de Dios que él les había anunciado (cf. 1 Tes 2,13-16) se contrapone radicalmen- te al de aquellos que, en la explicación de esta parábola, se asemejan al terreno rocoso; ellos realizan el ideal sim- bolizado por la “tierra buena”: tras escuchar la Palabra, la acogieron a pesar de las pruebas y ésta dio fruto abun- dante, desplegando en ellos toda su energía. Es, no obs- tante, en la enseñanza escatológica de esta carta donde más fácilmente se puede constatar el conocimiento que Pablo tenía de la tradición evangélica. A esta enseñanza dedica un amplio espacio dentro de la parte exhortativa de la misma (1 Tes 4–5), intentando responder a dos in- terrogantes concretos que seguían preocupando a aque- llos cristianos a quienes el apóstol tuvo que abandonar de manera precipitada (cf. Hch 17,5-10). Los interrogantes
  • 39. no dejan de estar relacionados, pero cada uno de ellos tiene su entidad propia y sus connotaciones particulares. Veamos el modo en que Pablo los afronta y los aclara. 1. El destino de los que han muerto (1 Tes 4,13-18) L A primera cuestión abordada por Pablo en su enseñanza escatológica gira sobre la suerte de los que han muerto antes de haber tenido lugar la venida gloriosa del Señor. El apóstol procede con orden. Entre una frase introductoria en la que anuncia su propósito (v. 13) y una exhortación conclusiva (v. 18), ofrece su respuesta en dos fases sucesivas: primero, con una afirmación clave que es una confesión de fe (v. 14); después, con una explicación detallada que él presenta como “Palabra del Señor” (vv. 15-17). a) Anuncio del tema (v. 13) Usando la metáfora del sueño, ampliamente extendida en el mundo greco-romano para hablar de los difuntos, Pablo comienza señalando el objetivo que se propone y la finalidad que persigue: “No queremos, hermanos, de- jaros en la ignorancia acerca de los muertos, para que no os aflijáis como los otros que no tienen esperanza”. Quizá por la premura y brevedad de la evangelización (cf. Hch 17,2), los cristianos de Tesalónica albergaban dudas sobre el destino de los miembros difuntos de su comuni- dad: ¿participarían también ellos en la gran fiesta de la aparición gloriosa de Cristo o quedarían excluidos? ¿Reci- birían o no la salvación definitiva que implica esa venida gloriosa de Cristo? Su preocupación deriva en aflicción, y Pablo intenta instruirlos y reconfortarlos. No quiere que se asemejen a los que no tienen esperanza. Se trata de la esperanza en la resurrección de los muertos, que les lleva- rá a participar en la manifestación gloriosa del Señor. En este punto los cristianos se han de distinguir tanto de los paganos como de los judíos. No les está prohibido llorar ante la muerte de un ser querido, pero no pueden hacerlo como si ignoraran su verdadero destino. b) Afirmación clave: confesión de fe tradicional (v. 14) El destino de los cristianos difuntos no es otro que el destino del mismo Cristo. Su unión con él durante la vida no se interrumpirá con la muerte. Poco importa que hayan muerto antes de su manifestación gloriosa. “Si creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, así tam- bién, por causa de Jesús, Dios llevará con él a los que han muerto”. La proposición condicional con la que comienza la frase no implica una mera posibilidad, sino un hecho que tiene consecuencias extraordinarias. Se podría expresar así: “Puesto que creemos…”. Una misma fe une a Pablo y a sus lectores (“creemos”), que es a la vez la fe apostóli- ca. La fórmula tiene todos los visos de ser anterior a Pablo, que se limita aquí a transmitirla. Cuando él habla con su propio lenguaje del misterio pascual, prefiere hablar de Cristo como sujeto y suele recurrir al verbo “surgir” o “levantarse” (egeirô) para expresar el aconteci- miento de la resurrección (cf. 1 Tes 1,10). La segunda parte de la frase sorprende por sus anomalías gramaticales y por la sobriedad de un lenguaje que da pie a múltiples interpretaciones. Hay cambio de sujeto (no- sotros… Dios) y, a través de un inesperado adverbio comparativo, se pasa de un enunciado que entraña una actitud subjetiva (“creemos”) a otro enunciado que quie- re expresar una realidad objetiva (“Dios llevará con él”). Además, ahora aparece Dios como agente de la resurrec- ción de los muertos, habiendo sido silenciada su acción en el caso de Jesús, que se toma como punto de compa- ración. Estas anomalías dentro de un lenguaje extrema- Pág. 37
  • 40. Pág. 38 damente denso y escueto obligan a leer el texto de mane- ra pausada y podría decirse que intensifican su fuerza persuasiva. El razonamiento es el siguiente: del mismo modo que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, así también resucitará a los que en su vida han estado unidos a Jesús para que puedan estar siempre con él, y lo hará “por causa de Jesús”, es decir, por causa de lo que hizo con Jesús. La resurrección es concebida como una comu- nión permanente con el Señor resucitado (cf. 4,17b; 5,10). Se señala la mediación del mismo Cristo, pero se subraya sobre todo la acción de Dios, que consiste en “conducir” o “llevar” a Cristo. El verbo recuerda la ac- ción de Dios en los acontecimientos del éxodo o su in- tervención en la vuelta del destierro, interpretada por los profetas como un nuevo éxodo (cf. Jr 31,8; Ez 36,24; Is 43,5). La opción de Pablo por este verbo puede deber- se a su deseo de preparar con él la explicación siguiente, donde se insiste en el “encuentro con el Señor” a través de un “ser arrebatado entre las nubes”. c) Explicación iluminadora: “Palabra del Señor” (vv. 15-17) Pablo ha dado su respuesta a la cuestión que preocupaba a los tesalonicenses, pero es consciente de que los térmi- nos empleados necesitan alguna aclaración. Insiste por ello en que, en el momento de la venida gloriosa de Cris- to, no habrá ninguna ventaja de los que todavía estén en vida respecto a los que ya hayan muerto. Unos y otros pasarán a un nuevo modo de vida, unos y otros entrarán en comunión permanente con el Resucitado. Pablo recurre aquí al lenguaje apocalíptico. Era el más apropiado para su objetivo. Le permitía subrayar algo fundamental: que la venida del Señor depende exclusiva- mente de su iniciativa; no está bajo el dominio o control de los hombres, a quienes les toca simplemente acoger lo dispuesto por el Señor. Dejando entender esto, no teme hablar de un “descenso” del que ha sido “elevado” a la diestra del Padre, haciendo coincidir con este descenso la resurrección de los difuntos. Después tendrá lugar el en- cuentro de todos con el Señor, vivos y difuntos, siendo acogidos unos y otros en la dimensión divina del que desciende. Tanto el descenso del Señor como el encuen- tro con él se ven precedidos o acompañados de motivos teofánicos: voz de un arcángel, sonido de la trompeta di- vina, traslado entre nubes por el aire. Es un lenguaje fi- gurado con el que Pablo pretende preparar, en una es- pecie de crescendo, su afirmación final: “De este modo estaremos siempre con el Señor” (v.17b). La preposi- ción empleada (syn) indica una intimidad excepcional. Supera con creces la establecida entre Jesús y sus discí- pulos a lo largo de la vida terrena (meta). Ahora se trata de una comunión interior, permanente e inquebranta- ble entre los creyentes y el Resucitado. Es la consuma- ción última de la comunión con Cristo iniciada en el bautismo. La descripción que ofrece Pablo sobre la venida gloriosa del Señor se inspira predominantemente en la teofanía del Sinaí (cf. Éx 19,10-25). En el Sinaí se trataba de la reunión del pueblo y del encuentro con Dios para el es- tablecimiento de la Alianza y la entrega de la Ley. Al final de la historia Pablo atisba un nuevo encuentro: el del nuevo pueblo de Dios con su Señor resucitado. En torno a él se reunirán definitivamente los muertos, que resucitan, y los vivos, que serán radicalmente transforma- dos. Ahora bien, el peso que haya podido tener en esta descripción la escenografía del Sinaí no impide al apóstol presentarla como “Palabra del Señor”. Presentándola así, la descripción goza para él de la máxima autoridad (cf. 1 Cor 7,10.12.25; 9,14). Pero ¿en qué sentido es “Palabra del Señor”? Dado que no coincide literalmente con ninguna de las palabras del Señor recogidas en los evangelios, algu- nos autores han querido ver aquí un “dicho” de Jesús conocido y transmitido solamente por tradición oral (agraphon) que, de un modo u otro, habría llegado
  • 41. hasta Pablo. Sin embargo, no es fácil explicar cómo pudo llegar a Pablo ese dicho sin dejar ninguna huella en los evangelios cuando encerraba una enseñanza tan importante no sólo para la iglesia de Tesalónica, sino para todas las iglesias de la época apostólica. Otros prefieren hablar de una “revelación personal” hecha al apóstol por el Señor resucitado (cf. 1 Cor 15,51). Pero no es de esperar una revelación personal del Resucita- do que no tenga nada que ver con lo dicho a lo largo de su ministerio terreno. La postura más convincente es la de aquellos que hacen derivar esta descripción paulina del mensaje apocalíptico de Jesús, transmitido en las comunidades cristianas y consignado después en los evangelios: “Entonces verán venir al Hijo del hom- bre entre nubes con gran poder y gloria; entonces en- viará él a los ángeles y reunirá de los cuatros vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo” (Mc 13,26-27; cf. Mt 24,30-31). Las divergencias son patentes. Aquí, por ejemplo, no hay referencia algu- na a la resurrección de los muertos. No obstante, hay contactos muy significativos, con términos idénticos y expresiones paralelas. Es posible que Pablo hubiera dado a conocer esta enseñanza de viva voz a los tesalo- nicenses y que la falta de referencia a la resurrección de los muertos estuviera en la raíz de la preocupación que les afligía. En su carta evocaría de nuevo esta enseñanza de Jesús, desentrañando con ella todas las implicaciones de su muerte y resurrección. Así, pues, en esta “Palabra del Señor” vería Pablo el factor determinante de las dudas que albergaban los cristianos de Tesalónica y, al mismo tiempo, la enseñanza más iluminadora para poder superarlas. Todos los elegidos, vivos y difuntos, están destinados a reunirse con el Hijo del hombre en su gloria. d) Exhortación conclusiva (v. 18) Pablo no quiere acabar su instrucción sobre el destino de los difuntos sin sacar una consecuencia válida para todos y para siempre: “Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras”. Su propósito era consolar a los que podían sentirse afligidos (cf. 4,13: “para que no os aflijáis”). Una vez consolados, los tesalonicenses han de convertirse ellos mismos en consoladores de los demás. No es una tarea exclusiva de los apóstoles. Todos los miembros de la co- munidad están llamados a desempeñarla compartiendo la misma fe en el Resucitado, confesando públicamente esta fe y viviéndola en concreto a la hora de afrontar la muerte de las personas queridas. 2. El día del Señor (1 Tes 5,1-11) S IN abandonar el horizonte escatológico, Pablo aborda una segunda cuestión que preocupaba a los tesalonicenses: ¿cuándo tendrá lugar el día del Señor? ¿Cuándo vendrá y se manifestará en su gloria? El apóstol procede de modo muy similar a como lo ha hecho precedentemente. Entre el anuncio del tema (v. 1) y una exhortación conclusiva (v. 11), ofrece primero la respuesta de forma sintética (vv. 2-3) y la es- clarece a continuación, subrayando sobre todo las impli- caciones que entraña (vv. 4-10). a) Anuncio del tema (v. 1) La cuestión que Pablo se propone aclarar ahora es expre- sada con la ayuda de dos términos que remiten a una sola realidad: “Sobre el tiempo y el momento (de la ve- nida del Señor)”. La fórmula responde a la figura estilís- tica de la endíadis y tiene un claro sabor bíblico. Utiliza- da ya en diversos libros del Antiguo Testamento (Daniel, Sabiduría, Eclesiástico, Nehemías), significa sencillamente “la fecha”, incluyendo quizá el intervalo que la separa del momento presente. Sobre esta cuestión los tesalonicenses han recibido ya indicaciones suficien- tes. Pablo se limita a recordarles lo que ya saben con toda exactitud. Pág. 39