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Me llamo...
No. Mi nombre no es relevante en esta historia. Ni siquiera es mi historia, porque pertenece a otra raza.
Una raza de aves, algo que nunca se había visto en este planeta. Las palabras serán mías, pero la historia
será la suya.
Nos encontrábamos en una misión imposible, o eso creíamos. Nuestra gente acababa de tener una gran
reve-lación, estábamos convencidos de que la propia Auriga nos sonreía y nos prometía un espléndido futuro.
¿Por qué si no brillaban esos rayos de Polvo sobre las ruinas como si fueran rayos del sol? Rápidamente
organiza-mos una expedición y seguimos los rayos a través de aquél mundo extraño.
La primera ruina era grande y antigua, pero estaba vacía; por el camino aprendí el idioma de los grandes con-
ductores de bueyes, los Goran. ¿La segunda ruina? También grande y antigua, pero plagada de furiosas cria-
turas de cristal que se arrojaron sobre nosotros destrozando los escudos de hasta nuestros mejores guerreros.
Con esfuerzo y desmoralizados, nos plegamos a las amenazas y exhortaciones de nuestros líderes y volvimos
a ponernos en camino. Tragué líquenes y hongos en una galería mientras ejecutaba un ritual de adhesión a un
líder de los Cavadores. ¡Gajes del oficio cuando eres diplomático o erudito lingüístico!
Pero el camino nos condujo a la tercera ruina.
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Prólogo
PROLOGUE
4 | PG
La ruina que lo cambió todo.
Porque allí, al fondo de una gran grieta que se había abierto como una herida en Madre Auriga, soltando
tierra como si fuera sangre, encontramos la nave. Llevaba allí tanto tiempo que estaba cubierta de árboles
y arbustos, aunque pudimos apartarlos para entrar porque sus raíces no habían penetrado en la carcasa
metálica.
Al ser yo diplomático e historiador, me encargaron analizar la nave; entonces descubrí la gran placa metálica
que había en el suelo. Allí encontré también documentos antiguos en una especie de papel intemporal, guar-
dados en una pequeña cámara que se abrió al tocarla. ¡Y el aire que salió de esa cámara! ¿Qué olor era ese? ¿El
aliento de otro mundo que giraba bajo otro sol? ¿El de los extraños hombres pájaro cuyas imágenes encontré
allí? ¿Era el olor de su última comida o el hedor de su pánico al estrellarse la nave contra la superficie? Ese
olor... metal, papel y animal, pero alterado con fragancias que no conocía; perfumes que jamás volverían a
olerse en Auriga.
Y sostuve las páginas, la riqueza que contenían, y supe que mis dioses me habían escogido, me habían
señalado, me habían instruido y me habían traído aquí con este objetivo. Contemplé los textos, contemplé
la nave y saqué mi primera conclusión.
Las extrañas protuberancias de la nave eran una especie de instrumentos científicos que recababan
y analizaban información. Era una nave de investigación, y el registro pertenecía a un gran científico.
La nave se llamaba BÚHO GRIS.
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Oportunidad
OPPORTUNITY
En esta nave dedicada a la investigación (según entendí) había un gran fajo de documentos escritos por varias
manos. Las numerosas páginas del principio estaban escritas con calma y serenidad, pero a medida que leía,
vi que las del final se habían escrito apresuradamente. Pero dado que la nave se había estrellado, no me sor-
prendió que los últimos momentos se registrasen bajo mayor estrés...
Comenzaba en una fecha que no sé traducir, así que hasta que alguien lo haga, sencillamente la llamaré:
DIA 1.
Soy Durgo Kura, del clan Stormberth, capitán piloto del Búho Gris. Aunque los comienzos a menudo son
borrosos, como la suma de los eventos de ayer conducen a las acciones de hoy, sé exactamente cuál fue el
primer día de esta aventura.
El Búho Gris se encontraba en los muelles de carga de nuestra instalación en Sykagoja, sede de las palestras
donde unos pocos escogidos luchaban y morían para entretener a los Torianos. En dos amaneceres, me
sentaría de nuevo a los mandos de la nave y la llevaría a Uchi, nuestro mundo natal. Recorría uno de los
pasillos de la instalación; el suelo de hormigón bajo mis talones no casaba con los bosques que se extendían
encima. El cerebro de la nave me habló.
—¿Capitán?
Hice una pausa antes de responder mientras una gigantesca ardilla gigante saltaba entre las ramas. Sacudí los
hombros y las garras. Llevaba semanas sin salir de caza.
| 7
—Sí.
—Los sistemas siguen sin funcionar.
Había ordenado que se me informara al respecto cada diez minutos. Toda la instalación llevaba funcionando
en modo manual desde hacía dos horas; un error o virus desconocido había desestabilizado toda esta
infraes-tructura galáctica.
—Carga de especímenes completada —añadió.
—Bien. ¿Equipo?
—Esperando al criador de neocerdos.
Hice una mueca. Habría preferido partir sin él. Muchos de los «regalos» que recibimos como parte del
Contrato parecían sutilmente envenenados. Pero estoy satisfecho de lo que he aprendido, de lo que hago y de
aquello en lo que pueden convertirse los Hisshos. Siempre que, como dijo una vez mi hermano, el Contrato
no incluya perder el alma.
—¿Capitán?
Otra vez esa voz reconfortante y familiar.
—¿Sí?
—El director Uragiri solicita una reunión.
Crucé las puertas y seguí recto, hacia las oficinas, en lugar de ir a la derecha, hacia mis dependencias.
Recorrí varias salas hasta llegar a unas grandes puertas de madera tallada y entré en el despacho del director.
Tenía vistas a una pradera que bajaba hasta un arroyo. A mi izquierda, detrás del bosque, se alzaba la enorme
infraestructura de las palestras. El edificio de madera largo y bajo de mi derecha, con amplios pórticos, era el
hospital y centro de investigaciones. Allí era donde se había creado a los «mejores» Hisshos.
El director estaba fuera en la pradera, cazando neocerdos, y tanto cazador como presas lucían la misma tor-
peza y sobrepeso. Estaban lo bastante alejadas de él para que pudiera verse solo como un trabajo más. Luego,
de repente, se frenaron y murieron de forma espectacular. Estábamos alterados genéticamente y adiestrados
para el deporte. Instintivamente, alcé los brazos con rabia.
—Hola de nuevo, capitán. Tengo una sorpresa para usted.
Mis ojos y mis pensamientos se apartaron del director y de esa cacería planificada. El cerebro de la nave nunca
se había dirigido a mí de esa forma. En las pantallas del despacho vi que los sistemas volvían a funcionar.
—¿Los... sistemas?
—Los sistemas. Y yo.
8 | | 9
Los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza. Si todos los sistemas habían fallado, e incluso el cerebro
de la nave se había visto afectado, el mejor sitio para buscar respuestas era a la vez cercano y prohibido... el
propio sistema del director.
Creyendo que el director aún tardaría, me agaché para mirar sus pantallas. Todo parecía normal... pero había
oído la extraña voz del cerebro de la nave y sabía que no era así. Se me ocurrió que cincuenta palestras, cada
una con muchas cámaras, creaban un volumen de datos que sería difícil imitar o replicar con rapidez. Recelo-
so de pedir al cerebro de la nave que lo hiciera, toqué los símbolos del amplio teclado.
Las pantallas mostraron un pequeño apocalipsis. Las puertas de las palestras se abrieron del todo, las jaulas de
las bestias se desbloquearon y extrañas criaturas de toda la galaxia conocida se liberaron de su encierro para
salir a la arena de sangre y gloria. Vi una manada de kwerna, cazadores con forma de perro, moviéndose en
círculo sobre un único raptosaurio que sensatamente se mantenía contra la pared de la n.º 3. Una tribu de hu-
manoides armados con lanzas tanteaban las arenas de la palestra n.º 7, ajenos a los murciélagos sanguinarios
que pululaban en las vigas superiores En la n.º 12, un único Hissho, probablemente una Hermana de Sangre
guardiana del nido, chilló desafiante desde lo alto de una pila de lagartos muertos y heridos, desgarrados
con saña.
| 11
Intromisión
INTRUSION
Y así seguía, hasta la 50. Pero cuando volví la vista a la 3, la 7 y la 12, las cámaras solo mostraron la arena
inmaculada de palestras vacías. No había gritos ni carnicerías. Al entrar el director, me aparté cautelosamente
de la consola y de las mentiras que arrojaba su pantalla.
—¿Qué estás haciendo?
La banalidad de la pregunta y su falta de decisión me produjeron vergüenza ajena. Las feromonas de la carne
de neocerdo le volvían tan dócil que ni siquiera supo reaccionar debidamente a mi intromisión.
—Están atacando la instalación. Se han infiltrado en el complejo y han pirateado los sistemas. Las bestias
de la palestra están sueltas.
Me apartó y se sentó en su butaca de cuero.
—Consola. Director Pochari. Muéstrame la imagen de la palestra 24.
Miró a la pantalla y añadió:
—…y que Seguridad detenga al capitán piloto Durgo.
Por un segundo, pude ver la 24 cuando apareció en la pantalla. Estaba en blanco y, de repente, se llenó con el
fragor del combate. Quizá la eligió al azar, pero era la Hermana de Sangre susurrando sin esfuerzo entre los
lagartos, dejando regueros de sangre a su paso.
—Eso no estaba programado. Y eso... nunca enfrentan a Hermanas de Sangre con algo tan lento como los
hatokage... Cancela la llamada a Seguridad.
Movió las manos a los lados con paciencia y se dirigió a mí.
—Habla.
—No tenemos tiempo. La Gran Guerra de la que habla el Consejo ha llegado a Sykagoja; el enemigo ha
hackeado los ordenadores y los sistemas. Ha afectado incluso al cerebro de mi nave.
Asintió con la cabeza.
—¿Qué recomiendas?
—¡Volver a Uchi! Irnos en el Búho Gris. Debemos darnos prisa.
12 | | 13
En ese momento, el director no era capaz de actuar, de decidir, de moverse. Se paseó mesándose con las garras
el plumaje de la cresta y del cuello.
Incliné la cabeza hacia él.
—Debemos coger el Búho Gris.
Se detuvo y giró la cabeza para mirarme.
—Sí. El Contrato ha terminado. Pero no me iré de aquí sin nuestra gente.
Señaló la pantalla.
—Las Hermanas de Sangre, los Cazadores, las Madres de la Camada, los Artesanos... todos nos
iremos a casa.
—En la nave cabemos cincuenta, sesenta si nos apretamos.
Allí había unos doscientos Hisshos.
Emitió un gruñido.
| 15
Sangre y Camada
BLOOD AND BROOD
—Veremos cuántos consiguen llegar a la nave.
—Cerebro...
—¿Capitán?
—Traza un rumbo para liberar a la máxima cantidad de Hisshos en una hora. Nos puedes llevar a los
dormitorios, a las salas de entrenamiento, ¿cierto?
—¡Por supuesto! —dijo riéndose con un tono de voz muy diferente a su habitual soniquete monocorde.
Mientras hablábamos, el director abrió uno de los armarios empotrados en la pared y se puso su traje blinda-
do. Yo en mi multiherramienta solo tenía el cuchillo. Me lanzó un sable envainado, largo y curvado.
—¿Te acuerdas de cómo se usa?
—La mente olvida. El cuerpo jamás.
Blandí el arma, sopesándola y sintiendo correr la sangre en mis venas. Mis oídos captaron ruidos del exterior,
mis ojos siguieron motas de polvo, mi nariz olfateó el aceite que los Uragiri usaban para lubricar su armadura.
La manipulación Toriana de los términos del Contrato no había afectado a los ancestrales instintos Hisshos.
El director me sonrió.
—Una sensación fantástica, ¿verdad, capitán piloto?
Pegué la oreja a la puerta y oí el ruido de la lucha al otro lado. Desenvainé el sable y dejé caer la funda;
no esperaba necesitarla. Miré a Uragiri y señalé hacia la puerta.
—No es un neocerdo —le dije.
Embestimos la puerta con el escritorio de madera para derribarla. Había un guardia muerto (un Toriano con
una porra electrónica), despatarrado delante de las puertas de la entrada de la instalación; un par de gatos
selváticos de longitud igual a mi altura dejaron de devorarlo y se giraron para atacarnos.
Eran depredadores furiosos, listos para la caza, y yo no había librado un combate a muerte en muchos años.
Pero éramos Hisshos, igual que nuestras armas. Desvío, contraataque, finta, golpe. Contraataca, logra ventaja.
Finta, finta, ataque.
No, el cuerpo nunca olvida.
El olor metálico y acre de la sangre de los gatos resonaba como un tambor en mi cabeza mientras subíamos
las escaleras.
—Las puertas al final de este pasillo dan al Ala Negra —dijo el cerebro de la nave.
—Allí deberías encontrar Hermanas de Sangre y Cazadores supervivientes. Las Madres de la Camada y los
Artesanos estarán a la izquierda, al final de la Gran Escalera, en el Ala Verde. Si quieres raciones y armas,
puedes acceder al ala del almacén, en la planta superior.
El director Uragiri estaba indeciso; yo no. Entramos en el Ala Verde para salvar nuestro futuro, Madres de la
Camada embarazadas y Artesanos científicos.
16 | | 17
Las Hermanas de Sangre y los Cazadores, pensé, no necesitan mi ayuda. Andaríamos cortos de suministros,
pero la vida también es corta. Seguí hasta el final de la sala y giré a la izquierda. El pasillo se ensanchaba en
los siguientes cuarenta pasos para acabar en una puerta corredera de cristal de muchos metros de anchura y
altura.
Uragiri jadeaba a mi espalda.
Esta gran entrada a la instalación solo se usaba para retransmisiones. Pantallas de nuestro mundo natal y el
aroma de sus plantas llenaron el gran vestíbulo; en ese momento desee que el furor del combate, el takamera,
no hubiera amplificado mis sentidos. A la carrera y en silencio, cruzamos el espacio abierto pero, al abrirse las
puertas, escuchamos la cacofonía del combate.
Los anchos y altos escalones de la Gran Escalera son en sí mismos otra palestra que desciende hacia un vasto
patio interior. Durante las ceremonias se decoraban con banderolas brillantes y mullidas alfombras, pero
ahora brillaban de sangre y estaban cubiertos de cadáveres. Temibles lobos perseguían a los neocerdos; un
raptosaurio acechaba a un marsupial gigante; hacia la parte inferior, un halcón de combate devoraba un uro
cornudo cuya pata trasera aún coceaba.
La entrada al Ala Verde se hallaba en una ancha plataforma a mitad de camino, a la izquierda. Vi que las altas
puertas verdes estaban rotas y se me aceleró el pulso. Cualquier Hissho preferiría morir antes que dejar que
las bestias amenazaran el nido.
| 19
El Ala Verde
THE GREEN WING
Bajamos corriendo las escaleras de un metro de ancho con los talones rascando el hormigón mientras los
lobos se disputaban con el raptosaurio los restos del marsupial La bestia agonizante liberó sus feromonas de
rabia y el aire se llenó de un fuerte olor rancio. Al olisquearlo, los neocerdos se volvieron con los ojos encen-
didos y, mientras enfilábamos las escaleras, cargaron contra Uragiri.
¿A tantos había matado? ¿Poseían memoria colectiva? Le abandoné a su suerte, ya que prefería morir prote-
giendo a las Madres de la Camada antes que combatir al almuerzo irritado de un burócrata. La ironía es una
compañera inesperada en los combates a muerte.
Me lancé hacia la puerta verde y me detuve en la tenue luz para ver, oler y escuchar. Pararme fue buena idea,
porque dos pasos más allá una espada Hissho me habría rebanado el cuello.
—Eres lento —dijo una voz áspera.
Moví los ojos. Era la Hermana de Sangre de la palestra.
—Eso mismo te diría yo si intentaras pilotar una nave —repliqué.
—¿Las otras Hermanas de Sangre? ¿Los Cazadores?
—Alimentándose. Vengándose. Nos encontraremos en la Puerta de la Jungla para poner a salvo
a las Madres de la Camada.
—Aquí nadie estará a salvo. Sykagoja se va a convertir en un campo de batalla. Los Torianos están
en gue-rra. Debemos ir a la nave. Regresar a Uchi.
Apartó la espada y se acercó. Pude ver con más claridad las cicatrices de su rostro, una mirada distante
sustituyó brevemente al estado takamera hiperconsciente.
—Uchi…
Silbó por encima del hombro y un grupo de Hisshos y otras razas surgió de la oscuridad, avanzando con
dificultad.
—Bien —dijo —. ¿Y ahora qué?
Las Madres de la Camada eran mi prioridad.
—A la nave —ordené.
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—Tenemos que llevar a las Hermanas de Sangre al Búho Gris —decidí.
—Cerebro, dile a todos los Hisshos que queden en la instalación que se reúnan con nosotros en la nave.
Los que no puedan, entenderán el sacrificio.
Hicimos las presentaciones rápidamente y nos dirigimos al exterior. Además de la Hermana de Sangre,
Akama Daitan, había cuatro Madres de la Camada cuyo amplio contorno las distinguía de las delgadas figuras
de otras dos Hermanas de Sangre que hacían de guardianas. Con ellas había cuatro científicos Artesanos
Hisshos, dos humanoides Raian, un robot verde pálido muy bien armado y un científico bajito con tres ojos.
Subimos velozmente la Gran Escalera, cruzamos las vastas puertas de la instalación y avanzamos tan rápi-
do como pudimos por los pasillos y las escaleras que subían a los niveles superiores. Tuvimos que parar dos
veces a luchar contra las bestias: una manada errante de kwerna, que mató a uno de los humanoides e hirió
gravemente a un Artesano, y un par de robots de seguridad que lucharon contra el cerebro de la nave y contra
nuestro robot verde pálido. Salimos victoriosos de una batalla extraña y silenciosa que tuvo lugar en las redes
sin disparar un solo tiro.
Nos detuvimos en la parte superior de la instalación.
—El tejado será peligroso —vaticinó Akama.
| 23
Hacia el Búho
TO THE OWL
—Nos verán.
—No, ven mejor con sus sistemas de seguridad —afirmó Cerebro.
—El tejado será más seguro.
Subimos. Normalmente, la puerta que daba al tejado tenía alarma y seguridad; pero en ese momento esta-
ba abierta y se balanceaba con la cálida brisa. Las tres Hermanas de Sangre la cruzaron y segundos después
silbaron para indicar que estaba despejado. Yo salí y las vi colocadas en formación triangular en la azotea
plana, agachadas y alerta, vigilando el cielo. Mientras los demás cruzaban la puerta, me tomé un instante para
contemplar el grupo de refugiados que había recogido.
Primero salieron las Madres de la Camada, fuertes y silenciosas. Entonces, las tres Hermanas de Sangre avan-
zaron; estaba claro a quién protegían. A continuación, dos de los Artesanos ayudando al herido, y un cuarto
empuñando espada corta y pistola. Todos tenían el plumaje oscuro con los tonos marrones y verdes de los
clanes técnicos de los Hika Savanna. El herido era seguramente el superior, dada la deferencia con la que le
trataban.
El robot era un objeto alto y esbelto, con forma cónica o piramidal y una maraña de articulaciones para
percibir y manipular. De su parte superior surgieron dos cámaras que observaron con atención.
—Timothy Cuatro-E-R —emitió en un tono sorprendentemente cálido y educado.
—Xenobiología, adaptación, genética de especies.
El Raian me agarró el brazo.
—Mira, acabo de entregar equipo de laboratorio. No sé...
Le empujé con fuerza y señalé al lado opuesto del tejado.
—Luego. Vete o quédate. Pero no hay tiempo para hablar.
Se movió vacilante y junto a él pasó el científico de tres ojos, que parecía nervioso, si no aterrorizado,
esforzándose para permanecer con el grupo.
Yo corría a un lado; las Hermanas de Sangre y las Madres de la Camada iban a buen ritmo.
El cerebro de la nave me habló.
—El Raian y el científico ralentizan la marcha. Y también el Hissho herido. Los sistemas de defensa
se están activando y podrían detener la nave.
24 | | 25
26 | PG
Con arrogancia, asumí que la suerte y el tiempo seguían de nuestro lado.
—¡Hermanas! —grité a las figuras que avanzaban con ligereza delante—. No corráis tanto. Tenemos que
llegar todos al Búho Gris.
Akama Daitan, la Hermana de Sangre a la cabeza del triángulo protector me contestó.
—¡Si vamos más despacio, habrá bajas! Nuestra primera responsabilidad son las Madres de la Camada.
—No abandonaré a los demás a su suerte. ¡Más despacio!
De mala gana, redujeron el paso. Estábamos a mitad de camino del vasto tejado, avanzando a un trote lento.
El Raian y el Haroshem se quedaban rezagados y el Hissho herido ralentizaba a su equipo de Artesanos.
—¡Más despacio! —les grité.
Akama se giró, pero antes de que dijera nada un aeropolicía robótico surgió en el lado izquierdo del tejado
con las luces amarillas intermitentes y dirigió el láser del objetivo hacia la Hermana de Sangre más cercana.
—No podéis estar aquí. Volved a vuestras dependencias.
Era una voz femenina, sosegada y amable, no como las balas de advertencia que impactaron en el tejado.
—¡Cerebro! ¿Puedes hackearlo?
—Sus sistemas están cerrados y fuera de la red. Por eso no hemos recibido el aviso.
Una segunda ráfaga impactó en la dura superficie y la Hermana de Sangre de la izquierda pensó que le había
pasado demasiado cerca. Antes de que Akama o yo pudiéramos decir algo, salto hacia el pequeño aeropolicía
| 27
El Guantelete
THE GAUNTLET
recibiendo una lluvia de balas mientras le clavaba su arma en los ventiladores a través de la rejilla defensiva.
El aeropolicía se inclinó a un lado y a otro, rebotando erráticamente por el tejado hasta caer. El repentino
silencio que siguió quedó roto por una explosión, pero yo no estaba escuchando. Miraba a una de las
Hermanas de Sangre derrumbándose lentamente, con docenas de orificios que manaban sangre. En su último
aliento, dijo una palabra; la misma que Akama gritaba:
—¡Corred!
Grité al grupo. Oía respiraciones forzadas, pasos erráticos, toses. Habíamos atravesado la instalación, subido
escaleras y ahora corríamos por una azotea. Solo las Hermanas de Sangre estaban en forma para aguantarlo
sin problemas; a los demás nos impulsaba la pura adrenalina.
Logramos alcanzar el otro extremo del tejado, cruzamos una pasarela y llegamos a salvo a una entrada de
mantenimiento a los hangares; el cerebro de la nave había desactivado sus defensas láser. La enorme mole
de la estructura, empotrada en una ladera de la colina, se alzaba frente a nosotros; pero a un lado pude ver al
Búho Gris. Al parecer, Cerebro la había preparado para el despegue y la había sacado de su zona de amarre.
Todos estábamos doblados o de rodillas, excepto las Hermanas de Sangre, que permanecían alerta con los
ojos brillantes.
«Necesito diez minutos», pensé.
Pero el destino no consideró oportuno concedérmelos.
—¿No puedes volar la puerta? —preguntó el Raian dándole una patada.
—Estamos armadas para asaltos en la palestra, no para combates urbanos —comentó la otra Hermana
de Sangre con una sonrisa de tristeza.
El Artesano Hissho moribundo susurraba algo tosiendo a su subalterno mientras le agarraba del brazo
derecho. Le arrastraron hasta la puerta y pusieron su mano contra la placa de entrada. El tercero le inyectó un
potente estimulante. El Artesano se levantó para que le escanearan el ADN y solicitó la evacuación en una voz
sorprendentemente clara.
La puerta se abrió, y al hacerlo, las torretas defensivas del exterior se activaron.
—¡Marchaos! —gritó el Artesano, saltando para interceptar el fuego del láser.
Dos de sus asistentes ignoraron la orden y murieron a su lado; el último entró con nosotros. Me giré para
evaluar la situación y vi que las dos Hermanas de Sangre y las tres Madres de la Camada ya llevaban mucha
ventaja.
—La nave —grazné.
La tercera Madre de la Camada dio dos pasos y cayó. ¿El corazón? ¿Una herida? No tenía ni idea. Detrás de
nosotros, la puerta se abrió y dos guardias Torianos armados con porras eléctricas nos salieron al paso. En ese
momento, supe que no lo había conseguido, y lo asumí.
—Cerebro, transfiere todas las claves, códigos y contraseñas al Artesano Hissho superviviente. Genera un
archivo impreso para la biblioteca del nido y encárgate de entregarlo. Al resto, os ordeno volver a la nave y
partir hacia Uchi. Llevad a las Madres de la Camada supervivientes a casa.
Luego, me giré hacia los guardias. Me decían que hiciera algo, pero no les escuchaba.
Sentí la fuerza de la espada en mi mano.
28 | | 29
La nave sufrió daños en el despegue, pero conseguimos alejarnos lo bastante de Sykagoja como para evitar la
fuerza gravitatoria. Me ocupé de los supervivientes y de los siete polizones antes de curar mis propias heridas
y echarme a descansar. El papel de la Hermana de Sangre siempre es proteger, asegurar.
Pero yo seguía enfadada por nuestras bajas. Nesa Ye, la Madre de la Camada, y mi Hermana de Sangre, Katte
Shogata, deberían estar con nosotras. La pérdida del capitán piloto es lamentable, pero su falta de visión para
elegir las prioridades condujo a lo inevitable. En su favor, la imagen de su última acción enfrentándose a los
guardias Torianos le honra. Que su espíritu halle descanso en el Último Nido.
Pero para un guerrero es inútil irritarse por lo que podría haber sido; lo que me preocupa es dónde estamos
y qué debemos hacer ahora. No se puede pilotar un vehículo mirando por las cámaras retrovisoras...
DIA 2.
Soy Akama Daitan, de las Colinas de Camporrojo, Hermana de Sangre, entrenada en Sykagoja por el espíritu
y los recuerdos de Keka Reikoku. Por la gloria de mi pueblo, mis espadas están rojas; gracias a mis victorias en
la palestra, hay centros de entrenamiento, museos y escuelas. En las Colinas de Camporrojo hay una academia
con mi nombre donde se entrenan otras Hermanas de Sangre. He tenido una buena vida... aunque esa es una
idea peligrosa; siempre hay que estar preparado para renunciar a ella por el bien del nido.
Al despertarme fui al puente, donde el nuevo capitán piloto estaba sentado debajo de mí. Preferí mantenerme
en un papel dominante, ya que no deseaba que el otro intentara asumir el liderazgo. No pensaba poner en
otras manos la suerte de las Madres de la Camada por segunda vez.
| 31
Correcciones De Rumbo
COURSE CORRECTIONS
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el robot que nos había acompañado en la fuga, el que se llama
a si mismo Timothy 4-ER.
—Capit... —miró al capitán piloto en su asiento y luego a mí; hizo una pausa.
—Comandante, los superconductores que controlan las placas del Efecto Casimir han resultado dañados.
Los necesitamos para generar la energía de vacío cuántico y atravesar el agujero de espacio-tiempo.
Incliné la cabeza y esperé. A veces, hay que pararse a predicar brevedad.
—Ah. Eeeh, no podemos atravesar agujeros de espacio-tiempo. Hay un generador dañado.
Uchi, nuestro planeta, que parecía tan accesible, de repente se alejaba. Desgraciadamente, quizás mi desti-
no estaba en otra parte, y una vez más lo habría contemplado... Se me erizó el cuello. No era el momento de
ensoñaciones.
—¿Dónde podemos ir a repararlo?
Fue el capitán piloto quien respondió.
—Según el cerebro de la nave, en el sistema solo hay un planeta que alberga las instalaciones necesarias.
—¿A quién pertenece?
El capitán piloto miraba a otro lado, pero le vi encogerse de hombros.
—Los Torianos. Pero está en disputa.
—Muy bien. Ese es nuestro destino. Nos acercaremos con precaución. A ver qué podemos hacer para que
nuestra nave parezca insignificante, dañada, vacía...
—Hay técnicos en hibernación que podrían ayudarnos —propuso.
Puede que el capitán piloto fuese un aliado reticente.
—Despiértalos. Si tenemos suministros suficientes, despierta a todo el mundo.
Me volví para marcharme y hacer un inventario de las armas, pero me detuve con curiosidad.
—Por cierto, ¿cómo se llama el planeta?
4-ER respondió:
—Las cartas solo contienen designaciones y coordenadas numéricas. Pero según el ordenador, su nombre
es Auriga.
32 | | 33
PG | 3534 | PG
Únete al futuro del desarrollo de juegos.
Creemos juntos GAMES2GETHER.
www.games2gether.com
«La historia del Búho Gris fue escrita de mi puño y letra bajo las órdenes
de la mente comunitaria.
El proyecto comenzó cuando se nos ocurrió que sería divertido crear
una historia que enlazara los tres juegos (Dungeon, Legend y Space 2),
aña-diendo además tradiciones y algunos detalles sobre el universo. Cada
dos semanas escribía unas 500 palabras y preparé tres posibles finales; la
comunidad decidiría el final de la historia.
Nuestros jugadores lo pasaron genial participando y espero que los
lectores disfruten de esta pequeña mirada bajo el manto del universo
de los Eternos tanto como yo disfruté creándola.»
- Jeff SPOCK, director narrativo de Amplitude Studios
36 | PG
™
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Amenazas desconocidas liberan bestias en instalación galáctica

  • 2. Me llamo... No. Mi nombre no es relevante en esta historia. Ni siquiera es mi historia, porque pertenece a otra raza. Una raza de aves, algo que nunca se había visto en este planeta. Las palabras serán mías, pero la historia será la suya. Nos encontrábamos en una misión imposible, o eso creíamos. Nuestra gente acababa de tener una gran reve-lación, estábamos convencidos de que la propia Auriga nos sonreía y nos prometía un espléndido futuro. ¿Por qué si no brillaban esos rayos de Polvo sobre las ruinas como si fueran rayos del sol? Rápidamente organiza-mos una expedición y seguimos los rayos a través de aquél mundo extraño. La primera ruina era grande y antigua, pero estaba vacía; por el camino aprendí el idioma de los grandes con- ductores de bueyes, los Goran. ¿La segunda ruina? También grande y antigua, pero plagada de furiosas cria- turas de cristal que se arrojaron sobre nosotros destrozando los escudos de hasta nuestros mejores guerreros. Con esfuerzo y desmoralizados, nos plegamos a las amenazas y exhortaciones de nuestros líderes y volvimos a ponernos en camino. Tragué líquenes y hongos en una galería mientras ejecutaba un ritual de adhesión a un líder de los Cavadores. ¡Gajes del oficio cuando eres diplomático o erudito lingüístico! Pero el camino nos condujo a la tercera ruina. | 3 Prólogo PROLOGUE
  • 3. 4 | PG La ruina que lo cambió todo. Porque allí, al fondo de una gran grieta que se había abierto como una herida en Madre Auriga, soltando tierra como si fuera sangre, encontramos la nave. Llevaba allí tanto tiempo que estaba cubierta de árboles y arbustos, aunque pudimos apartarlos para entrar porque sus raíces no habían penetrado en la carcasa metálica. Al ser yo diplomático e historiador, me encargaron analizar la nave; entonces descubrí la gran placa metálica que había en el suelo. Allí encontré también documentos antiguos en una especie de papel intemporal, guar- dados en una pequeña cámara que se abrió al tocarla. ¡Y el aire que salió de esa cámara! ¿Qué olor era ese? ¿El aliento de otro mundo que giraba bajo otro sol? ¿El de los extraños hombres pájaro cuyas imágenes encontré allí? ¿Era el olor de su última comida o el hedor de su pánico al estrellarse la nave contra la superficie? Ese olor... metal, papel y animal, pero alterado con fragancias que no conocía; perfumes que jamás volverían a olerse en Auriga. Y sostuve las páginas, la riqueza que contenían, y supe que mis dioses me habían escogido, me habían señalado, me habían instruido y me habían traído aquí con este objetivo. Contemplé los textos, contemplé la nave y saqué mi primera conclusión. Las extrañas protuberancias de la nave eran una especie de instrumentos científicos que recababan y analizaban información. Era una nave de investigación, y el registro pertenecía a un gran científico. La nave se llamaba BÚHO GRIS. | 5
  • 4. Oportunidad OPPORTUNITY En esta nave dedicada a la investigación (según entendí) había un gran fajo de documentos escritos por varias manos. Las numerosas páginas del principio estaban escritas con calma y serenidad, pero a medida que leía, vi que las del final se habían escrito apresuradamente. Pero dado que la nave se había estrellado, no me sor- prendió que los últimos momentos se registrasen bajo mayor estrés... Comenzaba en una fecha que no sé traducir, así que hasta que alguien lo haga, sencillamente la llamaré: DIA 1. Soy Durgo Kura, del clan Stormberth, capitán piloto del Búho Gris. Aunque los comienzos a menudo son borrosos, como la suma de los eventos de ayer conducen a las acciones de hoy, sé exactamente cuál fue el primer día de esta aventura. El Búho Gris se encontraba en los muelles de carga de nuestra instalación en Sykagoja, sede de las palestras donde unos pocos escogidos luchaban y morían para entretener a los Torianos. En dos amaneceres, me sentaría de nuevo a los mandos de la nave y la llevaría a Uchi, nuestro mundo natal. Recorría uno de los pasillos de la instalación; el suelo de hormigón bajo mis talones no casaba con los bosques que se extendían encima. El cerebro de la nave me habló. —¿Capitán? Hice una pausa antes de responder mientras una gigantesca ardilla gigante saltaba entre las ramas. Sacudí los hombros y las garras. Llevaba semanas sin salir de caza. | 7
  • 5. —Sí. —Los sistemas siguen sin funcionar. Había ordenado que se me informara al respecto cada diez minutos. Toda la instalación llevaba funcionando en modo manual desde hacía dos horas; un error o virus desconocido había desestabilizado toda esta infraes-tructura galáctica. —Carga de especímenes completada —añadió. —Bien. ¿Equipo? —Esperando al criador de neocerdos. Hice una mueca. Habría preferido partir sin él. Muchos de los «regalos» que recibimos como parte del Contrato parecían sutilmente envenenados. Pero estoy satisfecho de lo que he aprendido, de lo que hago y de aquello en lo que pueden convertirse los Hisshos. Siempre que, como dijo una vez mi hermano, el Contrato no incluya perder el alma. —¿Capitán? Otra vez esa voz reconfortante y familiar. —¿Sí? —El director Uragiri solicita una reunión. Crucé las puertas y seguí recto, hacia las oficinas, en lugar de ir a la derecha, hacia mis dependencias. Recorrí varias salas hasta llegar a unas grandes puertas de madera tallada y entré en el despacho del director. Tenía vistas a una pradera que bajaba hasta un arroyo. A mi izquierda, detrás del bosque, se alzaba la enorme infraestructura de las palestras. El edificio de madera largo y bajo de mi derecha, con amplios pórticos, era el hospital y centro de investigaciones. Allí era donde se había creado a los «mejores» Hisshos. El director estaba fuera en la pradera, cazando neocerdos, y tanto cazador como presas lucían la misma tor- peza y sobrepeso. Estaban lo bastante alejadas de él para que pudiera verse solo como un trabajo más. Luego, de repente, se frenaron y murieron de forma espectacular. Estábamos alterados genéticamente y adiestrados para el deporte. Instintivamente, alcé los brazos con rabia. —Hola de nuevo, capitán. Tengo una sorpresa para usted. Mis ojos y mis pensamientos se apartaron del director y de esa cacería planificada. El cerebro de la nave nunca se había dirigido a mí de esa forma. En las pantallas del despacho vi que los sistemas volvían a funcionar. —¿Los... sistemas? —Los sistemas. Y yo. 8 | | 9
  • 6. Los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza. Si todos los sistemas habían fallado, e incluso el cerebro de la nave se había visto afectado, el mejor sitio para buscar respuestas era a la vez cercano y prohibido... el propio sistema del director. Creyendo que el director aún tardaría, me agaché para mirar sus pantallas. Todo parecía normal... pero había oído la extraña voz del cerebro de la nave y sabía que no era así. Se me ocurrió que cincuenta palestras, cada una con muchas cámaras, creaban un volumen de datos que sería difícil imitar o replicar con rapidez. Recelo- so de pedir al cerebro de la nave que lo hiciera, toqué los símbolos del amplio teclado. Las pantallas mostraron un pequeño apocalipsis. Las puertas de las palestras se abrieron del todo, las jaulas de las bestias se desbloquearon y extrañas criaturas de toda la galaxia conocida se liberaron de su encierro para salir a la arena de sangre y gloria. Vi una manada de kwerna, cazadores con forma de perro, moviéndose en círculo sobre un único raptosaurio que sensatamente se mantenía contra la pared de la n.º 3. Una tribu de hu- manoides armados con lanzas tanteaban las arenas de la palestra n.º 7, ajenos a los murciélagos sanguinarios que pululaban en las vigas superiores En la n.º 12, un único Hissho, probablemente una Hermana de Sangre guardiana del nido, chilló desafiante desde lo alto de una pila de lagartos muertos y heridos, desgarrados con saña. | 11 Intromisión INTRUSION
  • 7. Y así seguía, hasta la 50. Pero cuando volví la vista a la 3, la 7 y la 12, las cámaras solo mostraron la arena inmaculada de palestras vacías. No había gritos ni carnicerías. Al entrar el director, me aparté cautelosamente de la consola y de las mentiras que arrojaba su pantalla. —¿Qué estás haciendo? La banalidad de la pregunta y su falta de decisión me produjeron vergüenza ajena. Las feromonas de la carne de neocerdo le volvían tan dócil que ni siquiera supo reaccionar debidamente a mi intromisión. —Están atacando la instalación. Se han infiltrado en el complejo y han pirateado los sistemas. Las bestias de la palestra están sueltas. Me apartó y se sentó en su butaca de cuero. —Consola. Director Pochari. Muéstrame la imagen de la palestra 24. Miró a la pantalla y añadió: —…y que Seguridad detenga al capitán piloto Durgo. Por un segundo, pude ver la 24 cuando apareció en la pantalla. Estaba en blanco y, de repente, se llenó con el fragor del combate. Quizá la eligió al azar, pero era la Hermana de Sangre susurrando sin esfuerzo entre los lagartos, dejando regueros de sangre a su paso. —Eso no estaba programado. Y eso... nunca enfrentan a Hermanas de Sangre con algo tan lento como los hatokage... Cancela la llamada a Seguridad. Movió las manos a los lados con paciencia y se dirigió a mí. —Habla. —No tenemos tiempo. La Gran Guerra de la que habla el Consejo ha llegado a Sykagoja; el enemigo ha hackeado los ordenadores y los sistemas. Ha afectado incluso al cerebro de mi nave. Asintió con la cabeza. —¿Qué recomiendas? —¡Volver a Uchi! Irnos en el Búho Gris. Debemos darnos prisa. 12 | | 13
  • 8. En ese momento, el director no era capaz de actuar, de decidir, de moverse. Se paseó mesándose con las garras el plumaje de la cresta y del cuello. Incliné la cabeza hacia él. —Debemos coger el Búho Gris. Se detuvo y giró la cabeza para mirarme. —Sí. El Contrato ha terminado. Pero no me iré de aquí sin nuestra gente. Señaló la pantalla. —Las Hermanas de Sangre, los Cazadores, las Madres de la Camada, los Artesanos... todos nos iremos a casa. —En la nave cabemos cincuenta, sesenta si nos apretamos. Allí había unos doscientos Hisshos. Emitió un gruñido. | 15 Sangre y Camada BLOOD AND BROOD
  • 9. —Veremos cuántos consiguen llegar a la nave. —Cerebro... —¿Capitán? —Traza un rumbo para liberar a la máxima cantidad de Hisshos en una hora. Nos puedes llevar a los dormitorios, a las salas de entrenamiento, ¿cierto? —¡Por supuesto! —dijo riéndose con un tono de voz muy diferente a su habitual soniquete monocorde. Mientras hablábamos, el director abrió uno de los armarios empotrados en la pared y se puso su traje blinda- do. Yo en mi multiherramienta solo tenía el cuchillo. Me lanzó un sable envainado, largo y curvado. —¿Te acuerdas de cómo se usa? —La mente olvida. El cuerpo jamás. Blandí el arma, sopesándola y sintiendo correr la sangre en mis venas. Mis oídos captaron ruidos del exterior, mis ojos siguieron motas de polvo, mi nariz olfateó el aceite que los Uragiri usaban para lubricar su armadura. La manipulación Toriana de los términos del Contrato no había afectado a los ancestrales instintos Hisshos. El director me sonrió. —Una sensación fantástica, ¿verdad, capitán piloto? Pegué la oreja a la puerta y oí el ruido de la lucha al otro lado. Desenvainé el sable y dejé caer la funda; no esperaba necesitarla. Miré a Uragiri y señalé hacia la puerta. —No es un neocerdo —le dije. Embestimos la puerta con el escritorio de madera para derribarla. Había un guardia muerto (un Toriano con una porra electrónica), despatarrado delante de las puertas de la entrada de la instalación; un par de gatos selváticos de longitud igual a mi altura dejaron de devorarlo y se giraron para atacarnos. Eran depredadores furiosos, listos para la caza, y yo no había librado un combate a muerte en muchos años. Pero éramos Hisshos, igual que nuestras armas. Desvío, contraataque, finta, golpe. Contraataca, logra ventaja. Finta, finta, ataque. No, el cuerpo nunca olvida. El olor metálico y acre de la sangre de los gatos resonaba como un tambor en mi cabeza mientras subíamos las escaleras. —Las puertas al final de este pasillo dan al Ala Negra —dijo el cerebro de la nave. —Allí deberías encontrar Hermanas de Sangre y Cazadores supervivientes. Las Madres de la Camada y los Artesanos estarán a la izquierda, al final de la Gran Escalera, en el Ala Verde. Si quieres raciones y armas, puedes acceder al ala del almacén, en la planta superior. El director Uragiri estaba indeciso; yo no. Entramos en el Ala Verde para salvar nuestro futuro, Madres de la Camada embarazadas y Artesanos científicos. 16 | | 17
  • 10. Las Hermanas de Sangre y los Cazadores, pensé, no necesitan mi ayuda. Andaríamos cortos de suministros, pero la vida también es corta. Seguí hasta el final de la sala y giré a la izquierda. El pasillo se ensanchaba en los siguientes cuarenta pasos para acabar en una puerta corredera de cristal de muchos metros de anchura y altura. Uragiri jadeaba a mi espalda. Esta gran entrada a la instalación solo se usaba para retransmisiones. Pantallas de nuestro mundo natal y el aroma de sus plantas llenaron el gran vestíbulo; en ese momento desee que el furor del combate, el takamera, no hubiera amplificado mis sentidos. A la carrera y en silencio, cruzamos el espacio abierto pero, al abrirse las puertas, escuchamos la cacofonía del combate. Los anchos y altos escalones de la Gran Escalera son en sí mismos otra palestra que desciende hacia un vasto patio interior. Durante las ceremonias se decoraban con banderolas brillantes y mullidas alfombras, pero ahora brillaban de sangre y estaban cubiertos de cadáveres. Temibles lobos perseguían a los neocerdos; un raptosaurio acechaba a un marsupial gigante; hacia la parte inferior, un halcón de combate devoraba un uro cornudo cuya pata trasera aún coceaba. La entrada al Ala Verde se hallaba en una ancha plataforma a mitad de camino, a la izquierda. Vi que las altas puertas verdes estaban rotas y se me aceleró el pulso. Cualquier Hissho preferiría morir antes que dejar que las bestias amenazaran el nido. | 19 El Ala Verde THE GREEN WING
  • 11. Bajamos corriendo las escaleras de un metro de ancho con los talones rascando el hormigón mientras los lobos se disputaban con el raptosaurio los restos del marsupial La bestia agonizante liberó sus feromonas de rabia y el aire se llenó de un fuerte olor rancio. Al olisquearlo, los neocerdos se volvieron con los ojos encen- didos y, mientras enfilábamos las escaleras, cargaron contra Uragiri. ¿A tantos había matado? ¿Poseían memoria colectiva? Le abandoné a su suerte, ya que prefería morir prote- giendo a las Madres de la Camada antes que combatir al almuerzo irritado de un burócrata. La ironía es una compañera inesperada en los combates a muerte. Me lancé hacia la puerta verde y me detuve en la tenue luz para ver, oler y escuchar. Pararme fue buena idea, porque dos pasos más allá una espada Hissho me habría rebanado el cuello. —Eres lento —dijo una voz áspera. Moví los ojos. Era la Hermana de Sangre de la palestra. —Eso mismo te diría yo si intentaras pilotar una nave —repliqué. —¿Las otras Hermanas de Sangre? ¿Los Cazadores? —Alimentándose. Vengándose. Nos encontraremos en la Puerta de la Jungla para poner a salvo a las Madres de la Camada. —Aquí nadie estará a salvo. Sykagoja se va a convertir en un campo de batalla. Los Torianos están en gue-rra. Debemos ir a la nave. Regresar a Uchi. Apartó la espada y se acercó. Pude ver con más claridad las cicatrices de su rostro, una mirada distante sustituyó brevemente al estado takamera hiperconsciente. —Uchi… Silbó por encima del hombro y un grupo de Hisshos y otras razas surgió de la oscuridad, avanzando con dificultad. —Bien —dijo —. ¿Y ahora qué? Las Madres de la Camada eran mi prioridad. —A la nave —ordené. 20 | | 21
  • 12. —Tenemos que llevar a las Hermanas de Sangre al Búho Gris —decidí. —Cerebro, dile a todos los Hisshos que queden en la instalación que se reúnan con nosotros en la nave. Los que no puedan, entenderán el sacrificio. Hicimos las presentaciones rápidamente y nos dirigimos al exterior. Además de la Hermana de Sangre, Akama Daitan, había cuatro Madres de la Camada cuyo amplio contorno las distinguía de las delgadas figuras de otras dos Hermanas de Sangre que hacían de guardianas. Con ellas había cuatro científicos Artesanos Hisshos, dos humanoides Raian, un robot verde pálido muy bien armado y un científico bajito con tres ojos. Subimos velozmente la Gran Escalera, cruzamos las vastas puertas de la instalación y avanzamos tan rápi- do como pudimos por los pasillos y las escaleras que subían a los niveles superiores. Tuvimos que parar dos veces a luchar contra las bestias: una manada errante de kwerna, que mató a uno de los humanoides e hirió gravemente a un Artesano, y un par de robots de seguridad que lucharon contra el cerebro de la nave y contra nuestro robot verde pálido. Salimos victoriosos de una batalla extraña y silenciosa que tuvo lugar en las redes sin disparar un solo tiro. Nos detuvimos en la parte superior de la instalación. —El tejado será peligroso —vaticinó Akama. | 23 Hacia el Búho TO THE OWL
  • 13. —Nos verán. —No, ven mejor con sus sistemas de seguridad —afirmó Cerebro. —El tejado será más seguro. Subimos. Normalmente, la puerta que daba al tejado tenía alarma y seguridad; pero en ese momento esta- ba abierta y se balanceaba con la cálida brisa. Las tres Hermanas de Sangre la cruzaron y segundos después silbaron para indicar que estaba despejado. Yo salí y las vi colocadas en formación triangular en la azotea plana, agachadas y alerta, vigilando el cielo. Mientras los demás cruzaban la puerta, me tomé un instante para contemplar el grupo de refugiados que había recogido. Primero salieron las Madres de la Camada, fuertes y silenciosas. Entonces, las tres Hermanas de Sangre avan- zaron; estaba claro a quién protegían. A continuación, dos de los Artesanos ayudando al herido, y un cuarto empuñando espada corta y pistola. Todos tenían el plumaje oscuro con los tonos marrones y verdes de los clanes técnicos de los Hika Savanna. El herido era seguramente el superior, dada la deferencia con la que le trataban. El robot era un objeto alto y esbelto, con forma cónica o piramidal y una maraña de articulaciones para percibir y manipular. De su parte superior surgieron dos cámaras que observaron con atención. —Timothy Cuatro-E-R —emitió en un tono sorprendentemente cálido y educado. —Xenobiología, adaptación, genética de especies. El Raian me agarró el brazo. —Mira, acabo de entregar equipo de laboratorio. No sé... Le empujé con fuerza y señalé al lado opuesto del tejado. —Luego. Vete o quédate. Pero no hay tiempo para hablar. Se movió vacilante y junto a él pasó el científico de tres ojos, que parecía nervioso, si no aterrorizado, esforzándose para permanecer con el grupo. Yo corría a un lado; las Hermanas de Sangre y las Madres de la Camada iban a buen ritmo. El cerebro de la nave me habló. —El Raian y el científico ralentizan la marcha. Y también el Hissho herido. Los sistemas de defensa se están activando y podrían detener la nave. 24 | | 25
  • 14. 26 | PG Con arrogancia, asumí que la suerte y el tiempo seguían de nuestro lado. —¡Hermanas! —grité a las figuras que avanzaban con ligereza delante—. No corráis tanto. Tenemos que llegar todos al Búho Gris. Akama Daitan, la Hermana de Sangre a la cabeza del triángulo protector me contestó. —¡Si vamos más despacio, habrá bajas! Nuestra primera responsabilidad son las Madres de la Camada. —No abandonaré a los demás a su suerte. ¡Más despacio! De mala gana, redujeron el paso. Estábamos a mitad de camino del vasto tejado, avanzando a un trote lento. El Raian y el Haroshem se quedaban rezagados y el Hissho herido ralentizaba a su equipo de Artesanos. —¡Más despacio! —les grité. Akama se giró, pero antes de que dijera nada un aeropolicía robótico surgió en el lado izquierdo del tejado con las luces amarillas intermitentes y dirigió el láser del objetivo hacia la Hermana de Sangre más cercana. —No podéis estar aquí. Volved a vuestras dependencias. Era una voz femenina, sosegada y amable, no como las balas de advertencia que impactaron en el tejado. —¡Cerebro! ¿Puedes hackearlo? —Sus sistemas están cerrados y fuera de la red. Por eso no hemos recibido el aviso. Una segunda ráfaga impactó en la dura superficie y la Hermana de Sangre de la izquierda pensó que le había pasado demasiado cerca. Antes de que Akama o yo pudiéramos decir algo, salto hacia el pequeño aeropolicía | 27 El Guantelete THE GAUNTLET
  • 15. recibiendo una lluvia de balas mientras le clavaba su arma en los ventiladores a través de la rejilla defensiva. El aeropolicía se inclinó a un lado y a otro, rebotando erráticamente por el tejado hasta caer. El repentino silencio que siguió quedó roto por una explosión, pero yo no estaba escuchando. Miraba a una de las Hermanas de Sangre derrumbándose lentamente, con docenas de orificios que manaban sangre. En su último aliento, dijo una palabra; la misma que Akama gritaba: —¡Corred! Grité al grupo. Oía respiraciones forzadas, pasos erráticos, toses. Habíamos atravesado la instalación, subido escaleras y ahora corríamos por una azotea. Solo las Hermanas de Sangre estaban en forma para aguantarlo sin problemas; a los demás nos impulsaba la pura adrenalina. Logramos alcanzar el otro extremo del tejado, cruzamos una pasarela y llegamos a salvo a una entrada de mantenimiento a los hangares; el cerebro de la nave había desactivado sus defensas láser. La enorme mole de la estructura, empotrada en una ladera de la colina, se alzaba frente a nosotros; pero a un lado pude ver al Búho Gris. Al parecer, Cerebro la había preparado para el despegue y la había sacado de su zona de amarre. Todos estábamos doblados o de rodillas, excepto las Hermanas de Sangre, que permanecían alerta con los ojos brillantes. «Necesito diez minutos», pensé. Pero el destino no consideró oportuno concedérmelos. —¿No puedes volar la puerta? —preguntó el Raian dándole una patada. —Estamos armadas para asaltos en la palestra, no para combates urbanos —comentó la otra Hermana de Sangre con una sonrisa de tristeza. El Artesano Hissho moribundo susurraba algo tosiendo a su subalterno mientras le agarraba del brazo derecho. Le arrastraron hasta la puerta y pusieron su mano contra la placa de entrada. El tercero le inyectó un potente estimulante. El Artesano se levantó para que le escanearan el ADN y solicitó la evacuación en una voz sorprendentemente clara. La puerta se abrió, y al hacerlo, las torretas defensivas del exterior se activaron. —¡Marchaos! —gritó el Artesano, saltando para interceptar el fuego del láser. Dos de sus asistentes ignoraron la orden y murieron a su lado; el último entró con nosotros. Me giré para evaluar la situación y vi que las dos Hermanas de Sangre y las tres Madres de la Camada ya llevaban mucha ventaja. —La nave —grazné. La tercera Madre de la Camada dio dos pasos y cayó. ¿El corazón? ¿Una herida? No tenía ni idea. Detrás de nosotros, la puerta se abrió y dos guardias Torianos armados con porras eléctricas nos salieron al paso. En ese momento, supe que no lo había conseguido, y lo asumí. —Cerebro, transfiere todas las claves, códigos y contraseñas al Artesano Hissho superviviente. Genera un archivo impreso para la biblioteca del nido y encárgate de entregarlo. Al resto, os ordeno volver a la nave y partir hacia Uchi. Llevad a las Madres de la Camada supervivientes a casa. Luego, me giré hacia los guardias. Me decían que hiciera algo, pero no les escuchaba. Sentí la fuerza de la espada en mi mano. 28 | | 29
  • 16. La nave sufrió daños en el despegue, pero conseguimos alejarnos lo bastante de Sykagoja como para evitar la fuerza gravitatoria. Me ocupé de los supervivientes y de los siete polizones antes de curar mis propias heridas y echarme a descansar. El papel de la Hermana de Sangre siempre es proteger, asegurar. Pero yo seguía enfadada por nuestras bajas. Nesa Ye, la Madre de la Camada, y mi Hermana de Sangre, Katte Shogata, deberían estar con nosotras. La pérdida del capitán piloto es lamentable, pero su falta de visión para elegir las prioridades condujo a lo inevitable. En su favor, la imagen de su última acción enfrentándose a los guardias Torianos le honra. Que su espíritu halle descanso en el Último Nido. Pero para un guerrero es inútil irritarse por lo que podría haber sido; lo que me preocupa es dónde estamos y qué debemos hacer ahora. No se puede pilotar un vehículo mirando por las cámaras retrovisoras... DIA 2. Soy Akama Daitan, de las Colinas de Camporrojo, Hermana de Sangre, entrenada en Sykagoja por el espíritu y los recuerdos de Keka Reikoku. Por la gloria de mi pueblo, mis espadas están rojas; gracias a mis victorias en la palestra, hay centros de entrenamiento, museos y escuelas. En las Colinas de Camporrojo hay una academia con mi nombre donde se entrenan otras Hermanas de Sangre. He tenido una buena vida... aunque esa es una idea peligrosa; siempre hay que estar preparado para renunciar a ella por el bien del nido. Al despertarme fui al puente, donde el nuevo capitán piloto estaba sentado debajo de mí. Preferí mantenerme en un papel dominante, ya que no deseaba que el otro intentara asumir el liderazgo. No pensaba poner en otras manos la suerte de las Madres de la Camada por segunda vez. | 31 Correcciones De Rumbo COURSE CORRECTIONS
  • 17. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el robot que nos había acompañado en la fuga, el que se llama a si mismo Timothy 4-ER. —Capit... —miró al capitán piloto en su asiento y luego a mí; hizo una pausa. —Comandante, los superconductores que controlan las placas del Efecto Casimir han resultado dañados. Los necesitamos para generar la energía de vacío cuántico y atravesar el agujero de espacio-tiempo. Incliné la cabeza y esperé. A veces, hay que pararse a predicar brevedad. —Ah. Eeeh, no podemos atravesar agujeros de espacio-tiempo. Hay un generador dañado. Uchi, nuestro planeta, que parecía tan accesible, de repente se alejaba. Desgraciadamente, quizás mi desti- no estaba en otra parte, y una vez más lo habría contemplado... Se me erizó el cuello. No era el momento de ensoñaciones. —¿Dónde podemos ir a repararlo? Fue el capitán piloto quien respondió. —Según el cerebro de la nave, en el sistema solo hay un planeta que alberga las instalaciones necesarias. —¿A quién pertenece? El capitán piloto miraba a otro lado, pero le vi encogerse de hombros. —Los Torianos. Pero está en disputa. —Muy bien. Ese es nuestro destino. Nos acercaremos con precaución. A ver qué podemos hacer para que nuestra nave parezca insignificante, dañada, vacía... —Hay técnicos en hibernación que podrían ayudarnos —propuso. Puede que el capitán piloto fuese un aliado reticente. —Despiértalos. Si tenemos suministros suficientes, despierta a todo el mundo. Me volví para marcharme y hacer un inventario de las armas, pero me detuve con curiosidad. —Por cierto, ¿cómo se llama el planeta? 4-ER respondió: —Las cartas solo contienen designaciones y coordenadas numéricas. Pero según el ordenador, su nombre es Auriga. 32 | | 33
  • 18. PG | 3534 | PG Únete al futuro del desarrollo de juegos. Creemos juntos GAMES2GETHER. www.games2gether.com «La historia del Búho Gris fue escrita de mi puño y letra bajo las órdenes de la mente comunitaria. El proyecto comenzó cuando se nos ocurrió que sería divertido crear una historia que enlazara los tres juegos (Dungeon, Legend y Space 2), aña-diendo además tradiciones y algunos detalles sobre el universo. Cada dos semanas escribía unas 500 palabras y preparé tres posibles finales; la comunidad decidiría el final de la historia. Nuestros jugadores lo pasaron genial participando y espero que los lectores disfruten de esta pequeña mirada bajo el manto del universo de los Eternos tanto como yo disfruté creándola.» - Jeff SPOCK, director narrativo de Amplitude Studios
  • 19. 36 | PG ™ MIS-ES2-BOOK-SP © 2017 Amplitude Studios SAS. Published by SEGA. Endless Space, GAMES2GETHER, Amplitude Studios and the Amplitude Studios logo are registered trademarks of Amplitude Studios SAS in the U.S. and other countries. SEGA and the SEGA logo are either registered trademarks or trademarks of SEGA Holdings Co., Ltd. or its affiliates. SEGA is registered in the U.S. Patent and Trademark Office. All rights reserved. All other trademarks, logos and copyrights are property of their respective owners.