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61
—Aguarda —ordenó mientras paseaba la mirada
por las zonas en penumbra, asegurándose de que
ningún peligro acechaba.
Luego se acercaron los dos al caído.
Se encontraba boca arriba y con los brazos en
cruz, y ella ahogó una exclamación de horror al
contemplar atónita la horrenda herida que
presentaba en la garganta.
La tenía completamente destrozada, seccionada la
yugular y gran parte del cuello por lo que parecía
el salvaje mordisco de unas fauces descomunales.
Incluso podía apreciarse la entrada de los
colmillos a ambos lados de la garganta.
En el rostro del desdichado había quedado
plasmada una expresión de infinito horror. Los
ojos desorbitados y la boca desmesuradamente
abierta en el postrer chillido que fue segado por el
tremendo mordisco.
62
¿Hasta dónde llegó la frialdad científica,
cruel y despiadada de un régimen
siniestro y estremecedor? ¿Qué horrores
puede provocar la manipulación de seres
humanos como simples cobayas de
laboratorio? ¿Pudo ser cierta la historia de
Franz Rohtman y su pavorosa
circunstancia?
Tal vez no ocurrió nunca. Pero,
desgraciadamente para la Humanidad...,
sí pudo ser cierta.
63
Entró, tanteando con las manos. Y enseguida se dio
cuenta de que aquello no era ningúna carreta. Pero ya
era tarde. La puerta de barrotes de hierro se había
cerrado tras ella.
Patty gritó.
Primero, de miedo, de espanto. Al poco, de dolor, de
terrible y acerbo dolor, pues el macho y la hembra
habían ya caído sobre ella, desgarrándole la garganta,
el pecho, el vientre y las piernas.
Zarpazos implacables. E instantes después,
dentelladas furiosas, feroces, que se llevaban trozos
y más trozos de su carne.
En pocos minutos quedó devorada. Ya casi no
quedaba nada de ella. Sólo la cabellera oscura, larga,
sujeta al cráneo y jirones de su vestido esparcidos
por aquí y por allá. La sangre lo inundaba todo.
Con razón se habían quedado con los cabellos
erizados de espanto cuantos contemplaron aquel
espectáculo…
64
Ascendieron una pequeña colina llena de curvas y la muchacha,
atraída por lo peligroso de la carretera, llegó a olvidarse, en
efecto, de la luz irreal que había visto en el tren. Especialmente
cuando distinguieron las primeras casas de la población a la cual
se dirigían.
—¿Aquí viven mis primas?
Marcel se estremeció.
Y esta vez su estremecimiento fue tan notable, que casi perdió la
dirección del coche.
—Sus primas fueron asesinadas hace dos años —dijo—, Por
favor, no insista en eso. Nadie tiene ganas de volverse loco aquí.
Y le señaló el hotel.
—El señor Blanchot, el abogado de la familia, me dijo que le
reservara habitación en este hotel.
—Pero eso es absurdo... Yo quiero vivir con mis primas. ¡Ellas
me han llamado!
Marcel volvió a estremecerse.
Unas gruesas gotas de sudor corrían por su rostro.
Murmuró:
—¿LA HAN LLAMADO...?
—Pues, claro... ¡Y tengo la carta!
Marcel había frenado. Abrió la portezuela del lado de Nadine. Se
notaba que no tenía fuerzas para contestar a nada de aquello.
—No vaya a aquella casa, señorita Gotard... —dijo con voz
trémula—. Usted no sabe lo que es aquello... No vaya de
ninguna manera. Por Dios... ¡NO VAYA DE NINGUNA
MANERA...!
65
No había nada. Ni un edificio. Ni una calle. Ni una
luz. Nada, salvo niebla alrededor mío. Niebla por
todas partes.
Di un grito. Corrí sin rumbo fijo, sabiendo que era
inútil haber escapado de aquel pueblo fantástico.
Preguntándome, incluso, si alguna vez estuve
realmente en un lugar llamado Landsbury...
No había más que niebla, niebla espesa en torno
mío, envolviéndome como un helado sudario
pegajoso.
Luego, de repente, sentí que perdía el pie. Caí en
algo oscuro e insondable. Sufrí un golpe. Perdí la
noción de todo. Me hundí en la inconsciencia total,
absoluta.
Quizá allí mismo donde, en otro plano ya
inalcanzable, estuvo Landsbury alguna vez. Y
seguía estando, sólo para los forasteros que llegaban
allí a escuchar su propio toque de difuntos...
66
—Los médicos que le han visitado, en secreto,
naturalmente, no dan esperanza alguna de
recuperación. A partir de aquel momento cayó en
un estado de catatonia del que no se recobrará
jamás. El choque que sufrió resultó fortísimo y su
mente afectada de la forma en que usted ha podido
apreciar. Si no le alimentásemos nosotras, moriría
de inanición.
No pudo evitar un estremecimiento.
—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó.
—Casi un año. Un día morirá y ni se enterará
siquiera de que nos deja. Realmente, está muerto
desde el día en que fue atacado por la bestia. —La
voz de ella se hizo repentinamente tensa—.
Tenemos que destruir a ese inmundo animal;
hemos de matarlo antes de que siga cometiendo
más fechorías. ¿Quién sabe cuántos más morirán si
alguien no destruye a ese horrible monstruo?
67
La densa niebla no ocultaba la espeluznante escena.
El hombre caminaba semiencorvado. Las manos casi
rozando sus rodillas. Unas manos huesudas. Muy blancas.
De un nauseabundo tono lechoso. Las uñas
desmesuradamente largas y afiladas.
El hombre se detuvo jadeante.
Alzó la cabeza.
Sus facciones quedaron bañadas por la nívea claridad de la
luna.
Los cipreses proyectaban fantasmagóricas sombras. La
niebla flotaba a un palmo de tierra. Envolviendo las tumbas
desordenadamente emplazadas. Un escenario capaz de
poner a prueba los nervios más templados.
El individuo no vaciló.
No tenía miedo.
No podía ver nada de aquel silencioso cementerio.
Estaba ciego.
¿Ciego?
Las cuencas de sus ojos aparecían vacías. Eran dos orificios
en aquel deforme rostro. Su boca carecía de labios. Sus
facciones, de un repulsivo color verdoso, desfiguradas por
cicatrices que palpitaban en carne viva…
68
Los remos sonaban más cerca, cada vez.
El que fuese, avanzaba muy lentamente.
La muchacha vio la quilla.
Era una barca blanca y cuyo color adquiría livideces
insospechadas a la luz de la luna:
Luego vio uno de los remos.
Y el hombre que lo manejaba.
Su garganta se contrajo otra vez de horror.
Sus músculos cedieron.
Porque el que llevaba aquella barca... ¡era el cubierto
con los vendajes de la momia! ¡Era un fantasma
milenario que parecía haber salido de su sarcófago!
Los vendajes producían, a la luz de la luna un efecto
espectral.
Era una visión que la muchacha no hubiera podido
imaginar ni en la peor de sus pesadillas.
¡Y la tenía allí, al alcance de su mano!
Apretó desesperadamente sus labios para no gritar.
Necesitaba evitar el menor ruido... ¡o estaba perdida!
69
Se produjo un ruido erizante y la cabeza, una
calavera recubierta de trocitos de carne podrida,
cayó al suelo, quedó segada, separada del resto de
aquel cuerpo horripilante.
El cadáver siguió avanzando. En el suelo, la
horrible cabeza empezó a dar saltos, a moverse,
siempre avanzando hacia él bajo su influjo. No
había fuerza humana capaz de detener a los muertos
salidos de sus tumbas por los poderes extraños.
Eran insensibles a todo, excepto a las órdenes
transmitidas. Estaban allí para matar a un hombre y
ni las balas ni las armas blancas servían contra ellos.
Las mutilaciones no les afectaban. Si perdían un
miembro, continuaban adelante. Y el mismo
miembro se movía, independiente del resto del
cuerpo del que había sido arrancado.
Los dos cadáveres caídos se incorporaron para
unirse a los otros y llevar adelante sus designios…
70
El viaje del Ardyman había armado mucho ruido
y sus peripecias eran conocidas de cuantos
viajaban por los mares australes antárticos.
Sterkey estaba seguro de que la mayoría de los
marineros conocían el infierno que habían
padecido los tripulantes del Ardyman.
En ese caso, cuando se enterasen de que iban a
Punta Salvaje, podían organizar un motín. Y
cuando se producía un motín a bordo, las cosas
podían ponerse muy feas para todos.
Los hombres del Attruk ignoraban, sin embargo,
algunos espeluznantes detalles de lo que había
sucedido a bordo del Ardyman. Sterkey no
quería acordarse siquiera del día en que,
exhaustos, sin provisiones, algunos de sus
hombres habían decidido comerse el cadáver de
uno de ellos, muerto pocas horas antes de
inanición. Sterkey les había sorprendido en el
macabro banquete y, cuando quiso impedírselo,
un par de revólveres le obligaron a retirarse…
71
Hojeé la agenda.
Pronto me di cuenta de que era una especie de
diario. Nora Riley había anotado allí sus
impresiones, unas impresiones que hacían
estremecer.
Tuve que leerlo todo varias veces, mientras los
técnicos en huellas hurgaban por allí y mientras la
luna espectral de Louisiana entraba a raudales por la
ventana de la habitación.
En las los primeras ocasiones no pude creerlo.
Luego me di cuenta de que bastantes cosas
concordaban y de que aquéllas no eran las
impresiones de una alucinada. Había algo más, algo
que yo tenía que averiguar aun a riesgo de volverme
loco.
Porque aquellas páginas me adentraron en un clima
de pesadilla y de horror, un mundo donde uno
perdía la dimensión de las cosas humanas...
72
¿Es el «monstruo» quien siempre produce el
terror?
Tal vez sí, por una serie de factores
temporales que sería inoportuno mencionar,
pero...
¿Qué sucede cuando el «monstruo» puede ser
la víctima... y el Hombre el verdadero motivo
de error para todos nosotros?
Eso puede suceder a cualquiera. A vosotros
mismos, lectores, sin ir más lejos. Para ello,
haced algo sencillo. Por ejemplo... INVITAD
UN MONSTRUO A CENAR.
73
Abrió la boca para lanzar un horripilante alarido. Cien
chorros de líquido cayeron a la vez sobre su cabeza y su
piel desnuda, causándole una sensación de intolerable
quemadura. Espesas nubes de humo maloliente se
escaparon de su cuerpo.
Enloquecida, se abalanzó hacia el pestillo del mamparo,
pero se había atrancado y no pudo abrirlo. Gritando
espantosamente, golpeó con las manos el vidrio, pero éste
resistió. El dolor era horrible, indescriptible. De pronto, a
través de unas pupilas desenfocadas por el sufrimiento, vio
que la piel, en algunos sitios, se le desprendía en largas
tiras.
Todo dio vueltas a su alrededor. Sus rodillas se doblaron
lentamente. Ya no podía gritar. Cuando se desplomó en la
bañera cuan larga era, ya había perdido el conocimiento.
El líquido continuó cayendo sobre ella. Las burbujas
explotaban sordamente en su superficie. El ácido mordía la
carne y la disolvía implacablemente. Cuando su
mordedura llegó a las venas más gruesas, el líquido que
seguía llenando la bañera, tomó un horrible color rojizo.
El aflujo de líquido cesó cuando el cuerpo quedó cubierto
por completo. Un ventilador empezó a girar y despejó la
atmósfera de aquel humo nauseabundo…
74
La sangre que acababa de ingerir le daba nuevas fuerzas.
Su aspecto pálido, terriblemente blanco y hasta
demacrado, iba cambiando velozmente.
Arrastró el cuerpo hasta el lugar en que yacían unos bultos
y se dispuso a ocultarlo. No tuvo tiempo.
Inmediatamente sonaron unas voces en la puerta del
almacén. Alguien se acercaba. Las grandes puertas se
estaban descorriendo.
Tuvo el tiempo justo para meterse de nuevo en el ataúd.
Bajó la tapa.
Pero antes retiró la llave, que estaba en la cerradura, para
que no pudieran cerrar otra vez. Inmediatamente se oyeron
los gritos.
—¡Dios santo!
—¡Es ese tipo que llegó hace poco!
—¡El que olía a alcohol!
—¡Y está blanco como el papel...!
Se produjo un brusco silencio, como si todos respiraran el
horror que bruscamente había pasado a rodearles.
Al fin alguien musitó:
—No lo entiendo...
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Parece obra del conde Drácula...
75
Repentinamente, con sobresalto, abrió los ojos,
sintiéndose vencida por el nervioso insomnio.
Se encontró con la mujer erguida ante ella, en la
oscura habitación. Pálida, fantasmal, los ojos muy
abiertos, con un raro destello rojo, sangriento, en el
fondo de sus pupilas... larga melena plateada, lisa,
suave... Camisón flotante, cuerpo rígido, como el de
un espectro.
Erguida al pie de su cama, mirándola con pupilas
dilatadas, con una extraña mueca, una sonrisa feroz,
que exhibía sus dientes nítidos entre los labios
lívidos...
Chilló agudamente, manoteó, abriendo mucho sus
ojos... y se desplomó de bruces en el lecho, mientras
en alguna parte, quizá allí mismo, junto a ella, la
carcajada de Satanás retumbaba lúgubre, con ecos
perdidos en los vetustos muros de piedra...
76
Boquiabierto, Vince contempló el castillo desde el mojón
donde empezaba el camino que, encabritándose entre las
peñas, serpenteaba hacia la fortaleza.
En verdad que era impresionante. Seguramente había sido
reformado en distintas épocas, y lo que quedaba era esa
mezcla gris y sombría de los palacios-fortaleza, con torres
almenadas, muros amurallados, estrechas troneras y
recargados ventanales con cristaleras de colores.
Enclavado sobre un promontorio, estaba rodeado de una
inmensa extensión verde salpicada de robles.
Había temido que hubiera un foso en torno, y hasta un
puente levadizo, pero en eso se equivocó. El gigantesco
portalón de entrada se abría directamente en la fachada, y
a él se llegaba por unos grandes escalones formados por
pesadas losas de piedra gastada.
Subió los escalones y, como si fuera un truco de magia, la
puerta empezó a abrirse antes de que hubiera llamado.
Vince sufrió un sobresalto, un tanto escamado.
Luego, su sobresalto se repitió al ver al individuo que
empujaba la pesada puerta.
Era casi un enano de cabeza enorme. Sus ojos glaucos eran
de un gris tan claro que apenas se distinguía el iris. Se le
antojó la mirada de un pescado...
77
Aquella cosa parecía andar, pero se arrastraba por las
oscuras y desiertas calles de la aldea. O quizá andaba,
pero parecía arrastrarse.
Todo era cuestión de matices y de las sensaciones
visuales de los posibles testigos, pero, en aquellos
momentos, la gente dormía en sus casas. Algún perro
ladró, aunque nadie le hizo caso; solía acontecer a
menudo y los ladridos de los canes ya no turbaban el
sueño de los pacíficos habitantes de Nottyburn.
La cosa parecía seguir un rumbo determinado. Su
estatura era la de un hombre bien conformado, pero,
en cambio, el volumen alcanzaba casi el doble. Su
figura recordaba vagamente la de un ser humano:
cabeza, brazos, piernas, ojos... y poco más. Sin
embargo, la dificultad de sus movimientos era
patente.
O quizá caminaba despacio debido a que no deseaba
turbar la tranquilidad nocturna de la población…
78
Usted será mi peor enemigo en Scholberg. Lo presiento...
—Es fácil evitarlo —sonreí, desafiante—. Destrúyame.
¿Eso sería un problema para el Hijo del Mal?
Me estudió en silencio. Había una luz extraña y
enigmática en sus ojos negros.
—No —dijo sorprendentemente—. No puedo destruirle.
No aún. Es cuanto puedo decirle. ¡Váyase..., y hasta
nuestro encuentro supremo!
Caminé hacia la salida. Sus palabras rebotaban en los
huecos ámbitos de mi cráneo, como una voz repetida por
el eco:
«No puedo destruirle. No aún... No puedo destruirle. No
aún...»
¿Qué había querido decir con eso? ¿Qué oculto
significado tenía que yo fuese respetado por el hombre
que se llamaba a sí mismo vástago de Satán, y heredero
de su perversidad suprema?
Su mano, cuando la oprimí, al salir, era fría y seca. Nada
de fuego ni de llamas. Ni olor a azufre, ni sortilegios o
rostros de súcubos danzando en torno nuestro. Todo tan
normal, tan sencillo, que producía escalofríos.
79
Se mordió los labios para no gritar. Casi de repente,
pareció tomar conciencia de su situación.
—Pero, ¿qué diablos pretenden hacer conmigo? ¿Es
que se han vuelto locos? Por el amor de Dios,
suéltenme...
La voz de la falsa condesa resonó como la de una
tigresa en el paroxismo de su furor:
—¡Mata! ¡Mata!
El hacha describió una curva centelleante y su filo cayó
sobre la garganta humana.
Primero se oyó un leve ruido de huesos seccionados;
luego, el seco golpe del mortífero instrumento al chocar
contra el tajo. Entonces, la cabeza humana saltó por los
aires.
El tronco decapitado se convulsionó violentísimamente
durante unos segundos, mientras torrentes de rojo
líquido brotaban de la espantosa herida.
Empezó a saltar y a botar, a la vez que reía como un
loco.
—¡Ji, ji...!
80
Tal y como esperaba, su encuentro cara a cara con la
figura de flotante manto negro, se produjo al borde del
marjal, una vez salvado éste, y entre fantasmales matojos.
—¡Al fin! —aulló—. ¡Quisiera ver tu rostro, maldito
monstruo asesino!
Fue una imprecación rabiosa, casi instintiva, dictada por
su odio, por su furia contra quien consideraba enemigo
mortal, tras ver destrozada en un mar de sangre a su
amada. Pero lo cierto es que vio logrado su propósito, de
modo insólito y brusco. Vio el rastro de su perseguido. Y
más le valiera no haberlo visto. Jamás en su vida
contempló horror más grande.
Estuvo seguro de que era una harpía, una bruja auténtica,
llegada desde los infiernos.
Solamente a una súcuba monstruosa podía corresponder
aquella faz diabólica, convulsa, purulenta, de ojos
inyectados en sangre, y rue al mismo tiempo de revolverse
hacia él, en un movimiento violento de su cabeza, que hizo
agitar la crespa melena oscura, reveló entre los pliegues
del manto oscuro unas garras monstruosas, de curvadas
uñas aceradas, silladas y goteantes de sangre fresca,
humana, reciente...
81
—Señor, nos hemos perdido. Esto no me gusta nada.
—No estarás asustado, ¿verdad? —sonrió lord
Morggine.
—Un poco, señor —reconoció Richard—. Desde que
he visto la tétrica silueta del castillo...
—¿Qué castillo? —preguntó, alzando la mirada.
—Ese... —extendió el brazo, señalándolo allá, a lo
lejos, sobre una pequeña colina.
—No le veo nada de tétrico —comentó lord
Morggine—. Sólo son los restos de un castillo...
—Por lo visto, señor, usted no sabe la leyenda que
tiene... ¡Oh, señor! —se santiguó—. ¡Dios nos libre de
llegar hasta allí!
—Pero, bueno —se impacientó lord Morggine— dime
de una vez qué pasa con esa leyenda.
—Si el señor no ha de asustarse, por mí... —pero
titubeó.
—¡Qué cosas tienes! —se echó a reír—. ¿Asustarme yo
por esta tontería? ¿Por quién me has tomado?
—Perdóneme el señor... —y tras respirar hondo—:
Pues verá, se dice que todos los moradores del castillo
fueron siempre jorobados…
82
Los sótanos rezumaban humedad. Las paredes de
grandes bloques de piedra estaban cubiertas de un
viscoso verdín que en algunos lugares del suelo crecía
también convirtiéndolo en una pista resbaladiza y
peligrosa.
Con la obscuridad absoluta, nadie hubiera podido
orientarse en aquel laberinto de pasillos, mazmorras y
antros sombríos que en una época remota albergaron
todos los horrores del infierno.
Sólo en lo que fuera sala de tortura, repleta de siniestros
artefactos delatores de una increíble crueldad, un
ventanuco enrejado que se abría a ras de techo dejaba
entrar un pálido resplandor de luz de luna.
El resplandor mostraba los contornos de los aparatos de
tortura, las rejas de unas mazmorras labradas en la roca
viva y la pétrea solidez de los muros.
Fue en ese antro donde sonó un sordo crujido y luego
otro. Era un retumbar extraño, como si alguien estuviera
escarbando al otro lado de la roca.
A intervalos cada vez más cortos incluso parecía que de
ella brotara una voz ronca, un balbuceo bronco que
acompañaba al incesante crujido de la piedra…
83
—Necesito tu dinero. Tú me estorbas, ¿lo entiendes? Me
estorbas, y deseo verte muerta. Muerta, ¿has entendido? Repítelo
tú misma si entendiste. ¡Repítelo!
—Sí... Muer...ta...
Era una dócil repetición, casi patética, con una voz débil y sin
voluntad, brotando de aquel cuerpo virtualmente inconsciente,
incapaz de reacción propia de ninguna especie. Era un hermoso y
triste muñeco, accionado por una sutil, malévola voluntad
infinitamente superior a la suya, y que mantenía a su víctima
dominada, poseída por su singular poder mental al servicio, sin
duda, de una idea perversa y oscura.
—Bien, veo que lo entiendes perfectamente, querida —hubo una
mueca sardónica en sus labios, que dejaron asomar los cuidados
dientes—. Ahora, escucha esto: debes morir para serme útil.
Morir por ti misma, claro está. Matarte yo, sería un grave error.
Para eso necesito deshacerme de ti inteligentemente. Ahora, un
médico sabe que te encuentras enferma. Sabe que has de viajar
en malas condiciones. Moralmente, me acusarán de
responsabilidad en tu muerte, por obligarte a viajar. Pero sólo
eso. El suicidio será sin lugar a dudas. ¿Lo entiendes, cariño? El
suicidio, he dicho. Suicidio... Sí, cariño. Vas a matarte tú. Y de
modo claro, ante testigos incluso. Te matarás delante de testigos
que lo confirmen luego. No lo olvides. Yo te diré, en la próxima
sesión, cuándo y cómo debes matarte. Responde si entendiste
bien. ¡Responde!
—Entendí... bien. Debo... matarme... Me... me mataré... delante
de testigos... cuando tú lo digas...
84
—Señora, un médico, seguramente, podrá curarla —dijo.
—No..., ya... es tar...de...
Su voz se hizo opaca, casi ininteligible. Algo saltó de su
boca, rebotó un par de veces contra la mesa y cayó al suelo.
Malone bajó la mirada instintivamente. Estupefacto, vio que
se trataba de un diente. Volvió los ojos al rostro de la mujer:
no había sangre en su boca.
Un enorme pedazo de carne del brazo izquierdo empezó a
desprenderse, convirtiéndose rapidísimamente en un líquido
espeso, repugnante, que despedía un olor insufrible. Sus
facciones desaparecieron; era como si se tratase de una
estatua de cera, sometida a un calor intensísimo.
Ella permanecía inmóvil. Ya no respiraba.
El bello pecho de la joven se convirtió en una sustancia de
aspecto indescriptible. Parte de sus cabellos se
desprendieron. Sopló una leve brisa y los esparció por
doquier.
Malone estaba aterrado.
Aquella mujer se deshacía ante sus ojos y, sin embargo, nadie
parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría.
De repente, su cabeza, casi completamente descarnada, sin la
mayor parte de su cabello, se desprendió del tronco y cayó al
suelo. Rebotó lúgubremente unas cuantas veces y luego, por
la leve pendiente del suelo, rodó hasta el borde de la
piscina…
85
No podía ni moverse. Eran como garfios de hierro los brazos que la
sujetaban. Además, eran tres contra ella.
—¿Qué pretenden hacer conmigo? —y, llena de espanto, se había
echado a llorar—. ¿Para qué hacen ese agujero?
—Vamos a enterrarte... Pero te daré a elegir… ¿Prefieres cabeza
abajo o cabeza arriba?
—¡No! ¡No! —gimoteó—. ¡Yo no he hecho nada! ¡Yo no quiero
morir! ¡No quiero!
El agujero, de unos dos metros de profundidad, pronto estuvo
hecho. Por lo visto, tenían práctica en tales menesteres.
—Bien, ¿estás dispuesta...? —Parecía recrearse, o algo muy
parecido, en aquel aterrador placer.
—¡No! ¡No...! —y luchaba desesperadamente, con todas sus
fuerzas, pero sin conseguir absolutamente nada.
—Lo dicho, puedes elegir... Cabeza abajo o arriba... Lo que
quieras... No voy a discutirte el gusto...
—¡No! ¡Noooo...!
La arrastraron hacia el agujero, dispuestos a echarla cabeza abajo.
Ya, incluso, su cara y sus hombros se hundieron parcialmente en el
vacío.
Pero entonces gritó, enloquecida de terror:
—¡Cabeza arriba! Prefiero cabeza arriba...
La sacaron de allí y, dándole media vuelta, le colocaron las piernas
en el agujero. Luego la soltaron, sin más.
Ella alzó sus brazos, y sus manos, crispadas, no llegaron hasta el
borde del agujero. Le faltaban casi dos palmos.
En eso, cayó ya la primera palada de tierra. Luego, la segunda.
Después, la tercera...
86
Y entonces, por primera vez en su vida, estuvo seguro de
que se había vuelto loco. Y gritó y el tubo casi se le
escapó de la boca y engulló agua salada y cayó de
rodillas.
Porque sólo a un loco podría ocurrírsele estar viendo el
horrible cadáver.
Debido a sus bruscos movimientos, la arena y el limo del
fondo habían levantado como una nube que fue
posándose poco a poco.
Temblaba, los dientes le castañeteaban, y sin embargo era
incapaz de moverse.
Necesitaba volver a verlo, asegurarse.
Vio unos tobillos sujetos por una cuerda... la misma
cuerda.
Y una piedra atada a ella. La misma, piedra.
Repentinamente ansió no haberse sumergido. No haber
descendido a las profundidades de la muerte y pataleó
desesperadamente para elevarse.
Era como estar atrapado en un torbellino horrible que no
tuviera fin. Un torbellino monstruoso que no podía
comprender y del que era incapaz de librarse.
87
—¿Qué te pasa? ¿Te ha tocado el corazón?
¿O es que te has enamorado de ella?
—La conozco hace sólo unas horas. Pero
creo que es una muchacha que merece ser
ayudada. Busca a su madre, eso es todo.
—Eso está muy a tono con el aire de
melodrama que rodea todo el caso. Tú
buscas a Dolly Doll, yo busco a un asesino
relacionado con el recuerdo de Dolly Doll...
y tu joven amiga busca a la rival más
encarnizada de Dolly Doll, porque era su
madre. Al mismo tiempo, su compañera de
apartamento es atacada por alguien con unas
tijeras, estando a punto de morir. ¿Qué te
parece el cuadro?
—Horrible. Y oscuro. No tiene sentido…
88
Los dos chicos estaban apoyados
negligentemente en la pared, cuando la
anciana se detuvo frente a ellos y les miró
con fijeza.
—Jovencitos —dijo la mujer—, si están
pensando en atracar el Banco del otro lado
de la calle, será mejor que lo dejen. La
muerte les espera caso de que intenten un
disparate semejante.
Los muchachos respingaron. Vestían
descuidadamente, aunque no con ropas
sucias, y debajo de sus respectivas chaquetas
llevaban sendos revólveres calibre 38, que se
habían agenciado especialmente para la
ocasión.…
89
Una línea sombría cruzaba su rostro a
pesar del maravilloso paisaje que se
divisaba más allá de la ventana. No podía
evitarlo; desde que emprendió aquel viaje
se sentía rodeada de muerte.
Y eso que no sabía que la muerte acababa
de golpear ya. No sabía que otro hombre
había volado al vacío antes de entrar para
siempre en el Más Allá. Ignoraba que en
este momento, desde el infinito, quizá sus
ojos la estaban mirando.
90
No eran demasiado creyentes. Ni yo tampoco.
Sin embargo, vi persignarse a Roger, mientras
seguía mis instrucciones. Yvonne acarició
mecánicamente la cruz de plata que colgaba de su
cuello, sobre su juvenil escote, proyectando la
sombra encima del seno izquierdo. Yo mismo
hubiera deseado tener en ese momento un
crucifijo conmigo. Y ajos. Y muérdago. Y, tal
vez, una estaca de madera bien puntiaguda, para
actuar como Van Helsing o Jonathan Harker en el
relato de Stoker...
Porque voy a ser sincero ahora, cuando estoy a
punto de penetrar en ese recinto lóbrego,
maloliente y misterioso, situado más allá de la
tumba de la condesa Drácula: espero hallarme
con su joven hijo, el conde Drácula Vlad,
biznieto del Empalador.
Es decir: espero hallarme con un No-Muerto.
Con un vampiro.

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  • 1.
  • 2. 61 —Aguarda —ordenó mientras paseaba la mirada por las zonas en penumbra, asegurándose de que ningún peligro acechaba. Luego se acercaron los dos al caído. Se encontraba boca arriba y con los brazos en cruz, y ella ahogó una exclamación de horror al contemplar atónita la horrenda herida que presentaba en la garganta. La tenía completamente destrozada, seccionada la yugular y gran parte del cuello por lo que parecía el salvaje mordisco de unas fauces descomunales. Incluso podía apreciarse la entrada de los colmillos a ambos lados de la garganta. En el rostro del desdichado había quedado plasmada una expresión de infinito horror. Los ojos desorbitados y la boca desmesuradamente abierta en el postrer chillido que fue segado por el tremendo mordisco.
  • 3. 62 ¿Hasta dónde llegó la frialdad científica, cruel y despiadada de un régimen siniestro y estremecedor? ¿Qué horrores puede provocar la manipulación de seres humanos como simples cobayas de laboratorio? ¿Pudo ser cierta la historia de Franz Rohtman y su pavorosa circunstancia? Tal vez no ocurrió nunca. Pero, desgraciadamente para la Humanidad..., sí pudo ser cierta.
  • 4. 63 Entró, tanteando con las manos. Y enseguida se dio cuenta de que aquello no era ningúna carreta. Pero ya era tarde. La puerta de barrotes de hierro se había cerrado tras ella. Patty gritó. Primero, de miedo, de espanto. Al poco, de dolor, de terrible y acerbo dolor, pues el macho y la hembra habían ya caído sobre ella, desgarrándole la garganta, el pecho, el vientre y las piernas. Zarpazos implacables. E instantes después, dentelladas furiosas, feroces, que se llevaban trozos y más trozos de su carne. En pocos minutos quedó devorada. Ya casi no quedaba nada de ella. Sólo la cabellera oscura, larga, sujeta al cráneo y jirones de su vestido esparcidos por aquí y por allá. La sangre lo inundaba todo. Con razón se habían quedado con los cabellos erizados de espanto cuantos contemplaron aquel espectáculo…
  • 5. 64 Ascendieron una pequeña colina llena de curvas y la muchacha, atraída por lo peligroso de la carretera, llegó a olvidarse, en efecto, de la luz irreal que había visto en el tren. Especialmente cuando distinguieron las primeras casas de la población a la cual se dirigían. —¿Aquí viven mis primas? Marcel se estremeció. Y esta vez su estremecimiento fue tan notable, que casi perdió la dirección del coche. —Sus primas fueron asesinadas hace dos años —dijo—, Por favor, no insista en eso. Nadie tiene ganas de volverse loco aquí. Y le señaló el hotel. —El señor Blanchot, el abogado de la familia, me dijo que le reservara habitación en este hotel. —Pero eso es absurdo... Yo quiero vivir con mis primas. ¡Ellas me han llamado! Marcel volvió a estremecerse. Unas gruesas gotas de sudor corrían por su rostro. Murmuró: —¿LA HAN LLAMADO...? —Pues, claro... ¡Y tengo la carta! Marcel había frenado. Abrió la portezuela del lado de Nadine. Se notaba que no tenía fuerzas para contestar a nada de aquello. —No vaya a aquella casa, señorita Gotard... —dijo con voz trémula—. Usted no sabe lo que es aquello... No vaya de ninguna manera. Por Dios... ¡NO VAYA DE NINGUNA MANERA...!
  • 6. 65 No había nada. Ni un edificio. Ni una calle. Ni una luz. Nada, salvo niebla alrededor mío. Niebla por todas partes. Di un grito. Corrí sin rumbo fijo, sabiendo que era inútil haber escapado de aquel pueblo fantástico. Preguntándome, incluso, si alguna vez estuve realmente en un lugar llamado Landsbury... No había más que niebla, niebla espesa en torno mío, envolviéndome como un helado sudario pegajoso. Luego, de repente, sentí que perdía el pie. Caí en algo oscuro e insondable. Sufrí un golpe. Perdí la noción de todo. Me hundí en la inconsciencia total, absoluta. Quizá allí mismo donde, en otro plano ya inalcanzable, estuvo Landsbury alguna vez. Y seguía estando, sólo para los forasteros que llegaban allí a escuchar su propio toque de difuntos...
  • 7. 66 —Los médicos que le han visitado, en secreto, naturalmente, no dan esperanza alguna de recuperación. A partir de aquel momento cayó en un estado de catatonia del que no se recobrará jamás. El choque que sufrió resultó fortísimo y su mente afectada de la forma en que usted ha podido apreciar. Si no le alimentásemos nosotras, moriría de inanición. No pudo evitar un estremecimiento. —¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó. —Casi un año. Un día morirá y ni se enterará siquiera de que nos deja. Realmente, está muerto desde el día en que fue atacado por la bestia. —La voz de ella se hizo repentinamente tensa—. Tenemos que destruir a ese inmundo animal; hemos de matarlo antes de que siga cometiendo más fechorías. ¿Quién sabe cuántos más morirán si alguien no destruye a ese horrible monstruo?
  • 8. 67 La densa niebla no ocultaba la espeluznante escena. El hombre caminaba semiencorvado. Las manos casi rozando sus rodillas. Unas manos huesudas. Muy blancas. De un nauseabundo tono lechoso. Las uñas desmesuradamente largas y afiladas. El hombre se detuvo jadeante. Alzó la cabeza. Sus facciones quedaron bañadas por la nívea claridad de la luna. Los cipreses proyectaban fantasmagóricas sombras. La niebla flotaba a un palmo de tierra. Envolviendo las tumbas desordenadamente emplazadas. Un escenario capaz de poner a prueba los nervios más templados. El individuo no vaciló. No tenía miedo. No podía ver nada de aquel silencioso cementerio. Estaba ciego. ¿Ciego? Las cuencas de sus ojos aparecían vacías. Eran dos orificios en aquel deforme rostro. Su boca carecía de labios. Sus facciones, de un repulsivo color verdoso, desfiguradas por cicatrices que palpitaban en carne viva…
  • 9. 68 Los remos sonaban más cerca, cada vez. El que fuese, avanzaba muy lentamente. La muchacha vio la quilla. Era una barca blanca y cuyo color adquiría livideces insospechadas a la luz de la luna: Luego vio uno de los remos. Y el hombre que lo manejaba. Su garganta se contrajo otra vez de horror. Sus músculos cedieron. Porque el que llevaba aquella barca... ¡era el cubierto con los vendajes de la momia! ¡Era un fantasma milenario que parecía haber salido de su sarcófago! Los vendajes producían, a la luz de la luna un efecto espectral. Era una visión que la muchacha no hubiera podido imaginar ni en la peor de sus pesadillas. ¡Y la tenía allí, al alcance de su mano! Apretó desesperadamente sus labios para no gritar. Necesitaba evitar el menor ruido... ¡o estaba perdida!
  • 10. 69 Se produjo un ruido erizante y la cabeza, una calavera recubierta de trocitos de carne podrida, cayó al suelo, quedó segada, separada del resto de aquel cuerpo horripilante. El cadáver siguió avanzando. En el suelo, la horrible cabeza empezó a dar saltos, a moverse, siempre avanzando hacia él bajo su influjo. No había fuerza humana capaz de detener a los muertos salidos de sus tumbas por los poderes extraños. Eran insensibles a todo, excepto a las órdenes transmitidas. Estaban allí para matar a un hombre y ni las balas ni las armas blancas servían contra ellos. Las mutilaciones no les afectaban. Si perdían un miembro, continuaban adelante. Y el mismo miembro se movía, independiente del resto del cuerpo del que había sido arrancado. Los dos cadáveres caídos se incorporaron para unirse a los otros y llevar adelante sus designios…
  • 11. 70 El viaje del Ardyman había armado mucho ruido y sus peripecias eran conocidas de cuantos viajaban por los mares australes antárticos. Sterkey estaba seguro de que la mayoría de los marineros conocían el infierno que habían padecido los tripulantes del Ardyman. En ese caso, cuando se enterasen de que iban a Punta Salvaje, podían organizar un motín. Y cuando se producía un motín a bordo, las cosas podían ponerse muy feas para todos. Los hombres del Attruk ignoraban, sin embargo, algunos espeluznantes detalles de lo que había sucedido a bordo del Ardyman. Sterkey no quería acordarse siquiera del día en que, exhaustos, sin provisiones, algunos de sus hombres habían decidido comerse el cadáver de uno de ellos, muerto pocas horas antes de inanición. Sterkey les había sorprendido en el macabro banquete y, cuando quiso impedírselo, un par de revólveres le obligaron a retirarse…
  • 12. 71 Hojeé la agenda. Pronto me di cuenta de que era una especie de diario. Nora Riley había anotado allí sus impresiones, unas impresiones que hacían estremecer. Tuve que leerlo todo varias veces, mientras los técnicos en huellas hurgaban por allí y mientras la luna espectral de Louisiana entraba a raudales por la ventana de la habitación. En las los primeras ocasiones no pude creerlo. Luego me di cuenta de que bastantes cosas concordaban y de que aquéllas no eran las impresiones de una alucinada. Había algo más, algo que yo tenía que averiguar aun a riesgo de volverme loco. Porque aquellas páginas me adentraron en un clima de pesadilla y de horror, un mundo donde uno perdía la dimensión de las cosas humanas...
  • 13. 72 ¿Es el «monstruo» quien siempre produce el terror? Tal vez sí, por una serie de factores temporales que sería inoportuno mencionar, pero... ¿Qué sucede cuando el «monstruo» puede ser la víctima... y el Hombre el verdadero motivo de error para todos nosotros? Eso puede suceder a cualquiera. A vosotros mismos, lectores, sin ir más lejos. Para ello, haced algo sencillo. Por ejemplo... INVITAD UN MONSTRUO A CENAR.
  • 14. 73 Abrió la boca para lanzar un horripilante alarido. Cien chorros de líquido cayeron a la vez sobre su cabeza y su piel desnuda, causándole una sensación de intolerable quemadura. Espesas nubes de humo maloliente se escaparon de su cuerpo. Enloquecida, se abalanzó hacia el pestillo del mamparo, pero se había atrancado y no pudo abrirlo. Gritando espantosamente, golpeó con las manos el vidrio, pero éste resistió. El dolor era horrible, indescriptible. De pronto, a través de unas pupilas desenfocadas por el sufrimiento, vio que la piel, en algunos sitios, se le desprendía en largas tiras. Todo dio vueltas a su alrededor. Sus rodillas se doblaron lentamente. Ya no podía gritar. Cuando se desplomó en la bañera cuan larga era, ya había perdido el conocimiento. El líquido continuó cayendo sobre ella. Las burbujas explotaban sordamente en su superficie. El ácido mordía la carne y la disolvía implacablemente. Cuando su mordedura llegó a las venas más gruesas, el líquido que seguía llenando la bañera, tomó un horrible color rojizo. El aflujo de líquido cesó cuando el cuerpo quedó cubierto por completo. Un ventilador empezó a girar y despejó la atmósfera de aquel humo nauseabundo…
  • 15. 74 La sangre que acababa de ingerir le daba nuevas fuerzas. Su aspecto pálido, terriblemente blanco y hasta demacrado, iba cambiando velozmente. Arrastró el cuerpo hasta el lugar en que yacían unos bultos y se dispuso a ocultarlo. No tuvo tiempo. Inmediatamente sonaron unas voces en la puerta del almacén. Alguien se acercaba. Las grandes puertas se estaban descorriendo. Tuvo el tiempo justo para meterse de nuevo en el ataúd. Bajó la tapa. Pero antes retiró la llave, que estaba en la cerradura, para que no pudieran cerrar otra vez. Inmediatamente se oyeron los gritos. —¡Dios santo! —¡Es ese tipo que llegó hace poco! —¡El que olía a alcohol! —¡Y está blanco como el papel...! Se produjo un brusco silencio, como si todos respiraran el horror que bruscamente había pasado a rodearles. Al fin alguien musitó: —No lo entiendo... —¿Por qué? ¿Qué pasa? —Parece obra del conde Drácula...
  • 16. 75 Repentinamente, con sobresalto, abrió los ojos, sintiéndose vencida por el nervioso insomnio. Se encontró con la mujer erguida ante ella, en la oscura habitación. Pálida, fantasmal, los ojos muy abiertos, con un raro destello rojo, sangriento, en el fondo de sus pupilas... larga melena plateada, lisa, suave... Camisón flotante, cuerpo rígido, como el de un espectro. Erguida al pie de su cama, mirándola con pupilas dilatadas, con una extraña mueca, una sonrisa feroz, que exhibía sus dientes nítidos entre los labios lívidos... Chilló agudamente, manoteó, abriendo mucho sus ojos... y se desplomó de bruces en el lecho, mientras en alguna parte, quizá allí mismo, junto a ella, la carcajada de Satanás retumbaba lúgubre, con ecos perdidos en los vetustos muros de piedra...
  • 17. 76 Boquiabierto, Vince contempló el castillo desde el mojón donde empezaba el camino que, encabritándose entre las peñas, serpenteaba hacia la fortaleza. En verdad que era impresionante. Seguramente había sido reformado en distintas épocas, y lo que quedaba era esa mezcla gris y sombría de los palacios-fortaleza, con torres almenadas, muros amurallados, estrechas troneras y recargados ventanales con cristaleras de colores. Enclavado sobre un promontorio, estaba rodeado de una inmensa extensión verde salpicada de robles. Había temido que hubiera un foso en torno, y hasta un puente levadizo, pero en eso se equivocó. El gigantesco portalón de entrada se abría directamente en la fachada, y a él se llegaba por unos grandes escalones formados por pesadas losas de piedra gastada. Subió los escalones y, como si fuera un truco de magia, la puerta empezó a abrirse antes de que hubiera llamado. Vince sufrió un sobresalto, un tanto escamado. Luego, su sobresalto se repitió al ver al individuo que empujaba la pesada puerta. Era casi un enano de cabeza enorme. Sus ojos glaucos eran de un gris tan claro que apenas se distinguía el iris. Se le antojó la mirada de un pescado...
  • 18. 77 Aquella cosa parecía andar, pero se arrastraba por las oscuras y desiertas calles de la aldea. O quizá andaba, pero parecía arrastrarse. Todo era cuestión de matices y de las sensaciones visuales de los posibles testigos, pero, en aquellos momentos, la gente dormía en sus casas. Algún perro ladró, aunque nadie le hizo caso; solía acontecer a menudo y los ladridos de los canes ya no turbaban el sueño de los pacíficos habitantes de Nottyburn. La cosa parecía seguir un rumbo determinado. Su estatura era la de un hombre bien conformado, pero, en cambio, el volumen alcanzaba casi el doble. Su figura recordaba vagamente la de un ser humano: cabeza, brazos, piernas, ojos... y poco más. Sin embargo, la dificultad de sus movimientos era patente. O quizá caminaba despacio debido a que no deseaba turbar la tranquilidad nocturna de la población…
  • 19. 78 Usted será mi peor enemigo en Scholberg. Lo presiento... —Es fácil evitarlo —sonreí, desafiante—. Destrúyame. ¿Eso sería un problema para el Hijo del Mal? Me estudió en silencio. Había una luz extraña y enigmática en sus ojos negros. —No —dijo sorprendentemente—. No puedo destruirle. No aún. Es cuanto puedo decirle. ¡Váyase..., y hasta nuestro encuentro supremo! Caminé hacia la salida. Sus palabras rebotaban en los huecos ámbitos de mi cráneo, como una voz repetida por el eco: «No puedo destruirle. No aún... No puedo destruirle. No aún...» ¿Qué había querido decir con eso? ¿Qué oculto significado tenía que yo fuese respetado por el hombre que se llamaba a sí mismo vástago de Satán, y heredero de su perversidad suprema? Su mano, cuando la oprimí, al salir, era fría y seca. Nada de fuego ni de llamas. Ni olor a azufre, ni sortilegios o rostros de súcubos danzando en torno nuestro. Todo tan normal, tan sencillo, que producía escalofríos.
  • 20. 79 Se mordió los labios para no gritar. Casi de repente, pareció tomar conciencia de su situación. —Pero, ¿qué diablos pretenden hacer conmigo? ¿Es que se han vuelto locos? Por el amor de Dios, suéltenme... La voz de la falsa condesa resonó como la de una tigresa en el paroxismo de su furor: —¡Mata! ¡Mata! El hacha describió una curva centelleante y su filo cayó sobre la garganta humana. Primero se oyó un leve ruido de huesos seccionados; luego, el seco golpe del mortífero instrumento al chocar contra el tajo. Entonces, la cabeza humana saltó por los aires. El tronco decapitado se convulsionó violentísimamente durante unos segundos, mientras torrentes de rojo líquido brotaban de la espantosa herida. Empezó a saltar y a botar, a la vez que reía como un loco. —¡Ji, ji...!
  • 21. 80 Tal y como esperaba, su encuentro cara a cara con la figura de flotante manto negro, se produjo al borde del marjal, una vez salvado éste, y entre fantasmales matojos. —¡Al fin! —aulló—. ¡Quisiera ver tu rostro, maldito monstruo asesino! Fue una imprecación rabiosa, casi instintiva, dictada por su odio, por su furia contra quien consideraba enemigo mortal, tras ver destrozada en un mar de sangre a su amada. Pero lo cierto es que vio logrado su propósito, de modo insólito y brusco. Vio el rastro de su perseguido. Y más le valiera no haberlo visto. Jamás en su vida contempló horror más grande. Estuvo seguro de que era una harpía, una bruja auténtica, llegada desde los infiernos. Solamente a una súcuba monstruosa podía corresponder aquella faz diabólica, convulsa, purulenta, de ojos inyectados en sangre, y rue al mismo tiempo de revolverse hacia él, en un movimiento violento de su cabeza, que hizo agitar la crespa melena oscura, reveló entre los pliegues del manto oscuro unas garras monstruosas, de curvadas uñas aceradas, silladas y goteantes de sangre fresca, humana, reciente...
  • 22. 81 —Señor, nos hemos perdido. Esto no me gusta nada. —No estarás asustado, ¿verdad? —sonrió lord Morggine. —Un poco, señor —reconoció Richard—. Desde que he visto la tétrica silueta del castillo... —¿Qué castillo? —preguntó, alzando la mirada. —Ese... —extendió el brazo, señalándolo allá, a lo lejos, sobre una pequeña colina. —No le veo nada de tétrico —comentó lord Morggine—. Sólo son los restos de un castillo... —Por lo visto, señor, usted no sabe la leyenda que tiene... ¡Oh, señor! —se santiguó—. ¡Dios nos libre de llegar hasta allí! —Pero, bueno —se impacientó lord Morggine— dime de una vez qué pasa con esa leyenda. —Si el señor no ha de asustarse, por mí... —pero titubeó. —¡Qué cosas tienes! —se echó a reír—. ¿Asustarme yo por esta tontería? ¿Por quién me has tomado? —Perdóneme el señor... —y tras respirar hondo—: Pues verá, se dice que todos los moradores del castillo fueron siempre jorobados…
  • 23. 82 Los sótanos rezumaban humedad. Las paredes de grandes bloques de piedra estaban cubiertas de un viscoso verdín que en algunos lugares del suelo crecía también convirtiéndolo en una pista resbaladiza y peligrosa. Con la obscuridad absoluta, nadie hubiera podido orientarse en aquel laberinto de pasillos, mazmorras y antros sombríos que en una época remota albergaron todos los horrores del infierno. Sólo en lo que fuera sala de tortura, repleta de siniestros artefactos delatores de una increíble crueldad, un ventanuco enrejado que se abría a ras de techo dejaba entrar un pálido resplandor de luz de luna. El resplandor mostraba los contornos de los aparatos de tortura, las rejas de unas mazmorras labradas en la roca viva y la pétrea solidez de los muros. Fue en ese antro donde sonó un sordo crujido y luego otro. Era un retumbar extraño, como si alguien estuviera escarbando al otro lado de la roca. A intervalos cada vez más cortos incluso parecía que de ella brotara una voz ronca, un balbuceo bronco que acompañaba al incesante crujido de la piedra…
  • 24. 83 —Necesito tu dinero. Tú me estorbas, ¿lo entiendes? Me estorbas, y deseo verte muerta. Muerta, ¿has entendido? Repítelo tú misma si entendiste. ¡Repítelo! —Sí... Muer...ta... Era una dócil repetición, casi patética, con una voz débil y sin voluntad, brotando de aquel cuerpo virtualmente inconsciente, incapaz de reacción propia de ninguna especie. Era un hermoso y triste muñeco, accionado por una sutil, malévola voluntad infinitamente superior a la suya, y que mantenía a su víctima dominada, poseída por su singular poder mental al servicio, sin duda, de una idea perversa y oscura. —Bien, veo que lo entiendes perfectamente, querida —hubo una mueca sardónica en sus labios, que dejaron asomar los cuidados dientes—. Ahora, escucha esto: debes morir para serme útil. Morir por ti misma, claro está. Matarte yo, sería un grave error. Para eso necesito deshacerme de ti inteligentemente. Ahora, un médico sabe que te encuentras enferma. Sabe que has de viajar en malas condiciones. Moralmente, me acusarán de responsabilidad en tu muerte, por obligarte a viajar. Pero sólo eso. El suicidio será sin lugar a dudas. ¿Lo entiendes, cariño? El suicidio, he dicho. Suicidio... Sí, cariño. Vas a matarte tú. Y de modo claro, ante testigos incluso. Te matarás delante de testigos que lo confirmen luego. No lo olvides. Yo te diré, en la próxima sesión, cuándo y cómo debes matarte. Responde si entendiste bien. ¡Responde! —Entendí... bien. Debo... matarme... Me... me mataré... delante de testigos... cuando tú lo digas...
  • 25. 84 —Señora, un médico, seguramente, podrá curarla —dijo. —No..., ya... es tar...de... Su voz se hizo opaca, casi ininteligible. Algo saltó de su boca, rebotó un par de veces contra la mesa y cayó al suelo. Malone bajó la mirada instintivamente. Estupefacto, vio que se trataba de un diente. Volvió los ojos al rostro de la mujer: no había sangre en su boca. Un enorme pedazo de carne del brazo izquierdo empezó a desprenderse, convirtiéndose rapidísimamente en un líquido espeso, repugnante, que despedía un olor insufrible. Sus facciones desaparecieron; era como si se tratase de una estatua de cera, sometida a un calor intensísimo. Ella permanecía inmóvil. Ya no respiraba. El bello pecho de la joven se convirtió en una sustancia de aspecto indescriptible. Parte de sus cabellos se desprendieron. Sopló una leve brisa y los esparció por doquier. Malone estaba aterrado. Aquella mujer se deshacía ante sus ojos y, sin embargo, nadie parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. De repente, su cabeza, casi completamente descarnada, sin la mayor parte de su cabello, se desprendió del tronco y cayó al suelo. Rebotó lúgubremente unas cuantas veces y luego, por la leve pendiente del suelo, rodó hasta el borde de la piscina…
  • 26. 85 No podía ni moverse. Eran como garfios de hierro los brazos que la sujetaban. Además, eran tres contra ella. —¿Qué pretenden hacer conmigo? —y, llena de espanto, se había echado a llorar—. ¿Para qué hacen ese agujero? —Vamos a enterrarte... Pero te daré a elegir… ¿Prefieres cabeza abajo o cabeza arriba? —¡No! ¡No! —gimoteó—. ¡Yo no he hecho nada! ¡Yo no quiero morir! ¡No quiero! El agujero, de unos dos metros de profundidad, pronto estuvo hecho. Por lo visto, tenían práctica en tales menesteres. —Bien, ¿estás dispuesta...? —Parecía recrearse, o algo muy parecido, en aquel aterrador placer. —¡No! ¡No...! —y luchaba desesperadamente, con todas sus fuerzas, pero sin conseguir absolutamente nada. —Lo dicho, puedes elegir... Cabeza abajo o arriba... Lo que quieras... No voy a discutirte el gusto... —¡No! ¡Noooo...! La arrastraron hacia el agujero, dispuestos a echarla cabeza abajo. Ya, incluso, su cara y sus hombros se hundieron parcialmente en el vacío. Pero entonces gritó, enloquecida de terror: —¡Cabeza arriba! Prefiero cabeza arriba... La sacaron de allí y, dándole media vuelta, le colocaron las piernas en el agujero. Luego la soltaron, sin más. Ella alzó sus brazos, y sus manos, crispadas, no llegaron hasta el borde del agujero. Le faltaban casi dos palmos. En eso, cayó ya la primera palada de tierra. Luego, la segunda. Después, la tercera...
  • 27. 86 Y entonces, por primera vez en su vida, estuvo seguro de que se había vuelto loco. Y gritó y el tubo casi se le escapó de la boca y engulló agua salada y cayó de rodillas. Porque sólo a un loco podría ocurrírsele estar viendo el horrible cadáver. Debido a sus bruscos movimientos, la arena y el limo del fondo habían levantado como una nube que fue posándose poco a poco. Temblaba, los dientes le castañeteaban, y sin embargo era incapaz de moverse. Necesitaba volver a verlo, asegurarse. Vio unos tobillos sujetos por una cuerda... la misma cuerda. Y una piedra atada a ella. La misma, piedra. Repentinamente ansió no haberse sumergido. No haber descendido a las profundidades de la muerte y pataleó desesperadamente para elevarse. Era como estar atrapado en un torbellino horrible que no tuviera fin. Un torbellino monstruoso que no podía comprender y del que era incapaz de librarse.
  • 28. 87 —¿Qué te pasa? ¿Te ha tocado el corazón? ¿O es que te has enamorado de ella? —La conozco hace sólo unas horas. Pero creo que es una muchacha que merece ser ayudada. Busca a su madre, eso es todo. —Eso está muy a tono con el aire de melodrama que rodea todo el caso. Tú buscas a Dolly Doll, yo busco a un asesino relacionado con el recuerdo de Dolly Doll... y tu joven amiga busca a la rival más encarnizada de Dolly Doll, porque era su madre. Al mismo tiempo, su compañera de apartamento es atacada por alguien con unas tijeras, estando a punto de morir. ¿Qué te parece el cuadro? —Horrible. Y oscuro. No tiene sentido…
  • 29. 88 Los dos chicos estaban apoyados negligentemente en la pared, cuando la anciana se detuvo frente a ellos y les miró con fijeza. —Jovencitos —dijo la mujer—, si están pensando en atracar el Banco del otro lado de la calle, será mejor que lo dejen. La muerte les espera caso de que intenten un disparate semejante. Los muchachos respingaron. Vestían descuidadamente, aunque no con ropas sucias, y debajo de sus respectivas chaquetas llevaban sendos revólveres calibre 38, que se habían agenciado especialmente para la ocasión.…
  • 30. 89 Una línea sombría cruzaba su rostro a pesar del maravilloso paisaje que se divisaba más allá de la ventana. No podía evitarlo; desde que emprendió aquel viaje se sentía rodeada de muerte. Y eso que no sabía que la muerte acababa de golpear ya. No sabía que otro hombre había volado al vacío antes de entrar para siempre en el Más Allá. Ignoraba que en este momento, desde el infinito, quizá sus ojos la estaban mirando.
  • 31. 90 No eran demasiado creyentes. Ni yo tampoco. Sin embargo, vi persignarse a Roger, mientras seguía mis instrucciones. Yvonne acarició mecánicamente la cruz de plata que colgaba de su cuello, sobre su juvenil escote, proyectando la sombra encima del seno izquierdo. Yo mismo hubiera deseado tener en ese momento un crucifijo conmigo. Y ajos. Y muérdago. Y, tal vez, una estaca de madera bien puntiaguda, para actuar como Van Helsing o Jonathan Harker en el relato de Stoker... Porque voy a ser sincero ahora, cuando estoy a punto de penetrar en ese recinto lóbrego, maloliente y misterioso, situado más allá de la tumba de la condesa Drácula: espero hallarme con su joven hijo, el conde Drácula Vlad, biznieto del Empalador. Es decir: espero hallarme con un No-Muerto. Con un vampiro.