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SOCIEDAD
Treinta años esperando un bebé
Un pueblo de la montaña de Lugo celebra el nacimiento de Clara tras casi tres décadas en las que solo
hubo entierros y un éxodo masivo a Barcelona y Suiza
SILVIA R. PONTEVEDRA Folgoso do Courel 7 DIC 2012 - 21:02 CET 32
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Ha nacido Clara. La última vez que los
vecinos de Froxán pudieron anunciar
un hecho semejante fue cuando vino
al mundo Javier, el pequeño de la
Casa de Río, hace ya casi 27 años. El
nacimiento de la niña, el pasado día
23, es, de verdad, la noticia del siglo
en este valle de O Courel de casas
apiñadas, encaramadas a la ladera
como los jubilados se arriman a la
cocina de hierro para atravesar los
meses de nieve. En el XXI no se
recuerdan acontecimientos más
grandes: el pueblo medieval, con
medio centenar de viviendas
Susana Castro con su hija Clara en brazos. / XURXO LOBATO
conservadas en buen o razonable
estado, fue declarado por la Xunta
Bien de Interés Cultural (BIC) en 2007 por su valor etnográfico. Se pavimentaron las calles y
se instaló un elemental alumbrado público, pero ser BIC no le valió de gran cosa a la
localidad. Poco antes, Susana Costa (administrativa), y Toño Visuña (soldador primero y
cocinero del Real Club Marítimo de Barcelona después), abandonaron Cataluña y abrieron un
alojamiento de turismo rural, A Casa da Aira, que puso el nombre de Froxán (y su Fonte do
Milagro) en los mapas turísticos y los suplementos de viajes. Traían con ellos un bebé,
Arnau, nacido en El Vallés, y fue el propio Arnau, que ahora tiene ocho años, el que decidió
que su hermana, esa niña destinada a traer la luz al pueblo, se llamase Clara.
El municipio lucense de Folgoso do Courel, tesoro de biodiversidad, se va apagando con
cada muerte, con cada partida, al tiempo que espera que algún día la Administración gallega
cumpla su palabra y lo declare parque natural. Pero mientras lo dicho es mera promesa, los
cráteres de las pizarreras son cada vez más hondos y sus escombros ciegan los ríos. En los
setenta eran más de 3.600 habitantes y hoy son menos de 1.200 en todo el ayuntamiento (25
de ellos, en Froxán). Hay años en los que no nace un niño, y aunque aquí los ancianos son
longevos, van cayendo del padrón como las hojas de los castaños.
El éxodo ha sido masivo. Según la aldea a la que perteneciesen, los jóvenes huyeron
mayoritariamente a Suiza, a Barcelona o a Madrid. Con la crisis, los primeros no han vuelto.
Los que están regresando son los que emigraron dentro de España, o quizás ya sus
descendientes. Toño había marchado de aquí a los 18 años. Él era de un enclave, A
Pendella, hoy prácticamente derrumbado. La abuela de Susana (que ya nació en Barcelona),
de los prados de A Campa, engullidos hace décadas por la empresa pizarrera más poderosa
del mundo.
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En agosto, y esta es la segunda mejor noticia que conoció Froxán en mucho tiempo, llegaron
al pueblo, procedentes de Tarragona, David Rodríguez (arquitecto) y Sonia García
(administrativa), padres de Victoria, una niña de tres años, y Adriana, de 19 meses. El único
vínculo con este valle del río Lor era una casa vieja. El derrumbe de la España del ladrillo
obligó a David a cerrar el estudio y Sonia pidió el finiquito en cuanto avistó negros nubarrones
en su empresa. Arreglaron la vivienda de Froxán en la que se había criado la abuela de él
(ella es de Jaén), y desde que arribaron la vida les parece mejor. A David le surgen trabajos
en un municipio próspero en ilegalidades urbanísticas y ruinas a buen precio por rehabilitar.
“Yo no digo ‘por desgracia’; digo ‘por suerte cerramos el estudio’. Ni digo ‘por culpa’ de la
crisis, sino ‘gracias’ a ella”, comenta el arquitecto, cuando se le pregunta por el vuelco que ha
dado su vida. Aquí las niñas no tienen parque infantil, pero pueden jugar al escondite en la
barriga hueca de un árbol centenario.
La mayor empezará a ir al colegio, el único, en Seoane do Courel, el próximo curso. Se
sumará a los ocho niños de Infantil a los que la Xunta les niega aula y profesores en su afán
de recortar, sentenciando a muerte la Galicia despoblada. En el centro, que además perdió la
profesora de Ciencias este año, hay Primaria y Secundaria, pero ninguno de los grupos de
edad es tan numeroso como el que componen los alumnos de Infantil. Para que los
pequeños no tengan que marchar a un colegio de otro municipio, los profesores, militantes
del espíritu de supervivencia de la montaña, se han organizado para educar en Seoane a los
menores de seis años. Son docentes de niveles superiores que dan Infantil por amor al arte.
Los niños de todos los cursos, una treintena en total, juegan siempre juntos. Todos son
amigos.
Y en esta familia de 30, hay cierta variedad. Hijos de autónomos que montaron pequeños
negocios relacionados con la hostelería y el turismo; o de trabajadores en activo de las
canteras; o de pensionistas de 40 años, que se jubilaron de las pizarreras, enfermos de
silicosis; o de soñadores que recalaron aquí buscando un mundo mejor y agua sin sabor a
cloro. En O Courel no hay muchas más alternativas laborales: los trabajos forestales que
encargan las diversas Administraciones recaen siempre en grandes empresas de fuera que
traen con ellas personal de Centroeuropa a bajo precio.
Tegra ya ha cumplido tres años y va al colegio todos los días vestida como una princesa. A
ella le correspondió en 2009 un papel aún más complicado que el que le toca ahora a Clara
de Froxán. Si Clara es la primera criatura que ve la luz en el pueblo protegido después de
tanto tiempo, Tegra llenó de olor a bebé un pueblo fantasma. El último habitante de Hórreos
hizo las maletas incluso antes de que naciese Javier de la Casa de Río, el penúltimo hijo de
Froxán. Hórreos era cabecera parroquial, un pueblo grande de casas robustas, con iglesia,
camposanto y una fuente para todos que dejó de ser generosa. Coincidió que se adueñó de
aquellos montes el Icona y que sus ingenieros se empecinaron en infestarlo todo de pinos.
Prohibieron a los vecinos dejar suelto el ganado y, con la excusa de que las cabras se
comían los retoños de los árboles del Estado, los guardas forestales se cebaron a multas
con el pueblo. Al final no quedó nadie. Y Hórreos desapareció incluso de la señalización vial.
Tegra es la única niña de Durante 30 años, el pueblo fue destruido por una suerte de turismo
Hórreos, la población okupa. En sucesivas oleadas acogió todo un catálogo de tribus
urbanas y aquello acabó como el rosario de la aurora. Todos los
fantasma que mató el Icona
vecinos de O Courel se saben esa historia del caballo de Segundo,
un animal pacífico que comía manzanas de la mano y que un grupo
de indeseables sacrificó en lo que aquí se interpretó como un rito satánico. Apareció abierto
en canal y sin corazón sobre una cama, en una de las mejores casas de Hórreos.
Hace cuatro años, Pilar Veiga y Pedro Romeo, profesora de Lugo y músico de A Estrada, se
prendaron del lugar, indagaron hasta encontrar, en Ponferrada, a los propietarios de uno de
los inmuebles en ruinas, y los convencieron para que se lo vendiesen por 6.000 euros.
Querían ser cabreros, devolver a Hórreos ese ganado perseguido por la autoridad. Acababan
de reponer la cubierta de la casa cuando nació Tegra. Después, al menos un par de familias,
una de Madrid, otra de Vigo, tantearon la posibilidad de comprar sendas casas en el pueblo,
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