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Los desafíos de
la transición
Aldo Casas
Los desafíos de la transición : socialismo desde abajo
y poder popular . - 1a ed. - Buenos Aires : El Colectivo;
Herramienta, 2011.
112 p. ; 20x14 cm.
ISBN 978-987-1497-43-0
1. Teorías Políticas. 2. Socialismo. I. Título.
CDD 320.5
Los desafíos de la transición
Socialismo desde abajo y poder popular
Aldo Casas
Colección Cascotazos
Editorial El Colectivo y Ediciones Herramienta, Buenos Aires, Argentina
Arte de tapa: Florencia Vespignani - Alejandra Andreone
Diseño de interior: Gráfica del Parque
Corrección: Miguel Vedda
Editorial El Colectivo
editorialelcolectivo@gmail.com - www.editorialelcolectivo.org
Ediciones Herramienta
Av. Rivadavia 3772 – 1/B – (C1204AAP), Buenos Aires, Argentina
Tel. (+5411) 4982-4146. revista@herramienta.com.ar /
www.herramienta.com.ar
ISBN: 978-987-1497-43-0
Printed in Argentina
Impreso en la Argentina, agosto de 201
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Fecha de catalogación: 26/07/2011
ALDO CASAS
Los desafíos de
la transición
Socialismo desde abajo y
poder popular
7
Índice
Prólogo 9
Capítulo 1
La crisis actual y el desafío
de la transición 13
Capítulo 2
Transición en las ideas y la teoría:
desarrollar un pensamiento crítico
y plebeyo 21
Capítulo 3
Transición en política: otra política
y otra manera de hacer política 35
Capítulo 4
Transición socialista y autoemancipación 67
Bibliografía 91
Epílogo de Miguel Vedda 95
Epílogo de Omar Acha 103
Este texto intenta trasmitir experiencias, saberes
y opiniones que exceden lo personal, porque surgen
de luchas compartidas con muchas y muchos. Después
de un breve pasaje por la juventud comunista, a prin-
cipios de los años sesenta, ingresé en 1965 al Partido
Revolucionario de los Trabajadores y viví logros, frus-
traciones e invalorables experiencias de millares de
luchadores anticapitalistas y antiburocráticos: en el
PRT-La Verdad, luego en el Partido Socialista de los
Trabajadores y en el Movimiento Al Socialismo. La
militancia internacionalista me llevó a compartir
esfuerzos con compañeros de otros países y latitudes:
en Venezuela (1973), en Portugal (1975), en España
(1977), en Francia (1981) e incluso en Polonia (1989) y
participé en innumerables reuniones y debates del
movimiento trotskista internacional. Las experiencias
acumuladas en ese trayecto relativamente extenso no
fueron pocas y creo apreciarlas más y mejor desde
que, autocríticamente, asumí errores e insuficiencias
teóricas en esa larga marcha.
9Presentación N
Prólogo
La implosión del “campo socialista” y la restaura-
ción capitalista en lo que desde el trotskismo
considerábamos “Estados Obreros”, el acelerado ago-
tamiento de los movimientos de liberación nacional en
el llamado “Tercer Mundo”, las sucesivas derrotas del
movimiento obrero organizado y los partidos de
izquierda tanto en los países centrales como en la peri-
feria y, más directamente, la crisis que en los años
noventa estalló y desmanteló al MAS en el momento
mismo en que aparecía como la organización más
fuerte y dinámica de la izquierda argentina, fueron una
seguidilla de acontecimientos imposibles de interpre-
tar sin recuperar una capacidad autocrítica a la que se
oponía la inercia de estructuras partidarias incapaces
de autocuestionarse. Luego, la irrupción popular del 19
y 20 de diciembre de 2001, la crisis orgánica abierta en
el país y la necesidad de participar activamente en el
nuevo ciclo que se iniciaba me alejaron definitiva-
mente1 de lo que había pasado a denominarse “nuevo
MAS” al tiempo que impostaba una ortodoxia paradóji-
camente reñida con lo mejor de la tradición trotskista.
Más en general, diría que la rebelión popular me
empujó a alejarme de la forma Partido (especial-
mente de su variante más difundida en la extrema
izquierda, la sectaria)2 y también de ese “marxismo
de derecha” que “se caracteriza por su adoración del
10 N Los desafíos de la transición
1 En 2002, junto a otros compañeros me reagrupé transito-
riamente en el colectivo “Cimientos”, exploramos la posibilidad
de confluencia con otras organizaciones en el “Encuentro de la
Militancia” y en el año 2007 nos sumamos al Frente Popular Darío
Santillán.
2 Una aguda crítica al partido-secta puede leerse en “Hacia
un nuevo comienzo... por otro camino. La alternativa a la micro-
secta” (Draper, 2001b)
pasado, considera a la teoría marxista completa y
autoreferente, su actitud es defensiva antes que cre-
ativa y propositiva y, finalmente, es intransigente”
(Acha, 2008: 144).
Vuelvo a decir: lo que escribo no es fruto de una elu-
cubración en solitario. Menos ahora, cuando mis opinio-
nes son las de un militante más del Frente Popular Da-
río Santillán (lo que no hace al FPDS responsable de los
errores y limitaciones que el texto contenga). Esta mi-
litancia compartida que me lleva a rechazar prejuicios
y formulaciones dogmáticas, reafirma en cambio una
arraigada convicción: para cambiar el mundo o, mejor
aún, “tomar el cielo por asalto”, es imprescindible re-
valorar y potenciar el impulso del “socialismo desde
abajo”. Se ha escrito, con mucha razón, que
El corazón del socialismo desde abajo es su afirma-
ción de que el socialismo solamente puede ser rea-
lizado a través de la autoemancipación de las masas
activas en movimiento, llegando a él, libremente con
sus propias manos, movilizadas “desde abajo” en una
lucha para hacerse cargo de su propio destino, como
actores (no simplemente como sujetos pacientes) de
esta etapa de la historia (Draper, 2001a).
Cabe agregar que ese corazón ha latido en los
incontables luchadores muchas veces anónimos que,
impulsando el combate autoemancipatorio, nos han
enseñado tanto o más que los libros. A todos ellos
evoco mencionando a Darío Santillán y a Carlos
Fuentealba. A su memoria está dedicado este libro.
Esta presentación restaría incompleta si no anun-
ciara, finalmente, que la obra que se deja en manos
del lector incluye dos epílogos que debo agradecer a
los compañeros y amigos Miguel Vedda y Omar Acha.
11Presentación N
Comenzaré con algunas consideraciones sobre la
actual crisis del sistema capitalista, porque avizorar
su naturaleza y magnitud ayuda a percibir que, ade-
más de enfrentarnos con desafíos y problemas nuevos
o imprevistos, han sido conmovidos o trastocados algu-
nos de los puntos de referencia (materiales, organi-
zativos y conceptuales) que orientaron el combate por
la emancipación social durante el período histórico que
va quedando atrás.
Desde la década de los 80 del siglo pasado, una
ofensiva general del capital rompió las antiguas barre-
ras estatales de regulación social de la producción y
la distribución, buscando imponer su dominio de un
modo más directo a escala planetaria, al mismo
tiempo que se reforzaba el carácter de clase de los
Estados, que viraron de “benefactores” a gendarmes y
garantes de la valorización del capital y el disciplina-
miento del trabajo. El mercado mundial llegó a serlo
efectivamente, con la inclusión de lo que había sido
la Unión Soviética y su esfera de influencia, y la
potente irrupción de India y especialmente de China,
13La crisis actual y el desafío de la transición N
CCaappííttuulloo 11
La crisis actual y el
desafío de la transición
todo lo cual determina nuevos desequilibrios, reglas y
formas de competencia que agudizan la disputa por la
plusvalía entre las diversas fracciones más o menos
transnacionales del gran capital. A otro nivel, el arro-
gante “unilateralismo” asumido por los Estados Unidos
tras la implosión del bloque soviético, generó explosi-
vas tensiones, una creciente militarización y la
reformulación de la estrategia norteamericana hasta
incluir la guerra global “contra el terrorismo” como
instrumento de política internacional.
Al comenzar este ciclo, Margaret Thatcher había
proclamado el triunfo irreversible del capitalismo con
una frase célebre: “No hay alternativa”; y un ideólogo
del Norte, con aires de filósofo, dictaminó que se ha-
bía llegado al “fin de la Historia”. Pero casi al mismo
tiempo, colocándose en las antípodas de semejantes
vaticinios, István Mészáros escribió Más allá del capi-
tal,1 una obra a la que me referiré repetidas veces. En
este libro se sostenía ya entonces, documentada y ex-
haustivamente, que lo que estaba comenzando era en
realidad “la crisis estructural del capital” que, en su
despliegue, amenazaría las posibilidades de supervi-
vencia de la humanidad. Esto es lo que está ocu-
rriendo y a lo cual nos enfrentamos. Precisamente por
ello, la discusión sobre la naturaleza, alcance y posi-
bles desarrollos de una crisis ahora inocultable se re-
fracta en múltiples debates, atendiendo a sus muchas
14 N Los desafíos de la transición
1 Más allá del Capital. Hacia una teoría de la transición es
un voluminoso tratado que en su versión en castellano tiene 1.154
páginas. En 1995 fue publicado en idioma inglés (en Gran Bretaña
y en los Estados Unidos), luego fue traducido y editado en Brasil
por Editorial Boitempo, una traducción al castellano fue lanzada
en Venezuela por Vadell Hermanos editores en el año 2001, y acaba
de editarse una nueva versión en Bolivia.
facetas: crisis financiera, crisis de sobreproducción y
sobreacumulación mundial, crisis alimentaria, crisis
energética, crisis geopolítico-militar, crisis tecnoló-
gica, crisis ambiental y urbana, crisis de hegemonía en
el sistema-mundo capitalista, crisis civilizatoria... A
los efectos de esta introducción, me permito agrupar
tal diversidad de cuestiones en tres grandes grupos o
vertientes: la crisis económica sistémica, la crisis eco-
lógico-ambiental y la crisis civilizatoria. En realidad,
más que tres caras de un objeto único, son tres crisis
que, en su despliegue planetario, convergen y se en-
trelazan: cada una tiene características y ritmos pro-
pios, pero que al mismo tiempo se potencian y modi-
fican mutuamente.
Con respecto a la crisis económica, lo primero que
se debe decir es que no se trata (solo) de una más de
las “crisis cíclicas” con que el capitalismo periódica-
mente enfrenta sus contradicciones para recobrar
fuerza y dinamismo, incrementando la concentración
del capital, intensificando la explotación y extendién-
dolas a nuevas regiones del planeta y nuevas áreas
de la actividad social. Estamos ahora ante una cri-
sis sistémica (tal vez la tercera gran crisis sistémi-
ca en la historia del capitalismo mundial): afecta
todos los niveles del orden del capital y, por prime-
ra vez, a una escala efectivamente planetaria. Se
trata de una crisis de larga duración y en pleno desa-
rrollo, como lo evidencian la desocupación en los
Estados Unidos y especialmente el brutal agravamien-
to de la crisis en la Unión Europea. Pero el marco es
siempre la economía mundializada. La sobreacumu-
lación de capacidades de producción está acompaña-
da por una inmensa acumulación de capital ficticio,
con el cual una fracción muy poderosa del gran capital
15La crisis actual y el desafío de la transición N
quiere hacer valer su derecho a succionar parte signi-
ficativa del valor y plusvalor generados en el mundo.
La crisis comenzó en la esfera financiera y, en este sen-
tido, podemos decir que es la crisis del régimen de acu-
mulación de preeminencia financiera montado desde
fines de la década del 80 en respuesta a las falencias
de los sistemas estatales de control y regulación que
habían operado con relativa eficacia luego de la
Segunda Guerra Mundial. Y con el resquebrajamiento
de los mitos, discursos y políticas neoliberales, comien-
za también el fin de la hegemonía mundial no com-
partida de los Estados Unidos de América, que
conserva sin embargo una abrumadora superioridad
militar, todo lo cual genera condiciones para imprede-
cibles transformaciones geopolíticas. Nadie está en
condiciones de vaticinar cómo y cuándo terminará esta
crisis. El discurso de los grandes medios se reduce en
definitiva a sostener que “estamos mal, pero vamos
bien”. En realidad, debería decirse: estamos muy mal,
pero estaremos mucho peor. Y esto vale también para
nuestro país, puesto que, si bien es cierto que el
impacto de la crisis ha sido mucho menor gracias a los
altos precios de las exportaciones agropecuarias, la
otra cara de esto es la profundización de un perfil pro-
ductivo extractivo-agroexportador que lo hace cada
vez más dependiente del mercado mundial y sus fluc-
tuaciones incontrolables. Lo más importante es lo que
más se oculta: asistimos al despliegue del potencial
autodestructivo del capitalismo, en una fase caracte-
rizada por la producción destructiva, la superfluidad,
el desperdicio, la corrosión del trabajo por el desem-
pleo estructural y la precarización, así como por la des-
trucción a escala planetaria de bienes comunes y
equilibrios ecológicos.
16 N Los desafíos de la transición
Esto nos lleva a considerar otra crisis con tempo-
ralidades y cursos aún más imprevisibles que los de la
economía: la crisis ecológica y ambiental, que soca-
va ya las condiciones que posibilitan la reproducción
social de algunos de los pueblos más vulnerables del
planeta y constituye una amenaza inminente a las con-
diciones necesarias para la supervivencia de la huma-
nidad. Isabelle Stengers, historiadora de la ciencia y
epistemóloga, nos advierte que debemos enfrentar lo
que llama “una verdad que perturba”:
La “verdad que perturba” es que la “naturaleza” ha
sido maltratada hasta tal punto, de manera tan extre-
ma, que ella ha comenzado a hacer “intrusión” a una
escala que va a ir en aumento. La cuestión no es
saber que haremos en los tiempos futuros y más pro-
picios del socialismo. Estamos frente a un problema
inmediato. Esta cuestión es profundamente política,
en el sentido de que la vida de centenares de millo-
nes de personas será directamente afectada y muchas
veces amenazada. Porque “la intrusión de Gaia”2 se
produce en el marco de un sistema de explotación
económica y de dominación social, en que el cam-
bio climático es visto por los dominantes por un lado
como fuente de inversiones y ganancias, por el otro
como un problema de mantenimiento del orden,
junto a muchos otros (Chesnais, 2009: 20-21)
Un síntoma de esto es que al terremoto en Haití,
que provocara más de 200.000 muertos y una destruc-
ción material incalculable, los Estados Unidos respon-
dieron desembarcando 15.000 marines (con la venia
17La crisis actual y el desafío de la transición N
2 Según afirma Stengers, extendiendo trabajos anteriores de
James Lovelock y Lynn Margulis “Gaia, ‘planeta viviente’, debe
ser reconocido como un ‘ser’ y no como una sumatoria de proce-
sos” (citado en Chesnais, 2009: 21).
de la ONU y la colaboración de militares brasileños y
argentinos). Se hizo del país desvastado un campo de
entrenamiento militar para la contención y manejo de
masas empobrecidas hasta lo inimaginable. Se entre-
nan en el territorio más pauperizado del continente,
porque se preparan para manejarnos con tales méto-
dos en toda Nuestra América y en el resto del mundo.3
Crisis económica y crisis ecológico-ambiental se
entrelazan y potencian constituyendo un cóctel explo-
sivo que apenas ha comenzado a ser investigado en
profundidad. Pero lo que ya sabemos permite adver-
tir que, con ellas y más allá de ellas, estamos ante
una verdadera crisis civilizatoria. Es la crisis del deve-
nir-mundo del capitalismo y su sistema mundial de
Estados, con la particularidad de que la decadencia
del centro hegemónico (Estados Unidos) coincide o
converge con la declinación más general de toda una
fase civilizatoria occidental-capitalista, impregnada
por el fetichismo de la mercancía y otras fantasma-
gorías (el “crecimiento”, el “progreso”, etcétera). Es
la crisis de modelos de urbanización que amontonan
en condiciones cada vez más insoportables a millones
de hambrientos en megalópolis hostiles a la sociabi-
lidad. Es la catástrofe simbólica y de valores, gene-
radora de una pandemia de padecimientos mentales
y ruptura de los lazos sociales. Crisis que evidencia
y profundiza el carácter sustancialmente depredador
y destructivo de un metabolismo social-económico
modelado por el capital, orientado a la búsqueda ili-
18 N Los desafíos de la transición
3 Un ejemplo elocuente de lo que afirmamos es que la ocu-
pación militar de las favelas de Río de Janeiro ordenada por Lula,
fue realizada por una fuerza de choque adiestrada precisamente
en Haití.
mitada del “crecimiento”, de la ganancia, de la valo-
rización del valor.
Con una notable capacidad de anticipación teóri-
ca, Marx apuntó en 1857: “El mercado mundial cons-
tituye a la vez que el supuesto, el soporte del
conjunto. Las crisis representan entonces el síntoma
general de la superación de [ese] supuesto y el impul-
so a la asunción de una nueva forma histórica” (Marx,
1971b: 163).
Un siglo y medio después, lo que Marx anticipaba
teóricamente se nos presenta como un desafío presen-
te. Todo lo escrito en esta introducción nos lleva a pen-
sar que se está ingresando en una época de transición
o en una transición épocal. Esto implica diversas tran-
siciones o, dicho de otro modo, procesos transiciona-
les en distintos terrenos: a nivel de nuestro bagaje
teórico y conceptual, en el terreno de la lucha y las
construcciones políticas y, sobre todo, en el comple-
jo asunto de la revolución y la transición socialistas.
Como ha dicho recientemente el geógrafo y antropó-
logo marxista David Harvey:
las incertidumbres respecto a las posibles salidas se
acentúan en períodos de crisis. Se abren paso todo
tipo de posibilidades locales, tanto para capitalistas
emergentes en uno u otro nuevo espacio donde pue-
den encontrar la ocasión de enfrentarse a las viejas
hegemonías de clase y de territorio […] como para los
propios movimientos radicales a la hora de confron-
tarse a un poder de clase ya desestabilizado. Decir
que la clase capitalista y el capitalismo pueden
sobrevivir no significa que están predestinados a
ello, ni que esté resuelta la cuestión de su forma futu-
ra. Las crisis son momentos de paradojas y de posi-
bilidades. […] Podría ser que no hubiera soluciones
19La crisis actual y el desafío de la transición N
capitalistas efectivas a largo plazo a esta crisis del capi-
talismo (aparte de una vuelta a las manipulaciones del
capital ficticio). En este estadio, los cambios cuanti-
tativos llevan a deslizamientos cualitativos y hay que
tomarse en serio la idea de que podríamos estar pre-
cisamente en ese punto de inflexión en la historia del
capitalismo. Cuestionar el futuro del capitalismo
como sistema social viable debería estar por tanto en
el centro del debate actual (Harvey, 2010).
20 N Los desafíos de la transición
Si a los avatares de la crisis mundial que hemos
venido considerando se suma un repaso de la carto-
grafía del cambio en Nuestra América, es fácil adver-
tir que estamos ante un inmenso rompecabezas para
armar, un nuevo desafío al que la vieja izquierda no
está en condiciones de responder porque es incapaz
incluso de reconocerlo. Para ayudar a construir o
fabricar respuestas nuevas, es preciso que una nueva
izquierda independizada de moldes partidocráticos se
atreva a desarrollar un pensamiento crítico que, tal
como lo reclamara el peruano José Carlos Mariátegui
para nuestro socialismo, no sea “ni calco ni copia”.
Nuestros recursos teóricos y conceptuales no son
herramientas dadas: debemos concebirlos como instru-
mentos siempre en construcción. Y en discusión.
Para el desarrollo de este pensamiento crítico con-
tinúa siendo imprescindible el aporte del marxismo,
pero es preciso advertir que existen muchos “marxis-
mos”, y que las pretensiones de quienes se creen due-
ños de la verdad porque son capaces de citar El
capital, son ridículas: el propio Marx desautorizó ese
21Transición en las ideas y la teoría N
CCaappííttuulloo 22
Transición en las ideas y
la teoría: desarrollar un
pensamiento crítico
y plebeyo
tipo de pose declarando muchas veces: “no soy mar-
xista”. Ocurre que Marx mismo fue polémico y poli-
fónico, discutió con todos y consigo mismo, y lo que
nos legó es en gran medida un lenguaje: no un idio-
ma muerto, sino una lengua viva que se sigue cons-
truyendo con la critica radical, anticapitalista,
feminista, ecosocialista: un combate en desarrollo,
un horizonte emancipatorio. El marxismo existe como
una multiplicidad de interpretaciones, muchas veces
encontradas. Y entre todas ellas, “mi” interpretación
(una interpretación colectiva, como es obvio) recu-
pera y destaca los trazos gruesos de un marxismo que
no es liberticida sino, más bien, libertario. Y por aña-
didura, “situado”: nuestro marxismo es inequívoca-
mente anticapitalista pero también y al mismo
tiempo está dirigido contra el eurocentrismo y la
colonialidad del poder y del saber1. Incluso autocrí-
ticamente.
El proyecto inconcluso de Marx
El trabajo de Marx fue colosal, se desplegó duran-
te más de cuarenta años, a lo largo de los cuales sus
teorías experimentaron alteraciones y enriquecimien-
tos, en buena medida por la confrontación con las cir-
cunstancias históricas, las experiencias de la lucha de
clases y su íntima convicción de que era inconcebible
la teorización revolucionaria sin un continuado ejer-
22 N Los desafíos de la transición
1 Ver “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América La-
tina” de Aníbal Quijano, en Edgardo Lander (comp.), La colonia-
lidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociale. Perspectivas la-
tinoamericanas. Buenos aires, CLACSO, 2000.
cicio crítico y autocrítico, acorde al “objeto de estu-
dio”, puesto que
Las revoluciones proletarias [...] se critican constan-
temente a sí mismas, se interrumpen continuamente
en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía ter-
minado para comenzarlo de nuevo desde el principio,
se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisio-
nes, de los lados flojos y de la mezquindad de los pri-
meros intentos (Marx, 1972: 20).
En todo caso, su monumental labor teórica y polí-
tica no culminó en una “obra” que pudiera ser consi-
derada más o menos definitiva. Sus libros, los artículos
periodísticos y sobre todo sus anotaciones volcadas en
cuadernos “borradores” que parecen inagotables,2
deben ser considerados más bien como un “obrador”,
una inmensa obra en construcción, con partes termi-
nadas, otras a medio construir y muchas apenas insi-
nuadas, con planos llenos de tachaduras y enmiendas,
con instrumentos conceptuales sólidos y sofisticados
mezclados con otros de dudosa utilidad. Su audaz pro-
yecto crítico quedó inconcluso. Esto implica hacernos
cargo de que la obra de Marx exige una lectura diná-
mica y atenta al hecho de que el mismo tomo I de El
capital (único volumen publicado con la supervisión
del autor), constituye el “avance” de un trabajo en
23Transición en las ideas y la teoría N
2 De hecho, aún hoy se está lejos de haber publicado la tota-
lidad de la obra marxiana. Para que se tenga una idea, vale men-
cionar que la Internationale Marx-Engels Stiftung (IMES, Fundación
Internacional Marx-Engels), formada por instituciones de Holanda,
Alemania y Rusia, que se ha fijado el objetivo de completar la edi-
ción crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (MEGA, en
alemán), estiman lograrlo... en el año 2025.
marcha. Mucho más vale esa advertencia para los
tomos II y III de El capital, o para la Historia crítica
de la teoría de la plusvalía, que son libros armados
(por Friedrich Engels y Karl Kautsky respectivamente)
tras la muerte de Marx y a partir de sus manuscritos.
Manuscritos que eran borradores no solo en el senti-
do de no estar listos para ser enviados a la imprenta,
sino también y sobre todo porque el mismo autor
advirtió expresamente que “En esta abstracción,
todas estas tesis son correctas para la proporción solo
desde el punto de vista que ahora asumimos. Se agre-
garán otras relaciones, que la modificarán conside-
rablemente” (Marx, 1971b: 284).
Este era un de sus principios metodológicos: revi-
sar constantemente las formulaciones y modificarlas
“considerablemente” a medida que la mayor compren-
sión de los cambiantes conjuntos de relaciones per-
mitiera determinar esos conceptos y enriquecer sus
connotaciones. El programa de investigación de Marx
preveía trabajar sobre una multiplicidad de cuestio-
nes que, culminada la labor, serían presentadas en
cinco secciones... Tres de las cuales no llegó a desa-
rrollar: las referidas al Estado, a la división interna-
cional del trabajo y el comercio, y a la conformación
del mercado mundial y las crisis. Esto tiene una tre-
menda importancia, puesto que “Se suponía que esta
última ‘quinta sección’ analizaría el mercado mundial
como el marco dentro del cual la ‘totalidad de los
momentos’ se torna visible junto con la ‘totalidad de
las contradicciones’, por cuanto entran en juego bajo
la forma de crisis en una escala global” (Mészáros,
2001: 491).
Cuestiones teóricas y políticas tan importantes
como la relación entre el antagonismo de clase y las
24 N Los desafíos de la transición
luchas políticas, o del principio de autoemancipación
en tensión con las limitaciones y contradicciones de
las organizaciones obreras existentes, entre otras, fue-
ron abordadas muchas veces y siempre con conoci-
mientos, agudeza y profundidad, pero de manera
fragmentaria o tangencial. Como escribiera hace ya
tiempo Mészáros:
La consecuencia de todo esto es que, por una parte,
un cierto número de proposiciones paradójicas y más
bien ambiguas debieron cerrar la brecha entre la
situación prevaleciente y las anticipaciones históricas
a largo plazo y que, por la otra, en la perspectiva mar-
xista no pudo darse el debido peso a ciertas caracte-
rísticas importantes de la existencia (fragmentada) de
la clase trabajadora (Mészáros, 1985: 83).
Cabe agregar que ni siquiera un genio puede esca-
par completamente al condicionamiento del escena-
rio histórico en que vive; y que, como el mismo Marx
lo advirtiera, incluso en la más radical de las críticas
existe cierta dependencia de lo que se niega. Esto se
tradujo, por ejemplo, en una valoración en gran
medida acrítica del “desarrollo de las fuerzas produc-
tivas” así como en la concepción unilateral de que esa
creciente “productividad” incrementaba las “condicio-
nes materiales de la emancipación”. Finalmente, está
el hecho de que el horizonte político de las previsio-
nes marxianas estaba dominado por la esperanza de
que la expansión del capitalismo desde Europa al con-
junto del mundo a fines del siglo XIX (“el segundo siglo
XVI de la sociedad burguesa”, escribió Marx) termina-
ría con el capitalismo en la tumba, como resultado de
las revoluciones socialistas triunfantes del proletaria-
do en los países desarrollados de Europa. Pero esa
25Transición en las ideas y la teoría N
perspectiva política resultó rotundamente superada
cuando los nuevos desarrollos del capital y sus formas
estatales, alcanzando la “fase imperialista” e impo-
niendo a la humanidad el pesado costo de dos guerras
mundiales, dieron al capital una inesperada capacidad
de supervivencia, logrando incluso, además de profun-
dizar la fragmentación y diferenciación de los traba-
jadores a escala internacional, extender e intensificar
su “doble explotación”: ya no solo como productores,
sino también en cuanto consumidores.
El archipiélago de los mil (y un) marxismos
Lo cierto fue que, contra las previsiones de Marx
(y posteriormente las del mismo Lenin), el sistema
capitalista mundial dio muestras de tal flexibilidad y
resiliencia3 que, a lo largo del siglo XX , fue capaz de
impulsar la expansión global del capital y de asimilar
los desafíos planteados por las rupturas parciales que
se produjeron en los “eslabones débiles” del capita-
lismo imperialista, y que dieron lugar a la Rusia sovié-
tica tras la Primera Guerra Mundial y, al salir de la
Segunda Guerra, el llamado glacis4 de la Europa del
26 N Los desafíos de la transición
3 La resiliencia es un término que proviene de la física y se
refiere a la capacidad de un material para recobrar su forma des-
pués de haber estado sometido a altas presiones. Fue tomado por
la psicología y otras ciencias para indicar la capacidad de una per-
sona u organismo de superar presiones y dificultades o, incluso,
convertir esos obstáculos en factores dinamizadores de nuevos
desarrollos.
4 Glacis es un término que originalmente designa un terreno
descubierto y levemente inclinado que, rodeando una fortificación,
no ofrece refugio a posibles agresores. Por extensión, el término
Este, y en Asia, la China Popular, seguida por Corea
del Norte y Vietnam del Norte.
Esta capacidad de supervivencia y expansión del
capitalismo, completamente imprevista, tuvo efectos
destructivos en las organizaciones obreras, en el movi-
miento socialista internacional y en los procesos de libe-
ración nacional del mundo colonial. Lo que comenzó
como reparto del mundo en zonas de influencia y “coe-
xistencia pacífica”, derivó en derrotas, descomposición
y capitulación. Y su correlato, en el terreno de las ideas:
un generalizado repudio “al marxismo” tal y como había
sido asumido por parte de amplísimas franjas de la inte-
lectualidad y la izquierda institucionales. Los renega-
dos proliferaron y actúan todavía como censores y
celadores que pontifican, desde un discurso “posibilis-
ta”, sobre lo “políticamente correcto”.
Felizmente, esa deriva liquidacionista comenzó a
ser desafiada hacia fines del siglo XX por nuevos apor-
tes y discusiones, conformando lo que el recientemen-
te fallecido marxista francés Daniel Bensaïd denominó
“el archipiélago de los mil (y un) marxismos”, dicien-
do que podría “constituir el tronco común de un pro-
grama de investigación” pero advirtiendo también que
este “solamente tiene realmente futuro si, en lugar
de encerrarse en el ámbito universitario, logra esta-
blecer una relación orgánica con la práctica renova-
da de los movimientos sociales, en particular, con las
resistencias a la mundialización imperialista” (Bensaïd,
2003: 16)
27Transición en las ideas y la teoría N
se utilizó para designar el espacio-tampón conformado y dirigido
por la URSS (las llamadas “Democracias Populares” de la Europa
del Este y el Pacto de Varsovia) tras la Segunda Guerra, a fin de
optimizar la defensa del territorio y el régimen.
En este archipiélago se puede inscribir, con rasgos
originales, nuestro propio intento de asumir los desa-
fíos de la transición en el terreno de las ideas, remo-
viendo anacrónicas ortodoxias y desgarrando el
conformismo posmoderno. Aunque tal vez convenga
aclarar, antes de seguir, que sostener la necesidad de
una renovación y desarrollo del pensamiento crítico no
significa añorar la adormecedora “certidumbre” de la
vieja y adocenada “ortodoxia” marxista, ni puede
entenderse como una búsqueda narcisista de “origi-
nalidad” intelectual o el cultivo de alguna “intransi-
gencia” doctrinaria. Se trata de reconocer y superar
un problema, y con respecto a como hacerlo estoy de
acuerdo con Michael Löwy cuando escribe:
¿Cómo corregir [...] las numerosas lagunas, limitacio-
nes e insuficiencias de Marx y de la tradición mar-
xista? Por medio de un comportamiento abierto, una
disposición a aprender y enriquecerse con las críti-
cas y los aportes provenientes de otros sectores —y,
en primer lugar, de los movimientos sociales, “clá-
sicos”, como los movimientos obreros y campesinos,
o nuevos, como la ecología, el feminismo, los movi-
miento para la defensa de los derechos del hombre
o para la liberación de los pueblos oprimidos, el indi-
genismo, la teología de la liberación—. Pero también
es necesario que los marxistas aprendan a “revisitar”
las otras corrientes socialistas y emancipadoras —inclu-
yendo las que Marx y Engels ya habían “refutado”—
cuyas intuiciones, ausentes o poco desarrolladas en
el “socialismo científico”, a menudo se revelaron
fecundas: los socialismos y feminismos “utópicos” del
siglo XIX [...], los socialismos libertarios (anarquis-
tas o anarcosindicalista) y, en particular, lo que yo
llamaría los socialistas románticos, los más críticos
28 N Los desafíos de la transición
en relación con las ilusiones del progreso [...] final-
mente, la renovación crítica del marxismo exige tam-
bién su enriquecimiento por medio de las formas más
avanzadas y más productivas del pensamiento no
marxista [...], así como la consideración de los
resultados limitados pero a menudo útiles de las
diversas ramas de la ciencia social universitaria
(Löwy, 2010: 16-17).
Teoría revolucionaria, no doctrinaria
Creo que el desarrollo del pensamiento crítico no
debe ser concebido como tarea de una “escuela” más
o menos exclusiva. Crecerá con opiniones diversas y
muchas veces encontradas. Un modesto ejemplo de
que es posible hacerlo lo da la trayectoria de una
publicación en la que tengo el privilegio de participar
desde su fundación: Herramienta. Revista de debate
y crítica marxista. En 1996, la presentamos como “una
revista abierta a diversos aportes del pensamiento
marxista o que aun sin provenir del marxismo propon-
ga respuestas fundadas a los problemas que enfrenta-
mos” (Herramienta 1, 2006: 4). Y diez años después
pude escribir:
el colectivo que de hecho se viene conformando con
decenas de colaboradores argentinos, latinoamerica-
nos, estadounidenses y europeos que —desde muy
diversas disciplinas y tradiciones teórico políticas—
convergen en Herramienta es, tal vez, el resultado
más promisorio del camino recorrido. Representa una
plataforma para pensar y asumir nuevos y más auda-
ces proyectos, buscando en todo caso conservar e
incrementar la diversidad temática, la riqueza de
29Transición en las ideas y la teoría N
enfoques y la convergencia de trabajo con distintos
“registros” en esta revista un tanto insólita, que se
diferencia de la chatura dogmática y consignista de
tantas publicaciones de izquierda, y simultáneamen-
te rompe los límites políticos y cánones ‘disciplina-
rios’ de las producciones académicas [...] hemos ido
tejiendo una red de relaciones teóricas, políticas y
humanas que existe y se extiende porque, indepen-
dientemente de discrepancias y discusiones más o
menos fuertes, se valora la comunidad del esfuerzo
digno, solidario y comprometido con todas las expe-
riencias emancipatorias colectivas. Es una construc-
ción que nos supera y desborda, en la medida misma
en que, así, nuestro colectivo se articula e integra con
otras publicaciones y múltiples emprendimientos teó-
rico-político-culturales, tratando en todos los casos
de aprender y aportar (Casas, 2006: 9, 11).
Quiero destacar ahora que esa necesidad de un
comportamiento abierto que recomienda Löwy y
ejemplifico apelando a la experiencia de un colecti-
vo editorial teórico-político, es asumida y practicada
en términos aún más audaces por el Frente Popular
Darío Santillán. A partir de la convicción de que “las
ideas políticas correctas no se deducen lógicamente
de premisas generales sino que se construyen en el
tiempo”, en uno de sus documentos de trabajo se
explicita que
el FPDS se construye desde una definición movimien-
tista en lo ideológico. Esto significaba que se constru-
ye desde definiciones básicas como el anticapitalismo,
el antiimperialismo y su apuesta al socialismo.
Posteriormente agregará el antipatriarcado. Pero no
asume una identidad ideológica cerrada sino que con-
30 N Los desafíos de la transición
tiene militantes de diversas procedencias ideológi-
cas (marxistas de distintas líneas, anarquistas, cris-
tianos de la teología de la liberación, peronistas de
izquierda, feministas, autonomistas) que van proce-
sando la nueva síntesis sin asumirse como tenden-
cias (FPDS, 2010)
Allí se explica además que los tiempos de debate
relativamente extensos que esto implica no fueron
paralizantes:
en una misma organización han convivido posturas
divergentes y se pudieron desarrollar prácticas con-
juntas sin generar divisiones, ni rupturas. Y durante
un [relativamente] largo lapso de tiempo ninguna
posición convirtió en cuestiones de principios estos
debates. Las prácticas no se paralizaron y fueron
orientadas de acuerdo a lo que consensuaba la mayo-
ría. La posibilidad de avanzar hacia una síntesis polí-
tica supone descartar la idea de que algún grupo es
portador de las ideas correctas, justificadas desde
distintos criterios de autoridad. Las ideas correctas
están en el horizonte, en consecuencia presuponen
contemplar las diferencias, aceptar ensayos en un
sentido u otro, y tener mucha paciencia.
Semejante perspectiva es tan necesaria como
polémica, en la medida que refuta la dañina preten-
sión de que, disponiendo del adecuado manejo de una
teoría “científica” podría o debería orientarse la lucha
política, concepción que, de hecho, ha sido una de las
más extendidas y dañinas desviaciones propagadas en
nombre del marxismo. Lo que no deja de ser una nota-
ble paradoja, porque desde sus primeros textos “comu-
nistas” Marx había prevenido contra semejante
31Transición en las ideas y la teoría N
concepción, condenando la idea de que el cambio social
podía ser impulsado por “educadores” colocados por
encima del resto de la sociedad y sosteniendo que, por
el contrario: “la coincidencia del cambio de las circuns-
tancias y de la actividad humana o auto cambio solo
puede concebirse y entenderse racionalmente como
práctica revolucionaria” (Marx, 1975: 665-666).5
Marx fue un teórico y polemista implacable, pero
de ninguna manera un “doctrinario”, y por eso en el
famoso Manifiesto escribió que los comunistas “no sos-
tienen principios particulares, de acuerdo con los cua-
les se proponen modelar el movimiento proletario”. Y
para que no quedaran dudas acerca de lo que preten-
día decir agregó poco más adelante:
Las consignas teóricas de los comunistas no se basan
de ningún modo en ideas, en principios que hayan
sido inventados o descubiertos por tal o cual refor-
mador del mundo. Son solo expresiones generales de
las circunstancias concretas de una lucha de clases
existente, de un movimiento histórico que se desplie-
ga ante nuestros ojos (Marx, 2008: 41-42)
Por otra parte, precisamente porque Marx no era
un doctrinario y prestaba el máximo de atención a la
“lucha de clases existente”, advertía también que la
revolución contra el orden del capital proponía un paso
32 N Los desafíos de la transición
5 Son muchas y diversas las versiones de las Tesis sobre
Feuerbach entre otras cosas porque a las dificultades de la tra-
ducción se suma la existencia de distintos “originales”: el de Marx
y el de Marx retocado por Engels. En relación a la tesis 3, opta-
mos utilizar la redacción de Marx y mantener el término clave de
autocambio o autotransformación —Selbstveränderung escribe
Marx—, entendiendo que la supresión del mismo modifica sensi-
blemente el contenido.
histórico sin precedentes: “La existencia de una clase
oprimida es la condición vital de toda sociedad fun-
dada en la contradicción de clases. La emancipación
de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la
creación de una sociedad nueva [...] una revolución
total” (Marx, 1987: 137).
Lo que Marx decía es que, dado que el capitalis-
mo nos expropia, nos explota y desvaloriza y tiende a
convertirnos en nada, debemos cambiar todo, y nadie
querrá o podrá hacerlo por nosotros. Y así fue escri-
to en los Estatutos de la Asociación Internacional de
los Trabajadores: “la emancipación de la clase obre-
ra debe ser obra de la clase obrera misma”.
Mutatis mutandis, también en nuestros días la teo-
ría no debe ser doctrinaria sino revolucionaria y esto
implica, especialmente en Nuestra América, prestar el
máximo de atención a la vital irrupción de las clases
subalternas con movimientos y prácticas sociales y
políticas portadoras de una potencia creativa que, más
allá de ambigüedades y contradicciones, contrasta con
la continuada y repetitiva descomposición de los polí-
ticos del sistema, de las izquierdas “institucionales”
y de los “sabihondos” sectarios. Sin idealizar estas
diversificadas experiencias y construcciones, debemos
asumirlas como propias por algo que salta a la vista,
pero resulta invisible para quienes siguen aferrados a
la idea de que la revolución debe ser dirigida “desde
arriba”: no han resuelto los problemas de fondo, pero
han transformado el terreno y los términos en que
dichos problemas se plantean. Constituyen genuinas
aproximaciones a la práctica revolucionaria concebi-
da como “coincidencia del cambio de las circunstan-
cias y de la actividad humana o autocambio” (Marx,
1975: 666).
33Transición en las ideas y la teoría N
El pensamiento crítico debe fusionarse con esta
práctica revolucionaria, si quiere ser capaz de anali-
zar el mundo social con sus prácticas y la manera (alie-
nada) en que los seres humanos se insertan en ellas,
sin conformarse con oponer a la realidad una conde-
na moral abstracta e impotente. No puede haber pro-
cesos de liberación y emancipación sin la construcción
de relaciones sociales que en sí mismas los contengan
y debemos ayudar a la forja de instrumentos intelec-
tuales para una práctica que contribuya a que ese tipo
de nuevas relaciones emerja o se desarrolle. Al mismo
tiempo, es necesario un esfuerzo sistemático apunta-
do a reconocer las limitaciones y aun los obstáculos
que nuestras mismas ideas pueden llegar a represen-
tar para la transformación de la sociedad. Como no
queremos proponer teorías que dominen las prácticas
sociales, nuestra crítica debe ayudar a liberarlas, bus-
cando para establecer con ellas nuevas relaciones.
Debemos aspirar a que el mismo proceso de conoci-
miento se afirme como una relación social que tien-
de a superar el aislamiento, la competencia y la
violencia de las relaciones interindividuales que son
propias del orden del capital.
34 N Los desafíos de la transición
El historiador y ensayista Omar Acha, uno de los
que apuesta y aporta al nacimiento de una nueva gene-
ración intelectual en la Argentina, ha escrito que “El
subdesarrollo del pensamiento político marxista per-
mitió que se introdujeran subrepticiamente elemen-
tos de derecha en su seno. Como no había nociones
sólidas para detectarlos, pasaron desapercibidos”. Y
agrega que cuando Kautsky y Lenin “situaron la estra-
tegia socialista en el terreno político” lo hicieron de
tal modo que
Instituyeron una visión vertical de la política revolu-
cionaria [...] Al depositar la claridad marxista en el
partido, naturalmente con importantes diferencias
entre ambos, sentaron las bases de una expropiación
de la voluntad política de la clase obrera. Instalaron
la noción de un credo marxista que no debía ser
“revisado”. El costo de la ortodoxia marxista [...] fue
alto (Acha, 2008: 137-138).
Creo compartir la crítica formulada por Acha, y ya
volveré sobre las expresiones y consecuencias de ese
35Transición en política N
CCaappííttuulloo 33
Transición en política:
otra política y otra manera
de hacer política
“subdesarrollo del pensamiento político marxista”.
Pero pienso que para superar esa falencia sigue sien-
do necesario partir de la misma crítica marxiana, en
tanto devela los meandros a través de los cuales el
capital (relación social en virtud de la cual el objeto
producido deviene sujeto y comando sobre el produc-
tor) implica la incontrolabilidad de la vida social y
representa una escisión antagónica que produce y
reproduce continuamente la alienación y el fetichismo:
de la mercancía, del dinero, del Estado. Ocupándose
de las cuestiones “económicas” pero escudriñando más
allá de las apariencias, supo advertir que la igualdad
política de los ciudadanos encubría las desigualdades
sustanciales que existen en la sociedad capitalista
“pues el poder político es precisamente la expresión
oficial de la contradicción de clase dentro de la socie-
dad civil” (Marx, 1987: 137). De allí, finalmente, su
comprensión de que la emancipación humana reque-
ría quebrar esa dominación del capital, revolucionan-
do tanto la esfera socioeconómica como el poder
político que, disueltos los antiguos lazos de dependen-
cia personal del feudalismo, se construyó (y se recrea
permanentemente) sobre la base del moderno anta-
gonismo. Partidario de la revolución social, Marx asu-
mió la necesidad de la lucha política sin dejar de
plantear una crítica sustancial a esta. A la idealiza-
ción de la política como supuesto terreno de comuni-
cación y realización humanas, opuso la sólida
convicción de que constituía en realidad una “mala
mediación”: no superación, sino más bien expresión
de limitaciones que, materialmente ancladas en el
antagonismo social, impiden a los hombres realizarse
plenamente como tales. Su teoría de la revolución
como autoemancipación de los explotados en marcha
36 N Los desafíos de la transición
hacia una nueva sociedad (o forma histórica) sigue
siendo un punto de partida ineludible para superar el
subdesarrollo señalado al inicio de este capítulo (y
guarda relación con lo dicho en el anterior capítulo
sobre el carácter inconcluso del proyecto de Marx). Si
tuviera entonces que señalar lo que considero el
núcleo duro (y válido) de la concepción marxista, diría
que la política socialista consiste, siempre y en cada
momento, en asumir y llevar adelante la tarea de res-
tituir o devolverle al cuerpo social los poderes usur-
pados por la política burgués-estatalista: “La política
socialista o sigue la senda que le fijó Marx —del sus-
titucionismo a la restitución— o deja de ser política
socialista y, en vez de ‘autoabolirse’ a su debido tiem-
po, se convierte en autoperpetuación autoritaria”
(Meszáros, 2001: 539).
Hay que rescatar también la concepción de que
la revolución no resulta ni de un determinismo eco-
nómico, ni de un puro voluntarismo político. Es un pro-
ceso que adviene sobre la base de determinadas
condiciones o prerrequisitos objetivos y la acción de
un sujeto colectivo que, con su práctica revoluciona-
ria, apuesta e intenta la transformación revoluciona-
ria tanto de las circunstancias como de la misma gente
que lucha por el cambio.
Insuficiencias y anacronismos
Y sin embargo, como ya se dijo, la teoría de la
revolución y de la política que nos legara Marx resul-
ta en algunos aspectos insuficiente o anacrónica. Y no
solo por los inmensos cambios que se han acumulado
a lo largo de un siglo y medio, sino porque existían en
37Transición en política N
esa elaboración “puntos ciegos”, ambigüedades y expec-
tativas refutadas por la realidad. Me limitaré a señalar
dos, que tuvieron significativas consecuencias políticas.
El primero, tiene que ver con el desarrollo de la
organización y conciencia de los trabajadores. Marx
había advertido ya en el Manifiesto Comunista que la
clase trabajadora, sometida a la explotación de una
multiplicidad de capitales, estaba necesariamente
fragmentada y que las condiciones materiales empu-
jaban a que los trabajadores compitieran entre sí.
Posteriormente, en el curso de su investigación críti-
ca de la economía política, se refirió con más detalle
y profundidad a estas cuestiones y otras estrechamen-
te relacionadas, como la subsunción real del trabajo,
la producción del trabajo abstracto, etcétera.
Paradójicamente, estos progresos teóricos no tuvieron
un correlato en el terreno político. De hecho, se subes-
timó el impacto que el desarrollo de estos mecanis-
mos cada vez más sofisticados tendría a largo plazo
en el desarrollo de la organización (sindical y políti-
ca) de la clase obrera y de su conciencia. Peor aún,
se alentó la confianza en que la creciente concentra-
ción y combinación del capital y el desarrollo de la
gran industria acarreaban, como contrapartida, la ace-
lerada multiplicación de la fuerza, la organización
colectiva y la conciencia de la clase obrera. No ocu-
rrió así. La fragmentación y las desigualdades de los
trabajadores se mantuvieron y agravaron, alentando
así, directa o indirectamente, recurrentes esperanzas
y confianza en el rol “correctivo” del Estado.
Otro error que tuvo consecuencias políticas nega-
tivas fue la caracterización de que el “bonapartismo”,
al estilo de la Segunda República en Francia, consti-
tuía para la clase dominante “la única forma de gobier-
38 N Los desafíos de la transición
no posible” y “la forma última” del poder estatal bur-
gués (Marx, 2003: 63-64). La correlativa suposición fue
que el “parlamentarismo” estaba liquidado. Ocurrió
algo completamente diferente. A fin del siglo XIX y a
lo largo del siglo XX se sucedieron cambios estructu-
rales y en las superestructuras políticas del capitalis-
mo, incluyendo profundas transformaciones del Estado
y del sistema mundial de Estados. En cuanto al parla-
mentarismo, pronto se reveló capaz de apresar entre
sus redes a los partidos obreros de Europa, incluso al
Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, el más fuer-
te del Viejo Continente y supuesto custodio del mar-
xismo. En lugar de sentarse sobre las bayonetas del
ejército y confiar la salvaguarda de sus intereses de
clase al “Estado gendarme”, la burguesía supo afirmar-
se como clase dominante desplegándose también
como clase dirigente, utilizando la cohesión y el con-
senso, desde un Estado que, además de reprimir, edu-
caba y “moralizaba” con sus valores a las clases
subalternas, montando “casamatas” en la sociedad
civil e incluso entre los trabajadores. Pero esto no lo
advirtió Marx, sino el italiano Antonio Gramsci, y
muchos años después. Así pues, Marx señaló objetivos
generales y principios válidos estratégicamente que,
sin embargo, resultan actualmente insuficientes.
Redefinir lo político y las políticas
contra hegemónicas
Urgen desarrollos teóricos y prácticos para preci-
sar aquellas tareas políticas y las mediaciones que per-
mitan afrontar los problemas de la transición.
Felizmente, a pesar y en contra de la revolución con-
39Transición en política N
servadora, existen aportes y discusiones en las que
podemos y debemos apoyarnos. La mexicana Rhina
Roux ha sintetizado muchos debates en un artículo que
considero digno de mención. Sobre las relaciones
entre Estado y política precisa que:
El Estado no es una cosa ni se reduce a los gober-
nantes. No es una sustancia, un sujeto o un ente
externo a la sociedad. El Estado es un proceso rela-
cional: un proceso activo, dinámico, fluido, que se
teje en interacciones recíprocas entre los seres
humanos, que se realiza en el conflicto y en cuya con-
figuración participan también las clases subalternas
[…]. Este momento político del que “brota” la forma-
Estado no es producto del arbitrio ni de un engaño
colectivo. Está anclado, por un lado, en la política:
actividad humana que relaciona a los hombres en
tanto copartícipes de una forma organizada de su
vida en común, de su vida pública (res publica). Está
contenido, por el otro, en la propia dialéctica de la
dominación que, para ser tal, supone al mismo tiem-
po un proceso de negación y reconocimiento del
dominado […]. El Estado es en realidad un proceso
inestable. En su existencia y modo de manifestación,
la forma-Estado expresa el permanente intento de
unificar una sociedad, de suspender el conflicto, de
institucionalizar y domesticar la política. Pero nunca
ese proceso queda fijado, cristalizado. Porque se
trata de un vínculo dinámico entre seres humanos,
la estatización de la vida social está siempre atrave-
sada por el conflicto y desbordada por la política
autónoma de las clases subalternas (Roux, 2002: s/n)
Así, dejando de lado los tan frecuentes abordajes
“metafísicos” del Estado, puede intentarse una rede-
finición radical de lo político. Escribe Roux:
40 N Los desafíos de la transición
La política es un concepto que desborda lo estatal.
La política refiere a esa cualidad específicamente
humana -no presente en ningún otro ser vivo sobre
la tierra: el atributo de la libertad, de la acción
humana orientada a la construcción de las normas
que regulan la convivencia. En contraste con las acti-
vidades orientadas a la reproducción material de la
vida, a la satisfacción de necesidades (producción,
intercambio), la política es el ámbito de la confron-
tación en el que se decide el cómo organizamos,
nosotros —no ellos— nuestra vida colectiva (íd.).
Asumiendo esta perspectiva, es posible dejar de
lado la falsa opción entre los partidarios del politicis-
mo estatalista y aquellos que sostienen una postura
radicalmente antipolítica. Esta superación consiste en
pasar a pensar y proyectar la confrontación política en
términos de otra política:
La lucha contra el capital es una confrontación polí-
tica que, para ser efectiva, debe realizarse con
medios políticos. Ello no significa reducir la activi-
dad política a la participación en elecciones o a la
ocupación de puestos en el aparato estatal (espacios
propios de la política estatal que, por lo demás, son
también utilizados por las clases subalternas para
expresar inconformidad y rebeldía). Significa que la
lucha contra el capital es, sobre todo, una lucha por
construir nuevas reglas de organización de la vida
social: por redefinir las normas que ordenan la con-
vivencia, lo que compete a todos, lo relativo a la res
publica. Esta lucha es, necesariamente, una confron-
tación política […] La lucha contra el nuevo poder
incontrolable del capital global pasa no por una nega-
ción de la política, ni por una apuesta a la pasividad,
sino por una recuperación de la política (íd.).
41Transición en política N
La importancia de esto va mucho más allá de lo
teórico, por cuanto habilita asumir construcciones polí-
ticas de y para los de abajo:
supone también volver la mirada a las múltiples for-
mas que adopta la política autónoma de las clases
subalternas: esa que nutrida en agravios y humilla-
ciones, se construye cotidianamente en la experien-
cia y está anclada en la memoria de luchas, victorias
y derrotas pasadas. […] Esa lucha supone, sí, una dis-
puta por la soberanía: una confrontación en la que
lo que se juega no es la ocupación del aparato admi-
nistrativo del Estado, sino quién decide —y desde qué
principios y con qué fines— las reglas que ordenan la
vida de todos […] Si la lucha contra el capital es una
lucha por la construcción de una nueva forma de rela-
cionalidad social y por la recuperación de la condi-
ción humana, entonces esa lucha es también,
necesariamente, una que supone trascender la poli-
ticidad enajenada: la expropiación por el capital a los
seres humanos [...] del derecho a organizar, contro-
lar y decidir libremente la forma de organización de
su vida social. Es la lucha por la construcción de aque-
llo que Marx, frente a la comunidad ilusoria estatal,
visualizaba como una comunidad real y verdadera:
una asociación política fundada en la libertad, en la
plena realización de la individualidad concreta y en
el reconocimiento recíproco como personas (íd.)
Desafíos para la nueva izquierda
Llegado a este punto, trataré de aportar algunas
consideraciones referidas a la posible construcción de
una nueva izquierda en nuestro país y en el particu-
lar contexto de Nuestra América. Sin perjuicio de esto,
42 N Los desafíos de la transición
cabe comenzar por advertir y asumir que la crisis de
la izquierda viene de lejos y va mucho más allá de las
debilidades y condicionamientos “históricos” de la
izquierda argentina, en sus diversas vertientes. Dicho
de otra manera, los problemas de nuestra izquierda
no pueden ser considerados al margen de los proble-
mas y desafíos más o menos comunes a los que se
enfrentan el conjunto de los trabajadores y sectores
populares, a escala mundial. No se trata solamente de
una relación de fuerzas globalmente desfavorable
que se deriva de una sucesión de pasadas derrotas, sino
de algo característico de esta época transicional: por
un lado, la urgencia de frenar el incremento de la bar-
barie que se deriva de la crisis estructural del capi-
tal; por el otro, la insuficiente preparación política y
teórica de “los de abajo” para combatir al capitalis-
mo de manera efectiva y sostenida.
En nuestro país, como en todo el mundo, las polí-
ticas neoliberales abrieron una brecha inmensa entre
la creciente riqueza acaparada por los explotadores y
las miserias (no solo pobreza) impuestas a la inmensa
mayoría del pueblo. Y si bien a partir del año 2003 la
masa de “desocupados estructurales” se redujo, el
desmantelamiento de las antiguas estructuraciones de
los asalariados (tareas, categorizaciones, convenios,
etcétera) y el salto cualitativo en la degeneración de
las grandes organizaciones sindicales (cuyas cúpulas y
aparatos, por lo demás, ya habían dejado de ser inde-
pendientes mucho antes) han dejado marcas duraderas
en el pueblo trabajador. Además, operan deliberada y
sistemáticamente mecanismos de asimilación y/o dis-
gregación de los movimientos y agrupamientos sociales
conformados en la resistencia al neoliberalismo y/o en
las luchas para enfrentar la crisis de 2001. Continua-
43Transición en política N
mente se tropieza con la arraigada práctica de las
direcciones políticas y sindicales tradicionales apuntada
a desalentar movilizaciones y acciones directas, a afe-
rrarse a reivindicaciones autolimitadas y objetivos
sectoriales, insistiendo en una orientación puramente
defensiva que se reveló ineficaz en el pasado y resulta
más inútil en este momento histórico. Los avances y
pretensiones del capital, en todos los terrenos, gene-
ran múltiples y continuados conflictos; de tal modo que
si, por un lado, se fragmenta a los sectores populares,
por el otro se “socializa” el conflicto despertando resis-
tencias que podrían ser, de conjunto, antagónicas al
capitalismo. Claro que esto no es automático, pues
reclamos sectoriales parcialmente contradictorios pue-
den neutralizarse mutuamente, e incluso, en muchos
casos, ser manipulados para enfrentar a “pobres con-
tra pobres”; pero lo cierto es, en todo caso, que
debemos asumir la generalizada conflictividad social
como terreno complejo en que la reconstrucción de
una identidad popular y de clase es necesaria y posi-
ble, en la medida que colectivamente se recupere o
fortalezca la capacidad de “hacer juntos” de los tra-
bajadores, se rompan las formas fetichizadas de las
relaciones sociales cotidianas y un genuino movi-
miento popular recoja y proyecte las mejores
tradiciones de lucha de nuestro pueblo, estrechando
los márgenes de maniobra de la colaboración de cla-
ses y del populismo.
Apostar a una construcción que, sobre la marcha,
vaya definiendo un camino superador de sendas ya
recorridas, requiere voluntad, elaboración política,
audacia comunicativa y flexibilidad organizativa. Solo
con esta vocación e impulso será posible acercar fuer-
zas y experiencias militantes diversas (a veces incluso
44 N Los desafíos de la transición
conflictivas) y alentar a la convergencia de diversas
tradiciones para proyectarse conjunta y creativamen-
te en una nueva perspectiva emancipatoria construi-
da colectivamente. No hay recetas, ni sendas
preestablecidas para hacerlo. Pero creo que ayuda
advertir que nos enfrentamos con un enemigo multi-
facético, lo que el filósofo cubano Gilberto Valdez
Gutiérrez ha denominado “el sistema de dominación
múltiple del capital”.1 Frente a semejante dominación
múltiple
Lo antisistémico actúa como horizonte de sentido de
las resistencias y las luchas del presente (aunque te-
niendo los pies y las mentes puestos en las contradic-
ciones que deben ser resueltas en el plano social-po-
pular, nacional y regional) que adelantan, desde la
cotidianidad de esas luchas, procesos económicos,
políticos y culturales en franco desafío a la lógica del
capital en todos los planos. Dicha perspectiva, en
consecuencia, va más allá de la mera sustitución de
un régimen de propiedad por otro, ya que contiene
un desafío integral a las formas de dominación múl-
tiple del capital y a la civilización que este engen-
dró a nivel planetario. Se trata de un potente es-
fuerzo de ruptura radical con la lógica de dominación
y sujeción del capital en todas sus modalidades,
desde lo económico productivo hasta lo simbólico cul-
tural. Lo antisistémico se resignifica como subver-
sión/superación no solo política, económica y social
del capitalismo, sino civilizatoria y cultural, mediado
45Transición en política N
1 Categoría formulada por el filósofo cubano Gilberto Valdez
Gutiérrez en su tesis de doctorado publicada en 2002 y enriqueci-
da en los Talleres Internacionales sobre Paradigmas Emancipatorios
organizados en La Habana por el grupo GALFISA y organizaciones
como el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.
por ejes transversales, cuyo centro es la diversidad
(de género, étnico-racial, cultural, identitaria, etcé-
tera). La referencia de los valores antisistémicos (an-
ticapitalistas, antipatriarcales, por relaciones de pro-
ducción no depredadora con el medio ambiente, en
defensa de la diversidad natural, de la diversidad so-
cial-humana) es clave para asumir esos valores en la
cotidianeidad y fundar las acciones de transformación
en esa ética y no desligar fines y medios” (Valdés Gu-
tiérrez, 2009: s/n).
Las experiencias históricas y presentes, tanto a
escala nacional como al nivel de Nuestra América, indi-
can que existe entre los explotados y oprimidos una
heterogeneidad o variabilidad que difícilmente un
Partido pueda ignorar, y menos aún subsumir. Son nece-
sarios, entonces, tanto la capacidad de reconocer y
respetar diferencias, como un sistemático empeño de
convergencia, de autovaloración y formación que con-
tribuya a unir lo diferente en luchas (y perspectivas
políticas) comunes. Estas mismas experiencias nacio-
nales y continentales sugieren la posibilidad y conve-
niencia estratégicas de intervenir en todos los ámbitos
de la sociedad, integrando a activistas y movimientos
sociales que son también políticos, y aglutinando los
intereses de las distintas franjas populares en la cons-
trucción de un proyecto político contrahegemónico. El
Frente Popular Darío Santillán habla en este sentido
de “multisectorialidad”, y la asume como uno de sus
rasgos constitutivos. Pero esto, aun siendo valioso,
representa tan solo un comienzo: se trata ahora de que
la conquista metodológica y organizativa que es la
“multisectorialidad” demuestre su “productividad”
contribuyendo a la generación de políticas con las que
pueda forjarse una voluntad colectiva por el cambio
46 N Los desafíos de la transición
social capaz de ofrecer un proyecto emancipatorio a
escala nacional y regional.
Cambiar, para cambiar el mundo
Desde la izquierda, hemos dicho y seguimos dicien-
do con justa razón que es hora de terminar con el ver-
ticalismo burocrático, el imperio de “los cuerpos
orgánicos” y los aparatos con que el peronismo pre-
tende “controlar la calle”. Pero también la izquierda
debe dejar de lado todas las concepciones que, en una
u otra forma, recrean la idea del Partido (o la Orga)
“dirigente”, y viejos hábitos como la pretensión de
mimetizarse en organizaciones supuestamente amplias
que resultan ser “correas de transmisión” de directi-
vas partidarias. Son concepciones y prácticas que
reproducen relaciones jerárquicas derivadas de la
división social del trabajo. Es preciso repetir, tantas
veces como sea necesario, que el instrumento políti-
co que se requiere debe ser concebido como un
medio, una construcción en movimiento capaz de cam-
biar al compás de los procesos en que se interviene y
acomodándose a la praxis de sus componentes. En
otras palabras, una organización política que, en
lugar de sustituir o imponer directivas desde afuera
del movimiento real, sea parte del mismo y como tal
se construya, articulando diversas formas de organi-
zación, acordes a las experiencias, necesidades e inte-
reses de quienes las integran y del sector social en que
luchan, desarrollando una praxis transformadora que
transforme la misma organización, promoviendo tanto
la capacidad autónoma de cada militante como una
voluntad común del colectivo.
47Transición en política N
La batalla por el cambio social se articula con una
reivindicación de la libertad que, desbordando el enfo-
que liberal de la libertad individual contingente,
potencia la tendencia de los hombres a liberarse de
la necesidad para reapropiarse de una libertad verda-
dera y socialmente compartible. Se trata de comba-
tir y superar arraigadas deformaciones introducidas en
las grandes organizaciones obreras de masas por la
burocratización y la presión del capital, recuperando
valiosas tradiciones que fueron siendo abandonadas en
el camino: recordemos, por ejemplo, que el Manifiesto
definía al comunismo como “una asociación en que el
libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre
desarrollo de todos” (Marx-Engels 2008: 52). La liber-
tad concebida como tendencia o movimiento tiene
diversos niveles: libertad, como conciencia y manejo
de la necesidad, con la mediación dialéctica del tra-
bajo; libertad, como conquistada libertad común de
los individuos asociados. Y constituye un progreso teó-
rico y político advertir que la libre voluntad se verifi-
ca también y sobre todo con el reconocimiento, no ya
de la necesidad, sino de los posibles.
A Gramsci se debe la indicación de que la volun-
tad política deja de ser un registro de supuestas nece-
sidades unívocas, para convertirse ella misma en uno
de los llamados “factores objetivos”, elevándose al
nivel de una voluntad capaz de hacer una síntesis entre
ella misma y el conjunto de los condicionamientos
objetivos. Afirmando que la libertad es la dialéctica
de toda la historia humana, pero que en determinado
momento histórico se hace también “libertad conscien-
te de serlo” (Gramsci, 2001: 130), sugiere que, a la
dialéctica entre necesidad y libertad, se suma una dia-
léctica superior entre libertad “objetiva” y concien-
48 N Los desafíos de la transición
cia “subjetiva” de la libertad. Debemos luchar por una
ampliación cualitativa de las libertades formales,
conjugando las “libertades menores” en una libertad
mayor que es el libre aporte a la construcción de una
“voluntad general” capaz de revolucionar el injusto
ordenamiento social. Y la fracasada experiencia de los
socialismos estatal-policíacos nos enseña que semejan-
te construcción colectiva no es posible sin un genui-
no pluralismo socialista, por cuanto
la condición elemental para la puesta en practica de
de los principios de una transformación socialista […]
es la producción de una conciencia de masas socia-
lista como única forma factible del auto desarrollo
de la acción en común. Y esta última, claro está, tan
solo puede surgir de los constituyentes verdadera-
mente autónomos y coordinados (no dominados y
manipulados jerárquicamente) de un movimiento
inherentemente pluralista (Mészáros, 2001:799).
Poder popular y organizaciones revolucionarias
No postulo una nueva teoría de la organización, por
la sencilla razón de que no la tengo. Pero esto no
puede ser un impedimento para sostener que debemos
organizarnos y luchar políticamente, dando pasos
que, utilizando los métodos de prueba y error, la crí-
tica y la autocrítica, se ajusten a las condiciones en
que debemos actuar y a las experiencias y capacidad
militantes acumuladas, incluyendo en esto la disposi-
ción y capacidad de relación con los más amplios sec-
tores del pueblo trabajador. Creo firmemente en la
necesidad de asumir la construcción de un “instrumen-
to” o movimiento político-social revolucionario, sin
49Transición en política N
hacer de esta necesidad un objetivo en sí misma, por-
que siempre debe estar subordinada al reconocimien-
to y la potenciación de la autoactividad de la clase
trabajadora, concebida esta con el criterio que pro-
pone el sociólogo (y compañero) Ricardo Antunes:
concepción inclusiva y ampliada de trabajo, que con-
templa tanto su dimensión colectiva como subjeti-
va, tanto sea en la esfera del trabajo productivo
como en la del improductivo [de plusvalía], ya sea
material o inmaterial, así como en las formas asumi-
das por la división sexual del trabajo debido a la
nueva configuración de la clase trabajadora (Antunes,
2005: 38).
La convicción de que “la emancipación de los tra-
bajadores será obra de los trabajadores mismos” no
implica despreciar la organización y acción políticas.
Por el contrario, para impulsar el “socialismo desde
abajo” es bueno dejar de lado las simplificaciones
ingenuas y el “autonomismo” mal entendido. Toda la
historia de la lucha de clase nos advierte que la auto-
actividad de las clases subalternas es una resultante
—siempre frágil y reversible— de relaciones de fuerza
y de luchas en las que los trabajadores se enfrentan
con el enemigo de clase (y consigo mismos, en la medi-
da que el antagonismo de clase no deja de penetrar-
los). Son necesarias ciertas formas de organización
amplias y flexibles que contengan la diversidad del
movimiento y permitan avanzar experiencias de poder
popular, pero también se requiere de la acción y del
aporte ideal y militante de fuerzas políticas anticapi-
talistas organizadas, e incluso de la disputa construc-
tiva entre las mismas, porque la actividad autónoma
de los explotados implica una ruptura, al menos par-
50 N Los desafíos de la transición
cial, con los comportamientos, valores e ideas que la
dominación de los explotadores y su Estado inducen
cotidianamente.
La autoemancipación es una construcción de largo
aliento, con avances, retrocesos e inevitables disputas,
que se desarrolla tanto a escala nacional como inter-
nacional. Un siglo y medio de luchas del movimiento
obrero y revolucionario (incluyendo desviaciones y
derrotas) impone la necesidad de recuperar conceptos
como “actualidad de la revolución”, “socialismo”,
“comunismo”, “autoactividad”, “autodeterminación”.
Esta recuperación implica asimismo repensarlos y ajus-
tarlos a la luz de las experiencias del pasado, las con-
diciones del presente y el desafío de un incierto
futuro. Y aunque no lo he tratado específicamente,
espero que de lo escrito a lo largo del libro surja la con-
vicción de que nuestras luchas y organizaciones debe-
rán no solo reafirmar, sino también repensar el
combate por la autoemancipación de los explotados en
términos de un nuevo y concreto internacionalismo, un
antiimperialismo consecuente asumido en primer lugar
desde la nación y Nuestra América, pero comprometi-
do con los combates de los explotados en cualquier
lugar del mundo.
El “socialismo desde abajo” debe ser impulsado con
plena autonomía de las llamadas políticas de Estado.
Incluso si los gobiernos de algunos de estos Estados, como
ocurre en el caso de los que conforman el ALBA, apor-
tan a la conformación de una plataforma regional
progresiva en la medida que pone barreras a las pre-
tensiones imperiales del Norte, las razones de Estado
chocan una y otra vez con las necesidades emancipa-
torias de los pueblos. Reconocer los aportes del lide-
razgo carismático de Chávez a la revolución bolivariana
51Transición en política N
no puede ser un obstáculo para criticar y aun enfren-
tar limitaciones, inconsecuencias o políticas equivo-
cadas: es inadmisible defender a un multimillonario
corrupto y asociado a los imperialistas como Ghadafy
por razones de amistad personal; no se puede salu-
dar como revolucionario al régimen iraní, cuando se
trata de una dictadura teocrática y ferozmente
antiobrera; así como no es admisible entregar gue-
rrilleros de las FARC o el ELN al régimen reacciona-
rio y represivo que hoy preside Santos. Cuando el
gobierno que preside Evo Morales decreta un brutal
aumento en el precio de los combustibles, hay que
estar con el pueblo insumiso que se expresa en las
calles. Así como, para terminar dando otro ejemplo
sensible, apoyar la Revolución Cubana hoy significa,
también, conservar independencia y capacidad críti-
ca frente a una reforma económica que aparece plan-
teada en términos de “ajuste” a los sectores populares
e impuesta desde arriba, y disposición a una fraterna
colaboración con quienes, en el entrañable “territo-
rio libre de América”, aspiran a una profundización que
lleve a la revolución cubana, irreversiblemente, más
allá del capital.
Una nueva situación... con tendencias
en disputa y final abierto
La crisis de 2001 y la irrupción de millones que
durante meses ocuparon calles y plazas reclamando
“que se vayan todos” constituyeron una impugnación
radical del régimen y su institucionalidad política. Pero
la movilización y los ensayos de autoactividad de los
de abajo no maduraron políticamente y no se proyec-
52 N Los desafíos de la transición
taron en un gran movimiento alternativo de alcances
y significación nacionales. Como escribí hace ya algu-
nos años
La crisis no alcanzaba solo a la burguesía y el parla-
mento: ella era también una crisis de las clases subal-
ternas, que no conseguían forjar una voluntad común
e imponer su proyecto hegemónico aunque hubiesen
desarticulado la hegemonía de las clases dominan-
tes (Casas, 2004: 143).
La impotencia y frustraciones que de allí se deri-
varon posibilitaron la salida electoral encuadrada por
Duhalde y una (inicialmente) muy titubeante recom-
posición del sistema. Luego, la sostenida ofensiva polí-
tica impulsada por Néstor Kirchner y continuada hoy
por Cristina Fernández de Kirchner, aprovechando un
contexto económico relativamente favorable, ha con-
ducido a una nueva situación o coyuntura política,
marcada indudablemente por el fortalecimiento del
llamado “proyecto” kirchnerista, pero cuya dinámica
y desenlace continúan abiertos, en disputa. No creo
que las clases dominantes hayan alcanzado esa esta-
bilidad político-institucional tan deseada, tanto desde
el gobierno como desde la fragmentada oposición que
lo critica colocándose a su derecha. Lo que ellos lla-
man “capitalismo normal”, con una conflictividad
mínima y sometida a la regulación estatal, no parece
estar a la vuelta de la esquina.
Tenemos entonces por un lado la dinámica de
cooptación e instrumentación políticas impulsada por
un gobierno que, siendo declaradamente procapitalis-
ta y defensor del núcleo del agronegocio y el perfil
extractivo-exportador, supo tomar nota del aviso de
53Transición en política N
incendio que fue la crisis de 2001, y se diferenció de
las fracciones burguesas partidarias del “neoliberalis-
mo de guerra” asumiendo un proyecto neodesarrollis-
ta y de integración regional, un sesgo populista y un
discurso “nacional y popular”. Su construcción políti-
ca trabajosamente se apoya en la construcción de fuer-
za propia, alianzas transversales, el pejotismo y por
último, pero no en importancia, la asociación con la
burocracia sindical; siempre apuntando a la fragmen-
tación de organizaciones y luchas populares autónomas
y a la captación de una amplia franja de la juventud
que se acerca a la vida política. Existe también, por el
otro lado, una minoritaria pero sostenida experiencia
de movilizaciones, articulaciones de lucha y organiza-
ciones con militancia de base, activistas presentes en
todo el país y en múltiples frentes de intervención, cuya
principal debilidad continúa siendo la carencia de una
perspectiva convocante y aglutinadora.
Cabe destacar y valorar que, en este proceso de
disputada politización y de recambio generacional,
existe una franja o vertiente de izquierda, minorita-
ria sin duda pero aguerrida, consecuente y dinámica,
con expresa vocación de escapar a los guetos ideolo-
gizados. Esta izquierda independiente trabajosamen-
te ha venido acumulando un patrimonio común (con
formas y desarrollos ciertamente diferentes) y recha-
za las viejas formas de hacer política: la de lo viejos
aparatos políticos del régimen, desde ya, pero tam-
bién las políticas puramente reactivas y subordinadas
a las cadencias electorales de “partidos” de izquier-
da, activos en el conflicto social pero encerrados en
una autorreferencialidad sectaria e interminables dis-
putas fraccionales. Esta “nueva nueva izquierda”,
según la feliz expresión de Miguel Mazzeo, de la cual
54 N Los desafíos de la transición
el Frente Popular Darío Santillán y las restantes orga-
nizaciones que conforman la Coordinadora de
Movimientos Populares de Argentina (COMPA) son un
componente significativo, enfrenta ahora un desafío
que no puede ni debe eludir: empeñarse en la cons-
trucción de un proyecto y un movimiento político-
sociales dispuestos a enfrentar al sistema y al gobierno
con vocación de poder; esto es, formulando proyec-
tos, políticas y prácticas gestados desde abajo, pero
para batallar por abajo y por arriba, con el atrevimien-
to y la plebeya desfachatez que se requieren para
interpelar e interpretar a la juventud en busca de algo
distinto y, sobre todo, a los trabajadores y los inmen-
sos sectores populares desposeídos, humillados... y
expectantes.
Hay en suma incertidumbres y confusiones, pero
también luchas y construcciones políticas en desarro-
llo, que buscan aportar a una perspectiva emancipa-
toria “desde abajo y a la izquierda”. Está el
oportunismo de quienes se acercan al oficialismo
kirchnerista para presentarse como su ala izquierda
“nacional y popular”, aunque para ello deban dejar
de lado la lucha por el cambio social. También el sus-
titucionismo sectario, arraigado en organizaciones
que, por declararse “marxista-leninista” o “trotskis-
tas”, se creen las portadoras de la línea correcta. Y
no falta el variopinto autonomismo, que llega, en algu-
nos casos, al rechazo de toda forma de organización
o estrategia colectivas, y en otros a rebuscadas dia-
lécticas discursivas que apuestan a una confluencia
“desde abajo” con el oficialismo. En todos estos
casos, lo que se deja de lado es lo fundamental: la
necesidad de asumir un nuevo tipo de construcción
político-social con militancia, formas de intervención
55Transición en política N
y objetivos que, desde los primeros pasos, aporten no
solo a la convergencia de luchas y movimientos políti-
co-sociales más o menos incipientes y localizados, for-
taleciendo sus reclamos y enfrentando las embestidas
derechistas sin caer en la trampa de “defender el mal
menor”, sino también y sobre todo a proyectarse
como alternativa política capaz de canalizar y cons-
truir poder popular, impulsando un proceso de cam-
bio emancipatorio construido desde abajo, sin moldes
sectarios y/o localistas. O dicho de otra manera: ayu-
dando desde el vamos a la autodeterminación de los
de abajo y a la construcción de poder popular con polí-
ticas y proyectos de alcance nacional y americanista.
Libertad sindical, democracia obrera, clasismo
En un país de tan fuerte tradición sindical como
Argentina, contribuir a la radical renovación de orga-
nización, métodos y objetivos de lucha del movimien-
to obrero debe ser una de las principales tareas
políticas de la nueva izquierda. Para no remontarme
más atrás, basta con recordar lo ocurrido en 2001-
2002: las cúpulas sindicales se “borraron” en los
momentos decisivos de la lucha de clases. Activamente
o por omisión, acompañaron las febriles disputas pala-
ciegas que pusieron y sacaron presidentes de la Casa
Rosada hasta instalar a Eduardo Duhalde: un presiden-
te que nadie había votado. La parálisis y el colabora-
cionismo de la dirigencia sindical, cuando el régimen
se hundía en el descrédito y la clase dominante en una
total confusión, ilustran la impotencia y decadencia
políticas de la conducción del movimiento obrero. Pero
lo que termina de descalificarla es la mansa acepta-
56 N Los desafíos de la transición
ción del brutal ajuste antiobrero con que Duhalde salió
de la convertibilidad, vía devaluación.
Es indudable que la situación de los asalariados
tuvo un vuelco positivo: a partir de 2004, se registran
mayor nivel de empleo, recuperación salarial, resta-
blecimiento de paritarias y convenios colectivos e
incluso cambios en la legislación y jurisprudencia
laboral que morigeran la contrarreforma conservado-
ra de las últimas décadas. La mejora relativa no fue
una dádiva del gobierno, fue una conquista, porque los
asalariados, pasado lo peor de 2003 y aprovechando
un contexto todavía marcado por cotidianos cortes de
calles, manifestaciones y acciones directas, también
comenzaron plantear sus reclamos con petitorios,
asambleas, suspensión de actividades e incluso paros,
acciones de protesta y luchas parciales e inconexas,
pero muy extendidas. Mastodontes sindicales que
hacía décadas no salían a la calle (por ejemplo, la
Unión Obrera Metalúrgica) debieron sacudirse la modo-
rra y combinar la negociación por arriba con alguna
huelga y con manifestaciones sectoriales, en una gim-
nasia que, aun siendo controlada, posibilita alguna
expresión de base. No debe ignorarse, por otra parte,
la influencia de los conflictos “duros” (“huelgas sal-
vajes” según los medios), que más o menos cíclicamen-
te desbordaron el control burocrático, logrando a
veces conquistas significativas y, en todos los casos,
ejemplificando una potencialidad de lucha que las
patronales, el gobierno y los burócratas temen y com-
baten, pero no pueden erradicar.
El balance del período es complejo. La dinámica
de mejorías en el nivel de empleo y salarios parece
haberse estancado o ralentizado desde 2008. Pero lo
más contradictorio reside en el hecho de que incluso
57Transición en política N
esa mejoría que un sector de la clase sintió, estuvo
acompañada por el incremento invisibilizado de la pre-
carización, el trabajo en negro (que alcanza a casi un
40% de la fuerza laboral), los tercerizados y el traba-
jo esclavo. Las diferencias en el seno de la clase se
han incrementado: los trabajadores no registrados
cobran, en promedio, la mitad de lo que perciben los
que están en blanco. Un 20% de los salarios son recor-
tados “por arriba” pues debe tributar impuesto a las
“ganancias” (sic), y en la otra punta se encuentran los
nuevos “pobres por ingreso”, como se clasifica a
quienes trabajan en blanco por un salario que no cubre
el valor de la canasta familiar. Esta fragmentación
objetiva, consentida y alentada por el modelo sindi-
cal burocrático-peronista, tiene consecuencias subje-
tivas: la conciencia e identidad de clase siguen
desarticuladas, la solidaridad y la defensa de intere-
ses comunes son desacreditadas y se promueve la bús-
queda de “ventajas” corporativas. En definitiva, junto
con la bonanza económica han crecido la desigualdad
y la miseria social. El discurso de los dirigentes cege-
tistas, que afirman que el movimiento obrero se for-
taleció cualitativamente y recuperó protagonismo
político, es engañoso. Kirchner reivindicó a la burocra-
cia, le restituyó un lugar dentro del peronismo que
hacía tiempo había perdido, dio al “modelo sindical”
el blindaje del Estado y, por último, pero no en impor-
tancia, se impulsó como nunca ese perfil de “sindica-
lismo empresarial”2 adoptado por la burocracia,
58 N Los desafíos de la transición
2 Lo de “sindicalismo empresarial” tiene múltiples connota-
ciones: en lugar de organizar la lucha, “ofrecer servicios al afilia-
do”; gerenciar el sindicato y la obra social con criterios de
rentabilidad, hacer inversiones, al límite devenir accionistas de
asegurándole, no solo el discrecional manejo de los
fondos sindicales y de las obras sociales con millona-
rios subsidios, sino también la posibilidad de manejar
otras partidas extraordinarias, así como contactos y
“facilidades” para que los aparatos sindicales y sus
popes acumulen recursos y fuentes de financiamien-
to, con sesgos mafiosos. Quid pro quo: la burocracia
devolvió los favores, negociando “con responsabilidad
y moderación” ante las patronales y convirtiéndose en
pilar fundamental del gobierno: contra la oposición
burguesa, en el momento en que hizo falta, pero tam-
bién y sobre todo como factor orgánico de contención
de la clase trabajadora: aceptando los techos salaria-
les y bloqueando la confluencia de las reivindicacio-
nes y luchas del pueblo trabajador.
Pese a las exhibiciones de fuerza de la CGT y de
los camioneros, sigo pensando que está en crisis el
modelo de unicidad y dictadura de los “cuerpos orgá-
nicos” que la CGT pretende eternizar. Al sindicalismo
empresarial de manejos mafiosos y patotas multiuso,
se opone el desarticulado y soterrado repudio de la
mayoría de los trabajadores, para quienes la burocra-
cia constituye un cuerpo extraño y muchas veces peli-
groso. Esta experiencia de clase otorga relevancia a
las experiencias de conflictos y organizaciones encua-
dradas en el sindicalismo de base. Así como la toma
de fábricas y las empresas recuperadas por los traba-
jadores se han incorporado al repertorio de la lucha
de clases, algo similar ocurre con el reclamo de liber-
tad sindical o de que las asambleas decidan. No debe
59Transición en política N
empresas capitalistas, etcétera. En el caso argentino, ha signifi-
cado también la acelerada conversión personal de los burócratas
y sus familiares en empresarios multimillonarios.
perderse de vista que, a pesar de conservar índices de
afiliación sindical superiores a la media internacional,
la mitad de los trabajadores en la Argentina está en
negro o en condiciones de completa precariedad. Y que
en la abrumadora mayoría de los lugares de trabajo no
existe ningún tipo organización sindical. De allí la urgen-
cia de una intervención sindical y política alternativa.
Cabe reclamar libertad sindical, también y más aún
democracia obrera; esto es, discusión y resolución de
todos los problemas desde la base. Y junto con la liber-
tad sindical y el ejercicio de la democracia obrera, la
clave estará en ganar la capacidad de impulsar y con-
tribuir a la lucha del pueblo trabajador en toda su diver-
sidad (de género, etaria, de registración, originarios de
otros países, etcétera). Apoyar la autoactividad y auto-
organización de los asalariados, procurando su confluen-
cia con otras vertientes del movimiento popular:
organizaciones de trabajadores desocupados, movi-
mientos populares territoriales, asambleas ambienta-
listas, movimientos de campesinos y pueblos originarios,
el nuevo movimiento estudiantil.
Para asumir este desafío debemos atrevernos a opo-
ner a la tradición que esgrime y cultiva la burocracia,
la memoria de las luchas y de los combatientes que la
historia oficial enterró, pero nosotros podemos y debe-
mos rescatar o redimir. Repasando la historia a con-
trapelo, podremos saltar sobre un abismo de sangre y
olvido para reencontrarnos con los vencidos de ayer
que, a pesar de la derrota o precisamente porque fue-
ron derrotados, siguen denunciando a los traidores,
advirtiéndonos sobre el peligro que nos acecha, recor-
dándonos en definitiva que la única lucha que se pier-
de es la que se abandona. Aquellas “constelaciones”
o “relámpagos” subversivos que podemos extraer de la
60 N Los desafíos de la transición
“resistencia peronista”, del Cordobazo, de las coordi-
nadoras interfabriles o, mucho más cerca aún, de Darío
Santillán en la estación que bautizó con su gesto soli-
dario y con su sangre, nos orientan, nos iluminan, nos
dan fuerza; como escribió Michael Löwy: “La relación
entre el hoy y el ayer no es unilateral: en un proceso
eminentemente dialéctico, el presente aclara el pasa-
do y el pasado iluminado se convierte en una fuerza
en el presente” (Löwy, 2005: 71).
Desbordar el “economicismo”
Urge también la reconsideración del contenido
mismo de las luchas, combatiendo pedagógicamen-
te pero con firmeza el economicismo y la estrechez
corporativa. Un marxista libertario que ha estudian-
do en profundidad la crisis del movimiento obrero
organizado señala:
No es solamente el poder que la clase dominante
tiene sobre las fuerzas productivas lo que el movi-
miento obrero debe cuestionar para luchar por su
reapropiación. De modo mucho más amplio y con más
razón, debe ejercer el poder sobre el conjunto de las
condiciones sociales de existencia. Allí está la cues-
tión decisiva de la crisis de la sociabilidad. Es preci-
samente el economicismo (que alimentó la mayor
parte de los objetivos y reivindicaciones del movi-
miento obrero durante la fase fordista) lo que se halla
obsoleto […] es preciso que luche contra el conjun-
to de la dominación capitalista, fuera del trabajo,
como también dentro de él. Sin abandonar eviden-
temente ninguno de sus objetivos en términos de
nivel de vida, debe hoy colocar en el centro de su
61Transición en política N
lucha y de su proyecto la cuestión del modo de vida,
es decir, la manera como la propia sociedad se pro-
duce, la manera como ella produce las relaciones que
median entre sus miembros, y, a través de ellas, a
sus propios miembros (Bihr, 2000: 65).
La búsqueda de una nueva política pasa, en este
terreno, por ayudar a superar la separación entre las
esferas productiva y reproductiva, ya fundidas de hecho
por el capital, superando también la alienante escisión
entre trabajador y ciudadano; separación y escisión
decisivas en la sociedad capitalista. Las luchas contra
la intensificación de la explotación, la precarización y
la exclusión del empleo, así como contra otras múlti-
ples formas de exclusión, pauperización y miseria, son
necesarias e irrenunciables, pero no bastan: por ejem-
plo, la “explotación” capitalista del ambiente, exten-
diendo la que se ejerce sobre el trabajo, constituye una
concreta amenaza a la vida en general que no debe que-
dar sin respuesta. Y estas respuestas no podrán ser las
que dieron los grandes partidos y centrales sindicales
del siglo pasado, siguiendo un libreto y una división de
tareas anacrónicos. Las condiciones del antagonismo
social en nuestra época obligan a superar
la brecha mistificadora entre metas inmediatas y
objetivos estratégicos generales que llevó al movi-
miento obrero a entrar en el callejón sin salida refor-
mista. Como resultado, ahora aparece en la agenda
histórica la cuestión del auténtico control de un
orden social metabólico alternativo, por desfavora-
bles que sean, por ahora, las condiciones para con-
cretarlo (Mészáros, 2007: 91).
La superación de los interminables debates sobre
el sujeto revolucionario no se logrará reiterando la pro-
62 N Los desafíos de la transición
fesión de fe en el “rol histórico de la clase obrera”,
sino removiendo el lastre de organizaciones, concep-
ciones y métodos inservibles. Se trata de ayudar a que
los trabajadores seamos capaces de intervenir (en la
vida real y no solo en el discurso de los marxistas) como
clase general, que enfrenta al capitalismo teniendo
conciencia que los ataques a sus condiciones de tra-
bajo y de vida están inscriptos en una lógica sistémi-
ca que representa una amenaza a la comunidad
humana y a su necesario equilibrio con la naturaleza.
Para lograrlo se requerirá creatividad, perseveran-
cia y duras batallas políticas. Incluso en nuestra
Latinoamérica insumisa, donde se han desarrollado
multiformes y ricas experiencias político-organizativas,
las clases trabajadoras están lejos de contar con
organizaciones en condiciones de afrontar las luchas
que impone esta fase del capitalismo. Con el agrega-
do de que los gobiernos “progresistas” que se decla-
ran antineoliberales, alientan sistemáticamente la
engañosa ilusión del retorno de algún tipo de Estado
benefactor. Contra estas políticas burguesas no valen
los clisés y estrategias copiadas (generalmente, mal)
de pasadas revoluciones. Un genuino proyecto de cam-
bio social y la construcción de una estrategia capaz de
contribuir a su realización poco tienen que ver con el
consignismo repetitivo y la mera afirmación de que se
quiere el socialismo. Por el contrario, es digna de aten-
ción la hipótesis que Harvey llama teoría correvolu-
cionaria. Veamos en primer lugar el panorama analítico
que nos presenta este autor:
El cambio social se lleva a cabo en un despliegue dia-
léctico de relaciones entre siete momentos internos
en el cuerpo político del capitalismo entendido como
63Transición en política N
conjunto, o ensamblaje, de actividades y de prácti-
cas: (a) las formas tecnológicas y organizativas de pro-
ducción, intercambio y consumo; (b) las relaciones
con la naturaleza; (c) las relaciones sociales entre las
personas; (d) las concepciones mentales del mundo,
reagrupando saberes y niveles de interpretaciones cul-
turales y de creencias; (e) procesos de trabajo y de
producción de bienes específicos, geografías, servi-
cios o afectos; (f) agencias institucionales, legales y
gubernamentales; (g) el encuadramiento de la vida
cotidiana que sostiene la reproducción social (Harvey,
2010: s/p).
Recuperando y actualizando con este análisis el
marxiano concepto de totalidad, se pasa a reflexionar,
dialécticamente, sobre lo que debería proponerse una
política anticapitalista:
Cada uno de estos momentos tiene su propia diná-
mica y es portador de tensiones y contradicciones
internas (basta con pensar en las representaciones
mentales del mundo), pero todos son co-dependien-
tes y co-evolucionan en interacción los unos sobre los
otros […] Un movimiento político anticapitalista
puede comenzar dondequiera, en el proceso de tra-
bajo, en las concepciones mentales, en la relación
con la naturaleza, en las relaciones sociales, en la
elaboración de tecnologías y de formas organizativas
revolucionarias, partiendo de la vida cotidiana o en
los intentos de reformar estructuras institucionales
y administrativas, incluyendo la reconfiguración de
los poderes del Estado. Lo importante es asegurar que
el movimiento político circule de un momento al otro
en una dinámica de reforzamiento mutuo […] El cam-
bio se produce, desde luego, a partir de determina-
dos estados de cosas y hay que saber utilizar las
64 N Los desafíos de la transición
posibilidades inmanentes a la situación existente […]
las más diversas experimentaciones de cambio
social, en distintos lugares y a distintas escalas geo-
gráficas, representan maneras posibles y a la vez
potencialmente instructivas de crear (o no) otro
mundo posible. Y en cada caso podrá parecer que uno
u otro aspecto de la situación existente representa la
clave de un futuro político distinto. Pero la primera
regla de un movimiento anticapitalista global debe ser:
no contar nunca con el despliegue dinámico de un
momento determinado (a, b, c, ...) sin medir cuida-
dosamente la manera como se adapta y resuena la
interacción con todos los demás (íd.).
Yo diría que las agudas indicaciones de David
Harvey constituyen una bienvenida incitación a reivin-
dicar y recuperar la capacidad política de pensar y de
actuar estratégicamente: a escala nacional, sin duda,
pero también en el más amplio terreno de la lucha de
clases que se despliega en Nuestra América, e inter-
nacionalmente.
65Transición en política N
Luego de dos o tres décadas durante las cuales
la reflexión política y teórica sobre el socialismo lan-
guideció hasta casi desaparecer, existe un renovado
interés por la cuestión, como lo atestiguan las publi-
caciones y libros que dedican muchas páginas al
tema. Pero lo más significativo e importante es que,
al menos en nuestro continente, la militancia de los
movimientos sociales y políticos que chocan contra el
orden establecido discute cómo articular luchas coti-
dianas con el desafío radical al sistema imperante. Y
si bien algunos de los gobiernos que se dicen o son lla-
mados progresistas han roto, no solo en los hechos,
sino también en sus discursos con el socialismo,1 las
enfáticas y repetidas declaraciones en las que el pre-
sidente Hugo Chávez sostiene que, con el capitalismo,
ninguno de nuestros problemas tendrá solución, y es
67Transición socialista y autoemancipación N
CCaappííttuulloo 44
Transición socialista y
autoemancipación
1 Es lo ocurrido con los gobiernos del PT y los del Frente
Amplio, para no hablar ya de la Concertación chilena o los
Kirchner, que asumieron declarándose partidarios de un capitalis-
mo “productivo” y “normal”.
imperioso pensar y luchar por el socialismo del siglo
XXI, han instalado esta cuestión a nivel de masas, y
no solo en Venezuela.
Repensando el socialismo
Para avanzar en esta elaboración, el recurso a los
libros clásicos y el estudio atento de la experiencia his-
tórica son imprescindibles, pero de ninguna manera
suficientes, porque las condiciones son marcadamen-
te diferentes. En los albores del siglo XX, los marxis-
tas más agudos e innovadores (Rosa Luxemburg,
Vladimir Lenin, León Trotsky, para mencionar tres nom-
bres canónicos) supieron reconocer la actualidad de
la revolución y hacer aportes políticos y teóricos a par-
tir de este reconocimiento. La ola revolucionaria que
siguió a la Primera Guerra Mundial, y el jalón históri-
co que representó la victoria de los soviets o conse-
jos obreros en Rusia, daban el marco para que el
congreso de fundación de la Tercera Internacional
Comunista afirmara que
la revolución internacional mundial comienza y crece
en todos los países […] todo esto prueba que la forma
revolucionaria de la dictadura proletaria ha sido
hallada y que el proletariado está en camino de ejer-
cer su dominación en los hechos […] la victoria de la
revolución proletaria está asegurada en todo el
mundo: la constitución de la República soviética
internacional está en marcha (Lenin 1973: 65, 119).
En aquel entonces, sin demasiada precisión, la
palabra socialismo se aplicaba al período que se
extendería desde el derrocamiento político del capi-
68 N Los desafíos de la transición
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Los desafíos de la transición. socialismo desde abajo y poder popular.

  • 1. Los desafíos de la transición
  • 2. Aldo Casas Los desafíos de la transición : socialismo desde abajo y poder popular . - 1a ed. - Buenos Aires : El Colectivo; Herramienta, 2011. 112 p. ; 20x14 cm. ISBN 978-987-1497-43-0 1. Teorías Políticas. 2. Socialismo. I. Título. CDD 320.5 Los desafíos de la transición Socialismo desde abajo y poder popular Aldo Casas Colección Cascotazos Editorial El Colectivo y Ediciones Herramienta, Buenos Aires, Argentina Arte de tapa: Florencia Vespignani - Alejandra Andreone Diseño de interior: Gráfica del Parque Corrección: Miguel Vedda Editorial El Colectivo editorialelcolectivo@gmail.com - www.editorialelcolectivo.org Ediciones Herramienta Av. Rivadavia 3772 – 1/B – (C1204AAP), Buenos Aires, Argentina Tel. (+5411) 4982-4146. revista@herramienta.com.ar / www.herramienta.com.ar ISBN: 978-987-1497-43-0 Printed in Argentina Impreso en la Argentina, agosto de 201 Copyleft Esta edición se realiza bajo la licencia de uso creativo compartido o creative commons. Está permitida la copia, distribución, exhibición y utilización de la obra bajo las siguientes condiciones: Atribución: se debe mencionar la fuente (título de la obra, autor/a, editorial, año). No comercial: se permite la utilización de esta obra con fines no comer- ciales. Mantener estas condiciones para obras derivadas: solo está autoriza- do el uso parcial o alterado de esta obra para la creación de obras deri- vadas siempre que estas condiciones de licencia se mantengan para la obra resultante. Fecha de catalogación: 26/07/2011
  • 3. ALDO CASAS Los desafíos de la transición Socialismo desde abajo y poder popular
  • 4. 7 Índice Prólogo 9 Capítulo 1 La crisis actual y el desafío de la transición 13 Capítulo 2 Transición en las ideas y la teoría: desarrollar un pensamiento crítico y plebeyo 21 Capítulo 3 Transición en política: otra política y otra manera de hacer política 35 Capítulo 4 Transición socialista y autoemancipación 67 Bibliografía 91 Epílogo de Miguel Vedda 95 Epílogo de Omar Acha 103
  • 5. Este texto intenta trasmitir experiencias, saberes y opiniones que exceden lo personal, porque surgen de luchas compartidas con muchas y muchos. Después de un breve pasaje por la juventud comunista, a prin- cipios de los años sesenta, ingresé en 1965 al Partido Revolucionario de los Trabajadores y viví logros, frus- traciones e invalorables experiencias de millares de luchadores anticapitalistas y antiburocráticos: en el PRT-La Verdad, luego en el Partido Socialista de los Trabajadores y en el Movimiento Al Socialismo. La militancia internacionalista me llevó a compartir esfuerzos con compañeros de otros países y latitudes: en Venezuela (1973), en Portugal (1975), en España (1977), en Francia (1981) e incluso en Polonia (1989) y participé en innumerables reuniones y debates del movimiento trotskista internacional. Las experiencias acumuladas en ese trayecto relativamente extenso no fueron pocas y creo apreciarlas más y mejor desde que, autocríticamente, asumí errores e insuficiencias teóricas en esa larga marcha. 9Presentación N Prólogo
  • 6. La implosión del “campo socialista” y la restaura- ción capitalista en lo que desde el trotskismo considerábamos “Estados Obreros”, el acelerado ago- tamiento de los movimientos de liberación nacional en el llamado “Tercer Mundo”, las sucesivas derrotas del movimiento obrero organizado y los partidos de izquierda tanto en los países centrales como en la peri- feria y, más directamente, la crisis que en los años noventa estalló y desmanteló al MAS en el momento mismo en que aparecía como la organización más fuerte y dinámica de la izquierda argentina, fueron una seguidilla de acontecimientos imposibles de interpre- tar sin recuperar una capacidad autocrítica a la que se oponía la inercia de estructuras partidarias incapaces de autocuestionarse. Luego, la irrupción popular del 19 y 20 de diciembre de 2001, la crisis orgánica abierta en el país y la necesidad de participar activamente en el nuevo ciclo que se iniciaba me alejaron definitiva- mente1 de lo que había pasado a denominarse “nuevo MAS” al tiempo que impostaba una ortodoxia paradóji- camente reñida con lo mejor de la tradición trotskista. Más en general, diría que la rebelión popular me empujó a alejarme de la forma Partido (especial- mente de su variante más difundida en la extrema izquierda, la sectaria)2 y también de ese “marxismo de derecha” que “se caracteriza por su adoración del 10 N Los desafíos de la transición 1 En 2002, junto a otros compañeros me reagrupé transito- riamente en el colectivo “Cimientos”, exploramos la posibilidad de confluencia con otras organizaciones en el “Encuentro de la Militancia” y en el año 2007 nos sumamos al Frente Popular Darío Santillán. 2 Una aguda crítica al partido-secta puede leerse en “Hacia un nuevo comienzo... por otro camino. La alternativa a la micro- secta” (Draper, 2001b)
  • 7. pasado, considera a la teoría marxista completa y autoreferente, su actitud es defensiva antes que cre- ativa y propositiva y, finalmente, es intransigente” (Acha, 2008: 144). Vuelvo a decir: lo que escribo no es fruto de una elu- cubración en solitario. Menos ahora, cuando mis opinio- nes son las de un militante más del Frente Popular Da- río Santillán (lo que no hace al FPDS responsable de los errores y limitaciones que el texto contenga). Esta mi- litancia compartida que me lleva a rechazar prejuicios y formulaciones dogmáticas, reafirma en cambio una arraigada convicción: para cambiar el mundo o, mejor aún, “tomar el cielo por asalto”, es imprescindible re- valorar y potenciar el impulso del “socialismo desde abajo”. Se ha escrito, con mucha razón, que El corazón del socialismo desde abajo es su afirma- ción de que el socialismo solamente puede ser rea- lizado a través de la autoemancipación de las masas activas en movimiento, llegando a él, libremente con sus propias manos, movilizadas “desde abajo” en una lucha para hacerse cargo de su propio destino, como actores (no simplemente como sujetos pacientes) de esta etapa de la historia (Draper, 2001a). Cabe agregar que ese corazón ha latido en los incontables luchadores muchas veces anónimos que, impulsando el combate autoemancipatorio, nos han enseñado tanto o más que los libros. A todos ellos evoco mencionando a Darío Santillán y a Carlos Fuentealba. A su memoria está dedicado este libro. Esta presentación restaría incompleta si no anun- ciara, finalmente, que la obra que se deja en manos del lector incluye dos epílogos que debo agradecer a los compañeros y amigos Miguel Vedda y Omar Acha. 11Presentación N
  • 8. Comenzaré con algunas consideraciones sobre la actual crisis del sistema capitalista, porque avizorar su naturaleza y magnitud ayuda a percibir que, ade- más de enfrentarnos con desafíos y problemas nuevos o imprevistos, han sido conmovidos o trastocados algu- nos de los puntos de referencia (materiales, organi- zativos y conceptuales) que orientaron el combate por la emancipación social durante el período histórico que va quedando atrás. Desde la década de los 80 del siglo pasado, una ofensiva general del capital rompió las antiguas barre- ras estatales de regulación social de la producción y la distribución, buscando imponer su dominio de un modo más directo a escala planetaria, al mismo tiempo que se reforzaba el carácter de clase de los Estados, que viraron de “benefactores” a gendarmes y garantes de la valorización del capital y el disciplina- miento del trabajo. El mercado mundial llegó a serlo efectivamente, con la inclusión de lo que había sido la Unión Soviética y su esfera de influencia, y la potente irrupción de India y especialmente de China, 13La crisis actual y el desafío de la transición N CCaappííttuulloo 11 La crisis actual y el desafío de la transición
  • 9. todo lo cual determina nuevos desequilibrios, reglas y formas de competencia que agudizan la disputa por la plusvalía entre las diversas fracciones más o menos transnacionales del gran capital. A otro nivel, el arro- gante “unilateralismo” asumido por los Estados Unidos tras la implosión del bloque soviético, generó explosi- vas tensiones, una creciente militarización y la reformulación de la estrategia norteamericana hasta incluir la guerra global “contra el terrorismo” como instrumento de política internacional. Al comenzar este ciclo, Margaret Thatcher había proclamado el triunfo irreversible del capitalismo con una frase célebre: “No hay alternativa”; y un ideólogo del Norte, con aires de filósofo, dictaminó que se ha- bía llegado al “fin de la Historia”. Pero casi al mismo tiempo, colocándose en las antípodas de semejantes vaticinios, István Mészáros escribió Más allá del capi- tal,1 una obra a la que me referiré repetidas veces. En este libro se sostenía ya entonces, documentada y ex- haustivamente, que lo que estaba comenzando era en realidad “la crisis estructural del capital” que, en su despliegue, amenazaría las posibilidades de supervi- vencia de la humanidad. Esto es lo que está ocu- rriendo y a lo cual nos enfrentamos. Precisamente por ello, la discusión sobre la naturaleza, alcance y posi- bles desarrollos de una crisis ahora inocultable se re- fracta en múltiples debates, atendiendo a sus muchas 14 N Los desafíos de la transición 1 Más allá del Capital. Hacia una teoría de la transición es un voluminoso tratado que en su versión en castellano tiene 1.154 páginas. En 1995 fue publicado en idioma inglés (en Gran Bretaña y en los Estados Unidos), luego fue traducido y editado en Brasil por Editorial Boitempo, una traducción al castellano fue lanzada en Venezuela por Vadell Hermanos editores en el año 2001, y acaba de editarse una nueva versión en Bolivia.
  • 10. facetas: crisis financiera, crisis de sobreproducción y sobreacumulación mundial, crisis alimentaria, crisis energética, crisis geopolítico-militar, crisis tecnoló- gica, crisis ambiental y urbana, crisis de hegemonía en el sistema-mundo capitalista, crisis civilizatoria... A los efectos de esta introducción, me permito agrupar tal diversidad de cuestiones en tres grandes grupos o vertientes: la crisis económica sistémica, la crisis eco- lógico-ambiental y la crisis civilizatoria. En realidad, más que tres caras de un objeto único, son tres crisis que, en su despliegue planetario, convergen y se en- trelazan: cada una tiene características y ritmos pro- pios, pero que al mismo tiempo se potencian y modi- fican mutuamente. Con respecto a la crisis económica, lo primero que se debe decir es que no se trata (solo) de una más de las “crisis cíclicas” con que el capitalismo periódica- mente enfrenta sus contradicciones para recobrar fuerza y dinamismo, incrementando la concentración del capital, intensificando la explotación y extendién- dolas a nuevas regiones del planeta y nuevas áreas de la actividad social. Estamos ahora ante una cri- sis sistémica (tal vez la tercera gran crisis sistémi- ca en la historia del capitalismo mundial): afecta todos los niveles del orden del capital y, por prime- ra vez, a una escala efectivamente planetaria. Se trata de una crisis de larga duración y en pleno desa- rrollo, como lo evidencian la desocupación en los Estados Unidos y especialmente el brutal agravamien- to de la crisis en la Unión Europea. Pero el marco es siempre la economía mundializada. La sobreacumu- lación de capacidades de producción está acompaña- da por una inmensa acumulación de capital ficticio, con el cual una fracción muy poderosa del gran capital 15La crisis actual y el desafío de la transición N
  • 11. quiere hacer valer su derecho a succionar parte signi- ficativa del valor y plusvalor generados en el mundo. La crisis comenzó en la esfera financiera y, en este sen- tido, podemos decir que es la crisis del régimen de acu- mulación de preeminencia financiera montado desde fines de la década del 80 en respuesta a las falencias de los sistemas estatales de control y regulación que habían operado con relativa eficacia luego de la Segunda Guerra Mundial. Y con el resquebrajamiento de los mitos, discursos y políticas neoliberales, comien- za también el fin de la hegemonía mundial no com- partida de los Estados Unidos de América, que conserva sin embargo una abrumadora superioridad militar, todo lo cual genera condiciones para imprede- cibles transformaciones geopolíticas. Nadie está en condiciones de vaticinar cómo y cuándo terminará esta crisis. El discurso de los grandes medios se reduce en definitiva a sostener que “estamos mal, pero vamos bien”. En realidad, debería decirse: estamos muy mal, pero estaremos mucho peor. Y esto vale también para nuestro país, puesto que, si bien es cierto que el impacto de la crisis ha sido mucho menor gracias a los altos precios de las exportaciones agropecuarias, la otra cara de esto es la profundización de un perfil pro- ductivo extractivo-agroexportador que lo hace cada vez más dependiente del mercado mundial y sus fluc- tuaciones incontrolables. Lo más importante es lo que más se oculta: asistimos al despliegue del potencial autodestructivo del capitalismo, en una fase caracte- rizada por la producción destructiva, la superfluidad, el desperdicio, la corrosión del trabajo por el desem- pleo estructural y la precarización, así como por la des- trucción a escala planetaria de bienes comunes y equilibrios ecológicos. 16 N Los desafíos de la transición
  • 12. Esto nos lleva a considerar otra crisis con tempo- ralidades y cursos aún más imprevisibles que los de la economía: la crisis ecológica y ambiental, que soca- va ya las condiciones que posibilitan la reproducción social de algunos de los pueblos más vulnerables del planeta y constituye una amenaza inminente a las con- diciones necesarias para la supervivencia de la huma- nidad. Isabelle Stengers, historiadora de la ciencia y epistemóloga, nos advierte que debemos enfrentar lo que llama “una verdad que perturba”: La “verdad que perturba” es que la “naturaleza” ha sido maltratada hasta tal punto, de manera tan extre- ma, que ella ha comenzado a hacer “intrusión” a una escala que va a ir en aumento. La cuestión no es saber que haremos en los tiempos futuros y más pro- picios del socialismo. Estamos frente a un problema inmediato. Esta cuestión es profundamente política, en el sentido de que la vida de centenares de millo- nes de personas será directamente afectada y muchas veces amenazada. Porque “la intrusión de Gaia”2 se produce en el marco de un sistema de explotación económica y de dominación social, en que el cam- bio climático es visto por los dominantes por un lado como fuente de inversiones y ganancias, por el otro como un problema de mantenimiento del orden, junto a muchos otros (Chesnais, 2009: 20-21) Un síntoma de esto es que al terremoto en Haití, que provocara más de 200.000 muertos y una destruc- ción material incalculable, los Estados Unidos respon- dieron desembarcando 15.000 marines (con la venia 17La crisis actual y el desafío de la transición N 2 Según afirma Stengers, extendiendo trabajos anteriores de James Lovelock y Lynn Margulis “Gaia, ‘planeta viviente’, debe ser reconocido como un ‘ser’ y no como una sumatoria de proce- sos” (citado en Chesnais, 2009: 21).
  • 13. de la ONU y la colaboración de militares brasileños y argentinos). Se hizo del país desvastado un campo de entrenamiento militar para la contención y manejo de masas empobrecidas hasta lo inimaginable. Se entre- nan en el territorio más pauperizado del continente, porque se preparan para manejarnos con tales méto- dos en toda Nuestra América y en el resto del mundo.3 Crisis económica y crisis ecológico-ambiental se entrelazan y potencian constituyendo un cóctel explo- sivo que apenas ha comenzado a ser investigado en profundidad. Pero lo que ya sabemos permite adver- tir que, con ellas y más allá de ellas, estamos ante una verdadera crisis civilizatoria. Es la crisis del deve- nir-mundo del capitalismo y su sistema mundial de Estados, con la particularidad de que la decadencia del centro hegemónico (Estados Unidos) coincide o converge con la declinación más general de toda una fase civilizatoria occidental-capitalista, impregnada por el fetichismo de la mercancía y otras fantasma- gorías (el “crecimiento”, el “progreso”, etcétera). Es la crisis de modelos de urbanización que amontonan en condiciones cada vez más insoportables a millones de hambrientos en megalópolis hostiles a la sociabi- lidad. Es la catástrofe simbólica y de valores, gene- radora de una pandemia de padecimientos mentales y ruptura de los lazos sociales. Crisis que evidencia y profundiza el carácter sustancialmente depredador y destructivo de un metabolismo social-económico modelado por el capital, orientado a la búsqueda ili- 18 N Los desafíos de la transición 3 Un ejemplo elocuente de lo que afirmamos es que la ocu- pación militar de las favelas de Río de Janeiro ordenada por Lula, fue realizada por una fuerza de choque adiestrada precisamente en Haití.
  • 14. mitada del “crecimiento”, de la ganancia, de la valo- rización del valor. Con una notable capacidad de anticipación teóri- ca, Marx apuntó en 1857: “El mercado mundial cons- tituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. Las crisis representan entonces el síntoma general de la superación de [ese] supuesto y el impul- so a la asunción de una nueva forma histórica” (Marx, 1971b: 163). Un siglo y medio después, lo que Marx anticipaba teóricamente se nos presenta como un desafío presen- te. Todo lo escrito en esta introducción nos lleva a pen- sar que se está ingresando en una época de transición o en una transición épocal. Esto implica diversas tran- siciones o, dicho de otro modo, procesos transiciona- les en distintos terrenos: a nivel de nuestro bagaje teórico y conceptual, en el terreno de la lucha y las construcciones políticas y, sobre todo, en el comple- jo asunto de la revolución y la transición socialistas. Como ha dicho recientemente el geógrafo y antropó- logo marxista David Harvey: las incertidumbres respecto a las posibles salidas se acentúan en períodos de crisis. Se abren paso todo tipo de posibilidades locales, tanto para capitalistas emergentes en uno u otro nuevo espacio donde pue- den encontrar la ocasión de enfrentarse a las viejas hegemonías de clase y de territorio […] como para los propios movimientos radicales a la hora de confron- tarse a un poder de clase ya desestabilizado. Decir que la clase capitalista y el capitalismo pueden sobrevivir no significa que están predestinados a ello, ni que esté resuelta la cuestión de su forma futu- ra. Las crisis son momentos de paradojas y de posi- bilidades. […] Podría ser que no hubiera soluciones 19La crisis actual y el desafío de la transición N
  • 15. capitalistas efectivas a largo plazo a esta crisis del capi- talismo (aparte de una vuelta a las manipulaciones del capital ficticio). En este estadio, los cambios cuanti- tativos llevan a deslizamientos cualitativos y hay que tomarse en serio la idea de que podríamos estar pre- cisamente en ese punto de inflexión en la historia del capitalismo. Cuestionar el futuro del capitalismo como sistema social viable debería estar por tanto en el centro del debate actual (Harvey, 2010). 20 N Los desafíos de la transición
  • 16. Si a los avatares de la crisis mundial que hemos venido considerando se suma un repaso de la carto- grafía del cambio en Nuestra América, es fácil adver- tir que estamos ante un inmenso rompecabezas para armar, un nuevo desafío al que la vieja izquierda no está en condiciones de responder porque es incapaz incluso de reconocerlo. Para ayudar a construir o fabricar respuestas nuevas, es preciso que una nueva izquierda independizada de moldes partidocráticos se atreva a desarrollar un pensamiento crítico que, tal como lo reclamara el peruano José Carlos Mariátegui para nuestro socialismo, no sea “ni calco ni copia”. Nuestros recursos teóricos y conceptuales no son herramientas dadas: debemos concebirlos como instru- mentos siempre en construcción. Y en discusión. Para el desarrollo de este pensamiento crítico con- tinúa siendo imprescindible el aporte del marxismo, pero es preciso advertir que existen muchos “marxis- mos”, y que las pretensiones de quienes se creen due- ños de la verdad porque son capaces de citar El capital, son ridículas: el propio Marx desautorizó ese 21Transición en las ideas y la teoría N CCaappííttuulloo 22 Transición en las ideas y la teoría: desarrollar un pensamiento crítico y plebeyo
  • 17. tipo de pose declarando muchas veces: “no soy mar- xista”. Ocurre que Marx mismo fue polémico y poli- fónico, discutió con todos y consigo mismo, y lo que nos legó es en gran medida un lenguaje: no un idio- ma muerto, sino una lengua viva que se sigue cons- truyendo con la critica radical, anticapitalista, feminista, ecosocialista: un combate en desarrollo, un horizonte emancipatorio. El marxismo existe como una multiplicidad de interpretaciones, muchas veces encontradas. Y entre todas ellas, “mi” interpretación (una interpretación colectiva, como es obvio) recu- pera y destaca los trazos gruesos de un marxismo que no es liberticida sino, más bien, libertario. Y por aña- didura, “situado”: nuestro marxismo es inequívoca- mente anticapitalista pero también y al mismo tiempo está dirigido contra el eurocentrismo y la colonialidad del poder y del saber1. Incluso autocrí- ticamente. El proyecto inconcluso de Marx El trabajo de Marx fue colosal, se desplegó duran- te más de cuarenta años, a lo largo de los cuales sus teorías experimentaron alteraciones y enriquecimien- tos, en buena medida por la confrontación con las cir- cunstancias históricas, las experiencias de la lucha de clases y su íntima convicción de que era inconcebible la teorización revolucionaria sin un continuado ejer- 22 N Los desafíos de la transición 1 Ver “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América La- tina” de Aníbal Quijano, en Edgardo Lander (comp.), La colonia- lidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociale. Perspectivas la- tinoamericanas. Buenos aires, CLACSO, 2000.
  • 18. cicio crítico y autocrítico, acorde al “objeto de estu- dio”, puesto que Las revoluciones proletarias [...] se critican constan- temente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía ter- minado para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisio- nes, de los lados flojos y de la mezquindad de los pri- meros intentos (Marx, 1972: 20). En todo caso, su monumental labor teórica y polí- tica no culminó en una “obra” que pudiera ser consi- derada más o menos definitiva. Sus libros, los artículos periodísticos y sobre todo sus anotaciones volcadas en cuadernos “borradores” que parecen inagotables,2 deben ser considerados más bien como un “obrador”, una inmensa obra en construcción, con partes termi- nadas, otras a medio construir y muchas apenas insi- nuadas, con planos llenos de tachaduras y enmiendas, con instrumentos conceptuales sólidos y sofisticados mezclados con otros de dudosa utilidad. Su audaz pro- yecto crítico quedó inconcluso. Esto implica hacernos cargo de que la obra de Marx exige una lectura diná- mica y atenta al hecho de que el mismo tomo I de El capital (único volumen publicado con la supervisión del autor), constituye el “avance” de un trabajo en 23Transición en las ideas y la teoría N 2 De hecho, aún hoy se está lejos de haber publicado la tota- lidad de la obra marxiana. Para que se tenga una idea, vale men- cionar que la Internationale Marx-Engels Stiftung (IMES, Fundación Internacional Marx-Engels), formada por instituciones de Holanda, Alemania y Rusia, que se ha fijado el objetivo de completar la edi- ción crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (MEGA, en alemán), estiman lograrlo... en el año 2025.
  • 19. marcha. Mucho más vale esa advertencia para los tomos II y III de El capital, o para la Historia crítica de la teoría de la plusvalía, que son libros armados (por Friedrich Engels y Karl Kautsky respectivamente) tras la muerte de Marx y a partir de sus manuscritos. Manuscritos que eran borradores no solo en el senti- do de no estar listos para ser enviados a la imprenta, sino también y sobre todo porque el mismo autor advirtió expresamente que “En esta abstracción, todas estas tesis son correctas para la proporción solo desde el punto de vista que ahora asumimos. Se agre- garán otras relaciones, que la modificarán conside- rablemente” (Marx, 1971b: 284). Este era un de sus principios metodológicos: revi- sar constantemente las formulaciones y modificarlas “considerablemente” a medida que la mayor compren- sión de los cambiantes conjuntos de relaciones per- mitiera determinar esos conceptos y enriquecer sus connotaciones. El programa de investigación de Marx preveía trabajar sobre una multiplicidad de cuestio- nes que, culminada la labor, serían presentadas en cinco secciones... Tres de las cuales no llegó a desa- rrollar: las referidas al Estado, a la división interna- cional del trabajo y el comercio, y a la conformación del mercado mundial y las crisis. Esto tiene una tre- menda importancia, puesto que “Se suponía que esta última ‘quinta sección’ analizaría el mercado mundial como el marco dentro del cual la ‘totalidad de los momentos’ se torna visible junto con la ‘totalidad de las contradicciones’, por cuanto entran en juego bajo la forma de crisis en una escala global” (Mészáros, 2001: 491). Cuestiones teóricas y políticas tan importantes como la relación entre el antagonismo de clase y las 24 N Los desafíos de la transición
  • 20. luchas políticas, o del principio de autoemancipación en tensión con las limitaciones y contradicciones de las organizaciones obreras existentes, entre otras, fue- ron abordadas muchas veces y siempre con conoci- mientos, agudeza y profundidad, pero de manera fragmentaria o tangencial. Como escribiera hace ya tiempo Mészáros: La consecuencia de todo esto es que, por una parte, un cierto número de proposiciones paradójicas y más bien ambiguas debieron cerrar la brecha entre la situación prevaleciente y las anticipaciones históricas a largo plazo y que, por la otra, en la perspectiva mar- xista no pudo darse el debido peso a ciertas caracte- rísticas importantes de la existencia (fragmentada) de la clase trabajadora (Mészáros, 1985: 83). Cabe agregar que ni siquiera un genio puede esca- par completamente al condicionamiento del escena- rio histórico en que vive; y que, como el mismo Marx lo advirtiera, incluso en la más radical de las críticas existe cierta dependencia de lo que se niega. Esto se tradujo, por ejemplo, en una valoración en gran medida acrítica del “desarrollo de las fuerzas produc- tivas” así como en la concepción unilateral de que esa creciente “productividad” incrementaba las “condicio- nes materiales de la emancipación”. Finalmente, está el hecho de que el horizonte político de las previsio- nes marxianas estaba dominado por la esperanza de que la expansión del capitalismo desde Europa al con- junto del mundo a fines del siglo XIX (“el segundo siglo XVI de la sociedad burguesa”, escribió Marx) termina- ría con el capitalismo en la tumba, como resultado de las revoluciones socialistas triunfantes del proletaria- do en los países desarrollados de Europa. Pero esa 25Transición en las ideas y la teoría N
  • 21. perspectiva política resultó rotundamente superada cuando los nuevos desarrollos del capital y sus formas estatales, alcanzando la “fase imperialista” e impo- niendo a la humanidad el pesado costo de dos guerras mundiales, dieron al capital una inesperada capacidad de supervivencia, logrando incluso, además de profun- dizar la fragmentación y diferenciación de los traba- jadores a escala internacional, extender e intensificar su “doble explotación”: ya no solo como productores, sino también en cuanto consumidores. El archipiélago de los mil (y un) marxismos Lo cierto fue que, contra las previsiones de Marx (y posteriormente las del mismo Lenin), el sistema capitalista mundial dio muestras de tal flexibilidad y resiliencia3 que, a lo largo del siglo XX , fue capaz de impulsar la expansión global del capital y de asimilar los desafíos planteados por las rupturas parciales que se produjeron en los “eslabones débiles” del capita- lismo imperialista, y que dieron lugar a la Rusia sovié- tica tras la Primera Guerra Mundial y, al salir de la Segunda Guerra, el llamado glacis4 de la Europa del 26 N Los desafíos de la transición 3 La resiliencia es un término que proviene de la física y se refiere a la capacidad de un material para recobrar su forma des- pués de haber estado sometido a altas presiones. Fue tomado por la psicología y otras ciencias para indicar la capacidad de una per- sona u organismo de superar presiones y dificultades o, incluso, convertir esos obstáculos en factores dinamizadores de nuevos desarrollos. 4 Glacis es un término que originalmente designa un terreno descubierto y levemente inclinado que, rodeando una fortificación, no ofrece refugio a posibles agresores. Por extensión, el término
  • 22. Este, y en Asia, la China Popular, seguida por Corea del Norte y Vietnam del Norte. Esta capacidad de supervivencia y expansión del capitalismo, completamente imprevista, tuvo efectos destructivos en las organizaciones obreras, en el movi- miento socialista internacional y en los procesos de libe- ración nacional del mundo colonial. Lo que comenzó como reparto del mundo en zonas de influencia y “coe- xistencia pacífica”, derivó en derrotas, descomposición y capitulación. Y su correlato, en el terreno de las ideas: un generalizado repudio “al marxismo” tal y como había sido asumido por parte de amplísimas franjas de la inte- lectualidad y la izquierda institucionales. Los renega- dos proliferaron y actúan todavía como censores y celadores que pontifican, desde un discurso “posibilis- ta”, sobre lo “políticamente correcto”. Felizmente, esa deriva liquidacionista comenzó a ser desafiada hacia fines del siglo XX por nuevos apor- tes y discusiones, conformando lo que el recientemen- te fallecido marxista francés Daniel Bensaïd denominó “el archipiélago de los mil (y un) marxismos”, dicien- do que podría “constituir el tronco común de un pro- grama de investigación” pero advirtiendo también que este “solamente tiene realmente futuro si, en lugar de encerrarse en el ámbito universitario, logra esta- blecer una relación orgánica con la práctica renova- da de los movimientos sociales, en particular, con las resistencias a la mundialización imperialista” (Bensaïd, 2003: 16) 27Transición en las ideas y la teoría N se utilizó para designar el espacio-tampón conformado y dirigido por la URSS (las llamadas “Democracias Populares” de la Europa del Este y el Pacto de Varsovia) tras la Segunda Guerra, a fin de optimizar la defensa del territorio y el régimen.
  • 23. En este archipiélago se puede inscribir, con rasgos originales, nuestro propio intento de asumir los desa- fíos de la transición en el terreno de las ideas, remo- viendo anacrónicas ortodoxias y desgarrando el conformismo posmoderno. Aunque tal vez convenga aclarar, antes de seguir, que sostener la necesidad de una renovación y desarrollo del pensamiento crítico no significa añorar la adormecedora “certidumbre” de la vieja y adocenada “ortodoxia” marxista, ni puede entenderse como una búsqueda narcisista de “origi- nalidad” intelectual o el cultivo de alguna “intransi- gencia” doctrinaria. Se trata de reconocer y superar un problema, y con respecto a como hacerlo estoy de acuerdo con Michael Löwy cuando escribe: ¿Cómo corregir [...] las numerosas lagunas, limitacio- nes e insuficiencias de Marx y de la tradición mar- xista? Por medio de un comportamiento abierto, una disposición a aprender y enriquecerse con las críti- cas y los aportes provenientes de otros sectores —y, en primer lugar, de los movimientos sociales, “clá- sicos”, como los movimientos obreros y campesinos, o nuevos, como la ecología, el feminismo, los movi- miento para la defensa de los derechos del hombre o para la liberación de los pueblos oprimidos, el indi- genismo, la teología de la liberación—. Pero también es necesario que los marxistas aprendan a “revisitar” las otras corrientes socialistas y emancipadoras —inclu- yendo las que Marx y Engels ya habían “refutado”— cuyas intuiciones, ausentes o poco desarrolladas en el “socialismo científico”, a menudo se revelaron fecundas: los socialismos y feminismos “utópicos” del siglo XIX [...], los socialismos libertarios (anarquis- tas o anarcosindicalista) y, en particular, lo que yo llamaría los socialistas románticos, los más críticos 28 N Los desafíos de la transición
  • 24. en relación con las ilusiones del progreso [...] final- mente, la renovación crítica del marxismo exige tam- bién su enriquecimiento por medio de las formas más avanzadas y más productivas del pensamiento no marxista [...], así como la consideración de los resultados limitados pero a menudo útiles de las diversas ramas de la ciencia social universitaria (Löwy, 2010: 16-17). Teoría revolucionaria, no doctrinaria Creo que el desarrollo del pensamiento crítico no debe ser concebido como tarea de una “escuela” más o menos exclusiva. Crecerá con opiniones diversas y muchas veces encontradas. Un modesto ejemplo de que es posible hacerlo lo da la trayectoria de una publicación en la que tengo el privilegio de participar desde su fundación: Herramienta. Revista de debate y crítica marxista. En 1996, la presentamos como “una revista abierta a diversos aportes del pensamiento marxista o que aun sin provenir del marxismo propon- ga respuestas fundadas a los problemas que enfrenta- mos” (Herramienta 1, 2006: 4). Y diez años después pude escribir: el colectivo que de hecho se viene conformando con decenas de colaboradores argentinos, latinoamerica- nos, estadounidenses y europeos que —desde muy diversas disciplinas y tradiciones teórico políticas— convergen en Herramienta es, tal vez, el resultado más promisorio del camino recorrido. Representa una plataforma para pensar y asumir nuevos y más auda- ces proyectos, buscando en todo caso conservar e incrementar la diversidad temática, la riqueza de 29Transición en las ideas y la teoría N
  • 25. enfoques y la convergencia de trabajo con distintos “registros” en esta revista un tanto insólita, que se diferencia de la chatura dogmática y consignista de tantas publicaciones de izquierda, y simultáneamen- te rompe los límites políticos y cánones ‘disciplina- rios’ de las producciones académicas [...] hemos ido tejiendo una red de relaciones teóricas, políticas y humanas que existe y se extiende porque, indepen- dientemente de discrepancias y discusiones más o menos fuertes, se valora la comunidad del esfuerzo digno, solidario y comprometido con todas las expe- riencias emancipatorias colectivas. Es una construc- ción que nos supera y desborda, en la medida misma en que, así, nuestro colectivo se articula e integra con otras publicaciones y múltiples emprendimientos teó- rico-político-culturales, tratando en todos los casos de aprender y aportar (Casas, 2006: 9, 11). Quiero destacar ahora que esa necesidad de un comportamiento abierto que recomienda Löwy y ejemplifico apelando a la experiencia de un colecti- vo editorial teórico-político, es asumida y practicada en términos aún más audaces por el Frente Popular Darío Santillán. A partir de la convicción de que “las ideas políticas correctas no se deducen lógicamente de premisas generales sino que se construyen en el tiempo”, en uno de sus documentos de trabajo se explicita que el FPDS se construye desde una definición movimien- tista en lo ideológico. Esto significaba que se constru- ye desde definiciones básicas como el anticapitalismo, el antiimperialismo y su apuesta al socialismo. Posteriormente agregará el antipatriarcado. Pero no asume una identidad ideológica cerrada sino que con- 30 N Los desafíos de la transición
  • 26. tiene militantes de diversas procedencias ideológi- cas (marxistas de distintas líneas, anarquistas, cris- tianos de la teología de la liberación, peronistas de izquierda, feministas, autonomistas) que van proce- sando la nueva síntesis sin asumirse como tenden- cias (FPDS, 2010) Allí se explica además que los tiempos de debate relativamente extensos que esto implica no fueron paralizantes: en una misma organización han convivido posturas divergentes y se pudieron desarrollar prácticas con- juntas sin generar divisiones, ni rupturas. Y durante un [relativamente] largo lapso de tiempo ninguna posición convirtió en cuestiones de principios estos debates. Las prácticas no se paralizaron y fueron orientadas de acuerdo a lo que consensuaba la mayo- ría. La posibilidad de avanzar hacia una síntesis polí- tica supone descartar la idea de que algún grupo es portador de las ideas correctas, justificadas desde distintos criterios de autoridad. Las ideas correctas están en el horizonte, en consecuencia presuponen contemplar las diferencias, aceptar ensayos en un sentido u otro, y tener mucha paciencia. Semejante perspectiva es tan necesaria como polémica, en la medida que refuta la dañina preten- sión de que, disponiendo del adecuado manejo de una teoría “científica” podría o debería orientarse la lucha política, concepción que, de hecho, ha sido una de las más extendidas y dañinas desviaciones propagadas en nombre del marxismo. Lo que no deja de ser una nota- ble paradoja, porque desde sus primeros textos “comu- nistas” Marx había prevenido contra semejante 31Transición en las ideas y la teoría N
  • 27. concepción, condenando la idea de que el cambio social podía ser impulsado por “educadores” colocados por encima del resto de la sociedad y sosteniendo que, por el contrario: “la coincidencia del cambio de las circuns- tancias y de la actividad humana o auto cambio solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria” (Marx, 1975: 665-666).5 Marx fue un teórico y polemista implacable, pero de ninguna manera un “doctrinario”, y por eso en el famoso Manifiesto escribió que los comunistas “no sos- tienen principios particulares, de acuerdo con los cua- les se proponen modelar el movimiento proletario”. Y para que no quedaran dudas acerca de lo que preten- día decir agregó poco más adelante: Las consignas teóricas de los comunistas no se basan de ningún modo en ideas, en principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual refor- mador del mundo. Son solo expresiones generales de las circunstancias concretas de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se desplie- ga ante nuestros ojos (Marx, 2008: 41-42) Por otra parte, precisamente porque Marx no era un doctrinario y prestaba el máximo de atención a la “lucha de clases existente”, advertía también que la revolución contra el orden del capital proponía un paso 32 N Los desafíos de la transición 5 Son muchas y diversas las versiones de las Tesis sobre Feuerbach entre otras cosas porque a las dificultades de la tra- ducción se suma la existencia de distintos “originales”: el de Marx y el de Marx retocado por Engels. En relación a la tesis 3, opta- mos utilizar la redacción de Marx y mantener el término clave de autocambio o autotransformación —Selbstveränderung escribe Marx—, entendiendo que la supresión del mismo modifica sensi- blemente el contenido.
  • 28. histórico sin precedentes: “La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fun- dada en la contradicción de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva [...] una revolución total” (Marx, 1987: 137). Lo que Marx decía es que, dado que el capitalis- mo nos expropia, nos explota y desvaloriza y tiende a convertirnos en nada, debemos cambiar todo, y nadie querrá o podrá hacerlo por nosotros. Y así fue escri- to en los Estatutos de la Asociación Internacional de los Trabajadores: “la emancipación de la clase obre- ra debe ser obra de la clase obrera misma”. Mutatis mutandis, también en nuestros días la teo- ría no debe ser doctrinaria sino revolucionaria y esto implica, especialmente en Nuestra América, prestar el máximo de atención a la vital irrupción de las clases subalternas con movimientos y prácticas sociales y políticas portadoras de una potencia creativa que, más allá de ambigüedades y contradicciones, contrasta con la continuada y repetitiva descomposición de los polí- ticos del sistema, de las izquierdas “institucionales” y de los “sabihondos” sectarios. Sin idealizar estas diversificadas experiencias y construcciones, debemos asumirlas como propias por algo que salta a la vista, pero resulta invisible para quienes siguen aferrados a la idea de que la revolución debe ser dirigida “desde arriba”: no han resuelto los problemas de fondo, pero han transformado el terreno y los términos en que dichos problemas se plantean. Constituyen genuinas aproximaciones a la práctica revolucionaria concebi- da como “coincidencia del cambio de las circunstan- cias y de la actividad humana o autocambio” (Marx, 1975: 666). 33Transición en las ideas y la teoría N
  • 29. El pensamiento crítico debe fusionarse con esta práctica revolucionaria, si quiere ser capaz de anali- zar el mundo social con sus prácticas y la manera (alie- nada) en que los seres humanos se insertan en ellas, sin conformarse con oponer a la realidad una conde- na moral abstracta e impotente. No puede haber pro- cesos de liberación y emancipación sin la construcción de relaciones sociales que en sí mismas los contengan y debemos ayudar a la forja de instrumentos intelec- tuales para una práctica que contribuya a que ese tipo de nuevas relaciones emerja o se desarrolle. Al mismo tiempo, es necesario un esfuerzo sistemático apunta- do a reconocer las limitaciones y aun los obstáculos que nuestras mismas ideas pueden llegar a represen- tar para la transformación de la sociedad. Como no queremos proponer teorías que dominen las prácticas sociales, nuestra crítica debe ayudar a liberarlas, bus- cando para establecer con ellas nuevas relaciones. Debemos aspirar a que el mismo proceso de conoci- miento se afirme como una relación social que tien- de a superar el aislamiento, la competencia y la violencia de las relaciones interindividuales que son propias del orden del capital. 34 N Los desafíos de la transición
  • 30. El historiador y ensayista Omar Acha, uno de los que apuesta y aporta al nacimiento de una nueva gene- ración intelectual en la Argentina, ha escrito que “El subdesarrollo del pensamiento político marxista per- mitió que se introdujeran subrepticiamente elemen- tos de derecha en su seno. Como no había nociones sólidas para detectarlos, pasaron desapercibidos”. Y agrega que cuando Kautsky y Lenin “situaron la estra- tegia socialista en el terreno político” lo hicieron de tal modo que Instituyeron una visión vertical de la política revolu- cionaria [...] Al depositar la claridad marxista en el partido, naturalmente con importantes diferencias entre ambos, sentaron las bases de una expropiación de la voluntad política de la clase obrera. Instalaron la noción de un credo marxista que no debía ser “revisado”. El costo de la ortodoxia marxista [...] fue alto (Acha, 2008: 137-138). Creo compartir la crítica formulada por Acha, y ya volveré sobre las expresiones y consecuencias de ese 35Transición en política N CCaappííttuulloo 33 Transición en política: otra política y otra manera de hacer política
  • 31. “subdesarrollo del pensamiento político marxista”. Pero pienso que para superar esa falencia sigue sien- do necesario partir de la misma crítica marxiana, en tanto devela los meandros a través de los cuales el capital (relación social en virtud de la cual el objeto producido deviene sujeto y comando sobre el produc- tor) implica la incontrolabilidad de la vida social y representa una escisión antagónica que produce y reproduce continuamente la alienación y el fetichismo: de la mercancía, del dinero, del Estado. Ocupándose de las cuestiones “económicas” pero escudriñando más allá de las apariencias, supo advertir que la igualdad política de los ciudadanos encubría las desigualdades sustanciales que existen en la sociedad capitalista “pues el poder político es precisamente la expresión oficial de la contradicción de clase dentro de la socie- dad civil” (Marx, 1987: 137). De allí, finalmente, su comprensión de que la emancipación humana reque- ría quebrar esa dominación del capital, revolucionan- do tanto la esfera socioeconómica como el poder político que, disueltos los antiguos lazos de dependen- cia personal del feudalismo, se construyó (y se recrea permanentemente) sobre la base del moderno anta- gonismo. Partidario de la revolución social, Marx asu- mió la necesidad de la lucha política sin dejar de plantear una crítica sustancial a esta. A la idealiza- ción de la política como supuesto terreno de comuni- cación y realización humanas, opuso la sólida convicción de que constituía en realidad una “mala mediación”: no superación, sino más bien expresión de limitaciones que, materialmente ancladas en el antagonismo social, impiden a los hombres realizarse plenamente como tales. Su teoría de la revolución como autoemancipación de los explotados en marcha 36 N Los desafíos de la transición
  • 32. hacia una nueva sociedad (o forma histórica) sigue siendo un punto de partida ineludible para superar el subdesarrollo señalado al inicio de este capítulo (y guarda relación con lo dicho en el anterior capítulo sobre el carácter inconcluso del proyecto de Marx). Si tuviera entonces que señalar lo que considero el núcleo duro (y válido) de la concepción marxista, diría que la política socialista consiste, siempre y en cada momento, en asumir y llevar adelante la tarea de res- tituir o devolverle al cuerpo social los poderes usur- pados por la política burgués-estatalista: “La política socialista o sigue la senda que le fijó Marx —del sus- titucionismo a la restitución— o deja de ser política socialista y, en vez de ‘autoabolirse’ a su debido tiem- po, se convierte en autoperpetuación autoritaria” (Meszáros, 2001: 539). Hay que rescatar también la concepción de que la revolución no resulta ni de un determinismo eco- nómico, ni de un puro voluntarismo político. Es un pro- ceso que adviene sobre la base de determinadas condiciones o prerrequisitos objetivos y la acción de un sujeto colectivo que, con su práctica revoluciona- ria, apuesta e intenta la transformación revoluciona- ria tanto de las circunstancias como de la misma gente que lucha por el cambio. Insuficiencias y anacronismos Y sin embargo, como ya se dijo, la teoría de la revolución y de la política que nos legara Marx resul- ta en algunos aspectos insuficiente o anacrónica. Y no solo por los inmensos cambios que se han acumulado a lo largo de un siglo y medio, sino porque existían en 37Transición en política N
  • 33. esa elaboración “puntos ciegos”, ambigüedades y expec- tativas refutadas por la realidad. Me limitaré a señalar dos, que tuvieron significativas consecuencias políticas. El primero, tiene que ver con el desarrollo de la organización y conciencia de los trabajadores. Marx había advertido ya en el Manifiesto Comunista que la clase trabajadora, sometida a la explotación de una multiplicidad de capitales, estaba necesariamente fragmentada y que las condiciones materiales empu- jaban a que los trabajadores compitieran entre sí. Posteriormente, en el curso de su investigación críti- ca de la economía política, se refirió con más detalle y profundidad a estas cuestiones y otras estrechamen- te relacionadas, como la subsunción real del trabajo, la producción del trabajo abstracto, etcétera. Paradójicamente, estos progresos teóricos no tuvieron un correlato en el terreno político. De hecho, se subes- timó el impacto que el desarrollo de estos mecanis- mos cada vez más sofisticados tendría a largo plazo en el desarrollo de la organización (sindical y políti- ca) de la clase obrera y de su conciencia. Peor aún, se alentó la confianza en que la creciente concentra- ción y combinación del capital y el desarrollo de la gran industria acarreaban, como contrapartida, la ace- lerada multiplicación de la fuerza, la organización colectiva y la conciencia de la clase obrera. No ocu- rrió así. La fragmentación y las desigualdades de los trabajadores se mantuvieron y agravaron, alentando así, directa o indirectamente, recurrentes esperanzas y confianza en el rol “correctivo” del Estado. Otro error que tuvo consecuencias políticas nega- tivas fue la caracterización de que el “bonapartismo”, al estilo de la Segunda República en Francia, consti- tuía para la clase dominante “la única forma de gobier- 38 N Los desafíos de la transición
  • 34. no posible” y “la forma última” del poder estatal bur- gués (Marx, 2003: 63-64). La correlativa suposición fue que el “parlamentarismo” estaba liquidado. Ocurrió algo completamente diferente. A fin del siglo XIX y a lo largo del siglo XX se sucedieron cambios estructu- rales y en las superestructuras políticas del capitalis- mo, incluyendo profundas transformaciones del Estado y del sistema mundial de Estados. En cuanto al parla- mentarismo, pronto se reveló capaz de apresar entre sus redes a los partidos obreros de Europa, incluso al Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, el más fuer- te del Viejo Continente y supuesto custodio del mar- xismo. En lugar de sentarse sobre las bayonetas del ejército y confiar la salvaguarda de sus intereses de clase al “Estado gendarme”, la burguesía supo afirmar- se como clase dominante desplegándose también como clase dirigente, utilizando la cohesión y el con- senso, desde un Estado que, además de reprimir, edu- caba y “moralizaba” con sus valores a las clases subalternas, montando “casamatas” en la sociedad civil e incluso entre los trabajadores. Pero esto no lo advirtió Marx, sino el italiano Antonio Gramsci, y muchos años después. Así pues, Marx señaló objetivos generales y principios válidos estratégicamente que, sin embargo, resultan actualmente insuficientes. Redefinir lo político y las políticas contra hegemónicas Urgen desarrollos teóricos y prácticos para preci- sar aquellas tareas políticas y las mediaciones que per- mitan afrontar los problemas de la transición. Felizmente, a pesar y en contra de la revolución con- 39Transición en política N
  • 35. servadora, existen aportes y discusiones en las que podemos y debemos apoyarnos. La mexicana Rhina Roux ha sintetizado muchos debates en un artículo que considero digno de mención. Sobre las relaciones entre Estado y política precisa que: El Estado no es una cosa ni se reduce a los gober- nantes. No es una sustancia, un sujeto o un ente externo a la sociedad. El Estado es un proceso rela- cional: un proceso activo, dinámico, fluido, que se teje en interacciones recíprocas entre los seres humanos, que se realiza en el conflicto y en cuya con- figuración participan también las clases subalternas […]. Este momento político del que “brota” la forma- Estado no es producto del arbitrio ni de un engaño colectivo. Está anclado, por un lado, en la política: actividad humana que relaciona a los hombres en tanto copartícipes de una forma organizada de su vida en común, de su vida pública (res publica). Está contenido, por el otro, en la propia dialéctica de la dominación que, para ser tal, supone al mismo tiem- po un proceso de negación y reconocimiento del dominado […]. El Estado es en realidad un proceso inestable. En su existencia y modo de manifestación, la forma-Estado expresa el permanente intento de unificar una sociedad, de suspender el conflicto, de institucionalizar y domesticar la política. Pero nunca ese proceso queda fijado, cristalizado. Porque se trata de un vínculo dinámico entre seres humanos, la estatización de la vida social está siempre atrave- sada por el conflicto y desbordada por la política autónoma de las clases subalternas (Roux, 2002: s/n) Así, dejando de lado los tan frecuentes abordajes “metafísicos” del Estado, puede intentarse una rede- finición radical de lo político. Escribe Roux: 40 N Los desafíos de la transición
  • 36. La política es un concepto que desborda lo estatal. La política refiere a esa cualidad específicamente humana -no presente en ningún otro ser vivo sobre la tierra: el atributo de la libertad, de la acción humana orientada a la construcción de las normas que regulan la convivencia. En contraste con las acti- vidades orientadas a la reproducción material de la vida, a la satisfacción de necesidades (producción, intercambio), la política es el ámbito de la confron- tación en el que se decide el cómo organizamos, nosotros —no ellos— nuestra vida colectiva (íd.). Asumiendo esta perspectiva, es posible dejar de lado la falsa opción entre los partidarios del politicis- mo estatalista y aquellos que sostienen una postura radicalmente antipolítica. Esta superación consiste en pasar a pensar y proyectar la confrontación política en términos de otra política: La lucha contra el capital es una confrontación polí- tica que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos. Ello no significa reducir la activi- dad política a la participación en elecciones o a la ocupación de puestos en el aparato estatal (espacios propios de la política estatal que, por lo demás, son también utilizados por las clases subalternas para expresar inconformidad y rebeldía). Significa que la lucha contra el capital es, sobre todo, una lucha por construir nuevas reglas de organización de la vida social: por redefinir las normas que ordenan la con- vivencia, lo que compete a todos, lo relativo a la res publica. Esta lucha es, necesariamente, una confron- tación política […] La lucha contra el nuevo poder incontrolable del capital global pasa no por una nega- ción de la política, ni por una apuesta a la pasividad, sino por una recuperación de la política (íd.). 41Transición en política N
  • 37. La importancia de esto va mucho más allá de lo teórico, por cuanto habilita asumir construcciones polí- ticas de y para los de abajo: supone también volver la mirada a las múltiples for- mas que adopta la política autónoma de las clases subalternas: esa que nutrida en agravios y humilla- ciones, se construye cotidianamente en la experien- cia y está anclada en la memoria de luchas, victorias y derrotas pasadas. […] Esa lucha supone, sí, una dis- puta por la soberanía: una confrontación en la que lo que se juega no es la ocupación del aparato admi- nistrativo del Estado, sino quién decide —y desde qué principios y con qué fines— las reglas que ordenan la vida de todos […] Si la lucha contra el capital es una lucha por la construcción de una nueva forma de rela- cionalidad social y por la recuperación de la condi- ción humana, entonces esa lucha es también, necesariamente, una que supone trascender la poli- ticidad enajenada: la expropiación por el capital a los seres humanos [...] del derecho a organizar, contro- lar y decidir libremente la forma de organización de su vida social. Es la lucha por la construcción de aque- llo que Marx, frente a la comunidad ilusoria estatal, visualizaba como una comunidad real y verdadera: una asociación política fundada en la libertad, en la plena realización de la individualidad concreta y en el reconocimiento recíproco como personas (íd.) Desafíos para la nueva izquierda Llegado a este punto, trataré de aportar algunas consideraciones referidas a la posible construcción de una nueva izquierda en nuestro país y en el particu- lar contexto de Nuestra América. Sin perjuicio de esto, 42 N Los desafíos de la transición
  • 38. cabe comenzar por advertir y asumir que la crisis de la izquierda viene de lejos y va mucho más allá de las debilidades y condicionamientos “históricos” de la izquierda argentina, en sus diversas vertientes. Dicho de otra manera, los problemas de nuestra izquierda no pueden ser considerados al margen de los proble- mas y desafíos más o menos comunes a los que se enfrentan el conjunto de los trabajadores y sectores populares, a escala mundial. No se trata solamente de una relación de fuerzas globalmente desfavorable que se deriva de una sucesión de pasadas derrotas, sino de algo característico de esta época transicional: por un lado, la urgencia de frenar el incremento de la bar- barie que se deriva de la crisis estructural del capi- tal; por el otro, la insuficiente preparación política y teórica de “los de abajo” para combatir al capitalis- mo de manera efectiva y sostenida. En nuestro país, como en todo el mundo, las polí- ticas neoliberales abrieron una brecha inmensa entre la creciente riqueza acaparada por los explotadores y las miserias (no solo pobreza) impuestas a la inmensa mayoría del pueblo. Y si bien a partir del año 2003 la masa de “desocupados estructurales” se redujo, el desmantelamiento de las antiguas estructuraciones de los asalariados (tareas, categorizaciones, convenios, etcétera) y el salto cualitativo en la degeneración de las grandes organizaciones sindicales (cuyas cúpulas y aparatos, por lo demás, ya habían dejado de ser inde- pendientes mucho antes) han dejado marcas duraderas en el pueblo trabajador. Además, operan deliberada y sistemáticamente mecanismos de asimilación y/o dis- gregación de los movimientos y agrupamientos sociales conformados en la resistencia al neoliberalismo y/o en las luchas para enfrentar la crisis de 2001. Continua- 43Transición en política N
  • 39. mente se tropieza con la arraigada práctica de las direcciones políticas y sindicales tradicionales apuntada a desalentar movilizaciones y acciones directas, a afe- rrarse a reivindicaciones autolimitadas y objetivos sectoriales, insistiendo en una orientación puramente defensiva que se reveló ineficaz en el pasado y resulta más inútil en este momento histórico. Los avances y pretensiones del capital, en todos los terrenos, gene- ran múltiples y continuados conflictos; de tal modo que si, por un lado, se fragmenta a los sectores populares, por el otro se “socializa” el conflicto despertando resis- tencias que podrían ser, de conjunto, antagónicas al capitalismo. Claro que esto no es automático, pues reclamos sectoriales parcialmente contradictorios pue- den neutralizarse mutuamente, e incluso, en muchos casos, ser manipulados para enfrentar a “pobres con- tra pobres”; pero lo cierto es, en todo caso, que debemos asumir la generalizada conflictividad social como terreno complejo en que la reconstrucción de una identidad popular y de clase es necesaria y posi- ble, en la medida que colectivamente se recupere o fortalezca la capacidad de “hacer juntos” de los tra- bajadores, se rompan las formas fetichizadas de las relaciones sociales cotidianas y un genuino movi- miento popular recoja y proyecte las mejores tradiciones de lucha de nuestro pueblo, estrechando los márgenes de maniobra de la colaboración de cla- ses y del populismo. Apostar a una construcción que, sobre la marcha, vaya definiendo un camino superador de sendas ya recorridas, requiere voluntad, elaboración política, audacia comunicativa y flexibilidad organizativa. Solo con esta vocación e impulso será posible acercar fuer- zas y experiencias militantes diversas (a veces incluso 44 N Los desafíos de la transición
  • 40. conflictivas) y alentar a la convergencia de diversas tradiciones para proyectarse conjunta y creativamen- te en una nueva perspectiva emancipatoria construi- da colectivamente. No hay recetas, ni sendas preestablecidas para hacerlo. Pero creo que ayuda advertir que nos enfrentamos con un enemigo multi- facético, lo que el filósofo cubano Gilberto Valdez Gutiérrez ha denominado “el sistema de dominación múltiple del capital”.1 Frente a semejante dominación múltiple Lo antisistémico actúa como horizonte de sentido de las resistencias y las luchas del presente (aunque te- niendo los pies y las mentes puestos en las contradic- ciones que deben ser resueltas en el plano social-po- pular, nacional y regional) que adelantan, desde la cotidianidad de esas luchas, procesos económicos, políticos y culturales en franco desafío a la lógica del capital en todos los planos. Dicha perspectiva, en consecuencia, va más allá de la mera sustitución de un régimen de propiedad por otro, ya que contiene un desafío integral a las formas de dominación múl- tiple del capital y a la civilización que este engen- dró a nivel planetario. Se trata de un potente es- fuerzo de ruptura radical con la lógica de dominación y sujeción del capital en todas sus modalidades, desde lo económico productivo hasta lo simbólico cul- tural. Lo antisistémico se resignifica como subver- sión/superación no solo política, económica y social del capitalismo, sino civilizatoria y cultural, mediado 45Transición en política N 1 Categoría formulada por el filósofo cubano Gilberto Valdez Gutiérrez en su tesis de doctorado publicada en 2002 y enriqueci- da en los Talleres Internacionales sobre Paradigmas Emancipatorios organizados en La Habana por el grupo GALFISA y organizaciones como el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.
  • 41. por ejes transversales, cuyo centro es la diversidad (de género, étnico-racial, cultural, identitaria, etcé- tera). La referencia de los valores antisistémicos (an- ticapitalistas, antipatriarcales, por relaciones de pro- ducción no depredadora con el medio ambiente, en defensa de la diversidad natural, de la diversidad so- cial-humana) es clave para asumir esos valores en la cotidianeidad y fundar las acciones de transformación en esa ética y no desligar fines y medios” (Valdés Gu- tiérrez, 2009: s/n). Las experiencias históricas y presentes, tanto a escala nacional como al nivel de Nuestra América, indi- can que existe entre los explotados y oprimidos una heterogeneidad o variabilidad que difícilmente un Partido pueda ignorar, y menos aún subsumir. Son nece- sarios, entonces, tanto la capacidad de reconocer y respetar diferencias, como un sistemático empeño de convergencia, de autovaloración y formación que con- tribuya a unir lo diferente en luchas (y perspectivas políticas) comunes. Estas mismas experiencias nacio- nales y continentales sugieren la posibilidad y conve- niencia estratégicas de intervenir en todos los ámbitos de la sociedad, integrando a activistas y movimientos sociales que son también políticos, y aglutinando los intereses de las distintas franjas populares en la cons- trucción de un proyecto político contrahegemónico. El Frente Popular Darío Santillán habla en este sentido de “multisectorialidad”, y la asume como uno de sus rasgos constitutivos. Pero esto, aun siendo valioso, representa tan solo un comienzo: se trata ahora de que la conquista metodológica y organizativa que es la “multisectorialidad” demuestre su “productividad” contribuyendo a la generación de políticas con las que pueda forjarse una voluntad colectiva por el cambio 46 N Los desafíos de la transición
  • 42. social capaz de ofrecer un proyecto emancipatorio a escala nacional y regional. Cambiar, para cambiar el mundo Desde la izquierda, hemos dicho y seguimos dicien- do con justa razón que es hora de terminar con el ver- ticalismo burocrático, el imperio de “los cuerpos orgánicos” y los aparatos con que el peronismo pre- tende “controlar la calle”. Pero también la izquierda debe dejar de lado todas las concepciones que, en una u otra forma, recrean la idea del Partido (o la Orga) “dirigente”, y viejos hábitos como la pretensión de mimetizarse en organizaciones supuestamente amplias que resultan ser “correas de transmisión” de directi- vas partidarias. Son concepciones y prácticas que reproducen relaciones jerárquicas derivadas de la división social del trabajo. Es preciso repetir, tantas veces como sea necesario, que el instrumento políti- co que se requiere debe ser concebido como un medio, una construcción en movimiento capaz de cam- biar al compás de los procesos en que se interviene y acomodándose a la praxis de sus componentes. En otras palabras, una organización política que, en lugar de sustituir o imponer directivas desde afuera del movimiento real, sea parte del mismo y como tal se construya, articulando diversas formas de organi- zación, acordes a las experiencias, necesidades e inte- reses de quienes las integran y del sector social en que luchan, desarrollando una praxis transformadora que transforme la misma organización, promoviendo tanto la capacidad autónoma de cada militante como una voluntad común del colectivo. 47Transición en política N
  • 43. La batalla por el cambio social se articula con una reivindicación de la libertad que, desbordando el enfo- que liberal de la libertad individual contingente, potencia la tendencia de los hombres a liberarse de la necesidad para reapropiarse de una libertad verda- dera y socialmente compartible. Se trata de comba- tir y superar arraigadas deformaciones introducidas en las grandes organizaciones obreras de masas por la burocratización y la presión del capital, recuperando valiosas tradiciones que fueron siendo abandonadas en el camino: recordemos, por ejemplo, que el Manifiesto definía al comunismo como “una asociación en que el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos” (Marx-Engels 2008: 52). La liber- tad concebida como tendencia o movimiento tiene diversos niveles: libertad, como conciencia y manejo de la necesidad, con la mediación dialéctica del tra- bajo; libertad, como conquistada libertad común de los individuos asociados. Y constituye un progreso teó- rico y político advertir que la libre voluntad se verifi- ca también y sobre todo con el reconocimiento, no ya de la necesidad, sino de los posibles. A Gramsci se debe la indicación de que la volun- tad política deja de ser un registro de supuestas nece- sidades unívocas, para convertirse ella misma en uno de los llamados “factores objetivos”, elevándose al nivel de una voluntad capaz de hacer una síntesis entre ella misma y el conjunto de los condicionamientos objetivos. Afirmando que la libertad es la dialéctica de toda la historia humana, pero que en determinado momento histórico se hace también “libertad conscien- te de serlo” (Gramsci, 2001: 130), sugiere que, a la dialéctica entre necesidad y libertad, se suma una dia- léctica superior entre libertad “objetiva” y concien- 48 N Los desafíos de la transición
  • 44. cia “subjetiva” de la libertad. Debemos luchar por una ampliación cualitativa de las libertades formales, conjugando las “libertades menores” en una libertad mayor que es el libre aporte a la construcción de una “voluntad general” capaz de revolucionar el injusto ordenamiento social. Y la fracasada experiencia de los socialismos estatal-policíacos nos enseña que semejan- te construcción colectiva no es posible sin un genui- no pluralismo socialista, por cuanto la condición elemental para la puesta en practica de de los principios de una transformación socialista […] es la producción de una conciencia de masas socia- lista como única forma factible del auto desarrollo de la acción en común. Y esta última, claro está, tan solo puede surgir de los constituyentes verdadera- mente autónomos y coordinados (no dominados y manipulados jerárquicamente) de un movimiento inherentemente pluralista (Mészáros, 2001:799). Poder popular y organizaciones revolucionarias No postulo una nueva teoría de la organización, por la sencilla razón de que no la tengo. Pero esto no puede ser un impedimento para sostener que debemos organizarnos y luchar políticamente, dando pasos que, utilizando los métodos de prueba y error, la crí- tica y la autocrítica, se ajusten a las condiciones en que debemos actuar y a las experiencias y capacidad militantes acumuladas, incluyendo en esto la disposi- ción y capacidad de relación con los más amplios sec- tores del pueblo trabajador. Creo firmemente en la necesidad de asumir la construcción de un “instrumen- to” o movimiento político-social revolucionario, sin 49Transición en política N
  • 45. hacer de esta necesidad un objetivo en sí misma, por- que siempre debe estar subordinada al reconocimien- to y la potenciación de la autoactividad de la clase trabajadora, concebida esta con el criterio que pro- pone el sociólogo (y compañero) Ricardo Antunes: concepción inclusiva y ampliada de trabajo, que con- templa tanto su dimensión colectiva como subjeti- va, tanto sea en la esfera del trabajo productivo como en la del improductivo [de plusvalía], ya sea material o inmaterial, así como en las formas asumi- das por la división sexual del trabajo debido a la nueva configuración de la clase trabajadora (Antunes, 2005: 38). La convicción de que “la emancipación de los tra- bajadores será obra de los trabajadores mismos” no implica despreciar la organización y acción políticas. Por el contrario, para impulsar el “socialismo desde abajo” es bueno dejar de lado las simplificaciones ingenuas y el “autonomismo” mal entendido. Toda la historia de la lucha de clase nos advierte que la auto- actividad de las clases subalternas es una resultante —siempre frágil y reversible— de relaciones de fuerza y de luchas en las que los trabajadores se enfrentan con el enemigo de clase (y consigo mismos, en la medi- da que el antagonismo de clase no deja de penetrar- los). Son necesarias ciertas formas de organización amplias y flexibles que contengan la diversidad del movimiento y permitan avanzar experiencias de poder popular, pero también se requiere de la acción y del aporte ideal y militante de fuerzas políticas anticapi- talistas organizadas, e incluso de la disputa construc- tiva entre las mismas, porque la actividad autónoma de los explotados implica una ruptura, al menos par- 50 N Los desafíos de la transición
  • 46. cial, con los comportamientos, valores e ideas que la dominación de los explotadores y su Estado inducen cotidianamente. La autoemancipación es una construcción de largo aliento, con avances, retrocesos e inevitables disputas, que se desarrolla tanto a escala nacional como inter- nacional. Un siglo y medio de luchas del movimiento obrero y revolucionario (incluyendo desviaciones y derrotas) impone la necesidad de recuperar conceptos como “actualidad de la revolución”, “socialismo”, “comunismo”, “autoactividad”, “autodeterminación”. Esta recuperación implica asimismo repensarlos y ajus- tarlos a la luz de las experiencias del pasado, las con- diciones del presente y el desafío de un incierto futuro. Y aunque no lo he tratado específicamente, espero que de lo escrito a lo largo del libro surja la con- vicción de que nuestras luchas y organizaciones debe- rán no solo reafirmar, sino también repensar el combate por la autoemancipación de los explotados en términos de un nuevo y concreto internacionalismo, un antiimperialismo consecuente asumido en primer lugar desde la nación y Nuestra América, pero comprometi- do con los combates de los explotados en cualquier lugar del mundo. El “socialismo desde abajo” debe ser impulsado con plena autonomía de las llamadas políticas de Estado. Incluso si los gobiernos de algunos de estos Estados, como ocurre en el caso de los que conforman el ALBA, apor- tan a la conformación de una plataforma regional progresiva en la medida que pone barreras a las pre- tensiones imperiales del Norte, las razones de Estado chocan una y otra vez con las necesidades emancipa- torias de los pueblos. Reconocer los aportes del lide- razgo carismático de Chávez a la revolución bolivariana 51Transición en política N
  • 47. no puede ser un obstáculo para criticar y aun enfren- tar limitaciones, inconsecuencias o políticas equivo- cadas: es inadmisible defender a un multimillonario corrupto y asociado a los imperialistas como Ghadafy por razones de amistad personal; no se puede salu- dar como revolucionario al régimen iraní, cuando se trata de una dictadura teocrática y ferozmente antiobrera; así como no es admisible entregar gue- rrilleros de las FARC o el ELN al régimen reacciona- rio y represivo que hoy preside Santos. Cuando el gobierno que preside Evo Morales decreta un brutal aumento en el precio de los combustibles, hay que estar con el pueblo insumiso que se expresa en las calles. Así como, para terminar dando otro ejemplo sensible, apoyar la Revolución Cubana hoy significa, también, conservar independencia y capacidad críti- ca frente a una reforma económica que aparece plan- teada en términos de “ajuste” a los sectores populares e impuesta desde arriba, y disposición a una fraterna colaboración con quienes, en el entrañable “territo- rio libre de América”, aspiran a una profundización que lleve a la revolución cubana, irreversiblemente, más allá del capital. Una nueva situación... con tendencias en disputa y final abierto La crisis de 2001 y la irrupción de millones que durante meses ocuparon calles y plazas reclamando “que se vayan todos” constituyeron una impugnación radical del régimen y su institucionalidad política. Pero la movilización y los ensayos de autoactividad de los de abajo no maduraron políticamente y no se proyec- 52 N Los desafíos de la transición
  • 48. taron en un gran movimiento alternativo de alcances y significación nacionales. Como escribí hace ya algu- nos años La crisis no alcanzaba solo a la burguesía y el parla- mento: ella era también una crisis de las clases subal- ternas, que no conseguían forjar una voluntad común e imponer su proyecto hegemónico aunque hubiesen desarticulado la hegemonía de las clases dominan- tes (Casas, 2004: 143). La impotencia y frustraciones que de allí se deri- varon posibilitaron la salida electoral encuadrada por Duhalde y una (inicialmente) muy titubeante recom- posición del sistema. Luego, la sostenida ofensiva polí- tica impulsada por Néstor Kirchner y continuada hoy por Cristina Fernández de Kirchner, aprovechando un contexto económico relativamente favorable, ha con- ducido a una nueva situación o coyuntura política, marcada indudablemente por el fortalecimiento del llamado “proyecto” kirchnerista, pero cuya dinámica y desenlace continúan abiertos, en disputa. No creo que las clases dominantes hayan alcanzado esa esta- bilidad político-institucional tan deseada, tanto desde el gobierno como desde la fragmentada oposición que lo critica colocándose a su derecha. Lo que ellos lla- man “capitalismo normal”, con una conflictividad mínima y sometida a la regulación estatal, no parece estar a la vuelta de la esquina. Tenemos entonces por un lado la dinámica de cooptación e instrumentación políticas impulsada por un gobierno que, siendo declaradamente procapitalis- ta y defensor del núcleo del agronegocio y el perfil extractivo-exportador, supo tomar nota del aviso de 53Transición en política N
  • 49. incendio que fue la crisis de 2001, y se diferenció de las fracciones burguesas partidarias del “neoliberalis- mo de guerra” asumiendo un proyecto neodesarrollis- ta y de integración regional, un sesgo populista y un discurso “nacional y popular”. Su construcción políti- ca trabajosamente se apoya en la construcción de fuer- za propia, alianzas transversales, el pejotismo y por último, pero no en importancia, la asociación con la burocracia sindical; siempre apuntando a la fragmen- tación de organizaciones y luchas populares autónomas y a la captación de una amplia franja de la juventud que se acerca a la vida política. Existe también, por el otro lado, una minoritaria pero sostenida experiencia de movilizaciones, articulaciones de lucha y organiza- ciones con militancia de base, activistas presentes en todo el país y en múltiples frentes de intervención, cuya principal debilidad continúa siendo la carencia de una perspectiva convocante y aglutinadora. Cabe destacar y valorar que, en este proceso de disputada politización y de recambio generacional, existe una franja o vertiente de izquierda, minorita- ria sin duda pero aguerrida, consecuente y dinámica, con expresa vocación de escapar a los guetos ideolo- gizados. Esta izquierda independiente trabajosamen- te ha venido acumulando un patrimonio común (con formas y desarrollos ciertamente diferentes) y recha- za las viejas formas de hacer política: la de lo viejos aparatos políticos del régimen, desde ya, pero tam- bién las políticas puramente reactivas y subordinadas a las cadencias electorales de “partidos” de izquier- da, activos en el conflicto social pero encerrados en una autorreferencialidad sectaria e interminables dis- putas fraccionales. Esta “nueva nueva izquierda”, según la feliz expresión de Miguel Mazzeo, de la cual 54 N Los desafíos de la transición
  • 50. el Frente Popular Darío Santillán y las restantes orga- nizaciones que conforman la Coordinadora de Movimientos Populares de Argentina (COMPA) son un componente significativo, enfrenta ahora un desafío que no puede ni debe eludir: empeñarse en la cons- trucción de un proyecto y un movimiento político- sociales dispuestos a enfrentar al sistema y al gobierno con vocación de poder; esto es, formulando proyec- tos, políticas y prácticas gestados desde abajo, pero para batallar por abajo y por arriba, con el atrevimien- to y la plebeya desfachatez que se requieren para interpelar e interpretar a la juventud en busca de algo distinto y, sobre todo, a los trabajadores y los inmen- sos sectores populares desposeídos, humillados... y expectantes. Hay en suma incertidumbres y confusiones, pero también luchas y construcciones políticas en desarro- llo, que buscan aportar a una perspectiva emancipa- toria “desde abajo y a la izquierda”. Está el oportunismo de quienes se acercan al oficialismo kirchnerista para presentarse como su ala izquierda “nacional y popular”, aunque para ello deban dejar de lado la lucha por el cambio social. También el sus- titucionismo sectario, arraigado en organizaciones que, por declararse “marxista-leninista” o “trotskis- tas”, se creen las portadoras de la línea correcta. Y no falta el variopinto autonomismo, que llega, en algu- nos casos, al rechazo de toda forma de organización o estrategia colectivas, y en otros a rebuscadas dia- lécticas discursivas que apuestan a una confluencia “desde abajo” con el oficialismo. En todos estos casos, lo que se deja de lado es lo fundamental: la necesidad de asumir un nuevo tipo de construcción político-social con militancia, formas de intervención 55Transición en política N
  • 51. y objetivos que, desde los primeros pasos, aporten no solo a la convergencia de luchas y movimientos políti- co-sociales más o menos incipientes y localizados, for- taleciendo sus reclamos y enfrentando las embestidas derechistas sin caer en la trampa de “defender el mal menor”, sino también y sobre todo a proyectarse como alternativa política capaz de canalizar y cons- truir poder popular, impulsando un proceso de cam- bio emancipatorio construido desde abajo, sin moldes sectarios y/o localistas. O dicho de otra manera: ayu- dando desde el vamos a la autodeterminación de los de abajo y a la construcción de poder popular con polí- ticas y proyectos de alcance nacional y americanista. Libertad sindical, democracia obrera, clasismo En un país de tan fuerte tradición sindical como Argentina, contribuir a la radical renovación de orga- nización, métodos y objetivos de lucha del movimien- to obrero debe ser una de las principales tareas políticas de la nueva izquierda. Para no remontarme más atrás, basta con recordar lo ocurrido en 2001- 2002: las cúpulas sindicales se “borraron” en los momentos decisivos de la lucha de clases. Activamente o por omisión, acompañaron las febriles disputas pala- ciegas que pusieron y sacaron presidentes de la Casa Rosada hasta instalar a Eduardo Duhalde: un presiden- te que nadie había votado. La parálisis y el colabora- cionismo de la dirigencia sindical, cuando el régimen se hundía en el descrédito y la clase dominante en una total confusión, ilustran la impotencia y decadencia políticas de la conducción del movimiento obrero. Pero lo que termina de descalificarla es la mansa acepta- 56 N Los desafíos de la transición
  • 52. ción del brutal ajuste antiobrero con que Duhalde salió de la convertibilidad, vía devaluación. Es indudable que la situación de los asalariados tuvo un vuelco positivo: a partir de 2004, se registran mayor nivel de empleo, recuperación salarial, resta- blecimiento de paritarias y convenios colectivos e incluso cambios en la legislación y jurisprudencia laboral que morigeran la contrarreforma conservado- ra de las últimas décadas. La mejora relativa no fue una dádiva del gobierno, fue una conquista, porque los asalariados, pasado lo peor de 2003 y aprovechando un contexto todavía marcado por cotidianos cortes de calles, manifestaciones y acciones directas, también comenzaron plantear sus reclamos con petitorios, asambleas, suspensión de actividades e incluso paros, acciones de protesta y luchas parciales e inconexas, pero muy extendidas. Mastodontes sindicales que hacía décadas no salían a la calle (por ejemplo, la Unión Obrera Metalúrgica) debieron sacudirse la modo- rra y combinar la negociación por arriba con alguna huelga y con manifestaciones sectoriales, en una gim- nasia que, aun siendo controlada, posibilita alguna expresión de base. No debe ignorarse, por otra parte, la influencia de los conflictos “duros” (“huelgas sal- vajes” según los medios), que más o menos cíclicamen- te desbordaron el control burocrático, logrando a veces conquistas significativas y, en todos los casos, ejemplificando una potencialidad de lucha que las patronales, el gobierno y los burócratas temen y com- baten, pero no pueden erradicar. El balance del período es complejo. La dinámica de mejorías en el nivel de empleo y salarios parece haberse estancado o ralentizado desde 2008. Pero lo más contradictorio reside en el hecho de que incluso 57Transición en política N
  • 53. esa mejoría que un sector de la clase sintió, estuvo acompañada por el incremento invisibilizado de la pre- carización, el trabajo en negro (que alcanza a casi un 40% de la fuerza laboral), los tercerizados y el traba- jo esclavo. Las diferencias en el seno de la clase se han incrementado: los trabajadores no registrados cobran, en promedio, la mitad de lo que perciben los que están en blanco. Un 20% de los salarios son recor- tados “por arriba” pues debe tributar impuesto a las “ganancias” (sic), y en la otra punta se encuentran los nuevos “pobres por ingreso”, como se clasifica a quienes trabajan en blanco por un salario que no cubre el valor de la canasta familiar. Esta fragmentación objetiva, consentida y alentada por el modelo sindi- cal burocrático-peronista, tiene consecuencias subje- tivas: la conciencia e identidad de clase siguen desarticuladas, la solidaridad y la defensa de intere- ses comunes son desacreditadas y se promueve la bús- queda de “ventajas” corporativas. En definitiva, junto con la bonanza económica han crecido la desigualdad y la miseria social. El discurso de los dirigentes cege- tistas, que afirman que el movimiento obrero se for- taleció cualitativamente y recuperó protagonismo político, es engañoso. Kirchner reivindicó a la burocra- cia, le restituyó un lugar dentro del peronismo que hacía tiempo había perdido, dio al “modelo sindical” el blindaje del Estado y, por último, pero no en impor- tancia, se impulsó como nunca ese perfil de “sindica- lismo empresarial”2 adoptado por la burocracia, 58 N Los desafíos de la transición 2 Lo de “sindicalismo empresarial” tiene múltiples connota- ciones: en lugar de organizar la lucha, “ofrecer servicios al afilia- do”; gerenciar el sindicato y la obra social con criterios de rentabilidad, hacer inversiones, al límite devenir accionistas de
  • 54. asegurándole, no solo el discrecional manejo de los fondos sindicales y de las obras sociales con millona- rios subsidios, sino también la posibilidad de manejar otras partidas extraordinarias, así como contactos y “facilidades” para que los aparatos sindicales y sus popes acumulen recursos y fuentes de financiamien- to, con sesgos mafiosos. Quid pro quo: la burocracia devolvió los favores, negociando “con responsabilidad y moderación” ante las patronales y convirtiéndose en pilar fundamental del gobierno: contra la oposición burguesa, en el momento en que hizo falta, pero tam- bién y sobre todo como factor orgánico de contención de la clase trabajadora: aceptando los techos salaria- les y bloqueando la confluencia de las reivindicacio- nes y luchas del pueblo trabajador. Pese a las exhibiciones de fuerza de la CGT y de los camioneros, sigo pensando que está en crisis el modelo de unicidad y dictadura de los “cuerpos orgá- nicos” que la CGT pretende eternizar. Al sindicalismo empresarial de manejos mafiosos y patotas multiuso, se opone el desarticulado y soterrado repudio de la mayoría de los trabajadores, para quienes la burocra- cia constituye un cuerpo extraño y muchas veces peli- groso. Esta experiencia de clase otorga relevancia a las experiencias de conflictos y organizaciones encua- dradas en el sindicalismo de base. Así como la toma de fábricas y las empresas recuperadas por los traba- jadores se han incorporado al repertorio de la lucha de clases, algo similar ocurre con el reclamo de liber- tad sindical o de que las asambleas decidan. No debe 59Transición en política N empresas capitalistas, etcétera. En el caso argentino, ha signifi- cado también la acelerada conversión personal de los burócratas y sus familiares en empresarios multimillonarios.
  • 55. perderse de vista que, a pesar de conservar índices de afiliación sindical superiores a la media internacional, la mitad de los trabajadores en la Argentina está en negro o en condiciones de completa precariedad. Y que en la abrumadora mayoría de los lugares de trabajo no existe ningún tipo organización sindical. De allí la urgen- cia de una intervención sindical y política alternativa. Cabe reclamar libertad sindical, también y más aún democracia obrera; esto es, discusión y resolución de todos los problemas desde la base. Y junto con la liber- tad sindical y el ejercicio de la democracia obrera, la clave estará en ganar la capacidad de impulsar y con- tribuir a la lucha del pueblo trabajador en toda su diver- sidad (de género, etaria, de registración, originarios de otros países, etcétera). Apoyar la autoactividad y auto- organización de los asalariados, procurando su confluen- cia con otras vertientes del movimiento popular: organizaciones de trabajadores desocupados, movi- mientos populares territoriales, asambleas ambienta- listas, movimientos de campesinos y pueblos originarios, el nuevo movimiento estudiantil. Para asumir este desafío debemos atrevernos a opo- ner a la tradición que esgrime y cultiva la burocracia, la memoria de las luchas y de los combatientes que la historia oficial enterró, pero nosotros podemos y debe- mos rescatar o redimir. Repasando la historia a con- trapelo, podremos saltar sobre un abismo de sangre y olvido para reencontrarnos con los vencidos de ayer que, a pesar de la derrota o precisamente porque fue- ron derrotados, siguen denunciando a los traidores, advirtiéndonos sobre el peligro que nos acecha, recor- dándonos en definitiva que la única lucha que se pier- de es la que se abandona. Aquellas “constelaciones” o “relámpagos” subversivos que podemos extraer de la 60 N Los desafíos de la transición
  • 56. “resistencia peronista”, del Cordobazo, de las coordi- nadoras interfabriles o, mucho más cerca aún, de Darío Santillán en la estación que bautizó con su gesto soli- dario y con su sangre, nos orientan, nos iluminan, nos dan fuerza; como escribió Michael Löwy: “La relación entre el hoy y el ayer no es unilateral: en un proceso eminentemente dialéctico, el presente aclara el pasa- do y el pasado iluminado se convierte en una fuerza en el presente” (Löwy, 2005: 71). Desbordar el “economicismo” Urge también la reconsideración del contenido mismo de las luchas, combatiendo pedagógicamen- te pero con firmeza el economicismo y la estrechez corporativa. Un marxista libertario que ha estudian- do en profundidad la crisis del movimiento obrero organizado señala: No es solamente el poder que la clase dominante tiene sobre las fuerzas productivas lo que el movi- miento obrero debe cuestionar para luchar por su reapropiación. De modo mucho más amplio y con más razón, debe ejercer el poder sobre el conjunto de las condiciones sociales de existencia. Allí está la cues- tión decisiva de la crisis de la sociabilidad. Es preci- samente el economicismo (que alimentó la mayor parte de los objetivos y reivindicaciones del movi- miento obrero durante la fase fordista) lo que se halla obsoleto […] es preciso que luche contra el conjun- to de la dominación capitalista, fuera del trabajo, como también dentro de él. Sin abandonar eviden- temente ninguno de sus objetivos en términos de nivel de vida, debe hoy colocar en el centro de su 61Transición en política N
  • 57. lucha y de su proyecto la cuestión del modo de vida, es decir, la manera como la propia sociedad se pro- duce, la manera como ella produce las relaciones que median entre sus miembros, y, a través de ellas, a sus propios miembros (Bihr, 2000: 65). La búsqueda de una nueva política pasa, en este terreno, por ayudar a superar la separación entre las esferas productiva y reproductiva, ya fundidas de hecho por el capital, superando también la alienante escisión entre trabajador y ciudadano; separación y escisión decisivas en la sociedad capitalista. Las luchas contra la intensificación de la explotación, la precarización y la exclusión del empleo, así como contra otras múlti- ples formas de exclusión, pauperización y miseria, son necesarias e irrenunciables, pero no bastan: por ejem- plo, la “explotación” capitalista del ambiente, exten- diendo la que se ejerce sobre el trabajo, constituye una concreta amenaza a la vida en general que no debe que- dar sin respuesta. Y estas respuestas no podrán ser las que dieron los grandes partidos y centrales sindicales del siglo pasado, siguiendo un libreto y una división de tareas anacrónicos. Las condiciones del antagonismo social en nuestra época obligan a superar la brecha mistificadora entre metas inmediatas y objetivos estratégicos generales que llevó al movi- miento obrero a entrar en el callejón sin salida refor- mista. Como resultado, ahora aparece en la agenda histórica la cuestión del auténtico control de un orden social metabólico alternativo, por desfavora- bles que sean, por ahora, las condiciones para con- cretarlo (Mészáros, 2007: 91). La superación de los interminables debates sobre el sujeto revolucionario no se logrará reiterando la pro- 62 N Los desafíos de la transición
  • 58. fesión de fe en el “rol histórico de la clase obrera”, sino removiendo el lastre de organizaciones, concep- ciones y métodos inservibles. Se trata de ayudar a que los trabajadores seamos capaces de intervenir (en la vida real y no solo en el discurso de los marxistas) como clase general, que enfrenta al capitalismo teniendo conciencia que los ataques a sus condiciones de tra- bajo y de vida están inscriptos en una lógica sistémi- ca que representa una amenaza a la comunidad humana y a su necesario equilibrio con la naturaleza. Para lograrlo se requerirá creatividad, perseveran- cia y duras batallas políticas. Incluso en nuestra Latinoamérica insumisa, donde se han desarrollado multiformes y ricas experiencias político-organizativas, las clases trabajadoras están lejos de contar con organizaciones en condiciones de afrontar las luchas que impone esta fase del capitalismo. Con el agrega- do de que los gobiernos “progresistas” que se decla- ran antineoliberales, alientan sistemáticamente la engañosa ilusión del retorno de algún tipo de Estado benefactor. Contra estas políticas burguesas no valen los clisés y estrategias copiadas (generalmente, mal) de pasadas revoluciones. Un genuino proyecto de cam- bio social y la construcción de una estrategia capaz de contribuir a su realización poco tienen que ver con el consignismo repetitivo y la mera afirmación de que se quiere el socialismo. Por el contrario, es digna de aten- ción la hipótesis que Harvey llama teoría correvolu- cionaria. Veamos en primer lugar el panorama analítico que nos presenta este autor: El cambio social se lleva a cabo en un despliegue dia- léctico de relaciones entre siete momentos internos en el cuerpo político del capitalismo entendido como 63Transición en política N
  • 59. conjunto, o ensamblaje, de actividades y de prácti- cas: (a) las formas tecnológicas y organizativas de pro- ducción, intercambio y consumo; (b) las relaciones con la naturaleza; (c) las relaciones sociales entre las personas; (d) las concepciones mentales del mundo, reagrupando saberes y niveles de interpretaciones cul- turales y de creencias; (e) procesos de trabajo y de producción de bienes específicos, geografías, servi- cios o afectos; (f) agencias institucionales, legales y gubernamentales; (g) el encuadramiento de la vida cotidiana que sostiene la reproducción social (Harvey, 2010: s/p). Recuperando y actualizando con este análisis el marxiano concepto de totalidad, se pasa a reflexionar, dialécticamente, sobre lo que debería proponerse una política anticapitalista: Cada uno de estos momentos tiene su propia diná- mica y es portador de tensiones y contradicciones internas (basta con pensar en las representaciones mentales del mundo), pero todos son co-dependien- tes y co-evolucionan en interacción los unos sobre los otros […] Un movimiento político anticapitalista puede comenzar dondequiera, en el proceso de tra- bajo, en las concepciones mentales, en la relación con la naturaleza, en las relaciones sociales, en la elaboración de tecnologías y de formas organizativas revolucionarias, partiendo de la vida cotidiana o en los intentos de reformar estructuras institucionales y administrativas, incluyendo la reconfiguración de los poderes del Estado. Lo importante es asegurar que el movimiento político circule de un momento al otro en una dinámica de reforzamiento mutuo […] El cam- bio se produce, desde luego, a partir de determina- dos estados de cosas y hay que saber utilizar las 64 N Los desafíos de la transición
  • 60. posibilidades inmanentes a la situación existente […] las más diversas experimentaciones de cambio social, en distintos lugares y a distintas escalas geo- gráficas, representan maneras posibles y a la vez potencialmente instructivas de crear (o no) otro mundo posible. Y en cada caso podrá parecer que uno u otro aspecto de la situación existente representa la clave de un futuro político distinto. Pero la primera regla de un movimiento anticapitalista global debe ser: no contar nunca con el despliegue dinámico de un momento determinado (a, b, c, ...) sin medir cuida- dosamente la manera como se adapta y resuena la interacción con todos los demás (íd.). Yo diría que las agudas indicaciones de David Harvey constituyen una bienvenida incitación a reivin- dicar y recuperar la capacidad política de pensar y de actuar estratégicamente: a escala nacional, sin duda, pero también en el más amplio terreno de la lucha de clases que se despliega en Nuestra América, e inter- nacionalmente. 65Transición en política N
  • 61. Luego de dos o tres décadas durante las cuales la reflexión política y teórica sobre el socialismo lan- guideció hasta casi desaparecer, existe un renovado interés por la cuestión, como lo atestiguan las publi- caciones y libros que dedican muchas páginas al tema. Pero lo más significativo e importante es que, al menos en nuestro continente, la militancia de los movimientos sociales y políticos que chocan contra el orden establecido discute cómo articular luchas coti- dianas con el desafío radical al sistema imperante. Y si bien algunos de los gobiernos que se dicen o son lla- mados progresistas han roto, no solo en los hechos, sino también en sus discursos con el socialismo,1 las enfáticas y repetidas declaraciones en las que el pre- sidente Hugo Chávez sostiene que, con el capitalismo, ninguno de nuestros problemas tendrá solución, y es 67Transición socialista y autoemancipación N CCaappííttuulloo 44 Transición socialista y autoemancipación 1 Es lo ocurrido con los gobiernos del PT y los del Frente Amplio, para no hablar ya de la Concertación chilena o los Kirchner, que asumieron declarándose partidarios de un capitalis- mo “productivo” y “normal”.
  • 62. imperioso pensar y luchar por el socialismo del siglo XXI, han instalado esta cuestión a nivel de masas, y no solo en Venezuela. Repensando el socialismo Para avanzar en esta elaboración, el recurso a los libros clásicos y el estudio atento de la experiencia his- tórica son imprescindibles, pero de ninguna manera suficientes, porque las condiciones son marcadamen- te diferentes. En los albores del siglo XX, los marxis- tas más agudos e innovadores (Rosa Luxemburg, Vladimir Lenin, León Trotsky, para mencionar tres nom- bres canónicos) supieron reconocer la actualidad de la revolución y hacer aportes políticos y teóricos a par- tir de este reconocimiento. La ola revolucionaria que siguió a la Primera Guerra Mundial, y el jalón históri- co que representó la victoria de los soviets o conse- jos obreros en Rusia, daban el marco para que el congreso de fundación de la Tercera Internacional Comunista afirmara que la revolución internacional mundial comienza y crece en todos los países […] todo esto prueba que la forma revolucionaria de la dictadura proletaria ha sido hallada y que el proletariado está en camino de ejer- cer su dominación en los hechos […] la victoria de la revolución proletaria está asegurada en todo el mundo: la constitución de la República soviética internacional está en marcha (Lenin 1973: 65, 119). En aquel entonces, sin demasiada precisión, la palabra socialismo se aplicaba al período que se extendería desde el derrocamiento político del capi- 68 N Los desafíos de la transición