Este artículo describe una conversación que el autor tuvo con una turista estadounidense, quien dijo que lo que más extrañaba de su país era poder tirar el papel higiénico al inodoro después de usar el baño. El autor quedó sorprendido por esto, ya que en Colombia es común encontrar canecas llenas de papel usado en los baños públicos y privados. La turista explicó que dejar el papel usado al aire libre puede causar problemas de salud e higiene. El autor reflexiona sobre por qué esta práctica es común en
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Colombia: por siempre en la letrina
1. PUBLICACIÓN ALEATORIA
NÚMERO π
LOS ANALES DEL SUBDESARROLLO
BOGOTÁ, COLOMBIA/JULIO 2011
Colombia: por siempre
en la letrina
Por: Miguel Ortiz Betancur
Una vez, conversando con unos visitantes
gringos en Colombia, les hice la muy típica
pregunta sobre qué era lo que más extrañaban de
su país mientras estaban aquí. Para la dicha de
un colombiano predecible y “orgulloso de su
patria”, varios respondieron que amaban a
Colombia y que no querían volver a USA (cliché
del turista gringo que a los 40 no ha salido de la
casa). Pero hubo una mujer cuya respuesta me
impactó de tal forma que, gracias a ella, ahora
entiendo la causa de nuestra extrema suciedad
en todos los sentidos, ámbitos, esferas, etc. por una noche, y le fue aún peor. En en el
impecable baño de mármol italiano con grifos
Ella respondió con total sinceridad: “lo que más bañados en oro, estaba la caneca Rimax, llena
extraño de mi país es poder cagar y tirar el papel de papelitos cagados esperando por la
higiénico al inodoro…” empleada.
Sí señores, así como quedaron ustedes quedé yo, Me contó asombrada que la empleada era una
estupefacto, en una situación en la que no se mujer que todavía contratan las familias
sabia si era mejor sentirse un estúpido, o colombianas (ricas y pobres), la cual por unos
terriblemente avergonzado. pocos pesos y sin quejarse, lava, plancha, y saca
cada semana con mucha delicadeza, la mierda
Le pedí que me explicara: me dijo que, de los que los habitantes de la casa estampan en
muchos países que había visitado en su vida, papelitos que acumulan juiciosamente, día tras
Colombia era el único en donde encontraba día en su canequita Rimax.
canecas en los baños, y también unos amables
letreros o pictogramas que le decían: “favor no En aquella casa, el recipiente era tan importante
arrojar papeles al inodoro”. Me contó que había que tenía un bellísimo adorno bordado a mano
padecido de estreñimiento porque no soportaba por la abuela, y que hacía juego con un cobertor
entrar al baño del hostal y encontrarse con una para la tapa del inodoro y con el mantel que
enorme pila de papeles cagados expuestos a la adornaba la elaborada cena de puchero
vista, el olfato y la dignidad humana. santafereño, aguardiente y caviar de esturión.
La pobre intentó en un exclusivo centro ¡Tal era el esnobismo de aquella familia, que se
comercial y encontró lo mismo. Luego quiso creía muy pulcra porque usaba una caneca con
aprovechar la casa de una familia muy tapa de pedal! Con tapa o sin ella, era la misma
distinguida del norte de Bogotá que la acogió mierda.
2. Me explicó -como si le hablara a un vil
incivilizado que en el siglo XXI aún no se ha
enterado de la invención del alcantarillado- que
vivir con la mierda al aire puede traer graves
consecuencias, infecciones por coliformes (por
nombrar solamente la más popular), además del
apestoso olor al cual los colombianos parecen
haberse acostumbrado, o tal vez ya disfrutan.
Intenté explicarle que aquí nos enseñan desde
niños que “el papel higiénico tapa los inodoros”,
y me hizo sentir aún más estúpido al explicarme
con señas que, si la presión del agua podía “lo que más extraño de mi país
arrastrar por un tubo de tres pulgadas “all that
shit”, que en español traduce literalmente “toda es poder cagar y tirar el papel
esa mierda”, ¡obviamente podía arrastrar el fino higiénico al inodoro…”
papel diseñado por expertos y fabricado
específicamente para deshacerse en el agua!
Por esa gran vergüenza, le menté la madre al
difunto J.F. Kennedy y su Alianza para el
progreso. La única explicación lógica que hallé,
era que, cuando vinieron los gringos a fundar los
barrios Kennedy, y de paso a cambiarnos las
letrinas y los pozos, por inodoros y
alcantarillados, no nos dieron el manual de
instrucciones. Finalmente recobré la calma y me
sentí demasiado injusto con las carismáticas
misiones internacionales, entonces descarté mi
débil argumento influenciado por el anacrónico
materialismo histórico.
La anécdota quedó en mi memoria hasta hace
unos meses, cuando me vi obligado a visitar
diariamente el centro de Bogotá. Gracias sus
calles, y a esta realísima historia que evoca
elegantísimos baños de mármol en las casas del
Chicó, no me es necesario buscar más teorías
para explicar por qué a los colombianos, sin
importar el origen regional o la condición social,
nos une una extraña y jubilosa pasión: la de vivir
felices con y entre la mierda.