Antonio Aza era un profesor de arquitectura exitoso que dirigía su propia academia con varios profesores. Sin embargo, tras divorciarse, enfermarse y la crisis económica, perdió a todos sus alumnos y tuvo que cerrar la academia. Se quedó sin hogar y terminó viviendo en un albergue, donde pasó hambre y miedo. Ahora vive en una casa de servicios sociales pero tendrá que irse en enero y pide una renta mínima para sobrevivir. A pesar de las dificult
Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 4ºESO
Antonio Aza Casablanca
1. LA ESPAÑA DESESPERADA. ANTONIO AZA
Perder con clase
PEDRO SIMÓN MADRID/ 11/11/2012 El MUNDO
Antes de que se agachara a coger aquella colilla pisoteada, la soplara y se la acercara a los
labios, Antonio Aza -63 años- fue estudiante de Arquitectura, profesor de Geometría
Descriptiva de 4.000 alumnos, director de una academia con 11 profesores y dos secretarias y
tuvo hasta una pitillera cara.
Madrid arde en la parrilla de mediados de junio y el albergue de San Isidro es un hogar a
fuego lento. Antonio ve el pitillo consumido en el suelo y lo mira como quien encontrara un
Rolex. Antonio se agacha y mira en rededor celebrando el tesoro. Ya vemos cómo se está
agachando. Ya vemos cómo coge la boquilla con el pulgar y el índice. Y en la escena de tomar
la decisión de postrarse, coger la inmundicia, tratar de limpiarla y encenderla, nos queda una
biografía: la calada sabe a vergüenza.
Detrás de Antonio Aza está el hijo del
mecánico de la base aérea de Torrejón y el
chaval del 10 en Latín y del 10 en
Matemáticas; el estudiante que compaginaba
sus estudios universitarios con sus pinitos
como profesor para ayudar en casa; el hombre
que se casó a los 25 años y el que se divorció
siete después; el docente que acabó dando
clases durante cuatro décadas y el turista que
recorrió Belice, Siria, Tailandia o la India; el
dueño de la academia de dibujo técnico para
arquitectos Torres-Aza y el desahuciado que coge una colilla del suelo para fumar.
De toda esta batidora, nos queda una estampa surrealista. Es de hace cinco meses, cuando
un alumno de Arquitectura de la universidad Alfonso X aún iba a buscarlo al albergue. Se lo
llevaba en coche a su casa cerca de Ferraz. Le pagaba 15 euros por clase. Y luego le devolvía
al gueto.
- «Cuando me divorcié, mi ex y yo vendimos la casa y repartimos el dinero a medias. Todo lo
que saqué lo metí en la academia», comienza. «Cuando mis padres murieron, lo poco que me
dejaron también lo metí en el negocio», prosigue. «Y allí estaba todo metido cuando vino mi
problema de salud, el estrés, los mareos, las subidas de azúcar, y la crisis», termina.
Entonces, la lenta sangría vació la clase y la academia de dibujo para arquitectos se
desplomó: 90 alumnos en 2008, 20 alumnos en 2009, tres alumnos en 2010... La tapia como
encerado en 2011. El daño colateral del ladrillo esta vez era un profesor de dibujo acomodado.
- «Por el alquiler de la academia, que ya se había convertido en una pequeña habitación,
pagaba 400 euros. Por el alquiler del piso, 750... Pues bien, no podía con ello. Sin alumnos,
no podía con los gastos. Debía ya siete meses de los dos sitios. Entonces me echaron de la
casa: aquella noche dormí reclinado en un sofá en la academia».
2. Antonio era el hombre que usted vio sentado en el suelo con trazas de nuevo pobre en la
plaza de Alonso Martínez. Antonio era ese Robinson (haga memoria) que estuvo tres días allí
plantificado, con un carrito y un bastón, «cagado de miedo». Antonio era el profesor de media
clase de Arquitectura de su hijo.
Cuando el Samur social de Madrid le despertó, le ayudó a levantarse y le dio este empujón,
del director de la academia que fue, del emprendedor con 11 profesores y dos secretarias a su
cargo, ya sólo quedaba Antonio. Y allí estaba al cabo de unos días, franqueando otra puerta
donde aprendería un nuevo a-e-i-o-u: en el albergue de San Isidro, le llamaban El Catedrático.
- «Perdí 11 kilos en aquellas semanas. El patio era una película de Almodóvar. Gente muy
jodida por las drogas. Muchos problemas de salud. Peleas. Personas extranjeras. Y luego
gente como yo. Que no se creía lo de estar allí, pero que estaba. Te asustabas nada más
entrar. Te asustabas cuando te veías haciendo cosas que nunca habías hecho».
El entusiasta profesor de Geometría Descriptiva, Dibujo Técnico y Expresión Gráfica -aún
mantiene su web www.torresaza.com y da clases a cuatro alumnos en una habitación que
alquila por cinco euros la hora- vive en una casa facilitada por los Servicios Sociales del
Ayuntamiento de Madrid que tendrá que abandonar en enero, tiene solicitado un piso de
primera necesidad y ha pedido una renta mínima de inserción.
Si lo ven andando por la calle con un carrito de la compra no piensen que viene de la tienda,
no. Es que lo lleva así -delante de él-, porque sufre mareos, las piernas le fallan y el objeto le
sirve como andador.
- «A la calle no pienso volver por nada del mundo. Para algunas cosas sigo siendo un señor.
Pegarme un tiro tampoco, porque no tengo pistola. Y no me voy a matar con un cartabón».
Es Antonio el que se va radiante, rebusca entre sus cosas y regresa al tanto con un tesoro.
-Mirad, qué os dije.
Soplará Antonio el objeto que trae para quitarle el polvo, como el día en que lo hizo con la
colilla que parecía un Rolex. Nos acercará la placa y leeremos: «Curso 81-82. A nuestro profe
de cabecera de sus alumnos que son la pera».
Sonríe Antonio con tiralíneas, conmovido, pero en este silencio que estalla le asoma un
borrón de tintero caído.
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