La vida de Elizabeth Bishop (1911-1979) fue una sucesión de mudanzas. Tras la muerte del padre y la separación definitiva de la madre a los cinco años, creció entre la casa de los abuelos en Nueva Escocia y su natal Worcester. Desde que inició sus estudios se movió entre varias ciudades de la costa este de Estados Unidos y pasó extensos períodos en Francia, Brasil y Key West. De esos viajes proceden la mayoría de los escenarios de sus cuentos y poemas, el interés por la literatura en español y portugués, y un fuerte rechazo frente a cualquier manifestación de autocompasión, incluido el sentimiento propio de expatriada. Esta conciencia de la soledad y la pérdida –alguna vez le dijo a su gran amigo Robert Lowell que su epitafio debía decir algo como “Aquí yace la mujer más sola que jamás haya vivido”– hace parte esencial de su obra, material poético que, según ella, está en todo lo que nos rodea para ser mostrado de la forma más sencilla posible.