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NUEVOS
CUENTOS
DEL PASADO
Nicolás Méndez Ayala
Ilustración
Mauricio López Gómez
NUEVOS
CUENTOS
DEL PASADO
Nicolás Méndez Ayala
Ilustración
Mauricio López Gómez
Este libro fue un proyecto ganador
de la convocatoria Suarte 2021
en la categoría libro de
cuentos infantiles.
Nicolás Méndez Ayala (1996 - ¿?)
Nacido en Bogotá por el azar, criado en Soacha por
sus padres, se dedica a escribir desde que descubrió
su falta de habilidad para la vida. Pasó su prima-
ria en Soacha, años felices. Pasó su bachillerato en
Bogotá, años sin sueños: madrugó mucho. Tiene
algunos estudios en Ingeniería de Sistemas, en Mate-
máticas y algunos cursos de producción audiovisual;
ninguno de ellos concluido, gracias a Dios. Le gusta la
pasta, Evangelion y está viendo Fullmetal Alchemist.
No le gustan las plantas de interiores, y es incapaz de
aplicarse perfume sin estornudar; pero puede estor-
nudar sin aplicarse perfume. Actualmente, trabaja en
ser más supersticioso.
Mauricio López Gómez (1997 - ¿?)
Nació en Soacha y aprendió a dibujar copiando Poke-
mones en un cuaderno cuadriculado de cien hojas.
Se caracterizó por perder las materias de artística y
educación física en la primaria, y por agregar otras
cuantas en bachillerato. Aprendió diseño e ilustra-
ción con algunos cursos cortos, pero más que todo
con tutoriales de Youtube. Le encantan las buenas
pinturas, y se emociona al ver una puerta o una
pared bien pintadas. Actualmente, está probando
tres meses gratis de Spotify.
A mis padres por su amor
y paciencia.
CONTENIDO
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?...............................13
EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR......................23
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR...............27
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN
LA MONTAÑA...............................................................39
LA BRUJA DE INDUMIL.............................................51
CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO
DEL TEQUENDAMA...................................................63
NUEVOS
CUENTOS
DEL PASADO
12	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?	 13
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?
M
i nombre es Simón Rodríguez y espero que esta
historia le sea útil a las generaciones futuras.
TodocomienzaconmipececitoCanelaquecabía
en un vaso y, aun así, tenía espacio para nadar de un lado a
otro. Canela era negro y no color canela, pero se llamaba
Canela porque yo lo llamé así. ¿Ustedes por qué se llaman
como se llaman? Pues porque así les pusieron, es una ley
universal. Canela era mi segundo pececito, el primero se
llamaba Chocolate. Con Chocolate aprendí que los pececi-
tos no deben revolverse ni batirse cuando están nadando.
No quiero alargar esta historia de Canela con los detalles
de Chocolate, solo diré que hubo un tenedor involucrado.
Canelaeraespecialporqueteníaunapromesaincluida:si
yo cuidaba de él por dos meses, mis papás me iban a regalar
un perro; pero primero querían saber si yo era capaz de
cuidaraotroservivo.Eseperrosellamaría,sinningunaduda,
Trotsky. Ese nombre tenía una buena razón, mi abuelo tenía
un gato que se llamaba Niebla y un perro que se llamaba
Trotsky. Mi perro sería Trotsky Segundo, en honor al viejo
perro de mi viejo abuelo.
Faltaba una semana para que yo terminara mi periodo de
prueba con Canela, estaba muy emocionado y casi podía
sentirelpelajedelnuevoTrotsky.Puseelvasoquecontenía
13
14	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
a Canela en la mesa del comedor, acababa de cambiarle el
agua y mi pececito estaba feliz. Nos preparamos para desa-
yunar, mi papá trajo almojábanas y me las entregó, me pidió
quelasacomodaramientrasélselavabalasmanos.Lasdejé
al lado de Canela. Cuando mi papá terminó de lavarse, mi
mamámepidióquehicieralomismo.Meenjabonébienyno
dejé espacio sin fregar, luego me enjuagué y fui al comedor;
al llegar vi que Canela no estaba en su vaso.
— ¿Dónde está Canela? — pregunté.
— ¿Dónde lo dejaste? — dijo mamá.
— En el vaso con agua — respondí.
— ¿En este, junto a las almojábanas? — dijo papá.
— Sí, en ese, incluso le cambié el agua — contesté
orgulloso.
— ¡No, hijo, no puede ser! ¿Cómo se te ocurre poner
las almojábanas junto a tu pececito? — dijo mamá
espantada.
—Noentiendo,¿Cuáleselproblema?—dijesorprendido.
— Que las almojábanas comen peces, Simón, les encan-
tan — dijo papá.
— No puede ser — respondí, ya sin ganas de desayunar.
— ¿Cuál se lo comió?
— Es imposible saberlo — dijo mamá — hacen la diges-
tión muy rápido; míralas, todas se ven iguales, pero
una ya deshizo en su interior a Canela.
— No puede ser — dije.
—EstrágicoSimón,perodebemosserfuertesytúdebes
sermáscuidadoso,nocreoqueestéspreparadopara
un perro — dijo papá.
— No me lo puedo creer — dije apesadumbrado.
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?	 15
— Pero así es — dijo mamá.
Juré venganza contra las almojábanas; aunque no encon-
trépruebasdesuculpabilidad.Lesbusquéunaaberturaque
funcionará en ellas como boca, pero nada, no encontré una
explicación a su método de nutrición, ni a su dieta basada
en pescado; según lo que recordaba, su sabor se acercaba
al queso y no a nada que viniera del mar. No me atreví a
probarlas en el desayuno por miedo a comerme al pequeño
Canela. Mis padres no tuvieron ningún problema, y creo
que, a papá, que se comió cuatro, le agradó mi inapetencia.
— Se comieron también a Canela — les dije un poco
molesto.
—No,hijo,Caneladespuésdeserdevoradoporlaalmo-
jábana, deja de ser Canela — me dijo papá.
— ¿Enserio? — pregunté — este día no deja de
sorprenderme.
— Por supuesto — respondió mamá — si no fuera así,
imagínate, cuando nos comiéramos un pollito, nos
estaríamoscomiendolosgusanosqueledasumamá
gallina. ¿O es que el pollo te sabe a gusano?
— No sé — le dije. — Nunca me he comido un gusano.
— Y no debes hacerlo — dijo papá, que ya terminaba de
comer. — Nunca.
Comoconsolación,memandaronapasarelfindesemana
en la casa del abuelo. Yo estaba emocionado de ver al viejo,
a Niebla y a su Trotsky; aunque ver a su perro me pusiera un
poco triste por la falta del mío. Él vivía más cerca al parque
central de Soacha, donde yo sabía que había cantidades
inmensas de mis terribles enemigas. No había lugar más
indicado para conocer de sus costumbres que su fortaleza,
16	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
que el lugar de su nacimiento, podríamos llamarlo, su nido.
Al abuelo no le agradaban mucho las visitas, creo que
en especial le disgustaba la mía. Solía llamarme mocoso
malcriado siempre que estaba en su casa, y eso que ahora
yo casi no rompía ninguna cosa. Decía que mis padres no
sabían educarme, pero yo confiaba plenamente en ellos. En
fin, le conté a mi abuelo lo que había sucedido con Canela;
pero él hacía, a mi parecer, las preguntas equivocadas. No
quería saber detalles de cómo las almojábanas habían devo-
rado a mi pobre pez, se veía más interesado en el hecho de
que mis padres me hubieran prometido un perro.
— ¡Pero tu mamá es alérgica a los animales, siempre
que viene tengo que guardar a Niebla y a Trotsky!
— dijo mi abuelo, que no acababa de entender de
quién iba a ser el perro.
— ¿Eso qué tiene que ver? Trotsky Segundo sería mío,
no de ella — Le respondí.
— Noimportadequiénsea,soloconcompartirelmismo
espacio, la alergia de tu mamá se activaría — dijo mi
abuelo.
— Debe ser que ya se curó — contesté. — ¿Si no fuera
así, por qué me prometerían un perro?
— Eso mismo quisiera saber — dijo mi abuelo. — Vamos
a dar un paseo.
No tenía planeado que la visita a mis enemigas fuera tan
pronto; mi abuelo no me dijo nada. Si me hubiera avisado,
habríapreparadomiequipodeinvestigación,oporlomenos
hubiera traído una libreta para anotar mis observaciones.
Estábamos frente a una fila de tiendas, a un costado del
parque central, y ahí estaban, las veíamos en todas partes,
en sus hábitats naturales que sus guardianes llamaban
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?	 17
vitrinas. Le pregunté a uno de los encargados de la exposi-
ción de qué lugar provenían esas almojábanas, también si
yaestabandomesticadasotodavíaeransalvajes.Elhombre
soltó varias carcajadas y le dijo a mi abuelo que yo era un
niño con una gran imaginación.
— Bueno es un niño muy inteligente, aunque a veces
no lo demuestre — dijo mi abuelo y guiñó un ojo. —
pero lo que de verdad quiere saber, es cómo hacen
la digestión las almojábanas.
— Señor no sé qué responder… — dijo el encargado.
— La verdad — dijo mi abuelo.
— La verdad… la verdad es que nunca he visto a una
almojábana comer — respondió el encargado, que
intentaba sonreír, pero estaba nervioso.
—¿Cuántosañosllevaustedenestepuesto?—pregunté.
— Más de veinte — me respondió el encargado.
— ¿Y nunca ha visto a una almojábana comer? —
preguntó mi abuelo.
— No señor — dijo el encargado.
— Pues que despistado — le dije.
Mi abuelo se despidió y yo hice lo mismo, luego pregun-
tamos en otros puestos, pero nadie había visto nunca a
una almojábana comiendo. Bueno, una señora dijo que
ella sí las había visto comiendo, pero lo dijo riéndose y no
supo responder lo de la digestión. Yo quise saber si habían
llevadopececitoscomoCanelacercadelasalmojábanas;me
respondieron que lo más parecido, eran los pescados que
vendían los restaurantes como almuerzo. Pensé entonces
quelasalmojábanaspreferíanalospececitosvivos;peromi
abuelo me hizo dudar de esta teoría al preguntarme cuánto
tiempo podía pasar yo sin comer y, si no comería cualquier
18	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
cosa si tuviera mucha hambre. Lo mismo podía aplicarse a
las almojábanas.
— Entonces no entiendo nada — dije. — ¿Por qué las
almojábanas que llevó papá eran carnívoras y estas
no?
— Tranquilo, Simón, vamos a tu casa y te explicaré todo
lo que tienes que saber sobre las almojábanas — me
dijo el abuelo.
— Ok, abuelo, pero ¿Por qué tenemos que ir hasta mi
casa? — pregunté.
— Porque a tus padres les encantará escuchar lo que
tengo para decir.
Nos fuimos caminando hasta mi casa que queda en San
Mateo, cuando llegamos mis papás no estaban. Mis amigos
jugaban en la calle, mi abuelo me preguntó si quería jugar
conellosyyoledijequesí.Medijoquemientrasyojugaba,él
iba a preguntar en la veterinaria de la otra calle, el precio de
la comida para Niebla y Trotsky, a ver si era más barata que
laquecomprabacercaasucasa.Volvióantesquemispadres,
y me dijo que cuando ellos llegaran, entrara yo también a
la casa.
Alcancé a tapar cuatro veces en el metegol hasta que
ellos llegaron y tuve que entrar. El abuelo estaba sentado
en el sillón individual de la sala, había posicionado los otros
mueblesparaquedarenelcentrodelahabitación.Lespidió
a mis papás que tomaran asiento para hablar de un tema
muy importante, que él consideraba, yo ya estaba en edad
para comprender. Ellos estaban un poco sorprendidos e
intentaban adivinar de qué se hablaría.
— Tranquilos, hijos, solo quiero contarle a mi nieto mi
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?	 19
historia con las almojábanas — dijo el abuelo.
— Ah, solo eso — dijo mamá, que no parecía muy tran-
quila, a juzgar por la mirada que le lanzó a papá.
— Bueno, mi pequeño Simón — comenzó el abuelo. —
Esta historia empieza en 1525, cuando un hombre
llamado Rupert de Nola escribió un libro de cocina.
— ¿Por qué se llamaba Rupert de Nola? — pregunté.
— Pues porque así le pusieron, es una ley universal —
respondió el abuelo.
— No es cierto — dijo mi papá. — se llamaba Fernando
I de Nápoles, pero se cambió el nombre.
— ¿Quién está contando la historia? — dijo el abuelo.
— Tú, pero ¿qué tiene que ver un libro de cocina cuando
hablamos de animales salvajes? — pregunté.
Mispadresmiraronamiabueloyesperaronsurespuesta,
con una expectación como yo nunca había visto. Bueno,
quizá pusieron la misma cara que cuando, sabiendo que yo
había roto la vajilla, me preguntaron si yo sabía quién la
había destrozado. Ese día me enseñaron que mentir estaba
mal y por supuesto que aprendí la lección.
— Lo que pasa Simoncito, es que en ese libro decía de
dónde habían venido las almojábanas — continuó
mi abuelo.
— ¿y de dónde vienen? — pregunté.
— Vienen de las tierras de Arabia — dijo el abuelo — de
los inmensos desiertos que transitan los antiguos
camellos, sobre cuyos lomos cabalgan hombres con
los rostros cubiertos, para evitar las ventiscas de
arena. Esos jinetes conquistaron por un tiempo la
España de Rupert, que como recordarás, conquistó
a su vez estas tierras de nosotros. Los españoles
20	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
aprendieron varias cosas de los árabes y trajeron
esos conocimientos con ellos cuando llegaron a
América. Pero lo más importante, es que trajeron
con ellos la receta de la al-muyabbana, que quiere
decir “la que tiene queso” refiriéndose a una torta.
Esa receta llegó hasta la antigua Soacha, donde
se inició una tradición que dio como resultado el
querido apodo de “soachuno almojabanero”, lo que
quieredecir:personaqueviveenSoachayquetiene
queso. Aunque otros afirman que hace referencia a
que, en Soacha, se hacen las mejores almojábanas.
— Entonces, ¿cómo es posible que se hayan comido a
Canela? — pregunté.
— No es posible, ellas no se lo comieron — contestó el
abuelo.
Miré a mis padres que tenían los rostros rojos, como la
parte trasera de los mandriles; incluso podría jurar que mi
papásudaba,yaunquesiempresudaba,estavezeradistinto.
— Hijo tienes que entender… — comenzó a decir mi
mamá, pero mi abuelo la interrumpió.
— Fui yo, yo me comí a Canela — dijo.
— ¿Cómo, si tú ni siquiera estabas? — pregunté.
— Usé un truco que aprendí en mis viajes al desierto,
para recolectar toda la información que te conté, se
llama… “al- invisibili - dád” — dijo mi abuelo, aunque
suvoznosonabamuyconvencida.—detodasformas,
Simón,tú tienes laculpa, porponerle un nombre tan
apetitoso a un pez.
— No te creo en absoluto, abuelo — contesté enfadado.
— te quieres burlar de mí.
— ¿Con qué no me crees? ¿Eh? — dijo mi abuelo; se
¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?	 21
levantó del sillón, dobló su cuerpo por la cintura,
como haciendo una reverencia, y puso sus manos
en su boca; luego hizo como que vomitaba, se ende-
rezó y tenía a un pez en la mano, idéntico a Canela.
— Aquí está — me dijo el abuelo.
— ¡Hurra! — grité — Canela está vivo, entonces puedo
ganarme a Trotsky Segundo.
—Nolocreo,hijo—dijopapá—dejastequetuabuelose
comiera a tu pez, no estás preparado para un perro.
— Pero no creo que el abuelo sea capaz de comerse a
un perro — dije.
— ¿Me estás retando? — preguntó el abuelo.
— Jamás tendré a mi Trotsky Segundo — dije.
— ¿Para qué, Simoncito? Si las segundas partes nunca
fueronbuenas—dijomiabuelo—Sabesquepuedes
visitar a Trotsky cuando quieras, además, tendrás
que cuidarlo cuando yo no esté.
— ¿Harás otro viaje al desierto? — le pregunté.
— No sé a donde será, solo sé que será el último. ¿Cuida-
ras a Trotsky? — quiso saber mi abuelo.
— Por supuesto que lo haré — le dije.
— ¡Mocoso malcriado! — dijo el abuelo, luego mirando
a mis padres — ustedes dos, me deben una.
— ¿Almojábana? — preguntó mamá.
Así fue como descubrí que las almojábanas no se comen
a los pececitos, aunque se llamen Canela.
22	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR	 23
EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR
T
odos hemos escuchado el cuento del ratón de campo
y del ratón de ciudad. En caso de que no lo conozcan,
aquí hay un resumen:
El ratón de ciudad visita a su primo, el ratón de campo;
peroseaburreenloquelepareceunamuyapaciblevida,sin
sobresaltos, sin novedades, sin muchas opciones. Entonces
decidevolveralaciudadeinvitaalratóndecampoparaque
loacompañe.Elratóndecamponoquiere,porqueleencanta
la vida que lleva, pero el ratón de ciudad lo convence de
hacer una pequeña visita. Los dos primos llegan a la ciudad,
donde efectivamente encuentran muchas opciones. Diver-
sos platillos a la hora de comer, variados juegos para diver-
tirse, y muchas otras actividades para pasar el tiempo. El
problema es que siempre están enfrentándose a un peligro:
aungato,aunatrampapararatones,alosescobazosdeuna
señora, en fin, en la ciudad no hay paz. El ratón de campo
decide que esa no es vida para él y abandona la ciudad para
regresar a su hogar.
Va a una estación de ferrocarriles en Bogotá, conocida
como la Estación del Sur. Pide un tiquete para el ferrocarril
que va a Fusagasugá, pensando en bajarse en la parada de
Soacha, alista $0.60 centavos, pues ese es el precio, pero
le dicen que el último tren partió esa mañana y que esa
ruta nunca se volverá a realizar. Decepcionado y un poco
23
24	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
fastidiado, el ratón de campo cree que tendrá que esperar
hasta el domingo, que como todos saben, es el día que sale
el tren hacia El Salto del Tequendama. Alista $0.40 centa-
vos para dejar pagado el tiquete, pero le dicen que esa ruta
tampocovolveráaoperar.Elratóndecampopreguntaporla
nuevarutaalsur,ylerespondenquelosientenmucho,pero
que como le dijeron, el último tren al sur salió esa mañana,
además le cuentan, que la estación del sur dejará de operar
desde ese día. El ratón de campo, que ama mucho su casa
en Soacha, decide regresar a pie sin importar el tiempo que
le tome.
Cuando llega a casa descubre que ya es bisabuelo de
unos cuatrocientos ratoncitos; no logra conocerlos a todos,
porque como él sabe, la vida de un ratón así sea en el campo,
estállenadepeligros.Sushijoslehacenunagranfiestapara
celebrar su regreso, y toda su descendencia se reúne a su
alrededor para escuchar su historia. Después de contar su
larga travesía exclama:
— Me alegra estar de vuelta en el campo.
Pero sus hijos, nietos y bisnietos lo corrigen, haciéndole
ver que Soacha es ahora una ciudad. El ratón de campo, que
ensutravesíaestuvodemasiadoconcentradoenllegarpara
prestarle atención a otra cosa, observa el paisaje y descu-
bre los centros comerciales, las torres de apartamentos, las
carreteras, etc. Entonces le dice a su prole:
— Decidí una vez ir a la ciudad, ahora la ciudad no me
abandona. Me alegra, por lo menos, estar de vuelta
en Soacha.
Los ratoncitos ovacionan la ocurrencia del abuelo, y cele-
bran hasta que los atacan los gatos.
EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR	 25
Para el que no la conocía, esa es la historia del ratón de
campo y del ratón de ciudad.
26	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR	 27
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR
U
n niño llamado Juan había quedado con sus amigos
para jugar un partido de fútbol, eso fue hace mucho
tiempo, cuando todavía había canchas en un lugar
quesellamabaFedenorte,oqueJuanysusamigosllamaban
Fedenorte. Ahora, en ese lugar, quedan dos centros comer-
ciales, que tendrán su utilidad, pero tienen prohibido jugar
fútbol en sus instalaciones.
Los niños se reunieron, como de costumbre, un sábado a
las ocho de la mañana; no tenían expectativas de que algo
cambiara ese día, tampoco esperanza. El equipo de Juan y
sus amigos era malo, cada partido lo perdían por goleada.
Los otros equipos se divertían, disfrutaban jugando contra
ellos por el placer de ganar, y por tener una práctica no muy
exigente. En una ocasión, el marcador terminó diez a uno,
el único gol que marcaron lo hizo Juan. Sucedió que iba
corriendo cerca del área chica y se resbaló, antes de caer
alcanzó a tocar el balón con la punta del pie, la pelota salió
volando con una curva imposible y chocó a una paloma; el
guardametadelequipocontrarioestabasiguiendolatrayec-
toria de la pelota, pero al momento del impacto con el ave,
la luz del sol lo cegó, permitiendo que el balón entrara a su
portería.
Losmuchachoscelebraronelgolcomosileshubieradado
la victoria. Sus contrincantes no lo entendían, pero ese gol,
27
28	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
eralaúnicaalegríaqueleshabíadadoestedeportedespués
de dos meses jugando. Algunos lo vieron como un presagio
de futuras victorias; uno de ellos, que se llamaba Andrés,
incluso corrió al lugar del campo bajo el choque, y recogió
una pluma que llevó a sus compañeros emocionado.
— Esta pluma, de ahora en adelante, será sagrada para
nosotros—dijoAndrésconlavozmásgruesaycere-
monial que le permitía su edad.
— ¡Sí, será sagrada! — respondió en coro el resto del
equipo.
— Y ya que una paloma nos hizo tan felices, nuestro
equiposellamarálosPalomosdeSoacha—continuó
Andrés.
El nombre no gustó mucho, y aunque uno de los chicos
intentó aplaudir, miradas amenazantes le sugirieron que lo
mejor era no hacerlo. El silencio se mantuvo. En todos los
rostros se dibujaba una mueca de disgusto, que al mismo
tiempo contenía en lo profundo un ataque de risa; pero el
respetoqueteníanhaciasucapitán,queolvidémencionarlo,
era Andrés, los obligaba a expresarse sin levantar la voz.
Todos esperaban que Andrés entendiera lo que ellos pensa-
ban, suponían que no hacían falta las palabras, que después
de tanto tiempo siendo amigos, él debía anticiparse a sus
objeciones.Elcapitán,sinembargo,nosedabaporenterado.
Ante tanta tensión acumulada, a Juan le pareció, que
siendo como era, el nuevo crack del equipo, tenía que decir
algo. Echó una ojeada a sus compañeros y, basándose en
sus rostros, supuso que pensaban como él. Dio unos pasos
al frente separándose de la multitud y entonces dijo:
— Creo que deberíamos votar para elegir un nuevo
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR	 29
nombre.
— Sí, ya estamos cansados de llamarnos los Amigos
de Andrés, pero no vamos a ponernos los Palomos
de Soacha — Dijo el número cuatro, oculto entre la
multitud.
— ¡Sí, sí, sí! — gritaron como apoyo el resto de los
jugadores.
— Está bien amigos — dijo Andrés — que cada uno haga
su propuesta.
—Comonuestrarachaestámejorando,tendríamosque
ayudarla con el nombre, para que se haga realidad
— dijo Juan.
— ¡Sí, sí! — lo acompañó el grupo.
— Yo propondría Los Invencibles — dijo Juan.
— ¡Falta algo que produzca miedo! — gritó el número
ocho desde el fondo.
— A mí me dan miedo las palomas — dijo Andrés.
— ¡No, no, palomas no! — negaron al unísono.
— ¿Qué tal, los Escorpiones Invencibles? — preguntó
Juan.
— No...— dijo Andrés, pero los demás no lo apoyaron. —
¡Sí, los Escorpiones Invencibles! — gritaron.
— Pero los escorpiones son lentos — objetó el número
tres.
— Bueno, entonces… ¡Los Escorpiones Relámpago
Invencibles! — gritó emocionado Juan.
— ¡Sí, sí! — contestaron los demás, exceptuando a
Andrés que de ahí en adelante prefirió guardar
silencio.
Terminaron llamándose “Los Escorpiones Relámpago
Invencibles de Hierro de Soacha”, porque no querían que
30	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
nadie dudara de su dureza, ni de su procedencia, pues
temían ser confundidos con otros “Escorpiones Relámpago
Invencibles de Hierro”. Habían escuchado de una fuente
confiable,queenotromunicipioteníanunnombresimilar.A
quiennoleinteresólaposibleconfusión,nileagradómucho
el cambio de nombre, fue, como podía esperarse, a Andrés,
que se sentía relegado por Juan.
El cambio de nombre, que podía parecer una cosa sin
importancia, influyó en el rendimiento del equipo. Aún no
ganaban nada, es más, mantenían su racha perdedora; pero
ensusúltimospartidos,lacantidaddegolesencontravenía
disminuyendo a un gol por encuentro; además, nunca se
quedaban sin marcar. En cada partido anotaban un único
y solitario gol, y el autor de ese tanto, siempre era Juan. El
equipo estaba feliz, los rivales atónitos, al ver como celebra-
ban cada derrota. La dicha de los Escorpiones Relámpago
Invencibles de Hierro de Soacha alcanzó niveles insospe-
chados el día que perdieron dos a uno. El arquero, a quien
apodaban “el Gordo”, se quitó la camiseta y su barriga fue
elevadasobreloshombrosdesuscompañeros,que,aritmo
de palmas, festejaron una increíble parada del guardameta,
quien, sin moverse, detuvo un tiro fuertísimo que le dio en
el vientre. Lo llamaron: “la atajada del buda”.
Andrés que, se me había olvidado decirlo, era delantero
comoJuan,noestabamuycontentoconsuescasezdegoles,
y comenzó a considerar a Juan como una seria amenaza
para su dominio sobre el equipo. No le hizo ninguna gracia
cuando el número tres, a modo de broma, propuso que
eligieran capitán a Juan. Andrés pensó, con algo de razón,
que, si no fuera porque él llevaba los balones a la práctica,
esetraspasodelmando,yasehabríaefectuadohacíamucho
tiempo.
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR	 31
AndrésfueelúnicoquenofelicitóalGordoporsuatajada,
y mientras todos celebraban el histórico dos a uno y presa-
giabanunincreíbleempateparaelpróximopartido,selimitó
a decir: “Amanecerá y veremos, dijo el ciego. y no vio”. A lo
que el número cuatro respondió:
— El único ciego eres tú, Andrés, que fallas todos los
goles. Si fueras más como Juan, ya habríamos empa-
tado algún partido.
— Es pura suerte — respondió Andrés — no tengo la
culpa de estar en una mala racha.
— Pero Juan ha marcado en diez partidos seguidos, y
tú nunca has hecho un gol en toda la historia de los
Escorpiones Relámpago Invencibles de Hierro de
Soacha. — dijo el gordo.
— No he tenido el chance — dijo Andrés.
— ¿Y esa en la que Juan se sacó al arquero y te dejó solo
frente al arco? — preguntó el número dos.
— No me acuerdo — dijo Andrés.
— Mi mamá lo grabó, si quieres te lo muestro — dijo el
Gordo.
Andréssesonrojó,buscabaensucabezaalgunarespuesta
ingeniosa, digna de un capitán de su talla, pero las palabras
huían de él. Lo único que pudo articular fue:
— Sielnombredelequiponofueratanridículo,marcaría.
Los muchachos se abalanzaron sobre él, furiosos por sus
dudas, por profanar con ese adjetivo el nombre elegido
democráticamente. Por fortuna para Andrés, o eso le pare-
ció al principio, Juan intercedió.
— Tranquilos muchachos, guarden fuerzas para el
32	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
partido.Vamos ami casa,quiero mostrarlesel balón
que me compró mi mamá.
El golpe final había llegado, Andrés ya no tenía forma
de justificar su capitanía, la fuerza ya no estaba de su lado.
De pronto le entraron ganas de practicar, de entrenar con
todassusfuerzashastadesmayar;peroestabadepaseocon
su familia en el Humedal Neuta. Desesperado comenzó a
hacer mala cara, a todo lo que le decían respondía de forma
grosera, alzando la voz, con tono golpeado. Un hombre
estaba hablándoles, a él y a su familia, sobre los humedales
en Soacha:
— Verán, Soacha era una zona inundada, rica en panta-
nos. Los agricultores solían sembrar cebada y trigo
haciendounmanejodelaguaquepermitíamantener
un equilibrio con la naturaleza. Pero luego, con la
rápida expansión de la zona urbana y el descono-
cimiento de sus habitantes, se perdieron extensas
zonasdepantanos,yloquehoyllamamoshumedales
es lo que queda de aquellos tiempos.
— ¡No me importa! — gritó Andrés — vámonos para
la casa.
— Hágame el favor y se comporta Andrés, no sea irres-
petuoso con el señor — dijo su mamá.
—Bueno,niño,estetemadeberíaimportarte,porquelos
humedales están en peligro por nuestro abandono.
Permitimos que en ellos se depositen desechos que
terminarán por desecarlos. — dijo el hombre.
—¿Sabequé?Yonolecreonada—dijoAndrés—dizque
Soacha antes estaba inundada, eso debe ser menti-
ras suyas.
— ¿No conoce el mito de Bochica niño? — preguntó el
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR	 33
hombre.
— No — dijo Andrés.
—Mire,—dijoelhombre—habíaundiosquesellamaba
Chibchacum, que era el dios de los orfebres, merca-
deres y labradores. Chibchacum se enojó por la
maldad de los seres humanos y decidió inundar las
tierras donde ellos vivían. Los humanos rogaron a
Bochicaparaquelossalvara,yéldesbordólasaguas
en lo que hoy es el Salto del Tequendama. Después
de ayudar a los hombres, Bochica condenó a Chib-
chacum a cargar la tierra sobre sus hombros. Ve, en
esa historia que contaban los muiscas, está clara-
mente representada la inundación de Soacha.
— Pobre Chibchacum, traicionado por sus propios
siervos, y el Bochica ese creyéndose el salvador —
contestó Andrés.
— Creo que no entendiste la historia Andresito — dijo
su mamá.
— Al contrario, mamá, la he vivido.
Andrés sintió que él era Chibchacum, gobernando sobre
lossereshumanosque,maravillados,respetabansupodery
autoridad.Peropocoapoco,susgobernadosibanperdiendo
lalealtadhaciaél,cayendoenunapeligrosatrampadetoma
de decisiones autónomas, que terminaban siendo perjudi-
ciales para ellos. Por supuesto, Juan vendría a ser Bochica,
apareciendo como salvador, no siendo más que un agitador.
Atónito por su descubrimiento, Andrés se alejó de su
familiaydelguía,paracontemplarporsímismolasaguasdel
humedal Neuta. Sintió como se le erizaban los cabellos y se
llenaba de energía su cuerpo; esta cantidad de agua pensó,
no es nada comparada con lo que antes hizo Chibchacum;
34	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
pero, aun así, hoy resulta impresionante y vital para noso-
tros.Mientrasestabasoñandodespierto,viocomolasaguas
del humedal se elevaban, formando una caja rectangular.
Los detalles de la caja se fueron afinando y Andrés descu-
brió que se trataba de un ascensor. Las puertas se abrieron
y una voz clamó: “Próximo piso, la morada de Chibchacum”.
Andrés miró alrededor, parecía que todos habían desapa-
recido, así que se decidió y se subió al ascensor.
Una vez dentro, Andrés buscó los botones para marcar
el piso; no había nada. Las puertas se cerraron y sintió, por
el vacío que se produjo en su interior, que el ascensor iba
de bajada. Entre más tiempo pasaba, más rápido sentía que
el ascensor se movía. Hubo un momento, como a mitad del
viaje,enquelatemperaturadelascensorseelevótanto,que
superóaloqueélrecordabacomolamayortemperatura:la
que producía la estufa de leña de su abuela. Luego, el ascen-
sor comenzó a desacelerar, y la temperatura también fue
disminuyendo. Hasta que Andrés percibió que los ángulos
de las esquinas se abombaban y el ascensor pasaba a ser
una burbuja, como las que se ven de agua y jabón, en los
parques del municipio.
Poco a poco las paredes se volvieron transparentes, y
Andréspudoverqueestabaenelespacio,yque,además,no
estaba solo; un gigante de dimensiones titánicas sostenía
la tierra en sus hombros. “Chibchacum”, pensó Andres. La
burbuja en la que iba se acercó hasta la pupila del antiguo
dios, que, por métodos desconocidos, sin palabras, logró
comunicarse directamente con la mente de Andres.
— Niño, he visto tu compasión por mí y te he juzgado
justo—expresóChibchacum—simedasunanoticia
sobre Sua, varón del sol, que me haga alegrarme en
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR	 35
su desgracia, te daré lo que desees.
—Déjamepensar,uhmm—dudabaAndrés—lamaestra
dijo que estaba hecho de gases nobles. Todos nos
reímos, algunos dijeron que cuando comían frijo-
les con leche, tenían un pequeño sol en formación
dentro de ellos.
— La nobleza de Sua no está puesta en duda; por otra
parte, tu comentario es grotesco y sin sentido. Te
daré otra oportunidad, pero no me falles, o desharé
la burbuja.
— Bueno, también dijo que solo le quedan cinco mil
millones de años de vida aproximadamente. Pero
¿por qué esa obsesión con Sua, no deberías detestar
a Bochica?
— Son lo mismo, y tus noticias ahora son de mi agrado.
Todos estos años esperando, todo este tiempo
llenando mi ira con odio, maldiciendo al que me
impuso esta carga; pero ahora, tengo un plazo defi-
nido, una meta a la que aferrarme donde veré a mi
enemigo derrotado.
Andrés prefirió no decir nada sobre lo que implicaba la
muerte del sol. Su maestra le había dicho que arrasaría a los
planetas cercanos, quemándolos y privándolos de vida. Le
pareció excesivo el odio de Chibchacum por Bochica, todos
esos años guardándolo dentro de sí, incapaz de afrontarlo
de un solo golpe, como arrancándose una curita muy despa-
cio. Meditó por un momento, y decidió que no le guardaría
rencor por tanto tiempo a nadie, ni siquiera a Juan.
— Bueno, niño, dime qué deseas que haga por ti.
Andrés pensó en lo que acababa de pasar, y entonces
dijo.
36	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
— Tú, que sostienes la tierra, puedes hacer que tiemble,
¿no es cierto?
—Asíes—respondióChibchacum—cambiándoladeun
hombro a otro hago que tiemble. Antes la sostenían
dos guayacanes, pero ahora soy lo mejor que hay.
—Bueno,quieroquehagastemblarcuandomienemigo
Juan esté sentado bajo alguna cosa más o menos
pesada. Quiero que esa cosa caiga y le parta una
pierna. No mucho, solo un poquito para que no
juegue unos tres partidos.
— No puedes hacer una petición tan específica, si quie-
res que tiemble, temblará en toda la ciudad que
habite Juan. Incluso habrá réplicas en lugares apar-
tados. Te advierto que Juan y mucha gente podrían
morir.
— Entonces no lo hagas, no vale la pena.
— Muy tarde, ya estoy cansado de mi hombro derecho.
— No lo hagas, no… — gritó Andrés desesperado.
Pero no había nada que hacer, Chibchacum ya había
lanzado la Tierra al aire, y esta se movía como un balón
cuando se hace un sombrerito. La burbuja de Andrés se
movió a una velocidad cercana a la luz, orbitando el planeta,
hasta llegar a Soacha. Allí presenció cómo se estremecían
las edificaciones y sus habitantes corrían despavoridos por
las calles. Andrés le pedía a Chibchacum que se detuviera,
pero el dios no le hacía caso. Cuando el otro hombro de
Chibchacum recibió a la Tierra, un estruendo retumbó en
los confines del espacio y la burbuja de Andrés se reventó.
El niño cayó a un vacío negro, lejos de las estrellas, ante la
mirada impávida de Chibchacum.
Antes de perderse para siempre, Andrés despertó en el
CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR	 37
humedal Neuta, rodeado por un numeroso grupo de perso-
nas, su familia entre ellos.
— Corran, pónganse a salvo — gritó Andrés a quienes
lo observaban.
— ¿De qué estás hablando hijo? — preguntó su mamá.
— Del deseo que le pedí a Chibchacum.
— Hijo, creo que estás alucinando. La caída debió ser
fuerte.
— Pero… Chibchacum.
El nombre retumbó en su cabeza, la historia lo persiguió
en sueños, y se decidió a abandonar sus antiguos pensa-
mientos.Paraelsiguientepartido,Andrésentregósubanda
de capitán a Juan, lo reconoció como un jugador muy impor-
tante y se lo dijo. Juan se rehusó a aceptar el gesto, pero la
insistencia de Andrés lo hizo ceder. En el esperado encuen-
tro, jugaron como nunca, pero perdieron como siempre; su
predicción de un empate falló. Hubo quienes vieron en el
cambio de capitán la razón de su derrota, así que Andrés
fue restituido en su puesto de los Invencibles Escorpiones
Relámpago de Hierro de Soacha, que lograron un empate,
cinco partidos después.
38	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA	 39
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA
MONTAÑA
U
na niña con la piel roja cruzó el umbral de la puerta,
estiraba los brazos como una estrella de mar, sus
pasos eran forzados y lentos, parecían exigir de ella
una inmensa concentración para que sus extremidades
no rozaran ningún objeto. La madre al oír el rechinar de la
puerta,bajólasescalerasyvioasupequeñaquemadaporel
sol. Se llenó de compasión hacia su hija, pero su sentido del
deber, la hizo contenerse, y en vez de correr desesperada
a su encuentro, le dijo con toda la calma de que era capaz:
— Te dije que te pusieras bloqueador, Paula.
La niña levantó su mirada llena de cansancio y
manchadaderencor,yconunavozquedenotabaun
profundoresentimiento,peroguardandolacortesía
tanto como pudo, respondió:
— Mamá, ya es muy tarde para reprimendas.
La madre reconoció que la niña tenía razón, ya era muy
tarde. Sin embargo, no quiso que esas palabras justifica-
ran su desobediencia, ella claramente le había dicho que
antes de salir a jugar debía aplicarse bloqueador. Así que
soportó la risa que le provocaba la situación, con la cara y
la respuesta de su hija incluidas, y obligándose a la seriedad,
39
40	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
le dijo claro y fuerte:
— Esperemos que esto te sirva de lección.
Pero la niña, quemada como estaba, aún tenía una
inmensa capacidad de argumentación; al parecer, estaba
decidida a demostrar que lo sucedido no era culpa suya, o
por lo menos, no completamente.
— Sí, no tengo que salir al sol — dijo Paula.
— No, sí tienes, tienes que asolearte, eso es bueno para
la piel, te da vitamina D — respondió su mamá.
— Todo es culpa del tonto sol, siempre quemando, es
un sol horrible que te pica cuando sales, te da dolor
de cabeza.
— No hables así hija, sin el sol no existiría vida en la
tierra.
— ¿Y eso sería un problema? No estaría la fastidiosa
de Valery.
— Tampoco tú, hija.
— Bueno, eso no quita que el sol sea tonto, ¿qué le
cuesta calentar más poquito?
—Elsolcalientaloquetienequecalentar,elproblemaes
que nosotros, los seres humanos, hemos destruido
la capa que nos protegía de sus rayos.
— Tonterías, el sol es insoportable.
Su madre supo que en ese momento la niña no estaba
para discusiones racionales, no estaba dispuesta a
aceptarningúnerrordesuparte,noqueríaaprender
ninguna lección.
— Bueno, Paula, acuéstate y le voy a preguntar a la
abuela que es bueno para las quemaduras.
— Voy a ver si puedo acostarme, también me quemé el
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA	 41
cuello y la espalda.
— Con cuidadito — dijo la madre, que no pudo aguantar
máslarisacuandovioasuhijasubiendolasescaleras;
parecía un pobre camaroncito perdido, dudando en
quélugardelescalónponerelpie,siempremidiendo
conlamiradaladistanciaquelaseparabadelapared.
— Eso, ríete del mal ajeno— dijo su hija, que quería
girarse para que su mamá viera su ceño fruncido;
pero tuvo miedo de que le doliera aún más su cuello
quemado. Así que se limitó a seguir subiendo las
escaleras.
Con el remedio que le dio su abuela, Paula estuvo plena-
mente curada a los dos días. En todo ese tiempo había
estadolomásalejadadelsolquehabíapodido.Manteníalas
cortinas cerradas, y prefería las habitaciones que no tenían
ventanas.Elladecíaquelasolapresenciadeunrayosolar,le
producía que sus quemaduras empezaran a palpitar y que
el ardor en su piel se duplicara. Su mamá fue quien, después
de muchos intentos, la convenció de que tenía que volver a
salir al sol. Paula aceptó, pero pospuso su encuentro con el
astro mayor, otros dos días.
Cuando se cumplió el tiempo establecido, una Paula
cubierta con dos capas de bloqueador, con un sombrero
quedejaríaalSombrerónenvergüenza,yunasgafasnegras
de su madre; apareció de nuevo en el umbral de la puerta
que daba a la calle, esta vez en dirección contraria, para
volver al exterior luego de su autoexclusión de la luz. La
misión era acompañar a su madre hasta la carnicería para
comprar una libra de lomo de cerdo. No era muy lejos, pero
paraPaularequiriólamismapreparaciónqueunaexcursión
alaselvaamazónica.Sinembargo,ningúnpreparativopodía
42	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
sersuficienteparapreverloquesucedióunavezestuvieron
afuera.
La mamá de Paula salió a la calle, después de controlar
un ataque de risa que le dio al ver a su hija. Paula se enojó
un poco, y por un momento, se negó a acompañarla. Pero
con suaves palabras y una disculpa, su mamá logró conven-
cerla. Paula dio de nuevo sus primeros pasos bajo el sol, y
emocionada, aunque intentara ocultarlo, con un pequeño
salto alcanzó a su madre. Su mamá tenía una gran sonrisa
en el rostro, pero se desdibujó dando paso a un gesto de
extrañeza.
— ¿Qué pasa? — preguntó Paula.
— No sé, te veo rara — dijo su mamá.
— Otra vez vas a empezar, voy a salir así o no salgo, y si
te sigues riendo, ya no valdrán tus disculpas.
— Lo siento hija, pero te ves extraña, y no tiene nada
que ver con tu atuendo. Da una vuelta.
Paula, aunque dudó un instante de la cordura de su
madre, decidió obedecerla y giró lentamente, para
que ella pudiera ver lo que quisiera.
— No es tu ropa, — dijo su mamá — no sé, es que eres
tú, pero al mismo tiempo no.
Paulaestavezsepreocupóenserioporlasaludmental
de su madre, le pareció que sus risas constantes
habían sido un síntoma que ella no había querido
tomar en serio.
—Tefaltaalgo,pero¿qué?¿Quétefalta?— dijosumamá,
poniéndose la mano en la cara, como pensando.
— ¿Mamá, te sientes bien? — preguntó Paula preocu-
pada — mira que está haciendo mucho sol, y a uno a
veces le duele la cabeza y ve cosas…
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA	 43
— No, nada de eso… Ya sé, te falta tu sombra. ¡Hija, te
falta tu sombra!
Incrédula, Paula dirigió su mirada al suelo: era cierto, no
había nada. Miró a su madre, vio el suelo, ella sí proyectaba
una sombra. En la calle había carros estacionados, árboles,
postes de luz, incluso palomas, y todos, cada uno de ellos,
llevaba su sombra consigo. Paula era el único ser, vivo o
muerto, que no daba sombra en la Tierra.
Tomaron un taxi con rumbo al Hospital Mario Gaitán
Yanguas, no estaban seguras de que fuera una enferme-
dad; pero ¿qué más se podía hacer? Paula creyó que estaba
soñando, su mamá también, el taxista estaba seguro de
que le jugaban una broma, todo el camino buscó la cámara
oculta, y cuando llegaron, les preguntó en qué programa
iban a transmitir la historia. La mamá de Paula no supo qué
responder y prefirió dejarle una propina. En el hospital, el
celadorabriólapuertaconunpocoderecelo:laniñaseveía
en perfectas condiciones, y a él, en su fuero interno, no le
parecía que tuviera una emergencia, sin embargo, las dejó
pasar porque ese juicio no le correspondía.
Enlazonadetriage,lasenfermerasinsistieronentomarle
lossignosvitalesalamadre,aldescubrirquelaniña,bajolas
luces del hospital, sí proyectaba sombra. La madre sorpren-
dida, al ver el manchón grisáceo de su hija en el suelo, no
supo qué responder, y se dejó caer en la silla dispuesta para
la toma de signos. En ese momento, su presión marcaba
niveles por debajo de lo normal, y a esa descompensación,
achacaron lo sucedido. Sin embargo, Paula insistía, ante
todo el que le preguntaba, que era cierta la historia que
contaban, y que, en su casa, en el taxi y mientras esperaban
fueradelhospital,susombrahabíabrilladoporsuausencia;
44	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
nunca mejor dicho.
El personal médico, estuvo de acuerdo en que se trataba
de un caso de pánico colectivo. Estaba claro que la niña era
proclive a la imaginación, y su madre, resultaba una influen-
cia muy poderosa, que podía transmitir su visión a su hija,
al grado de convencerla de que esa era la realidad. Cuando
la presión de la mamá fue regulada, le asignaron una cita
prioritaria, para que averiguara el porqué de su afección.
Ante el hecho imposible, a la mamá, le pareció más fácil y
tranquilizador abrazar la versión que la medicina le entre-
gaba. Recibió con gusto los papeles, y salió rumbo a su casa
con la idea de descansar. Pero sus planes se esfumaron en
un santiamén, y al cruzar la puerta de salida, Paula señaló
el suelo y le dijo:
— Mira mami, mi sombra me abandonó de nuevo.
La mamá, hecha una bola de nervios, tomó al celador
por la solapa, y sin decir palabra, lo giró de tal manera que
pudiera ver el lugar donde estaba Paula.
— ¿Ve? — preguntó la mamá de Paula.
— ¿Qué? — respondió el celador.
— ¿Mi hija tiene sombra?
El celador pensó en pedir ayuda al hospital, en informar
que, esa mujer que lo sostenía había perdido la cordura.
Pero, como era un hombre paciente, decidió seguirle el
juego, posó su mirada en el lugar donde debería estar la
sombra de Paula, y, para su sorpresa, no vio nada. Entonces
dio un grito tan agudo, que los vidrios de todos los edificios,
en una cuadra a la redonda, vibraron con el mismo tono, y
se desmayó.
Losmédicosyenfermerasquesalieronaayudaralcelador
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA	 45
tuvieron que constatar, mientras auxiliaban al hombre
caído, que esa niña llamada Paula, en verdad, no proyec-
taba sombra bajo la luz solar. Los transeúntes se agolparon
para presenciar el extraño fenómeno, el grupo creció tanto,
que tuvieron que retirar a Paula al interior del hospital, a
un cuarto apartado, mientras se esperaba la opinión de una
junta médica.
Los expertos se reunieron a deliberar; que si era un caso
de pediatría, que, si era de ortopedia, de oftalmología, o de
otorrinolaringología; pero no llegaban a un acuerdo. Pasa-
ron lista a todos los tipos de enfermedades, la lista era larga
y aun así no había nada parecido. Alguien dijo que podía ser
anemia, lo expulsaron de la reunión. Tomaron la decisión de
realizarle todos los exámenes de rutina a la niña, para ver si
algo estaba mal con ella. Esperaban obtener una pista para
desvelar el misterio de la falta de sombra.
La mamá de Paula la acompañó a todos los cuartos, le
realizaronexámenesdesangre,radiografías,tacs,ecografías,
resonancias magnéticas; todos daban resultados normales.
Paulaestaba,desdeelpuntodevistadelamedicinatradicio-
nal, completamente sana. Se les ocurrió entonces la idea de
llamaraunfísico,pues,consuconocimientodelaspropieda-
des de la luz, era posible que lograra esclarecer el misterio.
Se consultó al Doctor en física más prestigioso del país,
que trajo consigo un espectrómetro y un fotómetro, para
realizar algunas mediciones del comportamiento de la luz
cercadePaula.Loprimeroquelellamólaatenciónfuequela
niña tenía sombra bajo todas las luces exceptuando la solar.
Tomó las medidas necesarias, hizo algunos cálculos, tuvo
en cuenta las propiedades del sol y su distancia a la tierra;
pero su esfuerzo era vano. Paula no tenía nada particular, y
según todos sus conocimientos en física, debería proyectar
46	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
una sombra.
Los sabios que enfrentaron el caso quedaron perplejos:
todas las variables habían sido analizadas, cada disciplina
delsaberhabíaaportadosuconocimiento,siglosdepráctica
científicaquedabanenmudecidosanteelextrañofenómeno.
Tomaron entonces la decisión de dejar ir a Paula, después
de todo, no tener sombra no impedía que la niña se desa-
rrollaraconnormalidad,almenosesocreían.Leinformaron
a la madre para que iniciara el papeleo, la orden de alta ya
había sido dada por el cuerpo médico. Entonces, entró al
edificio la abuela de Paula, seguida de cerca por el celador
que intentaba evitar su ingreso.
— Señora, si no tiene una emergencia, no puede entrar
al edificio — decía el celador, a quien le faltaba el
aliento.
— Le digo que los vecinos me dijeron que mi nieta y mi
hija están acá, no he sabido nada de ellas, y estoy
preocupada, así que lo averiguaré por mí misma —
contestó la abuela.
—Siesperaafuerayolepuedoconseguiresainformación.
— Tonterías —dijo la abuela y empezó a gritar — ¡Paula,
Paula! ¿Dónde estás, niña mía?
Paulacorrióalosbrazosdesuabuela,sumamálasiguió.
— No hace falta que grites, ya nos vamos, ya le dieron
de alta a Paula — dijo la mamá, y luego al celador —
disculpe, mi madre es muy impulsiva, como mi hija.
— No hace falta que lo digas — dijo la abuela — discúl-
peme,señor;pero,hija,¿quéurgenciatuvominieta?
— No tiene sombra bajo el sol.
— Déjate de bromas, hija.
—Esenserio,yolavi,omásbiennolavi—dijoelcelador.
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA	 47
— ¿Y ya te curaron? — preguntó la abuela.
— No saben cómo — respondió Paula.
— ¿Dime, Paula, acaso te peleaste con Sua?
— ¿Con quién?
— ¿Con Sua, Sue, Xue, o el sol, como le decimos ahora?
— No.
— ¿Qué importa que se pelee con el sol? Es solo una
bola de fuego — dijo la mamá de Paula.
— Entonces es cierto que se peleó con el sol. —dijo la
abuela, y dirigiéndose a Paula — Por eso no tienes
sombra niña, Sua otorga la sombra a cada uno de
sus hijos para que los proteja, cuando le faltaste al
respeto, te la arrebató.
— ¿Y cómo la recupero? — preguntó Paula.
— Tienes que pedirle perdón, cuando se acerque más
al horizonte, así te escucharé fuerte y claro — dijo
la abuela.
— ¿Cuándo es eso? — dijo Paula.
— ¿Cómo es el himno de Soacha? — preguntó la abuela.
— Mamá, déjate de acertijos y dilo de una vez — exigió
la mamá de Paula.
— Si me permiten interrumpir, — dijo el celador — es:
“Varón del sol despierta en la montaña y se quedó
dormido en la sabana, Soacha, cielo y tierra…”
— Suficiente —dijo la abuela — muchas gracias.
¿Entienden?
— Sí, está más cerca del horizonte, cuando se despierta
y cuando se acuesta. — dijo Paula.
— ¡Exacto! — exclamó la abuela.
— Pero ya se levantó — dijo Paula.
— Pues tendremos que alcanzarlo antes de que se
acueste — dijo la mamá de Paula — ¡Vamos!
48	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
— Yo quiero ir con ustedes — dijo el celador.
— Y yo, y yo — decían varias personas del hospital — No
queremos perdernos el final de esta historia.
Salieronenmotos,encarrosyenbicicletas;todosseguían
altaxidondeibanPaula,sumamáysuabuela.Curiosamente,
el taxista era el mismo que en la mañana, y seguía pensando
que todo era una broma. Siguieron avanzando hasta llegar
a la entrada del parque Canoas, donde aprovecharon una
gran explanada, en la que parecía que el sol besara al suelo.
Ante el atardecer, Paula se separó del grupo y pronunció
en voz alta:
— ¡Te perdono, sol, por haberme quemado!
— ¡Paula! — gritaron todos.
— Está bien, está bien — dijo Paula — perdóname tú a
mí, señor Sol.
Dichasestaspalabras,unrayorojizodeluzsedesprendió
del suelo, posándose sobre ella, cubriéndola con un color
especial del que poco a poco fue emergiendo una larga
sombra, como nunca se había visto.
— Estamos presenciando el nacimiento de una sombra
— dijo la abuela — Es un espectáculo majestuoso.
— Muy bonito sí, pero ¿Cómo hicieron esos efectos
especiales? — dijo el taxista, que seguía pensando
que todo lo sucedido era una gran broma.
VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA	 49
50	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
LA BRUJA DE INDUMIL	 51
LA BRUJA DE INDUMIL
H
ay un video conocido por todos los soachunos,
captado por una cámara de seguridad, en las insta-
laciones de la fábrica de armas y municiones José
María Córdova, donde vemos una figura andando a cuatro
patas. Es una extraña forma la que aparece arrastrándose
por un pasillo, y con la música que le ponen de fondo, es
capaz de erizarle los pelos de la nuca a cualquiera. Yo que
soy valiente, tuve pesadillas con esa cosa, no lo voy a negar.
Lo interesante del video es, que luego de salir de cuadro, la
figura reaparece en la esquina inferior parada en dos pier-
nas,comotodosnosotros(sihayalgúncuadrúpedoleyendo
esto le pido que me disculpe). Al final, parece que saca una
escoba y sale volando. A mí, y a muchos de los que han visto
ese video, nos parece que esa extraña criatura es una bruja.
Puede ser que hayamos sido influenciados por el título que
le pusieron, “la bruja de Indumil”; pero lo dudo. Para mí es
la teoría que más concuerda con lo visto.
Sin embargo, alguien comentó que pudo ser un perro.
Según esa explicación, el perro entró a la fábrica burlando
la seguridad, y no solo eso, sino que, además, robó la cobija
con la que se cubrían los vigilantes de turno, aprovechando
que estaban durmiendo. Hecho eso, el perro, que vivió en
un circo, escuchó o creyó escuchar una orden de su anti-
guo amo: un alemán que se vino a vivir a Soacha luego de
51
52	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
la segunda guerra mundial. La voz le dio al perro una simple
orden: ¡Über!, que quiere decir arriba en alemán. Obede-
ciendo a la voz, el perro, que había intercambiado la cobija
de los vigilantes por una escoba con una bruja, mientras
la cámara no lo grababa; se montó en la escoba y se fue
volando.Estaexplicaciónresultaunpocoridícula,yrequiere
que se produzcan muchas coincidencias, por ejemplo, que
el perro en cuestión sea un pastor alemán.
No voy a negar que ambas teorías nos dejan serias dudas,
pero debemos reconocer que afirman una realidad incues-
tionable: por los alrededores de Indumil hay una bruja. Yo
me di cuenta de este hecho hace dos meses, mientras le
exigíaaunpalomoquesecallara.Elpájarosenegabayfingía
no entender. Terminé por dar un fuerte pisotón en el suelo
paraespantarlo,loquenofuncionó;perovariasconexiones
en mi cerebro comenzaron a funcionar y la idea apareció
frente a mí, como una película: ¡las palomitas de maíz con
salsa de tomate son deliciosas!
La realidad es que, en el pasado, yo me había negado a
probar las palomitas de maíz con salsa de tomate; un amigo
me las había recomendado, las rechacé sin siquiera darle el
beneficio de la duda. Él me aseguraba que eran un manjar,
que incluso superaban a las que vienen cubiertas con cara-
melo; pero nada me hizo cambiar de parecer. Probar algo
nuevo puede resultar difícil, y más si uno se aferra con todo
el ánimo del que es capaz a las cosas del ayer. Así que sin
dudas las de caramelo son mis favoritas, aun teniendo en
cuenta aquella ocasión en que no pude comerlas todas.
Resulta que pedí el combo más grande que vendían en
el cine, lo llevé hasta la sala y me dispuse a ver una película
sobre superhéroes. La acción no empezaba sino hasta la
mediahoradeiniciadalapelícula,yoyamehabíacomidopor
LA BRUJA DE INDUMIL	 53
lo menos un cuarto del balde, pero me estaba aburriendo
con todo el parlamento que largaba el villano, que resul-
taba no ser lo suficientemente malo para derrotar al héroe.
Quiero decir, ¿qué necesidad tiene de contarle todos sus
planes cuando lo tiene a su merced? Si el héroe es su mayor
obstáculo,deberíadeshacersedeél…Enfin,medicuentade
que nunca terminaría de comerme esa cantidad ingente de
palomitas, y de que sería imposible para mí encontrarle la
gracia a una historia que no iba al grano: prometía la batalla
del siglo, pero uno tenía que aguantar una larga divagación
antes del encuentro. Detesto esos largos paréntesis que se
hacen en las historias, uno se pierde en esas derivaciones y
se rompe la tensión del relato.
Como sentí que ya me iban a salir orejas asnales por mi
aburrimiento,toméelbaldeconlaspalomitasquemequeda-
ban y abandoné la sala de cine. Me costó un poco, la causa
no fue la oscuridad, pues todo el que me conoce sabe que
tengo la visión de un gato; aunque suelen confundirse por
las gafas que utilizo. No, me costó salir porque un hombre
se negaba a recoger sus piernas. Como si tuviera que hacer
un enorme esfuerzo para conseguirlo. Es cierto que era un
tipogrande,perotodohombredebehacerseresponsablede
susextremidades;quienmejorentendióestofuelapersona
queinventólosdescansabrazos.Denuevolepedíalhombre
que me diera permiso, pero no accedía, así que tomé uno
de sus zapatos que en realidad era un tenis, y lo retiré de mi
camino. El sujeto se puso de pie, me dijo que lo había herido
enlomásprofundodesuorgulloymeretóaunduelo.Yome
defendí diciendo que, con un balde casi lleno de palomitas,
no estaba en posición de batirme en duelo con nadie; no
aceptó mi excusa, me gritó que me esperaba afuera, y salió
de la sala.
54	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
No me iba a dejar humillar porque en el fondo tengo mi
orgullo, así que volví a mi silla y vi el resto de la película.
¿Sorpresa?Elsuperhéroegana,¿elvillanoalgunavezestuvo
cerca? No, ni en sueños. Por eso la película era tan floja,
para que una historia tenga algo de impacto, se necesita
que parezca que el villano puede ganar, aunque sea solo en
apariencia. La película terminó, y no bien habían iniciado
los créditos, las luces de la sala se encendieron, incitando
a todos a ignorar a las personas que habían trabajado en
esa mala producción. Puede ser duro a veces, pero hay que
admitir que por lo menos se habían esforzado en hacer algo.
Cogí mis palomitas, que no podía terminar y salí del cine.
No esperaba que me esperaran, pero vi al hombre con
piernas largas mirando fijamente a la puerta por donde
yo acababa de salir. Me fastidió verlo; yo tenía pensado ir
tranquilamente a mi casa, dejar mis palomitas en un lugar
seguro para que las hormigas no se las comieran, y salir a
investigar el caso de la bruja de Indumil. Pero las cosas no
iban a ser tan sencillas, porque nunca lo son.
— Creo que te perdono, tienes problemas más grandes
— me dijo el hombre, y me señaló la cabeza.
—Io,io—dijeyo,puesmeestabaconvirtiendoenburro.
Así de mala estuvo la película.
Entréalbañoymevialespejo,todamicabezaeraladeun
asno.Elrestodemicuerposeguíanormal,asíqueaúnsoste-
nía el balde de palomitas con mi mano. Decidí irme para
mi casa, a cumplir al menos uno de los objetivos que tenía,
así que al llegar dejé las palomitas en la mesa del comedor,
donde yo sabía que las hormigas no podrían alcanzarlas.
Lo extraño fue que, cuando las busqué para burlarme de
ellas, encontré a las hormigas saliendo en línea recta, por
LA BRUJA DE INDUMIL	 55
la puerta del patio. Les pregunté la razón que las empujaba
a abandonar mi casa, pero recordé que las hormigas no
pueden comunicarse con humanos sin un permiso expreso
desureina.Entoncesmepuseaseguirlalíneaqueformaban,
esperando que la reina estuviera más adelante, para que
pudiéramos discutir los términos de mi rendición: quería
ofrecerles el cubo de palomitas a cambio de que volvieran.
Hicimos un viaje largo a una parte rural del municipio, yo
iba con los ojos fijos en la línea hecha de pequeños puntos
insectiles, pero aun así me daba cuenta de que el aire era
distinto.Eltiempopasabayyopermanecíaatento,siguiendo
comocualquierotrahormigaelrastro,tanconcentrado,que
mi maldición se me había olvidado. Creí que avanzaba en
cuatro patas, con las rodillas puestas en el suelo por como-
didad;peronoeraasí,larealidaderaquemitransformación
se había completado: ahora era un burro.
Cuando me percaté de mi metamorfosis, vi a lo lejos una
viejacasona:lashormigasentraronalineadaspordebajode
la puerta. Aunque era un burro, conservaba mi capacidad
para pensar, y me pregunté por qué las hormigas preferían
esa antigua casa, nada confortable y a punto de caer, a mi
cómodo hogar. Empujé la puerta con mi hocico, y rebuzné
un poco, esperando que el dueño de aquel sitio bajara a
atenderme. Sin embargo, el lugar parecía que había sido
abandonado hacía mucho tiempo. Entonces encontré a las
hormigasreunidasenelcomedor;enlamesahabíaunplato
depalomitasdemaíz,estabancubiertasconsalsadetomate.
Las hormigas eran incapaces de alcanzar el plato, porque
comotodossaben,tienenprohibidopisarloscomedoresde
las casas ajenas. Las llamé para que me siguieran:
— Tengo palomitas con caramelo — dije, ellas me
56	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
ignoraron, así que lo repetí varias veces — tengo
palomitas con caramelo, tengo palomitas con cara-
melo, tengo…
— ¡Ya basta! — gritó la reina — consejero real, negocie
conesteburrosuayudaparaobtenerelplato,dígale
que se le recompensará con un bocado del manjar.
El consejero real repitió esas mismas palabras, dirigién-
dose a mí.
— ¿Por qué mejor no volvemos a casa? Allá tengo palo-
mitas con caramelo, si regresan se las regalo todas.
— les dije.
— Consejero real, pregúntele a qué casa se refiere y
por qué la denomina como nuestra — dijo la reina y
el consejero hizo su trabajo.
— Hormigas, soy yo, Arturo, lo que pasa es que me
convertíenburroporverunapelículamuyaburrida—
les dije.
— ¿Arturo? — dijo el consejero real.
— ¿Quién te dijo que hablaras? — gritó la reina.
— Lo siento su majestad — dijo el consejero real.
— Está bien consejero, dígale al burro Arturo que no
regresaremos a la casa, hasta no obtener el manjar
de esta mesa. — contestó la reina — Dígale que
esas “palomitas con caramelo”, no se comparan en
absoluto a esta exquisitez. Puede explicarle, que no
pretendoqueunburrodesuclasecomprendaseme-
jantecosa,peroparaquesehagaunaidea,pídaleque
pruebe una de estas palomitas dignas de la realeza.
Elconsejeroseexpresómásomenosconlasmismaspala-
bras, pero yo me negué.
LA BRUJA DE INDUMIL	 57
— Lo siento su majestad — dije — pero para un burro
como yo, resulta excesivo y riesgoso probar cosas
nuevas, más aún cosas que no son de mi propiedad,
le ruego me disculpe.
— Consejero, dígale que no podía esperar más de un
plebeyo — dijo la reina — ¡Nunca volveremos a la
horrible casa del burro Arturo!
Hubo una gran algarabía entre las hormigas; bueno, fue
grande teniendo en cuenta las proporciones; gritaban,
chillaban, silbaban y abucheaban mi nombre. Tengo que
reconocer, que esas hormigas, tan diminutas, me tenían
contra las cuerdas: yo no quería perderlas, pero tampoco
quería quitarle nada a nadie. Finalmente tomé una deci-
sión; les pedí que hicieran silencio, y sacando la voz desde
el estómago, para que me saliera con más potencia, les dije:
—¡Lesentregaréelplatodepalomitasdemaízconsalsa
de tomate!
Pensé que, si no se las entregaba, la persona que vivía en
esa casa se quedaría con mis hormigas; lo que no era justo
porque yo no le había quitado nada. En cambio, si las hormi-
gasobteníanlaspalomitasconsalsadetomate,regresarían
a mi casa, y yo me encargaría, tarde o temprano, de enviar
un gran cubo de palomitas y un tarro de salsa de tomate de
vuelta a esa casona, pues yo sabía de quién eran las palomi-
tas:delhabitantedelacasonadelahaciendaChucuaVargas.
Encambio,siestapersonasequedabaconmishormigas,no
sabría cómo devolvérmelas.
Mi lógica me pareció irrefutable, así que hice este plan
paraapoderarmedelaspalomitas:meibaaacercaralamesa,
luego me pondría de lado contra uno de sus bordes, y con
58	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
el hocico atraería el plato hacia mi lomo; hecho esto, sería
cuestión de agacharme y dejar que las hormigas subieran
por mis piernas y se llevaran las palomitas. Simple y sencillo,
como todos los buenos planes.
Me acerqué a la mesa, me junté a uno de los bordes, y
con mi hocico toqué el plato de las palomitas. Las hormigas
me ovacionaron todo el tiempo, me animaron y hasta me
llamaron campeón; me di cuenta de que la opinión de las
hormigas era muy volátil, y decidí que después de aquello,
no las tomaría en serio. Cuando el plato hizo contacto con
mi lomo, sonó un portazo fuertísimo que me espantó: venía
delaentradaprincipal.Delsustocorcovee,entonceselplato
secayóalpisoyserompió,dejandolaspalomitasesparcidas
por todas partes. Las hormigas no perdieron tiempo y cada
una se apoderó de una palomita.
— Es tiempo de marcharnos, ya tienen lo que quieren,
vámonos — les grité.
— Nunca nos iremos — dijo la reina mientras masticaba
— este lugar es el paraíso.
Un grupo de sus súbditos la cargaron hasta uno de los
huecos que había en el suelo de la casa; sus otras subordina-
das la siguieron, y se apresuraron a esconderse junto a ella.
Escuché unos pasos que se acercaban y, en el umbral de la
puerta del comedor, apareció una mujer vestida de negro,
con un gran sombrero y un pequeño gato, negro como su
ropa, sobre una escoba que flotaba a su lado. Las hormigas
no habían terminado de esconderse, así que pudo ver esa
gran mancha negra que se escurría por un agujero.
Yo supuse que esa mujer era la dueña de la casona; me
entró miedo de que llamara a la policía y les alertara de mi
presencia, pero luego me tranquilicé, pues recordé que los
LA BRUJA DE INDUMIL	 59
burros no son juzgados por leyes humanas. La mujer no
me prestó mucha atención, se quedó inmóvil vigilando el
marchar de las hormigas al escondite. Cuando desapareció
completamente el hormiguero, me miró y me dijo:
— ¿Esas hormigas eran tuyas?
— Vivían en mi casa — le dije.
— Llévatelas y te ayudaré a convertirte en humano de
nuevo.
— ¿Y tú cómo sabes que yo era humano?
— Si no hubieras sido humano, no entendería lo que
dices.
— Ah, pero no quieren regresar conmigo.
— Entiendo, ¿no hay forma de convencerlas?
— Me temo que no.
— Es una lástima.
— Sí.
— Bueno, Micifuz te llevará a la cocina y te mostrará
lo que debes comer para volver a ser humano. Yo
tengo que ir a Indumil a conseguir algo para sacar a
las hormigas.
En ese tiempo, yo ignoraba que Indumil es la entidad
encargada de la industria militar en todo Colombia, y que
una de sus fábricas se encuentra en Soacha; mismo lugar en
el que se presentaron los hechos que iniciaron este relato.
Mearrepentídespuéspornohaberlepreguntadoalamujer
que opinaba sobre el vídeo de la bruja, no aproveche que
ella tenía la confianza de ir a Indumil en medio de la noche,
sin duda era posible que tuviera información privilegiada.
Simplemente me limité a agradecerle su gesto, y esperé a
que llegara el tal Micifuz, pero él ya estaba ahí: era el gato
negrosobrelaescoba.Sebajódeella,memaullóycruzóuna
60	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
puerta que llevaba a la cocina. La mujer se llevó la escoba y
saliódelahabitación.Seguíalgatohastaunaollainmensa,él
diounavueltaalrededordelaolla,memaullóyluegosaltóa
un banco que le permitía ver el interior de la olla. Me miró y
miróadentrodelaolla,comoseñalándomesucontenido,me
acerquéyviqueteníaunlíquidoverdeyespeso.Supuseque
eso era lo que tenía que tomar y lo hice. Mi cuerpo empezó
a vibrar, me dio vértigo, caí al suelo y me desmayé.
Medespertaronunoslametonesenlamejilla,abrílosojos
ymedicuentadequeeraMicifuz.Comenzóamaullarysalió
caminandodelacocina,loseguíyviqueentramosaunasala
conungranespejo.Elgatosesentófrenteaélymemirófija-
mentedesdeallí.Meacerquéymireflejoestabaenelespejo,
era otra vez humano. Le agradecí a mi pequeño amigo y le
pedí que me mostrara la salida. Él se levantó y, como ya se
habíavueltocostumbre,maullóyempezóacaminar:quería
decir que lo siguiera.
Salimos por la misma puerta que había entrado. Me
despedí de Micifuz, pero ya no entendí lo que me decía con
sus maullidos. Empecé a caminar hacia mi casa, confiado en
que la mujer, como había prometido, conseguiría algo para
sacar a mis hormigas de su casa. Yo tenía la esperanza de
que una vez expulsadas, recordarían mi promesa de palo-
mitas acarameladas y volverían. Decidí, por el momento,
olvidarmedeellasyconcentrarmeenmiinvestigacióndela
bruja de Indumil. Pero, luego de dos meses, sin saber nada
de ellas, regresé a buscarlas.
Fue muy triste para mí descubrir que la casona ya no
existía: la habían incendiado. Según la versión oficial, no
se sabían las razones, podía ser vandalismo o intereses
sobre esas tierras; al parecer esa casona tenía una inmensa
importancia histórica que a algunos no les agradaba que
LA BRUJA DE INDUMIL	 61
se reconociera. Hay quienes aseguran que en ella vivía
una bruja dispuesta a conservarla, según esa versión, era
la bruja de Indumil, por eso poseía cierto armamento que
estaba dispuesta a utilizar. Si esto es cierto, me pregunto
qué habrá pasado con la mujer que conocí, con Micifuz y
con mis hormigas. Espero que estén bien.
62	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA	 63
CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL
TEQUENDAMA
E
l que conozca a una persona que use caja de dien-
tes, por favor levante la mano. Si este cuento se está
leyendo en voz alta, y quien conoce a la persona que
usa la caja de dientes solamente está escuchando, detén-
gase la lectura del cuento y dese la palabra a esta persona,
así tendrá la posibilidad de explicarle a todos qué cosa es
una caja de dientes. En caso de que más personas hayan
levantado la mano, formen grupos dividiendo el número
total de participantes entre el número de personas con la
mano levantada, y cada uno de los que levantaron la mano,
explique al resto del grupo lo que entiende por caja de
dientes. Luego, los miembros de estos grupos podrán ser
intercambiados, con la finalidad de descubrir, si todas las
personas que levantaron la mano estaban de acuerdo, o
si por lo menos, sus descripciones de lo que es una caja de
dientes tenían algo en común. De esta manera, podremos
llegar a una definición, y todos comprenderán qué cosa es
una caja de dientes.
Si seguir el anterior procedimiento no es posible, debido
a que usted está solo y no tiene posibilidad de que alguien
lo acompañe en la lectura, o si en el grupo no hay nadie
que sepa qué cosa es una caja de dientes, lo mejor será que
63
64	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
se remita a un diccionario. Aun así, es posible que existan
inconvenientesparaencontrarquécosaesunacajadedien-
tes,poresohedecidido,enesteprecisomomento,describir
conmispropiaspalabrasloqueentiendoporcajadedientes.
Está en manos de las personas que sí encontraron alguna
definición de caja de dientes, ya sea con el procedimiento
del primer párrafo, o con ayuda de un diccionario, saltarse
la parte que sigue.
DEFINICIÓN DE CAJA DE DIENTES: Cuando se llega a
ciertaedad,ocuandosedanciertascircunstancias,losdien-
tes, por efectos conocidos, se caen. No hablo de dientes de
leche,puesesnormalydeseablequesecaiganparadarpaso
a los dientes permanentes. Hablo de dientes permanentes
que caen despavoridos de la boca de sus amos, incrédu-
los por ser expulsados de sus hogares. Es cierto que esta
terminología de dientes permanentes debe revisarse, pues,
si fueran realmente permanentes, no deberían caerse. Sin
embargo, se caen, y cuando todos caen se da paso a lo que
llamaremos caja de dientes, como reemplazo de los dientes
perdidos.
Resumiendo, una caja de dientes nace luego de una impo-
sibilidad, pues los dientes permanentes se caen, lo que va
en contra de la misma definición de permanencia (véase
un diccionario). De este modo, la verdadera naturaleza de
una caja de dientes está en destruir definiciones. Aparte
de demostrar el mal uso del adjetivo permanente en dien-
tes permanentes, nos enseña que no es necesario que algo
sea una caja para recibir tal nombre. En efecto, una caja de
dientes no es una caja ni posee dientes reales.
Podríamos entrar en una larga discusión de lo que es o
no una caja, pero solo quiero que el oyente o lector, mire
sus dientes en un espejo, y me diga con total sinceridad,
CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA	 65
si le parecen una caja. Si es así, lo mejor será que se haga
revisar por un optometrista, es posible que necesite gafas.
Si cuando abrió la boca y se vio en el espejo, notó que sus
dientes no estaban, usted definitivamente necesita saber
que es una caja de dientes. Consulte a su odontólogo o
continúe leyendo.
Como hemos demostrado que una caja de dientes no es
una caja, solo nos queda por mostrar que una caja de dien-
tes no tiene dientes reales, para descubrir efectivamente
que cosa no es una caja de dientes. Esta demostración se
realizará sin discutir extensos argumentos lógicos, y sin
apoyarse en largas corrientes filosóficas que se cuestionan
por la existencia de la realidad; lo que se pretende demos-
trar es que los dientes de las cajas de dientes no son reales,
y para ello recurriremos a un cuento, que dejará claro, que
esto es un absurdo.
Harry Warner era un canadiense intrépido, lo que quiere
decir que le gustaba arriesgar su vida por diversión, o por
impresionar;enlamayoríadelasocasiones,porambascosas.
Este hombre realizó hazañas increíbles de equilibrismo en
diferentes partes del mundo, superando los más terribles
desafíos. No sé si les suenen conocidas las Cataratas del
Niágara; él las cruzó caminando sobre una cuerda de un
extremoaotro,algoimpresionantedebodecir.Sinembargo,
lo que de verdad nos interesa, es lo que hizo el domingo
17 de noviembre de 1895, cuando atravesó el abismo del
Salto del Tequendama del mismo modo. Venía preparando
suhazañadesdeelviernes15denoviembre,perodiferentes
circunstancias le impedían tensar la cuerda de una orilla
hasta la otra.
Elviernes,alparecer,llevabaunacuerdamuycorta.Cruzó
variasveceselríodeunladoaotro,perosinimportarloque
66	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
hiciera, la cuerda seguía teniendo una longitud insuficiente
paraabarcartodoelcaucedelrío.Porsusdiversosintentos,
quedó claro para todos que el canadiense no había puesto
mucha atención a sus clases de geometría. Empapado y
confundido,tuvoquedefraudarasuaudiencia,posponiendo
la hazaña para el día siguiente.
El sábado, un grupo de personas que creían en las segun-
das oportunidades, se reunió en El Salto del Tequendama.
Todas ellas estaban ansiosas por presenciar a un hombre
arriesgando su vida. Harry, esta vez se aseguró de que la
cuerda fuera lo suficientemente larga; estaba orgulloso de
haber tomado esta precaución. Muchos dicen que se paseó
ante los presentes, sonriente, con la cuerda enrollada bajo
el brazo, como diciendo: “Miren, sé medir cauces de río”.
Aunque su sonrisa se apagó cuando se dio cuenta de que no
llevaba las herramientas necesarias para tensar la cuerda.
Unavezmás,tuvoqueposponersuactoparaeldíasiguiente.
Segúncuentanalgunosperiódicosdelaépoca,eldomingo,
los espectadores, quizá más escépticos que nunca, eran
pocos. Algunos campesinos de Soacha, algunos visitantes
venidos de Bogotá, un perro, dos gatos, un gallo y, esto
está en duda: una serpiente cascabel acompañada por un
periquito. Harry, que ya había aprendido su lección, alistó
todaslascosaslanocheanteriorconlaayudadeunalista;la
cuerda, las poleas, las herramientas, los zapatos, las medias,
los pantalones, los calzoncillos, la camisa, la camiseta, la
chaqueta, el sombrero, el reloj, las gotas para el vértigo;
todo lo había dejado preparado para el gran día.
Cuando la cuerda quedó tensada sobre la cascada, algu-
nos espectadores maliciosos se preguntaron cuál sería la
excusa de Harry para no cruzarla. Se había llegado a creer
que el funambulista, que es como se les dice a las personas
CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA	 67
que hacen el mismo trabajo que Harry, en realidad era un
bromista, que disfrutaba observando cómo la gente se
reunía, para luego mandarlos a su casa.
Aunque esta explicación resulta bastante divertida, la
realidaderaqueHarryhabíatenidomalasuerte;perocomo
suele decirse, la tercera es la vencida y, Harry no solo cruzó
sobre El Salto del Tequendama, sino que, además, dio todo
un espectáculo: volviendo sobre sus pasos, caminando de
espaldas y cargando una gran pértiga. El escaso público
enloqueció de alegría, entre ovaciones y aplausos, ensal-
zaron al extranjero que tamaña hazaña había realizado en
sustierras.Harrysedespidióyencompañíadeunfotógrafo
quehabíacontratado,volvióasutierrapararevelarlasfotos.
Los soachunos creyeron que no se volvería a ver un acto
como aquel en El Salto del Tequendama, y tenían razón: las
fotografíasnopudieronserreveladas,ylasúnicasimágenes
delsuceso,seperdieronparasiempre.Elfotógrafocometió
unerroryHarrypagóelprecio;literalmentelopagóporque
el fotógrafo cobró por adelantado, y luego se negó a devol-
ver el dinero. Harry, decepcionado, pero no derrotado, deci-
dió volver a Soacha para intentarlo de nuevo. Sin embargo,
no se le permitió cruzar la cascada, pues las autoridades
temían que se hiciera daño. Desilusionado por la negativa,
Harry se marchó, y en Soacha no se volvió a saber de él, o
eso es lo que cuenta la versión oficial; mi abuelo, me contó
otra historia.
Después de que le impidieran realizar su acto, Harry se
preparó para volver a tierras canadienses. Pasó la noche en
Soacha,peronopodemosdecirquedescansó.Unapesadilla
se repitió toda la noche, con una que otra variación: se caía
de la cuerda cruzando el Salto. Si pasaba de frente, se caía;
si iba de espaldas, se caía; si cruzaba con la pértiga, se caía;
68	 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
si iba sin ella, se caía. En todas las variaciones el resultado
era el mismo, Harry caía por la quebrada y moría.
En la décima ocasión, se despertó para no dormir más;
estaba bañado en sudor y la boca le dolía terriblemente. Se
palpó cada uno de los dientes con la lengua, hasta que logró
descubrir de donde provenía el martirio: era una muela del
juicio,enlaparteinferiordelaboca,aladerecha.Esperoque
ninguno de los que estén leyendo, hayan padecido ese sufri-
miento; pero sí es así, saben que Harry no podía soportar el
regreso hasta Canadá para tratarse. Así que, en la mañana,
mi abuelo que era odontólogo le extirpó la muela. Harry,
inmediatamente se sintió mejor, dio las gracias a mi abuelo
y se fue para Canadá.
Ahora bien, la muela en realidad no estaba afectada por
unacaries,cosaqueamiabueloleextrañó.Lamuelaestaba
enperfectascondiciones,muchomejorquecualquiermuela
que hubiera visto mi abuelo; quien ya no tenía dientes, así
que había tenido tiempo de conocer muchas muelas en su
vida. Quedó tan impresionado con la muela de Harry, que
decidió intercambiarla por una de las muelas falsas en su
caja de dientes. Así lo hizo y quedó muy contento con el
resultado,lamueladeHarryrelucíaencontrastealasotras.
El tiempo pasó, el asunto se fue olvidando, mi abuelo se
hizo más viejo y, recordar las cosas se le hacía más compli-
cado. No recordaba el nombre de Harry, solo decía que en
su prótesis dental (otro nombre más apropiado para una
caja de dientes) tenía una muela de un gringo. Tanto se le
olvidaban las cosas, que no se acordaba de quitarse la caja
de dientes para dormir. El abuelo comenzó a quejarse de
que tenía una pesadilla que se repetía constantemente: iba
cruzando por un cable El Salto del Tequendama, se resba-
laba y caía al vacío.
CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA	 69
Quedóclaroparatodosymásparamí,quesoyquienestá
escribiendolahistoria,quelaspesadillassedebíanalamuela
de Harry. Era lo único que tenían en común el canadiense y
mi abuelo, pues solo uno de ellos era realmente funambu-
listayteníajustificadaesapesadilla.Miabueloencambio,la
mayor altura que alcanzó en su vida, fue cuando se subió a
una silla del comedor para cambiar un bombillo. Además, lo
máscercaqueestuvodecaerdesdeunacuerda,fuecuando
se resbaló con los cordones de sus zapatos. Estando, así las
cosas, la muela tenía que desaparecer.
En la familia, tomamos la decisión de cumplirle el sueño a
la muela: la arrojamos por la cascada del Salto del Tequen-
dama. Eso puso fin a las pesadillas de mi abuelo y demostró,
sin lugar a duda, que es imposible que una caja de dientes
tenga dientes reales, pues si este fuera el caso, el usuario
tendríaterriblespesadillasdefunambulista.Conestoqueda
demostrado que una caja de dientes no es una caja, y no
tiene dientes reales, por eso propongo que desde hoy las
llamemos no cajas de no dientes. Muchas Gracias.
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Nuevos cuentos del pasado

  • 1. NUEVOS CUENTOS DEL PASADO Nicolás Méndez Ayala Ilustración Mauricio López Gómez
  • 2.
  • 3. NUEVOS CUENTOS DEL PASADO Nicolás Méndez Ayala Ilustración Mauricio López Gómez
  • 4. Este libro fue un proyecto ganador de la convocatoria Suarte 2021 en la categoría libro de cuentos infantiles.
  • 5. Nicolás Méndez Ayala (1996 - ¿?) Nacido en Bogotá por el azar, criado en Soacha por sus padres, se dedica a escribir desde que descubrió su falta de habilidad para la vida. Pasó su prima- ria en Soacha, años felices. Pasó su bachillerato en Bogotá, años sin sueños: madrugó mucho. Tiene algunos estudios en Ingeniería de Sistemas, en Mate- máticas y algunos cursos de producción audiovisual; ninguno de ellos concluido, gracias a Dios. Le gusta la pasta, Evangelion y está viendo Fullmetal Alchemist. No le gustan las plantas de interiores, y es incapaz de aplicarse perfume sin estornudar; pero puede estor- nudar sin aplicarse perfume. Actualmente, trabaja en ser más supersticioso. Mauricio López Gómez (1997 - ¿?) Nació en Soacha y aprendió a dibujar copiando Poke- mones en un cuaderno cuadriculado de cien hojas. Se caracterizó por perder las materias de artística y educación física en la primaria, y por agregar otras cuantas en bachillerato. Aprendió diseño e ilustra- ción con algunos cursos cortos, pero más que todo con tutoriales de Youtube. Le encantan las buenas pinturas, y se emociona al ver una puerta o una pared bien pintadas. Actualmente, está probando tres meses gratis de Spotify.
  • 6. A mis padres por su amor y paciencia.
  • 7.
  • 8. CONTENIDO ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA?...............................13 EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR......................23 CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR...............27 VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA...............................................................39 LA BRUJA DE INDUMIL.............................................51 CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA...................................................63
  • 9.
  • 11. 12 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
  • 12. ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA? 13 ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA? M i nombre es Simón Rodríguez y espero que esta historia le sea útil a las generaciones futuras. TodocomienzaconmipececitoCanelaquecabía en un vaso y, aun así, tenía espacio para nadar de un lado a otro. Canela era negro y no color canela, pero se llamaba Canela porque yo lo llamé así. ¿Ustedes por qué se llaman como se llaman? Pues porque así les pusieron, es una ley universal. Canela era mi segundo pececito, el primero se llamaba Chocolate. Con Chocolate aprendí que los pececi- tos no deben revolverse ni batirse cuando están nadando. No quiero alargar esta historia de Canela con los detalles de Chocolate, solo diré que hubo un tenedor involucrado. Canelaeraespecialporqueteníaunapromesaincluida:si yo cuidaba de él por dos meses, mis papás me iban a regalar un perro; pero primero querían saber si yo era capaz de cuidaraotroservivo.Eseperrosellamaría,sinningunaduda, Trotsky. Ese nombre tenía una buena razón, mi abuelo tenía un gato que se llamaba Niebla y un perro que se llamaba Trotsky. Mi perro sería Trotsky Segundo, en honor al viejo perro de mi viejo abuelo. Faltaba una semana para que yo terminara mi periodo de prueba con Canela, estaba muy emocionado y casi podía sentirelpelajedelnuevoTrotsky.Puseelvasoquecontenía 13
  • 13. 14 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO a Canela en la mesa del comedor, acababa de cambiarle el agua y mi pececito estaba feliz. Nos preparamos para desa- yunar, mi papá trajo almojábanas y me las entregó, me pidió quelasacomodaramientrasélselavabalasmanos.Lasdejé al lado de Canela. Cuando mi papá terminó de lavarse, mi mamámepidióquehicieralomismo.Meenjabonébienyno dejé espacio sin fregar, luego me enjuagué y fui al comedor; al llegar vi que Canela no estaba en su vaso. — ¿Dónde está Canela? — pregunté. — ¿Dónde lo dejaste? — dijo mamá. — En el vaso con agua — respondí. — ¿En este, junto a las almojábanas? — dijo papá. — Sí, en ese, incluso le cambié el agua — contesté orgulloso. — ¡No, hijo, no puede ser! ¿Cómo se te ocurre poner las almojábanas junto a tu pececito? — dijo mamá espantada. —Noentiendo,¿Cuáleselproblema?—dijesorprendido. — Que las almojábanas comen peces, Simón, les encan- tan — dijo papá. — No puede ser — respondí, ya sin ganas de desayunar. — ¿Cuál se lo comió? — Es imposible saberlo — dijo mamá — hacen la diges- tión muy rápido; míralas, todas se ven iguales, pero una ya deshizo en su interior a Canela. — No puede ser — dije. —EstrágicoSimón,perodebemosserfuertesytúdebes sermáscuidadoso,nocreoqueestéspreparadopara un perro — dijo papá. — No me lo puedo creer — dije apesadumbrado.
  • 14. ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA? 15 — Pero así es — dijo mamá. Juré venganza contra las almojábanas; aunque no encon- trépruebasdesuculpabilidad.Lesbusquéunaaberturaque funcionará en ellas como boca, pero nada, no encontré una explicación a su método de nutrición, ni a su dieta basada en pescado; según lo que recordaba, su sabor se acercaba al queso y no a nada que viniera del mar. No me atreví a probarlas en el desayuno por miedo a comerme al pequeño Canela. Mis padres no tuvieron ningún problema, y creo que, a papá, que se comió cuatro, le agradó mi inapetencia. — Se comieron también a Canela — les dije un poco molesto. —No,hijo,Caneladespuésdeserdevoradoporlaalmo- jábana, deja de ser Canela — me dijo papá. — ¿Enserio? — pregunté — este día no deja de sorprenderme. — Por supuesto — respondió mamá — si no fuera así, imagínate, cuando nos comiéramos un pollito, nos estaríamoscomiendolosgusanosqueledasumamá gallina. ¿O es que el pollo te sabe a gusano? — No sé — le dije. — Nunca me he comido un gusano. — Y no debes hacerlo — dijo papá, que ya terminaba de comer. — Nunca. Comoconsolación,memandaronapasarelfindesemana en la casa del abuelo. Yo estaba emocionado de ver al viejo, a Niebla y a su Trotsky; aunque ver a su perro me pusiera un poco triste por la falta del mío. Él vivía más cerca al parque central de Soacha, donde yo sabía que había cantidades inmensas de mis terribles enemigas. No había lugar más indicado para conocer de sus costumbres que su fortaleza,
  • 15. 16 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO que el lugar de su nacimiento, podríamos llamarlo, su nido. Al abuelo no le agradaban mucho las visitas, creo que en especial le disgustaba la mía. Solía llamarme mocoso malcriado siempre que estaba en su casa, y eso que ahora yo casi no rompía ninguna cosa. Decía que mis padres no sabían educarme, pero yo confiaba plenamente en ellos. En fin, le conté a mi abuelo lo que había sucedido con Canela; pero él hacía, a mi parecer, las preguntas equivocadas. No quería saber detalles de cómo las almojábanas habían devo- rado a mi pobre pez, se veía más interesado en el hecho de que mis padres me hubieran prometido un perro. — ¡Pero tu mamá es alérgica a los animales, siempre que viene tengo que guardar a Niebla y a Trotsky! — dijo mi abuelo, que no acababa de entender de quién iba a ser el perro. — ¿Eso qué tiene que ver? Trotsky Segundo sería mío, no de ella — Le respondí. — Noimportadequiénsea,soloconcompartirelmismo espacio, la alergia de tu mamá se activaría — dijo mi abuelo. — Debe ser que ya se curó — contesté. — ¿Si no fuera así, por qué me prometerían un perro? — Eso mismo quisiera saber — dijo mi abuelo. — Vamos a dar un paseo. No tenía planeado que la visita a mis enemigas fuera tan pronto; mi abuelo no me dijo nada. Si me hubiera avisado, habríapreparadomiequipodeinvestigación,oporlomenos hubiera traído una libreta para anotar mis observaciones. Estábamos frente a una fila de tiendas, a un costado del parque central, y ahí estaban, las veíamos en todas partes, en sus hábitats naturales que sus guardianes llamaban
  • 16. ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA? 17 vitrinas. Le pregunté a uno de los encargados de la exposi- ción de qué lugar provenían esas almojábanas, también si yaestabandomesticadasotodavíaeransalvajes.Elhombre soltó varias carcajadas y le dijo a mi abuelo que yo era un niño con una gran imaginación. — Bueno es un niño muy inteligente, aunque a veces no lo demuestre — dijo mi abuelo y guiñó un ojo. — pero lo que de verdad quiere saber, es cómo hacen la digestión las almojábanas. — Señor no sé qué responder… — dijo el encargado. — La verdad — dijo mi abuelo. — La verdad… la verdad es que nunca he visto a una almojábana comer — respondió el encargado, que intentaba sonreír, pero estaba nervioso. —¿Cuántosañosllevaustedenestepuesto?—pregunté. — Más de veinte — me respondió el encargado. — ¿Y nunca ha visto a una almojábana comer? — preguntó mi abuelo. — No señor — dijo el encargado. — Pues que despistado — le dije. Mi abuelo se despidió y yo hice lo mismo, luego pregun- tamos en otros puestos, pero nadie había visto nunca a una almojábana comiendo. Bueno, una señora dijo que ella sí las había visto comiendo, pero lo dijo riéndose y no supo responder lo de la digestión. Yo quise saber si habían llevadopececitoscomoCanelacercadelasalmojábanas;me respondieron que lo más parecido, eran los pescados que vendían los restaurantes como almuerzo. Pensé entonces quelasalmojábanaspreferíanalospececitosvivos;peromi abuelo me hizo dudar de esta teoría al preguntarme cuánto tiempo podía pasar yo sin comer y, si no comería cualquier
  • 17. 18 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO cosa si tuviera mucha hambre. Lo mismo podía aplicarse a las almojábanas. — Entonces no entiendo nada — dije. — ¿Por qué las almojábanas que llevó papá eran carnívoras y estas no? — Tranquilo, Simón, vamos a tu casa y te explicaré todo lo que tienes que saber sobre las almojábanas — me dijo el abuelo. — Ok, abuelo, pero ¿Por qué tenemos que ir hasta mi casa? — pregunté. — Porque a tus padres les encantará escuchar lo que tengo para decir. Nos fuimos caminando hasta mi casa que queda en San Mateo, cuando llegamos mis papás no estaban. Mis amigos jugaban en la calle, mi abuelo me preguntó si quería jugar conellosyyoledijequesí.Medijoquemientrasyojugaba,él iba a preguntar en la veterinaria de la otra calle, el precio de la comida para Niebla y Trotsky, a ver si era más barata que laquecomprabacercaasucasa.Volvióantesquemispadres, y me dijo que cuando ellos llegaran, entrara yo también a la casa. Alcancé a tapar cuatro veces en el metegol hasta que ellos llegaron y tuve que entrar. El abuelo estaba sentado en el sillón individual de la sala, había posicionado los otros mueblesparaquedarenelcentrodelahabitación.Lespidió a mis papás que tomaran asiento para hablar de un tema muy importante, que él consideraba, yo ya estaba en edad para comprender. Ellos estaban un poco sorprendidos e intentaban adivinar de qué se hablaría. — Tranquilos, hijos, solo quiero contarle a mi nieto mi
  • 18. ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA? 19 historia con las almojábanas — dijo el abuelo. — Ah, solo eso — dijo mamá, que no parecía muy tran- quila, a juzgar por la mirada que le lanzó a papá. — Bueno, mi pequeño Simón — comenzó el abuelo. — Esta historia empieza en 1525, cuando un hombre llamado Rupert de Nola escribió un libro de cocina. — ¿Por qué se llamaba Rupert de Nola? — pregunté. — Pues porque así le pusieron, es una ley universal — respondió el abuelo. — No es cierto — dijo mi papá. — se llamaba Fernando I de Nápoles, pero se cambió el nombre. — ¿Quién está contando la historia? — dijo el abuelo. — Tú, pero ¿qué tiene que ver un libro de cocina cuando hablamos de animales salvajes? — pregunté. Mispadresmiraronamiabueloyesperaronsurespuesta, con una expectación como yo nunca había visto. Bueno, quizá pusieron la misma cara que cuando, sabiendo que yo había roto la vajilla, me preguntaron si yo sabía quién la había destrozado. Ese día me enseñaron que mentir estaba mal y por supuesto que aprendí la lección. — Lo que pasa Simoncito, es que en ese libro decía de dónde habían venido las almojábanas — continuó mi abuelo. — ¿y de dónde vienen? — pregunté. — Vienen de las tierras de Arabia — dijo el abuelo — de los inmensos desiertos que transitan los antiguos camellos, sobre cuyos lomos cabalgan hombres con los rostros cubiertos, para evitar las ventiscas de arena. Esos jinetes conquistaron por un tiempo la España de Rupert, que como recordarás, conquistó a su vez estas tierras de nosotros. Los españoles
  • 19. 20 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO aprendieron varias cosas de los árabes y trajeron esos conocimientos con ellos cuando llegaron a América. Pero lo más importante, es que trajeron con ellos la receta de la al-muyabbana, que quiere decir “la que tiene queso” refiriéndose a una torta. Esa receta llegó hasta la antigua Soacha, donde se inició una tradición que dio como resultado el querido apodo de “soachuno almojabanero”, lo que quieredecir:personaqueviveenSoachayquetiene queso. Aunque otros afirman que hace referencia a que, en Soacha, se hacen las mejores almojábanas. — Entonces, ¿cómo es posible que se hayan comido a Canela? — pregunté. — No es posible, ellas no se lo comieron — contestó el abuelo. Miré a mis padres que tenían los rostros rojos, como la parte trasera de los mandriles; incluso podría jurar que mi papásudaba,yaunquesiempresudaba,estavezeradistinto. — Hijo tienes que entender… — comenzó a decir mi mamá, pero mi abuelo la interrumpió. — Fui yo, yo me comí a Canela — dijo. — ¿Cómo, si tú ni siquiera estabas? — pregunté. — Usé un truco que aprendí en mis viajes al desierto, para recolectar toda la información que te conté, se llama… “al- invisibili - dád” — dijo mi abuelo, aunque suvoznosonabamuyconvencida.—detodasformas, Simón,tú tienes laculpa, porponerle un nombre tan apetitoso a un pez. — No te creo en absoluto, abuelo — contesté enfadado. — te quieres burlar de mí. — ¿Con qué no me crees? ¿Eh? — dijo mi abuelo; se
  • 20. ¿QUÉ ES UNA ALMOJÁBANA? 21 levantó del sillón, dobló su cuerpo por la cintura, como haciendo una reverencia, y puso sus manos en su boca; luego hizo como que vomitaba, se ende- rezó y tenía a un pez en la mano, idéntico a Canela. — Aquí está — me dijo el abuelo. — ¡Hurra! — grité — Canela está vivo, entonces puedo ganarme a Trotsky Segundo. —Nolocreo,hijo—dijopapá—dejastequetuabuelose comiera a tu pez, no estás preparado para un perro. — Pero no creo que el abuelo sea capaz de comerse a un perro — dije. — ¿Me estás retando? — preguntó el abuelo. — Jamás tendré a mi Trotsky Segundo — dije. — ¿Para qué, Simoncito? Si las segundas partes nunca fueronbuenas—dijomiabuelo—Sabesquepuedes visitar a Trotsky cuando quieras, además, tendrás que cuidarlo cuando yo no esté. — ¿Harás otro viaje al desierto? — le pregunté. — No sé a donde será, solo sé que será el último. ¿Cuida- ras a Trotsky? — quiso saber mi abuelo. — Por supuesto que lo haré — le dije. — ¡Mocoso malcriado! — dijo el abuelo, luego mirando a mis padres — ustedes dos, me deben una. — ¿Almojábana? — preguntó mamá. Así fue como descubrí que las almojábanas no se comen a los pececitos, aunque se llamen Canela.
  • 21. 22 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
  • 22. EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR 23 EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR T odos hemos escuchado el cuento del ratón de campo y del ratón de ciudad. En caso de que no lo conozcan, aquí hay un resumen: El ratón de ciudad visita a su primo, el ratón de campo; peroseaburreenloquelepareceunamuyapaciblevida,sin sobresaltos, sin novedades, sin muchas opciones. Entonces decidevolveralaciudadeinvitaalratóndecampoparaque loacompañe.Elratóndecamponoquiere,porqueleencanta la vida que lleva, pero el ratón de ciudad lo convence de hacer una pequeña visita. Los dos primos llegan a la ciudad, donde efectivamente encuentran muchas opciones. Diver- sos platillos a la hora de comer, variados juegos para diver- tirse, y muchas otras actividades para pasar el tiempo. El problema es que siempre están enfrentándose a un peligro: aungato,aunatrampapararatones,alosescobazosdeuna señora, en fin, en la ciudad no hay paz. El ratón de campo decide que esa no es vida para él y abandona la ciudad para regresar a su hogar. Va a una estación de ferrocarriles en Bogotá, conocida como la Estación del Sur. Pide un tiquete para el ferrocarril que va a Fusagasugá, pensando en bajarse en la parada de Soacha, alista $0.60 centavos, pues ese es el precio, pero le dicen que el último tren partió esa mañana y que esa ruta nunca se volverá a realizar. Decepcionado y un poco 23
  • 23. 24 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO fastidiado, el ratón de campo cree que tendrá que esperar hasta el domingo, que como todos saben, es el día que sale el tren hacia El Salto del Tequendama. Alista $0.40 centa- vos para dejar pagado el tiquete, pero le dicen que esa ruta tampocovolveráaoperar.Elratóndecampopreguntaporla nuevarutaalsur,ylerespondenquelosientenmucho,pero que como le dijeron, el último tren al sur salió esa mañana, además le cuentan, que la estación del sur dejará de operar desde ese día. El ratón de campo, que ama mucho su casa en Soacha, decide regresar a pie sin importar el tiempo que le tome. Cuando llega a casa descubre que ya es bisabuelo de unos cuatrocientos ratoncitos; no logra conocerlos a todos, porque como él sabe, la vida de un ratón así sea en el campo, estállenadepeligros.Sushijoslehacenunagranfiestapara celebrar su regreso, y toda su descendencia se reúne a su alrededor para escuchar su historia. Después de contar su larga travesía exclama: — Me alegra estar de vuelta en el campo. Pero sus hijos, nietos y bisnietos lo corrigen, haciéndole ver que Soacha es ahora una ciudad. El ratón de campo, que ensutravesíaestuvodemasiadoconcentradoenllegarpara prestarle atención a otra cosa, observa el paisaje y descu- bre los centros comerciales, las torres de apartamentos, las carreteras, etc. Entonces le dice a su prole: — Decidí una vez ir a la ciudad, ahora la ciudad no me abandona. Me alegra, por lo menos, estar de vuelta en Soacha. Los ratoncitos ovacionan la ocurrencia del abuelo, y cele- bran hasta que los atacan los gatos.
  • 24. EL ÚLTIMO FERROCARRIL AL SUR 25 Para el que no la conocía, esa es la historia del ratón de campo y del ratón de ciudad.
  • 25. 26 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
  • 26. CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR 27 CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR U n niño llamado Juan había quedado con sus amigos para jugar un partido de fútbol, eso fue hace mucho tiempo, cuando todavía había canchas en un lugar quesellamabaFedenorte,oqueJuanysusamigosllamaban Fedenorte. Ahora, en ese lugar, quedan dos centros comer- ciales, que tendrán su utilidad, pero tienen prohibido jugar fútbol en sus instalaciones. Los niños se reunieron, como de costumbre, un sábado a las ocho de la mañana; no tenían expectativas de que algo cambiara ese día, tampoco esperanza. El equipo de Juan y sus amigos era malo, cada partido lo perdían por goleada. Los otros equipos se divertían, disfrutaban jugando contra ellos por el placer de ganar, y por tener una práctica no muy exigente. En una ocasión, el marcador terminó diez a uno, el único gol que marcaron lo hizo Juan. Sucedió que iba corriendo cerca del área chica y se resbaló, antes de caer alcanzó a tocar el balón con la punta del pie, la pelota salió volando con una curva imposible y chocó a una paloma; el guardametadelequipocontrarioestabasiguiendolatrayec- toria de la pelota, pero al momento del impacto con el ave, la luz del sol lo cegó, permitiendo que el balón entrara a su portería. Losmuchachoscelebraronelgolcomosileshubieradado la victoria. Sus contrincantes no lo entendían, pero ese gol, 27
  • 27. 28 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO eralaúnicaalegríaqueleshabíadadoestedeportedespués de dos meses jugando. Algunos lo vieron como un presagio de futuras victorias; uno de ellos, que se llamaba Andrés, incluso corrió al lugar del campo bajo el choque, y recogió una pluma que llevó a sus compañeros emocionado. — Esta pluma, de ahora en adelante, será sagrada para nosotros—dijoAndrésconlavozmásgruesaycere- monial que le permitía su edad. — ¡Sí, será sagrada! — respondió en coro el resto del equipo. — Y ya que una paloma nos hizo tan felices, nuestro equiposellamarálosPalomosdeSoacha—continuó Andrés. El nombre no gustó mucho, y aunque uno de los chicos intentó aplaudir, miradas amenazantes le sugirieron que lo mejor era no hacerlo. El silencio se mantuvo. En todos los rostros se dibujaba una mueca de disgusto, que al mismo tiempo contenía en lo profundo un ataque de risa; pero el respetoqueteníanhaciasucapitán,queolvidémencionarlo, era Andrés, los obligaba a expresarse sin levantar la voz. Todos esperaban que Andrés entendiera lo que ellos pensa- ban, suponían que no hacían falta las palabras, que después de tanto tiempo siendo amigos, él debía anticiparse a sus objeciones.Elcapitán,sinembargo,nosedabaporenterado. Ante tanta tensión acumulada, a Juan le pareció, que siendo como era, el nuevo crack del equipo, tenía que decir algo. Echó una ojeada a sus compañeros y, basándose en sus rostros, supuso que pensaban como él. Dio unos pasos al frente separándose de la multitud y entonces dijo: — Creo que deberíamos votar para elegir un nuevo
  • 28. CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR 29 nombre. — Sí, ya estamos cansados de llamarnos los Amigos de Andrés, pero no vamos a ponernos los Palomos de Soacha — Dijo el número cuatro, oculto entre la multitud. — ¡Sí, sí, sí! — gritaron como apoyo el resto de los jugadores. — Está bien amigos — dijo Andrés — que cada uno haga su propuesta. —Comonuestrarachaestámejorando,tendríamosque ayudarla con el nombre, para que se haga realidad — dijo Juan. — ¡Sí, sí! — lo acompañó el grupo. — Yo propondría Los Invencibles — dijo Juan. — ¡Falta algo que produzca miedo! — gritó el número ocho desde el fondo. — A mí me dan miedo las palomas — dijo Andrés. — ¡No, no, palomas no! — negaron al unísono. — ¿Qué tal, los Escorpiones Invencibles? — preguntó Juan. — No...— dijo Andrés, pero los demás no lo apoyaron. — ¡Sí, los Escorpiones Invencibles! — gritaron. — Pero los escorpiones son lentos — objetó el número tres. — Bueno, entonces… ¡Los Escorpiones Relámpago Invencibles! — gritó emocionado Juan. — ¡Sí, sí! — contestaron los demás, exceptuando a Andrés que de ahí en adelante prefirió guardar silencio. Terminaron llamándose “Los Escorpiones Relámpago Invencibles de Hierro de Soacha”, porque no querían que
  • 29. 30 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO nadie dudara de su dureza, ni de su procedencia, pues temían ser confundidos con otros “Escorpiones Relámpago Invencibles de Hierro”. Habían escuchado de una fuente confiable,queenotromunicipioteníanunnombresimilar.A quiennoleinteresólaposibleconfusión,nileagradómucho el cambio de nombre, fue, como podía esperarse, a Andrés, que se sentía relegado por Juan. El cambio de nombre, que podía parecer una cosa sin importancia, influyó en el rendimiento del equipo. Aún no ganaban nada, es más, mantenían su racha perdedora; pero ensusúltimospartidos,lacantidaddegolesencontravenía disminuyendo a un gol por encuentro; además, nunca se quedaban sin marcar. En cada partido anotaban un único y solitario gol, y el autor de ese tanto, siempre era Juan. El equipo estaba feliz, los rivales atónitos, al ver como celebra- ban cada derrota. La dicha de los Escorpiones Relámpago Invencibles de Hierro de Soacha alcanzó niveles insospe- chados el día que perdieron dos a uno. El arquero, a quien apodaban “el Gordo”, se quitó la camiseta y su barriga fue elevadasobreloshombrosdesuscompañeros,que,aritmo de palmas, festejaron una increíble parada del guardameta, quien, sin moverse, detuvo un tiro fuertísimo que le dio en el vientre. Lo llamaron: “la atajada del buda”. Andrés que, se me había olvidado decirlo, era delantero comoJuan,noestabamuycontentoconsuescasezdegoles, y comenzó a considerar a Juan como una seria amenaza para su dominio sobre el equipo. No le hizo ninguna gracia cuando el número tres, a modo de broma, propuso que eligieran capitán a Juan. Andrés pensó, con algo de razón, que, si no fuera porque él llevaba los balones a la práctica, esetraspasodelmando,yasehabríaefectuadohacíamucho tiempo.
  • 30. CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR 31 AndrésfueelúnicoquenofelicitóalGordoporsuatajada, y mientras todos celebraban el histórico dos a uno y presa- giabanunincreíbleempateparaelpróximopartido,selimitó a decir: “Amanecerá y veremos, dijo el ciego. y no vio”. A lo que el número cuatro respondió: — El único ciego eres tú, Andrés, que fallas todos los goles. Si fueras más como Juan, ya habríamos empa- tado algún partido. — Es pura suerte — respondió Andrés — no tengo la culpa de estar en una mala racha. — Pero Juan ha marcado en diez partidos seguidos, y tú nunca has hecho un gol en toda la historia de los Escorpiones Relámpago Invencibles de Hierro de Soacha. — dijo el gordo. — No he tenido el chance — dijo Andrés. — ¿Y esa en la que Juan se sacó al arquero y te dejó solo frente al arco? — preguntó el número dos. — No me acuerdo — dijo Andrés. — Mi mamá lo grabó, si quieres te lo muestro — dijo el Gordo. Andréssesonrojó,buscabaensucabezaalgunarespuesta ingeniosa, digna de un capitán de su talla, pero las palabras huían de él. Lo único que pudo articular fue: — Sielnombredelequiponofueratanridículo,marcaría. Los muchachos se abalanzaron sobre él, furiosos por sus dudas, por profanar con ese adjetivo el nombre elegido democráticamente. Por fortuna para Andrés, o eso le pare- ció al principio, Juan intercedió. — Tranquilos muchachos, guarden fuerzas para el
  • 31. 32 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO partido.Vamos ami casa,quiero mostrarlesel balón que me compró mi mamá. El golpe final había llegado, Andrés ya no tenía forma de justificar su capitanía, la fuerza ya no estaba de su lado. De pronto le entraron ganas de practicar, de entrenar con todassusfuerzashastadesmayar;peroestabadepaseocon su familia en el Humedal Neuta. Desesperado comenzó a hacer mala cara, a todo lo que le decían respondía de forma grosera, alzando la voz, con tono golpeado. Un hombre estaba hablándoles, a él y a su familia, sobre los humedales en Soacha: — Verán, Soacha era una zona inundada, rica en panta- nos. Los agricultores solían sembrar cebada y trigo haciendounmanejodelaguaquepermitíamantener un equilibrio con la naturaleza. Pero luego, con la rápida expansión de la zona urbana y el descono- cimiento de sus habitantes, se perdieron extensas zonasdepantanos,yloquehoyllamamoshumedales es lo que queda de aquellos tiempos. — ¡No me importa! — gritó Andrés — vámonos para la casa. — Hágame el favor y se comporta Andrés, no sea irres- petuoso con el señor — dijo su mamá. —Bueno,niño,estetemadeberíaimportarte,porquelos humedales están en peligro por nuestro abandono. Permitimos que en ellos se depositen desechos que terminarán por desecarlos. — dijo el hombre. —¿Sabequé?Yonolecreonada—dijoAndrés—dizque Soacha antes estaba inundada, eso debe ser menti- ras suyas. — ¿No conoce el mito de Bochica niño? — preguntó el
  • 32. CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR 33 hombre. — No — dijo Andrés. —Mire,—dijoelhombre—habíaundiosquesellamaba Chibchacum, que era el dios de los orfebres, merca- deres y labradores. Chibchacum se enojó por la maldad de los seres humanos y decidió inundar las tierras donde ellos vivían. Los humanos rogaron a Bochicaparaquelossalvara,yéldesbordólasaguas en lo que hoy es el Salto del Tequendama. Después de ayudar a los hombres, Bochica condenó a Chib- chacum a cargar la tierra sobre sus hombros. Ve, en esa historia que contaban los muiscas, está clara- mente representada la inundación de Soacha. — Pobre Chibchacum, traicionado por sus propios siervos, y el Bochica ese creyéndose el salvador — contestó Andrés. — Creo que no entendiste la historia Andresito — dijo su mamá. — Al contrario, mamá, la he vivido. Andrés sintió que él era Chibchacum, gobernando sobre lossereshumanosque,maravillados,respetabansupodery autoridad.Peropocoapoco,susgobernadosibanperdiendo lalealtadhaciaél,cayendoenunapeligrosatrampadetoma de decisiones autónomas, que terminaban siendo perjudi- ciales para ellos. Por supuesto, Juan vendría a ser Bochica, apareciendo como salvador, no siendo más que un agitador. Atónito por su descubrimiento, Andrés se alejó de su familiaydelguía,paracontemplarporsímismolasaguasdel humedal Neuta. Sintió como se le erizaban los cabellos y se llenaba de energía su cuerpo; esta cantidad de agua pensó, no es nada comparada con lo que antes hizo Chibchacum;
  • 33. 34 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO pero, aun así, hoy resulta impresionante y vital para noso- tros.Mientrasestabasoñandodespierto,viocomolasaguas del humedal se elevaban, formando una caja rectangular. Los detalles de la caja se fueron afinando y Andrés descu- brió que se trataba de un ascensor. Las puertas se abrieron y una voz clamó: “Próximo piso, la morada de Chibchacum”. Andrés miró alrededor, parecía que todos habían desapa- recido, así que se decidió y se subió al ascensor. Una vez dentro, Andrés buscó los botones para marcar el piso; no había nada. Las puertas se cerraron y sintió, por el vacío que se produjo en su interior, que el ascensor iba de bajada. Entre más tiempo pasaba, más rápido sentía que el ascensor se movía. Hubo un momento, como a mitad del viaje,enquelatemperaturadelascensorseelevótanto,que superóaloqueélrecordabacomolamayortemperatura:la que producía la estufa de leña de su abuela. Luego, el ascen- sor comenzó a desacelerar, y la temperatura también fue disminuyendo. Hasta que Andrés percibió que los ángulos de las esquinas se abombaban y el ascensor pasaba a ser una burbuja, como las que se ven de agua y jabón, en los parques del municipio. Poco a poco las paredes se volvieron transparentes, y Andréspudoverqueestabaenelespacio,yque,además,no estaba solo; un gigante de dimensiones titánicas sostenía la tierra en sus hombros. “Chibchacum”, pensó Andres. La burbuja en la que iba se acercó hasta la pupila del antiguo dios, que, por métodos desconocidos, sin palabras, logró comunicarse directamente con la mente de Andres. — Niño, he visto tu compasión por mí y te he juzgado justo—expresóChibchacum—simedasunanoticia sobre Sua, varón del sol, que me haga alegrarme en
  • 34. CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR 35 su desgracia, te daré lo que desees. —Déjamepensar,uhmm—dudabaAndrés—lamaestra dijo que estaba hecho de gases nobles. Todos nos reímos, algunos dijeron que cuando comían frijo- les con leche, tenían un pequeño sol en formación dentro de ellos. — La nobleza de Sua no está puesta en duda; por otra parte, tu comentario es grotesco y sin sentido. Te daré otra oportunidad, pero no me falles, o desharé la burbuja. — Bueno, también dijo que solo le quedan cinco mil millones de años de vida aproximadamente. Pero ¿por qué esa obsesión con Sua, no deberías detestar a Bochica? — Son lo mismo, y tus noticias ahora son de mi agrado. Todos estos años esperando, todo este tiempo llenando mi ira con odio, maldiciendo al que me impuso esta carga; pero ahora, tengo un plazo defi- nido, una meta a la que aferrarme donde veré a mi enemigo derrotado. Andrés prefirió no decir nada sobre lo que implicaba la muerte del sol. Su maestra le había dicho que arrasaría a los planetas cercanos, quemándolos y privándolos de vida. Le pareció excesivo el odio de Chibchacum por Bochica, todos esos años guardándolo dentro de sí, incapaz de afrontarlo de un solo golpe, como arrancándose una curita muy despa- cio. Meditó por un momento, y decidió que no le guardaría rencor por tanto tiempo a nadie, ni siquiera a Juan. — Bueno, niño, dime qué deseas que haga por ti. Andrés pensó en lo que acababa de pasar, y entonces dijo.
  • 35. 36 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO — Tú, que sostienes la tierra, puedes hacer que tiemble, ¿no es cierto? —Asíes—respondióChibchacum—cambiándoladeun hombro a otro hago que tiemble. Antes la sostenían dos guayacanes, pero ahora soy lo mejor que hay. —Bueno,quieroquehagastemblarcuandomienemigo Juan esté sentado bajo alguna cosa más o menos pesada. Quiero que esa cosa caiga y le parta una pierna. No mucho, solo un poquito para que no juegue unos tres partidos. — No puedes hacer una petición tan específica, si quie- res que tiemble, temblará en toda la ciudad que habite Juan. Incluso habrá réplicas en lugares apar- tados. Te advierto que Juan y mucha gente podrían morir. — Entonces no lo hagas, no vale la pena. — Muy tarde, ya estoy cansado de mi hombro derecho. — No lo hagas, no… — gritó Andrés desesperado. Pero no había nada que hacer, Chibchacum ya había lanzado la Tierra al aire, y esta se movía como un balón cuando se hace un sombrerito. La burbuja de Andrés se movió a una velocidad cercana a la luz, orbitando el planeta, hasta llegar a Soacha. Allí presenció cómo se estremecían las edificaciones y sus habitantes corrían despavoridos por las calles. Andrés le pedía a Chibchacum que se detuviera, pero el dios no le hacía caso. Cuando el otro hombro de Chibchacum recibió a la Tierra, un estruendo retumbó en los confines del espacio y la burbuja de Andrés se reventó. El niño cayó a un vacío negro, lejos de las estrellas, ante la mirada impávida de Chibchacum. Antes de perderse para siempre, Andrés despertó en el
  • 36. CHIBCHACUM NO NOS DEJA JUGAR 37 humedal Neuta, rodeado por un numeroso grupo de perso- nas, su familia entre ellos. — Corran, pónganse a salvo — gritó Andrés a quienes lo observaban. — ¿De qué estás hablando hijo? — preguntó su mamá. — Del deseo que le pedí a Chibchacum. — Hijo, creo que estás alucinando. La caída debió ser fuerte. — Pero… Chibchacum. El nombre retumbó en su cabeza, la historia lo persiguió en sueños, y se decidió a abandonar sus antiguos pensa- mientos.Paraelsiguientepartido,Andrésentregósubanda de capitán a Juan, lo reconoció como un jugador muy impor- tante y se lo dijo. Juan se rehusó a aceptar el gesto, pero la insistencia de Andrés lo hizo ceder. En el esperado encuen- tro, jugaron como nunca, pero perdieron como siempre; su predicción de un empate falló. Hubo quienes vieron en el cambio de capitán la razón de su derrota, así que Andrés fue restituido en su puesto de los Invencibles Escorpiones Relámpago de Hierro de Soacha, que lograron un empate, cinco partidos después.
  • 37. 38 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
  • 38. VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA 39 VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA U na niña con la piel roja cruzó el umbral de la puerta, estiraba los brazos como una estrella de mar, sus pasos eran forzados y lentos, parecían exigir de ella una inmensa concentración para que sus extremidades no rozaran ningún objeto. La madre al oír el rechinar de la puerta,bajólasescalerasyvioasupequeñaquemadaporel sol. Se llenó de compasión hacia su hija, pero su sentido del deber, la hizo contenerse, y en vez de correr desesperada a su encuentro, le dijo con toda la calma de que era capaz: — Te dije que te pusieras bloqueador, Paula. La niña levantó su mirada llena de cansancio y manchadaderencor,yconunavozquedenotabaun profundoresentimiento,peroguardandolacortesía tanto como pudo, respondió: — Mamá, ya es muy tarde para reprimendas. La madre reconoció que la niña tenía razón, ya era muy tarde. Sin embargo, no quiso que esas palabras justifica- ran su desobediencia, ella claramente le había dicho que antes de salir a jugar debía aplicarse bloqueador. Así que soportó la risa que le provocaba la situación, con la cara y la respuesta de su hija incluidas, y obligándose a la seriedad, 39
  • 39. 40 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO le dijo claro y fuerte: — Esperemos que esto te sirva de lección. Pero la niña, quemada como estaba, aún tenía una inmensa capacidad de argumentación; al parecer, estaba decidida a demostrar que lo sucedido no era culpa suya, o por lo menos, no completamente. — Sí, no tengo que salir al sol — dijo Paula. — No, sí tienes, tienes que asolearte, eso es bueno para la piel, te da vitamina D — respondió su mamá. — Todo es culpa del tonto sol, siempre quemando, es un sol horrible que te pica cuando sales, te da dolor de cabeza. — No hables así hija, sin el sol no existiría vida en la tierra. — ¿Y eso sería un problema? No estaría la fastidiosa de Valery. — Tampoco tú, hija. — Bueno, eso no quita que el sol sea tonto, ¿qué le cuesta calentar más poquito? —Elsolcalientaloquetienequecalentar,elproblemaes que nosotros, los seres humanos, hemos destruido la capa que nos protegía de sus rayos. — Tonterías, el sol es insoportable. Su madre supo que en ese momento la niña no estaba para discusiones racionales, no estaba dispuesta a aceptarningúnerrordesuparte,noqueríaaprender ninguna lección. — Bueno, Paula, acuéstate y le voy a preguntar a la abuela que es bueno para las quemaduras. — Voy a ver si puedo acostarme, también me quemé el
  • 40. VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA 41 cuello y la espalda. — Con cuidadito — dijo la madre, que no pudo aguantar máslarisacuandovioasuhijasubiendolasescaleras; parecía un pobre camaroncito perdido, dudando en quélugardelescalónponerelpie,siempremidiendo conlamiradaladistanciaquelaseparabadelapared. — Eso, ríete del mal ajeno— dijo su hija, que quería girarse para que su mamá viera su ceño fruncido; pero tuvo miedo de que le doliera aún más su cuello quemado. Así que se limitó a seguir subiendo las escaleras. Con el remedio que le dio su abuela, Paula estuvo plena- mente curada a los dos días. En todo ese tiempo había estadolomásalejadadelsolquehabíapodido.Manteníalas cortinas cerradas, y prefería las habitaciones que no tenían ventanas.Elladecíaquelasolapresenciadeunrayosolar,le producía que sus quemaduras empezaran a palpitar y que el ardor en su piel se duplicara. Su mamá fue quien, después de muchos intentos, la convenció de que tenía que volver a salir al sol. Paula aceptó, pero pospuso su encuentro con el astro mayor, otros dos días. Cuando se cumplió el tiempo establecido, una Paula cubierta con dos capas de bloqueador, con un sombrero quedejaríaalSombrerónenvergüenza,yunasgafasnegras de su madre; apareció de nuevo en el umbral de la puerta que daba a la calle, esta vez en dirección contraria, para volver al exterior luego de su autoexclusión de la luz. La misión era acompañar a su madre hasta la carnicería para comprar una libra de lomo de cerdo. No era muy lejos, pero paraPaularequiriólamismapreparaciónqueunaexcursión alaselvaamazónica.Sinembargo,ningúnpreparativopodía
  • 41. 42 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO sersuficienteparapreverloquesucedióunavezestuvieron afuera. La mamá de Paula salió a la calle, después de controlar un ataque de risa que le dio al ver a su hija. Paula se enojó un poco, y por un momento, se negó a acompañarla. Pero con suaves palabras y una disculpa, su mamá logró conven- cerla. Paula dio de nuevo sus primeros pasos bajo el sol, y emocionada, aunque intentara ocultarlo, con un pequeño salto alcanzó a su madre. Su mamá tenía una gran sonrisa en el rostro, pero se desdibujó dando paso a un gesto de extrañeza. — ¿Qué pasa? — preguntó Paula. — No sé, te veo rara — dijo su mamá. — Otra vez vas a empezar, voy a salir así o no salgo, y si te sigues riendo, ya no valdrán tus disculpas. — Lo siento hija, pero te ves extraña, y no tiene nada que ver con tu atuendo. Da una vuelta. Paula, aunque dudó un instante de la cordura de su madre, decidió obedecerla y giró lentamente, para que ella pudiera ver lo que quisiera. — No es tu ropa, — dijo su mamá — no sé, es que eres tú, pero al mismo tiempo no. Paulaestavezsepreocupóenserioporlasaludmental de su madre, le pareció que sus risas constantes habían sido un síntoma que ella no había querido tomar en serio. —Tefaltaalgo,pero¿qué?¿Quétefalta?— dijosumamá, poniéndose la mano en la cara, como pensando. — ¿Mamá, te sientes bien? — preguntó Paula preocu- pada — mira que está haciendo mucho sol, y a uno a veces le duele la cabeza y ve cosas…
  • 42. VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA 43 — No, nada de eso… Ya sé, te falta tu sombra. ¡Hija, te falta tu sombra! Incrédula, Paula dirigió su mirada al suelo: era cierto, no había nada. Miró a su madre, vio el suelo, ella sí proyectaba una sombra. En la calle había carros estacionados, árboles, postes de luz, incluso palomas, y todos, cada uno de ellos, llevaba su sombra consigo. Paula era el único ser, vivo o muerto, que no daba sombra en la Tierra. Tomaron un taxi con rumbo al Hospital Mario Gaitán Yanguas, no estaban seguras de que fuera una enferme- dad; pero ¿qué más se podía hacer? Paula creyó que estaba soñando, su mamá también, el taxista estaba seguro de que le jugaban una broma, todo el camino buscó la cámara oculta, y cuando llegaron, les preguntó en qué programa iban a transmitir la historia. La mamá de Paula no supo qué responder y prefirió dejarle una propina. En el hospital, el celadorabriólapuertaconunpocoderecelo:laniñaseveía en perfectas condiciones, y a él, en su fuero interno, no le parecía que tuviera una emergencia, sin embargo, las dejó pasar porque ese juicio no le correspondía. Enlazonadetriage,lasenfermerasinsistieronentomarle lossignosvitalesalamadre,aldescubrirquelaniña,bajolas luces del hospital, sí proyectaba sombra. La madre sorpren- dida, al ver el manchón grisáceo de su hija en el suelo, no supo qué responder, y se dejó caer en la silla dispuesta para la toma de signos. En ese momento, su presión marcaba niveles por debajo de lo normal, y a esa descompensación, achacaron lo sucedido. Sin embargo, Paula insistía, ante todo el que le preguntaba, que era cierta la historia que contaban, y que, en su casa, en el taxi y mientras esperaban fueradelhospital,susombrahabíabrilladoporsuausencia;
  • 43. 44 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO nunca mejor dicho. El personal médico, estuvo de acuerdo en que se trataba de un caso de pánico colectivo. Estaba claro que la niña era proclive a la imaginación, y su madre, resultaba una influen- cia muy poderosa, que podía transmitir su visión a su hija, al grado de convencerla de que esa era la realidad. Cuando la presión de la mamá fue regulada, le asignaron una cita prioritaria, para que averiguara el porqué de su afección. Ante el hecho imposible, a la mamá, le pareció más fácil y tranquilizador abrazar la versión que la medicina le entre- gaba. Recibió con gusto los papeles, y salió rumbo a su casa con la idea de descansar. Pero sus planes se esfumaron en un santiamén, y al cruzar la puerta de salida, Paula señaló el suelo y le dijo: — Mira mami, mi sombra me abandonó de nuevo. La mamá, hecha una bola de nervios, tomó al celador por la solapa, y sin decir palabra, lo giró de tal manera que pudiera ver el lugar donde estaba Paula. — ¿Ve? — preguntó la mamá de Paula. — ¿Qué? — respondió el celador. — ¿Mi hija tiene sombra? El celador pensó en pedir ayuda al hospital, en informar que, esa mujer que lo sostenía había perdido la cordura. Pero, como era un hombre paciente, decidió seguirle el juego, posó su mirada en el lugar donde debería estar la sombra de Paula, y, para su sorpresa, no vio nada. Entonces dio un grito tan agudo, que los vidrios de todos los edificios, en una cuadra a la redonda, vibraron con el mismo tono, y se desmayó. Losmédicosyenfermerasquesalieronaayudaralcelador
  • 44. VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA 45 tuvieron que constatar, mientras auxiliaban al hombre caído, que esa niña llamada Paula, en verdad, no proyec- taba sombra bajo la luz solar. Los transeúntes se agolparon para presenciar el extraño fenómeno, el grupo creció tanto, que tuvieron que retirar a Paula al interior del hospital, a un cuarto apartado, mientras se esperaba la opinión de una junta médica. Los expertos se reunieron a deliberar; que si era un caso de pediatría, que, si era de ortopedia, de oftalmología, o de otorrinolaringología; pero no llegaban a un acuerdo. Pasa- ron lista a todos los tipos de enfermedades, la lista era larga y aun así no había nada parecido. Alguien dijo que podía ser anemia, lo expulsaron de la reunión. Tomaron la decisión de realizarle todos los exámenes de rutina a la niña, para ver si algo estaba mal con ella. Esperaban obtener una pista para desvelar el misterio de la falta de sombra. La mamá de Paula la acompañó a todos los cuartos, le realizaronexámenesdesangre,radiografías,tacs,ecografías, resonancias magnéticas; todos daban resultados normales. Paulaestaba,desdeelpuntodevistadelamedicinatradicio- nal, completamente sana. Se les ocurrió entonces la idea de llamaraunfísico,pues,consuconocimientodelaspropieda- des de la luz, era posible que lograra esclarecer el misterio. Se consultó al Doctor en física más prestigioso del país, que trajo consigo un espectrómetro y un fotómetro, para realizar algunas mediciones del comportamiento de la luz cercadePaula.Loprimeroquelellamólaatenciónfuequela niña tenía sombra bajo todas las luces exceptuando la solar. Tomó las medidas necesarias, hizo algunos cálculos, tuvo en cuenta las propiedades del sol y su distancia a la tierra; pero su esfuerzo era vano. Paula no tenía nada particular, y según todos sus conocimientos en física, debería proyectar
  • 45. 46 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO una sombra. Los sabios que enfrentaron el caso quedaron perplejos: todas las variables habían sido analizadas, cada disciplina delsaberhabíaaportadosuconocimiento,siglosdepráctica científicaquedabanenmudecidosanteelextrañofenómeno. Tomaron entonces la decisión de dejar ir a Paula, después de todo, no tener sombra no impedía que la niña se desa- rrollaraconnormalidad,almenosesocreían.Leinformaron a la madre para que iniciara el papeleo, la orden de alta ya había sido dada por el cuerpo médico. Entonces, entró al edificio la abuela de Paula, seguida de cerca por el celador que intentaba evitar su ingreso. — Señora, si no tiene una emergencia, no puede entrar al edificio — decía el celador, a quien le faltaba el aliento. — Le digo que los vecinos me dijeron que mi nieta y mi hija están acá, no he sabido nada de ellas, y estoy preocupada, así que lo averiguaré por mí misma — contestó la abuela. —Siesperaafuerayolepuedoconseguiresainformación. — Tonterías —dijo la abuela y empezó a gritar — ¡Paula, Paula! ¿Dónde estás, niña mía? Paulacorrióalosbrazosdesuabuela,sumamálasiguió. — No hace falta que grites, ya nos vamos, ya le dieron de alta a Paula — dijo la mamá, y luego al celador — disculpe, mi madre es muy impulsiva, como mi hija. — No hace falta que lo digas — dijo la abuela — discúl- peme,señor;pero,hija,¿quéurgenciatuvominieta? — No tiene sombra bajo el sol. — Déjate de bromas, hija. —Esenserio,yolavi,omásbiennolavi—dijoelcelador.
  • 46. VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA 47 — ¿Y ya te curaron? — preguntó la abuela. — No saben cómo — respondió Paula. — ¿Dime, Paula, acaso te peleaste con Sua? — ¿Con quién? — ¿Con Sua, Sue, Xue, o el sol, como le decimos ahora? — No. — ¿Qué importa que se pelee con el sol? Es solo una bola de fuego — dijo la mamá de Paula. — Entonces es cierto que se peleó con el sol. —dijo la abuela, y dirigiéndose a Paula — Por eso no tienes sombra niña, Sua otorga la sombra a cada uno de sus hijos para que los proteja, cuando le faltaste al respeto, te la arrebató. — ¿Y cómo la recupero? — preguntó Paula. — Tienes que pedirle perdón, cuando se acerque más al horizonte, así te escucharé fuerte y claro — dijo la abuela. — ¿Cuándo es eso? — dijo Paula. — ¿Cómo es el himno de Soacha? — preguntó la abuela. — Mamá, déjate de acertijos y dilo de una vez — exigió la mamá de Paula. — Si me permiten interrumpir, — dijo el celador — es: “Varón del sol despierta en la montaña y se quedó dormido en la sabana, Soacha, cielo y tierra…” — Suficiente —dijo la abuela — muchas gracias. ¿Entienden? — Sí, está más cerca del horizonte, cuando se despierta y cuando se acuesta. — dijo Paula. — ¡Exacto! — exclamó la abuela. — Pero ya se levantó — dijo Paula. — Pues tendremos que alcanzarlo antes de que se acueste — dijo la mamá de Paula — ¡Vamos!
  • 47. 48 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO — Yo quiero ir con ustedes — dijo el celador. — Y yo, y yo — decían varias personas del hospital — No queremos perdernos el final de esta historia. Salieronenmotos,encarrosyenbicicletas;todosseguían altaxidondeibanPaula,sumamáysuabuela.Curiosamente, el taxista era el mismo que en la mañana, y seguía pensando que todo era una broma. Siguieron avanzando hasta llegar a la entrada del parque Canoas, donde aprovecharon una gran explanada, en la que parecía que el sol besara al suelo. Ante el atardecer, Paula se separó del grupo y pronunció en voz alta: — ¡Te perdono, sol, por haberme quemado! — ¡Paula! — gritaron todos. — Está bien, está bien — dijo Paula — perdóname tú a mí, señor Sol. Dichasestaspalabras,unrayorojizodeluzsedesprendió del suelo, posándose sobre ella, cubriéndola con un color especial del que poco a poco fue emergiendo una larga sombra, como nunca se había visto. — Estamos presenciando el nacimiento de una sombra — dijo la abuela — Es un espectáculo majestuoso. — Muy bonito sí, pero ¿Cómo hicieron esos efectos especiales? — dijo el taxista, que seguía pensando que todo lo sucedido era una gran broma.
  • 48. VARÓN DEL SOL DESPIERTA EN LA MONTAÑA 49
  • 49. 50 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
  • 50. LA BRUJA DE INDUMIL 51 LA BRUJA DE INDUMIL H ay un video conocido por todos los soachunos, captado por una cámara de seguridad, en las insta- laciones de la fábrica de armas y municiones José María Córdova, donde vemos una figura andando a cuatro patas. Es una extraña forma la que aparece arrastrándose por un pasillo, y con la música que le ponen de fondo, es capaz de erizarle los pelos de la nuca a cualquiera. Yo que soy valiente, tuve pesadillas con esa cosa, no lo voy a negar. Lo interesante del video es, que luego de salir de cuadro, la figura reaparece en la esquina inferior parada en dos pier- nas,comotodosnosotros(sihayalgúncuadrúpedoleyendo esto le pido que me disculpe). Al final, parece que saca una escoba y sale volando. A mí, y a muchos de los que han visto ese video, nos parece que esa extraña criatura es una bruja. Puede ser que hayamos sido influenciados por el título que le pusieron, “la bruja de Indumil”; pero lo dudo. Para mí es la teoría que más concuerda con lo visto. Sin embargo, alguien comentó que pudo ser un perro. Según esa explicación, el perro entró a la fábrica burlando la seguridad, y no solo eso, sino que, además, robó la cobija con la que se cubrían los vigilantes de turno, aprovechando que estaban durmiendo. Hecho eso, el perro, que vivió en un circo, escuchó o creyó escuchar una orden de su anti- guo amo: un alemán que se vino a vivir a Soacha luego de 51
  • 51. 52 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO la segunda guerra mundial. La voz le dio al perro una simple orden: ¡Über!, que quiere decir arriba en alemán. Obede- ciendo a la voz, el perro, que había intercambiado la cobija de los vigilantes por una escoba con una bruja, mientras la cámara no lo grababa; se montó en la escoba y se fue volando.Estaexplicaciónresultaunpocoridícula,yrequiere que se produzcan muchas coincidencias, por ejemplo, que el perro en cuestión sea un pastor alemán. No voy a negar que ambas teorías nos dejan serias dudas, pero debemos reconocer que afirman una realidad incues- tionable: por los alrededores de Indumil hay una bruja. Yo me di cuenta de este hecho hace dos meses, mientras le exigíaaunpalomoquesecallara.Elpájarosenegabayfingía no entender. Terminé por dar un fuerte pisotón en el suelo paraespantarlo,loquenofuncionó;perovariasconexiones en mi cerebro comenzaron a funcionar y la idea apareció frente a mí, como una película: ¡las palomitas de maíz con salsa de tomate son deliciosas! La realidad es que, en el pasado, yo me había negado a probar las palomitas de maíz con salsa de tomate; un amigo me las había recomendado, las rechacé sin siquiera darle el beneficio de la duda. Él me aseguraba que eran un manjar, que incluso superaban a las que vienen cubiertas con cara- melo; pero nada me hizo cambiar de parecer. Probar algo nuevo puede resultar difícil, y más si uno se aferra con todo el ánimo del que es capaz a las cosas del ayer. Así que sin dudas las de caramelo son mis favoritas, aun teniendo en cuenta aquella ocasión en que no pude comerlas todas. Resulta que pedí el combo más grande que vendían en el cine, lo llevé hasta la sala y me dispuse a ver una película sobre superhéroes. La acción no empezaba sino hasta la mediahoradeiniciadalapelícula,yoyamehabíacomidopor
  • 52. LA BRUJA DE INDUMIL 53 lo menos un cuarto del balde, pero me estaba aburriendo con todo el parlamento que largaba el villano, que resul- taba no ser lo suficientemente malo para derrotar al héroe. Quiero decir, ¿qué necesidad tiene de contarle todos sus planes cuando lo tiene a su merced? Si el héroe es su mayor obstáculo,deberíadeshacersedeél…Enfin,medicuentade que nunca terminaría de comerme esa cantidad ingente de palomitas, y de que sería imposible para mí encontrarle la gracia a una historia que no iba al grano: prometía la batalla del siglo, pero uno tenía que aguantar una larga divagación antes del encuentro. Detesto esos largos paréntesis que se hacen en las historias, uno se pierde en esas derivaciones y se rompe la tensión del relato. Como sentí que ya me iban a salir orejas asnales por mi aburrimiento,toméelbaldeconlaspalomitasquemequeda- ban y abandoné la sala de cine. Me costó un poco, la causa no fue la oscuridad, pues todo el que me conoce sabe que tengo la visión de un gato; aunque suelen confundirse por las gafas que utilizo. No, me costó salir porque un hombre se negaba a recoger sus piernas. Como si tuviera que hacer un enorme esfuerzo para conseguirlo. Es cierto que era un tipogrande,perotodohombredebehacerseresponsablede susextremidades;quienmejorentendióestofuelapersona queinventólosdescansabrazos.Denuevolepedíalhombre que me diera permiso, pero no accedía, así que tomé uno de sus zapatos que en realidad era un tenis, y lo retiré de mi camino. El sujeto se puso de pie, me dijo que lo había herido enlomásprofundodesuorgulloymeretóaunduelo.Yome defendí diciendo que, con un balde casi lleno de palomitas, no estaba en posición de batirme en duelo con nadie; no aceptó mi excusa, me gritó que me esperaba afuera, y salió de la sala.
  • 53. 54 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO No me iba a dejar humillar porque en el fondo tengo mi orgullo, así que volví a mi silla y vi el resto de la película. ¿Sorpresa?Elsuperhéroegana,¿elvillanoalgunavezestuvo cerca? No, ni en sueños. Por eso la película era tan floja, para que una historia tenga algo de impacto, se necesita que parezca que el villano puede ganar, aunque sea solo en apariencia. La película terminó, y no bien habían iniciado los créditos, las luces de la sala se encendieron, incitando a todos a ignorar a las personas que habían trabajado en esa mala producción. Puede ser duro a veces, pero hay que admitir que por lo menos se habían esforzado en hacer algo. Cogí mis palomitas, que no podía terminar y salí del cine. No esperaba que me esperaran, pero vi al hombre con piernas largas mirando fijamente a la puerta por donde yo acababa de salir. Me fastidió verlo; yo tenía pensado ir tranquilamente a mi casa, dejar mis palomitas en un lugar seguro para que las hormigas no se las comieran, y salir a investigar el caso de la bruja de Indumil. Pero las cosas no iban a ser tan sencillas, porque nunca lo son. — Creo que te perdono, tienes problemas más grandes — me dijo el hombre, y me señaló la cabeza. —Io,io—dijeyo,puesmeestabaconvirtiendoenburro. Así de mala estuvo la película. Entréalbañoymevialespejo,todamicabezaeraladeun asno.Elrestodemicuerposeguíanormal,asíqueaúnsoste- nía el balde de palomitas con mi mano. Decidí irme para mi casa, a cumplir al menos uno de los objetivos que tenía, así que al llegar dejé las palomitas en la mesa del comedor, donde yo sabía que las hormigas no podrían alcanzarlas. Lo extraño fue que, cuando las busqué para burlarme de ellas, encontré a las hormigas saliendo en línea recta, por
  • 54. LA BRUJA DE INDUMIL 55 la puerta del patio. Les pregunté la razón que las empujaba a abandonar mi casa, pero recordé que las hormigas no pueden comunicarse con humanos sin un permiso expreso desureina.Entoncesmepuseaseguirlalíneaqueformaban, esperando que la reina estuviera más adelante, para que pudiéramos discutir los términos de mi rendición: quería ofrecerles el cubo de palomitas a cambio de que volvieran. Hicimos un viaje largo a una parte rural del municipio, yo iba con los ojos fijos en la línea hecha de pequeños puntos insectiles, pero aun así me daba cuenta de que el aire era distinto.Eltiempopasabayyopermanecíaatento,siguiendo comocualquierotrahormigaelrastro,tanconcentrado,que mi maldición se me había olvidado. Creí que avanzaba en cuatro patas, con las rodillas puestas en el suelo por como- didad;peronoeraasí,larealidaderaquemitransformación se había completado: ahora era un burro. Cuando me percaté de mi metamorfosis, vi a lo lejos una viejacasona:lashormigasentraronalineadaspordebajode la puerta. Aunque era un burro, conservaba mi capacidad para pensar, y me pregunté por qué las hormigas preferían esa antigua casa, nada confortable y a punto de caer, a mi cómodo hogar. Empujé la puerta con mi hocico, y rebuzné un poco, esperando que el dueño de aquel sitio bajara a atenderme. Sin embargo, el lugar parecía que había sido abandonado hacía mucho tiempo. Entonces encontré a las hormigasreunidasenelcomedor;enlamesahabíaunplato depalomitasdemaíz,estabancubiertasconsalsadetomate. Las hormigas eran incapaces de alcanzar el plato, porque comotodossaben,tienenprohibidopisarloscomedoresde las casas ajenas. Las llamé para que me siguieran: — Tengo palomitas con caramelo — dije, ellas me
  • 55. 56 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO ignoraron, así que lo repetí varias veces — tengo palomitas con caramelo, tengo palomitas con cara- melo, tengo… — ¡Ya basta! — gritó la reina — consejero real, negocie conesteburrosuayudaparaobtenerelplato,dígale que se le recompensará con un bocado del manjar. El consejero real repitió esas mismas palabras, dirigién- dose a mí. — ¿Por qué mejor no volvemos a casa? Allá tengo palo- mitas con caramelo, si regresan se las regalo todas. — les dije. — Consejero real, pregúntele a qué casa se refiere y por qué la denomina como nuestra — dijo la reina y el consejero hizo su trabajo. — Hormigas, soy yo, Arturo, lo que pasa es que me convertíenburroporverunapelículamuyaburrida— les dije. — ¿Arturo? — dijo el consejero real. — ¿Quién te dijo que hablaras? — gritó la reina. — Lo siento su majestad — dijo el consejero real. — Está bien consejero, dígale al burro Arturo que no regresaremos a la casa, hasta no obtener el manjar de esta mesa. — contestó la reina — Dígale que esas “palomitas con caramelo”, no se comparan en absoluto a esta exquisitez. Puede explicarle, que no pretendoqueunburrodesuclasecomprendaseme- jantecosa,peroparaquesehagaunaidea,pídaleque pruebe una de estas palomitas dignas de la realeza. Elconsejeroseexpresómásomenosconlasmismaspala- bras, pero yo me negué.
  • 56. LA BRUJA DE INDUMIL 57 — Lo siento su majestad — dije — pero para un burro como yo, resulta excesivo y riesgoso probar cosas nuevas, más aún cosas que no son de mi propiedad, le ruego me disculpe. — Consejero, dígale que no podía esperar más de un plebeyo — dijo la reina — ¡Nunca volveremos a la horrible casa del burro Arturo! Hubo una gran algarabía entre las hormigas; bueno, fue grande teniendo en cuenta las proporciones; gritaban, chillaban, silbaban y abucheaban mi nombre. Tengo que reconocer, que esas hormigas, tan diminutas, me tenían contra las cuerdas: yo no quería perderlas, pero tampoco quería quitarle nada a nadie. Finalmente tomé una deci- sión; les pedí que hicieran silencio, y sacando la voz desde el estómago, para que me saliera con más potencia, les dije: —¡Lesentregaréelplatodepalomitasdemaízconsalsa de tomate! Pensé que, si no se las entregaba, la persona que vivía en esa casa se quedaría con mis hormigas; lo que no era justo porque yo no le había quitado nada. En cambio, si las hormi- gasobteníanlaspalomitasconsalsadetomate,regresarían a mi casa, y yo me encargaría, tarde o temprano, de enviar un gran cubo de palomitas y un tarro de salsa de tomate de vuelta a esa casona, pues yo sabía de quién eran las palomi- tas:delhabitantedelacasonadelahaciendaChucuaVargas. Encambio,siestapersonasequedabaconmishormigas,no sabría cómo devolvérmelas. Mi lógica me pareció irrefutable, así que hice este plan paraapoderarmedelaspalomitas:meibaaacercaralamesa, luego me pondría de lado contra uno de sus bordes, y con
  • 57. 58 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO el hocico atraería el plato hacia mi lomo; hecho esto, sería cuestión de agacharme y dejar que las hormigas subieran por mis piernas y se llevaran las palomitas. Simple y sencillo, como todos los buenos planes. Me acerqué a la mesa, me junté a uno de los bordes, y con mi hocico toqué el plato de las palomitas. Las hormigas me ovacionaron todo el tiempo, me animaron y hasta me llamaron campeón; me di cuenta de que la opinión de las hormigas era muy volátil, y decidí que después de aquello, no las tomaría en serio. Cuando el plato hizo contacto con mi lomo, sonó un portazo fuertísimo que me espantó: venía delaentradaprincipal.Delsustocorcovee,entonceselplato secayóalpisoyserompió,dejandolaspalomitasesparcidas por todas partes. Las hormigas no perdieron tiempo y cada una se apoderó de una palomita. — Es tiempo de marcharnos, ya tienen lo que quieren, vámonos — les grité. — Nunca nos iremos — dijo la reina mientras masticaba — este lugar es el paraíso. Un grupo de sus súbditos la cargaron hasta uno de los huecos que había en el suelo de la casa; sus otras subordina- das la siguieron, y se apresuraron a esconderse junto a ella. Escuché unos pasos que se acercaban y, en el umbral de la puerta del comedor, apareció una mujer vestida de negro, con un gran sombrero y un pequeño gato, negro como su ropa, sobre una escoba que flotaba a su lado. Las hormigas no habían terminado de esconderse, así que pudo ver esa gran mancha negra que se escurría por un agujero. Yo supuse que esa mujer era la dueña de la casona; me entró miedo de que llamara a la policía y les alertara de mi presencia, pero luego me tranquilicé, pues recordé que los
  • 58. LA BRUJA DE INDUMIL 59 burros no son juzgados por leyes humanas. La mujer no me prestó mucha atención, se quedó inmóvil vigilando el marchar de las hormigas al escondite. Cuando desapareció completamente el hormiguero, me miró y me dijo: — ¿Esas hormigas eran tuyas? — Vivían en mi casa — le dije. — Llévatelas y te ayudaré a convertirte en humano de nuevo. — ¿Y tú cómo sabes que yo era humano? — Si no hubieras sido humano, no entendería lo que dices. — Ah, pero no quieren regresar conmigo. — Entiendo, ¿no hay forma de convencerlas? — Me temo que no. — Es una lástima. — Sí. — Bueno, Micifuz te llevará a la cocina y te mostrará lo que debes comer para volver a ser humano. Yo tengo que ir a Indumil a conseguir algo para sacar a las hormigas. En ese tiempo, yo ignoraba que Indumil es la entidad encargada de la industria militar en todo Colombia, y que una de sus fábricas se encuentra en Soacha; mismo lugar en el que se presentaron los hechos que iniciaron este relato. Mearrepentídespuéspornohaberlepreguntadoalamujer que opinaba sobre el vídeo de la bruja, no aproveche que ella tenía la confianza de ir a Indumil en medio de la noche, sin duda era posible que tuviera información privilegiada. Simplemente me limité a agradecerle su gesto, y esperé a que llegara el tal Micifuz, pero él ya estaba ahí: era el gato negrosobrelaescoba.Sebajódeella,memaullóycruzóuna
  • 59. 60 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO puerta que llevaba a la cocina. La mujer se llevó la escoba y saliódelahabitación.Seguíalgatohastaunaollainmensa,él diounavueltaalrededordelaolla,memaullóyluegosaltóa un banco que le permitía ver el interior de la olla. Me miró y miróadentrodelaolla,comoseñalándomesucontenido,me acerquéyviqueteníaunlíquidoverdeyespeso.Supuseque eso era lo que tenía que tomar y lo hice. Mi cuerpo empezó a vibrar, me dio vértigo, caí al suelo y me desmayé. Medespertaronunoslametonesenlamejilla,abrílosojos ymedicuentadequeeraMicifuz.Comenzóamaullarysalió caminandodelacocina,loseguíyviqueentramosaunasala conungranespejo.Elgatosesentófrenteaélymemirófija- mentedesdeallí.Meacerquéymireflejoestabaenelespejo, era otra vez humano. Le agradecí a mi pequeño amigo y le pedí que me mostrara la salida. Él se levantó y, como ya se habíavueltocostumbre,maullóyempezóacaminar:quería decir que lo siguiera. Salimos por la misma puerta que había entrado. Me despedí de Micifuz, pero ya no entendí lo que me decía con sus maullidos. Empecé a caminar hacia mi casa, confiado en que la mujer, como había prometido, conseguiría algo para sacar a mis hormigas de su casa. Yo tenía la esperanza de que una vez expulsadas, recordarían mi promesa de palo- mitas acarameladas y volverían. Decidí, por el momento, olvidarmedeellasyconcentrarmeenmiinvestigacióndela bruja de Indumil. Pero, luego de dos meses, sin saber nada de ellas, regresé a buscarlas. Fue muy triste para mí descubrir que la casona ya no existía: la habían incendiado. Según la versión oficial, no se sabían las razones, podía ser vandalismo o intereses sobre esas tierras; al parecer esa casona tenía una inmensa importancia histórica que a algunos no les agradaba que
  • 60. LA BRUJA DE INDUMIL 61 se reconociera. Hay quienes aseguran que en ella vivía una bruja dispuesta a conservarla, según esa versión, era la bruja de Indumil, por eso poseía cierto armamento que estaba dispuesta a utilizar. Si esto es cierto, me pregunto qué habrá pasado con la mujer que conocí, con Micifuz y con mis hormigas. Espero que estén bien.
  • 61. 62 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO
  • 62. CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA 63 CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA E l que conozca a una persona que use caja de dien- tes, por favor levante la mano. Si este cuento se está leyendo en voz alta, y quien conoce a la persona que usa la caja de dientes solamente está escuchando, detén- gase la lectura del cuento y dese la palabra a esta persona, así tendrá la posibilidad de explicarle a todos qué cosa es una caja de dientes. En caso de que más personas hayan levantado la mano, formen grupos dividiendo el número total de participantes entre el número de personas con la mano levantada, y cada uno de los que levantaron la mano, explique al resto del grupo lo que entiende por caja de dientes. Luego, los miembros de estos grupos podrán ser intercambiados, con la finalidad de descubrir, si todas las personas que levantaron la mano estaban de acuerdo, o si por lo menos, sus descripciones de lo que es una caja de dientes tenían algo en común. De esta manera, podremos llegar a una definición, y todos comprenderán qué cosa es una caja de dientes. Si seguir el anterior procedimiento no es posible, debido a que usted está solo y no tiene posibilidad de que alguien lo acompañe en la lectura, o si en el grupo no hay nadie que sepa qué cosa es una caja de dientes, lo mejor será que 63
  • 63. 64 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO se remita a un diccionario. Aun así, es posible que existan inconvenientesparaencontrarquécosaesunacajadedien- tes,poresohedecidido,enesteprecisomomento,describir conmispropiaspalabrasloqueentiendoporcajadedientes. Está en manos de las personas que sí encontraron alguna definición de caja de dientes, ya sea con el procedimiento del primer párrafo, o con ayuda de un diccionario, saltarse la parte que sigue. DEFINICIÓN DE CAJA DE DIENTES: Cuando se llega a ciertaedad,ocuandosedanciertascircunstancias,losdien- tes, por efectos conocidos, se caen. No hablo de dientes de leche,puesesnormalydeseablequesecaiganparadarpaso a los dientes permanentes. Hablo de dientes permanentes que caen despavoridos de la boca de sus amos, incrédu- los por ser expulsados de sus hogares. Es cierto que esta terminología de dientes permanentes debe revisarse, pues, si fueran realmente permanentes, no deberían caerse. Sin embargo, se caen, y cuando todos caen se da paso a lo que llamaremos caja de dientes, como reemplazo de los dientes perdidos. Resumiendo, una caja de dientes nace luego de una impo- sibilidad, pues los dientes permanentes se caen, lo que va en contra de la misma definición de permanencia (véase un diccionario). De este modo, la verdadera naturaleza de una caja de dientes está en destruir definiciones. Aparte de demostrar el mal uso del adjetivo permanente en dien- tes permanentes, nos enseña que no es necesario que algo sea una caja para recibir tal nombre. En efecto, una caja de dientes no es una caja ni posee dientes reales. Podríamos entrar en una larga discusión de lo que es o no una caja, pero solo quiero que el oyente o lector, mire sus dientes en un espejo, y me diga con total sinceridad,
  • 64. CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA 65 si le parecen una caja. Si es así, lo mejor será que se haga revisar por un optometrista, es posible que necesite gafas. Si cuando abrió la boca y se vio en el espejo, notó que sus dientes no estaban, usted definitivamente necesita saber que es una caja de dientes. Consulte a su odontólogo o continúe leyendo. Como hemos demostrado que una caja de dientes no es una caja, solo nos queda por mostrar que una caja de dien- tes no tiene dientes reales, para descubrir efectivamente que cosa no es una caja de dientes. Esta demostración se realizará sin discutir extensos argumentos lógicos, y sin apoyarse en largas corrientes filosóficas que se cuestionan por la existencia de la realidad; lo que se pretende demos- trar es que los dientes de las cajas de dientes no son reales, y para ello recurriremos a un cuento, que dejará claro, que esto es un absurdo. Harry Warner era un canadiense intrépido, lo que quiere decir que le gustaba arriesgar su vida por diversión, o por impresionar;enlamayoríadelasocasiones,porambascosas. Este hombre realizó hazañas increíbles de equilibrismo en diferentes partes del mundo, superando los más terribles desafíos. No sé si les suenen conocidas las Cataratas del Niágara; él las cruzó caminando sobre una cuerda de un extremoaotro,algoimpresionantedebodecir.Sinembargo, lo que de verdad nos interesa, es lo que hizo el domingo 17 de noviembre de 1895, cuando atravesó el abismo del Salto del Tequendama del mismo modo. Venía preparando suhazañadesdeelviernes15denoviembre,perodiferentes circunstancias le impedían tensar la cuerda de una orilla hasta la otra. Elviernes,alparecer,llevabaunacuerdamuycorta.Cruzó variasveceselríodeunladoaotro,perosinimportarloque
  • 65. 66 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO hiciera, la cuerda seguía teniendo una longitud insuficiente paraabarcartodoelcaucedelrío.Porsusdiversosintentos, quedó claro para todos que el canadiense no había puesto mucha atención a sus clases de geometría. Empapado y confundido,tuvoquedefraudarasuaudiencia,posponiendo la hazaña para el día siguiente. El sábado, un grupo de personas que creían en las segun- das oportunidades, se reunió en El Salto del Tequendama. Todas ellas estaban ansiosas por presenciar a un hombre arriesgando su vida. Harry, esta vez se aseguró de que la cuerda fuera lo suficientemente larga; estaba orgulloso de haber tomado esta precaución. Muchos dicen que se paseó ante los presentes, sonriente, con la cuerda enrollada bajo el brazo, como diciendo: “Miren, sé medir cauces de río”. Aunque su sonrisa se apagó cuando se dio cuenta de que no llevaba las herramientas necesarias para tensar la cuerda. Unavezmás,tuvoqueposponersuactoparaeldíasiguiente. Segúncuentanalgunosperiódicosdelaépoca,eldomingo, los espectadores, quizá más escépticos que nunca, eran pocos. Algunos campesinos de Soacha, algunos visitantes venidos de Bogotá, un perro, dos gatos, un gallo y, esto está en duda: una serpiente cascabel acompañada por un periquito. Harry, que ya había aprendido su lección, alistó todaslascosaslanocheanteriorconlaayudadeunalista;la cuerda, las poleas, las herramientas, los zapatos, las medias, los pantalones, los calzoncillos, la camisa, la camiseta, la chaqueta, el sombrero, el reloj, las gotas para el vértigo; todo lo había dejado preparado para el gran día. Cuando la cuerda quedó tensada sobre la cascada, algu- nos espectadores maliciosos se preguntaron cuál sería la excusa de Harry para no cruzarla. Se había llegado a creer que el funambulista, que es como se les dice a las personas
  • 66. CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA 67 que hacen el mismo trabajo que Harry, en realidad era un bromista, que disfrutaba observando cómo la gente se reunía, para luego mandarlos a su casa. Aunque esta explicación resulta bastante divertida, la realidaderaqueHarryhabíatenidomalasuerte;perocomo suele decirse, la tercera es la vencida y, Harry no solo cruzó sobre El Salto del Tequendama, sino que, además, dio todo un espectáculo: volviendo sobre sus pasos, caminando de espaldas y cargando una gran pértiga. El escaso público enloqueció de alegría, entre ovaciones y aplausos, ensal- zaron al extranjero que tamaña hazaña había realizado en sustierras.Harrysedespidióyencompañíadeunfotógrafo quehabíacontratado,volvióasutierrapararevelarlasfotos. Los soachunos creyeron que no se volvería a ver un acto como aquel en El Salto del Tequendama, y tenían razón: las fotografíasnopudieronserreveladas,ylasúnicasimágenes delsuceso,seperdieronparasiempre.Elfotógrafocometió unerroryHarrypagóelprecio;literalmentelopagóporque el fotógrafo cobró por adelantado, y luego se negó a devol- ver el dinero. Harry, decepcionado, pero no derrotado, deci- dió volver a Soacha para intentarlo de nuevo. Sin embargo, no se le permitió cruzar la cascada, pues las autoridades temían que se hiciera daño. Desilusionado por la negativa, Harry se marchó, y en Soacha no se volvió a saber de él, o eso es lo que cuenta la versión oficial; mi abuelo, me contó otra historia. Después de que le impidieran realizar su acto, Harry se preparó para volver a tierras canadienses. Pasó la noche en Soacha,peronopodemosdecirquedescansó.Unapesadilla se repitió toda la noche, con una que otra variación: se caía de la cuerda cruzando el Salto. Si pasaba de frente, se caía; si iba de espaldas, se caía; si cruzaba con la pértiga, se caía;
  • 67. 68 NUEVOS CUENTOS DEL PASADO si iba sin ella, se caía. En todas las variaciones el resultado era el mismo, Harry caía por la quebrada y moría. En la décima ocasión, se despertó para no dormir más; estaba bañado en sudor y la boca le dolía terriblemente. Se palpó cada uno de los dientes con la lengua, hasta que logró descubrir de donde provenía el martirio: era una muela del juicio,enlaparteinferiordelaboca,aladerecha.Esperoque ninguno de los que estén leyendo, hayan padecido ese sufri- miento; pero sí es así, saben que Harry no podía soportar el regreso hasta Canadá para tratarse. Así que, en la mañana, mi abuelo que era odontólogo le extirpó la muela. Harry, inmediatamente se sintió mejor, dio las gracias a mi abuelo y se fue para Canadá. Ahora bien, la muela en realidad no estaba afectada por unacaries,cosaqueamiabueloleextrañó.Lamuelaestaba enperfectascondiciones,muchomejorquecualquiermuela que hubiera visto mi abuelo; quien ya no tenía dientes, así que había tenido tiempo de conocer muchas muelas en su vida. Quedó tan impresionado con la muela de Harry, que decidió intercambiarla por una de las muelas falsas en su caja de dientes. Así lo hizo y quedó muy contento con el resultado,lamueladeHarryrelucíaencontrastealasotras. El tiempo pasó, el asunto se fue olvidando, mi abuelo se hizo más viejo y, recordar las cosas se le hacía más compli- cado. No recordaba el nombre de Harry, solo decía que en su prótesis dental (otro nombre más apropiado para una caja de dientes) tenía una muela de un gringo. Tanto se le olvidaban las cosas, que no se acordaba de quitarse la caja de dientes para dormir. El abuelo comenzó a quejarse de que tenía una pesadilla que se repetía constantemente: iba cruzando por un cable El Salto del Tequendama, se resba- laba y caía al vacío.
  • 68. CAJAS DE DIENTES Y EL SALTO DEL TEQUENDAMA 69 Quedóclaroparatodosymásparamí,quesoyquienestá escribiendolahistoria,quelaspesadillassedebíanalamuela de Harry. Era lo único que tenían en común el canadiense y mi abuelo, pues solo uno de ellos era realmente funambu- listayteníajustificadaesapesadilla.Miabueloencambio,la mayor altura que alcanzó en su vida, fue cuando se subió a una silla del comedor para cambiar un bombillo. Además, lo máscercaqueestuvodecaerdesdeunacuerda,fuecuando se resbaló con los cordones de sus zapatos. Estando, así las cosas, la muela tenía que desaparecer. En la familia, tomamos la decisión de cumplirle el sueño a la muela: la arrojamos por la cascada del Salto del Tequen- dama. Eso puso fin a las pesadillas de mi abuelo y demostró, sin lugar a duda, que es imposible que una caja de dientes tenga dientes reales, pues si este fuera el caso, el usuario tendríaterriblespesadillasdefunambulista.Conestoqueda demostrado que una caja de dientes no es una caja, y no tiene dientes reales, por eso propongo que desde hoy las llamemos no cajas de no dientes. Muchas Gracias.