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Haurietis Aquas / Sagrado Corazón




              HAURIETIS AQUAS
              ENCÍCLICA SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
              PIO XII
              15 de mayo de 1956

              Introducción

              Haurietis Aquas c onstituye la teología y el apoyo ofic ial de la Iglesia al c ulto del Sagrado
              Corazón de Jesús.

              El papa vibra c on los latidos del Corazón de Jesús, en los que se manifiesta su «triple
              amor»: amor divino, humano espiritual y humano sensible (1418). Afirma la gozosa
              nec esidad de darle c ulto, pues ese Corazón sagrado, «al ser tan íntimo partic ipante de la
              vida del Verbo Enc arnado... es el símbolo legítimo de aquella inmensa c aridad que movió
              a nuestro Salvador» a dar su sangre por nosotros (21). Nosotros hemos de adorar el Corazón
              de Jesús, porque es «el símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que
              nuestro Divino Redentor siente aun hoy hac ia el género humano» (24). Queda c laro, por
              todo ello, que nec esariamente el c ulto al Corazón de Cristo «termina en la persona misma
              del Verbo Enc arnado» (28).

              Pío XII esc ribe aquí páginas muy bellas en la c ontemplac ión del amor de Jesuc risto,
              manifestado en los diversos misterios de su vida terrena pasada y de su vida ac tualmente
              c elestial: en él se nos revela el amor que nos tiene la Santísima T rinidad (17-24). Estas
              son, quizá, las páginas de la enc íc lic a de más alto vuelo c ontemplativo.

              Apoyándose en las c onsiderac iones expuestas, el papa define c on toda prec isión
              teológic a el sentido exac to del c ulto al Corazón de Cristo, que «se identific a
              sustanc ialmente c on el c ulto al amor divino y humano del Verbo Enc arnado, y también
              c on el c ulto al amor mismo c on que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres
              pec adores» (25).

              Por eso mismo, «el c ulto al Sagrado Corazón se c onsidera, en la prác tic a, c omo la más
              c ompleta profesión de la religión c ristiana» (29),y ha de c onsiderarse «la devoc ión al
              Sagrado Corazón de Jesús c omo esc uela efic ac ísima de la c aridad divina» (36).

              Notemos, por último, que esta enc íc lic a vinc ula profundamente el c ulto al Corazón de
              Jesús y el c ulto a la Euc aristía (20 y 35), aspec to en el que también Pablo VI insistirá en
              su c arta apostólic a Investigabiles divitias .

                                                         SUMARIO

              Introduc c ión: el c ulto al Corazón de Jesús, 1-2.

              I. Fundamentac ión teológic a. Dific ultades y objec iones, 3. Doc trina de los papas, 4.
              Fundamentac ión del c ulto, 5. Culto de latría, 6. Antiguo T estam ento, 7-8.

              II. Nuevo T estamento y T radic ión, 9-10. Amor divino y humano, 11-12. Santos Padres, 13.
              Corazón físic o, 14. Símbolo del triple amor de Cristo, 15-16.

              III. Contemplac ión del amor del Corazón de Jesús, 17-19; Euc aristía, María, Cruz, 20;
              Iglesia, sac ramentos, 21; Asc ensión, 22; Pentec ostés, 23. Sagrado Corazón, símbolo del
              amor de Cristo, 24.

              IV. Historia del c ulto al Corazón de Jesús, 25. Santos, Sta. Margarita María, 26. 1765,
              Clemente XIII, y 1856, Pío IX, 27. Culto al Corazón de Jesús, c ulto en espíritu y en verdad,
              28. La más c ompleta profesión de la religión c ristiana, 29.



1                                                                                                               Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              V. Sumo aprec io por el c ulto al Corazón de Jesús, 30-31. Difusión de este c ulto, 32. Penas
              ac tuales de la Iglesia, 33-34. Un c ulto providenc ial, 35. Final, 36-37.

              El culto al Corazón de Jesús

                                                                          (1)
              1. Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador . Estas palabras c on las que el
              profeta Isaías prefiguraba simbólic amente los múltiples y abundantes bienes que la era
              mesiánic a había de traer c onsigo, vienen espontáneas a nuestra mente, si damos una
              mirada retrospec tiva a los c ien años pasados desde que nuestro predec esor, de i. m., Pío
              IX, c orrespondiendo a los deseos del orbe c atólic o, mandó c elebrar la fiesta del
              Sac ratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.

              Innumerables son, en efec to, las riquezas c elestiales que el c ulto tributado al Sagrado
              Corazón de Jesús infunde en las almas: las purific a, las llena de c onsuelos sobrenaturales
              y las mueve a alc anzar las virtudes todas. Por ello, rec ordando las palabras del apóstol
              Santiago: Toda dádiva buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las
                             (2)
              luces , razón tenemos para c onsiderar en este c ulto, ya tan universal y c ada vez más
              fervoroso, el inaprec iable don que el Verbo Enc arnado, nuestro Salvador divino y únic o
              Mediador de la grac ia y de la verdad entre el Padre c elestial y el género humano, ha
              c onc edido a la Iglesia, su místic a Esposa, en el c urso de los últimos siglos, en los que ella
              ha tenido que venc er tantas dific ultades y soportar pruebas tantas. Grac ias a don tan
              inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su divino Fundador y
              c umplir más fielmente esta exhortac ión que, según el evangelista San Juan, profirió el
              mismo Jesuc risto: En el último gran día de la fiesta, Jesús habiéndose puesto en pie, dijo
              en alta voz: «El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí». Pues, c omo dic e la
              Esc ritura, «de su seno manarán ríos de agua viva». Y esto lo dijo El del Espíritu que
                                                               (3)
              habían de recibir los que creyeran en El . Los que esc uc haban estas palabras de Jesús,
              c on la promesa de que habían de manar de su seno ríos de agua viva, fác ilmente las
              relac ionaban c on los vatic inios de Isaías, Ezequiel y Zac arías, en los que se -profetizaba
              el Reino mesiánic o, y también c on la simbólic a piedra, de la que, golpeada por Moisés,
                                                     (4)
              milagrosamente hubo de brotar agua           .

              2. La c aridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal
              del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta T rinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol
              de las Gentes, c omo hac iéndose ec o de las palabras de Jesuc risto, atribuye a este Espíritu
              de Amor la efusión de la c aridad en las almas de los c reyentes: La caridad de Dios ha sido
                                                                                                 (5)
              derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado              .

              Este tan estrec ho vínc ulo que, según la Sagrada Esc ritura, existe entre el Espíritu Santo,
              que es Amor por esenc ia, y la c aridad divina que debe enc enderse c ada vez más en el
              alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima
              naturaleza del c ulto que se ha de atribuir al Sac ratísimo Corazón de Jesuc risto. En efec to,
              manifiesto es que este c ulto, si c onsideramos su naturaleza pec uliar, es el ac to de religión
              por exc elenc ia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y c onsagramos al
              amor del Divino Redentor, c uya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E
              igualmente c laro es, y en un sentido aún más profundo, que este c ulto exige ante todo
              que nuestro amor c orresponda al Amor divino. Pues sólo por la c aridad se logra que los
              c orazones de los hombres se sometan plena y perfec tamente al dominio de Dios, c uando
              los afec tos de nuestro c orazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hac en
              c asi una c osa c on ella, c omo está esc rito: Quien al Señor se adhiere, un espíritu es c on
                   (6)
              El         .

                                           1. FUNDAMENTACIÓN TEOLÓGICA

              Dificultades y obj eciones

              3. La Iglesia siempre ha tenido y tiene en tan grande estima el c ulto del Sac ratísimo
              Corazón de Jesús: lo fomenta y propaga entre todos los c ristianos, y lo defiende, además,



2                                                                                                                 Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              enérgic amente c ontra las ac usac iones del naturalismo y del sentimentalismo; sin embargo,
              es muy doloroso c omprobar c ómo, en lo pasado y aun en nuestros días, este nobilísimo
              c ulto no es tenido en el debido honor y estimac ión por algunos c ristianos, y a vec es ni aun
              por los que se dic en animados de un sinc ero c elo por la religión c atólic a y por su propia
              santific ac ión.

                                               (7)
              Si tú conocieses el don de Dios . Con estas palabras, venerables hermanos, Nos, que por
              divina disposic ión hemos sido c onstituido guardián y dispensador del tesoro de la fe y de
              la piedad que el divino Redentor ha c onfiado a la Iglesia, c onsc iente del deber de nuestro
              ofic io, amonestamos a todos aquellos de nuestros hijos que, a pesar de que el c ulto del
              Sagrado Corazón de Jesús, venc iendo la indiferenc ia y los errores humanos, ha penetrado
              ya en su Cuerpo místic o, todavía abrigan prejuic ios hac ia él y aun llegan a reputarlo
              menos adaptado, por no dec ir noc ivo, a las nec esidades espirituales de la Iglesia y de la
              humanidad en la hora presente, que son las más apremiantes. Pues no faltan quienes,
              c onfundiendo o equiparando la índole de este c ulto c on las diversas formas partic ulares
              de devoc ión, que la Iglesia aprueba y favorec e sin imponerlas, lo juzgan c omo algo
              superfluo que c ada uno puede prac tic ar o no, según le agradare; otros c onsideran oneroso
              este c ulto, y aun de poc a o ninguna utilidad, singularmente para los que militan en el
              Reino de Dios, c onsagrando todas sus energías espirituales, su ac tividad y su tiempo a la
              defensa y propaganda de la verdad c atólic a, a la difusión de la doc trina soc ial c atólic a, y
              a la multiplic ac ión de aquellas prác tic as religiosas y obras que ellos juzgan muc ho más
              nec esarias en nuestros días. Y no faltan quienes estiman que este c ulto, lejos de ser un
              poderoso medio para renovar y reforzar las c ostumbres c ristianas, tanto en la vida
              individual c omo en la familiar, no es sino una devoc ión, más saturada de sentimientos
              que c onstituida por pensamientos y afec tos nobles; así, la juzgan más propia de la
              sensibilidad de las mujeres piadosas que de la seriedad de los espíritus c ultivados.

              Otros, finalmente, al c onsiderar que esta devoc ión exige, sobre todo, penitenc ia,
              expiac ión y otras virtudes, que más bien juzgan pasivas porque aparentemente no
              produc en frutos externos, no la c reen a propósito para reanimar la espiritualidad moderna,
              a la que c orresponde el deber de emprender una ac c ión franc a y de gran alc anc e en pro
              del triunfo de la fe c atólic a y en valiente defensa de las c ostumbres c ristianas; y ello,
              dentro de una soc iedad plenamente dominada por el indiferentismo religioso que niega
              toda norma para distinguir lo verdadero de lo falso, y que, además, se halla penetrada, en
              el pensar y en el obrar, por los princ ipios del materialismo ateo y del laicismo.

              Doctrina de los papas

              4. ¿Quién no ve, venerables hermanos, la plena oposic ión entre estas opiniones y el sentir
              de nuestros predec esores, que desde esta c átedra de verdad aprobaron públic amente el
              c ulto del Sac ratísimo Corazón de Jesús? ¿Quién se atreverá a llamar inútil o menos
              ac omodada a nuestros tiempos esta devoc ión que nuestro predec esor, de i. m., León XIII,
              llamó práctica religiosa dignísima de todo encomio, y en la que vio un poderoso remedio
              para los mismos males que en nuestros días, en forma más aguda y más amplia, inquietan
              y hac en sufrir a los individuos y a la soc iedad? Esta devoción -dec ía-, que a todos
              recomendamos, a todos será de provecho. Y añadía este aviso y exhortac ión que se refiere
              a la devoc ión al Sagrado Corazón: Ante la amenaza de las graves desgracias que hace ya
              mucho tiempo se ciernen sobre nosotros, urge recurrir a Aquel único que puede alejarlas.
              Alas ¿quién podrá ser Este sino Jesucristo, el Unigénito de Dios? «Porque debajo del
                                                                                                       (8)
              c ielo no existe otro nombre, dado a los hombres, en el c ual hayamos de ser salvos»           . Por
                                                                               (9)
              lo tanto, a El debemos recurrir, que es «camino, verdad y vida         »

              No menos rec omendable ni menos apto para fomentar la piedad c ristiana lo juzgó nuestro
              inmediato predec esor, de f. m., Pío XI, en su enc íc lic a Miserentissimus Redemptor: ¿No
              están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun
              la norma de vida más Perfecta, Puesto que constituye el medio más suave de encaminar
              las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las
                                                                                           (10)
              mueve a amarle con más ardor y a imitarte con mayor fidelidad y eficacia?




3                                                                                                                    Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              Nos, por nuestra parte, en no menor grado que nuestros predec esores, hemos aprobado y
              ac eptado esta sublime verdad; y c uando fuimos elevado al sumo pontific ado, al
              c ontemplar el feliz y triunfal progreso del c ulto al Sagrado Corazón de Jesús entre el
              pueblo c ristiano, sentimos nuestro ánimo lleno de gozo y nos regoc ijamos por los
              innumerables frutos de salvac ión que produc ía en toda la Iglesia; sentimientos que nos
                                                                            (11)
              c omplac imos en expresar ya en nuestra primera Enc íc lic a . Estos frutos, a través de los
              años de nuestro pontific ado -llenos de sufrimientos y angustias, pero también de inefables
              c onsuelos-, no se mermaron en número, efic ac ia y hermosura, antes bien se amentaran.
              Pues, en efec to, muc has inic iativas, y muy ac omodadas a las nec esidades de nuestros
              tiempos, han surgido para favorec er el c rec imiento c ada día mayor de este mismo c ulto:
              asoc iac iones, destinadas a la c ultura intelec tual Y a promover la religión y la
              benefic enc ia; public ac iones de c arác ter históric o, asc étic o y místic o para explic ar su
              doc trina; piadosas prác tic as de reparac ión y, de manera espec ial, las manifestac iones de
              ardentísima piedad promovidas por el Apostolado de la Oración, a c uyo c elo y ac tividad
              se debe que familias, c olegios, instituc iones y aun, a vec es, algunas nac iones se hayan
              c onsagrado al Sac ratísimo Corazón de Jesús. Por todo ello, ya en Cartas, ya en Disc ursos y
                                                                                                          (12)
              aun Radiomensajes, no poc as vec es hemos expresado nuestra paternal c omplac enc ia               .

              Fundamentación del culto

              5. Conmovidos, pues, al ver c ómo tan gran abundanc ia de aguas, es dec ir, de dones
              c elestiales de amor sobrenatural del Sagrado Corazón de nuestro Redentor, se derrama
              sobre innumerables hijos de la Iglesia c atólic a por obra e inspirac ión del Espíritu Santo,
              no podemos menos, venerables hermanos, de exhortaros c on ánimo paternal a que,
              juntamente c on Nos, tributéis alabanzas y rendida ac c ión de grac ias a Dios, dador de todo
              bien, exc lamando c on el Apóstol: Al que es poderoso para hacer sobre toda medida con
              incomparable exceso más de lo que pedimos o pensamos, según la potencia que
              despliega en nosotros su energía, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo y Jesús por todas
                                                                    (13)
              las generaciones, en los siglos de los siglos. Amén . Pero, después de tributar las
              debidas grac ias al Dios eterno, queremos por medio de esta enc íc lic a exhortaros a
              vosotros y a todos los amadísimos hijos de la Iglesia a una más atenta c onsiderac ión de los
              princ ipios doc trinales -c ontenidos en la Sagrada Esc ritura, en los Santos Padres y en los
              teólogos- sobre los c uales, c omo sobre sólidos fundamentos, se apoya el c ulto del
              Sac ratísimo Corazón de Jesús. Porque Nos estamos plenamente persuadido de que sólo
              c uando a la luz de la divina revelac ión hayamos penetrado más a fondo en la naturaleza
              y esenc ia íntima de este c ulto, podremos aprec iar debidamente su inc omparable
              exc elenc ia y su inexhausta fec undidad en toda c lase de grac ias c elestiales; y de esta
              manera, luego de meditar y c ontemplar piadosamente los innumerables bienes que
              produc e, enc ontraremos muy digno de c elebrar el primer c entenario de la extensión de la
              fiesta del Sac ratísimo Corazón a la Iglesia universal.

              Con el fin, pues, de ofrec er a la mente de los fieles el alimento de saludables reflexiones,
              c on las que más fác ilmente puedan c omprender la naturaleza de este c ulto, sac ando de
              él los frutos más abundantes, nos detendremos, ante todo, en las páginas del Antiguo y del
              Nuevo T estamento que revelan y desc riben la c aridad infinita de Dios hac ia el género
              humano, pues jamás podremos esc udriñar sufic ientemente su sublime grandeza;
              aludiremos luego a los c omentarios de los Padres y Doc tores de la Iglesia; finalmente,
              proc uraremos poner en c laro la íntima c onexión existente entre la forma de devoc ión que
              se debe tributar al Corazón del Divino Redentor y el c ulto que los hombres están obligados
              a dar a su amor y al amor de la misma Santísima T rinidad a todo el género humano.
              Porque juzgamos que, una vez c onsiderados a la luz de la Sagrada Esc ritura y de la
              T radic ión los elementos c onstitutivos de esta devoc ión tan noble, será mas fác il a los
                                                                                   (14)
              c ristianos beber con gozo las aguas en las fuentes del Salvador , es dec ir, podrán
              aprec iar mejor la singular importanc ia que el c ulto al Corazón Sac ratísimo de Jesús ha
              adquirido en la liturgia de la Iglesia, en su vida interna y externa, y también en sus obras:
              así podrá c ada uno obtener aquellos frutos espirituales que señalarán una saludable
              renovac ión en sus c ostumbres, según lo desean los Pastores de la grey de Cristo.

              Culto de latría



4                                                                                                                    Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              6. Para c omprender mejor, en orden a esta devoc ión, la fuerza de algunos textos del
              Antiguo y del Nuevo T estamento, prec isa atender bien al motivo por el c ual la Iglesia
              tributa al Corazón del Divino Redentor el c ulto de latría. T al motivo, c omo bien sabéis,
              venerables hermanos, es doble: el primero, c omún también a los demás miembros
              adorables del Cuerpo de Jesuc risto, se funda en el hec ho de que su Corazón, por ser la
              parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostátic amente a la Persona del
              Verbo de Dios, y, por c onsiguiente, se le ha de tributar el mismo c ulto de adorac ión c on
              que la Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios enc arnado. Es una verdad de la
              fe c atólic a, solemnemente definida en el Conc ilio ec uménic o de Efeso y en el II de
                             (15)
              Constantinopla . El otro motivo se refiere ya de manera espec ial al Corazón del Divino
              Redentor, y, por lo mismo, le c onfiere un título esenc ialmente propio para rec ibir el c ulto
              de latría: su Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo
              natural de su inmensa c aridad hac ia el género humano. Es innata al Sagrado Corazón,
              observaba León XIII, de f. m., la cualidad de ser símbolo e imagen expresiva de la infinita
                                                                                 (16)
              caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor          .

              Es indudable que los Libros Sagrados nunc a se hac e menc ión c ierta de un c ulto de
              espec ial venerac ión y amor tributado al Corazón físic o del Verbo enc arnado por su
              prerrogativa de símbolo de su enc endidísima c aridad. Pero este hec ho, que hay que
              rec onoc er abiertamente, no nos ha de admirar ni puede en modo alguno hac ernos dudar
              de que el amor de Dios a nosotros -razón princ ipal de este c ulto- es proc lamado e
              inc ulc ado tanto en el Antiguo c omo en el Nuevo T estamento c on imágenes c on que
              vivamente se c onmueven los c orazones. Y estas imágenes, por enc ontrarse ya en los
              Libros Santos c uando predec ían la venida del Hijo de Dios hec ho hombre, han de
              c onsiderarse c omo un presagio de lo que había de ser el símbolo y signo más noble del
              amor divino, es a saber, el sac ratísimo y adorable Corazón del Redentor divino.

              Antiguo Testamento

              7. Por lo que toc a a nuestro propósito, al esc ribir esta Enc íc lic a, no juzgamos nec esario
              aduc ir muc hos textos de los libros del Antiguo T estamento que c ontienen las primeras
              verdades reveladas por Dios; c reernos baste rec ordar la Alianza establec ida entre Dios y el
              pueblo elegido, c onsagrada c on víc timas pac ífic as -c uyas leyes fundamentales,
                                                           (17)
              esc ulpidas en dos tablas, promulgó Moisés      e interpretaron los profetas-; alianza
              ratific ada por los vínc ulos del supremo dominio de Dios y de la obedienc ia debida por
              parte de los hombres, pero c onsolidada y vivific ada por los más nobles motivos del amor.
              Porque aun para el mismo pueblo de Israel la razón suprema de obedec er a Dios era no
              ya el temor de las divinas venganzas que los truenos y relámpagos fulgurantes en la
              ardiente c umbre del Sinaí susc itaban en los ánimos, sino más bien el amor debido a Dios:
              Esc ucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás, pues, al Señor tu Dios
              con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que hoy te
                                            (18)
              mando estarán en tu corazón          .

              No nos extrañemos, pues, si Moisés y los profetas, a los que c on toda razón llama el
                                                                   (19)
              Angélic o Doc tor los «mayores» del pueblo elegido , c omprendiendo bien que el
              fundamento de toda la ley se basaba en este mandamiento del amor, desc ribieron las
              relac iones todas existentes entre Dios y su nac ión rec urriendo a semejanzas sac adas del
              amor rec íproc o entre padre e hijo, o entre los esposos, y no representándolas c on severas
              imágenes inspiradas en el supremo dominio de Dios o en nuestra obligada servidumbre
              llena de temor.

              Así, por ejemplo, Moisés mismo, en su c elebérrimo c ántic o, al ver liberado su pueblo de la
              servidumbre de Egipto, queriendo expresar c ómo esa liberac ión era debida a la
              intervenc ión omnipotente de Dios, rec urre a estas c onmovedoras expresiones e imágenes:
              Como el águila que adiestra a sus polluelos para que alcen el vuelo y encima de ellos
                                                                                                 (20)
              revolotea, así (Dios) desplegó sus alas, alzó (a Israel) y le llevó en sus hombros . Pero
              ninguno, tal vez, entre los profetas, expresa y desc ubre tan c lara y ardientemente c omo
              Oseas el amor c onstante de Dios hac ia su pueblo. En efec to, en los esc ritos de este



5                                                                                                               Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              profeta que entre los profetas menores sobresale por la profundidad de c onc eptos y la
              c onc isión del lenguaje, se desc ribe a Dios amando a su pueblo esc ogido c on un amor
              justo y lleno de santa solic itud, c ual es el amor de un padre lleno de miseric ordia y amor,
              o el de un esposo herido en su honor. Es un amor que, lejos de disminuir y c esar ante las
              monstruosas infidelidades y pérfidas traic iones, las c astiga, sí, c omo lo merec en, en los
              c ulpables, no para repudiarlos y abandonarlos a sí mismos, sino sólo c on el fin de limpiar y
              purific ar a la esposa alejada e infiel y a los hijos ingratos para hac erles volver a unirse de
              nuevo c onsigo, una vez renovados y c onfirmados los vínc ulos de amor. Cuando Israel era
              niño, yo le amé; y de Egipto llamé a mi hijo... Yo enseñé a andar a Efraín, los tomé en mis
              brazos, mas ellos no comprendieron que yo los cuidaba. Los conducía con cuerdas de
              humanidad, con lazos de amor... Sanaré su rebeldía, los amaré generosamente, pues mi ira
              se ha apartado de ellos. Seré como el rocío para Israel, florecerá él como el lirio y echará
                                           (21)
              sus raíces como el Líbano           .

              Expresiones semejantes tiene el profeta Isaías, c uando presenta a Dios mismo y a su
              pueblo esc ogido c omo dialogando y disc utiendo entre sí c on opuestos sentimientos: Mas
              Sión dijo: Me ha abandonado el Señor, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede, acaso,
              una mujer olvidar a su pequeñuelo, hasta no apiadarse del hijo de sus entrañas? Aunque
                                                        (22)
              ésta se olvidaré, yo no me olvidaré de ti    . Ni son menos c onmovedoras las palabras c on
              que el autor del Cantar de los Cantares, sirviéndose del simbolismo del amor c onyugal,
              desc ribe c on vivos c olores los lazos de amor mutuo que unen entre sí a Dios y a la nac ión
              predilec ta: Como lirio entre las espinas, así mi amada entre las doncellas... Yo soy de mi
              amado, y mi amado es para mí; El se apacienta entre lirios... Ponme como sello sobre tu
              corazón, como sello sobre tu brazo, pues fuerte como la muerte es el amor, duros como el
                                                                              (23)
              infierno los celos; sus ardores son ardores de fuego y llamas          .

              8. Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las repetidas
              infidelidades del pueblo de Israel, nunc a llega a repudiarlo

              definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es, en sustanc ia, sino el
              preludio a aquella muy enc endida c aridad que el Redentor prometido había de mostrar a
              todos c on su amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra
              angular de la Nueva Alianza.

              Porque, en verdad, sólo Aquel que es el Unigénito del Padre y el Verbo hec ho c arne lleno
                                    (24)
              de gracia y de verdad     , al desc ender hasta los hombres, oprimidos por innumerables
              pec ados y miserias, podía hac er que de su naturaleza humana, unida hipostátic amente a
              su Divina Persona, brotara un manantial de agua viva que regaría c opiosamente la tierra
              árida de la humanidad, transformándola en florido jardín lleno de frutos. Obra admirable
              que había de realizar el amor miseric ordiosísimo y eterno de Dios, y que ya parec e pre-
              nunc iar en c ierto modo el profeta jeremías c on estas palabras: Te he amado con un amor
              eterno, por eso te he atraído a mí lleno de misericordia... He aquí que vienen días, afirma
              el Señor, en que pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; ...
              éste será el pacto que yo concertaré con la casa de Israel después de aquellos días,
              declara el Señor: Pondré mi 1ey en su interior y la escribiré en su corazón; yo les seré su
              Dios, y ellos serán mi pueblo ... ; porque les perdonaré su culpa y no me acordaré ya de su
                       (25)
              pecado          .

                                           II. NUEVO TESTAMENTO Y TRADICIÓN

              9. Pero tan sólo por los Evangelios llegamos a c onoc er c on perfec ta c laridad que la
              Nueva Alianza estipulada entre Dios y la humanidad -de la c ual la alianza pac tada por
              Moisés entre el pueblo y Dios fue tan sólo una prefigurac ión simbólic a, y el vatic inio de
              jeremías una mera predic c ión es la misma que establec ió y realizó el Verbo Enc arnado,
              merec iéndonos la grac ia divina. Esta Alianza es inc omparablemente más noble y más
              sólida, porque, a diferenc ia de la prec edente, no fue sanc ionada c on sangre de c abritos y
              novillos, sino c on la sangre sac rosanta de Aquel a quien aquellos animales pac ífic os y
                                                                                                     (26)
              privados de razón prefiguraban: el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo .
              Porque la Alianza c ristiana, más aún que la antigua, se manifiesta c laramente c omo un


6                                                                                                                Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              pac to fundado no en la servidumbre o en el temor, sino en la amistad que debe reinar en
              las relac iones entre padres e hijos. Se alimenta y se c onsolida por una más generosa
              efusión de la grac ia divina y de la verdad, según la sentenc ia del evangelista San Juan:
              De su plenitud todos nosotros recibimos, y gracia por gracia. Porque la 1ey fue dada por
                                                                             (27)
              Moisés, mas la gracia y la verdad por Jesucristo han venido           .

              Introduc idos por estas palabras del disc ípulo al que amaban Jesús, y que, durante la Cena,
                                                           (28)
              reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús , en el mismo misterio de la infinita c aridad
              del Verbo Enc arnado, es c osa digna, justa, rec ta y saludable que nos detengamos un
              poc o, venerables hermanos, en la c ontemplac ión de tan dulc e misterio, a fin de que,
              iluminados por la luz que sobre él proyec tan las páginas del Evangelio, podamos también
              nosotros experimentar el feliz c umplimiento del deseo signific ado por el Apóstol a los
              fieles de Efeso: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, a, modo que, arraigados
              y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y
              la longitud, la alteza y la profundidad, hasta conocer el amor de Cristo, que sobrepuja a
                                                                                              (29)
              todo conocimiento, de suerte que estéis llenos de toda la plenitud de Dios             .

              10. En efec to, el misterio de la Redenc ión divina es, ante todo y por su propia naturaleza,
              un misterio de amor, esto es, un misterio del amor justo de Cristo a su Padre c elestial, a
              quien el sac rific io de la c ruz, ofrec ido c on amor y obedienc ia, presenta una satisfac c ión
              sobreabundante e infinita por los pec ados del género humano: Cristo sufriendo, por
              caridad y obediencia, ofreció a Dios algo de mayor valor que lo que exigía la
                                                                                             (30)
              compensación por todas las ofensas hechas a Dios Por el género humano . Además, el
              misterio de la Redenc ión es un misterio de amor miseric ordioso de la augusta T rinidad y
              del Divino Redentor hac ia la humanidad entera, puesto que, siendo ésta del todo inc apaz
              de ofrec er a Dios una satisfac c ión c ondigna por sus propios delitos, Cristo, mediante la
              inesc rutable riqueza de méritos que nos ganó c on la efusión de su prec iosísima Sangre,
              pudo restablec er y perfec c ionar aquel pac to de amistad entre Dios y los hombres, violado
              por vez primera en el paraíso terrenal por c ulpa de Adán y luego innumerables vec es por
              las infidelidades del pueblo esc ogido.

              Por lo tanto, el Divino Redentor, en su c ualidad de legítimo y perfec to Mediador nuestro,
              al haber c onc iliado bajo el estímulo de su c aridad ardentísima hada nosotros los deberes y
              obligac iones del género humano c on los. derec hos de Dios, ha sido, sin duda, el autor de
              aquella maravillosa rec onc iliac ión entre la divina justic ia y la divina miseric ordia, que
              c onstituye esenc ialmente el misterio trasc endente de nuestra salvac ión. Muy a propósito
              dic e el Doc tor Angélic o: Conviene observar que la liberación del hombre, mediante la
              pasión de Cristo, fue conveniente lanzo a su misericordia como a su justicia. A la justicia
              ciertamente, porque por su pasión Cristo satisfizo por el pecado del linaje humano: y así
              fue el hombre liberado por la justicia de Cristo. Y a la misericordia, porque, no siéndole
              posible al hombre satisfacer por el pecado, que manchaba a toda la naturaleza humana,
                                                                  (31)
              Dios le dio un Redentor en la persona de su Hijo . Ahora bien: esto fue de parte de Dios
              un ac to de más generosa miseric ordia que si El hubiese perdonado los pec ados sin exigir
              satisfac c ión alguna. Por ello está esc rito: Dios, que es rico en misericordia, movido por el
              excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos
                                               (32)
              volvió a dar la vida en Cristo          .

              Amor div ino y humano

              11. Pero a fin de que podamos, en c uanto es dado a los hombres mortales, comprender
                                                                                                    (33)
              con todos los santos cuál es la anchura y longitud, la alteza y la profundidad   del
              misterioso amor del Verbo Enc arnado a su c elestial Padre y hac ia los hombres manc hados
              c on tantas c ulpas, c onviene tener muy presente que su amor no fue únic amente espiritual,
                                                                    (34)
              c omo c onviene a Dios, puesto que Dios es espíritu      . Es indudable que de índole
              puramente espiritual fue el amor de Dios a nuestros primeros padres y al pueblo hebreo;
              por eso, las expresiones de amor humano c onyugal o paterno, que se leen en los Salmos,
              en los esc ritos de los profetas y en el Cantar de los Cantares, son signos Y símbolos, del
              muy verdadero amor, pero exc lusivamente espiritual, c on que Dios amaba al género



7                                                                                                                 Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              humano; al c ontrario, el amor que brota del Evangelio, de las c artas de los Apóstoles y de
              las páginas del Apoc alipsis, al desc ribir el amor del Corazón mismo de Jesús, c omprende
              no sólo la c aridad divina, sino también los sentimientos de un afec to humano. Para todos
              los c atólic os, esta verdad es indisc utible. En efec to, el Verbo de Dios no ha tomado un
              c uerpo ilusorio y fic tic io, c omo ya en el primer siglo de la era c ristiana osaron afirmar
              algunos herejes, que atrajeron la severa c ondenac ión del apóstol San Juan: Puesto que
              en el mundo han salido muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías
                                                                                         (35)
              venido en carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo . En realidad, El ha unido
              a su Divina Persona una naturaleza humana individual, íntegra y perfec ta, c onc ebida en
                                                                                                (36)
              el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo . Nada, pues, faltó a la
              naturaleza humana que se unió el Verbo de Dios. El la asumió plena e íntegra tanto en los
              elementos c onstitutivos espirituales c omo en los c orporales, c onviene a saber. dotada de
              inteligenc ia y de voluntad y todas las demás fac ultades c ognosc itivas, internas y externas;
              dotada asimismo de las potenc ias afec tivas sensibles y de todas las pasiones naturales.
              Esto enseña la Iglesia Católic a, y está sanc ionado y solemnemente c onfirmado por los
              Romanos Pontífic es y los c onc ilios ec uménic os: Entero en sus propiedades, entero en las
                         (37)                                                                          (38)
              nuestras          ; Perfecto en la divinidad y El mismo perfecto en la humanidad»               ; todo Dios
                                                                              (39)
              [hec ho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios                .

              12. Luego si no hay duda alguna de que Jesús poseía un verdadero c uerpo humano,
              dotado de todos los sentimientos que le son propios, entre los que predomina el amor,
              también es igualmente verdad que El estuvo provisto de un c orazón físic o, en todo
              semejante al nuestro, puesto que, sin esta parte tan noble del c uerpo, no puede haber
              vida humana y menos en sus afec tos. Por c onsiguiente, no hay duda de que el Corazón de
              Cristo, unido hipostátic amente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo
              otro afec to sensible; mas estos sentimientos estaban tan c onformes y tan en armonía c on
              su voluntad de hombre esenc ialmente plena de c aridad divina, y c on el mismo amor
              divino que el Hijo tiene en c omún c on el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres
                                                                   (40)
              amores jamás hubo falta de ac uerdo y armonía               .

              Sin embargo, el hec ho de que el Verbo de Dios tomara una verdadera y perfec ta
              naturaleza humana y se plasmara y aun, en c ierto modo, se modelara un c orazón de
              c arne que, no menos que el nuestro, fuese c apaz de sufrir y de ser herido, esto, dec imos
              Nos, si no se piensa y se c onsidera no sólo bajo la luz que emana de la unión hipostátic a y
              sustanc ial, sino también bajo la que proc ede de la Redenc ión del hombre, que es, por
              dec irlo así, el c omplemento de aquélla, podría parec er a algunos escándalo y necedad,
                                                                                                (41)
              c omo de hec ho parec ió a los judíos y gentiles Cristo crucificado    . Ahora bien: los
              Símbolos de la fe, en perfec ta c onc ordia c on la Sagrada Esc ritura, nos aseguran que el
              Hijo Unigénito de Dios tomó una naturaleza humana c apaz de padec er y morir
              princ ipalmente por razón del Sac rific io de la c ruz, donde El deseaba ofrec er un sac rific io
              c ruento a fin de llevar a c abo la obra de la salvac ión de los hombres. Esta es, además, la
              doc trina expuesta por el Apóstol de las Gentes: Pues tanto el que santifica como los que
              son santificados todos traen de uno su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos
              hermanos, diciendo: «Anunc iaré tu nombre a mis hermanos ... ». Y también: «Heme aquí
              a mí y a los hijos que Dios me ha dado».Y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y
              sangre, El también Participó de las mismas cosas... Por lo cual debió, en todo, asemejarse
              a sus hermanos, a fin de ser un pontífice misericordioso y fiel en las cosas que miren a
              Dios, para expiar los pecados del pueblo. Pues por cuanto El mismo fue probado con lo
                                                                                         (42)
              que padeció, por ello puede socorrer a los que son probados                       .

              Santos Padres

              13. Los SANT OS PADRES, testigos verídic os de la doc trina revelada, entendieron muy
              bien lo que ya el apóstol San Pablo había c laramente signific ado, a saber, que el misterio
              del amor divino es c omo el princ ipio y el c oronamiento de la obra de la Enc arnac ión y
              Redenc ión. Con frec uente c laridad se lee en sus esc ritos que Jesuc risto tomó en sí una
              naturaleza humana perfec ta, c on un c uerpo frágil y c aduc o c omo el nuestro, para
              proc urarnos la salvac ión eterna, y para manifestarnos y darnos a entender, en la forma más



8                                                                                                                           Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              evidente, así su amor infinito c omo su amor sensible.

              SAN JUST INO, que parec e un ec o de la voz del Apóstol de las Gentes, esc ribe lo
              siguiente: Amamos y adoramos al Verbo nacido de Dios inefable y que no tiene principio:
              El, en verdad, se hizo hombre por nosotros para que, al hacerse partícipe de nuestras
                                                     (43)
              dolencias, nos procurase su remedio . Y SAN BASILIO, el primero de los tres Padres de
              Capadoc ia, afirma que los afec tos sensibles de Cristo fueron verdaderos y al mismo tiempo
              santos: Aunque todos saben que el Señor poseyó los afectos naturales en confirmación de
              su verdadera y no fantástica encarnación, sin embargo, rechazó de sí como indignos de su
                                                                                                       (44)
              purísima divinidad los afectos viciosos, que manchan la pureza de nuestra vida .
              Igualmente, SAN JUAN CRISÓST OMO, lumbrera de la Iglesia antioquena, c onfiesa que
              las emoc iones sensibles de que el Señor dio muestra prueban irrec usablemente que
              poseyó la naturaleza humana en toda su integridad: Si no hubiera poseído nuestra
                                                                                            (45)
              naturaleza, no hubiera experimentado una y más veces la tristeza                     .

              Entre los Padres latinos merec en rec uerdo los que hoy venera la Iglesia c omo máximos
              Doc tores. SAN AMBROSIO afirma que la unión hipostátic a es el origen natural de los
              afec tos y sentimientos que el Verbo de Dios enc arnado experimenté: Por lo tanto, ya que
              tomó el alma, tomó las pasiones del alma; pues Dios, como Dios que es, no podía turbarse
                     (46)
              ni morir      .

              En estas mismas reac c iones apoya SAN JERÓNIMO el princ ipal argumento para probar
              que Cristo tomó realmente la naturaleza humana: Nuestro Señor se entristeció realmente,
                                                                                 (47)
              para poner de manifiesto la verdad de su naturaleza humana                .

              Partic ularmente, SAN AGUST ÍN nota la íntima unión existente entre los sentimientos del
              Verbo enc amado y la finalidad de la Redenc ión humana: Jesús, el Señor, tomó estos
              afectos de la humana flaqueza, lo mismo que la carne de la debilidad humana, no por
              imposición de la necesidad, sino por conmiseración voluntaria, a fin de transformar en sí a
              su Cuerpo que es la Iglesia, para la que se dignó ser Cabeza; es decir, a fin de transformar
              a sus miembros en santos y fieles suyos; de suerte que, si a alguno de ellos le aconteciere
              contristarse y dolerse en las tentaciones humanas, no se juzgase por esto ajeno a su
              gracia, antes comprendiese que semejantes afecciones ni eran indicios de pecados, sino
              de la humana fragilidad; y como coro que canta después del que entona, así también su
                                                                    (48)
              Cuerpo aprendiese de su misma Cabeza a padecer               .

              Doc trina de la Iglesia que c on mayor c onc isión y no menor fuerza testific an estos pasajes
              de SAN JUAN DAMASCENO: En verdad que todo Dios ha tomado todo lo que en mí es
              hombre, y todo se ha unido a todo para procurar la salvación de todo el hombre. De otra
                                                                   (49)
              manera no hubiera podido sanar lo que no asumió             . Cristo, pues, asumió los elementos
                                                                                                              (50)
              todos que componen la naturaleza humana, a fin de que todos fueran santificados                        .

              Corazón físico

              14. Es, sin embargo, de razón que ni los Autores sagrados ni los Padres de la Iglesia que
              hemos c itado y otros semejantes, aunque prueban abundantemente que Jesuc risto estuvo
              sujeto a los sentimientos y afec tos humanos y que por eso prec isamente tomó la
              naturaleza humana para proc urarnos la eterna salvac ión, no refieran expresamente dic hos
              afec tos a su c orazón físic amente c onsiderado, hasta hac er de él expresamente un símbolo
              de su amor infinito.

              Por más que los evangelistas y los demás esc ritores ec lesiástic os no nos desc riban
              direc tamente los varios efec tos que en el ritmo pulsante del Corazón de nuestro Redentor,
              no menos vivo y sensible que el nuestro, se debieron indudablemente a las diversas
              c onmoc iones y afec tos de su alma y a la ardentísima c aridad de su doble voluntad -divina
              y humana, sin embargo frec uentemente ponen de relieve su divino amor y todos los
              demás afec tos c on él relac ionados: el deseo, la alegría, la tristeza, el temor y la ira, según
              se manifiestan en las expresiones de su mirada, palabras y ac tos. Y princ ipalmente el



9                                                                                                                        Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              rostro adorable de nuestro Salvador sin duda debió aparec er c omo signo y c asi c omo
              espejo fidelísimo de los afec tos, que, c onmoviendo en varios modos su ánimo, a
              semejanza de olas que se entrec hoc an, llegaban a su Corazón santísimo y determinaban
              sus latidos. A la verdad, vale también a propósito de Jesuc risto c uanto el Doc tor Angélic o,
              amaestrado por la experienc ia, observa en materia de psic ología humana y de los
              fenómenos de ella derivados: La turbación de la ira repercute en los miembros externos y
              principalmente en aquellos en que se refleja más la influencia del corazón, como son los
                                               (51)
              ojos, el semblante, la lenguas          .

              Símbolo del triple amor de Cristo

              15. Luego, c on toda razón, es c onsiderado el c orazón del Verbo Enc arnado c omo signo y
              princ ipal símbolo del triple amor c on que el divino Redentor ama c ontinuamente al
              Eterno Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en El es
              c omún c on el Padre y el Espíritu Santo, y que sólo en El, c omo Verbo Enc arnado, se
              manifiesta por medio del c aduc o Y frágil velo del c uerpo humano, ya que en El habita
                                                               (52)
              toda la plenitud de la Divinidad corporalmente          .

              Además, el Corazón de Cristo es símbolo de la ardentísima c aridad que, infundida en su
              alma, c onstituye la prec iosa dote de su voluntad humana y c uyos ac tos son dirigidos e
                                                                                              (53)
              iluminados por una doble y perfec tísima c ienc ia, la beatífic a y la infusa          .

              Finalmente, y esto en modo más natural y direc to, el Corazón de Jesús es símbolo de su
              amor sensible, pues el Cuerpo de Jesuc risto, plasmado en el seno c astísimo de la Virgen
              María por obra del Espíritu Santo, supera en perfec c ión, y, por ende, en c apac idad
                                                                (54)
              perc eptiva a todos los demás c uerpos humanos              .

              16. Alec c ionados, pues, por los Sagrados T extos y por los Símbolos de la fe sobre la
              perfec ta c onsonanc ia y armonía que reina en el alma santísima de Jesuc risto y sobre
              c ómo El dirigió al fin de la Redenc ión las manifestac iones todas de su triple amor,
              podemos ya c on toda seguridad c ontemplar y venerar en el Corazón del Divino Redentor
              la imagen eloc uente de su c aridad y la prueba de haberse ya c umplido nuestra
                                                                                                         (55)
              Redenc ión, y c omo una místic a esc ala para subir al abrazo de Dios nuestro Salvador .
              Por eso, en las palabras, en los ac tos, en la enseñanza, en los milagros y espec ialmente
              en las obras que más c laramente expresan su amor hac ia nosotros- c omo la instituc ión de
              la divina Euc aristía, su dolorosa pasión y muerte, la benigna donac ión de su Santísima
              Madre, la fundac ión de la Iglesia para provec ho nuestro y, finalmente, la misión del
              Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre nosotros-, en todas estas obras, dec imos Nos,
              hemos de admirar otras tantas pruebas de su triple amor, y meditar los latidos de su
              Corazón, c on los c uales quiso medir los instantes de su terrenal peregrinac ión hasta el
              momento supremo, en el que, c omo atestiguan los Evangelistas, Jesús, luego de haber
              clamado de nuevo con gran voz, dijo: «T odo está c onsumado». E inclinando la cabeza,
                                 (56)
              entregó su espíritu . Sólo entonc es su Corazón se paró y dejó de latir, y su amor sensible
              permanec ió c omo en suspenso, hasta que, triunfando de la muerte, se levantó del
              sepulc ro.

              Después que su Cuerpo, revestido del estado de la gloria sempiterna, se unió nuevamente
              al alma del Divino Redentor vic torioso ya de la muerte, su Corazón sac ratísimo no ha
              dejado nunc a ni dejará de palpitar c on imperturbable y plác ido latido, ni c esará tampoc o
              de demostrar el triple amor c on que el Hijo de Dios se une a su Padre eterno y a la
              humanidad entera, de la que c on pleno derec ho es Cabeza místic a.

                             III. CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS

              17. Ahora, venerables hermanos, para que de estas nuestras piadosas c onsiderac iones
              podamos sac ar abundantes y saludables frutos, parémonos a meditar y c ontemplar
              brevemente la íntima partic ipac ión que el Corazón de nuestro Salvador Jesuc risto tuvo en
              su vida afec tiva divina y humana, durante el c urso de su vida mortal. En las páginas del



10                                                                                                              Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              Evangelio, princ ipalmente, enc ontraremos la luz c on la c ual iluminados y fortalec idos
              podremos penetrar en el templo de este divino Corazón y admirar c on el Apóstol de las
              Gentes las abundantes riquezas de la gracia [de Dios] en la bondad usada con nosotros
                                         (57)
              por amor de Jesucristo            .

              18. El adorable Corazón de Jesuc risto late c on amor divino al mismo tiempo que humano
              desde que la Virgen María pronunc ió su Fíat, y el Verbo de Dios, c omo nota el Apóstol, al
              entrar en el mundo dijo: «Sac rific io y ofrenda no quisiste, pero me diste un c uerpo a
              propósito; holoc austos y sac rific ios por el pec ado no te agradaron. Entonc es dije: Heme
              aquí presente. En el princ ipio del libro se habla de mí. Quiero hac er, ¡oh Dios!, tu voluntad
              ... » Por esta «voluntad» hemos sido santificados mediante la «oblación del cuerpo» de
                                                                      (58)
              Jesucristo, que él ha hecho de una vez para siempre            .

              De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfec ta armonía c on los afec tos
              de su voluntad humana y c on su amor divino, c uando en la c asita de Nazaret mantenía
              c elestiales c oloquios c on su dulc ísima Madre y c on su padre putativo, San José, al que
              obedec ía y c on quien c olaboraba en el fatigoso ofic io de c arpintero. Este mismo triple
              amor movía su Corazón en su c ontinuo peregrinar apostólic o, c uando realizaba
              innumerables milagros, c uando resuc itaba a los muertos o devolvía la salud a toda c lase
              de enfermos, c uando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas
              vigilias noc turnas pasadas en orac ión ante su Padre amantísimo; en fin, c uando daba
              enseñanzas o proponía y explic aba parábolas, espec ialmente las que más nos hablan de
              la miseric ordia, c omo la parábola de la drac ma perdida, la de la oveja desc arriada y la
              del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, c omo dic e San Gregorio Magno, se
              manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el Corazón de Dios en las palabras de Dios,
                                                                         (59)
              para que con más ardor suspires por los bienes eternos             .

              Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesuc risto c uando de su boc a salían palabras
              inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, c uando viendo a las turbas
                                                                                                  (60)
              c ansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud de gentes ; y c uando, a la
              vista de Jerusalén, su predilec ta c iudad, destinada a una fatal ruina por su obstinac ión en
              el pec ado, exc lamó: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que
              a ti son enviados: ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus
                                                               (61)
              polluelos bajo las alas, y tú no lo has querido ! Su Corazón palpitó también de amor
              hac ia su Padre y de santa indignac ión c uando vio el c omerc io sac rílego que en el templo
              se hac ía, e inc repó a los vendedores c on estas palabras: Esc rito está: «Mi c asa será
                                                                                                         (62)
              llamada c asa de orac ión»; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones                     .

              19. Pero partic ularmente se c onmovió de amor y de temor su Corazón c uando, ante la
              hora ya tan inminente de los c rudelísimos padec imientos y ante la natural repugnanc ia a
                                                                                                                (63)
              los dolores y a la muerte, exc lamó: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz ; vibró
              luego c on invic to amor y c on amargura suma c uando, ac eptando el beso del traidor, le
              dirigió aquellas palabras que suenan a última invitac ión de su Corazón miseric ordiosísimo
              al amigo que, c on ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de
              sus verdugos: Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del
                         (64)
              hombre? ; en c ambio, se desbordó c on inmenso amor y profunda c ompasión c uando a
              las piadosas mujeres, que c ompasivas lloraban su inmerec ida c ondena al tremendo
              suplic io de la c ruz, les dijo así: Hijas de Jerusalén, no lloráis por mí, llorad por vosotras
              mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco qué se
                      (65)
              hará?

              Finalmente, c olgado ya en la c ruz el Divino Redentor, es c uando siente c ómo su Corazón
              se truec a en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y vehementes
              sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de miseric ordia, de enc endido
              deseo, de serena tranquilidad, c omo se nos manifiestan c laramente en aquellas palabras
              tan inolvidables c omo signific ativas: Padre, perdónales, porque no saben lo que
                      (66)                                                           (67)
              hacen          ; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?             ; En verdad te digo: Hoy



11                                                                                                                     Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


                                              (68)                 (69)
              estarás conmigo en el paraíso          ; Tengo sed          ; Padre, en tus manos encomiendo mi
                         (70)
              espíritu          .

              Eucaristía, María, Cruz

              20. ¿Quién podrá dignamente desc ribir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito
              amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más prec iados dones: a Sí
              mismo en el sac ramento de la Euc aristía, a su Madre Santísima y la partic ipac ión en el
              ofic io sac erdotal?

              Ya antes de c elebrar la última c ena c on sus disc ípulos, sólo al pensar en la instituc ión del
              Sac ramento de su Cuerpo y de su Sangre, c on c uya efusión había de sellarse la Nueva
              Alianza, en su Corazón sintió intensa c onmoc ión., que manifestó a sus apóstoles c on estas
              palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de
                         (71)
              padecer ; c onmoc ión que, sin duda, fue aún más vehemente c uando tomó el pan, dio
              gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: «Este es mi c uerpo, el c ual se da por vosotros;
              hac ed esto en memoria mía». Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y
                                                                                                                 (72)
              dijo: «Este c áliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros                         .

              Con razón, pues, debe afirmarse que la divina EUCARIST ÍA, c omo sac ramento por el que
              El se da a los hombres y c omo sac rific io en el que El mismo c ontinuamente se inmola
                                                              (73)
              desde el nacimiento del sol hasta su ocaso », y también el SACERDOCIO, son
              c larísimos dones del Sac ratísimo Corazón de Jesús.

              Don también muy prec ioso del Sac ratísimo Corazón es, c omo indic ábamos, la
              SANT ÍSIMA VIRGEN, Madre exc elsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues, justo
              fuese proc lamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre natural de
              nuestro Redentor, le fue asoc iada en la obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida
              de la grac ia. Con razón esc ribe de ella San Agustín: Evidentemente, Ella es la Madre de
              los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que
                                                                                                   (74)
              naciesen en la iglesia los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza                   .

              Al don inc ruento de Sí mismo bajo las espec ies del pan y del vino quiso Jesuc risto nuestro
              Salvador unir, c omo supremo testimonio de su amor infinito, el sac rific io c ruento de la
              Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime c aridad que él propuso a sus disc ípulos c omo
              meta suprema del amor c on estas palabras: -Nadie tiene amor más grande que el que da
                                      (75)
              su vida por sus amigos . De donde el amor de Jesuc risto, Hijo de Dios, revela en el
              sac rific io del Gólgota, del modo más eloc uente, el amor mismo de Dios: En esto hemos
              conocido la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros; y así nosotros debemos dar
                                              (76)
              la vida por nuestros hermanos . Cierto es que nuestro Divino Redentor fue c ruc ific ado
              más por la interior vehemenc ia de su amor que por la violenc ia exterior de sus verdugos:
              su sac rific io voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a c ada uno de los hombres,
                                                                                                              (77)
              según la c onc isa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí                        .

              Iglesia, sacramentos

              21. No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser partic ipante tan íntimo
              de la vida del Verbo enc arnado, y al haber sido por ello asumido c omo instrumento de la
              divinidad, no menos que los demás miembros de su naturaleza humana, para realizar
                                                                                  (78)
              todas las obras de la grac ia y de la omnipotenc ia divina , por lo mismo es también
              símbolo legítimo de aquella inmensa c aridad que movió a nuestro Salvador a c elebrar,
              por el derramamiento de la sangre, su místic o matrimonio c on la Iglesia: Sufrió la pasión
                                                                                  (79)
              Por amor a la Iglesia, que había de unir a si comoEsposa . Por lo tanto, del Corazón
              traspasado del Redentor nac ió la Iglesia, verdadera dispensadora de la sangre de la
              Redenc ión; y del mismo fluye abundantemente la grac ia de los sac ramentos que a los
              hijos de la Iglesia c omunic an la vida sobrenatural, c omo leemos en la sagrada Liturgia:
              Del Corazón abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo... Tú, que del Corazón haces



12                                                                                                                           Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


                                         (80)
              manar la gracia                   .

              De este simbolismo, no desc onoc ido para los antiguos Padres y esc ritores ec lesiástic os, el
              Doc tor c omún esc ribe, hac iéndose su fiel intérprete: Del costado de Cristo brotó agua para
              lavar y sangre para redimir. Por eso 1a sangre es propia del sacramento de la Eucaristía; el
              agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin embargo, tiene su fuerza para lavar en
                                                    (81)
              virtud de la sangre de Cristo . Lo afirmado del c ostado de Cristo, herido y abierto por el
              soldado, ha de aplic arse a su Corazón, al c ual, sin duda, llegó el golpe de la lanza,
              asestado prec isamente por el soldado para c omprobar de manera c ierta la muerte de
              Jesuc risto.

              Por ello, durante el c urso de los siglos, la herida del Corazón Sac ratísimo de Jesús, muerto
              ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor espontáneo por el que Dios
              entregó a su Unigénito para la redenc ión de los hombres, y por el que Cristo nos amó a
              todos c on tan ardiente amor, que se inmoló a sí mismo c omo víc tima c ruenta en el
              Calvario: Cristo nos amó, y se ofreció a sí mismo a Dios, en oblación y hostia de olor
                          (82)
              suavísimo          .

              Ascensión

              22. Después que nuestro Salvador subió al c ielo c on su c uerpo glorific ado y se sentó a la
              diestra de Dios Padre, no ha c esado de amar a su esposa, la Iglesia, c on aquel inflamado
              amor que palpita en su Corazón. Aun en la gloria del c ielo, lleva en las heridas de sus
              manos, de sus pies y de su c ostado los esplendentes trofeos de su triple vic toria: sobre el
              demonio, sobre el pec ado y sobre la muerte; lleva además en su Corazón, c omo en arc a
              prec iosísima, aquellos inmensos tesoros de sus méritos, fruto de su triple vic toria, que
              ahora distribuye c on largueza al género humano ya redimido. Esta es una verdad
              c onsoladora, enseñada por el Apóstol de las Gentes c uando esc ribe: Al subirse a lo alto
              llevó consigo cautiva a una gran multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los
              hombres... El que descendió, ese mismo es el que ascendió sobre todos los cielos, para
                                                           (83)
              dar cumplimiento a todas las cosas                  .

              Pentecostés

              23. La misión del Espíritu Santo a los disc ípulos es la primera y espléndida señal del
              espléndido amor del Salvador, después de su triunfal asc ensión a la diestra del Padre. De
              hec ho, pasados diez días, el Espíritu Parác lito, dado por el Padre c elestial, bajó sobre los
              apóstoles reunidos en el Cenác ulo, c omo Jesús mismo les había prometido en la última
              c ena: Yo rogaré al Padre y él os dará otro consolador para que esté con vosotros
                              (84)
              eternamente . El Espíritu Parác lito, por ser el Amor mutuo personal por el que el Padre
              ama al Hijo y el Hijo al Padre, es enviado por ambos, bajo forma de lenguas de fuego,
              para infundir en el alma de los disc ípulos la abundanc ia de la c aridad divina y de los
              demás c arismas c elestiales. Pero esta infusión de la c aridad divina brota también del
              Corazón de nuestro Salvador, en el cual están encerrado todos los tesoros de la sabiduría
                             (85)
              y la ciencia           .

              Esta c aridad es, por lo tanto, don del Corazón de Jesús y de su Espíritu. A este c omún
              Espíritu del Padre y del Hijo se debe, en primer lugar, el nac imiento de la Iglesia y su
              propagac ión admirable en medio de todos los pueblos paganos, dominados hasta
              entonc es por la idolatría, el odio fraterno, la c orrupc ión de c ostumbres y la violenc ia. Esta
              divina c aridad, don prec ioc ísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los
              Apóstoles y a los Mártires la fortaleza para predic ar la verdad evangélic a y testimoniarla
              hasta c on su sangre; a los Doc tores de la Iglesia, aquel ardiente c elo por ilustrar y
              defender la fe c atólic a; a los Confesores, para prac tic ar las más selec tas virtudes y realizar
              las empresas más útiles y admirables, provec hosas a la propia santific ac ión y a la salud
              eterna y temporal de los prójimos; a las Vírgenes, finalmente, para renunc iar espontánea y
              alegremente a los goc es de los sentidos, c on tal de c onsagrarse por c ompleto al amor del
              c elestial Esposo.



13                                                                                                                  Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              A esta divina c aridad, que redunda del Corazón del Verbo enc arnado y se infunde por
              obra del Espíritu Santo en las almas de todos los c reyentes, el Apóstol de las Gentes
              entonó aquel himno de vic toria, que ensalza a la par el triunfo de Jesuc risto, Cabeza, y de
              los miembros de su Místic o Cuerpo sobre todo de c uanto algún modo se opone al
              establec imiento del Reino del amor entre los hombres: Quien podrá separarnos del amor
              de Cristo? La turbación?, la angustia?, el hambre?, la desnudes?, el riesgo, la
              persecución?, la espada?... Mas en todas estas cosas soberanamente triunfamos por obra
              de Aquel que nos amo. Porque seguro estoy de que ni muerte ni vida, ni angeles ni
              principados, ni lo presente ni lo venidero, ni poderío, ni altura, ni profundidades, ni otra
              alguna criatura sera capaz de separarnos del amor de Dios que se funda en Jesucristo
                                  (86)
              nuestro Señor              .

              Sagrado Corazón, símbolo del amor de Cristo

              24. Nada, por lo tanto, prohíbe que adoremos el razón Sac ratísimo de Jesuc risto c omo
              partic ipac ión y símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro
              Divino Redentor siente aun hoy hac ía el género humano. Ya no está sometido a las
              perturbac iones de esta vida mortal; sin embargo, vive y palpita y está unido de modo
              indisoluble a la Persona del Verbo divino, y, en ella y por ella, a su divina voluntad. Y
              porque el Corazón de Cristo se desborda en amor divino y humano, y porque está lleno de
              los tesoros de todas las grac ias que nuestro Redentor adquirió por los méritos de su vida,
              padec imientos y muerte, es, sin duda, la fuente perenne de aquel amor que su Espíritu
              c omunic a a todos los miembros de su Cuerpo místic o.

              Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador en c ierto modo refleja la imagen de la divina
              Persona del Verbo, y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y
              podemos c onsiderar no sólo el sino también, en c ierto modo, la síntesis de todo el misterio
              de nuestra Redenc ión. Luego, c uando adoramos el Corazón de Jesuc risto, en él y por él
              adoramos así el amor inc reado del Verbo divino c omo su amor humano, c on todos sus
              demás afec tos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a
              inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el Apóstol: Cristo amó a su
              Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de
              agua por la palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin
                                                                                          (87)
              mancha ni arruga ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada                 .

              Cristo ha amado a la Iglesia, y la sigue amando intensamente c on aquel triple amor de
                                             (88)
              que hemos hablado ; y ése es el amor que le mueve a hac erse nuestro Abogado para
              c onc iliarnos la grac ia y la miseric ordia del Padre, siempre vivo para interceder por
                         (89)
              nosotros          . La plegaria que brota de su inagotable amor, dirigida al Padre, no sufre
                                                                                  (90)
              interrupc ión alguna. Como en los días de su vida en la carne       , también ahora, triunfante
              ya en el c ielo, suplic a al Padre c on no menor efic ac ia: a Aquel que amó tanto al mundo
              que dio a su Unigénito Hijo, a fin de que todos cuantos eran en El no perezcan, sino que
                                               (91)
              tengan la vida eterna . El muestra su Corazón vivo y herido, c on un amor más ardiente
              que c uando, ya exánime, fue herido por la lanza del soldado romano: Por esto fue herido
                                                                                                     (92)
              [tu Corazón], para que por la herida visible viésemos la herida invisible del amor            .

              Luego no puede haber duda alguna de que, ante las súplic as de tan grande Abogado
              hec has c on tan vehemente amor, el Padre c elestial, que no perdonó a su propio Hijo, sino
                                                        (93)
              que lo entregó por todos nosotros , por medio de El hará desc ender siempre sobre todos
              los hombres la exuberante abundanc ia de sus grac ias divinas.

                                             IV. HISTORIA DEL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS

              25. Hemos querido, venerables hermanos, proponer a vuestra c onsiderac ión y a la del
              pueblo c ristiano, en sus líneas generales, la naturaleza íntima del c ulto al CORAZÓN de
              Jesús, y las perennes grac ias que de él se derivan, tal c omo resaltan de su fuente primera,
              la revelac ión divina. Estamos persuadidos de que estas nuestras reflexiones, dic tadas por
              la enseñanza misma del Evangelio, han mostrado c laramente c ómo este c ulto se



14                                                                                                              Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              identific a sustanc ialmente c on el c ulto al amor divino y humano del Verbo Enc arnado, y
              también c on el c ulto al amor mismo c on que el Padre y el Espíritu Santo aman a los
              hombres pec adores; porque, c omo observa el Doc tor Angélic o, el amor de las tres
              Personas divinas es el princ ipio y origen del misterio de la Redenc ión humana, ya que,
              desbordándose aquél poderosamente sobre la voluntad humana de Jesuc risto y, por lo
              tanto, sobre su Corazón adorable, le indujo c on un idéntic o amor a derramar
                                                                                             (94)
              generosamente su Sangre para resc atarnos de la servidumbre del pec ado                   : Con un
                                                                                             (95)
              bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias hasta que se cumpla                !

              Por lo demás, es persuasión nuestra que el c ulto tributado al amor de Dios y de Jesuc risto
              hac ia el género humano, a través del símbolo augusto del CORAZÓN traspasado del
              Redentor c ruc ific ado, jamás ha estado c ompletamente ausente. de la piedad de los fieles,
              aunque su manifestac ión c lara y su admirable difusión en toda la Iglesia se haya realizado
              en tiempos no muy remotos de nosotros, sobre todo después que el Señor mismo reveló
              este divino misterio a algunos hijos suyos, y los efigio para mensajeros y heraldos suyos,
              luego de haberles c olmado c on abundanc ia de dones sobrenaturales.

              De hec ho, siempre hubo almas espec ialmente c onsagradas a Dios que, inspiradas en los
              ejemplos de la exc elsa Madre de Dios, de los Apóstoles y de insignes Padres de la Iglesia,
              han tributado c ulto de adorac ión, de gratitud y de amor a la Humanidad santísima de
              Cristo y en modo espec ial a las heridas abiertas en su Cuerpo por los tormentos de la
              Pasión salvadora.

                                                                                      (96)
              Y ¿c ómo no rec onoc er en aquellas palabras ¡Señor mío y Dios mío    !, pronunc iadas por
              el apóstol T omás y que revelan su espontánea transformac ión de inc rédulo en fiel, una
              c lara profesión de fe, de adorac ión y de amor, que de la humanidad llagada del Salvador
              se elevaba hasta la majestad de la Persona Divina?

              Mas si el CORAZÓN traspasado del Redentor siempre ha llevado a los hombres a venerar
              su infinito amor por el género humano, porque para los c ristianos de todos los tiempos han
              tenido siempre valor las palabras del profeta Zac arías, que el evangelista San Juan aplic ó
                                                                 (97)
              a Jesús Cruc ific ado: Verán a Quien traspasaron , obligado es, sin embargo, rec onoc er
              que tan sólo poc o a poc o y progresivamente llegó ese CORAZÓN a c onstituir objeto
              direc to de un c ulto espec ial, c omo imagen del amor humano y divino del Verbo
              Enc amado.

              Santos, Sta. Margarita María

              26. Si queremos indic ar siquiera las etapas gloriosas rec orridas por este c ulto en la historia
              de la piedad c ristiana, prec isa, ante todo, rec ordar los nombres de algunos de aquellos
              que bien se pueden c onsiderar c orno los prec ursores de esta devoc ión que, en forma
              privada, pero de modo gradual, c ada vez más vasto, se fue difundiendo dentro de los
              Institutos religiosos. Así, por ejemplo, se distinguieron por haber establec ido y promovido
              c ada vez más este c ulto al CORAZÓN Sac ratísimo de Jesús: San Buenaventura, San
              Alberto Magno, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena, el Beato Enrique Suso, San
              Pedro Canisio y San Franc isc o de Sales. San Juan Eudes es el autor del primer ofic io
              litúrgic o en honor del Sagrado CORAZÓN de Jesús, c uya fiesta solemne se c elebró por
              primera vez, c on el beneplác ito de muc hos Obispos de Franc ia, el 20 de oc tubre de 1672.

              Pero entre todos los promotores de esta exc elsa devoc ión merec e un puesto espec ial
              Santa Margarita María Alac oque, porque su c elo, iluminado y ayudado por el de su
              direc tor espiritual -el Beato Claudio de la Colombiere-, c onsiguió que este c ulto, ya tan
              difundido, haya alc anzado el desarrollo que hoy susc ita la admirac ión de los fieles
              c ristianos, y que, por sus c arac terístic as de amor y reparac ión, se distingue de todas las
                                                     (98)
              demás formas de la piedad c ristiana          .

              Basta esta rápida evoc ac ión de los orígenes y gradual desarrollo del c ulto del CORAZÓN
              de Jesús para c onvenc ernos plenamente de que su admirable c rec imiento se debe
              princ ipalmente al hec ho de haberse c omprobado que era en todo c onforme c on la índole


15                                                                                                                 Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


              de la religión c ristiana, que es la religión del amor.

              No puede dec irse, por c onsiguiente, ni que este c ulto deba su origen a revelac iones
              privadas, ni c abe pensar que aparec ió de improviso en la Iglesia; brotó espontáneamente,
              en almas selec tas, de su fe viva y de su piedad ferviente hada la persona adorable del
              Redentor y hac ia aquellas sus gloriosas heridas, testimonio el más eloc uente de su amor
              inmenso para el espíritu c ontemplativo de los fieles. Es evidente, por lo tanto, c ómo las
              revelac iones de que fue favorec ida Santa Margarita María ninguna nueva verdad
              añadieron a la doc trina c atólic a- Su importanc ia c onsiste en que -al mostrar el Señor su
              CORAZÓN Sac ratísimo- de modo extraordinario y singular quiso atraer la c onsiderac ión de
              los hombres a la c ontemplac ión y a la venerac ión del amor tan miseric ordioso de Dios al
              género humano. De hec ho, mediante una manifestac ión tan exc epc ional, Jesuc risto
              expresamente y en repetidas vec es mostró su CORAZÓN c omo el símbolo más apto para
              estimular a los hombres al c onoc imiento y a la estima de su amor; y al mismo tiempo lo
              c onstituyó c omo señal y prenda de su miseric ordia y de su grac ia para las nec esidades
              espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos.

              1765, Clemente XIII, y 1856, Pío IX

              27. Además, una prueba evidente de que este c ulto nac e de las fuente-,mismas del
              dogma c atólic o está en el hec ho de que la aprobac ión de la fiesta litúrgic a por la Sede
              Apostólic a prec edió a la de los esc ritos de Santa Margarita María. En realidad,
              independientemente de toda revelac ión privada, y sólo ac c ediendo a los deseos de los
              fieles, la Sagrada Congregac ión de Ritos, por dec reto del 25 de enero de 1765, aprobado
              por nuestro predec esor Clemente XIII el 6 de febrero del mismo año, c onc edió a los
              Obispos de Polonia y a la Arc hic ofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la
              fac ultad de c elebrar la fiesta litúrgic a. Con este ac to quiso la Santa Sede que tomase
              nuevo inc remento un c ulto, ya en vigor y florec iente, c uyo fin era reavivar simbólicamente
                                           (99)
              el recuerdo del amor divino , que había llevado al Salvador a hac erse víc tima para
              expiar los pec ados de los hombres.

              A esta primera aprobac ión, dada en forma de privilegio Y aún limitada para determinados
              fines, siguió otra, a distanc ia c asi de un siglo, de importanc ia muc ho mayor y expresada
              en términos más solemnes. Nos referimos al dec reto de la Sagrada Congregac ión de Ritos
              del 23 de agosto de 1856, anteriormente menc ionado, por el c ual nuestro predec esor Pío
              IX, de i. m., ac ogiendo las súplic as de los Obispos de Franc ia y de c asi todo el mundo
              c atólic o, extendió a toda la Iglesia la fiesta del Corazón Sac ratísimo de Jesús y presc ribió
                                                    (100)
              la forma de su c elebrac ión litúrgic a . Fec ha ésta digna de ser rec omendada al perenne
              rec uerdo de los fieles, pues, c omo vemos esc rito en la liturgia misma de dic ha festividad,
              desde entonces, el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús, semejante a un río
              desbordado, venciendo todos los obstáculos, se difundió por todo el mundo católico.

              De c uanto hemos expuesto hasta ahora aparec e evidente, venerables hermanos, que en
              los textos de la Sagrada Esc ritura, en la T radic ión y en la Sagrada Liturgia es donde los
              fieles han de enc ontrar princ ipalmente los manantiales límpidos y profundos del c ulto al
              Corazón Sac ratísimo de Jesús, si desean penetrar en su íntima naturaleza y sac ar de su pía
              meditac ión sustanc ia y alimento para su fervor religioso. Iluminada, y penetrando más
              íntimamente mediante esta meditac ión asidua, el alma fiel no podrá menos de llegar a
              aquel dulc e c onoc imiento de la c aridad de Cristo, en la c ual está la plenitud toda de la
              vida c ristiana, c omo, instruido por la propia experienc ia, enseña el Apóstol: Por esta
              causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo..., para que, según las
              riquezas de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu ser fortalecidos en virtud en el
              hombre interior, y que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, estando arraigados y
              cimentados en caridad; a fin de que podáis... conocer también aquel amor de Cristo, que
              sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis plenamente colmados de toda la plenitud
                      (101)
              de Dios   . De esta universal plenitud es prec isamente imagen muy espléndida el
              Corazón de Jesuc risto: plenitud de misericordia, propia del Nuevo Testamento, en el cual
                                                                                                    (102)
              Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor para con los hombres    ;
              pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio



16                                                                                                               Pablo
Haurietis Aquas / Sagrado Corazón


                                  (103)
              el mundo se salve           .

              Culto al Corazón de Jesús, culto en espíritu y en v erdad

              28. Constante persuasión de la Iglesia, maestra de verdad para los hombres, ya desde que
              promulgó los primeros doc umentos ofic iales relativos al c ulto del Corazón Sac ratísimo de
              Jesús, fue que sus elementos esenc iales, es dec ir, los ac tos de amor y de reparac ión
              tributados al amor infinito de Dios hac ia los hombres, lejos de estar c ontaminados de
              materialismo y de superstic ión, c onstituyen una norma de piedad, en la que se c umple
              perfec tamente aquella religión espiritual y verdadera que anunc ió el Salvador mismo a la
              Samaritana: Ya llega el tiempo, y ya estamos en él, cuando los verdaderos adoradores
              adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre
                                                                                                           (104)
              desea. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarle en espíritu y en verdad                  .

              Por lo tanto, no es justo dec ir que la c ontemplac ión del CORAZÓN físic o de Jesús impide
              el c ontac to más íntimo c on el amor de Dios, porque retarda el progreso del alma en la vía
              que c onduc e direc ta a la posesión de las más exc elsas virtudes. La Iglesia rec haza
              plenamente este falso misticismo al igual que, por la autoridad de nuestro predec esor
              Inc endio XI, de f. m., c ondenó la doc trina de quienes afirmaban: No deben (las almas de
              esta vía interna) hacer actos de amor a la bienaventurada Virgen, a los Santos o a la
              humanidad de Cristo; pues como estos objetos son sensibles, tal es también el amor hacia
              ellos. Ninguna criatura, ni aun la bienaventurada Virgen y los Santos, han de tener
                                                                                               (105)
              asiento en nuestro CORAZÓN; porque Dios quiere ocuparlo y poseerlo solo                  .

              Los que así piensan son, natural mente, de opinión que el simbolismo del CORAZÓN de
              Cristo no se extiende más allá de su amor sensible y que no puede, por lo tanto, en modo
              alguno c onstituir un nuevo fundamento del c ulto de latría, que está reservado tan sólo a lo
              que es esenc ialmente divino. Ahora bien, una interpretac ión semejante del valor
              simbólic o de las sagradas imágenes es absolutamente falsa, porque c oarta injustamente
              su trasc endental signific ado. Contraria es la opinión y la enseñanza de los teólogos
              c atólic os, entre los c uales Santo T omás esc ribe así: A las imágenes se les tributa culto
              religioso, no consideradas en sí mismas, es decir, en cuanto realidades, sino en cuanto
              son imágenes que nos llevan hasta Dios encarnado. El movimiento del alma hacia la
              imagen, en cuanto es imagen, no se para en ella, sino que tiende al objeto representado
              por la imagen. Por consiguiente, del tributar culto religioso a las imágenes de Cristo no
                                                                                   (106)
              resulta un culto de latría diverso ni una virtud de religión distinta     . Por lo tanto, es en la
              persona misma del Verbo Enc arnado donde termina el c ulto relativo tributado a sus
              imágenes, sean éstas las reliquias de su ac erba Pasión, sea la imagen misma que supera a
              todas en valor expresivo, es dec ir, el Corazón herido de Cristo c ruc ific ado.

              Y así, del elemento c orpóreo -el Corazón de Jesuc risto- y de su natural simbolismo es
              legítimo y justo que, llevados en alas de la fe, nos elevemos no sólo a la c ontemplac ión
              de su amor sensible, sino más alto aún, hasta la c onsiderac ión y adorac ión de su
              exc elentísimo amor infundido, y, finalmente, en un vuelo sublime y dulc e a un mismo
              tiempo, hasta la meditac ión y adorac ión del Amor divino del Verbo Enc arnado. De hec ho,
              a la luz de la fe -por la c ual c reemos que en la Persona de Cristo están unidas la
              naturaleza humana y la naturaleza divina- nuestra mente se torna idónea para c onc ebir
              los estrec hísimos vínc ulos que existen entre el amor sensible del Corazón físic o de Jesús y
              su doble amor espiritual, el humano y el divino. En realidad, estos amores no se deben
              c onsiderar senc illamente c omo c oexistentes en la adorable Persona del Redentor divino,
              sino también c omo unidos entre sí por vínc ulo natural, en c uanto que al amor divino están
              subordinados el humano espiritual y el sensible, los c uales dos son una representac ión
              analógic a de aquél. No pretendemos c on esto que en el Corazón de Jesús se haya de ver
              y adorar la que llaman imagen formal, es dec ir, la representac ión perfec ta y absoluta de
              su amor divino, pues que no es posible representar adec uadamente c on ninguna imagen
              c riada la íntima esenc ia de este amor, pero el alma fiel, al venerar el Corazón de Jesús,
              adora juntamente c on la Iglesia el símbolo y c omo la huella de la Caridad divina, la c ual
              llegó también a amar c on el Corazón del Verbo Enc arnado al género humano,
              c ontaminado por tantos c rímenes.



17                                                                                                                     Pablo
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Aurietis aquas

  • 1. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón HAURIETIS AQUAS ENCÍCLICA SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS PIO XII 15 de mayo de 1956 Introducción Haurietis Aquas c onstituye la teología y el apoyo ofic ial de la Iglesia al c ulto del Sagrado Corazón de Jesús. El papa vibra c on los latidos del Corazón de Jesús, en los que se manifiesta su «triple amor»: amor divino, humano espiritual y humano sensible (1418). Afirma la gozosa nec esidad de darle c ulto, pues ese Corazón sagrado, «al ser tan íntimo partic ipante de la vida del Verbo Enc arnado... es el símbolo legítimo de aquella inmensa c aridad que movió a nuestro Salvador» a dar su sangre por nosotros (21). Nosotros hemos de adorar el Corazón de Jesús, porque es «el símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hac ia el género humano» (24). Queda c laro, por todo ello, que nec esariamente el c ulto al Corazón de Cristo «termina en la persona misma del Verbo Enc arnado» (28). Pío XII esc ribe aquí páginas muy bellas en la c ontemplac ión del amor de Jesuc risto, manifestado en los diversos misterios de su vida terrena pasada y de su vida ac tualmente c elestial: en él se nos revela el amor que nos tiene la Santísima T rinidad (17-24). Estas son, quizá, las páginas de la enc íc lic a de más alto vuelo c ontemplativo. Apoyándose en las c onsiderac iones expuestas, el papa define c on toda prec isión teológic a el sentido exac to del c ulto al Corazón de Cristo, que «se identific a sustanc ialmente c on el c ulto al amor divino y humano del Verbo Enc arnado, y también c on el c ulto al amor mismo c on que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pec adores» (25). Por eso mismo, «el c ulto al Sagrado Corazón se c onsidera, en la prác tic a, c omo la más c ompleta profesión de la religión c ristiana» (29),y ha de c onsiderarse «la devoc ión al Sagrado Corazón de Jesús c omo esc uela efic ac ísima de la c aridad divina» (36). Notemos, por último, que esta enc íc lic a vinc ula profundamente el c ulto al Corazón de Jesús y el c ulto a la Euc aristía (20 y 35), aspec to en el que también Pablo VI insistirá en su c arta apostólic a Investigabiles divitias . SUMARIO Introduc c ión: el c ulto al Corazón de Jesús, 1-2. I. Fundamentac ión teológic a. Dific ultades y objec iones, 3. Doc trina de los papas, 4. Fundamentac ión del c ulto, 5. Culto de latría, 6. Antiguo T estam ento, 7-8. II. Nuevo T estamento y T radic ión, 9-10. Amor divino y humano, 11-12. Santos Padres, 13. Corazón físic o, 14. Símbolo del triple amor de Cristo, 15-16. III. Contemplac ión del amor del Corazón de Jesús, 17-19; Euc aristía, María, Cruz, 20; Iglesia, sac ramentos, 21; Asc ensión, 22; Pentec ostés, 23. Sagrado Corazón, símbolo del amor de Cristo, 24. IV. Historia del c ulto al Corazón de Jesús, 25. Santos, Sta. Margarita María, 26. 1765, Clemente XIII, y 1856, Pío IX, 27. Culto al Corazón de Jesús, c ulto en espíritu y en verdad, 28. La más c ompleta profesión de la religión c ristiana, 29. 1 Pablo
  • 2. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón V. Sumo aprec io por el c ulto al Corazón de Jesús, 30-31. Difusión de este c ulto, 32. Penas ac tuales de la Iglesia, 33-34. Un c ulto providenc ial, 35. Final, 36-37. El culto al Corazón de Jesús (1) 1. Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador . Estas palabras c on las que el profeta Isaías prefiguraba simbólic amente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánic a había de traer c onsigo, vienen espontáneas a nuestra mente, si damos una mirada retrospec tiva a los c ien años pasados desde que nuestro predec esor, de i. m., Pío IX, c orrespondiendo a los deseos del orbe c atólic o, mandó c elebrar la fiesta del Sac ratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal. Innumerables son, en efec to, las riquezas c elestiales que el c ulto tributado al Sagrado Corazón de Jesús infunde en las almas: las purific a, las llena de c onsuelos sobrenaturales y las mueve a alc anzar las virtudes todas. Por ello, rec ordando las palabras del apóstol Santiago: Toda dádiva buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las (2) luces , razón tenemos para c onsiderar en este c ulto, ya tan universal y c ada vez más fervoroso, el inaprec iable don que el Verbo Enc arnado, nuestro Salvador divino y únic o Mediador de la grac ia y de la verdad entre el Padre c elestial y el género humano, ha c onc edido a la Iglesia, su místic a Esposa, en el c urso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que venc er tantas dific ultades y soportar pruebas tantas. Grac ias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su divino Fundador y c umplir más fielmente esta exhortac ión que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesuc risto: En el último gran día de la fiesta, Jesús habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: «El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí». Pues, c omo dic e la Esc ritura, «de su seno manarán ríos de agua viva». Y esto lo dijo El del Espíritu que (3) habían de recibir los que creyeran en El . Los que esc uc haban estas palabras de Jesús, c on la promesa de que habían de manar de su seno ríos de agua viva, fác ilmente las relac ionaban c on los vatic inios de Isaías, Ezequiel y Zac arías, en los que se -profetizaba el Reino mesiánic o, y también c on la simbólic a piedra, de la que, golpeada por Moisés, (4) milagrosamente hubo de brotar agua . 2. La c aridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta T rinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, c omo hac iéndose ec o de las palabras de Jesuc risto, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la c aridad en las almas de los c reyentes: La caridad de Dios ha sido (5) derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado . Este tan estrec ho vínc ulo que, según la Sagrada Esc ritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esenc ia, y la c aridad divina que debe enc enderse c ada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima naturaleza del c ulto que se ha de atribuir al Sac ratísimo Corazón de Jesuc risto. En efec to, manifiesto es que este c ulto, si c onsideramos su naturaleza pec uliar, es el ac to de religión por exc elenc ia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y c onsagramos al amor del Divino Redentor, c uya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente c laro es, y en un sentido aún más profundo, que este c ulto exige ante todo que nuestro amor c orresponda al Amor divino. Pues sólo por la c aridad se logra que los c orazones de los hombres se sometan plena y perfec tamente al dominio de Dios, c uando los afec tos de nuestro c orazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hac en c asi una c osa c on ella, c omo está esc rito: Quien al Señor se adhiere, un espíritu es c on (6) El . 1. FUNDAMENTACIÓN TEOLÓGICA Dificultades y obj eciones 3. La Iglesia siempre ha tenido y tiene en tan grande estima el c ulto del Sac ratísimo Corazón de Jesús: lo fomenta y propaga entre todos los c ristianos, y lo defiende, además, 2 Pablo
  • 3. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón enérgic amente c ontra las ac usac iones del naturalismo y del sentimentalismo; sin embargo, es muy doloroso c omprobar c ómo, en lo pasado y aun en nuestros días, este nobilísimo c ulto no es tenido en el debido honor y estimac ión por algunos c ristianos, y a vec es ni aun por los que se dic en animados de un sinc ero c elo por la religión c atólic a y por su propia santific ac ión. (7) Si tú conocieses el don de Dios . Con estas palabras, venerables hermanos, Nos, que por divina disposic ión hemos sido c onstituido guardián y dispensador del tesoro de la fe y de la piedad que el divino Redentor ha c onfiado a la Iglesia, c onsc iente del deber de nuestro ofic io, amonestamos a todos aquellos de nuestros hijos que, a pesar de que el c ulto del Sagrado Corazón de Jesús, venc iendo la indiferenc ia y los errores humanos, ha penetrado ya en su Cuerpo místic o, todavía abrigan prejuic ios hac ia él y aun llegan a reputarlo menos adaptado, por no dec ir noc ivo, a las nec esidades espirituales de la Iglesia y de la humanidad en la hora presente, que son las más apremiantes. Pues no faltan quienes, c onfundiendo o equiparando la índole de este c ulto c on las diversas formas partic ulares de devoc ión, que la Iglesia aprueba y favorec e sin imponerlas, lo juzgan c omo algo superfluo que c ada uno puede prac tic ar o no, según le agradare; otros c onsideran oneroso este c ulto, y aun de poc a o ninguna utilidad, singularmente para los que militan en el Reino de Dios, c onsagrando todas sus energías espirituales, su ac tividad y su tiempo a la defensa y propaganda de la verdad c atólic a, a la difusión de la doc trina soc ial c atólic a, y a la multiplic ac ión de aquellas prác tic as religiosas y obras que ellos juzgan muc ho más nec esarias en nuestros días. Y no faltan quienes estiman que este c ulto, lejos de ser un poderoso medio para renovar y reforzar las c ostumbres c ristianas, tanto en la vida individual c omo en la familiar, no es sino una devoc ión, más saturada de sentimientos que c onstituida por pensamientos y afec tos nobles; así, la juzgan más propia de la sensibilidad de las mujeres piadosas que de la seriedad de los espíritus c ultivados. Otros, finalmente, al c onsiderar que esta devoc ión exige, sobre todo, penitenc ia, expiac ión y otras virtudes, que más bien juzgan pasivas porque aparentemente no produc en frutos externos, no la c reen a propósito para reanimar la espiritualidad moderna, a la que c orresponde el deber de emprender una ac c ión franc a y de gran alc anc e en pro del triunfo de la fe c atólic a y en valiente defensa de las c ostumbres c ristianas; y ello, dentro de una soc iedad plenamente dominada por el indiferentismo religioso que niega toda norma para distinguir lo verdadero de lo falso, y que, además, se halla penetrada, en el pensar y en el obrar, por los princ ipios del materialismo ateo y del laicismo. Doctrina de los papas 4. ¿Quién no ve, venerables hermanos, la plena oposic ión entre estas opiniones y el sentir de nuestros predec esores, que desde esta c átedra de verdad aprobaron públic amente el c ulto del Sac ratísimo Corazón de Jesús? ¿Quién se atreverá a llamar inútil o menos ac omodada a nuestros tiempos esta devoc ión que nuestro predec esor, de i. m., León XIII, llamó práctica religiosa dignísima de todo encomio, y en la que vio un poderoso remedio para los mismos males que en nuestros días, en forma más aguda y más amplia, inquietan y hac en sufrir a los individuos y a la soc iedad? Esta devoción -dec ía-, que a todos recomendamos, a todos será de provecho. Y añadía este aviso y exhortac ión que se refiere a la devoc ión al Sagrado Corazón: Ante la amenaza de las graves desgracias que hace ya mucho tiempo se ciernen sobre nosotros, urge recurrir a Aquel único que puede alejarlas. Alas ¿quién podrá ser Este sino Jesucristo, el Unigénito de Dios? «Porque debajo del (8) c ielo no existe otro nombre, dado a los hombres, en el c ual hayamos de ser salvos» . Por (9) lo tanto, a El debemos recurrir, que es «camino, verdad y vida » No menos rec omendable ni menos apto para fomentar la piedad c ristiana lo juzgó nuestro inmediato predec esor, de f. m., Pío XI, en su enc íc lic a Miserentissimus Redemptor: ¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más Perfecta, Puesto que constituye el medio más suave de encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las (10) mueve a amarle con más ardor y a imitarte con mayor fidelidad y eficacia? 3 Pablo
  • 4. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón Nos, por nuestra parte, en no menor grado que nuestros predec esores, hemos aprobado y ac eptado esta sublime verdad; y c uando fuimos elevado al sumo pontific ado, al c ontemplar el feliz y triunfal progreso del c ulto al Sagrado Corazón de Jesús entre el pueblo c ristiano, sentimos nuestro ánimo lleno de gozo y nos regoc ijamos por los innumerables frutos de salvac ión que produc ía en toda la Iglesia; sentimientos que nos (11) c omplac imos en expresar ya en nuestra primera Enc íc lic a . Estos frutos, a través de los años de nuestro pontific ado -llenos de sufrimientos y angustias, pero también de inefables c onsuelos-, no se mermaron en número, efic ac ia y hermosura, antes bien se amentaran. Pues, en efec to, muc has inic iativas, y muy ac omodadas a las nec esidades de nuestros tiempos, han surgido para favorec er el c rec imiento c ada día mayor de este mismo c ulto: asoc iac iones, destinadas a la c ultura intelec tual Y a promover la religión y la benefic enc ia; public ac iones de c arác ter históric o, asc étic o y místic o para explic ar su doc trina; piadosas prác tic as de reparac ión y, de manera espec ial, las manifestac iones de ardentísima piedad promovidas por el Apostolado de la Oración, a c uyo c elo y ac tividad se debe que familias, c olegios, instituc iones y aun, a vec es, algunas nac iones se hayan c onsagrado al Sac ratísimo Corazón de Jesús. Por todo ello, ya en Cartas, ya en Disc ursos y (12) aun Radiomensajes, no poc as vec es hemos expresado nuestra paternal c omplac enc ia . Fundamentación del culto 5. Conmovidos, pues, al ver c ómo tan gran abundanc ia de aguas, es dec ir, de dones c elestiales de amor sobrenatural del Sagrado Corazón de nuestro Redentor, se derrama sobre innumerables hijos de la Iglesia c atólic a por obra e inspirac ión del Espíritu Santo, no podemos menos, venerables hermanos, de exhortaros c on ánimo paternal a que, juntamente c on Nos, tributéis alabanzas y rendida ac c ión de grac ias a Dios, dador de todo bien, exc lamando c on el Apóstol: Al que es poderoso para hacer sobre toda medida con incomparable exceso más de lo que pedimos o pensamos, según la potencia que despliega en nosotros su energía, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo y Jesús por todas (13) las generaciones, en los siglos de los siglos. Amén . Pero, después de tributar las debidas grac ias al Dios eterno, queremos por medio de esta enc íc lic a exhortaros a vosotros y a todos los amadísimos hijos de la Iglesia a una más atenta c onsiderac ión de los princ ipios doc trinales -c ontenidos en la Sagrada Esc ritura, en los Santos Padres y en los teólogos- sobre los c uales, c omo sobre sólidos fundamentos, se apoya el c ulto del Sac ratísimo Corazón de Jesús. Porque Nos estamos plenamente persuadido de que sólo c uando a la luz de la divina revelac ión hayamos penetrado más a fondo en la naturaleza y esenc ia íntima de este c ulto, podremos aprec iar debidamente su inc omparable exc elenc ia y su inexhausta fec undidad en toda c lase de grac ias c elestiales; y de esta manera, luego de meditar y c ontemplar piadosamente los innumerables bienes que produc e, enc ontraremos muy digno de c elebrar el primer c entenario de la extensión de la fiesta del Sac ratísimo Corazón a la Iglesia universal. Con el fin, pues, de ofrec er a la mente de los fieles el alimento de saludables reflexiones, c on las que más fác ilmente puedan c omprender la naturaleza de este c ulto, sac ando de él los frutos más abundantes, nos detendremos, ante todo, en las páginas del Antiguo y del Nuevo T estamento que revelan y desc riben la c aridad infinita de Dios hac ia el género humano, pues jamás podremos esc udriñar sufic ientemente su sublime grandeza; aludiremos luego a los c omentarios de los Padres y Doc tores de la Iglesia; finalmente, proc uraremos poner en c laro la íntima c onexión existente entre la forma de devoc ión que se debe tributar al Corazón del Divino Redentor y el c ulto que los hombres están obligados a dar a su amor y al amor de la misma Santísima T rinidad a todo el género humano. Porque juzgamos que, una vez c onsiderados a la luz de la Sagrada Esc ritura y de la T radic ión los elementos c onstitutivos de esta devoc ión tan noble, será mas fác il a los (14) c ristianos beber con gozo las aguas en las fuentes del Salvador , es dec ir, podrán aprec iar mejor la singular importanc ia que el c ulto al Corazón Sac ratísimo de Jesús ha adquirido en la liturgia de la Iglesia, en su vida interna y externa, y también en sus obras: así podrá c ada uno obtener aquellos frutos espirituales que señalarán una saludable renovac ión en sus c ostumbres, según lo desean los Pastores de la grey de Cristo. Culto de latría 4 Pablo
  • 5. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón 6. Para c omprender mejor, en orden a esta devoc ión, la fuerza de algunos textos del Antiguo y del Nuevo T estamento, prec isa atender bien al motivo por el c ual la Iglesia tributa al Corazón del Divino Redentor el c ulto de latría. T al motivo, c omo bien sabéis, venerables hermanos, es doble: el primero, c omún también a los demás miembros adorables del Cuerpo de Jesuc risto, se funda en el hec ho de que su Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostátic amente a la Persona del Verbo de Dios, y, por c onsiguiente, se le ha de tributar el mismo c ulto de adorac ión c on que la Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios enc arnado. Es una verdad de la fe c atólic a, solemnemente definida en el Conc ilio ec uménic o de Efeso y en el II de (15) Constantinopla . El otro motivo se refiere ya de manera espec ial al Corazón del Divino Redentor, y, por lo mismo, le c onfiere un título esenc ialmente propio para rec ibir el c ulto de latría: su Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo natural de su inmensa c aridad hac ia el género humano. Es innata al Sagrado Corazón, observaba León XIII, de f. m., la cualidad de ser símbolo e imagen expresiva de la infinita (16) caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor . Es indudable que los Libros Sagrados nunc a se hac e menc ión c ierta de un c ulto de espec ial venerac ión y amor tributado al Corazón físic o del Verbo enc arnado por su prerrogativa de símbolo de su enc endidísima c aridad. Pero este hec ho, que hay que rec onoc er abiertamente, no nos ha de admirar ni puede en modo alguno hac ernos dudar de que el amor de Dios a nosotros -razón princ ipal de este c ulto- es proc lamado e inc ulc ado tanto en el Antiguo c omo en el Nuevo T estamento c on imágenes c on que vivamente se c onmueven los c orazones. Y estas imágenes, por enc ontrarse ya en los Libros Santos c uando predec ían la venida del Hijo de Dios hec ho hombre, han de c onsiderarse c omo un presagio de lo que había de ser el símbolo y signo más noble del amor divino, es a saber, el sac ratísimo y adorable Corazón del Redentor divino. Antiguo Testamento 7. Por lo que toc a a nuestro propósito, al esc ribir esta Enc íc lic a, no juzgamos nec esario aduc ir muc hos textos de los libros del Antiguo T estamento que c ontienen las primeras verdades reveladas por Dios; c reernos baste rec ordar la Alianza establec ida entre Dios y el pueblo elegido, c onsagrada c on víc timas pac ífic as -c uyas leyes fundamentales, (17) esc ulpidas en dos tablas, promulgó Moisés e interpretaron los profetas-; alianza ratific ada por los vínc ulos del supremo dominio de Dios y de la obedienc ia debida por parte de los hombres, pero c onsolidada y vivific ada por los más nobles motivos del amor. Porque aun para el mismo pueblo de Israel la razón suprema de obedec er a Dios era no ya el temor de las divinas venganzas que los truenos y relámpagos fulgurantes en la ardiente c umbre del Sinaí susc itaban en los ánimos, sino más bien el amor debido a Dios: Esc ucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que hoy te (18) mando estarán en tu corazón . No nos extrañemos, pues, si Moisés y los profetas, a los que c on toda razón llama el (19) Angélic o Doc tor los «mayores» del pueblo elegido , c omprendiendo bien que el fundamento de toda la ley se basaba en este mandamiento del amor, desc ribieron las relac iones todas existentes entre Dios y su nac ión rec urriendo a semejanzas sac adas del amor rec íproc o entre padre e hijo, o entre los esposos, y no representándolas c on severas imágenes inspiradas en el supremo dominio de Dios o en nuestra obligada servidumbre llena de temor. Así, por ejemplo, Moisés mismo, en su c elebérrimo c ántic o, al ver liberado su pueblo de la servidumbre de Egipto, queriendo expresar c ómo esa liberac ión era debida a la intervenc ión omnipotente de Dios, rec urre a estas c onmovedoras expresiones e imágenes: Como el águila que adiestra a sus polluelos para que alcen el vuelo y encima de ellos (20) revolotea, así (Dios) desplegó sus alas, alzó (a Israel) y le llevó en sus hombros . Pero ninguno, tal vez, entre los profetas, expresa y desc ubre tan c lara y ardientemente c omo Oseas el amor c onstante de Dios hac ia su pueblo. En efec to, en los esc ritos de este 5 Pablo
  • 6. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón profeta que entre los profetas menores sobresale por la profundidad de c onc eptos y la c onc isión del lenguaje, se desc ribe a Dios amando a su pueblo esc ogido c on un amor justo y lleno de santa solic itud, c ual es el amor de un padre lleno de miseric ordia y amor, o el de un esposo herido en su honor. Es un amor que, lejos de disminuir y c esar ante las monstruosas infidelidades y pérfidas traic iones, las c astiga, sí, c omo lo merec en, en los c ulpables, no para repudiarlos y abandonarlos a sí mismos, sino sólo c on el fin de limpiar y purific ar a la esposa alejada e infiel y a los hijos ingratos para hac erles volver a unirse de nuevo c onsigo, una vez renovados y c onfirmados los vínc ulos de amor. Cuando Israel era niño, yo le amé; y de Egipto llamé a mi hijo... Yo enseñé a andar a Efraín, los tomé en mis brazos, mas ellos no comprendieron que yo los cuidaba. Los conducía con cuerdas de humanidad, con lazos de amor... Sanaré su rebeldía, los amaré generosamente, pues mi ira se ha apartado de ellos. Seré como el rocío para Israel, florecerá él como el lirio y echará (21) sus raíces como el Líbano . Expresiones semejantes tiene el profeta Isaías, c uando presenta a Dios mismo y a su pueblo esc ogido c omo dialogando y disc utiendo entre sí c on opuestos sentimientos: Mas Sión dijo: Me ha abandonado el Señor, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede, acaso, una mujer olvidar a su pequeñuelo, hasta no apiadarse del hijo de sus entrañas? Aunque (22) ésta se olvidaré, yo no me olvidaré de ti . Ni son menos c onmovedoras las palabras c on que el autor del Cantar de los Cantares, sirviéndose del simbolismo del amor c onyugal, desc ribe c on vivos c olores los lazos de amor mutuo que unen entre sí a Dios y a la nac ión predilec ta: Como lirio entre las espinas, así mi amada entre las doncellas... Yo soy de mi amado, y mi amado es para mí; El se apacienta entre lirios... Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, pues fuerte como la muerte es el amor, duros como el (23) infierno los celos; sus ardores son ardores de fuego y llamas . 8. Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunc a llega a repudiarlo definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es, en sustanc ia, sino el preludio a aquella muy enc endida c aridad que el Redentor prometido había de mostrar a todos c on su amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza. Porque, en verdad, sólo Aquel que es el Unigénito del Padre y el Verbo hec ho c arne lleno (24) de gracia y de verdad , al desc ender hasta los hombres, oprimidos por innumerables pec ados y miserias, podía hac er que de su naturaleza humana, unida hipostátic amente a su Divina Persona, brotara un manantial de agua viva que regaría c opiosamente la tierra árida de la humanidad, transformándola en florido jardín lleno de frutos. Obra admirable que había de realizar el amor miseric ordiosísimo y eterno de Dios, y que ya parec e pre- nunc iar en c ierto modo el profeta jeremías c on estas palabras: Te he amado con un amor eterno, por eso te he atraído a mí lleno de misericordia... He aquí que vienen días, afirma el Señor, en que pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; ... éste será el pacto que yo concertaré con la casa de Israel después de aquellos días, declara el Señor: Pondré mi 1ey en su interior y la escribiré en su corazón; yo les seré su Dios, y ellos serán mi pueblo ... ; porque les perdonaré su culpa y no me acordaré ya de su (25) pecado . II. NUEVO TESTAMENTO Y TRADICIÓN 9. Pero tan sólo por los Evangelios llegamos a c onoc er c on perfec ta c laridad que la Nueva Alianza estipulada entre Dios y la humanidad -de la c ual la alianza pac tada por Moisés entre el pueblo y Dios fue tan sólo una prefigurac ión simbólic a, y el vatic inio de jeremías una mera predic c ión es la misma que establec ió y realizó el Verbo Enc arnado, merec iéndonos la grac ia divina. Esta Alianza es inc omparablemente más noble y más sólida, porque, a diferenc ia de la prec edente, no fue sanc ionada c on sangre de c abritos y novillos, sino c on la sangre sac rosanta de Aquel a quien aquellos animales pac ífic os y (26) privados de razón prefiguraban: el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo . Porque la Alianza c ristiana, más aún que la antigua, se manifiesta c laramente c omo un 6 Pablo
  • 7. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón pac to fundado no en la servidumbre o en el temor, sino en la amistad que debe reinar en las relac iones entre padres e hijos. Se alimenta y se c onsolida por una más generosa efusión de la grac ia divina y de la verdad, según la sentenc ia del evangelista San Juan: De su plenitud todos nosotros recibimos, y gracia por gracia. Porque la 1ey fue dada por (27) Moisés, mas la gracia y la verdad por Jesucristo han venido . Introduc idos por estas palabras del disc ípulo al que amaban Jesús, y que, durante la Cena, (28) reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús , en el mismo misterio de la infinita c aridad del Verbo Enc arnado, es c osa digna, justa, rec ta y saludable que nos detengamos un poc o, venerables hermanos, en la c ontemplac ión de tan dulc e misterio, a fin de que, iluminados por la luz que sobre él proyec tan las páginas del Evangelio, podamos también nosotros experimentar el feliz c umplimiento del deseo signific ado por el Apóstol a los fieles de Efeso: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, a, modo que, arraigados y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la alteza y la profundidad, hasta conocer el amor de Cristo, que sobrepuja a (29) todo conocimiento, de suerte que estéis llenos de toda la plenitud de Dios . 10. En efec to, el misterio de la Redenc ión divina es, ante todo y por su propia naturaleza, un misterio de amor, esto es, un misterio del amor justo de Cristo a su Padre c elestial, a quien el sac rific io de la c ruz, ofrec ido c on amor y obedienc ia, presenta una satisfac c ión sobreabundante e infinita por los pec ados del género humano: Cristo sufriendo, por caridad y obediencia, ofreció a Dios algo de mayor valor que lo que exigía la (30) compensación por todas las ofensas hechas a Dios Por el género humano . Además, el misterio de la Redenc ión es un misterio de amor miseric ordioso de la augusta T rinidad y del Divino Redentor hac ia la humanidad entera, puesto que, siendo ésta del todo inc apaz de ofrec er a Dios una satisfac c ión c ondigna por sus propios delitos, Cristo, mediante la inesc rutable riqueza de méritos que nos ganó c on la efusión de su prec iosísima Sangre, pudo restablec er y perfec c ionar aquel pac to de amistad entre Dios y los hombres, violado por vez primera en el paraíso terrenal por c ulpa de Adán y luego innumerables vec es por las infidelidades del pueblo esc ogido. Por lo tanto, el Divino Redentor, en su c ualidad de legítimo y perfec to Mediador nuestro, al haber c onc iliado bajo el estímulo de su c aridad ardentísima hada nosotros los deberes y obligac iones del género humano c on los. derec hos de Dios, ha sido, sin duda, el autor de aquella maravillosa rec onc iliac ión entre la divina justic ia y la divina miseric ordia, que c onstituye esenc ialmente el misterio trasc endente de nuestra salvac ión. Muy a propósito dic e el Doc tor Angélic o: Conviene observar que la liberación del hombre, mediante la pasión de Cristo, fue conveniente lanzo a su misericordia como a su justicia. A la justicia ciertamente, porque por su pasión Cristo satisfizo por el pecado del linaje humano: y así fue el hombre liberado por la justicia de Cristo. Y a la misericordia, porque, no siéndole posible al hombre satisfacer por el pecado, que manchaba a toda la naturaleza humana, (31) Dios le dio un Redentor en la persona de su Hijo . Ahora bien: esto fue de parte de Dios un ac to de más generosa miseric ordia que si El hubiese perdonado los pec ados sin exigir satisfac c ión alguna. Por ello está esc rito: Dios, que es rico en misericordia, movido por el excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos (32) volvió a dar la vida en Cristo . Amor div ino y humano 11. Pero a fin de que podamos, en c uanto es dado a los hombres mortales, comprender (33) con todos los santos cuál es la anchura y longitud, la alteza y la profundidad del misterioso amor del Verbo Enc arnado a su c elestial Padre y hac ia los hombres manc hados c on tantas c ulpas, c onviene tener muy presente que su amor no fue únic amente espiritual, (34) c omo c onviene a Dios, puesto que Dios es espíritu . Es indudable que de índole puramente espiritual fue el amor de Dios a nuestros primeros padres y al pueblo hebreo; por eso, las expresiones de amor humano c onyugal o paterno, que se leen en los Salmos, en los esc ritos de los profetas y en el Cantar de los Cantares, son signos Y símbolos, del muy verdadero amor, pero exc lusivamente espiritual, c on que Dios amaba al género 7 Pablo
  • 8. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón humano; al c ontrario, el amor que brota del Evangelio, de las c artas de los Apóstoles y de las páginas del Apoc alipsis, al desc ribir el amor del Corazón mismo de Jesús, c omprende no sólo la c aridad divina, sino también los sentimientos de un afec to humano. Para todos los c atólic os, esta verdad es indisc utible. En efec to, el Verbo de Dios no ha tomado un c uerpo ilusorio y fic tic io, c omo ya en el primer siglo de la era c ristiana osaron afirmar algunos herejes, que atrajeron la severa c ondenac ión del apóstol San Juan: Puesto que en el mundo han salido muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías (35) venido en carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo . En realidad, El ha unido a su Divina Persona una naturaleza humana individual, íntegra y perfec ta, c onc ebida en (36) el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo . Nada, pues, faltó a la naturaleza humana que se unió el Verbo de Dios. El la asumió plena e íntegra tanto en los elementos c onstitutivos espirituales c omo en los c orporales, c onviene a saber. dotada de inteligenc ia y de voluntad y todas las demás fac ultades c ognosc itivas, internas y externas; dotada asimismo de las potenc ias afec tivas sensibles y de todas las pasiones naturales. Esto enseña la Iglesia Católic a, y está sanc ionado y solemnemente c onfirmado por los Romanos Pontífic es y los c onc ilios ec uménic os: Entero en sus propiedades, entero en las (37) (38) nuestras ; Perfecto en la divinidad y El mismo perfecto en la humanidad» ; todo Dios (39) [hec ho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios . 12. Luego si no hay duda alguna de que Jesús poseía un verdadero c uerpo humano, dotado de todos los sentimientos que le son propios, entre los que predomina el amor, también es igualmente verdad que El estuvo provisto de un c orazón físic o, en todo semejante al nuestro, puesto que, sin esta parte tan noble del c uerpo, no puede haber vida humana y menos en sus afec tos. Por c onsiguiente, no hay duda de que el Corazón de Cristo, unido hipostátic amente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afec to sensible; mas estos sentimientos estaban tan c onformes y tan en armonía c on su voluntad de hombre esenc ialmente plena de c aridad divina, y c on el mismo amor divino que el Hijo tiene en c omún c on el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres (40) amores jamás hubo falta de ac uerdo y armonía . Sin embargo, el hec ho de que el Verbo de Dios tomara una verdadera y perfec ta naturaleza humana y se plasmara y aun, en c ierto modo, se modelara un c orazón de c arne que, no menos que el nuestro, fuese c apaz de sufrir y de ser herido, esto, dec imos Nos, si no se piensa y se c onsidera no sólo bajo la luz que emana de la unión hipostátic a y sustanc ial, sino también bajo la que proc ede de la Redenc ión del hombre, que es, por dec irlo así, el c omplemento de aquélla, podría parec er a algunos escándalo y necedad, (41) c omo de hec ho parec ió a los judíos y gentiles Cristo crucificado . Ahora bien: los Símbolos de la fe, en perfec ta c onc ordia c on la Sagrada Esc ritura, nos aseguran que el Hijo Unigénito de Dios tomó una naturaleza humana c apaz de padec er y morir princ ipalmente por razón del Sac rific io de la c ruz, donde El deseaba ofrec er un sac rific io c ruento a fin de llevar a c abo la obra de la salvac ión de los hombres. Esta es, además, la doc trina expuesta por el Apóstol de las Gentes: Pues tanto el que santifica como los que son santificados todos traen de uno su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos hermanos, diciendo: «Anunc iaré tu nombre a mis hermanos ... ». Y también: «Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado».Y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y sangre, El también Participó de las mismas cosas... Por lo cual debió, en todo, asemejarse a sus hermanos, a fin de ser un pontífice misericordioso y fiel en las cosas que miren a Dios, para expiar los pecados del pueblo. Pues por cuanto El mismo fue probado con lo (42) que padeció, por ello puede socorrer a los que son probados . Santos Padres 13. Los SANT OS PADRES, testigos verídic os de la doc trina revelada, entendieron muy bien lo que ya el apóstol San Pablo había c laramente signific ado, a saber, que el misterio del amor divino es c omo el princ ipio y el c oronamiento de la obra de la Enc arnac ión y Redenc ión. Con frec uente c laridad se lee en sus esc ritos que Jesuc risto tomó en sí una naturaleza humana perfec ta, c on un c uerpo frágil y c aduc o c omo el nuestro, para proc urarnos la salvac ión eterna, y para manifestarnos y darnos a entender, en la forma más 8 Pablo
  • 9. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón evidente, así su amor infinito c omo su amor sensible. SAN JUST INO, que parec e un ec o de la voz del Apóstol de las Gentes, esc ribe lo siguiente: Amamos y adoramos al Verbo nacido de Dios inefable y que no tiene principio: El, en verdad, se hizo hombre por nosotros para que, al hacerse partícipe de nuestras (43) dolencias, nos procurase su remedio . Y SAN BASILIO, el primero de los tres Padres de Capadoc ia, afirma que los afec tos sensibles de Cristo fueron verdaderos y al mismo tiempo santos: Aunque todos saben que el Señor poseyó los afectos naturales en confirmación de su verdadera y no fantástica encarnación, sin embargo, rechazó de sí como indignos de su (44) purísima divinidad los afectos viciosos, que manchan la pureza de nuestra vida . Igualmente, SAN JUAN CRISÓST OMO, lumbrera de la Iglesia antioquena, c onfiesa que las emoc iones sensibles de que el Señor dio muestra prueban irrec usablemente que poseyó la naturaleza humana en toda su integridad: Si no hubiera poseído nuestra (45) naturaleza, no hubiera experimentado una y más veces la tristeza . Entre los Padres latinos merec en rec uerdo los que hoy venera la Iglesia c omo máximos Doc tores. SAN AMBROSIO afirma que la unión hipostátic a es el origen natural de los afec tos y sentimientos que el Verbo de Dios enc arnado experimenté: Por lo tanto, ya que tomó el alma, tomó las pasiones del alma; pues Dios, como Dios que es, no podía turbarse (46) ni morir . En estas mismas reac c iones apoya SAN JERÓNIMO el princ ipal argumento para probar que Cristo tomó realmente la naturaleza humana: Nuestro Señor se entristeció realmente, (47) para poner de manifiesto la verdad de su naturaleza humana . Partic ularmente, SAN AGUST ÍN nota la íntima unión existente entre los sentimientos del Verbo enc amado y la finalidad de la Redenc ión humana: Jesús, el Señor, tomó estos afectos de la humana flaqueza, lo mismo que la carne de la debilidad humana, no por imposición de la necesidad, sino por conmiseración voluntaria, a fin de transformar en sí a su Cuerpo que es la Iglesia, para la que se dignó ser Cabeza; es decir, a fin de transformar a sus miembros en santos y fieles suyos; de suerte que, si a alguno de ellos le aconteciere contristarse y dolerse en las tentaciones humanas, no se juzgase por esto ajeno a su gracia, antes comprendiese que semejantes afecciones ni eran indicios de pecados, sino de la humana fragilidad; y como coro que canta después del que entona, así también su (48) Cuerpo aprendiese de su misma Cabeza a padecer . Doc trina de la Iglesia que c on mayor c onc isión y no menor fuerza testific an estos pasajes de SAN JUAN DAMASCENO: En verdad que todo Dios ha tomado todo lo que en mí es hombre, y todo se ha unido a todo para procurar la salvación de todo el hombre. De otra (49) manera no hubiera podido sanar lo que no asumió . Cristo, pues, asumió los elementos (50) todos que componen la naturaleza humana, a fin de que todos fueran santificados . Corazón físico 14. Es, sin embargo, de razón que ni los Autores sagrados ni los Padres de la Iglesia que hemos c itado y otros semejantes, aunque prueban abundantemente que Jesuc risto estuvo sujeto a los sentimientos y afec tos humanos y que por eso prec isamente tomó la naturaleza humana para proc urarnos la eterna salvac ión, no refieran expresamente dic hos afec tos a su c orazón físic amente c onsiderado, hasta hac er de él expresamente un símbolo de su amor infinito. Por más que los evangelistas y los demás esc ritores ec lesiástic os no nos desc riban direc tamente los varios efec tos que en el ritmo pulsante del Corazón de nuestro Redentor, no menos vivo y sensible que el nuestro, se debieron indudablemente a las diversas c onmoc iones y afec tos de su alma y a la ardentísima c aridad de su doble voluntad -divina y humana, sin embargo frec uentemente ponen de relieve su divino amor y todos los demás afec tos c on él relac ionados: el deseo, la alegría, la tristeza, el temor y la ira, según se manifiestan en las expresiones de su mirada, palabras y ac tos. Y princ ipalmente el 9 Pablo
  • 10. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón rostro adorable de nuestro Salvador sin duda debió aparec er c omo signo y c asi c omo espejo fidelísimo de los afec tos, que, c onmoviendo en varios modos su ánimo, a semejanza de olas que se entrec hoc an, llegaban a su Corazón santísimo y determinaban sus latidos. A la verdad, vale también a propósito de Jesuc risto c uanto el Doc tor Angélic o, amaestrado por la experienc ia, observa en materia de psic ología humana y de los fenómenos de ella derivados: La turbación de la ira repercute en los miembros externos y principalmente en aquellos en que se refleja más la influencia del corazón, como son los (51) ojos, el semblante, la lenguas . Símbolo del triple amor de Cristo 15. Luego, c on toda razón, es c onsiderado el c orazón del Verbo Enc arnado c omo signo y princ ipal símbolo del triple amor c on que el divino Redentor ama c ontinuamente al Eterno Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en El es c omún c on el Padre y el Espíritu Santo, y que sólo en El, c omo Verbo Enc arnado, se manifiesta por medio del c aduc o Y frágil velo del c uerpo humano, ya que en El habita (52) toda la plenitud de la Divinidad corporalmente . Además, el Corazón de Cristo es símbolo de la ardentísima c aridad que, infundida en su alma, c onstituye la prec iosa dote de su voluntad humana y c uyos ac tos son dirigidos e (53) iluminados por una doble y perfec tísima c ienc ia, la beatífic a y la infusa . Finalmente, y esto en modo más natural y direc to, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor sensible, pues el Cuerpo de Jesuc risto, plasmado en el seno c astísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, supera en perfec c ión, y, por ende, en c apac idad (54) perc eptiva a todos los demás c uerpos humanos . 16. Alec c ionados, pues, por los Sagrados T extos y por los Símbolos de la fe sobre la perfec ta c onsonanc ia y armonía que reina en el alma santísima de Jesuc risto y sobre c ómo El dirigió al fin de la Redenc ión las manifestac iones todas de su triple amor, podemos ya c on toda seguridad c ontemplar y venerar en el Corazón del Divino Redentor la imagen eloc uente de su c aridad y la prueba de haberse ya c umplido nuestra (55) Redenc ión, y c omo una místic a esc ala para subir al abrazo de Dios nuestro Salvador . Por eso, en las palabras, en los ac tos, en la enseñanza, en los milagros y espec ialmente en las obras que más c laramente expresan su amor hac ia nosotros- c omo la instituc ión de la divina Euc aristía, su dolorosa pasión y muerte, la benigna donac ión de su Santísima Madre, la fundac ión de la Iglesia para provec ho nuestro y, finalmente, la misión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre nosotros-, en todas estas obras, dec imos Nos, hemos de admirar otras tantas pruebas de su triple amor, y meditar los latidos de su Corazón, c on los c uales quiso medir los instantes de su terrenal peregrinac ión hasta el momento supremo, en el que, c omo atestiguan los Evangelistas, Jesús, luego de haber clamado de nuevo con gran voz, dijo: «T odo está c onsumado». E inclinando la cabeza, (56) entregó su espíritu . Sólo entonc es su Corazón se paró y dejó de latir, y su amor sensible permanec ió c omo en suspenso, hasta que, triunfando de la muerte, se levantó del sepulc ro. Después que su Cuerpo, revestido del estado de la gloria sempiterna, se unió nuevamente al alma del Divino Redentor vic torioso ya de la muerte, su Corazón sac ratísimo no ha dejado nunc a ni dejará de palpitar c on imperturbable y plác ido latido, ni c esará tampoc o de demostrar el triple amor c on que el Hijo de Dios se une a su Padre eterno y a la humanidad entera, de la que c on pleno derec ho es Cabeza místic a. III. CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS 17. Ahora, venerables hermanos, para que de estas nuestras piadosas c onsiderac iones podamos sac ar abundantes y saludables frutos, parémonos a meditar y c ontemplar brevemente la íntima partic ipac ión que el Corazón de nuestro Salvador Jesuc risto tuvo en su vida afec tiva divina y humana, durante el c urso de su vida mortal. En las páginas del 10 Pablo
  • 11. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón Evangelio, princ ipalmente, enc ontraremos la luz c on la c ual iluminados y fortalec idos podremos penetrar en el templo de este divino Corazón y admirar c on el Apóstol de las Gentes las abundantes riquezas de la gracia [de Dios] en la bondad usada con nosotros (57) por amor de Jesucristo . 18. El adorable Corazón de Jesuc risto late c on amor divino al mismo tiempo que humano desde que la Virgen María pronunc ió su Fíat, y el Verbo de Dios, c omo nota el Apóstol, al entrar en el mundo dijo: «Sac rific io y ofrenda no quisiste, pero me diste un c uerpo a propósito; holoc austos y sac rific ios por el pec ado no te agradaron. Entonc es dije: Heme aquí presente. En el princ ipio del libro se habla de mí. Quiero hac er, ¡oh Dios!, tu voluntad ... » Por esta «voluntad» hemos sido santificados mediante la «oblación del cuerpo» de (58) Jesucristo, que él ha hecho de una vez para siempre . De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfec ta armonía c on los afec tos de su voluntad humana y c on su amor divino, c uando en la c asita de Nazaret mantenía c elestiales c oloquios c on su dulc ísima Madre y c on su padre putativo, San José, al que obedec ía y c on quien c olaboraba en el fatigoso ofic io de c arpintero. Este mismo triple amor movía su Corazón en su c ontinuo peregrinar apostólic o, c uando realizaba innumerables milagros, c uando resuc itaba a los muertos o devolvía la salud a toda c lase de enfermos, c uando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias noc turnas pasadas en orac ión ante su Padre amantísimo; en fin, c uando daba enseñanzas o proponía y explic aba parábolas, espec ialmente las que más nos hablan de la miseric ordia, c omo la parábola de la drac ma perdida, la de la oveja desc arriada y la del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, c omo dic e San Gregorio Magno, se manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el Corazón de Dios en las palabras de Dios, (59) para que con más ardor suspires por los bienes eternos . Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesuc risto c uando de su boc a salían palabras inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, c uando viendo a las turbas (60) c ansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud de gentes ; y c uando, a la vista de Jerusalén, su predilec ta c iudad, destinada a una fatal ruina por su obstinac ión en el pec ado, exc lamó: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados: ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus (61) polluelos bajo las alas, y tú no lo has querido ! Su Corazón palpitó también de amor hac ia su Padre y de santa indignac ión c uando vio el c omerc io sac rílego que en el templo se hac ía, e inc repó a los vendedores c on estas palabras: Esc rito está: «Mi c asa será (62) llamada c asa de orac ión»; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones . 19. Pero partic ularmente se c onmovió de amor y de temor su Corazón c uando, ante la hora ya tan inminente de los c rudelísimos padec imientos y ante la natural repugnanc ia a (63) los dolores y a la muerte, exc lamó: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz ; vibró luego c on invic to amor y c on amargura suma c uando, ac eptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que suenan a última invitac ión de su Corazón miseric ordiosísimo al amigo que, c on ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus verdugos: Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del (64) hombre? ; en c ambio, se desbordó c on inmenso amor y profunda c ompasión c uando a las piadosas mujeres, que c ompasivas lloraban su inmerec ida c ondena al tremendo suplic io de la c ruz, les dijo así: Hijas de Jerusalén, no lloráis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco qué se (65) hará? Finalmente, c olgado ya en la c ruz el Divino Redentor, es c uando siente c ómo su Corazón se truec a en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de miseric ordia, de enc endido deseo, de serena tranquilidad, c omo se nos manifiestan c laramente en aquellas palabras tan inolvidables c omo signific ativas: Padre, perdónales, porque no saben lo que (66) (67) hacen ; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ; En verdad te digo: Hoy 11 Pablo
  • 12. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón (68) (69) estarás conmigo en el paraíso ; Tengo sed ; Padre, en tus manos encomiendo mi (70) espíritu . Eucaristía, María, Cruz 20. ¿Quién podrá dignamente desc ribir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más prec iados dones: a Sí mismo en el sac ramento de la Euc aristía, a su Madre Santísima y la partic ipac ión en el ofic io sac erdotal? Ya antes de c elebrar la última c ena c on sus disc ípulos, sólo al pensar en la instituc ión del Sac ramento de su Cuerpo y de su Sangre, c on c uya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa c onmoc ión., que manifestó a sus apóstoles c on estas palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de (71) padecer ; c onmoc ión que, sin duda, fue aún más vehemente c uando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: «Este es mi c uerpo, el c ual se da por vosotros; hac ed esto en memoria mía». Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y (72) dijo: «Este c áliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros . Con razón, pues, debe afirmarse que la divina EUCARIST ÍA, c omo sac ramento por el que El se da a los hombres y c omo sac rific io en el que El mismo c ontinuamente se inmola (73) desde el nacimiento del sol hasta su ocaso », y también el SACERDOCIO, son c larísimos dones del Sac ratísimo Corazón de Jesús. Don también muy prec ioso del Sac ratísimo Corazón es, c omo indic ábamos, la SANT ÍSIMA VIRGEN, Madre exc elsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues, justo fuese proc lamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asoc iada en la obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la grac ia. Con razón esc ribe de ella San Agustín: Evidentemente, Ella es la Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que (74) naciesen en la iglesia los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza . Al don inc ruento de Sí mismo bajo las espec ies del pan y del vino quiso Jesuc risto nuestro Salvador unir, c omo supremo testimonio de su amor infinito, el sac rific io c ruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime c aridad que él propuso a sus disc ípulos c omo meta suprema del amor c on estas palabras: -Nadie tiene amor más grande que el que da (75) su vida por sus amigos . De donde el amor de Jesuc risto, Hijo de Dios, revela en el sac rific io del Gólgota, del modo más eloc uente, el amor mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros; y así nosotros debemos dar (76) la vida por nuestros hermanos . Cierto es que nuestro Divino Redentor fue c ruc ific ado más por la interior vehemenc ia de su amor que por la violenc ia exterior de sus verdugos: su sac rific io voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a c ada uno de los hombres, (77) según la c onc isa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí . Iglesia, sacramentos 21. No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser partic ipante tan íntimo de la vida del Verbo enc arnado, y al haber sido por ello asumido c omo instrumento de la divinidad, no menos que los demás miembros de su naturaleza humana, para realizar (78) todas las obras de la grac ia y de la omnipotenc ia divina , por lo mismo es también símbolo legítimo de aquella inmensa c aridad que movió a nuestro Salvador a c elebrar, por el derramamiento de la sangre, su místic o matrimonio c on la Iglesia: Sufrió la pasión (79) Por amor a la Iglesia, que había de unir a si comoEsposa . Por lo tanto, del Corazón traspasado del Redentor nac ió la Iglesia, verdadera dispensadora de la sangre de la Redenc ión; y del mismo fluye abundantemente la grac ia de los sac ramentos que a los hijos de la Iglesia c omunic an la vida sobrenatural, c omo leemos en la sagrada Liturgia: Del Corazón abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo... Tú, que del Corazón haces 12 Pablo
  • 13. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón (80) manar la gracia . De este simbolismo, no desc onoc ido para los antiguos Padres y esc ritores ec lesiástic os, el Doc tor c omún esc ribe, hac iéndose su fiel intérprete: Del costado de Cristo brotó agua para lavar y sangre para redimir. Por eso 1a sangre es propia del sacramento de la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin embargo, tiene su fuerza para lavar en (81) virtud de la sangre de Cristo . Lo afirmado del c ostado de Cristo, herido y abierto por el soldado, ha de aplic arse a su Corazón, al c ual, sin duda, llegó el golpe de la lanza, asestado prec isamente por el soldado para c omprobar de manera c ierta la muerte de Jesuc risto. Por ello, durante el c urso de los siglos, la herida del Corazón Sac ratísimo de Jesús, muerto ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor espontáneo por el que Dios entregó a su Unigénito para la redenc ión de los hombres, y por el que Cristo nos amó a todos c on tan ardiente amor, que se inmoló a sí mismo c omo víc tima c ruenta en el Calvario: Cristo nos amó, y se ofreció a sí mismo a Dios, en oblación y hostia de olor (82) suavísimo . Ascensión 22. Después que nuestro Salvador subió al c ielo c on su c uerpo glorific ado y se sentó a la diestra de Dios Padre, no ha c esado de amar a su esposa, la Iglesia, c on aquel inflamado amor que palpita en su Corazón. Aun en la gloria del c ielo, lleva en las heridas de sus manos, de sus pies y de su c ostado los esplendentes trofeos de su triple vic toria: sobre el demonio, sobre el pec ado y sobre la muerte; lleva además en su Corazón, c omo en arc a prec iosísima, aquellos inmensos tesoros de sus méritos, fruto de su triple vic toria, que ahora distribuye c on largueza al género humano ya redimido. Esta es una verdad c onsoladora, enseñada por el Apóstol de las Gentes c uando esc ribe: Al subirse a lo alto llevó consigo cautiva a una gran multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los hombres... El que descendió, ese mismo es el que ascendió sobre todos los cielos, para (83) dar cumplimiento a todas las cosas . Pentecostés 23. La misión del Espíritu Santo a los disc ípulos es la primera y espléndida señal del espléndido amor del Salvador, después de su triunfal asc ensión a la diestra del Padre. De hec ho, pasados diez días, el Espíritu Parác lito, dado por el Padre c elestial, bajó sobre los apóstoles reunidos en el Cenác ulo, c omo Jesús mismo les había prometido en la última c ena: Yo rogaré al Padre y él os dará otro consolador para que esté con vosotros (84) eternamente . El Espíritu Parác lito, por ser el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, es enviado por ambos, bajo forma de lenguas de fuego, para infundir en el alma de los disc ípulos la abundanc ia de la c aridad divina y de los demás c arismas c elestiales. Pero esta infusión de la c aridad divina brota también del Corazón de nuestro Salvador, en el cual están encerrado todos los tesoros de la sabiduría (85) y la ciencia . Esta c aridad es, por lo tanto, don del Corazón de Jesús y de su Espíritu. A este c omún Espíritu del Padre y del Hijo se debe, en primer lugar, el nac imiento de la Iglesia y su propagac ión admirable en medio de todos los pueblos paganos, dominados hasta entonc es por la idolatría, el odio fraterno, la c orrupc ión de c ostumbres y la violenc ia. Esta divina c aridad, don prec ioc ísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los Apóstoles y a los Mártires la fortaleza para predic ar la verdad evangélic a y testimoniarla hasta c on su sangre; a los Doc tores de la Iglesia, aquel ardiente c elo por ilustrar y defender la fe c atólic a; a los Confesores, para prac tic ar las más selec tas virtudes y realizar las empresas más útiles y admirables, provec hosas a la propia santific ac ión y a la salud eterna y temporal de los prójimos; a las Vírgenes, finalmente, para renunc iar espontánea y alegremente a los goc es de los sentidos, c on tal de c onsagrarse por c ompleto al amor del c elestial Esposo. 13 Pablo
  • 14. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón A esta divina c aridad, que redunda del Corazón del Verbo enc arnado y se infunde por obra del Espíritu Santo en las almas de todos los c reyentes, el Apóstol de las Gentes entonó aquel himno de vic toria, que ensalza a la par el triunfo de Jesuc risto, Cabeza, y de los miembros de su Místic o Cuerpo sobre todo de c uanto algún modo se opone al establec imiento del Reino del amor entre los hombres: Quien podrá separarnos del amor de Cristo? La turbación?, la angustia?, el hambre?, la desnudes?, el riesgo, la persecución?, la espada?... Mas en todas estas cosas soberanamente triunfamos por obra de Aquel que nos amo. Porque seguro estoy de que ni muerte ni vida, ni angeles ni principados, ni lo presente ni lo venidero, ni poderío, ni altura, ni profundidades, ni otra alguna criatura sera capaz de separarnos del amor de Dios que se funda en Jesucristo (86) nuestro Señor . Sagrado Corazón, símbolo del amor de Cristo 24. Nada, por lo tanto, prohíbe que adoremos el razón Sac ratísimo de Jesuc risto c omo partic ipac ión y símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hac ía el género humano. Ya no está sometido a las perturbac iones de esta vida mortal; sin embargo, vive y palpita y está unido de modo indisoluble a la Persona del Verbo divino, y, en ella y por ella, a su divina voluntad. Y porque el Corazón de Cristo se desborda en amor divino y humano, y porque está lleno de los tesoros de todas las grac ias que nuestro Redentor adquirió por los méritos de su vida, padec imientos y muerte, es, sin duda, la fuente perenne de aquel amor que su Espíritu c omunic a a todos los miembros de su Cuerpo místic o. Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador en c ierto modo refleja la imagen de la divina Persona del Verbo, y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos c onsiderar no sólo el sino también, en c ierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redenc ión. Luego, c uando adoramos el Corazón de Jesuc risto, en él y por él adoramos así el amor inc reado del Verbo divino c omo su amor humano, c on todos sus demás afec tos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el Apóstol: Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin (87) mancha ni arruga ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada . Cristo ha amado a la Iglesia, y la sigue amando intensamente c on aquel triple amor de (88) que hemos hablado ; y ése es el amor que le mueve a hac erse nuestro Abogado para c onc iliarnos la grac ia y la miseric ordia del Padre, siempre vivo para interceder por (89) nosotros . La plegaria que brota de su inagotable amor, dirigida al Padre, no sufre (90) interrupc ión alguna. Como en los días de su vida en la carne , también ahora, triunfante ya en el c ielo, suplic a al Padre c on no menor efic ac ia: a Aquel que amó tanto al mundo que dio a su Unigénito Hijo, a fin de que todos cuantos eran en El no perezcan, sino que (91) tengan la vida eterna . El muestra su Corazón vivo y herido, c on un amor más ardiente que c uando, ya exánime, fue herido por la lanza del soldado romano: Por esto fue herido (92) [tu Corazón], para que por la herida visible viésemos la herida invisible del amor . Luego no puede haber duda alguna de que, ante las súplic as de tan grande Abogado hec has c on tan vehemente amor, el Padre c elestial, que no perdonó a su propio Hijo, sino (93) que lo entregó por todos nosotros , por medio de El hará desc ender siempre sobre todos los hombres la exuberante abundanc ia de sus grac ias divinas. IV. HISTORIA DEL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS 25. Hemos querido, venerables hermanos, proponer a vuestra c onsiderac ión y a la del pueblo c ristiano, en sus líneas generales, la naturaleza íntima del c ulto al CORAZÓN de Jesús, y las perennes grac ias que de él se derivan, tal c omo resaltan de su fuente primera, la revelac ión divina. Estamos persuadidos de que estas nuestras reflexiones, dic tadas por la enseñanza misma del Evangelio, han mostrado c laramente c ómo este c ulto se 14 Pablo
  • 15. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón identific a sustanc ialmente c on el c ulto al amor divino y humano del Verbo Enc arnado, y también c on el c ulto al amor mismo c on que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pec adores; porque, c omo observa el Doc tor Angélic o, el amor de las tres Personas divinas es el princ ipio y origen del misterio de la Redenc ión humana, ya que, desbordándose aquél poderosamente sobre la voluntad humana de Jesuc risto y, por lo tanto, sobre su Corazón adorable, le indujo c on un idéntic o amor a derramar (94) generosamente su Sangre para resc atarnos de la servidumbre del pec ado : Con un (95) bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias hasta que se cumpla ! Por lo demás, es persuasión nuestra que el c ulto tributado al amor de Dios y de Jesuc risto hac ia el género humano, a través del símbolo augusto del CORAZÓN traspasado del Redentor c ruc ific ado, jamás ha estado c ompletamente ausente. de la piedad de los fieles, aunque su manifestac ión c lara y su admirable difusión en toda la Iglesia se haya realizado en tiempos no muy remotos de nosotros, sobre todo después que el Señor mismo reveló este divino misterio a algunos hijos suyos, y los efigio para mensajeros y heraldos suyos, luego de haberles c olmado c on abundanc ia de dones sobrenaturales. De hec ho, siempre hubo almas espec ialmente c onsagradas a Dios que, inspiradas en los ejemplos de la exc elsa Madre de Dios, de los Apóstoles y de insignes Padres de la Iglesia, han tributado c ulto de adorac ión, de gratitud y de amor a la Humanidad santísima de Cristo y en modo espec ial a las heridas abiertas en su Cuerpo por los tormentos de la Pasión salvadora. (96) Y ¿c ómo no rec onoc er en aquellas palabras ¡Señor mío y Dios mío !, pronunc iadas por el apóstol T omás y que revelan su espontánea transformac ión de inc rédulo en fiel, una c lara profesión de fe, de adorac ión y de amor, que de la humanidad llagada del Salvador se elevaba hasta la majestad de la Persona Divina? Mas si el CORAZÓN traspasado del Redentor siempre ha llevado a los hombres a venerar su infinito amor por el género humano, porque para los c ristianos de todos los tiempos han tenido siempre valor las palabras del profeta Zac arías, que el evangelista San Juan aplic ó (97) a Jesús Cruc ific ado: Verán a Quien traspasaron , obligado es, sin embargo, rec onoc er que tan sólo poc o a poc o y progresivamente llegó ese CORAZÓN a c onstituir objeto direc to de un c ulto espec ial, c omo imagen del amor humano y divino del Verbo Enc amado. Santos, Sta. Margarita María 26. Si queremos indic ar siquiera las etapas gloriosas rec orridas por este c ulto en la historia de la piedad c ristiana, prec isa, ante todo, rec ordar los nombres de algunos de aquellos que bien se pueden c onsiderar c orno los prec ursores de esta devoc ión que, en forma privada, pero de modo gradual, c ada vez más vasto, se fue difundiendo dentro de los Institutos religiosos. Así, por ejemplo, se distinguieron por haber establec ido y promovido c ada vez más este c ulto al CORAZÓN Sac ratísimo de Jesús: San Buenaventura, San Alberto Magno, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena, el Beato Enrique Suso, San Pedro Canisio y San Franc isc o de Sales. San Juan Eudes es el autor del primer ofic io litúrgic o en honor del Sagrado CORAZÓN de Jesús, c uya fiesta solemne se c elebró por primera vez, c on el beneplác ito de muc hos Obispos de Franc ia, el 20 de oc tubre de 1672. Pero entre todos los promotores de esta exc elsa devoc ión merec e un puesto espec ial Santa Margarita María Alac oque, porque su c elo, iluminado y ayudado por el de su direc tor espiritual -el Beato Claudio de la Colombiere-, c onsiguió que este c ulto, ya tan difundido, haya alc anzado el desarrollo que hoy susc ita la admirac ión de los fieles c ristianos, y que, por sus c arac terístic as de amor y reparac ión, se distingue de todas las (98) demás formas de la piedad c ristiana . Basta esta rápida evoc ac ión de los orígenes y gradual desarrollo del c ulto del CORAZÓN de Jesús para c onvenc ernos plenamente de que su admirable c rec imiento se debe princ ipalmente al hec ho de haberse c omprobado que era en todo c onforme c on la índole 15 Pablo
  • 16. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón de la religión c ristiana, que es la religión del amor. No puede dec irse, por c onsiguiente, ni que este c ulto deba su origen a revelac iones privadas, ni c abe pensar que aparec ió de improviso en la Iglesia; brotó espontáneamente, en almas selec tas, de su fe viva y de su piedad ferviente hada la persona adorable del Redentor y hac ia aquellas sus gloriosas heridas, testimonio el más eloc uente de su amor inmenso para el espíritu c ontemplativo de los fieles. Es evidente, por lo tanto, c ómo las revelac iones de que fue favorec ida Santa Margarita María ninguna nueva verdad añadieron a la doc trina c atólic a- Su importanc ia c onsiste en que -al mostrar el Señor su CORAZÓN Sac ratísimo- de modo extraordinario y singular quiso atraer la c onsiderac ión de los hombres a la c ontemplac ión y a la venerac ión del amor tan miseric ordioso de Dios al género humano. De hec ho, mediante una manifestac ión tan exc epc ional, Jesuc risto expresamente y en repetidas vec es mostró su CORAZÓN c omo el símbolo más apto para estimular a los hombres al c onoc imiento y a la estima de su amor; y al mismo tiempo lo c onstituyó c omo señal y prenda de su miseric ordia y de su grac ia para las nec esidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos. 1765, Clemente XIII, y 1856, Pío IX 27. Además, una prueba evidente de que este c ulto nac e de las fuente-,mismas del dogma c atólic o está en el hec ho de que la aprobac ión de la fiesta litúrgic a por la Sede Apostólic a prec edió a la de los esc ritos de Santa Margarita María. En realidad, independientemente de toda revelac ión privada, y sólo ac c ediendo a los deseos de los fieles, la Sagrada Congregac ión de Ritos, por dec reto del 25 de enero de 1765, aprobado por nuestro predec esor Clemente XIII el 6 de febrero del mismo año, c onc edió a los Obispos de Polonia y a la Arc hic ofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la fac ultad de c elebrar la fiesta litúrgic a. Con este ac to quiso la Santa Sede que tomase nuevo inc remento un c ulto, ya en vigor y florec iente, c uyo fin era reavivar simbólicamente (99) el recuerdo del amor divino , que había llevado al Salvador a hac erse víc tima para expiar los pec ados de los hombres. A esta primera aprobac ión, dada en forma de privilegio Y aún limitada para determinados fines, siguió otra, a distanc ia c asi de un siglo, de importanc ia muc ho mayor y expresada en términos más solemnes. Nos referimos al dec reto de la Sagrada Congregac ión de Ritos del 23 de agosto de 1856, anteriormente menc ionado, por el c ual nuestro predec esor Pío IX, de i. m., ac ogiendo las súplic as de los Obispos de Franc ia y de c asi todo el mundo c atólic o, extendió a toda la Iglesia la fiesta del Corazón Sac ratísimo de Jesús y presc ribió (100) la forma de su c elebrac ión litúrgic a . Fec ha ésta digna de ser rec omendada al perenne rec uerdo de los fieles, pues, c omo vemos esc rito en la liturgia misma de dic ha festividad, desde entonces, el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús, semejante a un río desbordado, venciendo todos los obstáculos, se difundió por todo el mundo católico. De c uanto hemos expuesto hasta ahora aparec e evidente, venerables hermanos, que en los textos de la Sagrada Esc ritura, en la T radic ión y en la Sagrada Liturgia es donde los fieles han de enc ontrar princ ipalmente los manantiales límpidos y profundos del c ulto al Corazón Sac ratísimo de Jesús, si desean penetrar en su íntima naturaleza y sac ar de su pía meditac ión sustanc ia y alimento para su fervor religioso. Iluminada, y penetrando más íntimamente mediante esta meditac ión asidua, el alma fiel no podrá menos de llegar a aquel dulc e c onoc imiento de la c aridad de Cristo, en la c ual está la plenitud toda de la vida c ristiana, c omo, instruido por la propia experienc ia, enseña el Apóstol: Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo..., para que, según las riquezas de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu ser fortalecidos en virtud en el hombre interior, y que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, estando arraigados y cimentados en caridad; a fin de que podáis... conocer también aquel amor de Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis plenamente colmados de toda la plenitud (101) de Dios . De esta universal plenitud es prec isamente imagen muy espléndida el Corazón de Jesuc risto: plenitud de misericordia, propia del Nuevo Testamento, en el cual (102) Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor para con los hombres ; pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio 16 Pablo
  • 17. Haurietis Aquas / Sagrado Corazón (103) el mundo se salve . Culto al Corazón de Jesús, culto en espíritu y en v erdad 28. Constante persuasión de la Iglesia, maestra de verdad para los hombres, ya desde que promulgó los primeros doc umentos ofic iales relativos al c ulto del Corazón Sac ratísimo de Jesús, fue que sus elementos esenc iales, es dec ir, los ac tos de amor y de reparac ión tributados al amor infinito de Dios hac ia los hombres, lejos de estar c ontaminados de materialismo y de superstic ión, c onstituyen una norma de piedad, en la que se c umple perfec tamente aquella religión espiritual y verdadera que anunc ió el Salvador mismo a la Samaritana: Ya llega el tiempo, y ya estamos en él, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre (104) desea. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarle en espíritu y en verdad . Por lo tanto, no es justo dec ir que la c ontemplac ión del CORAZÓN físic o de Jesús impide el c ontac to más íntimo c on el amor de Dios, porque retarda el progreso del alma en la vía que c onduc e direc ta a la posesión de las más exc elsas virtudes. La Iglesia rec haza plenamente este falso misticismo al igual que, por la autoridad de nuestro predec esor Inc endio XI, de f. m., c ondenó la doc trina de quienes afirmaban: No deben (las almas de esta vía interna) hacer actos de amor a la bienaventurada Virgen, a los Santos o a la humanidad de Cristo; pues como estos objetos son sensibles, tal es también el amor hacia ellos. Ninguna criatura, ni aun la bienaventurada Virgen y los Santos, han de tener (105) asiento en nuestro CORAZÓN; porque Dios quiere ocuparlo y poseerlo solo . Los que así piensan son, natural mente, de opinión que el simbolismo del CORAZÓN de Cristo no se extiende más allá de su amor sensible y que no puede, por lo tanto, en modo alguno c onstituir un nuevo fundamento del c ulto de latría, que está reservado tan sólo a lo que es esenc ialmente divino. Ahora bien, una interpretac ión semejante del valor simbólic o de las sagradas imágenes es absolutamente falsa, porque c oarta injustamente su trasc endental signific ado. Contraria es la opinión y la enseñanza de los teólogos c atólic os, entre los c uales Santo T omás esc ribe así: A las imágenes se les tributa culto religioso, no consideradas en sí mismas, es decir, en cuanto realidades, sino en cuanto son imágenes que nos llevan hasta Dios encarnado. El movimiento del alma hacia la imagen, en cuanto es imagen, no se para en ella, sino que tiende al objeto representado por la imagen. Por consiguiente, del tributar culto religioso a las imágenes de Cristo no (106) resulta un culto de latría diverso ni una virtud de religión distinta . Por lo tanto, es en la persona misma del Verbo Enc arnado donde termina el c ulto relativo tributado a sus imágenes, sean éstas las reliquias de su ac erba Pasión, sea la imagen misma que supera a todas en valor expresivo, es dec ir, el Corazón herido de Cristo c ruc ific ado. Y así, del elemento c orpóreo -el Corazón de Jesuc risto- y de su natural simbolismo es legítimo y justo que, llevados en alas de la fe, nos elevemos no sólo a la c ontemplac ión de su amor sensible, sino más alto aún, hasta la c onsiderac ión y adorac ión de su exc elentísimo amor infundido, y, finalmente, en un vuelo sublime y dulc e a un mismo tiempo, hasta la meditac ión y adorac ión del Amor divino del Verbo Enc arnado. De hec ho, a la luz de la fe -por la c ual c reemos que en la Persona de Cristo están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina- nuestra mente se torna idónea para c onc ebir los estrec hísimos vínc ulos que existen entre el amor sensible del Corazón físic o de Jesús y su doble amor espiritual, el humano y el divino. En realidad, estos amores no se deben c onsiderar senc illamente c omo c oexistentes en la adorable Persona del Redentor divino, sino también c omo unidos entre sí por vínc ulo natural, en c uanto que al amor divino están subordinados el humano espiritual y el sensible, los c uales dos son una representac ión analógic a de aquél. No pretendemos c on esto que en el Corazón de Jesús se haya de ver y adorar la que llaman imagen formal, es dec ir, la representac ión perfec ta y absoluta de su amor divino, pues que no es posible representar adec uadamente c on ninguna imagen c riada la íntima esenc ia de este amor, pero el alma fiel, al venerar el Corazón de Jesús, adora juntamente c on la Iglesia el símbolo y c omo la huella de la Caridad divina, la c ual llegó también a amar c on el Corazón del Verbo Enc arnado al género humano, c ontaminado por tantos c rímenes. 17 Pablo