El documento resume la leyenda de Vulcano/Hefesto, el dios del fuego y los herreros en la mitología romana y griega. Explica que fue expulsado del Olimpo por Zeus y cuidado por las oceánides, donde desarrolló su oficio. Como venganza contra su madre Hera, que lo expulsó, Vulcano/Hefesto le regaló un trono mágico del que no podía levantarse. Los otros dioses le pidieron que la liberara, lo que finalmente hizo después de reconciliarse con su madre
1. La fragua de Vulcano Por: Irina Ramírez Muñoz 4ºD
2. Considerado tradicionalmente el dios del fuego y de los herreros, su origen, personalidad y atributos nos da interpretaciones diferentes. La más aceptada es aquella que hace al dios hijo de Zeus y de su esposa Hera. Sin embargo, según cuenta la leyenda, el fruto de esta unión no contribuyó al mejor entendimiento entre ambos desembocando sus discusiones en auténticos enfrentamientos. Se dice que la cojera de Hefesto le sobrevino, precisamente, por tomar partido a favor de su madre Hera en una de estas ocasiones violentas. Zeus, ciego de ira por lo que pensaba una confabulación familiar contra él, habría arrojado del Olimpo a su propio hijo, haciéndole caer en la lejana isla de Lemmos. A consecuencia de ello, Hefesto se romperá las piernas; por lo que, desde entonces, sería conocido como el “ilustre cojo de ambos pies”. Otros autores, acusan a Hera de esta expulsión y posterior caída, no a esta isla sino al Océano siendo recogido por dos oceanídes: Eurínome y Tetis. 1 En ocasiones, los dioses del Olimpo se burlaban del Hefesto a causa decojera y su desagradable aspecto. Tullido y feo, era objeto decontinua mofa. Tras su expulsión del Olimpo es recogido por las oceánides las cuales le cuidan durante nueve años instalándole la fragua, lugar de trabajo y creación de éste. Vulcano, el trabajo de un dios
3. Cuentan las crónicas que, durante más de nueve años, “el ilustre cojo de ambos pies”, permaneció en tan afamado lugar dedicado a la tarea exclusiva de satisfacer todos los deseos de sus salvadoras. Las regaló con gran variedad de presentes salidos de propia manos y realizó joyas de exclusivo diseño e incalculable valor. Sin embargo, no tuvo los mismos sentimientos hacia su madre Hera, a la cual jamás le perdonó su acción. Durante mucho tiempo buscó la forma de vengarse de ella y, por fin, dio con el instrumento adecuado de castigo: un trono. Retomando a la venganza de Hefesto a su madre, éste construyó un hermoso trono y reluciente, y tan cómodo, que incitaba a sentarse a todo aquel que lo mirara. Se lo envió como regalo a su propia madre y, ésta, al momento se sintió atraída por tan singular sillón.
4. Se sentó plácidamente, notando sus efectos relajantes. Cuando se dispuso a levantarse del mullido asiento, experimentó una tirantez que la impedía todo movimiento. Al punto comprobó que unas, hasta entonces invisibles, cadenas la cubrían por doquier y formaban como una especie de tupida red que la aprisionaba con sus mallas de metal noble. Hera ensayó todo tipo de tretas y artimañas para librarse de los efectos de semejante invento. Más de nada le sirvieron; todo su saber resultaba inútil y vano ante tan insólita situación. Ya estaba pensando en resignarse, mientras pedía ayuda a los demás dioses del Olimpo, cuando se percató que el único autor que sólo podía realizar semejante obra era Hefesto, suplicando al resto de deidades que intercedieran ante éste para liberarla de tan apretadas ataduras. Todos los intentos de las deidades fueron inútiles, ni siquiera el poderosos rayo de Zeus lograba mellar las cadenas. Nadie conocía la aleación de los metales empleados, ni las proporciones de la mezcla. Después de reunirse durante largo tiempo, los dioses del Olimpo decidieron pedir a Hefesto que regresara a la montaña idílica, de la cual había sido expulsado tiempo atrás. Pero Hefesto no aceptó la invitación de las deidades olímpicas, pues consideraba que no actuaban por propio convencimiento, sino coaccionados por la magnitud de los hechos y por el poder sobre todos ejercía el protagonista principal. Por lo demás, él sabía de las risas de éstos por su aspecto externo, por su cojera. Entonces, éstos, maquinaron un plan que alcanzaría los resultados esperados. Decidieron encargar su ejecución a Dionisos, dios del vino, quien fue a visitar a Hefesto a su colosal fragua. Este a causa del calor que allí dentro hacía, aceptó la bebida que su acompañante le ofrecía, saboreándole con fruición. Embriagado por tan delicioso liquido, acompañó en un asno a Dionisos, el cual le dirigió al lugar donde se encontraba Hera encadenada. Soltó todas las cadenas, y la diosa quedó libre de la red quedando la cadenas amontonadas en el suelo. Madre e hijo vivieron, desde entonces, reconciliados y en armonía.
5. 1630. La fragua de Vulcano. Velázquez . El tema representado por Velázquez es el inicio de la fábula. En el cuadro, se plasma el momento en que Apolo, como “Sol que todo lo ve”, da cuenta a Vulcano de la acción de Venus y Marte. Pero más tarde, el Sol se identifica con Apolo y en este cuadro el personaje tiene ese doble rostro de la poesía, con su corona de laurel, y de astro rey, que descubre lo oculto con su luz. Trabajando con Hefesto se encuentran cuatro cíclopes que se identifican con un aspecto totalmente cotidiano y humanizado, son: Brontes, Paracmón, Esterope y Emónides. Éstos están trabajando una armadura. La figura protagonista de la obra es Vulcano. En la mitología clásica, éste representaba el fracaso y la burla frente al Marte triunfador. Velázquez, que trata el tema de Vulcano, parece invertir la relación, presentando a Vulcano refugiado en su trabajo.
6. Metamorfosis de Ovidio. Libro IV En el libro de la metamorfosis de Ovidio, se cree que el Sol fue el primer dios que vio el adulterio de Venus con Marte: de hecho, él es el dios que primero ve todas las cosas. Indignado, reveló al hijo de Juno la traición y el lecho en que se consumaba. Entonces a Vulcano se le nubló el sentido y se le cayó de las manos lo que estaba trabajando en la fragua. Pero enseguida reaccionó y fabricó sutiles cadenas, redes y lazos de bronce: ni el hilo más fino, ni las telarañas que penden de los techos habrían podido superar su obra. Los preparó para que se soltaran con el mas leve movimiento, y los dispuso convenientemente alrededor de la cama. Cuando la esposa y el adúltero unieron sus cuerpos en el lecho quedaron atrapados, inmovilizados en su abrazo, entre las cadenas de nueva invención que el esposo había fabricado. Al punto el dios de Lemnos abrió las puertas de marfil e hizo entrar a los dioses: los dos yacían entrelazados en una posición vergonzosa, y alguno de los dioses más joviales comentó que no le habría importado sentir tal vergüenza. Todos los dioses rieron, y durante mucho tiempo la anécdota corrió en boca de todos por todo el cielo.