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Bases para el desarrollo de una teoría integral sobre
      la naturaleza, origen y evolución de las agrupaciones
               humanas y las instituciones sociales

                            Filemón G. B. Alba Posse
                                PALABRAS PREVIAS

       Antes del fin he creído necesario dar a conocer por la red global estos apuntes o
borradores que mi padre escribió hace más de sesenta años, en el entendimiento de que
algunas de sus conclusiones –a mi criterio muy novedosas ya para entonces- podrían
llegar a ser motivo de mayor análisis en caso de existir interés por parte de quienes
abrevan en los meandros de la ciencias sociales.

        Contaba yo diecinueve años cuando ocurrió su fallecimiento y de improviso tuve
que vérmelas con una existencia plagada de obligaciones acuciantes que desconocía,
para colmo sin contar con una base sólida para enfrentarlas adecuadamente.
Transcurrió desde entonces mucho tiempo y con él mi propia vida. Pero quedó en mi
ánimo el deseo de revisar aquellos manuscritos de los que siempre me hablaba muy
apasionadamente sin llegar yo a comprender con claridad de qué trataban en
definitiva.

        El día en que me armé de valor para explorarlos me encontré con una madeja
casi inextricable de anotaciones, citas y pensamientos, algunas veces fragmentaria o
esquemáticamente expuestos a través de decenas de carillas, algunas semiborradas,o
ilegibles por el tipo de escritura utilizada –a lápiz- y otras aun inconclusas.

        Fue así que tras un extenso y laborioso proceso de depuración y enlace de cada
uno de los tópicos básicos expuestos y, aparte naturalmente de las indispensables
aclaraciones, correcciones, supresiones y transposiciones que debieron sufrir los
textos originales –que aún conservo- el resultado, estimo, resultó claro y accesible al
entendimiento. Muchos años más tarde alcancé a conformar una recopilación más
ordenada que sólo alcancé a distribuir entre mis amistades más cercanas, la misma que
hoy doy a conocer vía Internet y que refleja exactamente el estado de evolución en que
se hallaban sus textos cuando la muerte lo sorprendió en el año 1941.

       Gracias y espero comentarios para exaltar sus méritos o descubrir tal vez sus
desaciertos.

                                                   El compilador

24.12.2011
2


                                       Prólogo
       Desde comienzos de la primera guerra mundial y como constituyendo un
paradójico mentís hacia aquellas bases ideales de convivencia nacidas bajo el signo de
la revolución francesa de 1789 –supuestas desde aquel entonces, como permanentes e
invariables, la realidad de los acontecimientos sociales viene señalando con claridad
meridiana, y con mayor vehemencia cada vez, que la humanidad ha retomado el trillado
derrotero de las eternas desavenencias y de sus cruentas luchas para dirimirlas.

        Después de permanecer aferrado durante más de una centuria a la creencia de
haber dado por fin con la solución tan larga y ansiadamente esperada para lograr su
perenne felicidad y bienestar, la desazón se ha adueñado nuevamente del espíritu del
mundo. El hombre, confundido perplejo, advierte con estupor que aquellos valores que
consideró materia esencial de la denominada civilización moderna, no han pasado de
constituir un espejismo, pues hoy, frente al nuevo acontecer social su naturaleza va día
tras día diluyéndose y careciendo de sentido.

       Como manifestación ostensible de la transformación de los principios y normas
con cuya aplicación se creyó haber dado por tierra con todas las sinrazones que
atentaban contra el libre accionar individual, se evidencia, en primer término, una
corriente de carácter general caracterizada por la intromisión enérgica del estado en la
vida de sus integrantes, injerencia que se sintetiza en la concentración de funciones y en
la dirección y regulación de actividades que implicaban anteriormente privilegios y
facultades casi de exclusivo resorte de aquéllos.

        Ese estado de libertad de desenvolvimiento del hombre, cuya consolidación
parecía haberse logrado para siempre tras batallar por él desde tiempos inmemoriales,
vuelve a verse restringido y coartado con intensidades que alcanzan, según los
diferentes países, desde moderadas aunque ininterrumpidas delimitaciones, hasta tan
drásticas y violentas –con la consiguiente y proporcional modificación de sus
instituciones sociales, políticas, jurídicas y económicas- que dieron y están dando lugar
a extraordinarias convulsiones de orden interno que alcanzan también repercusión
extraterritorial.

       Y allí, en el plano de las relaciones externas, podemos apreciar otro proceso
íntimamente vinculado al anterior, polarizado por dos tendencias fundamentales, que
divide a la humanidad en campos partidarios extremos. Por una parte se aspira a lo
nacional, a una especie de concentración de los grupos sociales, en tanto que,
simultáneamente, existe una intensa oposición hacia esta acción, dirigida, en un caso,
hacia lo individual y, en otro, hacia lo interestatal. Vale decir, o bien respondiendo al
régimen democrático liberal o bien a la ideología de un comunismo internacional.

        Esta divergencia trascendental en el campo social y político de la humanidad,
con sus consecuencias inmediatas derivadas –cada conjunto mundial y aun cada país,
trata de imponer su propio sistema de conducción por considerarlo la palabra definitiva
en materia de convivencia-, unida a una extrema dificultad en la circulación de valores y
a un estado creciente de discordia por la posesión de determinados territorios y
mercados económicos, nos muestra, a grandes rasgos, la situación por la que atraviesan
actualmente los pueblos de la tierra, acerca de la cual mucho se ha escrito y hablado,
sobre todo en los últimos tiempos.
3

       Pero han sido y continúan siendo tan contradictorios los juicios emitidos sobre
las presuntas causas del problema, que su consideración sólo puede llevarnos a un
estado de total desconcierto: desequilibrios ocasionados por las guerras,
superproducción del maquinismo, desorbitación de las masas, trastrocamiento de
sentimientos, lucha por principios que exigen una igualación de derechos para todos los
seres humanos, ambición desmedida de gobernantes, ansias de dictadura y tiranía,
reacción del capitalismo –la enumeración se haría interminable- constituyen solamente
algunos de los múltiples motivos a los cuales se condena en cada caso, como factores
determinantes y únicos de la desarmonía mundial.

        Un imperioso afán de dilucidar la razón de esta crisis general que aparece
conmoviendo los cimientos mismos de las instituciones de los pueblos, me llevó a
presuponer que la realidad del problema debía poseer un relieve mucho más intrincado
y complejo del que simplemente se le asignaba y perseguir este desequilibrio social,
objetivos de naturaleza seguramente aun desconocidos. No me era posible admitir que
la sola voluntad de los hombres constituyera el fundamento exclusivo de sucesos que
afectaban –y al fin y a la postre han afectado desde siempre- el decurso de la
humanidad.

        En este orden de ideas me aboqué a la tarea de realizar un análisis exhaustivo de
todas las actividades de la existencia, desde las puramente físicas hasta las estrictamente
biológicas, que me significó el medio de conexión necesario para conformar este ensayo
–base para la formulación de una teoría de carácter integral en la materia- a la que
califico de eminentemente científico en el sentido de no figurar en él ningún concepto
que pudiera llegar a entenderse como una especulación metafísica (1).

       Por sus fundamentos, en síntesis, se intentará demostrar:

        a) Que la actividad del universo, desde al microcosmo al macrocosmo, desde lo
atómico a lo sideral, desde lo denominado inerte hasta lo biológico en su acepción más
amplia, se encuentra sometida, dentro de un grado de extrema o mínima complejidad, a
una sola ley fundamental. O dicho en otras palabras, que cada una de las
manifestaciones de la naturaleza –cósmicas, físicas, químicas, biológicas, sociales,
etcétera- representan la traducción, en su plano respectivo, de un único proceso general
en el que todas ellas aparecen en permanente vinculación a través del espacio y del
tiempo.

        b) Que, por lo tanto, el origen, naturaleza y transformación de las instituciones
sociales que se presentan a nuestra percepción directa con las denominaciones de
sociedad, estado, derecho, clases sociales y políticas y el de las tendencias, conceptos y
principios de justicia, moral, ética, libertad, igualdad, etc., así como la evolución interna
y externa de los pueblos reflejados en sus períodos económicos y sociales de
prosperidad y bienestar o de depresión crisis o reacciones revolucionarias y, en fin, las
contiendas bélicas de país a país y las de tipo internacional, implican solamente
distintos aspectos o facetas de manifestarse aquella ley.
__________
 (1) Las conclusiones a las que se arriba no tienen el carácter de premisas de las cuales
se deducen consecuencias –ello significaría realizar un estudio sólo sobre bases
dialécticas-, sino que aparecen con el fin de ser utilizadas nada más que como elementos
de comparación, correlación y análisis con los temas que posteriormente se desarrollan.
4

        c) Que el ser humano se encuentra en una condición tal de relatividad frente al
momento en que desenvuelve su existencia, que debe desecharse por imposible la
creencia de una ideal felicidad futura. Y, en consecuencia, que lo que entendemos por
civilización y progreso no entraña para él significación alguna, puesto que representa
tan solo un estado de evolución similar, en su correspondencia, con el medio en que
actúa, a la alcanzada tanto por las generaciones pasadas y presentes como venideras (2).

        El presente análisis ha sido encarado desde un punto de vista estrictamente
material. Por ello, no constituye en él tema de discusión, ni obsta a sus conclusiones, la
inexistencia o la existencia de una causa suprema, punto de partida y finalidad de la
vida, ni tampoco que en el ser pueda o no residir un yo inmortal, consecuencia de
aquélla.

        Lo que se intentará demostrar es que ya sea el hombre una duplicidad de espíritu
y materia, o solamente esta última, se encuentra sujeto, como forma corpórea, al
proceso biológico del conglomerado que integra. Y que, por lo tanto, la totalidad de las
manifestaciones sociales a las que asiste y que le son propias, representan diferentes
aspectos de ese proceso, en tanto que los principios y tendencias que experimenta
significan la expresión de sus imperativos que pugnan por cumplir su finalidad en
interdependencia con las exigencias del grupo social que, a su vez, lucha por su
supervivencia.

       Lo expresado apunta claramente a que en el caso de tener que reducir los afanes
y esperanzas del hombre al minúsculo radio de acción de su tránsito terreno, esto es, de
no existir un más allá y un Dios y carecer, por consecuencia, de responsabilidad frente a
Él –lo que personalmente me resisto tenazmente a admitir- deberíamos entonces
entendernos exclusivamente con los átomos, las células y sus transformaciones
materiales.

       Si en razón de las circunstancias señaladas, pudiera este ensayo contrariar o herir
ideologías –él no responde a ninguna- o llevar el pesimismo a quienes suponen todavía
la posibilidad de lograr un estado permanente de bienestar basado en la concordia
universal, sólo debe culparse a la inexorabilidad de la propia existencia.

       Sin embargo se estima que es preferible afrontar la realidad antes que confiarse a
suposiciones erróneas, motivo solo de mayores desorientaciones y perjuicios. De
conocerse la auténtica naturaleza de los fenómenos sociales humanos, tal vez en cierto
modo podrían los dirigentes de los pueblos –quienes por lo general, captan más rápida y
fácilmente las corrientes biológicas por una mayor capacitación natural-, intentar la
búsqueda de la nivelación interna y externa necesaria para una mejor convivencia, con
menor sufrimiento para los individuos. Aunque, claro está, dentro de un estado y exten-
__________
(2) Esta afirmación no constituye obstáculo alguno para admitir que en determinadas
circunstancias, los seres humanos hayan podido o puedan obtener beneficios con
relación al espacio y al tiempo en que habitan.
       Lo que resulta totalmente imposible, como habrá de demostrarse, es que exista
un perpetuo ascenso con respecto a su felicidad y bienestar a través de las edades, no
sólo por la transformación ininterrumpida de los medios, sino también por la
permanente variación biológica del hombre en su forzosa y continua adaptación a esas
cambiantes fisonomías.
5

sión muy relativos puesto que -ya se podrán apreciar las causas- los desequilibrios
sociales, no obstante la voluntad de los hombres, emergen ineludiblemente en razón de
necesidades que enmarcan exigencias vitales, tanto para ellos como para los países. Y
de allí entonces las permanentes luchas en procurar de satisfacerlas, alternativa e
ininterrumpidamente, a través del misterio incognoscible de la vida.

       En ese sentido y con ese alcance tan estrictamente limitado, podría quizás este
ensayo resultar de alguna utilidad para la humanidad de nuestros tiempos.



                                      ********
6



                             Un factor inadvertido
        Cuando me aboqué a la tarea de encontrar una explicación integral a la
existencia y desenvolvimiento del proceso social de la humanidad, comencé por
advertir, como punto de partida, que todos quienes hasta el presente habían tratado de
dilucidad su naturaleza intrínseca, olvidaron tomar en cuenta para ello la actividad de un
elemento de fundamental importancia, exclusión que debe haber obedecido a la
costumbre llevada hasta el exceso de dividir, clasificar y considerar aisladamente los
fenómenos de convivencia del hombre.

        Este procedimiento que sin duda resulta muy beneficioso en otros órdenes del
saber humano ha dado lugar a una situación anárquica en el conocimiento de las
disciplinas sociales, económicas, jurídicas y políticas, puesto que los estudios realizados
acerca de cada una de estas manifestaciones ha sido encarado con un criterio
estrictamente parcial y desvinculando totalmente los procesos, unos de otros.

        De esta suerte, entiendo que todas las concepciones existentes sobre las
instituciones sociales adolecen de unilateralidad. Al contemplar las bases iniciales de
cada teoría se advierte que o bien se tomó para el análisis uno cualquiera de los
fenómenos como fundamento central respecto del cual los demás representaron solo
formas adjetivas, o bien partiendo de una causa inmanente se dejó de establecer la
necesaria correlación con las manifestaciones concretas. O, por el contrario, basándose
en la apreciación directa de estas últimas, no se aportó la indispensable correlación con
las primeras. O, en fin, otras fueron creadas bajo la sugestión e influjo del medio y el
tiempo en que actuaron sus autores o también con la deliberada intención de propender
al sostenimiento o modificación de determinadas situaciones sociales.

       Empero, estimo que el error más decisivo cometido hasta el presente ha sido
considerar al ser humano como base primordial del desenvolvimiento de las sociedades,
desentendiéndose por completo del grupo social. Se ha girado permanentemente el
estudio alrededor del individuo y de sus agrupaciones estratificadas en clases y
divididas en pueblos. O, en ocasiones, se ha procedido a la inversa, es decir, tomando al
grupo social como punto fundamental de referencia pero dejando de lado el factor
individual.

       Encarado el análisis del proceso social de la humanidad sobre tales bases, no
puede instruirnos sino de hechos que aparecen indescifrables en cuanto su verdadera
razón de existencia. Es así que las conclusiones que de ellas emergen y que aparecen
como valederas, lo son tan sólo sobre aspectos parciales del problema y exclusivamente
dentro de un lapso determinado, En resumen, además de carecer de integralidad se
encuentran sujetas a las modificaciones que emergen de los tiempos históricos.

        La verdad, a mi juicio, es que el individuo, como contenido material, no
constituye sino uno de los elementos del proceso. El otro –y éste es en resumen el factor
al que deseamos referirnos- es el denominado especie humana, magnitud que si bien ha
sido aplicada a problemas propiamente biológicos y en cierto modo a determinados
aspectos sociológicos, nunca se contempló en vinculación integral con las formas de
convivencia y menos aún como uno de sus extremos determinantes.
7

      Debe entenderse claramente que al hablar de especie humana no nos referimos
de ninguna manera al solo conjunto o sociedad de individuos en general como
comúnmente expresa el concepto, sino a la especie constituida por dos individuos
sexuados diferentemente, es decir, como forma, como sistema biológico.

       La especie humana, así considerada, se encuentra entonces representada en cada
uno de los grupos sociales que habitan la tierra o es ella misma en definitiva. Y, según
veremos, implica su existencia una realidad análoga a la del propio individuo puesto
que, como él, posee imperativos biológicos cuya actividad engendra corrientes sociales
interdependientes con las suyas, en defensa de las cuales lo sacrifica en ocasiones a fin
de mantener su equilibrio como sistema y proseguir su evolución de naturaleza
desconocida, si es que existe una finalidad para ella, como para las demás especies del
universo.

       Dando entrada a este elemento la historia de los pueblos adquiere un sentido
preciso; una explicación clara en cuanto a su auténtica naturaleza, sus instituciones
sociales, económicas, jurídicas y políticas y los principios y tendencias fundamentales
del hombre como la libertad, la igualdad y la justicia su verdadero significado y
contenido.


                                       ********
8


                                PRIMERA PARTE

       La actividad fisicocósmica y el pensamiento humano

                                      Capítulo I

                       Realidad de nuestro conocimiento
       Las investigaciones y experiencias actuales en las ciencias fisicoquímicas y
biológicas han llegado a comprobar insospechadas manifestaciones de la materia que
nos permiten una visión totalmente distinta de aquella que antiguamente teníamos
establecida acerca de la actividad del universo y de los cuerpos y seres existentes en
nuestro planeta.

       Tales innovaciones han perfeccionado indudablemente el conocimiento humano,
pero cabe preguntarse si son suficientemente precisas como para poder fundamentar
sobre ellas una concepción integral acerca de la naturaleza, evolución y
desenvolvimiento de los grupos sociales y sus instituciones.

        Para responder a esta pregunta resulta menester plantearnos previamente si ese
conocimiento traduce o no la realidad en sí, la realidad objetiva de lo existencia.
Dilucidar este concepto es de fundamental importancia ya que quienes sostienen que el
conocimiento es únicamente subjetivo pueden argüir que resulta incapaz, por tanto, de
resultar de utilidad, amén de las críticas que podrían formular respecto de la
insuficiencia de los medios de investigación.

        Pero si el conocimiento –aun en el caso de ser solamente subjetivo- constituye
para el ser que capta y percibe una realidad absoluta, la eventual objeción perdería su
valor y sería innecesario, asimismo, discutir si llega o no hasta el individuo la realidad
en sí de lo existente.

       Partamos, a guisa de ejemplo, del supuesto de la subjetividad del conocimiento.
Debe advertirse que en este caso ya llegue el mundo de los fenómenos a nuestro yo por
conducto de lo que se denominan los sentidos o bien a través de técnicas científicas,
siempre será subjetivo el conocimiento. Quien percibe en ambos casos es el yo y el
único efecto de tales mecanismos consiste sólo en ampliar su capacidad de percepción.
Cuando se observa por intermedio de una lupa, se lo hace con nuestros ojos y no con
otros de modo que nuestra visión traducirá la realidad siempre subjetivamente. Se
produce así una gama mayor de percepción subjetiva.

       Pero esa percepción, ese conocimiento directo o indirecto constituye una
realidad absoluta para el hombre. Si percibe la luz como un elemento que le permite
distinguir los objetos o –por medio de un dispositivo- como una lluvia de fotones, o si
contempla el agua clara y limpia y, luego, utilizando un microscopio la advierte plena
de gérmenes, en ambos casos continuará teniendo un conocimiento subjetivo de la
realidad en sí. Pero para su yo y con relación a su propia existencia, cualquiera fuese la
realidad objetiva que no puede percibir, ese conocimiento constituye una realidad
absoluta. En el primer caso, ha visto los objetos y se ha determinado para algo o, en
virtud de la observación científica creó un nuevo mecanismo para utilizar el fenómeno
9

luminoso. Y, en el segundo, bebió el agua aparentemente saludable con sus fatales
consecuencias o, por el contrario, se abstuvo de hacerlo ante la comprobación de su
error.
        ¿Podría acaso negarse que este conocimiento, a pesar de que fuera subjetivo,
constituye una realidad absoluta para el individuo humano? ¿Qué significado tendría
para él la realidad en sí, si la realidad subjetiva puede llegar a determinar sus actos y,
con ellos, su vida o su muerte? Si no le es posible captar y percibir otra realidad que la
subjetiva, pero ésta llega a incidir hasta en su propia vida, representa sin duda su
realidad absoluta. De modo que poco importa al ser que la realidad que percibe
implique la realidad en sí o simplemente su expresión subjetiva, porque en ambos
casos, constituirá su realidad absoluta.

       Toda percepción de la realidad es, a mi juicio, subjetiva. El mundo varía según
quien capta y percibe y como el yo de cada ser es distinto, esta diferencia produce
también sensaciones desiguales con respecto a una misma realidad objetiva. El pez
capta y percibe el medio líquido en forma tan distinta del ave, por ejemplo, que donde
uno existe el otro muere, y no percibe un hecho exterior y reacciona en idéntica forma
un hombre o un gusano porque el yo percibe y reacciona según sus propias
características. Existen animales ciegos por naturaleza para quienes las radiaciones
luminosas o no tienen sentido o si las captan ha de ser de manera muy distinta a la
percepción general.

        Se percibe, se capta, se siente y se reacciona conformando un proceso único; es
el mismo yo quien en primer término siente y, por último, reacciona. De modo que la
sensación y reacción en el medio se encuentra condicionada el modo de percibir y el
modo de percibir a la propia contextura condición individual. Ello, sin perjuicio de que
pueda existir un promedio más o menos similar de percepción y reacción en cada
especie animal y aun en cada raza y, en el plano humano, muchas veces según cada
clase social por razones que se analizan más adelante.

        En síntesis, vemos que el mundo exterior puede ser percibido en distinta forma
y, por lo tanto, producir sensaciones también diferentes. De allí resulta la subjetividad
de la percepción: a distinta captación del mundo según cada característica individual,
corresponde una reacción correlativa.

        Y en el orden afectivo, moral o intelectual del hombre, se opera idéntico
proceso. No todos reaccionan ante un hecho de manera similar; por el contrario, ello es
sumamente variable y se encuentra condicionado a la raza, el sexo, la educación, la
salud, la edad y otros factores.

        Hasta la percepción por la mente de nuestro proceso biológico es totalmente
subjetiva. Funcionamos internamente como individuos, ajenos a nuestro propio intelecto
y sin saber por qué. Y si en el futuro la ciencia llegara a descubrir más profundamente
el móvil que impulsa nuestro maravilloso mecanismo, como las investigaciones se
llevarían a cabo por medio de instrumentos, métodos y análisis concebidos y
materializados mediante la vista, el, gusto, el tacto, el oído y el olfato del hombre, tal
adelanto significaría sólo poseer un conocimiento más minucioso e íntimo de esa
realidad subjetiva.
10

        Queda claro entonces que toda percepción sobre lo existente, sea directa o
indirecta, es decir, través de la experiencia o de los medios científicos, es
eminentemente subjetiva como, asimismo, que si la realidad pudiera ser otra jamás
llegaríamos a alcanzar su verdadero conocimiento. Y también resulta inobjetable que a)
esa circunstancia no obsta de manera alguna a que tal percepción constituye una
realidad absoluta para nuestro yo, y b) que, en base a ella podamos explicarnos el
mundo de los fenómenos con relación a nuestra propia existencia.

       Por otra parte, cabe destacar que nuestro conocimiento no se origina únicamente
en la sensación producida por la percepción y captación. Esa es sólo una manera de
producirse; la otra, se encuentra en el contenido individual, en el pasado que también
percibió y sintió y que se actualiza en cada nuevo ser.

       No se debe olvidar que somos individuos constitutivos de una especie,
originados, por lo tanto, en otros individuos anteriores y que aparecemos en el escenario
de la vida con variadísimos antecedentes –forma, tamaño, fuerza, color, tendencias,
receptibilidad, etcétera- que conforman nuestras propias condiciones y características.

        Por eso tenemos un conocimiento intuitivo –por supuesto igualmente subjetivo-
de la realidad en sí, porque el pasado también captó subjetivamente, pero conocimiento
sin necesidad de percepción previa. No se necesita haber percibido y sentido con
anterioridad para tender a buscar el equilibrio ante el peligro de una caída, para eludir
un obstáculo para echarse atrás frente al vacío, para amamantarse el recién nacido, para
amar, para temer, para ser naturalmente sensible o frío, sociable o áspero, valiente o
cobarde.

        Las características originadas en la herencia se polarizan en la subconciencia del
nuevo individuo quien, al comenzar a actuar en el medio, irá modelando y desarrollando
su conciencia, esto es, adaptando y modificando su inconciente dentro de los extremos
que aquél le vaya exigiendo. La conciencia no es más que la traducción paulatina de la
subconciencia, aumentada, disminuida o modificada por las nuevas experiencias y por
la transformación que sufre el contenido individual a través del medioambiente. Ese
complejo es lo que constituye el yo.

        La subconciencia constituye, por tanto, un saber innato, un saber sin
conocimiento, un conocer integrado con las magnitudes de todo orden trasmitidas por
las generaciones anteriores a través de la herencia. Por eso ha podido hablarse de ideas
innatas y, por lo tanto, constituye un error suponer que todo conocimiento nace
únicamente de la sensación originada en la percepción y captación. El ser no es una
tabla rasa antes de la impresión producida por el mundo exterior.

       Esta dualidad en la que se origina el conocimiento –condiciones trasmitidas por
el acervo del pasado y nuevas percepciones y sensaciones del individuo en el medio-
nos permite, desde ya, apreciar la naturaleza de ciertos fenómenos sociales
aparentemente de difícil entendimiento. Poe ejemplo, las tendencias colectivas de
orientación, un sentir similar general, reacciones uniformes, extremos que se relacionan
simplemente con la conciencia o se justifican en motivos circunstanciales, tienen raíces
más profundas. El conocimiento procedente de la percepción y sensación es más
individual y diferenciado por motivos de educación y de interacción con el medio, en
11

tanto que el procedente de la herencia, es más uniforme, por cuanto se refiere a aquellas
modalidades y necesidades que son propias o particulares de cada especie.

       Existen así en cada individuo dos maneras de reaccionar a causa de su
individualidad: una, en razón de su origen y otra en virtud de su propia experiencia. La
primera subconsciente o inconsciente y la segunda, obedeciendo a la conciencia que se
conformando en el medio.

        Por esta razón es que podemos encontrar en los grupos sociales de mayor unidad
étnica, un sentir general mayormente uniforme, ideales comunes, reacciones similares y
concepciones relativamente parecidas de la bondad, la maldad, la belleza o la fealdad,
por ejemplo, sin perjuicio de las distintas variantes que puedan existir en cada unidad
personal a raíz de un origen diferente o de distinta educación o ilustración o aun en
razón de deficiencias biológicas que trastornan su individualidad.

        Sentados estos principios sobre la realidad de nuestro conocimiento, se está
ahora en condiciones de afirmar, en respuesta al primer planteo, que las ciencias físicas
y biológicas de nuestro tiempo, con sus innumerables hallazgos que están
revolucionando el medio en que se desenvuelve nuestra civilización representan una
fuente exhaustiva como para fundamentar en ellas una teoría integral sobre las
sociedades, valedera, eso sí, sólo dentro del ámbito del saber humano. Sus conclusiones
que día tras día abren nuevos horizontes para la comprensión de problemas que
anteriormente aparecían como insolubles, nos otorgan un conocimiento más preciso y
profundo del mundo de los fenómenos, conocimiento que, aun en el caso de ser
puramente subjetivo de la realidad en sí, constituye una realidad absoluta para nosotros.

       Por otra parte, el enfoque general que conforma este ensayo ratifica la tesis
expuesta. Mal podría entrañar un equívoco la demostración indubitable, como habrá de
comprobarse, de que todas las manifestaciones existenciales, tanto físicas y biológicas
como sociales, se hallan regidas por idénticos principios y por una actividad única y
fundamental que adopta diferentes características según su grado de complejidad.



                                       ********
12


                                       Capítulo II

          Breve comentario acerca de las teorías existentes
           sobre la constitución y actividad del universo


       Desde las primeras épocas de que tenemos conocimiento histórico, el misterio de
la constitución y actividad del universo fue materia de permanente preocupación y
estudio por parte del hombre, quien trató de hallarle explicación a través de las más
diversas teorías y suposiciones.

        Pero recién en los últimos tiempos y, sobre todo en la actualidad, la ciencia ha
llegado a desentrañar en cierta parte los misterios de la materia lo que ha permitido la
utilización de múltiples fuerzas naturales y la formulación de principios-leyes que nos
acercan a una realidad –si bien, quizá, igualmente subjetiva- mucho más profunda de la
que teníamos antiguamente forjada.

       Las teorías que pueden considerarse verdaderamente científicas se han
desarrollado en dos grandes períodos: el denominado de la Física Clásica, que se
vincula con la concepción mecanicista de la materia y el actual, el de la Física Moderna.
De la una a la otra se ha recorrido un extenso camino a través de extraordinarias e
innumerables investigaciones.

       Las conclusiones a que ambas arribaron pueden sintetizarse, en muy groseros
lineamientos, según se expone seguidamente.


FÍSICA CLÁSICA
       Para esta teoría la materia –sustancia sólida, líquida o gaseosa- se encontraba
compuesta por un conjunto de diminutos corpúsculos –los átomos-, dotados de
características especiales, tales como indivisibilidad, indestructibilidad e inalterabilidad,
cuyas diversas agrupaciones daban lugar a la formación de moléculas y éstas, a su vez,
según sus respectivas proporciones a la de los cuerpos llamados simples y compuestos.

        Con el propósito de aclarar satisfactoriamente el origen de diversos fenómenos
de difícil concepción la Física Clásica debió caer ineludiblemente en el terreno de las
suposiciones. Así, por ejemplo, para explicar la actuación de ciertas manifestaciones
ópticas y luminosas a través del espacio se vio en la necesidad de imaginar que ese
espacio no constituía un vacío, sino que –por el contrario- lo ocupaba un fluido de valor
imponderable que denominó el éter. Y también con el fin de encontrar alguna
explicación a la actividad de la materia, así como supuso el éter, creó otra sustancia,
también de existencia ideal, a la que llamó energía.

         Establecían así las leyes de la física mecanicista que de una vinculación, de
naturaleza poco menos que indescifrable, entre la materia y la energía, se originaban
fuerzas de atracción y repulsión –centrípetas centrífugas- cuya actividad daba lugar a
los distintos fenómenos de la naturaleza.
13

       La teoría clásica con consideró a la materia integrada por partículas inalterables,
desentendiéndose totalmente de su estructura interna. Y a efectos de permitir la
actuación de unas sobre otras, admitió que existían centros de fuerza atraídos y
repelidos mutuamente a distancia, sin que el tiempo, que solamente era para ella una
sucesión de intervalos, interviniera para nada en la formulación de sus intensidades.

       Y, por último, establecía la tridimensionalidad espacial. A su juicio, el mundo de
los fenómenos se producía en el espacio donde la materia se hallaba en actividad por la
acción de la energía y a través del tiempo.

       Al partir de la premisa de acción a distancia y de la de que los cuerpos que no se
encuentran bajo la acción de ninguna fuerza, se mueven en línea recta y con velocidad
uniforme –inercia-(3), se estableció que todo suceso se encontraba determinado por otro
precedente.

       Quedó así concebido el universo como un inmenso mecanismo regulado a
semejanza de un maquinaria de relojería, cuyo desenvolvimiento, por tanto, se
encontraba inexorablemente determinado y era factible de describirse por figuras y
movimientos de sus partículas que se desplazaban matemáticamente por intermedio de
acciones y reacciones. De esta manera quedaba sentado el principio de causalidad, la
relación directa de causa a efecto, el determinismo físico y una finalidad prevista en la
evolución del universo.

        De acuerdo con estas conclusiones –fuerzas que se desplazan matemáticamente
en el espacio tridimensional- la Física Clásica intentó explicar todas las propiedades y
fenómenos de la materia. Y así fue como, efectivamente, quedaron aclarados multitud
de ellos, entre otros, de notable trascendencia, el movimiento de los astros y la
gravitación universal. Y también en su base se formularon principios-leyes sobre la
capilaridad, la cinética de los gases, las presiones de los líquidos y muchos otros que
dieron lugar al descubrimiento de los mecanismos y aparatología que, de un siglo a esta
parte transformaron la vida y las relaciones de las sociedades humanas.

        Pero no obstante estos éxitos, el punto de vista mecánico tropezó con
dificultades insuperables cuando intentó explicar, por medio de los principios que había
enunciado, cierta clase de manifestaciones electromagnéticas, fotoeléctricas, luminosas
y calóricas. En efecto, dentro de la escala astronómica y de los fenómenos relativos a la
humana las reglas y normas enunciadas que, tanto experimental como prácticamente,
resultaron verdaderas y aplicables, cuando se las intentó trasladar al universo atómico
-entrevisto por los renovadores de la física- se advirtió con sorpresa que no concordaba
en él de manera alguna la descripción mecanicista.

        ¿Cómo podía explicarse tal contradicción? Para llegar a una respuesta, resultaba
imprescindible volver a analizar la actividad de lo existente de acuerdo con los
principios enunciados por la física moderna.
__________
(3) Se entiende por inercia la propiedad inherente a la materia de no cambiar por si
misma ni su estado de reposo ni el movimiento, propiedad opuesta a la espontaneidad o
libre arbitrio. En ella se funda tanto la Cinemática como la Mecánica. Por no influir la
materia en su modo de estar, de conocerse las condiciones externas, puede determinarse
su trayectoria.
14


Física Moderna
        El panorama de la física y la química de la actualidad ha variado
fundamentalmente merced a las numerosas investigaciones de destacados hombres de
ciencia.
        En efecto, Ernst Rutherford, Jerry Wilson y Niels Böhr (4), entre otros, han
dejado abierto un campo insospechado con sus nuevos conceptos sobre la
constitución del átomo. Las conclusiones de Fitz Gerald sobre las propiedades de la
materia y los fundamentos de Hermann Minkowski y Albert Einstein permiten tener
una visión más cercana a la realidad acerca de la naturaleza del tiempo y del espacio.
Los estudios relacionados con los fenómenos de los quanta y la concepción de la
mecánica ondulatoria –donde encontramos vinculados los nombres de Max Plank,
Joseph Thomson, y los hermanos Louise y Maurice de Broglie, aclaran casi por
completo los problemas de la luz, la gravitación y el determinismo. Y, por fin, la
extensa y progresiva serie de descubrimientos realizados en los últimos tiempos amplían
considerablemente en esos ámbitos la realidad de nuestro conocimiento.

        Para esta segunda etapa del saber científico el átomo, ―partícula inalterable‖, de
cuya estructura interna se había desentendido por completo la teoría mecanicista, resultó
sustituido por el átomo ―sistema solar‖. Se ha llegado a la conclusión de que este
contenido infinitesimal de materia se encuentra constituido fundamentalmente por dos
clases de elementos –protones y neutrones-, uno de los cuales, el protón, posee carga
eléctrica de cierta dirección y naturaleza –positiva- y, el otro, una serie de corpúsculos
periféricos, llamados electrones, impregnados de fuerza contraria -negativa- que giran a
velocidades prodigiosas alrededor del núcleo central.

        El cuerpo del átomo comprende así un vacío prácticamente total de modo que su
estructura y comportamiento recuerda al de un sistema planetario en miniatura donde la
distancia a que se encuentran sus elementos constitutivos es similar, en su
proporcionalidad, a la que existe entre los integrantes de los sistemas siderales. Y siendo
así, el equilibrio de las fuerzas básicas –centrípetas y centrífugas- que obran sobre su
estructura constituye su volumen e implica su existencia.

        Se ha llegado a reducir la materia a cargas eléctricas, a espacio poblado por
campos de influencia, en total oposición a la idea de sustancia que establecía la física
mecanicista. La actividad de la materia emana precisamente de ella, la energía no es ya
aquel fluido imponderable y distinto, sino ella misma, pero bajo otros aspectos más
sutiles, pues posee densidad y masa. De allí el nuevo concepto de materia-energía o
masa-energía. La masa representa energía y la energía tiene masa.

       Con respecto al espacio, se lo considera desprovisto de aquella otra sustancia
también de consistencia ideal supuesto por la física clásica, el éter. De acuerdo con la
teoría moderna, los fenómenos luminosos, ópticos, calóricos y demás, se producen por
una trasmutación de materia-energía u ondulaciones electromagnéticas de la masa-
energía que puebla los espacios siderales. En resumen, tanto los cuerpos celestes como
los demás de la naturaleza no serían otra cosa que una mayor o menor concentración de

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(4) Toda vez que se cite el nombre de un autor, acudir, de ser necesario, al índice
bibliográfico en las últimas páginas donde se hallará un resumen de sus datos
biográficos.
15



energía, de masa-energía.

        También se ha modificado el concepto del espacio tridimensional y del tiempo
intervalo, con vinculaciones entre sí. La física clásica, así como la percepción común
considera al espacio como un continuo de tres dimensiones y al tiempo como una
sucesión de intervalos. Según la concepción actual, el mundo de los fenómenos es
factible también de referirse a un continuo de cuatro dimensiones, porque si bien los
hechos del universo pueden ser descriptos según una imagen variable a través del
tiempo proyectada en un espacio de tres dimensiones, igualmente pueden concebirse por
medio de una imagen estática en un continuo tetradimensional, el espacio-tiempo. De
esta manera los fenómenos de lo existente más que sucesos en el tiempo, constituirían
un proceso en el espacio-tiempo.

        En síntesis, la física actual considera a la materia como un espacio en el que
partículas eléctricas ejercen unas sobre otras fuerzas de atracción y repulsión a la vez,
correspondiendo el volumen en que actúan a un equilibrio entre las que pugnan por
atraerlas y las que luchan por repelerlas. Y en lo que se refiere al espacio y al tiempo,
entiende que ambas dimensiones implican un continuo cuatridimensional (el espacio-
tiempo) donde los fenómenos materiales se desarrollan de tal manera que las diversas
magnitudes de la física se encuentran a él directamente vinculadas.

       Nos internaremos seguidamente en el mundo esencialmente atómico pues
encontraremos en él, por ahora, suficiente material para nuestro análisis.

       Al estudiarse el comportamiento de los cuerpos radioactivos, la física actual
demostró que si se somete al núcleo del átomo a la acción de determinados factores, su
contextura hace explosión y da lugar a la transformación del conglomerado en otro de
diferente naturaleza. Es así que en la actualidad se ha conseguido provocar
experimentalmente la mutación de algunos cuerpos simples, con lo que resulta posible
la obtención de determinados elementos partiendo de otros totalmente distintos, hecho
que nos llevaría a pensar en la unidad de la materia. Tal vez lo infinitamente pequeño
representaría una igualdad que se estructuraría de manera distinta según las diversas
circunstancias o etapas del proceso espacio tiempo a que va perteneciendo. Este estudio
es materia de la física nuclear.

       Los componentes del núcleo atómico –protones y neutrones- poseen un tamaño
aproximadamente dos mil veces mayor que los que integran la periferia –electrones- y
poseen con respecto a estos ciertas características de inercia y peso que los distinguen
fundamentalmente: el elemento central es más fijo; el externo es más móvil (5).

         El núcleo representa el elemento básico del átomo, el cimiento de su sistema.
Cuando se desintegra o varía su composición interna, se transforma íntegramente la
arquitectura del corpúsculo. Según la definición de un científico –Jean Thibaud, Vida y
transmutaciones de los átomos-, el núcleo representa la ―herencia del átomo‖ y llega a
compararlo en este sentido con una verdadera célula viviente.
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(5) Conviene desde ya tener en cuenta esta observación pues contiene un significado
muy especial en el análisis que se realiza.
16

        En tanto la célula mantiene su herencia en los cromosomas contenidos en su
centro y el protoplasma regula el intercambio para la nutrición –ambiente
intramolecular-, la herencia del átomo está constituida también por su núcleo, y la
actividad electrónica produce la vinculación del corpúsculo con el proceso próximo
-ambiente intraatómico-, interviniendo en ambos casos el elemento interno en mínimo
grado en su relación con el medio exterior. El átomo puede ser considerado como una
verdadera célula material (6), dotado como ella de existencia propia en incesante
cambio y vinculación con el exterior y sometido, por tanto, a los efectos del tiempo de
nuestra percepción. Su existencia varía de acuerdo con cada tipo y característica –unos
existen por instantes y otros perduran por siglos- y va experimentando variantes y
trasmutaciones en oportunidad de evadirse de su estructura uno o más de sus elementos
componentes.

       Cuando a raíz de las experiencias de Böhr y Rutherford sobre la constitución del
átomo, quedó definitivamente establecido que su conformación semejaba la de un
perfecto sistema planetario en miniatura, la física mecanicista supuso, con cierto
fundamento, que para proceder a describir y explicar la actividad de este nuevo universo
–para ella desconocido hasta entonces-, bastaría con reducir a él proporcionalmente las
imágenes y métodos que había utilizado en la escala astronómica y en la de nuestra
percepción.

        Pero al llevar a la práctica el procedimiento, advirtió con enorme sorpresa que
con esa metodología resultaba imposible fundamentar multitud de fenómenos eléctricos
y luminosos: las leyes clásicas no concordaban con la actividad atómica. Y fue a raíz de
esta situación que debieron encararse nuevos estudios para aclarar el verdadero
comportamiento del átomo planetario, dando por resultado la enunciación de nuevas
teorías tales como la física quántica y la mecánica ondulatoria que han demostrado
cabalmente la impotencia en que se hallaba la Física Clásica para explicar el dinamismo
y trayectoria de esta diminuta parte de la materia.

       Con las investigaciones de Plank, por ejemplo, se llegó a establecer que ciertas
magnitudes como la electricidad y la luz, consideradas continuas,en realidad son
discontinuas, esto es, compuestas por corpúsculos elementales –los quantos-, de modo
que la irradiación de materia-energía se realiza por medio de electrones o fotones, en
suma, de manera discontinua. El quanto implica, en consecuencia, un determinado
importe de energía, materia o luz.

       También se ha comprobado otro aspecto decisivo: los elementos integrantes del
átomo se conducen irregularmente con respecto a las creencias de la mecánica clásica.
Su actividad y desplazamiento no concuerdan con los principios establecidos para los
sistemas astronómicos ya que no siguen movimientos predeterminados sino tan sólo
dentro de una cierta probabilidad.

         Con referencia a la descripción de la naturaleza de la luz -si corpuscular u
ondulatoria-, se alternó durante años, constituyendo uno de los escollos insalvables de la
física clásica. La emisión lumínica había sido considerada desde Isaac Newton como un
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(6) Se utiliza la denominación de célula material para establecer un paralelismo con la
de célula biológica, entendiendo que entre el sistema atómico y el celular existe
solamente una diferencia cuantitativa de complejidad en su dinamismo.
17

fenómeno netamente corpuscular. Más tarde, al presentarse discrepancias, se supuso que
consistía en una sucesión ondulante de fuerzas (Thomas Young, Agustín Fresnel).
Posteriormente, en base a las teorías de Jean Maxwell que suscita nuevas
controversias, se retorna a la primera concepción, bombardeo de partículas.

        Y, por último, Luis de Broglie ha dado su última palabra. Por conducto de su
teoría, denominada mecánica ondulatoria, logra explicar todos los actos luminosos
mediante la asociación de la onda lumínica con el corpúsculo en un único proceso.
Demostró que el corpúsculo no actúa individualmente sino en interdependencia con
formas cada vez más amplias –sistemas u ondas-, es decir que las individualidades
atómicas se manifiestan estrechamente asociadas al sistema a que pertenecen y se
desenvuelven dentro de un proceso sumamente complejo donde no existen leyes fijas
que determinen invariablemente su actividad. O, como expresa de Broglie: el aspecto
ondulatorio y corpuscular de la luz constituiría una sola y única realidad en la cual
corpúsculos y ondas se encuentran íntimamente vinculados entre sí.

       En base a todas las investigaciones realizadas en esta nueva etapa científica, han
quedado en claro, entre otros, dos conceptos fundamentales: a) la imposibilidad de
efectuar previsiones matemáticas sobre la actividad inmediata futura de cada unidad
atómica, dada la irregularidad con que se conducen esos elementos individualmente en
el universo de lo diminuto y, como contrapartida, b) la posibilidad de realizar
únicamente cálculos estadísticos sobre su evolución y comportamiento.

        De esta forma llegamos a la conclusión de que existe una indeterminación en la
actividad de la materia y que el determinismo sentado por la doctrina clásica, es
aparente y proviene sólo de la observación única de los grandes números. Obsérvese
que el movimiento planetario se refiere a masas inmensas de materia de modo que su
indeterminación sólo podría advertirse, proporcionalmente, en millares de años

        ―Las leyes clásicas –nos relata Sir A. Eddington en la Naturaleza del Mundo
Físico- sólo son valederas en un dominio donde los números quánticos son muy
elevados. El sistema solar significa un número incalculable de átomos en acción, lo cual
implica el comportamiento del promedio y no del individuo‖. Y haciendo una
comparación muy feliz señala ―Los cálculos de promedio de vida para una compañía de
seguros son completamente exactos y, sin perjuicio de las alternativas de las vidas
individuales, sus balances pueden preverse como un eclipse de sol. Las leyes
estadísticas, como las leyes de la Mecánica, se cumplen en los grandes números, pero el
próximo salto de un quanto en un átomo es tan incierto como la vida de un individuo
para una compañía de seguros‖.

         Luis de Broglie –Materia y Luz- dice, refiriéndose a este problema ―Una
objeción se presenta indudablemente a nuestro espíritu ya que los fenómenos mecánicos
de nuestra escala o de la astronómica parecen obedecer a un determinismo riguroso lo
que sugirió el principio del determinismo universal. La respuesta no es difícil
recordando lo infinitamente pequeño de la constante h (7) respecto de las magnitudes
que intervienen en los fenómenos mecánicos de nuestra escala o de la astronómica. En
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(7) Denominación dada por Plank a la conducta irregular observada en los electrones al
evadirse en forma repentina uno o más de ellos, sin causa aparente, de la órbita en la
que se desplazan.
18

estos fenómenos el margen de incertidumbre es tan pequeño que se hace depreciable y,
por otra parte, queda completamente oculto por los errores experimentales que afectan
inevitablemente nuestras observaciones y medidas‖.

        Otra de las teorías que corrobora la incapacidad en que se encontraba la
concepción mecanicista para explicar la actividad del universo en todos sus aspectos es
la del campo, cuyas conclusiones permitieron aclarar el origen de múltiples
manifestaciones electromagnéticas, fotoeléctricas y luminosas que no habían podido ser
explicadas en base tan solo a la actuación a distancia de fuerzas elementales de
atracción y repulsión.

        La ley de gravitación formulada por Isaac Newton relaciona la acción simultánea
de dos cuerpos existentes en el espacio, por medio de la influencia que, a distancia,
ejercen sobre ambos las fuerzas de atracción y repulsión. El movimiento universal de
los sistemas estelares quedó explicado por la física mecanicista en base a este principio.

        Pero para la concepción de James Maxwell no existen actores materiales. Sus
ecuaciones matemáticas, tal como expresa Albert Einstein, no relacionan sucesos
lejanos, desvaneciéndose, en consecuencia, el concepto de acción a distancia. En la
teoría del campo electromagnético se vinculan procesos inmediatos cambiantes en el
espacio y en el tiempo. El campo ―aquí-ahora‖ depende del inmediatamente vecino un
instante anterior. Einstein se pregunta, en presencia de esta situación si no sería posible
estructurar una física fundamentada solamente en el concepto del campo, sobre todo,
dice, dada la equivalencia entre masa y energía y puesto que el campo representa
energía.

        La materia que impresiona nuestros sentidos no sería sino una enorme
concentración de energía, de modo que podrían considerarse materia las regiones donde
el campo fuera extremadamente intenso. Sin embargo –concluye- no ha sido posible
aún, pese al éxito sin precedentes de la física del campo al formular las leyes de la
electricidad, del magnetismo y de la gravitación en forma estructural, cumplir
definitivamente este programa. Deben admitirse todavía dos realidades para describir
los fenómenos: materia y campo.

        La introducción de la teoría del campo, en síntesis, ha permitido confirmar el
concepto de que las individualidades físicas no se vinculan, tal como se suponía
anteriormente, por la simple acción de fuerzas a distancia, sino por medio de procesos
inmediatos continuamente variables, a través de los cuales, aparecen en permanente
interdependencia con los sistemas a que pertenecen -átomo, onda, campo-.

       Sin duda que analizar la materia dentro de la escala atómica nos ha permitido
apreciar su actividad desde un ángulo muy distinto al que nos ofrecía el plano
astronómico donde continúa pareciendo a nuestra percepción que los elementos
cósmicos se encuentran directamente ligados a distancia por las fuerzas que determinan
su decurso.

        La teoría de la relatividad fue otra de las concepciones que revolucionaron el
terreno de la ciencia moderna. Sus conclusiones han abierto un panorama tan rico en
posibilidades que, día tras día, nos es posible asistir ya sin asombro a nuevos y
prodigiosos descubrimientos.
19

        Uno de sus objetivos principales consiste en demostrar el grado relativo de la
actividad material. Para cumplir tal finalidad nos presenta Einstein, entre sus puntos de
partida, los principios enunciados por Fitz Gerald, según los cuales, la materia en razón
de su estructura corpuscular, debe contraerse a la mitad de su tamaño, cualquiera sea su
consistencia, al ser lanzada al espacio a una velocidad de 260.000 kilómetros por hora.

        Esta suposición que resultaría imposible concibiendo a la materia continua, no
resulta difícil de interpretar teniendo en cuenta la moderna descripción del átomo como
un volumen de espacio que implica un sistema de equilibrio de elementos
electromagnéticos

        Arguye Einstein, partiendo de esta premisa y tras medulosos razonamientos, que
todas las magnitudes de la física serían pasibles de percibirse diferentemente de acuerdo
con los distintos planos y condicionamientos desde donde fueran observadas y sentidas.
Deja así sentado que tanto la longitud, como la superficie, el volumen, el sonido y el
color y hasta la propia velocidad y también el espacio y el tiempo variarían su estructura
según cada observador y la situación en que se encontrare respecto a tales
manifestaciones.

        Si se ha supuesto al mundo físico como constituido intrínsecamente por
distancias, fuerzas y masas y se comprueba que esta ideación posee un índice especial
de referencia, todo debe guardar con él estricta relación. De allí surge la concepción del
continuo tetradimensional espacio-tiempo; el espacio se extiende o se reduce, se alarga
o disminuye, en permanente correlación con cada marco de referencia.

        El bosquejo sintético y por cierto muy elemental realizado, es suficiente no
obstante, para interiorizarnos conceptualmente del nivel a que ha llegado la ciencia
física de la actualidad. Y permitirá aclarar, además, si los conceptos modernos presentan
realmente una contradicción con los principios que sostuviera la posición mecanicista.

        Como ya hemos visto, la física clásica consideró a la materia compuesta
exclusivamente por individualidades indivisibles o inalterables cuya actividad se hallaba
sujeta a la acción de fuerzas de atracción y repulsión –centrípetas y centrífugas- que
tendían a unirlas, combinarlas o separarlas. De tal conjunción surgían las diversas
sustancias y cuerpos existentes en la naturaleza, lo cuales, a su vez, actuaban y
reaccionaban unos sobre otros en virtud de aquellas mismas fuerzas.

       Las investigaciones modernas en el campo de la física demostraron que, por el
contrario, la actividad del universo y de sus manifestaciones –sustancias, cuerpos,
radiaciones, etcétera- no podía ser explicado sólo en base a la interacción de
individualidades, sino que resulta necesario considerar, al propio tiempo, y en un mismo
nivel de importancia, la influencia de los sistemas que las comprenden.

       Las formas individuales no se desempeñan independientemente sino en
constante relación e interdependencia no solo entre sí sino con los sistemas-formas que
integran, los cuales, a su vez, manteniendo su equilibrio interno como tales, se vinculan
por medio de sus elementos componentes y en idéntica forma a otros más extensos.

       Además conocemos también que las individualidades físicas no se desempeñan
en forma predeterminada como señalaba la teoría mecánica, sino que su desplazamiento
20

tiene lugar dentro de cierta probabilidad factible de ser medida únicamente en conjunto,
es decir estadísticamente. Los fenómenos de la materia no se presentan dentro de una
causalidad determinista sino a manera de un proceso donde individuos y sistemas y
estos entre sí, se encuentran en permanente interacción.

       Y, por último, se advierte que el mundo de lo existente no responde ya al simple
planteo objetivo formulado por la física clásica. La realidad percibida no constituye la
realidad absoluta sino una realidad subjetiva dependiente en grado total de la capacidad
de cada observador y que se determina por múltiples circunstancias y condiciones.

        La doctrina de la relatividad resulta así uno de los pilares más sólidos hasta la
fecha de las teorías subjetivas de la percepción y del conocimiento. Y seguramente será
la física relativista la destinada a presentarnos no antes de mucho una explicación
racional y detallada de todos los fenómenos materiales.

        Estamos ahora en condiciones de manifestar que los principios de la física
mecanicista no constituyen en realidad una total contradicción con las teorías actuales.
Sus conclusiones no fueron erróneas. El quid estriba, simplemente, en que abarcan sólo
un sector de la actividad universal, el relativo a los fenómenos materiales que implican
la actividad de las grandes masas. Son sí valederas pero sólo cuando se refieren a la
escala de nuestra percepción o a la astronómica

        De modo que si no fue posible a través de sus postulados desentrañar la
actividad del universo atómico, mal podrían haber sido consistentes y certeras las
disquisiciones teóricas de quienes intentaron brindar una explicación científica de la
actividad biológica y social, finalidad sólo posible de alcanzar mediante una
actualización de ese conocimiento.

       A continuación y a modo de corolario de este capítulo, se reseñan las tres
conclusiones fundamentales que surgen de las investigaciones de la física moderna.

       a) Tanto la física clásica como la actual admiten en la actividad del universo la
existencia de fuerzas de atracción y repulsión –centrípetas y centrífugas-, pero con
la diferencia de que, para la primera, su influencia era ejercida solamente entre
individualidades y a distancia.

       En cambio, para la concepción moderna esas mismas individualidades en
virtud de esas fuerzas o constituyéndolas, se manifiestan en relación e
interdependencia, no sólo entre sí, sino con los sistemas a que pertenecen , los
cuales, en forma correlativa, se vinculan con otros más amplios tratando de
mantener un equilibrio relativamente estable como tales.

       b) No existe un determinismo físico absoluto según afirmaba la doctrina
mecanicista. Las nuevas investigaciones sobre la naturaleza del átomo han establecido
que, por el contrario, la actividad de la materia se presenta indeterminada y que sólo es
posible prever su desenvolvimiento con carácter estadístico. La causa de que ante la
percepción del hombre aparezca como obedeciendo al primer principio, consiste en que
las observaciones fueron realizadas sobre escalas que implican la actuación de las
grandes masas donde, para advertir indeterminaciones, sería menester juzgar períodos
extensísimos de tiempo.
21

       Por lo tanto, el concepto de causalidad es más aparente que real. El mundo de
los fenómenos constituye un proceso complejo y no una serie de sucesos en relación de
causa a efecto.

        c) Según se desprende de los principios relativistas, lo existente material captado
por los sentidos no constituye la realidad en sí, sino que implica solamente un producto
de la percepción individual, un mundo absolutamente subjetivo, posición que no obsta
para que, su vez, pueda existir la realidad objetiva del universo.



                                        ********
22


                                    Capítulo III

                Impacto de los principios mecanicistas
                   en las corrientes de la filosofía


        A fin de facilitar el encuadramiento de capítulos posteriores, siempre dentro de
lineamientos estrictamente conceptuales y de modo sumarísimo, conviene hacer una
recorrida panorámica sobre los efectos que produjeron en las distintas corrientes de la
filosofía los principios sentados por la doctrina mecanicista.

        En dos grandes corrientes se ha resumido el pensamiento humano en su afán de
dilucidar el misterio del universo y el de la existencia del hombre. Una, denominada
especulativa, que tiende a explicar los fenómenos partiendo de premisas o principios
constituidos a priori y donde priva el elemento deductivo para sus conclusiones, y otra
llamada positiva que, luego de considerar hechos y fenómenos, llega especialmente por
un procedimiento de inducción a la demostración de sus finalidades.

       La primera puede dividirse en dos subcorrientes. Una, la conocida por
dogmática, que da por explicados los fenómenos tomando como base el propio dogma
emergente de la revelación divina -por conducto de profetas o manifestaciones
extrahumanas-, y otra, denominada racionalista, cuyos fundamentos tienen por origen
tendencias y principios de sentido abstracto que se consideran de naturaleza inmanente e
inherentes al hombre, tales, entre otros, como la justicia, el deber o la libertad ya
existentes en su propia conciencia por sí o derivados de un supremo hacedor, tendencias
y principios que pueden captarse y desenvolverse a voluntad por intermedio de la razón
humana.

        De esta suerte, las teorías racionalistas son espiritualistas o simplemente
materialistas, es decir, tienen en cuenta o no la existencia de un Dios y del alma.
Algunas suponen la realidad de una causa suprema y otras no, pero todas adjudican un
poder incontrastable a la razón humana y afirman su predominio sobre la materia. Las
doctrinas dogmáticas, por su parte, sostienen invariablemente para la demostración de
sus fines, la acción y supremacía del alma sobre el contenido físico.

        Las doctrinas especulativas en general –racionalistas o dogmáticas- han tratado
siempre de encontrar una causa o fundamento a lo existente y a la vida humana como
así su finalidad u objeto. En suma son finalistas y suponen el mejoramiento humano de
manera progresiva.

       Las corrientes positivas, en cambio, no hacen mayor hincapié en estos extremos
por cuanto, precisamente, parten de la experiencia para fundamentar sus conclusiones.
Para el análisis siguiente comenzaremos por ellas y, específicamente, por razones
cronológicas –puesto que la relacionaremos con la teoría mecánica- a una de sus últimas
expresiones, el materialismo científico.

       Por otra parte es esta concepción la única realmente fundamentada en
experiencia concreta puesto que si bien es cierto que podemos advertir la influencia de
23

la corriente positiva ya desde la escuela jónica de Grecia, quienes pretendieron
anteriormente explicar la actividad del universo por medio de principios y fenómenos
físicos, se vieron obligados a abusar de la especulación intelectual por carencia de
suficiente información científica.

        El materialismo científico –lo mismo podría expresarse acerca del materialismo
dialéctico- intentó explicar los fenómenos sociales y humanos y las tendencias e
imperativos individuales, tomando como punto de partida la actividad misma de la
materia y fundamentándose para tal objetivo en las conclusiones de la doctrina
mecanicista.

        Sobre la base de tales principios –relación de causa a efecto, actividad de
individualidades –átomos y cuerpos- entre las que actúan a distancia fuerzas de
atracción y repulsión, se encaró el estudio de las agrupaciones humanas concibiéndolas
en su desenvolvimiento como integradas sólo por conjuntos de individuos que
reaccionaban y reaccionaban unos sobre otros.

        De acuerdo con este criterio, diversos fenómenos sociales e individuales
quedaron, en apariencia por lo menos, aclarados satisfactoriamente. Pero cuando el
materialismo científico intentó describir las manifestaciones emanadas de la conciencia,
como, por ejemplo, las ideas de bondad o de maldad, de lo moral o lo inmoral, o las
tendencias acerca de la libertad o la igualdad, tropezó con una valla infranqueable. Al
partir de los mismos fundamentos que sustentaban su doctrina tales conceptos no tenían
explicación.

        Y tan drástico resultó el fracaso que tras la breve época de esplendor durante la
cual esta concepción parecía haber echado por tierra definitivamente con todas las
teorías especulativas, los mismos científicos se abocaron de nuevo a buscar otra
explicación a esos principios en los llamados arquetipos inmanentes del ser humano,
resurgiendo de esta manera el racionalismo y afianzándose las doctrinas dogmáticas.

        Las primeras manifestaciones del racionalismo, se observan ya en la escuela
eleática de los griegos, pero sólo interesa observar su evolución a partir de la época
moderna donde la hallamos también directamente vinculada con la teoría mecánica de la
materia, si bien la filosofía racionalista más moderna elude su respaldo.

        Probablemente influyó en esta decisión el fracaso del propio materialismo
científico y es así como, por ejemplo, Henri Bergson al concluir, que nada puede
explicarse de lo biológico por un universo en el que todo está dado, formula su
concepción del impulso vital.

        El resurgimiento del racionalismo se opera a partir de René Descartes, los
filósofos que continuaron a Imannuel Kant y los hombres de la Enciclopedia, hasta
promediar la revolución francesa de 1789.

       Desde Descartes, que intentó explicar la actividad del universo por medio de
figuras y movimientos dentro de un determinismo riguroso, las conclusiones de
Newton, que formuló en forma definitiva la teoría mecánica de la materia y los estudios
de Pierre Laplace que resumió el determinismo señalando que ―si una inteligencia
pudiera conocer todas las fuerzas de la naturaleza y la situación respectiva de los seres
24

que la componen nada sería incierto para ella y estaría presente ante sus ojos tanto el
porvenir como el pasado‖, los filósofos racionalistas creyeron pisar terreno más firme.

        Se consideró entonces evidente que la razón, en base a aquellos principios de
sentido abstracto establecidos como inmanentes del ser humano, era capaz de encarrilar
las sociedades, por medio de normas, hacia una perfección progresiva. Al concebir a la
naturaleza como un mecanismo susceptible de manejo, se entrevió la posibilidad de
diseñar y regular a voluntad la vida de relación de los grupos sociales.

       Pero es indudable que los conceptos racionalistas también han fracasado. Las
conclusiones de la física moderna, al destruir el principio del determinismo físico
absoluto, sustentado por la doctrina mecanicista, colocó en insalvables dificultades a
esta corriente de la filosofía. Los acontecimientos mundiales están demostrando con
meridiana claridad, la impotencia de la diosa razón frente al desenvolvimiento del
proceso social. Sus designios no son lo suficientemente poderosos para poder guiar a
voluntad el destino del hombre ni para en encauzar sus ideas.

       Y con respecto a las doctrinas del dogmatismo, la otra subcorriente de la
tendencia especulativa, como se sostiene, por principio, que el dogma no puede variar,
desde el momento que es revelado (8), se dará un breve pantallazo acerca de la relación
que mantuvo con la teoría mecánica

        A diferencia del racionalismo propiamente dicho, las religiones se fundamentan
en la tradición, en los textos sagrados formados en su base, en documentos históricos
generalmente posteriores a los hechos advertidos y en la exégesis de esos textos.

       Las religiones sientan los mismos principios de sentido abstracto que el
racionalismo considera inmanentes del ser humano, pero con la diferencia que los hacen
derivar de un dios que los habría revelado. Si, de un dios, porque aun cuando al
concebir su idea, debemos suponerlo único, las doctrinas varían no solo en su forma de
imaginarlo sino también en los alcances que asignan a su interpretación, por ejemplo, de
la bondad y de la maldad a través de los tiempos.

       De allí el distinto marco de la especulación dogmática y de la racionalista. La
primera condiciona los principios a cada religión y estos principios tienen el alcance que
el dogma les otorga, en tanto que la segunda, por el contrario, los deja enteramente
librados a la razón humana.

         El dogmatismo en general, a semejanza del racionalismo, también se sintió
fortalecido con las conclusiones de la doctrina mecanicista, puesto que el principio de
causa a efecto establecido por ella confirmaba la teoría del determinismo físico
absoluto. Esta posición que implicaba el trasunto de un orden preconcebido y de una
finalidad prevista en la evolución del universo, la permitió afirmar con mayor seguridad
la perfección continúa del individuo y una convivencia social en mejoramiento
progresivo. Pero la inconsistencia del principio de causalidad determinado por la física
----------
(8) De todas las religiones conocidas, unas han finalizado y ya no existen sus cultos u
otras han ido transformando paulatinamente sus principios. Basta observar con atención
el desarrollo de cualquier dogma, para advertir sus variantes y transformaciones.
25




moderna, ha echado por tierra con uno de los fundamentos más sólidos en que
descansaban las doctrinas dogmáticas. La nueva estructura de la ciencia fisicoquímica
abre nuevos rumbos al campo filosófico. Asistimos hoy al derrumbe del materialismo
científico y del racionalismo, cuyos conceptos, frente a estas modernas investigaciones,
resultan anacrónicos y faltos de veracidad. Y, por otra parte, no es difícil advertir la
incomodidad en que se desenvuelven las teorías religiosas.

        Diremos, no obstante, como punto final de este capítulo que el fracaso del
materialismo científico es tan solo aparente y transitorio. El complejo de los fenómenos
sociales no puede ser explicado si no es a través de la actividad material, pero para ello
resulta indispensable, previamente, encarar su actualización a la luz de las concepciones
científicas actuales.



                                       ********
26


                                     Capítulo IV

                 Las conclusiones de la física moderna
                  frente al razonamiento del hombre


       La observación sistemática del universo lleva a definir todo su quehacer material
como un conjunto de formas transitorias que se producen y perduran a través del tiempo
durante un lapso determinado, al término del cual desaparecen como tales.

        Y a través de ese proceso general e inexorable, vemos cumplirse paso a paso,
desde un extremo al otro de su dinámica, los mismos principios enunciados por la
ciencia moderna para la actividad del mundo físico.

Interacción de individualidades y sistemas
        La primera conclusión que surge de la visión actual de la física es que ninguna
de las individualidades actúa aisladamente sino, por el contrario, en permanente relación
e interdependencia entre sí y con los sistemas que integran, los cuales a su vez implican
individualidades de otros sistemas de mayor magnitud. Desde el átomo hasta los
conjuntos siderales, desde la materia denominada inerte hasta la definida como viviente,
la energía universal se manifiesta a través de multiplicidad de procesos en vinculación e
interacción constante.

       Vemos así que estas formas tanto en el plano cósmico, como en el biológico e,
incluso, en el social evolucionan y se desenvuelven en su propio medio con el que se
encuentran en constante intercambio de elementos y sustancias según las siguientes
características:

       a) En el primer caso –lo cósmico- cargas electromagnéticas o materias-fuerzas
conformando sistemas atómicos que se vinculan hasta formar cuerpos de mayor
dimensión –ondas, campos, sustancias moleculares-, llegando a la constitución de las
grandes masas celestes conocidas interdependientes aun con otras todavía más
gigantescas cuya actividad todavía se desconoce.

        b) En el siguiente caso –lo biológico- idéntico impulso inicial, pero integrando
ahora el elemento atómico sistemas de naturaleza celular, cuya agrupación da lugar a la
constitución de tejidos que, a su vez, diseñan, por una parte, la estructura del reino
vegetal y, por otra, conforman órganos y sistemas-funciones para finalizar en el
contenido individualizado de materia denominado ser viviente.

        c) Y en el último caso –lo social- seres vivientes, racionales e irracionales,
constituyendo especies que son sistemas biológicos tan reales respecto de cada
individuo, como éste lo es del órgano, el órgano del tejido el tejido de la célula y la
célula del átomo.

        Cuando el materialismo científico y las doctrinas especulativas intentaron
encontrar explicación a los fenómenos biológicos y sociales, encararon su estudio en
base a la sola interacción de individualidades en el medioambiente. Estas posiciones
filosóficas, limitadas por la teoría mecánica, no tomaron jamás en cuenta que los
27

contenidos humanos integran en conjunto un sistema, elemento fundamental cuya
actividad da lugar a la presencia de exigencias propias, muy distintas de las
individuales, como tampoco les fue posible, por ese mismo motivo, captar el verdadero
alcance del permanente estado de vinculación con el medio por conducto de las
unidades que lo integran.

       La física moderna permite enfocar el estudio desde un punto de vista
enteramente distinto y nos indica que para abocarse al análisis de estas realidades
biológicas no es posible dejar de lado la consideración de una trilogía inseparable:
especie, individuo y medioambiente.

       Más adelante se podrá apreciar en detalle este concepto. Basta expresar ahora,
con respecto al nexo sistema-individualidades-medio, que esta conclusión elimina la
lucha de ideas acerca de que lo continuo o lo discontinuo constituya la base del
universo o de que lo colectivo o lo individual implique la solución definitiva de los
problemas sociales.



Inexistencia de la relación directa de causa a efecto
        La segunda conclusión que surge de la física moderna es que no existe
determinismo físico absoluto. Por el contrario, las individualidades físicas se
desenvuelven dentro de una actividad probable, susceptible de ser apreciada tan sólo
estadísticamente.

       Esta notable diferencia con la concepción mecanicista permite dilucidar
problemas aparentemente insolubles. Tanto el materialismo científico, como el
racionalismo y las doctrinas dogmáticas se apoyaron en el principio de relación de
causa a efecto para establecer el concepto de determinismo causal.

       El primero, partiendo de causas antecedentes, supuso que la actividad de la
materia se encontraba predeterminada y que, por lo tanto, los actos humanos se
desarrollaban dentro de un riguroso determinismo que excluía el libre albedrío.

        Por su parte, el racionalismo y el dogmatismo, basándose en el mismo concepto,
adujeron que por medio de la razón y la voluntad humana podría llegarse a finalidades
preestablecidas tales como el perfeccionamiento del individuo y un estado de
convivencia ideal para la humanidad. El libre albedrío que presuponían en el yo y la
relación causal les hizo concebir esa meta finalista Diluidos hoy los fundamentos del
determinismo físico absoluto y, por ende, los de relación directa de causa a efecto, no
resulta difícil advertir la esterilidad de sus disquisiciones.

       En la actualidad se debe admitir una realidad distinta, la de que los sucesos del
universo no se originan unos en otros como estimaba la teoría mecánica ni se producen
en virtud de una causalidad rigurosa, sino que dependen más bien del azar, de la
casualidad en la conexión de circunstancias. El mundo de los fenómenos constituye un
proceso general, sin determinación previa, en el que procesos parciales actúan en
interdependencia constante, no siendo posible establecer cuál fue la causa inicial de
cada uno ni si el efecto obtenido será factible de repetirse tantas veces como se intente.
28

        Como corolario podemos finalizar afirmando que la actividad material no
aparece ni predeterminada ni pasible de determinarse. Y que existe el fundamento
científico necesario como para transportar esta realidad a planos más complejos
como el de la biología y el de la sociedad humana. No existe, por tanto,
predeterminación como antecedente absoluto de los fenómenos vitales o
comunitarios ni tampoco encauzamiento permanente como finalidad posible.

       Los sucesos son tan solo el resultado de infinitos procesos variables que, por
conectar en un tiempo dado, nos producen la sensación de efectos originados en causas,
razón por la cual ciertos hechos se presentan a nuestra percepción como
predeterminados y creemos, además, factible la posibilidad de poder determinar otros.

        Esta perspectiva es el producto de un primer razonamiento aferrado a la relación
de causa a efecto. Dos o tres ejemplos prácticos si no servirán como demostración
absoluta, permitirán aclarar el panorama general facilitando al pensamiento poder
apreciar la realidad en que se desenvuelven los individuos y los grupos sociales, esto es,
sin determinismo causal, sea antecedente o teleológico.


Causa antecedente
        Tropiezo con un objeto, resbalo y caigo. ¿Podrá afirmarse que fue el objeto la
causa de mi caída? ¿No será más bien que yo tropecé con él? ¿O tal vez que alguien lo
perdió o bien lo depositó premeditadamente? ¿O quizá que me desvié de mi camino
para ceder el paso a una persona? ¿Y por qué no pudo ser esa persona? En suma, ya sea
buscando posibilidades por la parte del objeto o por la mía, llegaríamos a números
incalculables, con la advertencia de que si cualquiera de esas circunstancias no hubiera
existido, no hubiera pisado el objeto y resbalado

        La caída se originó en una conexión de procesos complejos donde no sería
posible asegurar cuál fue la causa determinante. Ni tampoco que cada vez que tropezara
con un objeto similar sucedería idéntico percance. El suelo podría poseer relieves
suficientemente ásperos como para poder reaccionar a tiempo o aun podría encontrar un
asidero para restablecer el equilibrio.

       Nuevas circunstancias se presentan para mostrar el proceso complicado que
originó mi caída y resulta imposible encontrar la causa antecedente que la determinó en
razón de su impulso. ¿Dónde se encontrará la relación de causa a efecto sino tan solo
una conexión de procesos accidentales que con haber fracasado solo uno, no se hubiera
producido lo que se denomina efecto? ¿Dónde el determinismo en lo continuamente
variable?


Motivo finalista
       En un billar un jugador toma un taco, da con él a una bola: ésta choca contra una
segunda y luego contra una tercera, todas de marfil. La causa –el golpe- ha producido
un efecto –la carambola-. ¿Tantas veces como se ejecute el golpe sucederá lo mismo?
Para ello es indudable que el procedimiento debe realizarse en exactas condiciones de
igualdad. Si se cambiara la segunda bola por otra de distinto material la primera se
desplazará de manera distinta, con lo que existiendo la misma causa no se lograría el
mismo efecto anterior.
29



       De tal modo no fue el hecho que suponíamos causa lo que trasmitió el poder,
condición o impulso sino que era necesario, además, que conectara con un medio
adecuado para que tuviese lugar lo que se entiende por efecto.

        Si se rebatiera el concepto arguyendo que la causa la constituían las dos bolas de
marfil, la primera con su impulso y la segunda inmóvil, bastaría con que variara el piso
del billar para que no se produjera la carambola. Y, en última instancia, ¿si no existiera
la tercera bola se produciría el efecto buscado? Naturalmente que no puesto que para
ello es necesario un piso con base de pizarra y paño, que existan las tres bolas, que el
jugador ejecute su golpe con idéntica habilidad, esto es, una serie de circunstancias y
medios idénticos.

        No puede afirmarse que la causa fue el golpe impreso a la primera ni el choque
resultante de su encuentro con la segunda sino un conjunto de hechos que debieron
conectar en un proceso complejo donde el impulso supuesto en la causa que llevaba a
una meta finalista hubiera resultado estéril de haber fallado cualquiera de las etapas
intermedias.


Causa antecedente
       De dos matrimonios supuestos iguales, nacen sendos hijos con características
similares en cuanto a aptitudes y tendencias, ambos sanos y normales. Uno se educa
corrientemente; el otro es secuestrado y desenvuelve su vida en un ambiente inmoral.
Con el tiempo, el primero se convierte en un ciudadano común y el segundo resulta un
individuo del hampa.

       Cabe aquí preguntar al materialismo científico si la causa antecedente –la misma
para ambos- produjo los mismos efectos. No los produjo porque los medios o procesos
con que conectaron las supuestas causas determinantes y antecedentes, fueron distintos.

       Igual razonamiento cabría si se objetara que a esos medios distintos habría que
considerarlos causas a la vez, es decir, que los motivos determinantes con condición e
impulso habrían sido dos, los antecedentes de cada uno y los distintos medios. Hubiera
bastado que una circunstancia accidental -una enfermedad maligna, un casamiento
desgraciado, una amistad inconveniente- se interpusiera en el camino del uno de ellos
para que las dos causas supuestas –antecedentes y medios iguales- al conectar con el
nuevo proceso diferenciara el porvenir de ambos.

       No hay por tanto –se insiste- causas antecedentes absolutamente determinantes
en la actividad del ser humano. Todo depende de la conexión de diversos procesos
permanentemente variables.


Motivo finalista
       Proseguimos con el ejemplo anterior, pero considerando que los dos niños
reciben una educación correcta hasta llegar a la adultez encontrándose ambos
preparados para enfrentar la vida. Los dos se casan: la bondad y el cariño de una esposa
cooperan para que uno alcance éxito, prosperidad y bienestar. Al otro, en cambio, una
30

mujer sin escrúpulos lo lleva a abandonarse, toma el hábito del alcohol y concluye en un
hospicio.
        La causa o motivo finalista que se tuvo en mira, producir un hombre útil para si
y para la sociedad, ¿fracasó o no por razón de las circunstancias medio o proceso que
impidieron el efecto preconcebido? La condición o impulso –ilustración, educación,
ambiente, etc.- fracasó al conectar con un proceso contrario al fin buscado y como él
otros procesos podrían haber llevado a uno, a otro o a ambos individuos a una finalidad
distinta de la tenida en vista.

        No es posible encauzar la actividad del ser humano a través de un determinismo
riguroso. Ella se encuentra sujeta a la interacción de multitud de procesos distintos
que, con no conectar uno o más de ellos en el sentido del impulso original, darían por
tierra co el motivo finalista perseguido.


Causa antecedente
        A raíz de acontecimientos internacionales un país se ve perjudicado en su
economía hasta que, mediante la sanción de leyes que regulan el comercio e impulsan
ciertas industrias propias, se consigue detener la situación crítica y regularizar la
depresión.

       La causa antecedente, originada en la economía internacional que obraba en
desmedro de ese país, ya no continúa ejerciendo su impulso. Se ha quebrado la relación
de causa a efecto al transformarse el medio interno, al no conectar ya dos procesos, el
internacional y el nacional. ¿Dónde el determinismo fundamentado en una causa
antecedente?


Motivo finalista
        En un país se sanciona una ley con el propósito de impulsar la industria y el
comercio en un sentido dado, obteniéndose apreciables resultados. Pero un giro
económico internacional originado, por ejemplo, en una nueva actividad industrial o en
el fomento intensivo de cultivos agrarios en otras naciones produce efectos tales que
resulta imprescindible derogarla dando lugar a otra que imprima nuevos rumbos a esas
actividades. Fracasó el motivo finalista tenido en cuenta porque varió el medio
económico con que hacía conexión. ¿Dónde la causalidad finalista buscada?

       Lo que se supone por causas con condición e impulso –sean antecedentes o
teleológicas- no pueden determinar inexorablemente el porvenir del individuo ni del
grupo social. Se opone la constante variación del medio con el que deben ir
correlacionándose tanto uno como otro. Individuo, grupo social y medio conforman
procesos permanentemente variables y en forzosa interacción.

        Se señaló anteriormente que lo inconsciente se origina en las condiciones y
exigencias trasmitidas por la herencia a cada nueva forma individualizada, magnitudes
que se polarizan en su intelecto y en los centros que gobiernan sus acciones reflejas. Y,
además, que la actuación del inconsciente en el medio va provocando su paulatina
transformación en lo que se denomina conciente, proceso que, en suma, constituye el yo
individual.
31

        Desde que el ser humano aparece en el escenario de la vida -y ya antes a través
de su progenitora-, comienza lo inconsciente a encontrarse en directa interacción con el
medio. A partir de ese momento tiene principio la formación gradual de lo consciente,
que tiene por fundamento el inconsciente y el medio, comprendiendo éste el ambiente
físico y el grupo social. El medio en que se desenvuelve el ser humano no solo está
constituido por las características externas –región, altitud, temperatura, alimentos, etc.-
sino también por el propio grupo social. El individuo se encuentra en interacción con el
medio físico y con el sistema que integra el que, por su parte, actúa con exigencias
propias en interdependencia con las de sus componentes.

        De manera que, al nacer, el ser humano constituye una personalidad inconsciente
originada en las características físicas y psíquicas legadas por sus antecesores por lo que
la personalidad consciente no puede ser otra que la inconsciente, producto de la
herencia, vinculada ahora y transformada en el medio. Esa interacción del inconsciente
con el medio que va provocando paulatinamente su transformación en conciencia,
constituye, como se expresó antes, el yo individual.

        Es natural entonces que exista una contienda permanente en el yo entre lo
inconsciente, que pugna por mantenerse ―tal cual es‖ y su propia e ineludible necesidad
y exigencia de vinculación y adaptación para sobrevivir en el medio, es decir, para
conformar ―lo que va siendo‖. Esa lucha por mantener ―lo que se es‖ y el proceso de
adaptación forzosa de ―lo que se es‖ al medio, da la sensación de dos yo, el inconsciente
y el consciente. Pero, en realidad, no existe más que un yo individual en continua
interacción y vinculación con el grupo social a que pertenece, por una parte, y con el
medio físico, por otra, y, además, en continúa interacción también en sí mismo entre ―lo
que es‖ y ―lo que va siendo‖.

        Y el hecho de que, por razones de ilustración, educación relación ambiental y
otros aspectos conexos, individuos de similar inconsciente puedan llegar a obtener
conscientes distintos, como asimismo de que sea posible la circunstancia inversa, que
inconscientes disímiles den lugar a conscientes semejantes, nos confirma que en el
mundo biológico y social, tal como sucede en el eminentemente físico, una misma
condición e impulso no produce idénticos efectos si conecta con procesos distintos. Y,
desde luego, que diferentes condiciones e impulsos pueden provocar efectos similares
al coincidir con procesos de semejante naturaleza.

        Cualquier poder, energía o actividad del inconsciente necesita encontrar un
medio que se le adecue a fin de producir un efecto determinado. Pero como el medio es
un proceso variable –tanto el referido a la naturaleza propiamente dicha como el
atinente a lo social- resulta imposible anticipar de manera absoluta lo que sucederá. En
síntesis, un individuo no se encontrará jamás determinado inexorablemente, ni tampoco
será posible determinarlo fatalmente en un sentido dado.

       Estamos ahora frente a la misma indeterminación observada en las
individualidades del universo atómico, con la diferencia de que en este plano queda
traducida en una exigencia de vinculación y adaptación al medio.

        Tampoco el grupo social puede encontrarse determinado por causa antecedente
ni es factible de determinárselo con miras a un motivo teleológico. Desde el momento
32

que, como sistema, se encuentra sujeto a una constante interacción con el medio, la
variabilidad de éste último impide tal determinación.

        La determinación temporal y aparente de los conglomerados sociales que se
traduce en tendencias y géneros de vida de tipo similar, no representa más que un
aspecto estadístico de actividades indeterminadas individuales, tal como ocurre en el
mundo atómico y se encuentra condicionada al medio existente en un momento dado.
Si éste varía, se modifican las tendencias y el sentir colectivo en razón de la adaptación
forzosa del grupo social al nuevo proceso.

       Si bien en la escala atómica fue posible comprobar la indeterminación de las
individualidades físicas, nada se aclara, en cambio, con respecto al motivo de este
fenómeno. En el proceso biológico tiene su explicación, obedece a la ininterrumpida
variación del medio con el que se encuentran en interacción los individuos y la especie.
La vinculación, intercambio y adaptación de éste por la actividad de las especies
biológicas o por la de los grupos humanos, produce una permanente indeterminación en
el individuo y en la especie y quizás en el universo de lo minúsculo ocurra algún
proceso similar no advertido aún por la ciencia.

       La voluntad de los seres humanos de determinarse en un sentido o en otro,
proviene de su relación directa con el medio y el grupo social. Cuando un individuo
debe decidirse entre dos actos, uno considerado bueno y otro malo –en su tiempo y en
su ambiente, desde luego- de inmediato comienzan a actuar en forma simultánea en el
yo lo inconsciente y lo consciente –lo inconsciente modificado en el medio-. Cuanta
mayor conciencia del medio haya adquirido el inconsciente, cuanto mejor haya
aprehendido el sentir general de la especie, mayor será su inclinación a definirse por lo
bueno, no obstante el eventual perjuicio personal. Y viceversa.

        Esta indeterminación, definida en uno o en otro sentido, es pasible de un cálculo
estadístico que nos indica el promedio de las inclinaciones individuales o –lo que es lo
mismo- la intensidad de las tendencias colectivas y el modo general de percibir y
reaccionar de aquéllas, tanto más homogéneo cuanto los inconscientes sean más
parecidos por razones étnicas y tanto más uniformes cuanto el medio en que se
desenvuelve el grupo social sea de naturaleza menos diferenciada. Y, a la inversa.

       Así como los individuos que habitan en medioambientes similares van
adquiriendo gran semejanza física, de la misma manera perciben, reaccionan y sienten
con mayor igualdad cuanto más afín es su origen racial.

       De manera que esta psique colectiva que se produce en virtud de la actividad
simultánea de lo inconsciente y lo consciente en el medio, se halla sometida, al igual
que la individual, a la perpetua evolución de este último y, por tanto, varía también
como él de manera constante. No es de extrañar entonces que, según el espacio y el
tiempo, sean diferentes y cambiantes las percepciones y tendencias humanas sobre los
conceptos de bondad y maldad de moralidad e inmoralidad, de belleza y fealdad, etc.

        El materialismo científico no olvidó de tomar en cuenta las manifestaciones de
la herencia y la acción del medio sobre el ser humano, pero consideró ambos aspectos
solamente como causas que influían sobre él para determinarlo. Al no advertir la
transformación de lo inconsciente en consciente, con lo que escapaba de su
33

investigación el factor de la indeterminación; por ende, el concepto meramente
estadístico del sentir colectivo y con él la forzosa relatividad de aquellos principios
abstractos, no estaba en condiciones de interpretar cabalmente la naturaleza de tales
fenómenos.

        De dos causas determinantes que suponía en la herencia y en el medioambiente,
no surge solución alguna. De dos procesos en interacción –especie e individuos por una
parte y medioambiente por la otra- la explicación de los actos volitivos se presenta clara
al pensamiento.

        ¿Cómo explicar, si no, a través de un determinismo en relación constante de
causa a efecto, esa sensación que existe en todo individuo de definirse por algo? ¿De
qué manera aclarar el sentido de lo ético y lo moral o de lo bello y lo feo? ¿Cómo
explicar la actividad de la conciencia frente a los conceptos de bondad, deber, justicia o
ética, los que podemos concebir y seguir en parte o totalmente, refrendando o dando
rienda suelta a nuestros impulsos, decidiéndonos, ejercitando, en definitiva, nuestra
voluntad?

       Pero si el individuo y la sociedad no actúan matemáticamente, si no se conducen
en función mecánica ¿habría que admitir el principio del racionalismo o del
dogmatismo, es decir, el libre albedrío, desde el momento que esas teorías explican la
naturaleza de estos fenómenos por medio de principios inmanentes del ser humano?

        El desconcierto sólo puede surgir de aferrarse uno porque sí a esa posición, ya
que la verdad es que estas doctrinas observan tales principios en la psique general y los
suponen inconmovibles e invariables, nada más. Pero no basta decir que la ilustración,
la educación o aun influencias buenas o malas extrahumanas –como en el caso de las
teorías dogmáticas-, producen los fenómenos de la conciencia, es necesario demostrarlo.
Y sin duda que la demostración no resulta nada fácil para quienes consideran los
conceptos y las tendencias como arquetipos inamovibles sobre los cuales puede
fundamentarse la razón humana con miras a un continuo perfeccionamiento.

        Si descartamos el determinismo físico y los principios inmutables del
racionalismo, ¿tendríamos que dar entrada al libre albedrío de la voluntad como algo
ajeno a la materia, ya sea originado en una manifestación extraterrestre –el alma- o bien
en el ejercicio de la razón con capacidad para eludir la acción material?

        El libre albedrío así concebido constituye un absurdo desde el momento que se
hallan presentes las exigencias de la especie, cuya satisfacción –según se comprobará-
es tan fundamental e ineludible como la de sus integrantes. De tal manera, se aleja
definitivamente para los racionalistas y dogmáticos la idea de un libre albedrío, porque
si bien podría suponerse que el alma tiene autoridad para dirigir el contenido individual,
de qué manera se las compondría para encauzar o contrarrestar los impulsos de la
especie, que es una entidad biológica tan real como el individuo y que, como él, posee
necesidades e imperativos propios?

       El primer concepto significaría presuponer un absurdo en oposición a la idea de
Dios; el segundo, tampoco sería posible. La experiencia demuestra que, de existir un
alma inmortal en el ser humano –creada inmediatamente por Dios o en transmigración
de otros contenidos individuales anteriores- hace su aparición de manera tal frente al
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  • 1. Bases para el desarrollo de una teoría integral sobre la naturaleza, origen y evolución de las agrupaciones humanas y las instituciones sociales Filemón G. B. Alba Posse PALABRAS PREVIAS Antes del fin he creído necesario dar a conocer por la red global estos apuntes o borradores que mi padre escribió hace más de sesenta años, en el entendimiento de que algunas de sus conclusiones –a mi criterio muy novedosas ya para entonces- podrían llegar a ser motivo de mayor análisis en caso de existir interés por parte de quienes abrevan en los meandros de la ciencias sociales. Contaba yo diecinueve años cuando ocurrió su fallecimiento y de improviso tuve que vérmelas con una existencia plagada de obligaciones acuciantes que desconocía, para colmo sin contar con una base sólida para enfrentarlas adecuadamente. Transcurrió desde entonces mucho tiempo y con él mi propia vida. Pero quedó en mi ánimo el deseo de revisar aquellos manuscritos de los que siempre me hablaba muy apasionadamente sin llegar yo a comprender con claridad de qué trataban en definitiva. El día en que me armé de valor para explorarlos me encontré con una madeja casi inextricable de anotaciones, citas y pensamientos, algunas veces fragmentaria o esquemáticamente expuestos a través de decenas de carillas, algunas semiborradas,o ilegibles por el tipo de escritura utilizada –a lápiz- y otras aun inconclusas. Fue así que tras un extenso y laborioso proceso de depuración y enlace de cada uno de los tópicos básicos expuestos y, aparte naturalmente de las indispensables aclaraciones, correcciones, supresiones y transposiciones que debieron sufrir los textos originales –que aún conservo- el resultado, estimo, resultó claro y accesible al entendimiento. Muchos años más tarde alcancé a conformar una recopilación más ordenada que sólo alcancé a distribuir entre mis amistades más cercanas, la misma que hoy doy a conocer vía Internet y que refleja exactamente el estado de evolución en que se hallaban sus textos cuando la muerte lo sorprendió en el año 1941. Gracias y espero comentarios para exaltar sus méritos o descubrir tal vez sus desaciertos. El compilador 24.12.2011
  • 2. 2 Prólogo Desde comienzos de la primera guerra mundial y como constituyendo un paradójico mentís hacia aquellas bases ideales de convivencia nacidas bajo el signo de la revolución francesa de 1789 –supuestas desde aquel entonces, como permanentes e invariables, la realidad de los acontecimientos sociales viene señalando con claridad meridiana, y con mayor vehemencia cada vez, que la humanidad ha retomado el trillado derrotero de las eternas desavenencias y de sus cruentas luchas para dirimirlas. Después de permanecer aferrado durante más de una centuria a la creencia de haber dado por fin con la solución tan larga y ansiadamente esperada para lograr su perenne felicidad y bienestar, la desazón se ha adueñado nuevamente del espíritu del mundo. El hombre, confundido perplejo, advierte con estupor que aquellos valores que consideró materia esencial de la denominada civilización moderna, no han pasado de constituir un espejismo, pues hoy, frente al nuevo acontecer social su naturaleza va día tras día diluyéndose y careciendo de sentido. Como manifestación ostensible de la transformación de los principios y normas con cuya aplicación se creyó haber dado por tierra con todas las sinrazones que atentaban contra el libre accionar individual, se evidencia, en primer término, una corriente de carácter general caracterizada por la intromisión enérgica del estado en la vida de sus integrantes, injerencia que se sintetiza en la concentración de funciones y en la dirección y regulación de actividades que implicaban anteriormente privilegios y facultades casi de exclusivo resorte de aquéllos. Ese estado de libertad de desenvolvimiento del hombre, cuya consolidación parecía haberse logrado para siempre tras batallar por él desde tiempos inmemoriales, vuelve a verse restringido y coartado con intensidades que alcanzan, según los diferentes países, desde moderadas aunque ininterrumpidas delimitaciones, hasta tan drásticas y violentas –con la consiguiente y proporcional modificación de sus instituciones sociales, políticas, jurídicas y económicas- que dieron y están dando lugar a extraordinarias convulsiones de orden interno que alcanzan también repercusión extraterritorial. Y allí, en el plano de las relaciones externas, podemos apreciar otro proceso íntimamente vinculado al anterior, polarizado por dos tendencias fundamentales, que divide a la humanidad en campos partidarios extremos. Por una parte se aspira a lo nacional, a una especie de concentración de los grupos sociales, en tanto que, simultáneamente, existe una intensa oposición hacia esta acción, dirigida, en un caso, hacia lo individual y, en otro, hacia lo interestatal. Vale decir, o bien respondiendo al régimen democrático liberal o bien a la ideología de un comunismo internacional. Esta divergencia trascendental en el campo social y político de la humanidad, con sus consecuencias inmediatas derivadas –cada conjunto mundial y aun cada país, trata de imponer su propio sistema de conducción por considerarlo la palabra definitiva en materia de convivencia-, unida a una extrema dificultad en la circulación de valores y a un estado creciente de discordia por la posesión de determinados territorios y mercados económicos, nos muestra, a grandes rasgos, la situación por la que atraviesan actualmente los pueblos de la tierra, acerca de la cual mucho se ha escrito y hablado, sobre todo en los últimos tiempos.
  • 3. 3 Pero han sido y continúan siendo tan contradictorios los juicios emitidos sobre las presuntas causas del problema, que su consideración sólo puede llevarnos a un estado de total desconcierto: desequilibrios ocasionados por las guerras, superproducción del maquinismo, desorbitación de las masas, trastrocamiento de sentimientos, lucha por principios que exigen una igualación de derechos para todos los seres humanos, ambición desmedida de gobernantes, ansias de dictadura y tiranía, reacción del capitalismo –la enumeración se haría interminable- constituyen solamente algunos de los múltiples motivos a los cuales se condena en cada caso, como factores determinantes y únicos de la desarmonía mundial. Un imperioso afán de dilucidar la razón de esta crisis general que aparece conmoviendo los cimientos mismos de las instituciones de los pueblos, me llevó a presuponer que la realidad del problema debía poseer un relieve mucho más intrincado y complejo del que simplemente se le asignaba y perseguir este desequilibrio social, objetivos de naturaleza seguramente aun desconocidos. No me era posible admitir que la sola voluntad de los hombres constituyera el fundamento exclusivo de sucesos que afectaban –y al fin y a la postre han afectado desde siempre- el decurso de la humanidad. En este orden de ideas me aboqué a la tarea de realizar un análisis exhaustivo de todas las actividades de la existencia, desde las puramente físicas hasta las estrictamente biológicas, que me significó el medio de conexión necesario para conformar este ensayo –base para la formulación de una teoría de carácter integral en la materia- a la que califico de eminentemente científico en el sentido de no figurar en él ningún concepto que pudiera llegar a entenderse como una especulación metafísica (1). Por sus fundamentos, en síntesis, se intentará demostrar: a) Que la actividad del universo, desde al microcosmo al macrocosmo, desde lo atómico a lo sideral, desde lo denominado inerte hasta lo biológico en su acepción más amplia, se encuentra sometida, dentro de un grado de extrema o mínima complejidad, a una sola ley fundamental. O dicho en otras palabras, que cada una de las manifestaciones de la naturaleza –cósmicas, físicas, químicas, biológicas, sociales, etcétera- representan la traducción, en su plano respectivo, de un único proceso general en el que todas ellas aparecen en permanente vinculación a través del espacio y del tiempo. b) Que, por lo tanto, el origen, naturaleza y transformación de las instituciones sociales que se presentan a nuestra percepción directa con las denominaciones de sociedad, estado, derecho, clases sociales y políticas y el de las tendencias, conceptos y principios de justicia, moral, ética, libertad, igualdad, etc., así como la evolución interna y externa de los pueblos reflejados en sus períodos económicos y sociales de prosperidad y bienestar o de depresión crisis o reacciones revolucionarias y, en fin, las contiendas bélicas de país a país y las de tipo internacional, implican solamente distintos aspectos o facetas de manifestarse aquella ley. __________ (1) Las conclusiones a las que se arriba no tienen el carácter de premisas de las cuales se deducen consecuencias –ello significaría realizar un estudio sólo sobre bases dialécticas-, sino que aparecen con el fin de ser utilizadas nada más que como elementos de comparación, correlación y análisis con los temas que posteriormente se desarrollan.
  • 4. 4 c) Que el ser humano se encuentra en una condición tal de relatividad frente al momento en que desenvuelve su existencia, que debe desecharse por imposible la creencia de una ideal felicidad futura. Y, en consecuencia, que lo que entendemos por civilización y progreso no entraña para él significación alguna, puesto que representa tan solo un estado de evolución similar, en su correspondencia, con el medio en que actúa, a la alcanzada tanto por las generaciones pasadas y presentes como venideras (2). El presente análisis ha sido encarado desde un punto de vista estrictamente material. Por ello, no constituye en él tema de discusión, ni obsta a sus conclusiones, la inexistencia o la existencia de una causa suprema, punto de partida y finalidad de la vida, ni tampoco que en el ser pueda o no residir un yo inmortal, consecuencia de aquélla. Lo que se intentará demostrar es que ya sea el hombre una duplicidad de espíritu y materia, o solamente esta última, se encuentra sujeto, como forma corpórea, al proceso biológico del conglomerado que integra. Y que, por lo tanto, la totalidad de las manifestaciones sociales a las que asiste y que le son propias, representan diferentes aspectos de ese proceso, en tanto que los principios y tendencias que experimenta significan la expresión de sus imperativos que pugnan por cumplir su finalidad en interdependencia con las exigencias del grupo social que, a su vez, lucha por su supervivencia. Lo expresado apunta claramente a que en el caso de tener que reducir los afanes y esperanzas del hombre al minúsculo radio de acción de su tránsito terreno, esto es, de no existir un más allá y un Dios y carecer, por consecuencia, de responsabilidad frente a Él –lo que personalmente me resisto tenazmente a admitir- deberíamos entonces entendernos exclusivamente con los átomos, las células y sus transformaciones materiales. Si en razón de las circunstancias señaladas, pudiera este ensayo contrariar o herir ideologías –él no responde a ninguna- o llevar el pesimismo a quienes suponen todavía la posibilidad de lograr un estado permanente de bienestar basado en la concordia universal, sólo debe culparse a la inexorabilidad de la propia existencia. Sin embargo se estima que es preferible afrontar la realidad antes que confiarse a suposiciones erróneas, motivo solo de mayores desorientaciones y perjuicios. De conocerse la auténtica naturaleza de los fenómenos sociales humanos, tal vez en cierto modo podrían los dirigentes de los pueblos –quienes por lo general, captan más rápida y fácilmente las corrientes biológicas por una mayor capacitación natural-, intentar la búsqueda de la nivelación interna y externa necesaria para una mejor convivencia, con menor sufrimiento para los individuos. Aunque, claro está, dentro de un estado y exten- __________ (2) Esta afirmación no constituye obstáculo alguno para admitir que en determinadas circunstancias, los seres humanos hayan podido o puedan obtener beneficios con relación al espacio y al tiempo en que habitan. Lo que resulta totalmente imposible, como habrá de demostrarse, es que exista un perpetuo ascenso con respecto a su felicidad y bienestar a través de las edades, no sólo por la transformación ininterrumpida de los medios, sino también por la permanente variación biológica del hombre en su forzosa y continua adaptación a esas cambiantes fisonomías.
  • 5. 5 sión muy relativos puesto que -ya se podrán apreciar las causas- los desequilibrios sociales, no obstante la voluntad de los hombres, emergen ineludiblemente en razón de necesidades que enmarcan exigencias vitales, tanto para ellos como para los países. Y de allí entonces las permanentes luchas en procurar de satisfacerlas, alternativa e ininterrumpidamente, a través del misterio incognoscible de la vida. En ese sentido y con ese alcance tan estrictamente limitado, podría quizás este ensayo resultar de alguna utilidad para la humanidad de nuestros tiempos. ********
  • 6. 6 Un factor inadvertido Cuando me aboqué a la tarea de encontrar una explicación integral a la existencia y desenvolvimiento del proceso social de la humanidad, comencé por advertir, como punto de partida, que todos quienes hasta el presente habían tratado de dilucidad su naturaleza intrínseca, olvidaron tomar en cuenta para ello la actividad de un elemento de fundamental importancia, exclusión que debe haber obedecido a la costumbre llevada hasta el exceso de dividir, clasificar y considerar aisladamente los fenómenos de convivencia del hombre. Este procedimiento que sin duda resulta muy beneficioso en otros órdenes del saber humano ha dado lugar a una situación anárquica en el conocimiento de las disciplinas sociales, económicas, jurídicas y políticas, puesto que los estudios realizados acerca de cada una de estas manifestaciones ha sido encarado con un criterio estrictamente parcial y desvinculando totalmente los procesos, unos de otros. De esta suerte, entiendo que todas las concepciones existentes sobre las instituciones sociales adolecen de unilateralidad. Al contemplar las bases iniciales de cada teoría se advierte que o bien se tomó para el análisis uno cualquiera de los fenómenos como fundamento central respecto del cual los demás representaron solo formas adjetivas, o bien partiendo de una causa inmanente se dejó de establecer la necesaria correlación con las manifestaciones concretas. O, por el contrario, basándose en la apreciación directa de estas últimas, no se aportó la indispensable correlación con las primeras. O, en fin, otras fueron creadas bajo la sugestión e influjo del medio y el tiempo en que actuaron sus autores o también con la deliberada intención de propender al sostenimiento o modificación de determinadas situaciones sociales. Empero, estimo que el error más decisivo cometido hasta el presente ha sido considerar al ser humano como base primordial del desenvolvimiento de las sociedades, desentendiéndose por completo del grupo social. Se ha girado permanentemente el estudio alrededor del individuo y de sus agrupaciones estratificadas en clases y divididas en pueblos. O, en ocasiones, se ha procedido a la inversa, es decir, tomando al grupo social como punto fundamental de referencia pero dejando de lado el factor individual. Encarado el análisis del proceso social de la humanidad sobre tales bases, no puede instruirnos sino de hechos que aparecen indescifrables en cuanto su verdadera razón de existencia. Es así que las conclusiones que de ellas emergen y que aparecen como valederas, lo son tan sólo sobre aspectos parciales del problema y exclusivamente dentro de un lapso determinado, En resumen, además de carecer de integralidad se encuentran sujetas a las modificaciones que emergen de los tiempos históricos. La verdad, a mi juicio, es que el individuo, como contenido material, no constituye sino uno de los elementos del proceso. El otro –y éste es en resumen el factor al que deseamos referirnos- es el denominado especie humana, magnitud que si bien ha sido aplicada a problemas propiamente biológicos y en cierto modo a determinados aspectos sociológicos, nunca se contempló en vinculación integral con las formas de convivencia y menos aún como uno de sus extremos determinantes.
  • 7. 7 Debe entenderse claramente que al hablar de especie humana no nos referimos de ninguna manera al solo conjunto o sociedad de individuos en general como comúnmente expresa el concepto, sino a la especie constituida por dos individuos sexuados diferentemente, es decir, como forma, como sistema biológico. La especie humana, así considerada, se encuentra entonces representada en cada uno de los grupos sociales que habitan la tierra o es ella misma en definitiva. Y, según veremos, implica su existencia una realidad análoga a la del propio individuo puesto que, como él, posee imperativos biológicos cuya actividad engendra corrientes sociales interdependientes con las suyas, en defensa de las cuales lo sacrifica en ocasiones a fin de mantener su equilibrio como sistema y proseguir su evolución de naturaleza desconocida, si es que existe una finalidad para ella, como para las demás especies del universo. Dando entrada a este elemento la historia de los pueblos adquiere un sentido preciso; una explicación clara en cuanto a su auténtica naturaleza, sus instituciones sociales, económicas, jurídicas y políticas y los principios y tendencias fundamentales del hombre como la libertad, la igualdad y la justicia su verdadero significado y contenido. ********
  • 8. 8 PRIMERA PARTE La actividad fisicocósmica y el pensamiento humano Capítulo I Realidad de nuestro conocimiento Las investigaciones y experiencias actuales en las ciencias fisicoquímicas y biológicas han llegado a comprobar insospechadas manifestaciones de la materia que nos permiten una visión totalmente distinta de aquella que antiguamente teníamos establecida acerca de la actividad del universo y de los cuerpos y seres existentes en nuestro planeta. Tales innovaciones han perfeccionado indudablemente el conocimiento humano, pero cabe preguntarse si son suficientemente precisas como para poder fundamentar sobre ellas una concepción integral acerca de la naturaleza, evolución y desenvolvimiento de los grupos sociales y sus instituciones. Para responder a esta pregunta resulta menester plantearnos previamente si ese conocimiento traduce o no la realidad en sí, la realidad objetiva de lo existencia. Dilucidar este concepto es de fundamental importancia ya que quienes sostienen que el conocimiento es únicamente subjetivo pueden argüir que resulta incapaz, por tanto, de resultar de utilidad, amén de las críticas que podrían formular respecto de la insuficiencia de los medios de investigación. Pero si el conocimiento –aun en el caso de ser solamente subjetivo- constituye para el ser que capta y percibe una realidad absoluta, la eventual objeción perdería su valor y sería innecesario, asimismo, discutir si llega o no hasta el individuo la realidad en sí de lo existente. Partamos, a guisa de ejemplo, del supuesto de la subjetividad del conocimiento. Debe advertirse que en este caso ya llegue el mundo de los fenómenos a nuestro yo por conducto de lo que se denominan los sentidos o bien a través de técnicas científicas, siempre será subjetivo el conocimiento. Quien percibe en ambos casos es el yo y el único efecto de tales mecanismos consiste sólo en ampliar su capacidad de percepción. Cuando se observa por intermedio de una lupa, se lo hace con nuestros ojos y no con otros de modo que nuestra visión traducirá la realidad siempre subjetivamente. Se produce así una gama mayor de percepción subjetiva. Pero esa percepción, ese conocimiento directo o indirecto constituye una realidad absoluta para el hombre. Si percibe la luz como un elemento que le permite distinguir los objetos o –por medio de un dispositivo- como una lluvia de fotones, o si contempla el agua clara y limpia y, luego, utilizando un microscopio la advierte plena de gérmenes, en ambos casos continuará teniendo un conocimiento subjetivo de la realidad en sí. Pero para su yo y con relación a su propia existencia, cualquiera fuese la realidad objetiva que no puede percibir, ese conocimiento constituye una realidad absoluta. En el primer caso, ha visto los objetos y se ha determinado para algo o, en virtud de la observación científica creó un nuevo mecanismo para utilizar el fenómeno
  • 9. 9 luminoso. Y, en el segundo, bebió el agua aparentemente saludable con sus fatales consecuencias o, por el contrario, se abstuvo de hacerlo ante la comprobación de su error. ¿Podría acaso negarse que este conocimiento, a pesar de que fuera subjetivo, constituye una realidad absoluta para el individuo humano? ¿Qué significado tendría para él la realidad en sí, si la realidad subjetiva puede llegar a determinar sus actos y, con ellos, su vida o su muerte? Si no le es posible captar y percibir otra realidad que la subjetiva, pero ésta llega a incidir hasta en su propia vida, representa sin duda su realidad absoluta. De modo que poco importa al ser que la realidad que percibe implique la realidad en sí o simplemente su expresión subjetiva, porque en ambos casos, constituirá su realidad absoluta. Toda percepción de la realidad es, a mi juicio, subjetiva. El mundo varía según quien capta y percibe y como el yo de cada ser es distinto, esta diferencia produce también sensaciones desiguales con respecto a una misma realidad objetiva. El pez capta y percibe el medio líquido en forma tan distinta del ave, por ejemplo, que donde uno existe el otro muere, y no percibe un hecho exterior y reacciona en idéntica forma un hombre o un gusano porque el yo percibe y reacciona según sus propias características. Existen animales ciegos por naturaleza para quienes las radiaciones luminosas o no tienen sentido o si las captan ha de ser de manera muy distinta a la percepción general. Se percibe, se capta, se siente y se reacciona conformando un proceso único; es el mismo yo quien en primer término siente y, por último, reacciona. De modo que la sensación y reacción en el medio se encuentra condicionada el modo de percibir y el modo de percibir a la propia contextura condición individual. Ello, sin perjuicio de que pueda existir un promedio más o menos similar de percepción y reacción en cada especie animal y aun en cada raza y, en el plano humano, muchas veces según cada clase social por razones que se analizan más adelante. En síntesis, vemos que el mundo exterior puede ser percibido en distinta forma y, por lo tanto, producir sensaciones también diferentes. De allí resulta la subjetividad de la percepción: a distinta captación del mundo según cada característica individual, corresponde una reacción correlativa. Y en el orden afectivo, moral o intelectual del hombre, se opera idéntico proceso. No todos reaccionan ante un hecho de manera similar; por el contrario, ello es sumamente variable y se encuentra condicionado a la raza, el sexo, la educación, la salud, la edad y otros factores. Hasta la percepción por la mente de nuestro proceso biológico es totalmente subjetiva. Funcionamos internamente como individuos, ajenos a nuestro propio intelecto y sin saber por qué. Y si en el futuro la ciencia llegara a descubrir más profundamente el móvil que impulsa nuestro maravilloso mecanismo, como las investigaciones se llevarían a cabo por medio de instrumentos, métodos y análisis concebidos y materializados mediante la vista, el, gusto, el tacto, el oído y el olfato del hombre, tal adelanto significaría sólo poseer un conocimiento más minucioso e íntimo de esa realidad subjetiva.
  • 10. 10 Queda claro entonces que toda percepción sobre lo existente, sea directa o indirecta, es decir, través de la experiencia o de los medios científicos, es eminentemente subjetiva como, asimismo, que si la realidad pudiera ser otra jamás llegaríamos a alcanzar su verdadero conocimiento. Y también resulta inobjetable que a) esa circunstancia no obsta de manera alguna a que tal percepción constituye una realidad absoluta para nuestro yo, y b) que, en base a ella podamos explicarnos el mundo de los fenómenos con relación a nuestra propia existencia. Por otra parte, cabe destacar que nuestro conocimiento no se origina únicamente en la sensación producida por la percepción y captación. Esa es sólo una manera de producirse; la otra, se encuentra en el contenido individual, en el pasado que también percibió y sintió y que se actualiza en cada nuevo ser. No se debe olvidar que somos individuos constitutivos de una especie, originados, por lo tanto, en otros individuos anteriores y que aparecemos en el escenario de la vida con variadísimos antecedentes –forma, tamaño, fuerza, color, tendencias, receptibilidad, etcétera- que conforman nuestras propias condiciones y características. Por eso tenemos un conocimiento intuitivo –por supuesto igualmente subjetivo- de la realidad en sí, porque el pasado también captó subjetivamente, pero conocimiento sin necesidad de percepción previa. No se necesita haber percibido y sentido con anterioridad para tender a buscar el equilibrio ante el peligro de una caída, para eludir un obstáculo para echarse atrás frente al vacío, para amamantarse el recién nacido, para amar, para temer, para ser naturalmente sensible o frío, sociable o áspero, valiente o cobarde. Las características originadas en la herencia se polarizan en la subconciencia del nuevo individuo quien, al comenzar a actuar en el medio, irá modelando y desarrollando su conciencia, esto es, adaptando y modificando su inconciente dentro de los extremos que aquél le vaya exigiendo. La conciencia no es más que la traducción paulatina de la subconciencia, aumentada, disminuida o modificada por las nuevas experiencias y por la transformación que sufre el contenido individual a través del medioambiente. Ese complejo es lo que constituye el yo. La subconciencia constituye, por tanto, un saber innato, un saber sin conocimiento, un conocer integrado con las magnitudes de todo orden trasmitidas por las generaciones anteriores a través de la herencia. Por eso ha podido hablarse de ideas innatas y, por lo tanto, constituye un error suponer que todo conocimiento nace únicamente de la sensación originada en la percepción y captación. El ser no es una tabla rasa antes de la impresión producida por el mundo exterior. Esta dualidad en la que se origina el conocimiento –condiciones trasmitidas por el acervo del pasado y nuevas percepciones y sensaciones del individuo en el medio- nos permite, desde ya, apreciar la naturaleza de ciertos fenómenos sociales aparentemente de difícil entendimiento. Poe ejemplo, las tendencias colectivas de orientación, un sentir similar general, reacciones uniformes, extremos que se relacionan simplemente con la conciencia o se justifican en motivos circunstanciales, tienen raíces más profundas. El conocimiento procedente de la percepción y sensación es más individual y diferenciado por motivos de educación y de interacción con el medio, en
  • 11. 11 tanto que el procedente de la herencia, es más uniforme, por cuanto se refiere a aquellas modalidades y necesidades que son propias o particulares de cada especie. Existen así en cada individuo dos maneras de reaccionar a causa de su individualidad: una, en razón de su origen y otra en virtud de su propia experiencia. La primera subconsciente o inconsciente y la segunda, obedeciendo a la conciencia que se conformando en el medio. Por esta razón es que podemos encontrar en los grupos sociales de mayor unidad étnica, un sentir general mayormente uniforme, ideales comunes, reacciones similares y concepciones relativamente parecidas de la bondad, la maldad, la belleza o la fealdad, por ejemplo, sin perjuicio de las distintas variantes que puedan existir en cada unidad personal a raíz de un origen diferente o de distinta educación o ilustración o aun en razón de deficiencias biológicas que trastornan su individualidad. Sentados estos principios sobre la realidad de nuestro conocimiento, se está ahora en condiciones de afirmar, en respuesta al primer planteo, que las ciencias físicas y biológicas de nuestro tiempo, con sus innumerables hallazgos que están revolucionando el medio en que se desenvuelve nuestra civilización representan una fuente exhaustiva como para fundamentar en ellas una teoría integral sobre las sociedades, valedera, eso sí, sólo dentro del ámbito del saber humano. Sus conclusiones que día tras día abren nuevos horizontes para la comprensión de problemas que anteriormente aparecían como insolubles, nos otorgan un conocimiento más preciso y profundo del mundo de los fenómenos, conocimiento que, aun en el caso de ser puramente subjetivo de la realidad en sí, constituye una realidad absoluta para nosotros. Por otra parte, el enfoque general que conforma este ensayo ratifica la tesis expuesta. Mal podría entrañar un equívoco la demostración indubitable, como habrá de comprobarse, de que todas las manifestaciones existenciales, tanto físicas y biológicas como sociales, se hallan regidas por idénticos principios y por una actividad única y fundamental que adopta diferentes características según su grado de complejidad. ********
  • 12. 12 Capítulo II Breve comentario acerca de las teorías existentes sobre la constitución y actividad del universo Desde las primeras épocas de que tenemos conocimiento histórico, el misterio de la constitución y actividad del universo fue materia de permanente preocupación y estudio por parte del hombre, quien trató de hallarle explicación a través de las más diversas teorías y suposiciones. Pero recién en los últimos tiempos y, sobre todo en la actualidad, la ciencia ha llegado a desentrañar en cierta parte los misterios de la materia lo que ha permitido la utilización de múltiples fuerzas naturales y la formulación de principios-leyes que nos acercan a una realidad –si bien, quizá, igualmente subjetiva- mucho más profunda de la que teníamos antiguamente forjada. Las teorías que pueden considerarse verdaderamente científicas se han desarrollado en dos grandes períodos: el denominado de la Física Clásica, que se vincula con la concepción mecanicista de la materia y el actual, el de la Física Moderna. De la una a la otra se ha recorrido un extenso camino a través de extraordinarias e innumerables investigaciones. Las conclusiones a que ambas arribaron pueden sintetizarse, en muy groseros lineamientos, según se expone seguidamente. FÍSICA CLÁSICA Para esta teoría la materia –sustancia sólida, líquida o gaseosa- se encontraba compuesta por un conjunto de diminutos corpúsculos –los átomos-, dotados de características especiales, tales como indivisibilidad, indestructibilidad e inalterabilidad, cuyas diversas agrupaciones daban lugar a la formación de moléculas y éstas, a su vez, según sus respectivas proporciones a la de los cuerpos llamados simples y compuestos. Con el propósito de aclarar satisfactoriamente el origen de diversos fenómenos de difícil concepción la Física Clásica debió caer ineludiblemente en el terreno de las suposiciones. Así, por ejemplo, para explicar la actuación de ciertas manifestaciones ópticas y luminosas a través del espacio se vio en la necesidad de imaginar que ese espacio no constituía un vacío, sino que –por el contrario- lo ocupaba un fluido de valor imponderable que denominó el éter. Y también con el fin de encontrar alguna explicación a la actividad de la materia, así como supuso el éter, creó otra sustancia, también de existencia ideal, a la que llamó energía. Establecían así las leyes de la física mecanicista que de una vinculación, de naturaleza poco menos que indescifrable, entre la materia y la energía, se originaban fuerzas de atracción y repulsión –centrípetas centrífugas- cuya actividad daba lugar a los distintos fenómenos de la naturaleza.
  • 13. 13 La teoría clásica con consideró a la materia integrada por partículas inalterables, desentendiéndose totalmente de su estructura interna. Y a efectos de permitir la actuación de unas sobre otras, admitió que existían centros de fuerza atraídos y repelidos mutuamente a distancia, sin que el tiempo, que solamente era para ella una sucesión de intervalos, interviniera para nada en la formulación de sus intensidades. Y, por último, establecía la tridimensionalidad espacial. A su juicio, el mundo de los fenómenos se producía en el espacio donde la materia se hallaba en actividad por la acción de la energía y a través del tiempo. Al partir de la premisa de acción a distancia y de la de que los cuerpos que no se encuentran bajo la acción de ninguna fuerza, se mueven en línea recta y con velocidad uniforme –inercia-(3), se estableció que todo suceso se encontraba determinado por otro precedente. Quedó así concebido el universo como un inmenso mecanismo regulado a semejanza de un maquinaria de relojería, cuyo desenvolvimiento, por tanto, se encontraba inexorablemente determinado y era factible de describirse por figuras y movimientos de sus partículas que se desplazaban matemáticamente por intermedio de acciones y reacciones. De esta manera quedaba sentado el principio de causalidad, la relación directa de causa a efecto, el determinismo físico y una finalidad prevista en la evolución del universo. De acuerdo con estas conclusiones –fuerzas que se desplazan matemáticamente en el espacio tridimensional- la Física Clásica intentó explicar todas las propiedades y fenómenos de la materia. Y así fue como, efectivamente, quedaron aclarados multitud de ellos, entre otros, de notable trascendencia, el movimiento de los astros y la gravitación universal. Y también en su base se formularon principios-leyes sobre la capilaridad, la cinética de los gases, las presiones de los líquidos y muchos otros que dieron lugar al descubrimiento de los mecanismos y aparatología que, de un siglo a esta parte transformaron la vida y las relaciones de las sociedades humanas. Pero no obstante estos éxitos, el punto de vista mecánico tropezó con dificultades insuperables cuando intentó explicar, por medio de los principios que había enunciado, cierta clase de manifestaciones electromagnéticas, fotoeléctricas, luminosas y calóricas. En efecto, dentro de la escala astronómica y de los fenómenos relativos a la humana las reglas y normas enunciadas que, tanto experimental como prácticamente, resultaron verdaderas y aplicables, cuando se las intentó trasladar al universo atómico -entrevisto por los renovadores de la física- se advirtió con sorpresa que no concordaba en él de manera alguna la descripción mecanicista. ¿Cómo podía explicarse tal contradicción? Para llegar a una respuesta, resultaba imprescindible volver a analizar la actividad de lo existente de acuerdo con los principios enunciados por la física moderna. __________ (3) Se entiende por inercia la propiedad inherente a la materia de no cambiar por si misma ni su estado de reposo ni el movimiento, propiedad opuesta a la espontaneidad o libre arbitrio. En ella se funda tanto la Cinemática como la Mecánica. Por no influir la materia en su modo de estar, de conocerse las condiciones externas, puede determinarse su trayectoria.
  • 14. 14 Física Moderna El panorama de la física y la química de la actualidad ha variado fundamentalmente merced a las numerosas investigaciones de destacados hombres de ciencia. En efecto, Ernst Rutherford, Jerry Wilson y Niels Böhr (4), entre otros, han dejado abierto un campo insospechado con sus nuevos conceptos sobre la constitución del átomo. Las conclusiones de Fitz Gerald sobre las propiedades de la materia y los fundamentos de Hermann Minkowski y Albert Einstein permiten tener una visión más cercana a la realidad acerca de la naturaleza del tiempo y del espacio. Los estudios relacionados con los fenómenos de los quanta y la concepción de la mecánica ondulatoria –donde encontramos vinculados los nombres de Max Plank, Joseph Thomson, y los hermanos Louise y Maurice de Broglie, aclaran casi por completo los problemas de la luz, la gravitación y el determinismo. Y, por fin, la extensa y progresiva serie de descubrimientos realizados en los últimos tiempos amplían considerablemente en esos ámbitos la realidad de nuestro conocimiento. Para esta segunda etapa del saber científico el átomo, ―partícula inalterable‖, de cuya estructura interna se había desentendido por completo la teoría mecanicista, resultó sustituido por el átomo ―sistema solar‖. Se ha llegado a la conclusión de que este contenido infinitesimal de materia se encuentra constituido fundamentalmente por dos clases de elementos –protones y neutrones-, uno de los cuales, el protón, posee carga eléctrica de cierta dirección y naturaleza –positiva- y, el otro, una serie de corpúsculos periféricos, llamados electrones, impregnados de fuerza contraria -negativa- que giran a velocidades prodigiosas alrededor del núcleo central. El cuerpo del átomo comprende así un vacío prácticamente total de modo que su estructura y comportamiento recuerda al de un sistema planetario en miniatura donde la distancia a que se encuentran sus elementos constitutivos es similar, en su proporcionalidad, a la que existe entre los integrantes de los sistemas siderales. Y siendo así, el equilibrio de las fuerzas básicas –centrípetas y centrífugas- que obran sobre su estructura constituye su volumen e implica su existencia. Se ha llegado a reducir la materia a cargas eléctricas, a espacio poblado por campos de influencia, en total oposición a la idea de sustancia que establecía la física mecanicista. La actividad de la materia emana precisamente de ella, la energía no es ya aquel fluido imponderable y distinto, sino ella misma, pero bajo otros aspectos más sutiles, pues posee densidad y masa. De allí el nuevo concepto de materia-energía o masa-energía. La masa representa energía y la energía tiene masa. Con respecto al espacio, se lo considera desprovisto de aquella otra sustancia también de consistencia ideal supuesto por la física clásica, el éter. De acuerdo con la teoría moderna, los fenómenos luminosos, ópticos, calóricos y demás, se producen por una trasmutación de materia-energía u ondulaciones electromagnéticas de la masa- energía que puebla los espacios siderales. En resumen, tanto los cuerpos celestes como los demás de la naturaleza no serían otra cosa que una mayor o menor concentración de ---------- (4) Toda vez que se cite el nombre de un autor, acudir, de ser necesario, al índice bibliográfico en las últimas páginas donde se hallará un resumen de sus datos biográficos.
  • 15. 15 energía, de masa-energía. También se ha modificado el concepto del espacio tridimensional y del tiempo intervalo, con vinculaciones entre sí. La física clásica, así como la percepción común considera al espacio como un continuo de tres dimensiones y al tiempo como una sucesión de intervalos. Según la concepción actual, el mundo de los fenómenos es factible también de referirse a un continuo de cuatro dimensiones, porque si bien los hechos del universo pueden ser descriptos según una imagen variable a través del tiempo proyectada en un espacio de tres dimensiones, igualmente pueden concebirse por medio de una imagen estática en un continuo tetradimensional, el espacio-tiempo. De esta manera los fenómenos de lo existente más que sucesos en el tiempo, constituirían un proceso en el espacio-tiempo. En síntesis, la física actual considera a la materia como un espacio en el que partículas eléctricas ejercen unas sobre otras fuerzas de atracción y repulsión a la vez, correspondiendo el volumen en que actúan a un equilibrio entre las que pugnan por atraerlas y las que luchan por repelerlas. Y en lo que se refiere al espacio y al tiempo, entiende que ambas dimensiones implican un continuo cuatridimensional (el espacio- tiempo) donde los fenómenos materiales se desarrollan de tal manera que las diversas magnitudes de la física se encuentran a él directamente vinculadas. Nos internaremos seguidamente en el mundo esencialmente atómico pues encontraremos en él, por ahora, suficiente material para nuestro análisis. Al estudiarse el comportamiento de los cuerpos radioactivos, la física actual demostró que si se somete al núcleo del átomo a la acción de determinados factores, su contextura hace explosión y da lugar a la transformación del conglomerado en otro de diferente naturaleza. Es así que en la actualidad se ha conseguido provocar experimentalmente la mutación de algunos cuerpos simples, con lo que resulta posible la obtención de determinados elementos partiendo de otros totalmente distintos, hecho que nos llevaría a pensar en la unidad de la materia. Tal vez lo infinitamente pequeño representaría una igualdad que se estructuraría de manera distinta según las diversas circunstancias o etapas del proceso espacio tiempo a que va perteneciendo. Este estudio es materia de la física nuclear. Los componentes del núcleo atómico –protones y neutrones- poseen un tamaño aproximadamente dos mil veces mayor que los que integran la periferia –electrones- y poseen con respecto a estos ciertas características de inercia y peso que los distinguen fundamentalmente: el elemento central es más fijo; el externo es más móvil (5). El núcleo representa el elemento básico del átomo, el cimiento de su sistema. Cuando se desintegra o varía su composición interna, se transforma íntegramente la arquitectura del corpúsculo. Según la definición de un científico –Jean Thibaud, Vida y transmutaciones de los átomos-, el núcleo representa la ―herencia del átomo‖ y llega a compararlo en este sentido con una verdadera célula viviente. ---------- (5) Conviene desde ya tener en cuenta esta observación pues contiene un significado muy especial en el análisis que se realiza.
  • 16. 16 En tanto la célula mantiene su herencia en los cromosomas contenidos en su centro y el protoplasma regula el intercambio para la nutrición –ambiente intramolecular-, la herencia del átomo está constituida también por su núcleo, y la actividad electrónica produce la vinculación del corpúsculo con el proceso próximo -ambiente intraatómico-, interviniendo en ambos casos el elemento interno en mínimo grado en su relación con el medio exterior. El átomo puede ser considerado como una verdadera célula material (6), dotado como ella de existencia propia en incesante cambio y vinculación con el exterior y sometido, por tanto, a los efectos del tiempo de nuestra percepción. Su existencia varía de acuerdo con cada tipo y característica –unos existen por instantes y otros perduran por siglos- y va experimentando variantes y trasmutaciones en oportunidad de evadirse de su estructura uno o más de sus elementos componentes. Cuando a raíz de las experiencias de Böhr y Rutherford sobre la constitución del átomo, quedó definitivamente establecido que su conformación semejaba la de un perfecto sistema planetario en miniatura, la física mecanicista supuso, con cierto fundamento, que para proceder a describir y explicar la actividad de este nuevo universo –para ella desconocido hasta entonces-, bastaría con reducir a él proporcionalmente las imágenes y métodos que había utilizado en la escala astronómica y en la de nuestra percepción. Pero al llevar a la práctica el procedimiento, advirtió con enorme sorpresa que con esa metodología resultaba imposible fundamentar multitud de fenómenos eléctricos y luminosos: las leyes clásicas no concordaban con la actividad atómica. Y fue a raíz de esta situación que debieron encararse nuevos estudios para aclarar el verdadero comportamiento del átomo planetario, dando por resultado la enunciación de nuevas teorías tales como la física quántica y la mecánica ondulatoria que han demostrado cabalmente la impotencia en que se hallaba la Física Clásica para explicar el dinamismo y trayectoria de esta diminuta parte de la materia. Con las investigaciones de Plank, por ejemplo, se llegó a establecer que ciertas magnitudes como la electricidad y la luz, consideradas continuas,en realidad son discontinuas, esto es, compuestas por corpúsculos elementales –los quantos-, de modo que la irradiación de materia-energía se realiza por medio de electrones o fotones, en suma, de manera discontinua. El quanto implica, en consecuencia, un determinado importe de energía, materia o luz. También se ha comprobado otro aspecto decisivo: los elementos integrantes del átomo se conducen irregularmente con respecto a las creencias de la mecánica clásica. Su actividad y desplazamiento no concuerdan con los principios establecidos para los sistemas astronómicos ya que no siguen movimientos predeterminados sino tan sólo dentro de una cierta probabilidad. Con referencia a la descripción de la naturaleza de la luz -si corpuscular u ondulatoria-, se alternó durante años, constituyendo uno de los escollos insalvables de la física clásica. La emisión lumínica había sido considerada desde Isaac Newton como un ---------- (6) Se utiliza la denominación de célula material para establecer un paralelismo con la de célula biológica, entendiendo que entre el sistema atómico y el celular existe solamente una diferencia cuantitativa de complejidad en su dinamismo.
  • 17. 17 fenómeno netamente corpuscular. Más tarde, al presentarse discrepancias, se supuso que consistía en una sucesión ondulante de fuerzas (Thomas Young, Agustín Fresnel). Posteriormente, en base a las teorías de Jean Maxwell que suscita nuevas controversias, se retorna a la primera concepción, bombardeo de partículas. Y, por último, Luis de Broglie ha dado su última palabra. Por conducto de su teoría, denominada mecánica ondulatoria, logra explicar todos los actos luminosos mediante la asociación de la onda lumínica con el corpúsculo en un único proceso. Demostró que el corpúsculo no actúa individualmente sino en interdependencia con formas cada vez más amplias –sistemas u ondas-, es decir que las individualidades atómicas se manifiestan estrechamente asociadas al sistema a que pertenecen y se desenvuelven dentro de un proceso sumamente complejo donde no existen leyes fijas que determinen invariablemente su actividad. O, como expresa de Broglie: el aspecto ondulatorio y corpuscular de la luz constituiría una sola y única realidad en la cual corpúsculos y ondas se encuentran íntimamente vinculados entre sí. En base a todas las investigaciones realizadas en esta nueva etapa científica, han quedado en claro, entre otros, dos conceptos fundamentales: a) la imposibilidad de efectuar previsiones matemáticas sobre la actividad inmediata futura de cada unidad atómica, dada la irregularidad con que se conducen esos elementos individualmente en el universo de lo diminuto y, como contrapartida, b) la posibilidad de realizar únicamente cálculos estadísticos sobre su evolución y comportamiento. De esta forma llegamos a la conclusión de que existe una indeterminación en la actividad de la materia y que el determinismo sentado por la doctrina clásica, es aparente y proviene sólo de la observación única de los grandes números. Obsérvese que el movimiento planetario se refiere a masas inmensas de materia de modo que su indeterminación sólo podría advertirse, proporcionalmente, en millares de años ―Las leyes clásicas –nos relata Sir A. Eddington en la Naturaleza del Mundo Físico- sólo son valederas en un dominio donde los números quánticos son muy elevados. El sistema solar significa un número incalculable de átomos en acción, lo cual implica el comportamiento del promedio y no del individuo‖. Y haciendo una comparación muy feliz señala ―Los cálculos de promedio de vida para una compañía de seguros son completamente exactos y, sin perjuicio de las alternativas de las vidas individuales, sus balances pueden preverse como un eclipse de sol. Las leyes estadísticas, como las leyes de la Mecánica, se cumplen en los grandes números, pero el próximo salto de un quanto en un átomo es tan incierto como la vida de un individuo para una compañía de seguros‖. Luis de Broglie –Materia y Luz- dice, refiriéndose a este problema ―Una objeción se presenta indudablemente a nuestro espíritu ya que los fenómenos mecánicos de nuestra escala o de la astronómica parecen obedecer a un determinismo riguroso lo que sugirió el principio del determinismo universal. La respuesta no es difícil recordando lo infinitamente pequeño de la constante h (7) respecto de las magnitudes que intervienen en los fenómenos mecánicos de nuestra escala o de la astronómica. En ---------- (7) Denominación dada por Plank a la conducta irregular observada en los electrones al evadirse en forma repentina uno o más de ellos, sin causa aparente, de la órbita en la que se desplazan.
  • 18. 18 estos fenómenos el margen de incertidumbre es tan pequeño que se hace depreciable y, por otra parte, queda completamente oculto por los errores experimentales que afectan inevitablemente nuestras observaciones y medidas‖. Otra de las teorías que corrobora la incapacidad en que se encontraba la concepción mecanicista para explicar la actividad del universo en todos sus aspectos es la del campo, cuyas conclusiones permitieron aclarar el origen de múltiples manifestaciones electromagnéticas, fotoeléctricas y luminosas que no habían podido ser explicadas en base tan solo a la actuación a distancia de fuerzas elementales de atracción y repulsión. La ley de gravitación formulada por Isaac Newton relaciona la acción simultánea de dos cuerpos existentes en el espacio, por medio de la influencia que, a distancia, ejercen sobre ambos las fuerzas de atracción y repulsión. El movimiento universal de los sistemas estelares quedó explicado por la física mecanicista en base a este principio. Pero para la concepción de James Maxwell no existen actores materiales. Sus ecuaciones matemáticas, tal como expresa Albert Einstein, no relacionan sucesos lejanos, desvaneciéndose, en consecuencia, el concepto de acción a distancia. En la teoría del campo electromagnético se vinculan procesos inmediatos cambiantes en el espacio y en el tiempo. El campo ―aquí-ahora‖ depende del inmediatamente vecino un instante anterior. Einstein se pregunta, en presencia de esta situación si no sería posible estructurar una física fundamentada solamente en el concepto del campo, sobre todo, dice, dada la equivalencia entre masa y energía y puesto que el campo representa energía. La materia que impresiona nuestros sentidos no sería sino una enorme concentración de energía, de modo que podrían considerarse materia las regiones donde el campo fuera extremadamente intenso. Sin embargo –concluye- no ha sido posible aún, pese al éxito sin precedentes de la física del campo al formular las leyes de la electricidad, del magnetismo y de la gravitación en forma estructural, cumplir definitivamente este programa. Deben admitirse todavía dos realidades para describir los fenómenos: materia y campo. La introducción de la teoría del campo, en síntesis, ha permitido confirmar el concepto de que las individualidades físicas no se vinculan, tal como se suponía anteriormente, por la simple acción de fuerzas a distancia, sino por medio de procesos inmediatos continuamente variables, a través de los cuales, aparecen en permanente interdependencia con los sistemas a que pertenecen -átomo, onda, campo-. Sin duda que analizar la materia dentro de la escala atómica nos ha permitido apreciar su actividad desde un ángulo muy distinto al que nos ofrecía el plano astronómico donde continúa pareciendo a nuestra percepción que los elementos cósmicos se encuentran directamente ligados a distancia por las fuerzas que determinan su decurso. La teoría de la relatividad fue otra de las concepciones que revolucionaron el terreno de la ciencia moderna. Sus conclusiones han abierto un panorama tan rico en posibilidades que, día tras día, nos es posible asistir ya sin asombro a nuevos y prodigiosos descubrimientos.
  • 19. 19 Uno de sus objetivos principales consiste en demostrar el grado relativo de la actividad material. Para cumplir tal finalidad nos presenta Einstein, entre sus puntos de partida, los principios enunciados por Fitz Gerald, según los cuales, la materia en razón de su estructura corpuscular, debe contraerse a la mitad de su tamaño, cualquiera sea su consistencia, al ser lanzada al espacio a una velocidad de 260.000 kilómetros por hora. Esta suposición que resultaría imposible concibiendo a la materia continua, no resulta difícil de interpretar teniendo en cuenta la moderna descripción del átomo como un volumen de espacio que implica un sistema de equilibrio de elementos electromagnéticos Arguye Einstein, partiendo de esta premisa y tras medulosos razonamientos, que todas las magnitudes de la física serían pasibles de percibirse diferentemente de acuerdo con los distintos planos y condicionamientos desde donde fueran observadas y sentidas. Deja así sentado que tanto la longitud, como la superficie, el volumen, el sonido y el color y hasta la propia velocidad y también el espacio y el tiempo variarían su estructura según cada observador y la situación en que se encontrare respecto a tales manifestaciones. Si se ha supuesto al mundo físico como constituido intrínsecamente por distancias, fuerzas y masas y se comprueba que esta ideación posee un índice especial de referencia, todo debe guardar con él estricta relación. De allí surge la concepción del continuo tetradimensional espacio-tiempo; el espacio se extiende o se reduce, se alarga o disminuye, en permanente correlación con cada marco de referencia. El bosquejo sintético y por cierto muy elemental realizado, es suficiente no obstante, para interiorizarnos conceptualmente del nivel a que ha llegado la ciencia física de la actualidad. Y permitirá aclarar, además, si los conceptos modernos presentan realmente una contradicción con los principios que sostuviera la posición mecanicista. Como ya hemos visto, la física clásica consideró a la materia compuesta exclusivamente por individualidades indivisibles o inalterables cuya actividad se hallaba sujeta a la acción de fuerzas de atracción y repulsión –centrípetas y centrífugas- que tendían a unirlas, combinarlas o separarlas. De tal conjunción surgían las diversas sustancias y cuerpos existentes en la naturaleza, lo cuales, a su vez, actuaban y reaccionaban unos sobre otros en virtud de aquellas mismas fuerzas. Las investigaciones modernas en el campo de la física demostraron que, por el contrario, la actividad del universo y de sus manifestaciones –sustancias, cuerpos, radiaciones, etcétera- no podía ser explicado sólo en base a la interacción de individualidades, sino que resulta necesario considerar, al propio tiempo, y en un mismo nivel de importancia, la influencia de los sistemas que las comprenden. Las formas individuales no se desempeñan independientemente sino en constante relación e interdependencia no solo entre sí sino con los sistemas-formas que integran, los cuales, a su vez, manteniendo su equilibrio interno como tales, se vinculan por medio de sus elementos componentes y en idéntica forma a otros más extensos. Además conocemos también que las individualidades físicas no se desempeñan en forma predeterminada como señalaba la teoría mecánica, sino que su desplazamiento
  • 20. 20 tiene lugar dentro de cierta probabilidad factible de ser medida únicamente en conjunto, es decir estadísticamente. Los fenómenos de la materia no se presentan dentro de una causalidad determinista sino a manera de un proceso donde individuos y sistemas y estos entre sí, se encuentran en permanente interacción. Y, por último, se advierte que el mundo de lo existente no responde ya al simple planteo objetivo formulado por la física clásica. La realidad percibida no constituye la realidad absoluta sino una realidad subjetiva dependiente en grado total de la capacidad de cada observador y que se determina por múltiples circunstancias y condiciones. La doctrina de la relatividad resulta así uno de los pilares más sólidos hasta la fecha de las teorías subjetivas de la percepción y del conocimiento. Y seguramente será la física relativista la destinada a presentarnos no antes de mucho una explicación racional y detallada de todos los fenómenos materiales. Estamos ahora en condiciones de manifestar que los principios de la física mecanicista no constituyen en realidad una total contradicción con las teorías actuales. Sus conclusiones no fueron erróneas. El quid estriba, simplemente, en que abarcan sólo un sector de la actividad universal, el relativo a los fenómenos materiales que implican la actividad de las grandes masas. Son sí valederas pero sólo cuando se refieren a la escala de nuestra percepción o a la astronómica De modo que si no fue posible a través de sus postulados desentrañar la actividad del universo atómico, mal podrían haber sido consistentes y certeras las disquisiciones teóricas de quienes intentaron brindar una explicación científica de la actividad biológica y social, finalidad sólo posible de alcanzar mediante una actualización de ese conocimiento. A continuación y a modo de corolario de este capítulo, se reseñan las tres conclusiones fundamentales que surgen de las investigaciones de la física moderna. a) Tanto la física clásica como la actual admiten en la actividad del universo la existencia de fuerzas de atracción y repulsión –centrípetas y centrífugas-, pero con la diferencia de que, para la primera, su influencia era ejercida solamente entre individualidades y a distancia. En cambio, para la concepción moderna esas mismas individualidades en virtud de esas fuerzas o constituyéndolas, se manifiestan en relación e interdependencia, no sólo entre sí, sino con los sistemas a que pertenecen , los cuales, en forma correlativa, se vinculan con otros más amplios tratando de mantener un equilibrio relativamente estable como tales. b) No existe un determinismo físico absoluto según afirmaba la doctrina mecanicista. Las nuevas investigaciones sobre la naturaleza del átomo han establecido que, por el contrario, la actividad de la materia se presenta indeterminada y que sólo es posible prever su desenvolvimiento con carácter estadístico. La causa de que ante la percepción del hombre aparezca como obedeciendo al primer principio, consiste en que las observaciones fueron realizadas sobre escalas que implican la actuación de las grandes masas donde, para advertir indeterminaciones, sería menester juzgar períodos extensísimos de tiempo.
  • 21. 21 Por lo tanto, el concepto de causalidad es más aparente que real. El mundo de los fenómenos constituye un proceso complejo y no una serie de sucesos en relación de causa a efecto. c) Según se desprende de los principios relativistas, lo existente material captado por los sentidos no constituye la realidad en sí, sino que implica solamente un producto de la percepción individual, un mundo absolutamente subjetivo, posición que no obsta para que, su vez, pueda existir la realidad objetiva del universo. ********
  • 22. 22 Capítulo III Impacto de los principios mecanicistas en las corrientes de la filosofía A fin de facilitar el encuadramiento de capítulos posteriores, siempre dentro de lineamientos estrictamente conceptuales y de modo sumarísimo, conviene hacer una recorrida panorámica sobre los efectos que produjeron en las distintas corrientes de la filosofía los principios sentados por la doctrina mecanicista. En dos grandes corrientes se ha resumido el pensamiento humano en su afán de dilucidar el misterio del universo y el de la existencia del hombre. Una, denominada especulativa, que tiende a explicar los fenómenos partiendo de premisas o principios constituidos a priori y donde priva el elemento deductivo para sus conclusiones, y otra llamada positiva que, luego de considerar hechos y fenómenos, llega especialmente por un procedimiento de inducción a la demostración de sus finalidades. La primera puede dividirse en dos subcorrientes. Una, la conocida por dogmática, que da por explicados los fenómenos tomando como base el propio dogma emergente de la revelación divina -por conducto de profetas o manifestaciones extrahumanas-, y otra, denominada racionalista, cuyos fundamentos tienen por origen tendencias y principios de sentido abstracto que se consideran de naturaleza inmanente e inherentes al hombre, tales, entre otros, como la justicia, el deber o la libertad ya existentes en su propia conciencia por sí o derivados de un supremo hacedor, tendencias y principios que pueden captarse y desenvolverse a voluntad por intermedio de la razón humana. De esta suerte, las teorías racionalistas son espiritualistas o simplemente materialistas, es decir, tienen en cuenta o no la existencia de un Dios y del alma. Algunas suponen la realidad de una causa suprema y otras no, pero todas adjudican un poder incontrastable a la razón humana y afirman su predominio sobre la materia. Las doctrinas dogmáticas, por su parte, sostienen invariablemente para la demostración de sus fines, la acción y supremacía del alma sobre el contenido físico. Las doctrinas especulativas en general –racionalistas o dogmáticas- han tratado siempre de encontrar una causa o fundamento a lo existente y a la vida humana como así su finalidad u objeto. En suma son finalistas y suponen el mejoramiento humano de manera progresiva. Las corrientes positivas, en cambio, no hacen mayor hincapié en estos extremos por cuanto, precisamente, parten de la experiencia para fundamentar sus conclusiones. Para el análisis siguiente comenzaremos por ellas y, específicamente, por razones cronológicas –puesto que la relacionaremos con la teoría mecánica- a una de sus últimas expresiones, el materialismo científico. Por otra parte es esta concepción la única realmente fundamentada en experiencia concreta puesto que si bien es cierto que podemos advertir la influencia de
  • 23. 23 la corriente positiva ya desde la escuela jónica de Grecia, quienes pretendieron anteriormente explicar la actividad del universo por medio de principios y fenómenos físicos, se vieron obligados a abusar de la especulación intelectual por carencia de suficiente información científica. El materialismo científico –lo mismo podría expresarse acerca del materialismo dialéctico- intentó explicar los fenómenos sociales y humanos y las tendencias e imperativos individuales, tomando como punto de partida la actividad misma de la materia y fundamentándose para tal objetivo en las conclusiones de la doctrina mecanicista. Sobre la base de tales principios –relación de causa a efecto, actividad de individualidades –átomos y cuerpos- entre las que actúan a distancia fuerzas de atracción y repulsión, se encaró el estudio de las agrupaciones humanas concibiéndolas en su desenvolvimiento como integradas sólo por conjuntos de individuos que reaccionaban y reaccionaban unos sobre otros. De acuerdo con este criterio, diversos fenómenos sociales e individuales quedaron, en apariencia por lo menos, aclarados satisfactoriamente. Pero cuando el materialismo científico intentó describir las manifestaciones emanadas de la conciencia, como, por ejemplo, las ideas de bondad o de maldad, de lo moral o lo inmoral, o las tendencias acerca de la libertad o la igualdad, tropezó con una valla infranqueable. Al partir de los mismos fundamentos que sustentaban su doctrina tales conceptos no tenían explicación. Y tan drástico resultó el fracaso que tras la breve época de esplendor durante la cual esta concepción parecía haber echado por tierra definitivamente con todas las teorías especulativas, los mismos científicos se abocaron de nuevo a buscar otra explicación a esos principios en los llamados arquetipos inmanentes del ser humano, resurgiendo de esta manera el racionalismo y afianzándose las doctrinas dogmáticas. Las primeras manifestaciones del racionalismo, se observan ya en la escuela eleática de los griegos, pero sólo interesa observar su evolución a partir de la época moderna donde la hallamos también directamente vinculada con la teoría mecánica de la materia, si bien la filosofía racionalista más moderna elude su respaldo. Probablemente influyó en esta decisión el fracaso del propio materialismo científico y es así como, por ejemplo, Henri Bergson al concluir, que nada puede explicarse de lo biológico por un universo en el que todo está dado, formula su concepción del impulso vital. El resurgimiento del racionalismo se opera a partir de René Descartes, los filósofos que continuaron a Imannuel Kant y los hombres de la Enciclopedia, hasta promediar la revolución francesa de 1789. Desde Descartes, que intentó explicar la actividad del universo por medio de figuras y movimientos dentro de un determinismo riguroso, las conclusiones de Newton, que formuló en forma definitiva la teoría mecánica de la materia y los estudios de Pierre Laplace que resumió el determinismo señalando que ―si una inteligencia pudiera conocer todas las fuerzas de la naturaleza y la situación respectiva de los seres
  • 24. 24 que la componen nada sería incierto para ella y estaría presente ante sus ojos tanto el porvenir como el pasado‖, los filósofos racionalistas creyeron pisar terreno más firme. Se consideró entonces evidente que la razón, en base a aquellos principios de sentido abstracto establecidos como inmanentes del ser humano, era capaz de encarrilar las sociedades, por medio de normas, hacia una perfección progresiva. Al concebir a la naturaleza como un mecanismo susceptible de manejo, se entrevió la posibilidad de diseñar y regular a voluntad la vida de relación de los grupos sociales. Pero es indudable que los conceptos racionalistas también han fracasado. Las conclusiones de la física moderna, al destruir el principio del determinismo físico absoluto, sustentado por la doctrina mecanicista, colocó en insalvables dificultades a esta corriente de la filosofía. Los acontecimientos mundiales están demostrando con meridiana claridad, la impotencia de la diosa razón frente al desenvolvimiento del proceso social. Sus designios no son lo suficientemente poderosos para poder guiar a voluntad el destino del hombre ni para en encauzar sus ideas. Y con respecto a las doctrinas del dogmatismo, la otra subcorriente de la tendencia especulativa, como se sostiene, por principio, que el dogma no puede variar, desde el momento que es revelado (8), se dará un breve pantallazo acerca de la relación que mantuvo con la teoría mecánica A diferencia del racionalismo propiamente dicho, las religiones se fundamentan en la tradición, en los textos sagrados formados en su base, en documentos históricos generalmente posteriores a los hechos advertidos y en la exégesis de esos textos. Las religiones sientan los mismos principios de sentido abstracto que el racionalismo considera inmanentes del ser humano, pero con la diferencia que los hacen derivar de un dios que los habría revelado. Si, de un dios, porque aun cuando al concebir su idea, debemos suponerlo único, las doctrinas varían no solo en su forma de imaginarlo sino también en los alcances que asignan a su interpretación, por ejemplo, de la bondad y de la maldad a través de los tiempos. De allí el distinto marco de la especulación dogmática y de la racionalista. La primera condiciona los principios a cada religión y estos principios tienen el alcance que el dogma les otorga, en tanto que la segunda, por el contrario, los deja enteramente librados a la razón humana. El dogmatismo en general, a semejanza del racionalismo, también se sintió fortalecido con las conclusiones de la doctrina mecanicista, puesto que el principio de causa a efecto establecido por ella confirmaba la teoría del determinismo físico absoluto. Esta posición que implicaba el trasunto de un orden preconcebido y de una finalidad prevista en la evolución del universo, la permitió afirmar con mayor seguridad la perfección continúa del individuo y una convivencia social en mejoramiento progresivo. Pero la inconsistencia del principio de causalidad determinado por la física ---------- (8) De todas las religiones conocidas, unas han finalizado y ya no existen sus cultos u otras han ido transformando paulatinamente sus principios. Basta observar con atención el desarrollo de cualquier dogma, para advertir sus variantes y transformaciones.
  • 25. 25 moderna, ha echado por tierra con uno de los fundamentos más sólidos en que descansaban las doctrinas dogmáticas. La nueva estructura de la ciencia fisicoquímica abre nuevos rumbos al campo filosófico. Asistimos hoy al derrumbe del materialismo científico y del racionalismo, cuyos conceptos, frente a estas modernas investigaciones, resultan anacrónicos y faltos de veracidad. Y, por otra parte, no es difícil advertir la incomodidad en que se desenvuelven las teorías religiosas. Diremos, no obstante, como punto final de este capítulo que el fracaso del materialismo científico es tan solo aparente y transitorio. El complejo de los fenómenos sociales no puede ser explicado si no es a través de la actividad material, pero para ello resulta indispensable, previamente, encarar su actualización a la luz de las concepciones científicas actuales. ********
  • 26. 26 Capítulo IV Las conclusiones de la física moderna frente al razonamiento del hombre La observación sistemática del universo lleva a definir todo su quehacer material como un conjunto de formas transitorias que se producen y perduran a través del tiempo durante un lapso determinado, al término del cual desaparecen como tales. Y a través de ese proceso general e inexorable, vemos cumplirse paso a paso, desde un extremo al otro de su dinámica, los mismos principios enunciados por la ciencia moderna para la actividad del mundo físico. Interacción de individualidades y sistemas La primera conclusión que surge de la visión actual de la física es que ninguna de las individualidades actúa aisladamente sino, por el contrario, en permanente relación e interdependencia entre sí y con los sistemas que integran, los cuales a su vez implican individualidades de otros sistemas de mayor magnitud. Desde el átomo hasta los conjuntos siderales, desde la materia denominada inerte hasta la definida como viviente, la energía universal se manifiesta a través de multiplicidad de procesos en vinculación e interacción constante. Vemos así que estas formas tanto en el plano cósmico, como en el biológico e, incluso, en el social evolucionan y se desenvuelven en su propio medio con el que se encuentran en constante intercambio de elementos y sustancias según las siguientes características: a) En el primer caso –lo cósmico- cargas electromagnéticas o materias-fuerzas conformando sistemas atómicos que se vinculan hasta formar cuerpos de mayor dimensión –ondas, campos, sustancias moleculares-, llegando a la constitución de las grandes masas celestes conocidas interdependientes aun con otras todavía más gigantescas cuya actividad todavía se desconoce. b) En el siguiente caso –lo biológico- idéntico impulso inicial, pero integrando ahora el elemento atómico sistemas de naturaleza celular, cuya agrupación da lugar a la constitución de tejidos que, a su vez, diseñan, por una parte, la estructura del reino vegetal y, por otra, conforman órganos y sistemas-funciones para finalizar en el contenido individualizado de materia denominado ser viviente. c) Y en el último caso –lo social- seres vivientes, racionales e irracionales, constituyendo especies que son sistemas biológicos tan reales respecto de cada individuo, como éste lo es del órgano, el órgano del tejido el tejido de la célula y la célula del átomo. Cuando el materialismo científico y las doctrinas especulativas intentaron encontrar explicación a los fenómenos biológicos y sociales, encararon su estudio en base a la sola interacción de individualidades en el medioambiente. Estas posiciones filosóficas, limitadas por la teoría mecánica, no tomaron jamás en cuenta que los
  • 27. 27 contenidos humanos integran en conjunto un sistema, elemento fundamental cuya actividad da lugar a la presencia de exigencias propias, muy distintas de las individuales, como tampoco les fue posible, por ese mismo motivo, captar el verdadero alcance del permanente estado de vinculación con el medio por conducto de las unidades que lo integran. La física moderna permite enfocar el estudio desde un punto de vista enteramente distinto y nos indica que para abocarse al análisis de estas realidades biológicas no es posible dejar de lado la consideración de una trilogía inseparable: especie, individuo y medioambiente. Más adelante se podrá apreciar en detalle este concepto. Basta expresar ahora, con respecto al nexo sistema-individualidades-medio, que esta conclusión elimina la lucha de ideas acerca de que lo continuo o lo discontinuo constituya la base del universo o de que lo colectivo o lo individual implique la solución definitiva de los problemas sociales. Inexistencia de la relación directa de causa a efecto La segunda conclusión que surge de la física moderna es que no existe determinismo físico absoluto. Por el contrario, las individualidades físicas se desenvuelven dentro de una actividad probable, susceptible de ser apreciada tan sólo estadísticamente. Esta notable diferencia con la concepción mecanicista permite dilucidar problemas aparentemente insolubles. Tanto el materialismo científico, como el racionalismo y las doctrinas dogmáticas se apoyaron en el principio de relación de causa a efecto para establecer el concepto de determinismo causal. El primero, partiendo de causas antecedentes, supuso que la actividad de la materia se encontraba predeterminada y que, por lo tanto, los actos humanos se desarrollaban dentro de un riguroso determinismo que excluía el libre albedrío. Por su parte, el racionalismo y el dogmatismo, basándose en el mismo concepto, adujeron que por medio de la razón y la voluntad humana podría llegarse a finalidades preestablecidas tales como el perfeccionamiento del individuo y un estado de convivencia ideal para la humanidad. El libre albedrío que presuponían en el yo y la relación causal les hizo concebir esa meta finalista Diluidos hoy los fundamentos del determinismo físico absoluto y, por ende, los de relación directa de causa a efecto, no resulta difícil advertir la esterilidad de sus disquisiciones. En la actualidad se debe admitir una realidad distinta, la de que los sucesos del universo no se originan unos en otros como estimaba la teoría mecánica ni se producen en virtud de una causalidad rigurosa, sino que dependen más bien del azar, de la casualidad en la conexión de circunstancias. El mundo de los fenómenos constituye un proceso general, sin determinación previa, en el que procesos parciales actúan en interdependencia constante, no siendo posible establecer cuál fue la causa inicial de cada uno ni si el efecto obtenido será factible de repetirse tantas veces como se intente.
  • 28. 28 Como corolario podemos finalizar afirmando que la actividad material no aparece ni predeterminada ni pasible de determinarse. Y que existe el fundamento científico necesario como para transportar esta realidad a planos más complejos como el de la biología y el de la sociedad humana. No existe, por tanto, predeterminación como antecedente absoluto de los fenómenos vitales o comunitarios ni tampoco encauzamiento permanente como finalidad posible. Los sucesos son tan solo el resultado de infinitos procesos variables que, por conectar en un tiempo dado, nos producen la sensación de efectos originados en causas, razón por la cual ciertos hechos se presentan a nuestra percepción como predeterminados y creemos, además, factible la posibilidad de poder determinar otros. Esta perspectiva es el producto de un primer razonamiento aferrado a la relación de causa a efecto. Dos o tres ejemplos prácticos si no servirán como demostración absoluta, permitirán aclarar el panorama general facilitando al pensamiento poder apreciar la realidad en que se desenvuelven los individuos y los grupos sociales, esto es, sin determinismo causal, sea antecedente o teleológico. Causa antecedente Tropiezo con un objeto, resbalo y caigo. ¿Podrá afirmarse que fue el objeto la causa de mi caída? ¿No será más bien que yo tropecé con él? ¿O tal vez que alguien lo perdió o bien lo depositó premeditadamente? ¿O quizá que me desvié de mi camino para ceder el paso a una persona? ¿Y por qué no pudo ser esa persona? En suma, ya sea buscando posibilidades por la parte del objeto o por la mía, llegaríamos a números incalculables, con la advertencia de que si cualquiera de esas circunstancias no hubiera existido, no hubiera pisado el objeto y resbalado La caída se originó en una conexión de procesos complejos donde no sería posible asegurar cuál fue la causa determinante. Ni tampoco que cada vez que tropezara con un objeto similar sucedería idéntico percance. El suelo podría poseer relieves suficientemente ásperos como para poder reaccionar a tiempo o aun podría encontrar un asidero para restablecer el equilibrio. Nuevas circunstancias se presentan para mostrar el proceso complicado que originó mi caída y resulta imposible encontrar la causa antecedente que la determinó en razón de su impulso. ¿Dónde se encontrará la relación de causa a efecto sino tan solo una conexión de procesos accidentales que con haber fracasado solo uno, no se hubiera producido lo que se denomina efecto? ¿Dónde el determinismo en lo continuamente variable? Motivo finalista En un billar un jugador toma un taco, da con él a una bola: ésta choca contra una segunda y luego contra una tercera, todas de marfil. La causa –el golpe- ha producido un efecto –la carambola-. ¿Tantas veces como se ejecute el golpe sucederá lo mismo? Para ello es indudable que el procedimiento debe realizarse en exactas condiciones de igualdad. Si se cambiara la segunda bola por otra de distinto material la primera se desplazará de manera distinta, con lo que existiendo la misma causa no se lograría el mismo efecto anterior.
  • 29. 29 De tal modo no fue el hecho que suponíamos causa lo que trasmitió el poder, condición o impulso sino que era necesario, además, que conectara con un medio adecuado para que tuviese lugar lo que se entiende por efecto. Si se rebatiera el concepto arguyendo que la causa la constituían las dos bolas de marfil, la primera con su impulso y la segunda inmóvil, bastaría con que variara el piso del billar para que no se produjera la carambola. Y, en última instancia, ¿si no existiera la tercera bola se produciría el efecto buscado? Naturalmente que no puesto que para ello es necesario un piso con base de pizarra y paño, que existan las tres bolas, que el jugador ejecute su golpe con idéntica habilidad, esto es, una serie de circunstancias y medios idénticos. No puede afirmarse que la causa fue el golpe impreso a la primera ni el choque resultante de su encuentro con la segunda sino un conjunto de hechos que debieron conectar en un proceso complejo donde el impulso supuesto en la causa que llevaba a una meta finalista hubiera resultado estéril de haber fallado cualquiera de las etapas intermedias. Causa antecedente De dos matrimonios supuestos iguales, nacen sendos hijos con características similares en cuanto a aptitudes y tendencias, ambos sanos y normales. Uno se educa corrientemente; el otro es secuestrado y desenvuelve su vida en un ambiente inmoral. Con el tiempo, el primero se convierte en un ciudadano común y el segundo resulta un individuo del hampa. Cabe aquí preguntar al materialismo científico si la causa antecedente –la misma para ambos- produjo los mismos efectos. No los produjo porque los medios o procesos con que conectaron las supuestas causas determinantes y antecedentes, fueron distintos. Igual razonamiento cabría si se objetara que a esos medios distintos habría que considerarlos causas a la vez, es decir, que los motivos determinantes con condición e impulso habrían sido dos, los antecedentes de cada uno y los distintos medios. Hubiera bastado que una circunstancia accidental -una enfermedad maligna, un casamiento desgraciado, una amistad inconveniente- se interpusiera en el camino del uno de ellos para que las dos causas supuestas –antecedentes y medios iguales- al conectar con el nuevo proceso diferenciara el porvenir de ambos. No hay por tanto –se insiste- causas antecedentes absolutamente determinantes en la actividad del ser humano. Todo depende de la conexión de diversos procesos permanentemente variables. Motivo finalista Proseguimos con el ejemplo anterior, pero considerando que los dos niños reciben una educación correcta hasta llegar a la adultez encontrándose ambos preparados para enfrentar la vida. Los dos se casan: la bondad y el cariño de una esposa cooperan para que uno alcance éxito, prosperidad y bienestar. Al otro, en cambio, una
  • 30. 30 mujer sin escrúpulos lo lleva a abandonarse, toma el hábito del alcohol y concluye en un hospicio. La causa o motivo finalista que se tuvo en mira, producir un hombre útil para si y para la sociedad, ¿fracasó o no por razón de las circunstancias medio o proceso que impidieron el efecto preconcebido? La condición o impulso –ilustración, educación, ambiente, etc.- fracasó al conectar con un proceso contrario al fin buscado y como él otros procesos podrían haber llevado a uno, a otro o a ambos individuos a una finalidad distinta de la tenida en vista. No es posible encauzar la actividad del ser humano a través de un determinismo riguroso. Ella se encuentra sujeta a la interacción de multitud de procesos distintos que, con no conectar uno o más de ellos en el sentido del impulso original, darían por tierra co el motivo finalista perseguido. Causa antecedente A raíz de acontecimientos internacionales un país se ve perjudicado en su economía hasta que, mediante la sanción de leyes que regulan el comercio e impulsan ciertas industrias propias, se consigue detener la situación crítica y regularizar la depresión. La causa antecedente, originada en la economía internacional que obraba en desmedro de ese país, ya no continúa ejerciendo su impulso. Se ha quebrado la relación de causa a efecto al transformarse el medio interno, al no conectar ya dos procesos, el internacional y el nacional. ¿Dónde el determinismo fundamentado en una causa antecedente? Motivo finalista En un país se sanciona una ley con el propósito de impulsar la industria y el comercio en un sentido dado, obteniéndose apreciables resultados. Pero un giro económico internacional originado, por ejemplo, en una nueva actividad industrial o en el fomento intensivo de cultivos agrarios en otras naciones produce efectos tales que resulta imprescindible derogarla dando lugar a otra que imprima nuevos rumbos a esas actividades. Fracasó el motivo finalista tenido en cuenta porque varió el medio económico con que hacía conexión. ¿Dónde la causalidad finalista buscada? Lo que se supone por causas con condición e impulso –sean antecedentes o teleológicas- no pueden determinar inexorablemente el porvenir del individuo ni del grupo social. Se opone la constante variación del medio con el que deben ir correlacionándose tanto uno como otro. Individuo, grupo social y medio conforman procesos permanentemente variables y en forzosa interacción. Se señaló anteriormente que lo inconsciente se origina en las condiciones y exigencias trasmitidas por la herencia a cada nueva forma individualizada, magnitudes que se polarizan en su intelecto y en los centros que gobiernan sus acciones reflejas. Y, además, que la actuación del inconsciente en el medio va provocando su paulatina transformación en lo que se denomina conciente, proceso que, en suma, constituye el yo individual.
  • 31. 31 Desde que el ser humano aparece en el escenario de la vida -y ya antes a través de su progenitora-, comienza lo inconsciente a encontrarse en directa interacción con el medio. A partir de ese momento tiene principio la formación gradual de lo consciente, que tiene por fundamento el inconsciente y el medio, comprendiendo éste el ambiente físico y el grupo social. El medio en que se desenvuelve el ser humano no solo está constituido por las características externas –región, altitud, temperatura, alimentos, etc.- sino también por el propio grupo social. El individuo se encuentra en interacción con el medio físico y con el sistema que integra el que, por su parte, actúa con exigencias propias en interdependencia con las de sus componentes. De manera que, al nacer, el ser humano constituye una personalidad inconsciente originada en las características físicas y psíquicas legadas por sus antecesores por lo que la personalidad consciente no puede ser otra que la inconsciente, producto de la herencia, vinculada ahora y transformada en el medio. Esa interacción del inconsciente con el medio que va provocando paulatinamente su transformación en conciencia, constituye, como se expresó antes, el yo individual. Es natural entonces que exista una contienda permanente en el yo entre lo inconsciente, que pugna por mantenerse ―tal cual es‖ y su propia e ineludible necesidad y exigencia de vinculación y adaptación para sobrevivir en el medio, es decir, para conformar ―lo que va siendo‖. Esa lucha por mantener ―lo que se es‖ y el proceso de adaptación forzosa de ―lo que se es‖ al medio, da la sensación de dos yo, el inconsciente y el consciente. Pero, en realidad, no existe más que un yo individual en continua interacción y vinculación con el grupo social a que pertenece, por una parte, y con el medio físico, por otra, y, además, en continúa interacción también en sí mismo entre ―lo que es‖ y ―lo que va siendo‖. Y el hecho de que, por razones de ilustración, educación relación ambiental y otros aspectos conexos, individuos de similar inconsciente puedan llegar a obtener conscientes distintos, como asimismo de que sea posible la circunstancia inversa, que inconscientes disímiles den lugar a conscientes semejantes, nos confirma que en el mundo biológico y social, tal como sucede en el eminentemente físico, una misma condición e impulso no produce idénticos efectos si conecta con procesos distintos. Y, desde luego, que diferentes condiciones e impulsos pueden provocar efectos similares al coincidir con procesos de semejante naturaleza. Cualquier poder, energía o actividad del inconsciente necesita encontrar un medio que se le adecue a fin de producir un efecto determinado. Pero como el medio es un proceso variable –tanto el referido a la naturaleza propiamente dicha como el atinente a lo social- resulta imposible anticipar de manera absoluta lo que sucederá. En síntesis, un individuo no se encontrará jamás determinado inexorablemente, ni tampoco será posible determinarlo fatalmente en un sentido dado. Estamos ahora frente a la misma indeterminación observada en las individualidades del universo atómico, con la diferencia de que en este plano queda traducida en una exigencia de vinculación y adaptación al medio. Tampoco el grupo social puede encontrarse determinado por causa antecedente ni es factible de determinárselo con miras a un motivo teleológico. Desde el momento
  • 32. 32 que, como sistema, se encuentra sujeto a una constante interacción con el medio, la variabilidad de éste último impide tal determinación. La determinación temporal y aparente de los conglomerados sociales que se traduce en tendencias y géneros de vida de tipo similar, no representa más que un aspecto estadístico de actividades indeterminadas individuales, tal como ocurre en el mundo atómico y se encuentra condicionada al medio existente en un momento dado. Si éste varía, se modifican las tendencias y el sentir colectivo en razón de la adaptación forzosa del grupo social al nuevo proceso. Si bien en la escala atómica fue posible comprobar la indeterminación de las individualidades físicas, nada se aclara, en cambio, con respecto al motivo de este fenómeno. En el proceso biológico tiene su explicación, obedece a la ininterrumpida variación del medio con el que se encuentran en interacción los individuos y la especie. La vinculación, intercambio y adaptación de éste por la actividad de las especies biológicas o por la de los grupos humanos, produce una permanente indeterminación en el individuo y en la especie y quizás en el universo de lo minúsculo ocurra algún proceso similar no advertido aún por la ciencia. La voluntad de los seres humanos de determinarse en un sentido o en otro, proviene de su relación directa con el medio y el grupo social. Cuando un individuo debe decidirse entre dos actos, uno considerado bueno y otro malo –en su tiempo y en su ambiente, desde luego- de inmediato comienzan a actuar en forma simultánea en el yo lo inconsciente y lo consciente –lo inconsciente modificado en el medio-. Cuanta mayor conciencia del medio haya adquirido el inconsciente, cuanto mejor haya aprehendido el sentir general de la especie, mayor será su inclinación a definirse por lo bueno, no obstante el eventual perjuicio personal. Y viceversa. Esta indeterminación, definida en uno o en otro sentido, es pasible de un cálculo estadístico que nos indica el promedio de las inclinaciones individuales o –lo que es lo mismo- la intensidad de las tendencias colectivas y el modo general de percibir y reaccionar de aquéllas, tanto más homogéneo cuanto los inconscientes sean más parecidos por razones étnicas y tanto más uniformes cuanto el medio en que se desenvuelve el grupo social sea de naturaleza menos diferenciada. Y, a la inversa. Así como los individuos que habitan en medioambientes similares van adquiriendo gran semejanza física, de la misma manera perciben, reaccionan y sienten con mayor igualdad cuanto más afín es su origen racial. De manera que esta psique colectiva que se produce en virtud de la actividad simultánea de lo inconsciente y lo consciente en el medio, se halla sometida, al igual que la individual, a la perpetua evolución de este último y, por tanto, varía también como él de manera constante. No es de extrañar entonces que, según el espacio y el tiempo, sean diferentes y cambiantes las percepciones y tendencias humanas sobre los conceptos de bondad y maldad de moralidad e inmoralidad, de belleza y fealdad, etc. El materialismo científico no olvidó de tomar en cuenta las manifestaciones de la herencia y la acción del medio sobre el ser humano, pero consideró ambos aspectos solamente como causas que influían sobre él para determinarlo. Al no advertir la transformación de lo inconsciente en consciente, con lo que escapaba de su
  • 33. 33 investigación el factor de la indeterminación; por ende, el concepto meramente estadístico del sentir colectivo y con él la forzosa relatividad de aquellos principios abstractos, no estaba en condiciones de interpretar cabalmente la naturaleza de tales fenómenos. De dos causas determinantes que suponía en la herencia y en el medioambiente, no surge solución alguna. De dos procesos en interacción –especie e individuos por una parte y medioambiente por la otra- la explicación de los actos volitivos se presenta clara al pensamiento. ¿Cómo explicar, si no, a través de un determinismo en relación constante de causa a efecto, esa sensación que existe en todo individuo de definirse por algo? ¿De qué manera aclarar el sentido de lo ético y lo moral o de lo bello y lo feo? ¿Cómo explicar la actividad de la conciencia frente a los conceptos de bondad, deber, justicia o ética, los que podemos concebir y seguir en parte o totalmente, refrendando o dando rienda suelta a nuestros impulsos, decidiéndonos, ejercitando, en definitiva, nuestra voluntad? Pero si el individuo y la sociedad no actúan matemáticamente, si no se conducen en función mecánica ¿habría que admitir el principio del racionalismo o del dogmatismo, es decir, el libre albedrío, desde el momento que esas teorías explican la naturaleza de estos fenómenos por medio de principios inmanentes del ser humano? El desconcierto sólo puede surgir de aferrarse uno porque sí a esa posición, ya que la verdad es que estas doctrinas observan tales principios en la psique general y los suponen inconmovibles e invariables, nada más. Pero no basta decir que la ilustración, la educación o aun influencias buenas o malas extrahumanas –como en el caso de las teorías dogmáticas-, producen los fenómenos de la conciencia, es necesario demostrarlo. Y sin duda que la demostración no resulta nada fácil para quienes consideran los conceptos y las tendencias como arquetipos inamovibles sobre los cuales puede fundamentarse la razón humana con miras a un continuo perfeccionamiento. Si descartamos el determinismo físico y los principios inmutables del racionalismo, ¿tendríamos que dar entrada al libre albedrío de la voluntad como algo ajeno a la materia, ya sea originado en una manifestación extraterrestre –el alma- o bien en el ejercicio de la razón con capacidad para eludir la acción material? El libre albedrío así concebido constituye un absurdo desde el momento que se hallan presentes las exigencias de la especie, cuya satisfacción –según se comprobará- es tan fundamental e ineludible como la de sus integrantes. De tal manera, se aleja definitivamente para los racionalistas y dogmáticos la idea de un libre albedrío, porque si bien podría suponerse que el alma tiene autoridad para dirigir el contenido individual, de qué manera se las compondría para encauzar o contrarrestar los impulsos de la especie, que es una entidad biológica tan real como el individuo y que, como él, posee necesidades e imperativos propios? El primer concepto significaría presuponer un absurdo en oposición a la idea de Dios; el segundo, tampoco sería posible. La experiencia demuestra que, de existir un alma inmortal en el ser humano –creada inmediatamente por Dios o en transmigración de otros contenidos individuales anteriores- hace su aparición de manera tal frente al