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RECOPILADOS POR GEORGE W. EARLY
EDICIONES FANTACIENCIA
Buenos Aires
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Título original: Meetíngs with aliens
Traductor: Lester Del Río
© by Ediciones Fantaciencia, Buenos Aires, 1976
Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
A mi esposa Margo, cuya paciencia, com.
prensión, tolerancia e inapreciable ayuda
han hecho posible este libro, así como dis-
tintos trabajos dedicados a los OVNI.
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INDICE
PRIMERA PARTE (CONTACTO INDIRECTO; NO PERSONAL)
Los visitantes con cuatro caras de Ezequiel, por Arthur W. Orion 5
La cueva de la historia, por Theodore Sturgeon 17
El huésped no invitado, por Christopher Anvil 25
Algo en el cielo, por Lee Correv 30
Albatros, por Mack Reinolds 35
Los otros chicos, por Robert F. Young 43
SEGUNDA PARTE (CONTACTO DIRECTO; PERSONAL)
La visita a Grantha, por Avram Davidson 47
La corbata que une, por George Whitley 54
Los documentos de Venus, por Richard Wilson 60
Ministro sin cartera, por Mildred Clingerman 66
El miedo es un buen negocio, por Theodore Sturgeon 72
El doble, por G. C. Edmonson 85
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PRIMERA PARTE
CONTACTO INDIRECTO
(NO PERSONAL)
Arthur W. Orton
LOS VISITANTES CON CUATRO
CARAS DE EZEQUIEL
A diferencia de los demás relatos de la presente
antología, el primer título no puede clasificarse como
ficción, sino más bien como ensayo. Se trata de
especulaciones acerca de un suceso mencionado en
una de las más antiguas crónicasde la humanidad. La
era moderna comienza, según sabemos, con el en-
cuentro de Arnold, el 24 de junio de 1947; las
investigaciones realizadas tanto en América como en
otras partes, ha llevado a muchos a la conclusión de
que la Tierra se encuentra bajo vigilancia desde hace
doscientos años. Algunas personas han señalado
diferentes relatos de extraños objetos voladores en
antiguos escritos y en las leyendas de muchos países*
El doctor Cari Sagan, astrónomo de Harvard, llega a
suponer que la leyenda de Oannes de la antigua
Sumer (sobre el año 4000 a. J. C), puede ser un
informe cierto sobre la visita de seres extraterrestres
en el área del valle del Eufrates y el Tigris. De ser
cierta la leyenda de Oannes, en vez de un mito, quizá
también haya alguna realidad en este relato bíblico.
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Sabemos, por haberlo aprendido en la escuela dominical, durante nuestra
infancia, que la Biblia es un libro "vivo", la obra escrita más antigua de la
humanidad, que se lee de generación en generación. Continúa como libro "vivo"
porque en él podemos encontrar nuevas enseñanzas que se adapten a nuestra vida
cotidiana. Aunque no se trata de la misma clase de enseñanzas, creo haber hallado
algo parecido en las profecías de Ezequiel.
Los eruditos convinieron hace tiempo que el primer capítulo de Ezequiel es el
extraño y casi incomprensible relato de una visión. Yo sugiero que es extraño tan
sólo por haberlo escrito un hombre muy apartado de nosotros, tanto en tiempo
como en experiencia, que trataba de algo en nada relacionado con sus
contemporáneos. No creo que esto sea una visión, en el sentido habitual de la
palabra, ni tampoco que pretendiese ser mítico. Al mencionado capítulo se le ha
calificado como de "ciencia-ficción" de la Biblia, intentándose en diferentes oca-
siones interpretar su sentido, tanto en la parte espiritual como en la terrenal. Tengo
la convicción de que este capítulo es el relato de un hecho cierto; el aterrizaje de
seres extraterrestres, narrado por un observador meticuloso, sincero y consciente.
No soy teólogo y, por tanto, puede tomarse por presunción que quiera traer
nueva luz a un misterio tan antiguo como es el primer capítulo de Ezequiel. Creo
que el éxito que pueda obtener se deberá a la circunstancia de haber yo nacido al
principio de una era en que acontecimientos como los que voy a describir están
comprobados o a punto de comprobarse.
Si, como creo, éste es el relato de un, auténtico encuentro con 'nombres del
espacio, estoy mejor preparado para interpretarlo que un estudiante de teología,
quien, tanto por interés personal como por educación se preocupará tan sólo del
significado espiritual. He trabajado con aparatos mecánicos y he sido instructor de
mecánicos de aviación durante casi toda mi vida. Me he visto obligado a corregir
numerosos malentendidos y errores técnicos. Creo que eso me da una cierta auto-
ridad en este aspecto.
Sugiero que aquellos que no estén muy familiarizados con el Antiguo
Testamento, lean todo el primer capítulo de Ezequiel para que perciban el sabor de
las palabras y tengan una idea básica de la clase de material con el que trataremos.
Quienes hayan leído el libro con frecuencia, tengo la seguridad de que se habrán
dado cuenta en seguida de lo distinto y poco bíblico que este capítulo resulta. No es
largo. Ocupa algo más de una página. Sin embargo, que nadie espere lograr una
imagen clara en la primera ocasión. Parece tener la cualidad de desorientarnos.
Cuando se cree haber hallado un dato concreto, se diría que el verso siguiente lo
contradice. Pretendo demostrar que esto se debe a nuestras nociones preconcebidas
del significado de algunas de sus palabras y frases. Es el lector, no Ezequiel quien
crea las contradicciones.
Verán que no pienso justificar las palabras, tal como están escritas. Tengo el
convencimiento de que quienes emprendieron la tarea de traducir la Biblia de su
lengua original y quienes la han recopilado a través de las generaciones, trataron
con especial cuidado este capítulo porque, al no entenderlo, temieron estropearlo.
Comencemos con el primer versículo del capítulo primero:
1. El año treinta, en el día cinco del cuarto mes, estando yo en medio de los
cautivos, junto al río Quebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divinas.
2. El día quinto del mes del año quinto de la cautividad del rey Joaquín.
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3. La palabra de Yahvéh fue dirigida a Ezequiel, hijo de Buzí, sacerdote en la
tierra de los caldeos, junto al río Quebar. Fue allí sobre él la mano de Yahvéh.
Esto nos localiza el incidente en las afueras de Bagdad. Al río Quebar le han
llamado con frecuencia "el Gran Canal de Bagdad". Aunque se supone que todo el
libro lo escribió Ezequiel, el segundo y tercer versículo parecen una nota del editor,
añadida más tarde.
4. Miré y vi venir del septentrión un viento huracanado, una nube densa, en
torno a la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce
bruñido.
Tenemos aquí a un hombre que pasó casi toda su vida en zonas áridas y
desérticas. Debía de haber visto toda clase de torbellinos desde los simples vientos
hasta los tornados. Era un observador meticuloso y claro, como más tarde
comprobaremos Si afirma que era un viento huracanado, así debía ser o, por lo
menos, parecerlo hasta el punto de engañarle. Adviértase que no dice que estaba en
lo alto o que llegaba del cielo, sino que "venía del septentrión", o del Norte, hacia él.
Lo primero que notó fue que traía fuego, compañía muy poco habitual en un
torbellino. Tampoco aquél era corriente. Ezequiel lo describe como "un remolino",
sugiriéndonos algo más activo de lo que él autor conocía. La asociación entre un
viento huracanado y fuego debió sorprenderle bastante.
También indica que brillaba como bronce bruñido. Y añade que estaba "en
medio", lo que puede indicar que se; iba elevando desde el centro o cada vez que el
fuego y el torbellino se movían. Si tenemos en cuenta los detalles que da en los
siguientes versículos, todo esto resulta muy vago, como si sólo lo hubiera visto
desde lejos.
5. En el centro de ella había semejanza de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto
era éste: tenían forma humana.
¿Por qué no decir, simplemente, que eran hombres? No hay que olvidar que
Ezequiel lo narraba a un pueblo muy primitivo y supersticioso. El mismo se había
educado en un ambiente donde lo sobrenatural se aceptaba como cosa cotidiana.
En tales condiciones, hizo cuanto pudo al limitarse a decir que parecían cuatro
hombres. No indica que los tomase por ángeles u otros seres por el estilo.
6. Pero cada uno tenía cuatro caras y cada uno cuatro alas.
Este breve versículo es muy claro pero resulta inevitable preguntarse cómo es
posible que a una criatura con cuatro caras y cuatro alas se le tome por un hombre.
Aunque no lo dice, es de suponer que estos seres debieron salir del torbellino y
acercarse mucho más a él, para que pudiera describirlos con precisión.
Hay que imaginar también el valor que hacía falta para quedarse allí
observando a tales seres. Es tan grande su objetividad que ni una sola vez indica
cuáles fueron sus sentimientos.
7. Sus pies eran derechos y la planta de sus pies era como la pezuña del buey.
Brillaban como bronce bruñido.
Cada uno de los versículos de descripción trata de una o dos partes del cuerpo
de aquellos seres. Cuando Ezequiel se refiere a más de una, resulta confuso, pues
parece contradecirse continuamente. Sin embargo, todo esto puede aclararse. No
hay una sola contradicción directa.
Aquí se limita a hablar de los pies. El calificativo "derecho" puede interpretarse
de distintos modos. ¿Se refería a pies normales, alargados, o bien que están
derechos, como los de los elefantes? Probablemente, significa pies normales,
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alargados, ya que no insiste demasiado en ese punto. En otros párrafos emplea
imágenes para destacar algún rasgo fuera de lo común.
La planta del pie parece muy reforzada. ¿Qué es lo que nos describe en ese
versículo? Para alguien que había vivido siempre en un clima cálido, que no vio otro
calzado que sandalias, ha descrito muy bien una lustrada bota de cuero, plástico o
metal.
8. Por debajo de lasalas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre; todos los
cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas.
Adviértase que no dice que cada uno de aquellos seres tuviera cuatro manos de
hombre, una en cada uno de los cuatro lados. Dice que tenían el número habitual
de manos y que estaban bajo las alas. Era, no lo olvidemos, un observador
meticuloso y ya había advertido, sin duda, que los pájaros tenían alas en vez de
brazos. Sus visitantes tenían ambas cosas. Además, nos ha dado otra información
acerca de la distribución de las alas. Estas no parecen dispuestas como las de un
"biplano, sino cada una a un ángulo de noventa grados de la vecina, como en un
helicóptero.
Ezequiel debió ser una especie de numerólogo. Señala que había cuatro seres,
cada uno de los cuatro tenía cuatro caras y cada uno cuatro alas, pero no cuatro
manos.
9. Que se tocaban las del uno con las del otro. Al moverse, no se volvían para
atrás, sino que cada uno iba cara adelante.
Hay aquí cierta confusión en la forma de expresión, que intentaremos aclarar.
Parece que las alas de cada uno de ellos estaban unidas a las del vecino, pero más
adelante dice lo contrario, por lo que muy bien pudiera ser que sólo lo estuvieran
entre ellas mismas. Quizá se deba a la escasa claridad del texto original o a un
pequeño error de traducción. Dice también que "al moverse" no se volvían. Y aquí no
sabemos si se refiere a las alas o a los extraños seres. Luego, añade que cada uno
iba "cara adelante". Aquí es indudable que trata de sus visitantes. Aclarado este
punto, se pueden dar las siguientes interpretaciones:
1) Las alas, al moverse, no giraban, pero parecían unirse en sus extremos,
porque aquellos seres formaban un grupo compacto, que marchaba de frente.
2) Cuando las alas se movían, los seres no giraban, sino que seguían su
camino.
3) Cuando aquellos seres avanzaban, las alas no giraban.
Esto no indica, claro está, si las alas eran del tipo helicóptero o de ángel. Pero
vayamos a otras suposiciones:
1) Los seres no vacilaban al andar, sino que iban derechos a su encuentro.
2) Los seres no se volvían cuando las alas giraban y éstas apuntaban al
frente.
3) Los seres no se volvían al moverse las alas y avanzaban decididos.
Esto último describe bastante bien la acción de las palas de un helicóptero con
los motores parados, pero que avanza en línea recta. Debió extrañarle a Ezequiel
que mientras las alas se movían e incluso giraban, los seres: no las imitasen. Qui-
zás sorprenda que diga "al moverse", en vez de "al girar". Cuando una brisa ligera
alcanza las palas de un 'helicóptero estacionado, éstas no giran sino que se mueven
a capricho.
Aunque Ezequiel aun no ha completado su descripción de aquellos seres,
intentaremos trazar una imagen de lo que vio. No importa lo que hagamos, no
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vamos a obtener un ángel de la escuela clásica. Revisen lo que Ezequiel ha descrito.
Se darán cuenta de que encaja muy bien.
10. Y era la semejanza del rostro de ellos: era una cara de hombre, y cara de
león a la derecha de los mismos cuatro; y cara de buey a la izquierda de los mismos
cuatro y cara de águila en lo alto de los mismos cuatro.
Tampoco esto les presta a aquellos seres aspecto humano. Lo extraño es que
no les considerase demonios.
11. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto, dos se tocaban entre si y dos
cubrían su cuerpo.
Veamos otra vez la descripción nO 1. La disposición del artefacto es más o
menos como la expone el profeta. Con seguridad, cuando habla de las alas de uno
de los seres se refiere al conjunto del aparato.
12. Todos marchaban de frente, a donde los impelía el viento, sin volverse en
su marcha. También esto resulta un poco confuso. Sin embargo, la primera parte
del versículo repite la última del noveno. Si marchaban decididos en una dirección,
sin que el movimiento de las palas les afectara en lo más mínimo.
De nuevo, nos ofrece la imagen de cuatro hombres que andan, mientras las
palas de sus helicópteros se agitan a causa de la brisa y, asimismo, de los
movimientos de sus amos.
A lo que parece, a Ezequiel le impresionaron más las palas y sus movimientos
que cualquier otra característica de aquellos seres.
13. Había entre los vivientes fuego como de brasas encendidas cual antorchas,
que se movía entre ellos, centelleaba y salían de él rayos.
Aquí describe su aspecto general. Podemos deducir que aquellos seres que
parecían hombres pero cuya superficie semeja a brasas y antorchas, llevaban trajes
metálicos, muy brillantes. Los modernos, de aluminio anodizado, relucen de modo
muy similar a como aquí lo explican. De tratarse de trajes espaciales, era lógico que
los hicieran relucientes. Precisaban serlo para que, en caso de que el astronauta
cayera de la nave mientras trabajaba en el exterior, se le pudiera ver en la oscuridad
del infinito.
14. Los vivientes se movían en todas direcciones semejantes al relámpago.
Puede significar esto que avanzaban con mucha rapidez, pero es más probable
que quiera decir que relucían y lanzaban destellos por todos lados, que eran más
visibles cuando se movían.
Aquí se interrumpe la descripción. Más adelante, hay otros dos versículos, pero
los estudiaremos a su tiempo. Es extraordinario lo bien que Ezequiel distribuyó el
tema. Resulta casi como un informe científico. De haber encabezado cuanto hemos
leído hasta aquí con el título "Descripción", no nos sorprendería lo más mínimo que
a lo que sigue lo llamara "Acción".
15. Mirando a los vivientes, descubrí junto a cada uno, a los cuatro lados, una
rueda que tocaba la tierra.
Si hemos entendido bien a Ezequiel, y aquellos seres tenían adosados a la
espalda helicópteros individuales, puede suponerse que uno de ellos lo puso en
marcha, dándole al autor la impresión de una "rueda", cosa que sin duda, le
sobresaltó bastante.
16 Las ruedas parecían de turquesa, eran todas iguales y cada una dispuesta
como si hubiese una rueda dentro de otra rueda.
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Es preciso aquí hacer una ligera disgresión para situarnos en la vida y época
del autor, ya que ha mencionado la rueda. Esta no significaba entonces lo mismo
que ahora, que vivimos mecanizados. La rueda, en el 600 a. J. C, en la parte
oriental del Mediterráneo, la más civilizada en aquellos tiempos, tenía pocas y
limitadas aplicaciones.
Una de ellas; ya antigua en época de Ezequiel, era la de los alfareros: una
simple plataforma, montada sobre un eje vertical, de modo que pudiera accionarse
con una mano, mientras con la otra se modelaba el barro. De ahí surgieron las de
pulimentar, con las que trabajaban el metal y la piedra. Estas primeras máquinas
se movían con los pies, pero ni siquiera así alcanzaban mucha velocidad. Be tener
suficiente diámetro, podía lograrse la necesaria para que los extremos despidieran
chispas al rozarse con material muy duro. Este "trabajo" siempre se hacía a
distancia del eje, por lo general con el borde de la rueda.
La que asociamos más frecuentemente con la antigüedad es la del carro. En un
principio fue completamente sólida como la que aún se encuentra en las regiones
más primitivas de Méjico. Incluso en esta última, el hombre debía asociar el
extremo con su función. Era lo que dejaba la 'huella en la tierra, pisaba las piedras
y rompía los pies.
Para aumentar la eficacia de los carros de guerra, se requería una rueda más
ligera, pero tan resistente como la otra. Al principio, se consiguió abriéndole
agujeros, Al perfeccionarla, inventaron la de radios. Los egipcios usaban una de
seis, mil años antes de Ezequiel y los griegos y otros una de cuatro. Fue un gran
adelanto y, además de su utilidad, provocaba fenómenos visuales poco comunes e
incluso mágicos. Como todos los niños saben, si se coloca una bicicleta al revés y se
hace girar una rueda, los radios semejan desaparecer. Lo único que se ve es el aro y
las partes del eje próximos a la rotación. Sea cual sea su forma, este último parece
redondo, igual que otra rueda. Es posible que este fenómeno óptico se describa aquí
como "una rueda dentro de una rueda".
En el versículo número 16, dice Ezequiel que "las ruedas parecían de
turquesa", es decir, verde azulado. Podrían ser los propulsores situados en la punta
del rotor. Todos los visitantes debían haber puesto en marcha los dispositivos, pues
advierte que "eran todas iguales". Parecían una rueda dentro de una rueda". O los
radios de una rueda, cuando están girando. Adviértase que no habla de "alas" y. de
"ruedas" al mismo tiempo, como si unas desapareciesen al intervenir las otras.
17. Marchaban hacia los cuatro lados y no se volvían en su marcha.
Si cuatro hombres están muy juntos, al poner en marcha sus helicópteros, han
de separarse para no chocar. Además, con un helicóptero no es preciso ir de frente.
Se diría que esta descripción, es la de cuatro hombres que despegan del suelo, se
abren en abanico y avanzan en formación.
18. Mirando vi que sus llantas estaban todo en derredor llenas de ojos.
Los cuatro seres estaban en lo alto, por encima de Ezequiel; un espectáculo
más que aterrador para un hombre de su tiempo. Las "llantas" deben ser aquí las
llamas del propulsor, tal como se veían desde abajo, la única parte que quedaba
visible. Y las llantas parecieron llenas de ojos. Cuando se pone en marcha el motor
de un jet o de un cohete, hay una ola expansiva y violenta, generada en el tubo de
escape, que tiene tendencia a cortar el gas en segmentos. Quien haya visto uno de
noche lo habrá comprobado. Una vez en marcha, estas chispas brillantes adquieren
el aspecto de una sarta de perlas, "llenas de ojos".
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19. Al avanzar los seres, avanzaban junto a ellos las ruedas y al levantarse los
seres sobre la tierra se levantaban las ruedas.
Ezequiel dice con toda claridad que ignora si los hombres movían las ruedas o
eran éstas las que les movían a ellos, pero ambos iban a la vez.
20. Hacia donde los impelía el espíritu a marchar, marchaban, y las ruedas se
elevaban a la vez con ellos, porque tenían las ruedas espíritu de vida.
Aquí, en cambio, hay una afirmación mucho más clara. Aunque el autor se
limita a describir lo que vio, no pudo evitar tener sus opiniones personales. En el
versículo número 19 indica que ignora si era el hombre que alzaba a la máquina o
al revés, pero aquí resulta que son los extraños seres quienes dominan. No se
mueven a voluntad de la rueda.
21. Cuando iban ellos, iban las ruedas; cuando ellos se para ban, se paraban
ellas, y cuando se elevaban de la tierra, se elevaban, porque había en las ruedas
espíritu de vida.
Aquí insiste en que los seres dominaban las ruedas, pero además nos dice que
tomaban la dirección que querían. Y da un último detalle: volaban en formación.
22. Sobre las cabezasde los visitantes, había una especie de firmamento, como
de portentoso cristal, tendido por encima de sus cabezas.
Es posible que a este versículo lo cambiasen de lugar, pues nuevamente
describe a los extraños seres. Es de advertir que muchos de los versículos son una
prolongación de lo dicho en el anterior, además de un nuevo aspecto, que seguirá, a
su vez, en el próximo. Los números 22 y 23 parecen estar unidos. Ambos encajarían
mucho mejor en el conjunto del capítulo de encontrarse entre el 12 y el 13.
¿Qué significa aquí "firmamento"? $n aquella época, no existía el concepto de
esfera hueca; la mayoría de objetos con esa forma eran sólidos. Carecían de jabón,
por lo que tampoco conocían las pompas. Lo único comparable a una esfera hueca
era el cielo, la cúpula del firmamento. La pompa cristalina se encontraba sobre la
cabeza de cada uno de aquellos seres.
Más adelante, nos ocuparemos de la palabra firmamento, pero advirtamos que
dice que era una "especie de firmamento", no este mismo. En los siguientes
versículos el autor suprimió la palabra "especie".
23. Y por debajo del firmamento estaban tendidas sus alas, que se tocaban
dos a dos, la del uno con lo, del otro, mientras las otras dos de cada uno cubrían sus
cuerpos.
Aquí la explicación está muy clara. Sí observamos la foto de una casa,
comenzando desde arriba, el techo se encuentra "bajo el firmamento". Si lo hacemos
al revés, el techo está en lo alto de la casa. Esta descripción se refiere a las "de
arriba". Están unidas "una con otra".
24. Oía el ruido de las alas, como ruido de río caudaloso, como ruido de
truenos, cuando marchaban, como estruendo de campamento; cuando se detenían
plegaban sus alas.
Quien se haya encontrado cerca de algún motor a propulsión, comprenderá
muy bien lo que quiere decir Ezequiel. La última frase es muy interesante. Por lo
visto, los extraños seres, al tomar tierra de nuevo, desconectaban el mecanismo del
helicóptero y bajaban las palas, como cualquiera que pretenda descansar cuando
lleva algún peso a la espalda.
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25. Y se dejó oír encima del firmamento que estaba sobre sus cabezas. Esta voz
o sonido no procedía de la "especie de firmamento", sino del cielo, cuando los
visitantes se hubieron detenido, bajando sus alas.
Ahí termina la explicación que Ezequiel nos da de los cuatro seres.
26. Sobre el firmamento que estaba sobre sus cabezashabía una apariencia de
piedra de zafiro en forma de trono, en lo alto, una figura de apariencia humana que
se erguía sobre él.
Del cielo ha salido un hombre sobre un asiento verde. Sin embargo es un
trono, algo superior a una simple silla, y que instintivamente asociamos a una
plataforma. Podía muy bien ser una especie de esas plataformas volantes que se
están probando para transporte de la infantería.
27. Y lo que de él aparecía de cintura para arriba era como el fulgor de un metal
resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor de fuego, y todo en derredor
suyo resplandeciente.
Puesto que aquello estaba encima del profeta, que lo vio rodeado de fuego, es
posible que éste se encontrase en la parte inferior de la plataforma. Lo que dice
acerca de este nuevo personaje, es muy similar a lo dicho acerca de los cuatro ante-
riores, excepto que solo le describe de cintura arriba y abajo, igual que si no la
hubiera visto.
28. El esplendor que lo rodeaba todo en torno era como el del arco que aparece
en las nubes en día de lluvia. Esta era la apariencia de la imagen de la gloria de
Yahvéh. A tal vista, caí de cara a tierra y oí una voz que me hablaba.
Es difícil imaginar algo más brillante que el sol del desierto, pero la proximidad
de un objeto resplandeciente debió resultar simplemente aterrador. Cuesta creer
que Ezequiel no cayera de rodillas hasta ese momento, después de cuanto había
visto, pero no debe olvidarse que un 'hombre sentado en un trono, y además un
trono que vuela, tendría para él mayor valor que para nosotros. Si se le acercó más
que los otros seres, es lógico que le fallaran las fuerzas.
Hemos seguido ya cada uno de los versículos del primer capítulo. Como las
Profecías de Ezequiel constan de cuarenta y ocho capítulos, hay que tranquilizar al
lector de que esto no es el comienzo de un largo y agotador estudio. El segundo
capítulo comienza así:
1. Y me dijo: Hijo de hombre, ponte en pie que voy a ha blarte.
2 Y en habiéndome entró dentro de mí el espíritu que me puso en pie y escuché
al que me hablaba.
3 Me dijo: Hijo de hombre, yo te mando a los hijos de Israel, al pueblo rebelde,
que se ha rebelado contra mí hasta el día de hoy.
Este estilo, típico de las profecías, sigue durante muchas páginas, enumerando
las culpas y los pecados de los israelitas. Hay algunas referencias al tema del
primer capítulo, pero son pocas y muy vagas.
No vuelve a hablarse de los extraños visitantes: hasta el tercero, donde
hallamos el siguiente versículo:
13. Y oí el rumor de las alasde los cuatro seres que daban la una contra la otra
y el ruido de las ruedas, ruido de gran tumulto.
Se repiten aquí algunas de las ideas expresadas anteriormente, sin añadir
nueva información. El autor, como puede verse, parece creer que las alas de cada
uno de los seres tocaban las de su vecino.
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Este versículo es una muestra típica de otros varios esparcidos a lo largo del
primer tercio de las profecías. Todos los que tratan de esos seres en los sucesivos
capítulos tienen más dramatismo, pero han perdido su estilo de un informe
meticuloso. No aportan nuevas ideas, pero sí algunas contradicciones un poco
extrañas, al repetir diversos versículos del primero. En el décimo encontramos como
un intento de volver a contarnos su extraña visión. En el undécimo la última
referencia a los seres vivos.
Aunque ya no aporta nuevos datos sobre ellos, hay un versículo del capítulo
tercero que merece destacarse. Se diría que es el final más apropiado para el
encuentro.
15. Llegué así a los deportados de Tel Abib, que habitaban en las riberas del río
Quebar, a la región donde moraban, y estuve entre ellos atónito durante siete días.
¿Qué es lo que hemos visto? Sin duda, la descripción de cuatro nombres con
equipos espaciales y helicópteros portátiles, que salen de algo que aterrizó entre
una nube de polvo o de humo. Cuatro ponen en marcha los rotores y se elevan a
cierta altura. Al aterrizar de nuevo, se quitan los aparatos y esperan. Se les reúne
un quinto viajero, que va en una plataforma voladora. Tales acontecimientos
conmocionarían a cualquier comunidad de nuestros días, pero en aquella época
sólo podía interpretarse como algo sobrenatural; un milagro. El milagro es que la
historia haya llegado hasta nosotros veintiséis siglos más tarde.
Que el capítulo pueda interpretarse casi palabra por palabra, es sólo una de
sus muchas peculiaridades. También hay otras que merecen tenerse en cuenta.
Todo él tiene un marcado aire de seguridad, como si el autor lo hubiese referido en
distintas ocasiones. Buena a una declaración hecha ante un agente de policía,
después de que el testigo, orgulloso de su veracidad, lo hubiera relatado repetidas
veces a sus incrédulos amigos. Hay incluso cierta belleza poética. Tiene todo el
sabor de quien cuenta la verdad, sin importarle si van, a creerle. Es un cuadro que
carecía de significado para quien lo presenció o para aquellos a quienes se lo refería.
El producto de la imaginación de un hombre ya ligado a sus experiencias y a
su época. Cualquier relato fantástico le resultará asombroso al contemporáneo del
autor, pero fuera de lugar a la generación siguiente. Las vidas de los dioses griegos
estaban relacionadas con la vida de los griegos primitivos. Un autor de ciencia-
ficción, aunque tuviera el poder creador de Julio Verne, también resulta limitado.
Pese a su gran talento, la realidad ha ido mucho más allá de sus fantasías. El relato
de Ezequiel no puede clasificarse de igual modo. Para sus contemporáneos, se salía
de la realidad. Para nosotros, resulta muy real, pero fuera de tiempo. La explicación
más plausible es que sea verdad.
Es posible que muchos no estén de acuerdo con ciertos puntos de la
interpretación que le he dado, pero, en conjunto, tiene sentido. Si alguien cree que
puede buscarse otra versión que concuerde mejor con el relato, yo sugiero que lo
haga.
Es interesante recordar que hace algunos años hubo cierta discusión en los
medios teológicos acerca de si Ezequiel escribió el libro de Ezequiel. Unos afirmaban
que así fue, mientras otros creían que el primer capítulo era "una falsificación",
escrita en el siglo tercero de Jesucristo e incluida en las profecías a modo de
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"prólogo". A nuestro juicio, no es así. Y, en realidad, importa muy poco cuándo se
escribió, mientras no fuese después de la Segunda Guerra Mundial.
Supongamos que Ezequiel o cualquier otro hombre de su época hubiera visto lo
que imaginamos. ¿Qué explicación existe? ¿Es acaso posible que alguna raza
antigua, que nosotros desconocemos, 'hubiera construido tales equipos? En los
últimos cien años los hombres han estado revolviendo y estudiando tan a
conciencia la Tierra, con los consiguientes descubrimientos, que inevitablemente
alguien más, aparte de Ezequiel, lo hubiese averiguado.
Lo que era material para la ciencia-ficción hace veinte anos resulta hoy una
realidad. Sabemos que instalarse en la Luna es algo inmediato. Luego, seguirán los
demás planetas de nuestro sistema solar, con seguridad antes de que concluya el
siglo. Nada puede aún decirse acerca de los que pertenecen a otros sistemas. No
'hay posibilidad de explorarlos actualmente, pero no cabe afirmar nunca que no
llegue a nacerse. Si los pasados adelantos del hombre pueden servir de punto de
referencia, es muy probable que ocurra dentro de los doscientos próximos años.
Si admitimos la posibilidad de que vayamos a visitar otros sistemas solares,
¿por qué razón no pueden habernos ellos visitado en el pasado? Quizás ofenda
nuestro orgullo pensar que haya allí seres inteligentes, no muy distintos a nosotros
pero mucho más avanzados. Una de las más sorprendentes características del
relato de Ezequiel, de haberlo interpretado correctamente, es que aquellos seres
eran muy semejantes a nosotros, tal como ahora somos. Eso los sitúa a unos tres o
cuatro mil años de adelanto, diferencia muy escasa si tenemos en cuenta la amplia
curva de la vida humana y su ya gran desarrollo antes de la historia escrita.
Nos hemos acostumbrado de tal modo a los cuentos de "monstruos" que visitan
la Tierra, que suponer que los seres de otros mundos tengan aspecto y
comportamiento humanos nos resulta fantástico. No debiera ser así. Hay buenas
razones científicas para suponer que lo contrario resulta poco probable. La vida es
algo muy delicado y frágil si lo comparamos con, los extremos cósmicos de
temperatura y medio ambiente de nuestro universo. En caso de que la vida se
formase en la Tierra tal como hoy día cree la ciencia, es porque encontramos el
planeta apropiado a la apropiada distancia de una determinada estrella. Si bien
tales condiciones van a limitar el número de lugares del universo en los que se
puede desarrollar la vida, también limitan las diferencias. En nuestra creación, las
cosas marchan según reglas establecidas. Una de ellas es que en circunstancias
similares aparecen soluciones similares. El hombre fue la solución al problema de
desarrollar la más alta forma de vida de la Tierra. En un planeta similar, puede
encontrarse una solución parecida. No es mas que extender la teoría de la evolución
paralela a escala cósmica.
En tal caso, si nos visitaron hombres de otro mundo, ¿qué es lo que hacían
aquí? Aunque sorprenda, en el relato de Ezequiel hay suficiente evidencia de lo que
estaban haciendo. Supongamos que aquellos seres eran parecidos a lo que nosotros
esperamos ser dentro de quinientos años. Llegaron de otro sistema solar en una
nave cuyo medio de propulsión desconocemos. Puede calcularse que era una nave
de buenas proporciones, ya que, por lo menos había cinco hombres a bordo, y es
lógico que quedase la dotación necesaria para devolverlo a la base si algo les ocurría
a los exploradores. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su caso?
No es probable que tal embarcación descendiera 'hasta la superficie de la
Tierra. Al aproximarse, se pondría en órbita para estudiarnos a través de telescopios
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durante días o quizá semanas. Se toparían las medidas precisas para comprobar si
allí abajo había habitantes capaces de manejar un aparato eléctrico. Una nave
supletoria, pilotada o teledirigida, se enviaría a la atmósfera superior para calcular
el nivel de radiactividad, los componentes del aire, sus bacterias y las señales de
radio que no penetran en la atmósfera. Desde la nave, las áreas terrestres se
estudiarían y reproducirían. Se iba a poner especial interés en cualquier objeto de
gran tamaño que pareciese artificial. Durante la noche, todas estas zonas serían
objeto de una atenta vigilancia en busca de luces.
En el caso de nuestros visitantes de hace veintiséis siglos, esto es lo que
hubiesen encontrado: Existían ya bastantes obras artificiales. En el extremo
oriental del Mediterráneo se verían campos de cultivo y grandes edificios. Las
Pirámides ya eran entonces viejas. (La Gran Muralla de China no debía haberse
comenzado aún.) No se advertían señales de radio, aparte de alguna que otra
descarga eléctrica natural. Ignoramos cómo se iluminaban las ciudades por la
noche, pero seguramente no se advertían desde cierta altura. Es posible que se
distinguieran algunos puntos anaranjados, de hogueras ante las viviendas, más
numerosos en el Mediterráneo, en Oriente y en Cercano Oriente. La radiactividad
debía de ser muy baja. Nuestros visitantes llegarían a la conclusión de que los
terrícolas estaban en las primeras etapas de una civilización o habían alcanzado un
gran desarrollo y volvieron al estado primitivo. Sabrían que esto debió obedecer a
algún factor distinto de la bomba atómica.
Hemos de suponer que se trataba de gente consciente. Si las condiciones allá
abajo era lo que parecían, una civilización primaria, no les interesaba intervenir.
Les convenía observar sin ser vistos, de modo que, aún en el caso de que fuese
técnicamente viable, su nave espacial no aterrizó. Enviaron una más pequeña, que
pasara lo más desapercibida posible.
Solemos imaginar este vehículo como una versión más pequeña de una nave de
mayor envergadura o sea lo que consideramos un cohete grande, o de un ingenio
similar. Gente que hubiera alcanzado tal adelanto tecnológico, usaría algo mucho
más sencillo. Podría muy bien ser un vehículo descubierto, al estilo de nuestras
plataformas volantes, pero movido por energía nuclear mucho más potente. Los
hombres que descendiesen a la Tierra deberían llevar trajes a prueba de atmósfera,
trajes espaciales, que no se podrían quitar en ningún momento, por miedo a' los
virus contra los que los nativos estaban ya inmunizados. Uno de ellos, el piloto, se
quedaría en la plataforma, mientras los demás exploraban.
Dicha plataforma no estaba diseñada para alcanzar grandes velocidades, por lo
menos una vez dentro de la atmósfera, y no tendría carrocería que protegiese a los
pasajeros, quienes, por su parte, llevaban a cuestas todo el equipo. También lleva-
rían a la espalda un helicóptero portátil que les permitiese recorrer en menos
tiempo mayor cantidad de terreno. Igual que los más pequeños de nuestros días,
debían ser poco veloces y con un área de acción limitada, pero muy maniobrables.
La plataforma, en cambio, impulsada por energía nuclear, desarrollaría gran
velocidad en un área sin límite, aunque con menos facilidad de movimiento. Es
posible que la acción de sus tubos de escape fuese radiactiva, por lo que su piloto
prefiriese mantenerse a gran altura para no contaminar los lugares que visitaban.
Al desprenderse de la nave nodriza, los astronautas caerían a plomo, aunque
planeasen hasta el momento en que pusieran en marcha la plataforma y se
encaminasen hacia nuestra órbita. Luego, descenderían hacia la superficie de la
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Tierra, pero, al disponer de energía ilimitada, evitarían que el descenso fuera
demasiado rápido para no incendiarse. Podrían aterrizar en cosa de una hora.
Egipto debió de ser su primera zona de exploración. La plataforma pudo
posarse a algunos kilómetros del Nilo, en pleno desierto. A los cuatro exploradores,
con sus helicópteros a cuestas, volando bajo, debió serles fácil acercarse a algún
centro civilizado sin que los viesen. Elevándose a algunos miles de metros,
dominaban un área muy extensa. Aunque alguien los descubriese, serian tan
pequeños que, al no poderlos identificar, no causarían asombro.
Al igual que todos los turistas de todas las épocas, se interesarían
principalmente por el territorio próximo a las Pirámides. Una vez concluida allí su
labor, tal vez quisieran echar un vistazo en torno a lo que hoy es Bagdad, pero que
entonces sólo estaba próxima a la capital del imperio de Nabucodonosor. Había que
cubrir casi mil trescientos kilómetros, viaje poco cómodo en helicóptero, por lo que
debieron volver a la plataforma, elevarse a varios miles de metros y llegar allí en
pocos minutos. Entonces, pudieron aterrizar en algún lugar deshabitado y repetir la
maniobra. Pero había allí más gente de la que imaginaban. Quizá sea éste el motivo
por el que en ese lugar precisamente nació la leyenda de la alfombra mágica, que
volaba, o puede que sea simple coincidencia. Por lo menos, hubo un prisionero de
guerra, que trabajaba solo en la orilla de un río, que los vio. Aunque ellos a su vez lo
viesen, ¿qué daño podía hacerles? Dado su grado de adelanto científico, ¿quién iba
a recordar lo que explicaba o incluso creerle?
Yo, desde luego, sí.
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Theodore Sturgeon
LA CUEVA DE LA HISTORIA
Vamos a especular un poco acerca de los visitantes
que vio Ezequiel. Si eran extraterrestres, parece lógico
que quisieran saber los adelantos que, a lo largo de los
años, hacían los habitantes de Sol III. Ciertos aparatos
de observación, diseñados para reunir una gran
variedad de informes, construidos para durar siglos sin
llamar la atención y dispuestos para comunicar cuando
los datos recibidos confrontasen con las instrucciones
programadas, podían encontrarse ya en nuestra órbita.
Theodore Sturgeon nos sugiere aquí que tales aparatos
no tienen necesariamente que encontrarse en órbita y
sus objetivos quizá no sean los que imaginaba el doctor
Bracewell.
Sykes murió y al cabo de dos años lograron dar con Gordon Kemp y conducirlo
a la cárcel, ya que era el único que sabía lo sucedido. Iba a tener que enfrentarse
con un tribunal de Switchpath, Arizona, un cruce de caminos junto al desierto, cosa
que a Kemp le 'hacía poca gracia, pues, criado en la ciudad, no llegaba a
comprender a aquella gente.
En el juzgado la tensión era muy grande. De encontrarse en una sala de
paredes lisas, con una estatua de la justicia ciega, habría resultado más impersonal
y, para Kemp, más lógico. El juicio, en cambio, se celebraba en el casino local.
El juez se llamaba Bert Whelson, y enarbolaba una pipa de calabaza en vez de
una maza. En la sala., y sentados cómodamente, había otras personas, granjeros y
buscadores de oro como el improvisado juez. Parecía un festival. Sólo faltaba que de
pronto apareciese un cantante cómico y algunos números folklóricos.
Sin embargo, había allí poco para reírse. Aquellos estúpidos estaban en
condiciones de darle un disgusto a Kemp, disgusto que muy bien podía concluir en
la cámara de gas.
El juez se inclinó hacia él.
Hijo, si tienes la conciencia tranquila, no hay que preocuparse.
—Aun no he dicho nada. Fui yo quien trajo al tipo, ¿no? De haberlo sabido, no
lo habría hecho.
El juez se rascó la barbilla, que produjo un ruido desagradable, como si
ahorcasen a alguien.
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—Eso no lo se, Kemp. Date cuenta de que nadie te ha acusado. Tu eres el
único que sabe algo acerca de la muerte de ese Alessandro Sykes. El tribunal
quiere saber qué es lo que ocurrió.
Kemp dudó, mientras sudaba.
—Siéntate hijo —invitó el juez.
Obedeció. Se dejó caer en la dura silla que alguien le había ofrecido y comenzó
su relato.
"Será mejor que comience por el principio, por el día en que conocí a Sykes.
Estaba una tarde trabajando en mi taller, cuando él entró. Contempló lo que
hacía y entonces me dijo:
— ¿Es usted Gordon Kemp?
Le dije que sí y lo miré. Era un individuo flaco, de unos sesenta años y parecía
algo bebido. Fumaba continuamente, no cesaba de hablar y se movía mucho, como
si el tiempo no contara, pero yo veía que había venido a otra cosa. Entonces le
pregunté qué quería.
— ¿Es usted el hombre que, según una revista, tiene el soplete atómico
concentrado?
—Sí —contesté—, pero el tipo de la revista exageró mucho. Dijo que ese soplete
se había adelantado unos trescientos años.
Fue una casualidad lo que me permitió inventarlo. Es el soplete atómico de
hidrógeno vulgar, pero a mayor temperatura.
Coloqué un anillo electromagnético en torno al tubo de escape, para que se
concentrase más. Repele las partículas de hidrógeno y las concentra. Corta
cualquier cosa. Les sorprendería la cantidad de llamadas que recibo desde que lo
patenté. No pueden imaginar cuánta gente desea penetrar en las cajas fuertes de los
Bancos o en grandes almacenes. Pero volvamos a Sykes.
Le dije que la revista exageraba, pero algo había. Le hice un par de
demostraciones y quedó satisfecho. Por último, le advertí que no deseaba perder el
tiempo a menos de que tuviese una proposición que hacerme. Parecía muy contento
con mi soplete y asintió.
—Claro que tengo una preposición. Pero deberá abandonar esto durante un
par de semanas. Nos vamos al Oeste. A Arizona. Tiene que abrirme la entrada de
una cueva.
— ¿Una cueva? —repetí—. ¿Es un asunto lícito?
No deseaba meterme en líos.
—Seguro que es lícito —me tranquilizó.
— ¿Cuánto?
Dijo que no le gustaba discutir.
—Si consigue que entre en ese sitio, y puede estar seguro de que es lícito le
daré cinco mil dólares —agregó—."
"Verán, cinco mil dólares dan para mucho. Sobre todo si sólo cuestan dos
semanas de trabajo. Y además, me gustaba aquel tipo. Era tan estrafalario como un
billete de nueve dólares, y sé comportaba aún peor, pero comprendí que tenía la
cantidad mencionada.
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Por otra parte, se advertía que necesitaba que le echaran una mano. Quizás es
que en el fondo soy un niño. Pero, como he dicho, me gustaba, tuviera o no dinero,
y es posible que lo hubiera hecho gratis.
Vino a verme un par de veces mas y estudiamos los detalles. Al fin, él, mi
soplete y yo nos metimos en un tren, mientras el resto de los trastos iban en el
vagón de equipajes. Puede que recuerden el día en que llegamos aquí. Parecía
conocer a mucha gente. ¿Sí? Lo imaginaba. Me explicó cuántos años hacía que
venía a Switchpath.
Me contó muchas otras cosas. Era el viejo más charlatán que he encontrado.
Pero sólo entendí una décima parte de lo que decía. Supongo que se sentía muy
solo. Era yo el primero a quien pedía que le ayudara en su trabajo y creo que soltó
cuanto llevaba dentro.
Me explicó que había llegado a Switchpath apenas egresado de la Universidad,
era arqueólogo y recorría el desierto en busca de objetos indios; vasos, puntas de
flecha, y cosas parecidas. Y así dio con esa cueva en las rocas, al fondo de un
desfiladero.
Se excitaba mucho al contarlo. Me contó de memoria toda esa historia de las
épocas de plasticina, líos zoricos y pelotítucos o lo que sea. Lo hice bajar a la tierra y
entonces me aclaró que esa cueva era muy antigua; unos doscientos mil años o
quizá medio millón.
Aseguraba que las rocas estaban allí desde antes de que apareciese el hombre
en la Tierra o quizás al mismo tiempo que el eslabón perdido. A mí no me importan
los muertos ni los bisabuelos muertos, pero a Sykes le entusiasmaban. Por lo visto,
un terremoto abrió la entrada de la cueva y todo lo que contenía estaba allí desde
siempre. Lo que más lo excitaba era que encontró una especie de aparatos y que los
habían puesto antes de que naciese el primer hombre.
Eso me pareció una chifladura. Lo que me interesaba eran aquellos aparatos.
—Verá — me explicó él—. Al principio creí que era un transmisor de radio.
Escuche —añadió—. Hay uno con antena, igual que un microonda. Y luego otro,
que parece un bolo, invertido. En la parte alta tiene una especie de embudo y en el
centro un círculo de solenoides hechos con una aleación que aún no conocemos.
Unos filamentos lo unen al otro, al transmisor. He averiguado lo que es el bolo. Es
una grabadora.
Quise saber que grababa. Se llevó un dedo a la nariz y me hizo un guiño.
—Ideas —dijo—. Ideas puras. Pero eso no es todo terremotos, cambios de
continentes, ciclos climáticos y muchas cosas más. Todo se integra aquí con el
pensamiento.
Le pregunté cómo lo sabía. Fue entonces cuando me explicó que lo estaba
investigando desde hacía treinta años. Lo había averiguado por sí mismo. En eso se
mostraba muy puntilloso.
Creo que entonces me di cuenta de lo que le ocurría al pobre tipo. Estaba
convencido de haber dado con algo grande y quería desentrañarlo hasta el último
detalle. Pero, por lo visto, de niño fue muy feo y de mayor muy tímido, por lo que
esperaba dar la campanada él solo. No le bastaba con ser el tipo que lo descubrió.
—Cualquier idiota podía haberlo encontrado —decía.
Deseaba saberlo todo acerca de los aparatos antes de contárselo a otra
persona.
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—Es más importante que la Piedra Rosetta —aseguraba—. Mucho más que la
teoría nuclear.
Desde luego, era único para ir soltando palabras de a poco.
—Y va a ser Sykes quien lo haga saber al mundo —insistía—. Sykes se lo dará
a la humanidad, completo y comprobado, y la historia se conocerá a partir del
momento en que yo hablé.
Estaba loco como una cabra. Pero no me importaba. Era inofensivo y de lo más
simpático que se pueda imaginar.
¡Vaya tipo raro ese Sykes! Su vida 'había sido algo de locura. Tenía dinero,
porque heredó unas rentas o algo parecido, de modo que no le afectaba ese
problema que a todos nos pica. Se pasaba días enteros en la cueva mirando los
aparatos. No quería ni tocarlos. Sólo deseaba averiguar qué era lo que estaban
haciendo. Y uno de ellos funcionaba de continuo.
Era el más grande, el de forma de bolo, no descansaba. No hacía ruido. Los dos
aparatos tenían un disco al costado; medio rojo y medio negro. En el más grande,
que él llamaba grabadora, el disco giraba. No muy de prisa.
Mientras veníamos en el tren, cantó de plano. No sé por qué. Quizá me creyó lo
bastante tonto para no repetirlo. Si fue eso, acertó de pleno. Yo no soy más que un
pobre mecánico que un día tuvo una buena idea. Pero me enseñó algo que había
tomado de la grabadora.
Era un pedazo de alambre, de aproximadamente un metro ochenta, y finísimo;
como un pelo. Y estaba torcido. Quiero decir retorcido. Sykes decía que estaba
magnetizado. Se doblaba con facilidad, pero no se rompía ni era posible anudarlo.
Estoy seguro que hubiera mellado unos alicates.
Me preguntó si podía pártalo. Lo intenté y me hice un tajo en la mano No
había medio de cortarlo y ni tan siquiera alisarlo. No es que después volviera a
retorcerse. Es que no se
Sykes me contó que le 'había costado ocho meses conseguir aquel alambre. Era
más que duro. Se soldaba a sí mismo. Las cuatro primeras veces logró cortarlo, pero
no lo separo a tiempo de impedir que se uniera de nuevo.
Por fin, puso dos alicates en torno al alambre y, cuando estuvo seguro, apretó,
colocando pesas de doce toneladas para romperlo. Los alicates eran de acero forjado
con iridio, pero el alambre les hizo un agujero.
Consiguió lo que se proponía. Tenía otro alicate sujetándolo, de modo que en
cuanto se partió, tiró de él. Al unir los_ otros dos extremos, se soldaron en seguida.
No quedó ni una señal, ni un nudo.
Bueno, recordarán que el día que llegamos aquí con todo el equipo, en seguida
alquilamos un coche para ir al desierto. El viejo estaba tan contento como un
chiquillo.
—Kemp, muchacho —me dijo—. Lo he descifrado. Ahora sé leer la cinta
magnetofónica. ¿Te das cuenta de lo que significa? Hasta los menores detalles de la
historia humana; los sé todos. Cuanto ha ocurrido en la Tierra, desde que nació el
hombre. No puedes darte idea ele hasta qué punto es minuciosa la grabación —
continuó—. ¿Quieres saber quién elevó a Alejandro Magno? ¿O te gustaría averiguar
el nombre de la querida de Pericles? Todo está ahí. ¿Y qué te parecen las leyendas
griegas e hindúes acerca de continentes perdidos? ¿Qué hay de los fuegos
misteriosos? ¿Quién era el hombre de la máscara de hierro? Yo lo sé, muchacho, lo
sé.
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Estuvo hablando durante todo el camino hasta que nos acercamos a esa
garganta donde estaba la cueva.
No van a creer lo difícil que fue llegar hasta allí. No comprendo cómo el viejo
tenía tanta energía para ir continuamente. Dejamos el coche a unos treinta
kilómetros y seguimos a pie.
La tierra, allí, está destrozada. De no haberle visto ya el color a su dinero, me
habría despedido. Arena, calor, rocas enormes y abismos, como para caerse y
romperse el pescuezo; ¡Señor!
Y yo cargando con el soplete, el gas, los repuestos y todo el equipo. Llegamos
por fin a la garganta y el viejo sacó una cuerda, que ató a una columna de piedra.
Ya tenía allí una muesca preparada. Descendió al abismo y yo le seguí después de
bajar todo el equipo.
¡Qué oscuro estaba! Seguimos cuesta arriba durante más de cien metros y
Sykes se detuvo ante un muro de piedra. A la luz de la linterna pude ver restos de
las fogatas que hizo durante aquellos años.
—Ahí está —me dijo—. Es tuyo, Kemp. Si ese soplete con trescientos años de
adelanto sirve de algo, demuéstramelo ahora.
Dispuse las cosas y comencé a trabajar aunque iba muy despacio. Pude abrir
un agujero, pero tardé nueve horas en darle el tamaño necesario para que
pasáramos y otra hora para que se enfriase lo suficiente."
"Y el viejo no cesaba de hablar. Se jactaba acerca de lo bien que había
descifrado aquel alambre. Para mí, era como si hablase en griego.
—Tengo aquí —exclamó blandiéndolo— registrada una fase de la revolución
industrial en Europa Central que va a dejar con la lengua fuera a los historiadores.
¿Pero se lo he contado a alguien? ¡No! ¡Eso no lo hace Sykes! Voy a escribir la histo-
ria de la humanidad con tantos detalles, con tal conocimiento de causa, que el
nombre de Sykes se convertirá en sinónimo de precisión casi milagrosa.
Esto lo recuerdo porque lo repetía mucho. Parecía paladearlo. Recuerdo
también que le pregunté por qué teníamos que abrir un boquete. ¿Por dónde había
entrado otras veces?
—Eso, muchacho —me dijo—, es una de las habilidades de los aparatos. Ignoro
cómo, pero se encierran ellos mismos. Y, en parte, me alegro de que lo hiciesen. No
pude volver a entrar y tuve que dedicarme a este alambre. De no haber sido por eso,
dudo de que lo hubiese descifrado.
Yo quería enterarme de lo que pasaba allí; qué eran aquellos aparatos, quién
los dejó y para qué servían. Se lo pregunté mientras trabajaba en la roca. Y, amigos,
nunca había visto una roca como aquélla, si es que era roca, lo que ahora dudo
mucho.
Saltaba en virutas ante mi soplete. Mi soplete que es capaz de cortar cualquier
cosa. ¿Creerán que en esas nueve horas sólo atravesé unos dieciocho centímetros?
Mi invento puede abrir la caja de un Banco igual que si tuviera la llave.
Cuando le pregunté, quedó callado pero comprendí que tenía ganas de hablar.
Se sentía eufórico. Y, además, suponía que yo era demasiado bruto para entenderlo.
Y, coma ya he dicho, tenía razón. Por tanto, soltó el rollo más o menos así:
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—Quién instaló aquí esos aparatos y cómo funcionan, es algo que quizá nunca
sepamos. Sería interesante averiguarlo, pero lo que más me importa es leer las
cintas.
Le había llevado tiempo identificar la grabadora. Lo dedujo al ver que era la
única que funcionaba.
Al principio supuso que el transmisor tenía alguna avería, pero al cabo de uno
o dos años de observación, sin siquiera llegar a tocar las teclas, se dio cuenta de
que, junto al pequeño, había otro mecanismo. Estaba situado allí para ponerlo en
marcha. Iba conectado a cierta ondulación de la cinta. En otras palabras, cuando
algo ocurriese, en algún lugar de la Tierra, que fuese lo que esperaba, la cinta lo
grabaría y el transmisor entraría en funciones.
Se había pasado años estudiando los aparatos antes de descubrir la
ondulación de la cinta que daría el aviso. ¿A quién se lo comunicaba? ¿Por qué?
Claro que lo había pensado, pero no le importaba gran cosa.
¿Qué iba a ocurrir cuando se acabase la cinta? ¿Quién o qué aparecería
cuando todo hubiese concluido? Pues ya saben, no le importaba. Su única
preocupación era leer la cinta. Por lo visto, hay muchos tipos que escriben libros de
historia y cosas parecidas. Sykes quería llamarles embusteros. Quería explicarles lo
que de veras pasó. ¿Se dan cuenta?
Pues allí seguía yo intentando cortar con mi soplete un muro sólido, hecho de
algo que no debiera ser tan resistente. Aún me parece verlo.
Estaba muy oscuro, yo llevaba gafas ahumadas y Sykes, de espalda para no
estropearse la vista, hablando de historia y de lo que iba a ser el primer relato
auténtico de la humanidad. Se lo restregaría a muchos por las narices, acabando de
un plumazo con todas las teorías existentes.
Recuerdo que interrumpí mi faena, para descansar, y para que se enfriasen las
células de mercurio, mientras fumaba un cigarrillo. Sólo para obligarle a seguir
'hablando, le pregunté cuándo creía que el transmisor se pondría en marcha.
—Ya lo ha hecho —me respondió—. Ya ha cumplido su misión. Por eso
comprobé que mis cálculos eran ciertos. La cinta pasa por la máquina a cierta
media. Cosa de milímetros al mes. Tengo el cálculo exacto pero eso no importa. Sin
embargo, algo ocurrió hace algún tiempo que me permitió comprobarlo. Fue el
dieciséis de julio de mil novecientos cuarenta y cinco.
—No me diga —comenté.
—Pues sí —continuó él, muy satisfecho—, lo digo. Aquel día ocurrió algo que
alteró las ondas de la cinta; lo que yo estaba esperando. Fue lo que inició la
transmisión. Por casualidad yo me encontraba aquí. El transmisor se iluminó y el
disco comenzó a girar como loco. Luego, se detuvo. La semana siguiente leí los
periódicos para ver qué había ocurrido, aunque no lo encontré hasta el mes de
agosto.
Entonces comprendí.
— ¡La bomba atómica! Quiere decir que todo estaba dispuesto para que
avisaran a alguien en cuanto hubiera una explosión atómica.
El asintió. Al resplandor rojizo de las rocas, tenía el aspecto de un búho viejo y
famélico.
—Exacto. Por eso hemos de entrar ahí cuanto antes. Fue después de la
segunda explosión de Bikini cuando se cerró la cueva. Ignoro si van a recoger la
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transmisión. También ignoro lo que ocurrirá entonces. Pero sé que he descifrado la
cinta y que quiero recoger las obras antes de que otros lo hagan.
De haber sido más gruesa la pared, no hubiésemos podido entrar. Cuando
corté el último bloque y éste cayó dentro, estaba agotado. Igual que Sykes. Durante
las últimas dos 'horas, no había hecho más que pasear impaciente.
—Treinta años de trabajo —repetía—. He esperado treinta años y nada me
detendrá. ¡De prisa, de prisa!
Y cuando tuvimos que esperar a que se enfriase la abertura, creí que se volvía
loco. Imagino que eso le llevó al colapso. Estaba acabado. Bueno, al fin entramos en
la cueva. Me había hablado tanto de ella que tuve la impresión de que ya la conocía.
Estaban allí los aparatos, el más grande, en forma de bolo, como de dos metros
de alto, y el otro, parecido a un cubo, con un puñado de fideos en lo alto; por lo
visto, eso era la antena.
Encendimos una linterna, que iluminó el lugar. Era pequeño. Sykes saltó por
encima de aquellos trastos.
Estuvo examinándolos y sacó un cable. Luego, se puso de pie, mirándome con
expresión estúpida.
— ¿Qué le pasa, doctor? —pregunté. Siempre lo llamaba así.
Intentó respirar.
—Está vacío. ¡Vacío! Sólo unos veinte centímetros de cinta. Sólo...
Fue entonces cuando se desmayó.
Yo corrí a su lado y le moví un poco, dándole cachetadas hasta que volvió a
abrir los ojos. Se levantó en seguida.
— ¡Está lleno otra vez! —gritó. Parecía más loco que nunca—. ¡Kemp! ¡Han
estado aquí!
Comencé a comprender. El depósito inferior estaba vacío. El superior lleno.
Preparado para que iniciase una nueva grabación. ¿En qué habían quedado los
treinta años de trabajo de Sykes?
Estalló en carcajadas. Le miré. No pude resistirlo. La cueva era demasiado
pequeña para tanto ruido. Nunca había oído a nadie reírse así. Parecían gritos
agudos; uno tras otro. Y seguía riéndose sin parar.
Lo saqué de allí. Lo dejé fuera y volví en busca de mi equipo. Aún me resuena
su voz cascada que el eco iba repitiendo. Lo había recogido todo y me disponía a
llevarme la linterna, cuando oí un ruidito.
Era el transmisor. El disco rojo y negro estaba dando vueltas. Me quedé
mirándolo. Sólo funcionó durante tres o cuatro minutos. Y entonces aumentó el
calor.
Yo me asusté. Salí por el agujero y recogí a Sykes. No pesaba mucho. Me volví
para mirar la cueva. Estaba encendida. Roja. Las máquinas pasaron del encarnado
al amarillo y luego al blanco; así fue. Luego se fundieron. Yo lo vi. Entonces eché a
correr.
No recuerdo muy bien cómo llegué a la cuerda, cómo subí ni cómo me llevé a
Sykes. Entonces, estaba callado pero consciente. Seguí arrastrándole hasta que me
detuvo el resplandor de la garganta. Me volví para ver qué pasaba.
Se distinguía todo bastante bien. Corría por allí abajo un torrente de lava.
Iluminaba todo el desierto. Nunca pasé tanto calor. Y huí de nuevo.
Llegué al coche y metí a Sykes. Se agitaba un poco en el asiento. Le pregunté
cómo se sentía. No me contestó, pero murmuraba algo. Más o menos esto:
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—Sabían que habíamos llegado a la era atómica. Querían estar preparados.
Eso fue lo que comunicó el transmisor. Vinieron a llevarse las grabaciones y
llenaron otra vez el aparato. Luego, sellaron la cueva con algo que sólo podía romper
la energía nuclear. Su soplete lo consiguió, Kemp; ¡ese soplete que está a trescientos
años de nosotros! ¡Creen que dominamos la energía nuclear! ¡Volverán!
— ¿Quién, doctor? —pregunté.
—No lo sé —repuso—. Sólo hay una razón por la que alguien quiera saber una
cosa así. Para impedirlo.
Me eché a reír. Puse el coche en marcha y reí de nuevo,
—Doctor —comenté— nadie va a detenernos. Como dicen los papeles, estamos
en la era atómica, aunque nos lleve a la muerte. Pero de ahí no nos sacan. Tendrían
que acabar con toda la humanidad para que renunciásemos a la era atómica. —Lo
se, Kemp, lo sé. ¡Y a eso me refiero! ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho?
Quedó callado durante un buen rato y, cuando volví a mirarle me di cuenta de
que había muerto. Le traje aquí. Aproveche que todos estaban ocupados para
escapar. No veía las cosas claras. Sabía que no iban a creer esa historia."El juzgado
guardó silencio hasta que alguien tosió y, entonces, todos carraspearon y movieron
los pies. El juez alzó la mano.
—Comprendo lo que te preocupaba, Kemp. Si eso es cierto, yo personalmente
lo pensaría mucho antes de explicarlo.
— ¡Miente! —gritó un buscador de oro—. ¡Es un embustero y un asesino! Mi
chico lee cuentos de ésos, aunque a mí no me gusta que lo haga. Pero desde ahora
se han acabado. Lo que merece ese Kemp es que le colguemos.
—Calma, Jed —advirtió el juez—. Si matamos a ese hombre, va a ser de modo
legal —se hizo de nuevo el silencio y el magistrado se volvió al testigo—. Oye, Kemp,
se me acaba de ocurrir una cosa. ¿Cuánto tiempo pasó desde la primera explosión
atómica hasta que sellaron la cueva?
—No sé. Unos dos años, más o menos. ¿Por qué?
— ¿Cuánto ha pasado desde eso que nos cuentas, desde que murió Sykes?
—O le asesinaron —gruñó el buscador de oro.
—Cállate, Jed, ¿Bien, Kemp?
—Pues unos dieciocho meses... No. Casi dos años.
—Bueno —continuó el juez, extendiendo las manos—. Pues de ser cierta tu
historia o esa chifladura del muerto de que alguien iba a venir a liquidarnos, ¿no es
ya hora de que lo hubieran intentado?
Se oyeron algunas risas y, de súbito, el extremo del edificio desapareció entre
llamaradas. A gritos, maldiciendo y asustados, todos intentaron salir a la carretera
iluminada por la luna.
El cielo estaba lleno de naves.
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Christopher Anvil
EL HUÉSPED NO INVITADO
Pese a la opinión de muchos expertos en OVNIS,
puedo asegurar por experiencia personal que no todos
los miembros de las Fuerzas Aéreas son "aburridos, sin
imaginación y propensos a la violencia" cuando se
enfrentan con un problema difícil. Y lo mismo ocurre con
los ingenieros y científicos civiles que trabajan para
ellos. Con unos cuantos hombres de esta clase, al
plantearse la situación ideada por Christopher Anvil, los
resultados podrían ser muy aleccionadores. Quisiera
añadir que la idea del autor acerca del origen y natura-
leza de su platillo volante la consideran algunos
investigadores de este campo, en contra de la oposición
de la mayoría, digna de tenerse en cuenta.
Richard Verner, bajo el sol de la mañana, se encontraba entre la grúa, cuya
parte superior había sido arrancada, y la maciza cúpula de un edificio de la que
surgían dos periscopios. A su derecha, estaba un tieso militar, con insignias de
general y aire de estupor. A su izquierda, una docena de hombres que
contemplaban inquietos un objeto plateado que se mantenía en el aire, sin que nada
lo sujetase.
Este objeto era tan brillante que costaba verlo, pero Verner a fuerza de estudiar
sus reflejos, calculó que tendría forma ovoidal, unos dos metros y medio de ancho
por uno y medio de alto. Y que flotaba a unos quince centímetros del suelo. En su
resplandeciente superficie se distinguían innumerables puntos negros que iban
aumentando de tamaño para luego disminuir hasta desaparecer por completo y
volver a surgir en otro lugar, donde se iniciaba nuevamente el proceso. El aire
estaba impregnado de un ligero olor a amoníaco.
El general carraspeó.
—Hace una semana que eso apareció por aquí. Hacía más calor, el sol era más
fuerte que hoy y los puntos negros más pequeños, por lo que resultaba mucho más
brillante; al principio nadie supo si se trataba de un espejismo, una corriente de
aire calido, manchas en las lentes o si, por el contrario, debía visitar al psiquiatra.
De modo que nadie quiso hablar. Luego, eso se quedó quieto delante de Aaronson,
que iba hacia el edificio, y decidió tirarle una piedra. Si rebotaba, es que no se
trataba de un espejismo. No rebotó; desapareció en el interior. Pero entonces, lo que
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eso sea, le escupió la piedra a Aaronson y lo alcanzó en el hombro. Le hizo el mismo
efecto que un Colt cuarenta y cinco. No quedó la menor duda de que era un objeto
real y poco después teníamos de veinte a treinta informes en el mismo sentido.
Verner estudió atentamente aquel objeto.
— ¿Qué hicieron entonces?
— ¿Qué podíamos hacer? Esto es una base de pruebas de misiles, no una
sucursal de la Sociedad Interplanetaria. Tenemos un trabajo concreto. Hay un
grupo que se encarga de esas cosas y se lo notificamos. Nos enviaron a unos
cuantos individuos, que se limitaron a toser y mirar, para volver a casa y decidir
que era o bien un "globo meteorológico mal hinchado", "un fenómeno atmosférico" o
"una variante del fuego de San Telmo que antes se veía en los mástiles de los
buques".
El general indicó con la mano todos los edificios que se alzaban en los
contornos.
—Suponen que el viento sopla entre esas torres y "genera electricidad estática".
Bueno, olvidémoslo. Ya han dado su explicación, aunque eso sigue ahí. Quisimos
ignorarlo, pero no hace más que recorrer la base y no nos ha sido posible. El otro
día, faltaban diez minutos para que lanzásemos un misil, y eso, que volaba a unos
cientos de metros de altura, se colocó exactamente en el sitio menos indicado, por
lo que tuvimos que suspenderlo. Hay tres nuevos agujeros en las alambradas, de
unos dos metros de ancho por uno y medio de alto, que es por donde ha pasado, y
las cercanías están sembradas de pedazos de hierro. Ayer descendió hasta uno de
los técnicos y le arrancó un pedazo de ropa y unos centímetros de piel. No volve-
remos a verlo hasta que eso haya desaparecido. Desde entonces se ha dedicado a
arrancar pedazos del edificio, del coche de Hammerson, de un árbol y de la torre de
control, así como unos veintisiete metros de hierba y de desperdicios del otro lado
de la alambrada. Cada vez que hace algo así, lanza una lluvia de metal, madera o
piedras desmenuzadas, que salen a Tina velocidad que va de cero a novecientos
metros por segundo —el general dirigió al objeto una agria mirada—. En tal
situación estamos. No podemos preparar los misiles por miedo que eso decida
pegarles un mordisco. Ninguno de los hombres de la base se alistó en fuerzas de
combate. Lo que yo quisiera hacer es lanzarle un antimisil. Pero mi gente me dice
que, con toda seguridad, lleva tal energía que la explosión va a hacer desaparecer la
mitad del Estado. Por tanto —añadió el general, volviéndose hacia Verner— ya que
es usted heurístico y su trabajo consiste en solucionar los problemas que escapan a
los expertos, le paso este lío. No me importa a quien llame o qué sea lo que haga.
¡Líbreme de eso antes de que desbarate todo nuestro programa espacial!
Verner estudió aquel objeto con suma atención, aspiró hondo y envió un
telegrama. Luego, invirtió el resto del día observándolo y atendiendo los relatos de
infinidad de testigos que le iban explicando su experiencia personal. En dos ocasio-
nes tuvo que echarse al suelo, por que aquel objeto volaba muy bajo, mientras
lanzaba a todas partes fragmentos de material. Muchos de los testigos hablaban con
evidente inquietud.
—Hay algo que no marcha. Ya no vuela tan alto como antes.
Ni tampoco se mueve como antes.
Y... ¡Fíjese!
Por un instante, se apagó el brillo de aquel objeto, igual que un espejo
empañado. Sus numerosas manchas negras se redujeron al tamaño de cabezas de
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alfiler. Segundos después, recobró su aspecto habitual. Pero se advertía que algo le
pasaba.
Uno de los ingenieros comentó:
—Tengo la impresión de que está enfermo. Y que Dios nos asista si se muere.
Cuando a un hombre le falla su sistema, se derrumba y ha acabado. Pero con la
energía interna que tiene eso, me temo que se convierta en una bomba atómica en
miniatura.
Al atardecer, Verner había reunido mucha información, opiniones diversas,
quejas y la respuesta a su telegrama. Entonces, envió a varios de los hombres de la
base al almacén más próximo. Poco después, se volvió al oír unos pasos que se
aproximaban.
—Bien —dijo el general— ¿tiene algún proyecto?
—Sí, pero antes quisiera preguntarle una cosa.
—Hágalo.
— ¿Siempre huele a amoníaco?
—Desde que está aquí.
— ¿Qué hace por la noche?
—Desciende a un par de centímetros del suelo. Entonces da la impresión de
ser de plata, y la luna y las estrellas se reflejan en la superficie, lo mismo que en
una bola de cristal.
— ¿Cree usted que es una nave interplanetaria, una especie de aparato de
reconocimiento, o un ser vivo?
El general fue a hablar, miró las sombras que se extendían por la base, y luego
dijo:
—La única respuesta que lógicamente puedo darle es ésta: lo ignoro. Es posible
construir un aparato que actúe como si estuviera vivo. Pero la impresión que tengo
es que se trata de un ser vivo, que se encuentra bastante mal.
— ¿Por qué cree que está ahí?
—Que me registren. ¿Por qué, de todos los lugares de la Tierra, iría a detenerse
en una base de pruebas de misiles? Lo ignoro.
Verner quedó pensativo.
— ¿De dónde supone que viene?
—La misma respuesta. Y ahora aquí huele a amoníaco. Uno de los
componentes de nuestra atmósfera es el dióxido de carbono. Nosotros exhalamos
dióxido de carbono. Hay planetas que, según los cálcalos, tienen amoníaco en su
atmósfera, además de otras cosas. Esta criatura, en caso que eso sea, exhala amo-
níaco de vez en cuando. Quizá venga de uno de los planetas que lo tienen en su
atmósfera. A lo mejor de Júpiter.
— ¿Apareció poco después de algún lanzamiento?
—Pues sí, exacto. Acabábamos de poner un satélite en órbita. ¿Y qué tiene que
ver eso con que venga, a aquí?
—Supongamos que fuera usted un astronauta en apuros en busca de ayuda y,
de pronto, de un planeta cercano partiese un satélite.
El general meditó un instante.
—Lo más probable es que fuera al lugar de donde partió el satélite para que me
auxiliaran.
— ¿Y cómo podría usted explicarles lo que necesita?
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—Bueno... desde luego que no podría hablarles en su idioma; por lógica,
tendría que expresarme "por señas".
—Exacto. Bien, suponiendo que esto sea lo que intenta nuestro visitante, ¿qué
querrá decirnos?
—Pero si muerde las cosas —gruñó el general—. De acuerdo. Vamos a suponer
que quiere comer. ¿Cómo se alimenta una cosa así? ¿Y si viniera de Júpiter? ¿De
dónde se saca comida al estilo de Júpiter?
—Para averiguarlo envié un telegrama esta mañana.
El general dio un resoplido.
— ¿Pero de dónde van a...? —se interrumpió al ver que varios de sus hombres
descargaban unos sacos pesados—. Usted no es de los que pierden el tiempo.
—Eso está aquí desde 'hace una semana —dijo Verner—. Apenas se ha movido
en todo el día y me dicen que parece enfermo. También me dicen que si algo le
ocurre, es muy probable que estalle y se lleve con él a la mitad del Estado. No nos
conviene entretenernos.
El general asintió.
—Adelante. En cuanto oscurezca más, eso va a dormirse, o lo que haga por las
noches.
Verner abrió un cortaplumas, rasgó uno de los sacos, metió la mano para
agarrar una bola dura, de piel suave y la lanzó lejos.
Algo cayó cerca del extraño objeto y se fue rodando. Pero la forma ovoide no se
movió.
Verner volvió a lanzar una bola. En esta ocasión, cayó debajo del objeto.
Pero tampoco ocurrió nada.
El general contemplaba fijamente la creciente oscuridad. Había un gran
silencio, como si todo el territorio contuviese la respuesta.
Esta vez Verner cortó una de las bolas en dos partes, que olían mucho, y arrojó
una de ellas. Alcanzó de lleno aquel objeto. Pero éste no se movió. Lanzó la otra
mitad. Cayó encima del visitante y desapareció.
No ocurrió nada.
El general movió la cabeza.
—Habrá que intentar otra cosa. Podemos...
—Espere... —ordenó Verner tajante.
Uno de los hombres comentó:
—Aún no lo ha escupido. Siempre...
Otro gritó:
— ¡Huyamos!
El objeto comenzaba a moverse.
Vino a su encuentro con un ronquido.
Se dispersaron en todas las direcciones. El general corría como si le hubiesen
lanzado de una catapulta; miró hacia atrás y ordenó:
— ¡Cuerpo a tierra!
Los 'hombres jadearon al echarse al suelo y casi en seguida se oyó el silbido de
fragmentos de algo duro que cortaban el aire.
Al instante, Verner y el general habían dado la vuelta para observar al extraño
objeto, que giraba sobre sí mismo, absorbiendo sacos enteros y descendiendo tan
bajo que a la vez se llevaba mordiscos de tierra, que luego despedía desmenuzados.
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Contemplaron en silencio cómo el visitante acababa con los sacos y luego, igual
que un perro en busca de desperdicios, recorría el campo, se detenía aquí, luego allí
y de improviso salía disparado hacia el espacio, tan de prisa que en pocos instantes
desaparecía de la vista.
A lo lejos se oyó un estallido, igual que el de un avión que cruza la barrera del
sonido.
Verner y el general se pusieron de pie.
Pasaron varios minutos. Aquel objeto no regresó.
—Bueno —dijo el general—. Dio usted en el blanco. Pero no sé cómo lo hizo.
Verner le tendió un arrugado telegrama. El militar accionó su encendedor y
alzó la llama para iluminar el texto:... Primeras investigaciones revelan que, según
informe 5 mayo 1966, semillas de cebolla se encuentran en atmósfera de amoníaco,
repito amoníaco...
Verner añadió:
—A partir de mañana, pensaba intentar lo mismo con cuanta comida crece en
la Tierra. Pero nos quedaba hoy tiempo de hacer la primera prueba.
El general asintió.
—Cebollas. Bueno, la cosa concuerda. Si hay algo que huela más parecido a la
atmósfera de Júpiter, que me registren. Quién sabe; puede que algún astronauta de
Júpiter arrojase aquí esa semilla hace mucho tiempo —miró en torno suyo,
aliviado—: De todos modos, gracias a Dios que todo ha concluido.
—Aún no —dijo Verner.
— ¿Qué?
— ¿Cómo va a explicar este incidente al Departamento que entiende en objetos
voladores no identificados?
Una sonrisa se extendió por el rostro del general.
—Me gusta la idea. Bien, bien. Voy a enviarles un informe detallado y una
muestra de cebolla. Y esperaré con ansia a ver qué dicen.
Eso fue hace seis meses. El general sigue esperando.
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Lee Correy
ALGO EN EL CIELO
Un artículo que apareció en la revista True, en enero
de 1965, aseguraba que al Gemini 1, que iba sin
tripulantes, lanzado el 18 de abril de 1964, lo siguieron
durante toda una órbita cuatro OVNIS, que giraban en
torno suyo. Las Fuerzas Aéreas respondieron: "Los
objetos señalados, que también registró la pantalla de
radar, se han identificado como las piezas menores que
se desprenden al separarse la nave y el cohete. Esta
explicación oficial quedó en entredicho cuando un
portavoz de la NASA confirmó lo que todos sabían en la
industria astronáutica: "En el Gemini 1 no hubo separa-
ción entre la nave y el cohete; una y otra entraron en la
atmósfera como simple unidad". ¿Se trataba de unos
OVNIS curiosos? Quizás. El presente relato es pura
ficción; según creo. ¿Se han preguntado qué podría ocu-
rrir si un antimisil del tipo Sprint o Nike-Zeus encontrara
a su paso algo que no fuese el blanco lanzado desde la
base de Vandenberg, en California?
Algo vigilaba desde el cielo.
Llevaba mucho tiempo allí, de centinela. Sin que lo viesen o lo oyeran, su
inteligencia superior había logrado anular todos los sistemas de detección. De vez
en cuando, se hacía visible en el cielo, por razones que nadie llegaba a comprender.
Puesto que la invisibilidad lo protegía, era intocable..., hasta que se aplicó una
ley universal, que todo lo abarcaba; fue un simple accidente.
¡SE HAN VISTO PLATOS VOLADORES!
Ante la posibilidad de una nueva invasión de platos vola dores en las
proximidades de Des Moines y de Dallas, un portavoz del Gobierno aumentó la
confusión que ya reina en torno a este asunto al negarse a hacer el menor comentario
acerca de los extraños objetos que han vuelto a aparecer en el cielo y que millones de
personas han visto...
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— ¿Qué opinas, Pete? —preguntó George Humbolt al tenderle a su jefe el
periódico de la mañana—: ¿Esta vez son de verdad?
Pete Renny se puso las gafas y estudió los titulares con la atención que en todo
ponía. No leyó más allá de la primera frase.
Como jefe para el Oeste del programa antimisiles Mentor, Pete tenia acceso a
los secretos mejor guardados; podía obtener la información más confidencial de
cuantas poseyera el Gobierno. Además, lo necesitaba. Parte de su trabajo era saber
lo que ocurría en los campos de la aviación militar y de los proyectiles teledirigidos.
Ambos estaban tan estrechamente relacionados en lo que respecta a defensa
antiaérea que casi no podían separarse.
Le constaba a Pete que en aquel año de 1962 no existía aparato o misil que
pudiera maniobrar igual que los platos. También le constaba que el estado de la
aeronáutica hacía imposible la existencia de aquellos objetos.
— ¡Tonterías! —declaró. Estamos llegando al verano, la temporada tonta, y la
gente ve cosas, tal como lo han venido haciendo desde 1946.
— ¿Alucinaciones? ¿Por qué no algún invento del que aún no sabemos nada?
— ¿Has oído hablar de alguno?
George también tenía acceso a la información confidencial.
—Pues no —replicó éste, tras una pausa—: Pero ¿qué te parece si vinieran, por
encima del Polo?
— ¿Es que no lees los comunicados de la C.I.A.? —preguntó Pete.
—Sí, los leo —George quedó pensativo y pareció que iba a hablar. Pero se
contuvo.
Pete se dio cuenta.
— ¿Qué ibas a preguntarme? ¿Si no creía que pudieran ser marcianos o
venusinos?
—Sí.
— ¡Es ridículo! Vas demasiado al cine, George —le dijo Pete con dureza, al
tiempo que se quitaba los lentes y los guardaba en el estuche. Le devolvió el
periódico a su ayudante—: ¡Hombrecillos verdes! ¡Visitantes del espacio! ¡Bah!
Debías darte cuenta, George, de cuando alguien quiere llamar la atención — se
puso de pie, inclinando su alta figura sobre el pupitre—: En verano, el cielo está
muy claro. La gente va mucho más al campo. Miran 'hacia arriba y ven bastantes
cosas; jets que vuelan alto, globos estratosféricos, el planeta Venus y otros objetos
hechos por la naturaleza o por el hombre. El cielo está lleno de objetos mecánicos.
Piensa en lo mucho que hemos de esforzarnos para llevar a cabo el programa de
esta base, que no cubre más que unos miles de kilómetros cuadrados allá arriba;
constantemente se están enviando aparatos, jets y globos.
Se acercó a la ventana y contempló el hermoso azul del cielo de Nuevo Méjico.
El aire era muy claro sobre White Sands; podía ver hasta los montes Sacramento, a
cosa de cincuenta y cinco kilómetros de distancia.
—Esta mañana tenemos buen tiempo —añadió, cambiando el tema—. ¿Sigue
en pie el programa de lanzamiento de las once?
George dejó el periódico, para acercarse al teletipo.
—Sí Ha llegado la confirmación del control. El blanco despegará a las diez y la
hora de lanzamiento son las once. Ha habido un pequeño cambio en las frecuencias
del radar; para acoplar a otro programa.
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—De acuerdo, pide el parte meteorológico mientras preparo la ceremonia. Si
hemos de lanzar a ese pajarito, hay que espabilarse —descolgó el teléfono, marcó un
número y recibió la señal de comunicar. Nervioso, volvió a colgar el aparato—. ¡Las
líneas siempre ocupadas! ¿Cuándo van a poner más?
— ¿Por qué te preocupas tanto por ese proyectil, jefe? Conoces el tipo desde
que empezó a construirse —observó George.
—También te preocuparías tú si tuvieras que darle cuenta de tus fracasos a
Garson y ya llevamos demasiados.
No le explicó a su ayudante que le preocupaba mucho aquel nuevo misil, tipo
Mentor 16. Si había algún fallo iban a decapitarlo. Garson, que dirigía la zona, era
hombre difícil.
El proyectil antimisil a cargo> de Pete era el mejor de cuantos se habían
diseñado. Años de amarga experiencia con cohetes y dispositivos similares habían
preparado a los hombres que lo construyeron. Lo habían ensayado con todos los
métodos conocidos. Su eficacia estaba más allá de toda duda. Era un sistema
perfecto.
Sin embargo, habían fallado. Los primeros diez confirmaron las esperanzas
puestas en ellos. Los últimos cinco resultaron un fracaso. El Mentor se había
convertido en la "pesadilla de los técnicos".
Cuantos trabajaban con él, comenzaban a odiarlo, con un odio consecuencia
de la desconfianza y de la amargura. Todo en el proyectil era perfecto. Las distintas
piezas que lo componían eran perfectas. Juntas, debieran funcionar tal como estaba
previsto; pero fallaban. Nadie sabía el motivo.
Pete había sospechado con frecuencia que lo que andaba mal era el mecanismo
de guía. Era un sistema nuevo y altamente secreto. No dependía del radar, de la luz
ni de los rayos infrarrojos. En realidad, no dependía de ninguna radiación electro-
magnética. El Mentor tenía un detector de materia que lo guiaba Pete no llegaba a
comprender por completo aquel sistema. Sabía que, por algún medio, detectaba la
presencia de la materia de un avión, por ejemplo, a efectos de la teoría einsteniana.
Einstein, en 1806, hizo algunos cálculos acerca de que la materia desequilibra el
espacio con su sola presencia, provocando la gravedad y descomponiendo la luz.
Los astrónomos lo demostraron durante un eclipse de Sol. Otros hombres
estudiaron esas teorías y, tras haber trabajado con ellas durante años y construido
maquetas electrónicas y circuitos, idearon un sistema que podía detectar la
presencia de la materia. El Mentor "veía" de este modo. No podían desorientarle. El
detector de materia era parte del perfecto proyectil antimisiles.
Y este sistema funcionaba. No quedaba la menor duda. La realidad había
forzado a Pete a descartar toda sospecha.
No podía echarse la culpa a nada... excepto a los hombres. Y Garson se la
cargaba toda a Pete. Al fin y al cabo, el jefe de pruebas era el responsable; cualquier
error era consecuencia de alguna equivocación en los cálculos; así razonaba el
superior de Pete.
A éste le habían dado una nueva oportunidad. Hacía días que no dormía. Le
dolía el estómago más que de costumbre. Vivía con el Mentor 16 desde que llegó a
White Sands.
— ¡Blanco se acerca a punto señalado! —anunció el intercomunicador.
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La casamata de tiro era un torbellino de actividad. Los hombres trabajaban en
sus aparatos, miraban a través de los osciloscopios, medían las líneas
zigzagueantes de los mapas y hablaban, hablaban siempre.
—Faltan tres minutos para que llegue.
—Jake, ¿has hecho el cálculo preciso?
— ¡Atención, los mandos! ¡No hay viento!
—Proyecto Mentor, aquí control. Tienen vía libre.
— ¡No, no! ¡Dejen la señal tal como está!
Pete se hallaba en todas partes, asegurándose de que las operaciones de
prevuelo se llevasen a cabo correctamente. Cuando le era posible, seguía cada uno
de los preparativos. Fuera, el Mentor 16 descansaba sobre la pista de lanzamiento,
con su piel rojiza, demasiado brillante para la mirada humana. Pete lo observó de
nuevo a través de los gruesos cristales de la ventana. Sabía que el proyectil estaba
en perfectas condiciones. Esta vez, tenía que ir bien.
— ¡Blanco en punto convenido!
En el cielo azul de Nuevo Méjico, un jet de bombardeo venía desde el Norte,
aproximándose al lugar desde donde el Mentor se elevaría para destruirlo. No
llevaba piloto. Otros dos aviones lo iban guiando.
Pete situándose junto al cuadro de mandos, le preguntó a George:
— ¿Qué tal ya?
—Bien. Visibilidad excelente. Ni un soplo de aire en la zona.
— ¿Radar?
—Dispuestos y en espera de que lancemos al proyectil.
— ¿Trayectoria?
—Libre. Los aviones que lo dirigen salen del área de tiro. Depende del control
terrestre.
— ¡Aquí Proyecto Mentor! —anunció otro hombre a través del micrófono, con
los ojos fijos en el reloj—. Se elevará dentro de sesenta segundos. Atención. ¡Sesenta
segundos!
La base de White Sands estaba dispuesta para entrar en acción. A lo largo de
la extensa pista, los hombres miraban con prismáticos, vigilaban el cielo con el
radar y se mantenían junto a los equipos telemétricos. No habían podido descubrir
allá arriba más que el blanco solitario. Las carreteras que cruzaban la pista se
hallaban interceptadas. Los encargados de seguridad observaban las pantallas de
radar, con las manos en las palancas que derribarían al proyectil en caso que se
desviara.
— ¡Treinta segundos!
—Proyecto Mentor, aquí control... ¡Tienen vía libre!
—Dispuestos para disparar —anunció George con calma.
Pete sacó una llave del bolsillo y la insertó en el cuadro de mandos. George la
giró, poniendo en marcha todo el circuito.
—Mecanismo dispuesto.
—Fuego.
—Diez segundos... cinco... cuatro... tres... dos... uno...
¡Boom! El Mentor despegó, lanzándose hacia el espacio en el momento en que
pulsaron el disparador. Desapareció del campo visual de Pete, dejando tan solo una
nube de polvo marrón. Esquivando los muebles y los aparatos, Pete se encamino al
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lugar al que el proyectil enviaba informes de su vuelo a través de la radio. Observó
la línea de puntos brillantes que iban encendiéndose en la pantalla osciloscópica.
— ¡Proyectil estabilizado! Fin de fase de lanzamiento —anunció alguien.
—El detector entra en funciones —indicó otro—. Va en busca de su blanco.
—Proyecto Mentor, aquí seguridad. Están en buen camino. El proyectil
asciende por el centro del área.
Pete sintió una honda satisfacción. Esta vez acertarían.
De pronto:
— ¡El proyectil está girando hacia el Este!
— ¿Pero que dicen? ¡Dos señales de captación! ¡Ahí va! ¡Ha captado el blanco!
¡Se lanza sobre la presa! ¡Adelante, pajarito, adelante!
— ¡Cázalo, pequeño!
—Señales inconfundibles. ¡Va en busca del blanco!—Proyecto Mentor, aquí
seguridad. El proyectil no se lanza sobre el blanco. Se dirige al este del área. Si se
desvía mucho, tendremos que derribarlo.
Pete agarró un micrófono.
—Aquí Mentor. ¿Qué blanco ha elegido?
—Ninguno. El que habíamos señalado está en el otro extremo del área. El radar
no descubre ninguno.
—Blanco llega a punto señalado —advirtieron desde los aparatos telemétricos—
. ¡Señal de alarma! ¡Registrada la detonación! No más señales.
—Radar apagado.
—Blanco cruza zona señalada, sin alteraciones.
— ¡Aquí radar! ¡El proyectil no se acercó al blanco!
George abordó a Pete.
— ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se alejó del blanco? ¿Qué fue lo que lo atrajo?
Pete no lo sabía. El Mentor 18 había, inesperada y súbitamente, fracasado por
completo. Dejó el micrófono y salió abatido, a la luz del sol.
¿Qué era lo que esta vez había fallado? El telémetro indicaba que el proyectil se
dirigía hacia algo. Pero allí no había nada. ¿Qué le iba a decir a Garson?
Horas más tarde, seguía haciéndose las mismas preguntas, al tiempo que
estudiaba los registros telemétricos extendidos sobre su mesa.
—Todo funcionó a IR, perfección —dijo George midiendo los trazos con un
compás.
—Sólo que al fin abandonó el blanco, se fue por otro sitio —respondió Pete
desesperado.
—Alguien dijo una vez que este proyectil estaba guiado por un cerebro. Es
cierto; tiene un cerebro propio —comentó el joven ingeniero. Examinó de nuevo JOS
trazos—: Dan lo calculó bien. De lo contrario, lo veríamos aquí. ¿Qué decidirnos
ahora, Pete? Estaba bien dirigido, se puso en marcha y estalló. ¿Fue un éxito o un
fracaso? Todo funcionó bien.
—.Mira, jovencito —respondió Pete irritado—, fue un fracaso. Tenemos algunos
datos recogidos por el telémetro. No dicen nada. Tenemos los registros del radar,
indican hacia dónde fue. Lo perdimos de vista, en cuanto giró. Y el blanco volvió al
punto de partida.
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—Podía haber sido peor —comentó George—. Imagínate si Garson llega a estar
aquí. O que nos hubieran visitado unos representantes del Congreso.
—Sólo me hubiera faltado eso.
George se entretenía enrollando los gráficos del telémetro.
—Es mejor que se los devuelva a su departamento. Hace una hora que los
piden a gritos.
—De acuerdo —replicó Pete—. No los necesito.
Comprendió también que ya no lo necesitaban como jefe de pruebas.
Decidió que no sería fácil. Lucharía como fuera. Había algo que falló en el
proyectil; lo descubriría. Al fin, iba a tener que enfrentarse a Garson, pero
comprobaría cualquier posibilidad. Ya no se trataba tan sólo de su puesto. Tenía la
obligación de averiguar qué había ocurrido. Aquello no era lógico.
Llamaron a la puerta.
— ¡Adelante!
El capitán de infantería que mandaba el grupo de recuperación se deslizó en el
cuarto. Traía una bolsa de colada de grandes dimensiones.
—Hola, Bernie. ¿Te costó mucho reunir las piezas?
—No. —el capitán se acercó a una mesa para depositar la bolsa—. Estábamos
debajo mismo. Recuperamos casi el noventa por ciento del proyectil —soltó las
cuerdas que cerraban el saco—. También encontramos otras cosas que no formaban
parte del Mentor.
Pete se volvió, contemplando lo que el capitán sacara de la bolsa.
—Como ya dije, estábamos debajo —continuó el oficial—. Se estrelló contra
algo. No sé lo que sería. No lo vi. Pero cayeron por allí sus pedazos.
La chatarra tenía un brillo extraño, como de perla, Pete nunca había visto algo
«semejante. La superficie era tan lisa como si la hubiesen pulido, pero donde se
resquebrajó a causa del impacto del proyectil, se advertía una extraña estructura
cristalina, distinta por completo a cualquier otro metal. Tomó uno de los pedazos,
que resultó extraordinariamente liviano. Lo estudió con atención.
Aquello era parte de... algo.
Pete estaba al corriente de los más altos secretos tecnológicos del país. Sabía
qué era lo que se ensayaba y lo que se estudiaba. Lo que le habían traído no
pertenecía a nada de cuanto tenía noticias.
Más tarde, se encontraba a oscuras en su oficina, contemplando aquellas
extrañas piezas que brillaban con una densa luz roja.
El Mentor había atacado algo que nadie pudo ver. Excepto el proyectil. Ni
siquiera el radar. El detector de materia, basándose en las leyes naturales, había
actuado a la perfección. Incluso, en exceso.
Pete Remmy era un ingeniero experimentado y realista. Hasta entonces, no le
habían preocupado gran cosa los informes acerca de extraños objetos en el cielo.
Pero ahora todo era distinto.
No le preocupaba que algún avión desorientado hubiese entrado en el área.
Tampoco que se tratase de una intromisión de cualquier otro país de la Tierra. Todo
esto lo había descartado ya. Esperaba la respuesta desde otra parte.
Y se preguntaba qué iba a explicarle a Garson, con quien le costaba razonar
mucho más que consigo mismo. En realidad, ¿qué iba a decirle a nadie?
ENCUENTROS George W.
Early
RELATOS SOBRE OVNIS
roby2001@gmail.com
36
36
Algo seguía vigilando desde el cielo. No comprendía a los de abajo, como éstos
tampoco lo hubieran comprendido, de conocer la existencia. Pero ahora sí sabía que
se enfrentaba con algo imposible de ignorar. No podía calificar de primitiva a una
especie que tenía conocimiento del espacio y de la materia.
¿Habría llegado el momento o, por el contrario, continuaría vigilando desde la
posición ventajosa que ocupaba en el cielo, posición que, sin embargo, ya no era
invulnerable?
Al no comprender la naturaleza humana, tomó su decisión.
ENCUENTROS George W.
Early
RELATOS SOBRE OVNIS
roby2001@gmail.com
37
37
Marck Reynolds
ALBATROS
El 12 de julio de 1957, en una carta del De-
partamento de Seguridad de la base aérea de Wrigth-
Paterson, la aviación confirmó que varios pilotos
militares habían disparado sobre los OVNIS en
diferentes ocasiones. Un párrafo de dicha carta decía:
En algunos casos, miembros de las fuerzas aéreas han
comunicado oficialmente que abrieron fuego sobre
objetos volantes que no podían identificar, peto que
luego se reconocieron como convencionales. Las
órdenes al personal de vuelos son que disparen sobre
cualquier objeto no identificado sólo cuando comete un
acto hostil que amenace o ponga en peligro la
seguridad de Estados Unidos. El punto delicado lo
constituye definir las palabras "hostil, que amenace o
ponga en peligro la seguridad de Estados Unidos". Un
objeto que dispara el primero es netamente hostil, un
objeto que se identifica como perteneciente a una nación
enemiga, infiltrado en nuestra zona aérea, se podría
considerar como una amenaza para la USA, pero ¿qué
ocurre con un objeto, extraterrestre sin lugar a dudas,
que se limita a ignorarnos?
Teníamos prisa por despegar pero, así y todo, tomé las precauciones que quizás
significaran la diferencia entre regresar al punto de partida o que estallara el FIOB
en que viajábamos. Mientras Jack Casey subía a bordo, fui examinando el aparato,
para asegurarme que estaban en su sitio las válvulas de esencia y quité el pulsador
de seguridad de la trompa, de manera que la hélice girase. Luego, a mi vez, subí a
bordo y retiré el del eyector: quien se olvidara de eso no salía de un FIOB ni con
fianza. Por lo general, no se salía, por lo menos con el cuello sano; el 410 tiene,
desde luego, mucha velocidad.
El personal de tierra había puesto en marcha un inyector eléctrico de
lanzamiento y lo conectaron, con manos que temblaban por la prisa. Yo comprobé
la docena de luces del cuadro de mandas,
ENCUENTROS George W.
Early
RELATOS SOBRE OVNIS
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38
38
Luego, de un modo automático, realicé cuanto era ya como mi segunda
naturaleza. Comencé en un extremo de la carlinga y seguí, sin dejar nada. Los
pedales de dirección, el estabilizador y los alerones, los reóstatos de refrigeración y
la cabina de presión; siempre volábamos a una altura que hacía necesario el
oxígeno.
Un soldado vino corriendo, casi ahogándose. Se acercó a la carlinga y apoyó
una mano en el costado del aparato.
— ¿Qué hay, cabo? —pregunté.
—El coronel —jadeó—. El coronel me ordena que le diga que ya están por el
Saskatchewan. Dejaron... atrás a todos los jets, señor.
El aire escapó por entre los dientes de Jack Casey. Había estado comprobando
los cañones.
El cabo aspiró hondo y concluyó el mensaje.
—Dice el coronel que, según parece, van hacia Chicago, teniente. Dice que solo
su 410 puede alcanzarlos antes de que lleguen allí. El sargento mayor, al mando
del personal de tierra, nos estaba escuchando. Sus labios palidecieron. Casi sin
expresión dijo:
—Señor, tengo una hermana en Chicago.
Lo miré.
—Yo tengo allí a mi esposa y mis dos hijos, sargento.
Bajó la vista.
—Sí, señor.
—Vamos a despegar —advertí.
Asintió y yo puse en marcha los motores. Cuando giraron al cinco por ciento de
revoluciones por minuto, establecí contacto y aumentó en un veinte por ciento.
Hice una seña al suboficial.
—Sepárenlo.
Desconectaron la unidad eléctrica y la retiraron.
Indagué por encima del hombro:
— ¿Listo, artillero?
—Listo, —dijo Casey. También había oído al cabo. Su madre vivía en Gary,
muy cerca de Chicago.
Pegué los frenos de picado al fuselaje y solté las flapendoras, disponiéndome
para el despegue. El personal de tierra retiró los tacos y me dirigí al punto de
arranque. Lo que importaba era elevarse en seguida. Cuando el FIOB giraba sobre
cualquier cesa que estuviera a menos de tres mil metros, el consumo de carburante
era increíble.
El permiso de la torre de control fue pura rutina, pues toda la base estaba
pendiente de nosotros. Puse el motor al cien por cien de potencia, comprobé la
bomba auxiliar de carburante y la válvula de presión de aceite y me puse en
camino.
En cuanto despegamos, recogí el tren de aterrizaje; se apagaron las luces
indicadoras, por lo que supe que no había anormalidad. Accioné los mandos al
máximo, de modo que el 410 salió disparado. Subí a la máxima altura y me dirigí
rumbo al Norte, volando a una media de ochocientos. Hasta encontrarlos, era
preferible no forzar la velocidad.
Early w george   encuentros [doc]
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  • 1.
  • 2. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 2 2 ENCUENTROS RELATOS SOBRE OVNIS RECOPILADOS POR GEORGE W. EARLY EDICIONES FANTACIENCIA Buenos Aires
  • 3. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 3 3 Título original: Meetíngs with aliens Traductor: Lester Del Río © by Ediciones Fantaciencia, Buenos Aires, 1976 Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723. Impreso en la Argentina - Printed in Argentina. A mi esposa Margo, cuya paciencia, com. prensión, tolerancia e inapreciable ayuda han hecho posible este libro, así como dis- tintos trabajos dedicados a los OVNI.
  • 4. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 4 4 INDICE PRIMERA PARTE (CONTACTO INDIRECTO; NO PERSONAL) Los visitantes con cuatro caras de Ezequiel, por Arthur W. Orion 5 La cueva de la historia, por Theodore Sturgeon 17 El huésped no invitado, por Christopher Anvil 25 Algo en el cielo, por Lee Correv 30 Albatros, por Mack Reinolds 35 Los otros chicos, por Robert F. Young 43 SEGUNDA PARTE (CONTACTO DIRECTO; PERSONAL) La visita a Grantha, por Avram Davidson 47 La corbata que une, por George Whitley 54 Los documentos de Venus, por Richard Wilson 60 Ministro sin cartera, por Mildred Clingerman 66 El miedo es un buen negocio, por Theodore Sturgeon 72 El doble, por G. C. Edmonson 85
  • 5. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 5 5 PRIMERA PARTE CONTACTO INDIRECTO (NO PERSONAL) Arthur W. Orton LOS VISITANTES CON CUATRO CARAS DE EZEQUIEL A diferencia de los demás relatos de la presente antología, el primer título no puede clasificarse como ficción, sino más bien como ensayo. Se trata de especulaciones acerca de un suceso mencionado en una de las más antiguas crónicasde la humanidad. La era moderna comienza, según sabemos, con el en- cuentro de Arnold, el 24 de junio de 1947; las investigaciones realizadas tanto en América como en otras partes, ha llevado a muchos a la conclusión de que la Tierra se encuentra bajo vigilancia desde hace doscientos años. Algunas personas han señalado diferentes relatos de extraños objetos voladores en antiguos escritos y en las leyendas de muchos países* El doctor Cari Sagan, astrónomo de Harvard, llega a suponer que la leyenda de Oannes de la antigua Sumer (sobre el año 4000 a. J. C), puede ser un informe cierto sobre la visita de seres extraterrestres en el área del valle del Eufrates y el Tigris. De ser cierta la leyenda de Oannes, en vez de un mito, quizá también haya alguna realidad en este relato bíblico.
  • 6. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 6 6 Sabemos, por haberlo aprendido en la escuela dominical, durante nuestra infancia, que la Biblia es un libro "vivo", la obra escrita más antigua de la humanidad, que se lee de generación en generación. Continúa como libro "vivo" porque en él podemos encontrar nuevas enseñanzas que se adapten a nuestra vida cotidiana. Aunque no se trata de la misma clase de enseñanzas, creo haber hallado algo parecido en las profecías de Ezequiel. Los eruditos convinieron hace tiempo que el primer capítulo de Ezequiel es el extraño y casi incomprensible relato de una visión. Yo sugiero que es extraño tan sólo por haberlo escrito un hombre muy apartado de nosotros, tanto en tiempo como en experiencia, que trataba de algo en nada relacionado con sus contemporáneos. No creo que esto sea una visión, en el sentido habitual de la palabra, ni tampoco que pretendiese ser mítico. Al mencionado capítulo se le ha calificado como de "ciencia-ficción" de la Biblia, intentándose en diferentes oca- siones interpretar su sentido, tanto en la parte espiritual como en la terrenal. Tengo la convicción de que este capítulo es el relato de un hecho cierto; el aterrizaje de seres extraterrestres, narrado por un observador meticuloso, sincero y consciente. No soy teólogo y, por tanto, puede tomarse por presunción que quiera traer nueva luz a un misterio tan antiguo como es el primer capítulo de Ezequiel. Creo que el éxito que pueda obtener se deberá a la circunstancia de haber yo nacido al principio de una era en que acontecimientos como los que voy a describir están comprobados o a punto de comprobarse. Si, como creo, éste es el relato de un, auténtico encuentro con 'nombres del espacio, estoy mejor preparado para interpretarlo que un estudiante de teología, quien, tanto por interés personal como por educación se preocupará tan sólo del significado espiritual. He trabajado con aparatos mecánicos y he sido instructor de mecánicos de aviación durante casi toda mi vida. Me he visto obligado a corregir numerosos malentendidos y errores técnicos. Creo que eso me da una cierta auto- ridad en este aspecto. Sugiero que aquellos que no estén muy familiarizados con el Antiguo Testamento, lean todo el primer capítulo de Ezequiel para que perciban el sabor de las palabras y tengan una idea básica de la clase de material con el que trataremos. Quienes hayan leído el libro con frecuencia, tengo la seguridad de que se habrán dado cuenta en seguida de lo distinto y poco bíblico que este capítulo resulta. No es largo. Ocupa algo más de una página. Sin embargo, que nadie espere lograr una imagen clara en la primera ocasión. Parece tener la cualidad de desorientarnos. Cuando se cree haber hallado un dato concreto, se diría que el verso siguiente lo contradice. Pretendo demostrar que esto se debe a nuestras nociones preconcebidas del significado de algunas de sus palabras y frases. Es el lector, no Ezequiel quien crea las contradicciones. Verán que no pienso justificar las palabras, tal como están escritas. Tengo el convencimiento de que quienes emprendieron la tarea de traducir la Biblia de su lengua original y quienes la han recopilado a través de las generaciones, trataron con especial cuidado este capítulo porque, al no entenderlo, temieron estropearlo. Comencemos con el primer versículo del capítulo primero: 1. El año treinta, en el día cinco del cuarto mes, estando yo en medio de los cautivos, junto al río Quebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divinas. 2. El día quinto del mes del año quinto de la cautividad del rey Joaquín.
  • 7. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 7 7 3. La palabra de Yahvéh fue dirigida a Ezequiel, hijo de Buzí, sacerdote en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar. Fue allí sobre él la mano de Yahvéh. Esto nos localiza el incidente en las afueras de Bagdad. Al río Quebar le han llamado con frecuencia "el Gran Canal de Bagdad". Aunque se supone que todo el libro lo escribió Ezequiel, el segundo y tercer versículo parecen una nota del editor, añadida más tarde. 4. Miré y vi venir del septentrión un viento huracanado, una nube densa, en torno a la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce bruñido. Tenemos aquí a un hombre que pasó casi toda su vida en zonas áridas y desérticas. Debía de haber visto toda clase de torbellinos desde los simples vientos hasta los tornados. Era un observador meticuloso y claro, como más tarde comprobaremos Si afirma que era un viento huracanado, así debía ser o, por lo menos, parecerlo hasta el punto de engañarle. Adviértase que no dice que estaba en lo alto o que llegaba del cielo, sino que "venía del septentrión", o del Norte, hacia él. Lo primero que notó fue que traía fuego, compañía muy poco habitual en un torbellino. Tampoco aquél era corriente. Ezequiel lo describe como "un remolino", sugiriéndonos algo más activo de lo que él autor conocía. La asociación entre un viento huracanado y fuego debió sorprenderle bastante. También indica que brillaba como bronce bruñido. Y añade que estaba "en medio", lo que puede indicar que se; iba elevando desde el centro o cada vez que el fuego y el torbellino se movían. Si tenemos en cuenta los detalles que da en los siguientes versículos, todo esto resulta muy vago, como si sólo lo hubiera visto desde lejos. 5. En el centro de ella había semejanza de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era éste: tenían forma humana. ¿Por qué no decir, simplemente, que eran hombres? No hay que olvidar que Ezequiel lo narraba a un pueblo muy primitivo y supersticioso. El mismo se había educado en un ambiente donde lo sobrenatural se aceptaba como cosa cotidiana. En tales condiciones, hizo cuanto pudo al limitarse a decir que parecían cuatro hombres. No indica que los tomase por ángeles u otros seres por el estilo. 6. Pero cada uno tenía cuatro caras y cada uno cuatro alas. Este breve versículo es muy claro pero resulta inevitable preguntarse cómo es posible que a una criatura con cuatro caras y cuatro alas se le tome por un hombre. Aunque no lo dice, es de suponer que estos seres debieron salir del torbellino y acercarse mucho más a él, para que pudiera describirlos con precisión. Hay que imaginar también el valor que hacía falta para quedarse allí observando a tales seres. Es tan grande su objetividad que ni una sola vez indica cuáles fueron sus sentimientos. 7. Sus pies eran derechos y la planta de sus pies era como la pezuña del buey. Brillaban como bronce bruñido. Cada uno de los versículos de descripción trata de una o dos partes del cuerpo de aquellos seres. Cuando Ezequiel se refiere a más de una, resulta confuso, pues parece contradecirse continuamente. Sin embargo, todo esto puede aclararse. No hay una sola contradicción directa. Aquí se limita a hablar de los pies. El calificativo "derecho" puede interpretarse de distintos modos. ¿Se refería a pies normales, alargados, o bien que están derechos, como los de los elefantes? Probablemente, significa pies normales,
  • 8. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 8 8 alargados, ya que no insiste demasiado en ese punto. En otros párrafos emplea imágenes para destacar algún rasgo fuera de lo común. La planta del pie parece muy reforzada. ¿Qué es lo que nos describe en ese versículo? Para alguien que había vivido siempre en un clima cálido, que no vio otro calzado que sandalias, ha descrito muy bien una lustrada bota de cuero, plástico o metal. 8. Por debajo de lasalas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre; todos los cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas. Adviértase que no dice que cada uno de aquellos seres tuviera cuatro manos de hombre, una en cada uno de los cuatro lados. Dice que tenían el número habitual de manos y que estaban bajo las alas. Era, no lo olvidemos, un observador meticuloso y ya había advertido, sin duda, que los pájaros tenían alas en vez de brazos. Sus visitantes tenían ambas cosas. Además, nos ha dado otra información acerca de la distribución de las alas. Estas no parecen dispuestas como las de un "biplano, sino cada una a un ángulo de noventa grados de la vecina, como en un helicóptero. Ezequiel debió ser una especie de numerólogo. Señala que había cuatro seres, cada uno de los cuatro tenía cuatro caras y cada uno cuatro alas, pero no cuatro manos. 9. Que se tocaban las del uno con las del otro. Al moverse, no se volvían para atrás, sino que cada uno iba cara adelante. Hay aquí cierta confusión en la forma de expresión, que intentaremos aclarar. Parece que las alas de cada uno de ellos estaban unidas a las del vecino, pero más adelante dice lo contrario, por lo que muy bien pudiera ser que sólo lo estuvieran entre ellas mismas. Quizá se deba a la escasa claridad del texto original o a un pequeño error de traducción. Dice también que "al moverse" no se volvían. Y aquí no sabemos si se refiere a las alas o a los extraños seres. Luego, añade que cada uno iba "cara adelante". Aquí es indudable que trata de sus visitantes. Aclarado este punto, se pueden dar las siguientes interpretaciones: 1) Las alas, al moverse, no giraban, pero parecían unirse en sus extremos, porque aquellos seres formaban un grupo compacto, que marchaba de frente. 2) Cuando las alas se movían, los seres no giraban, sino que seguían su camino. 3) Cuando aquellos seres avanzaban, las alas no giraban. Esto no indica, claro está, si las alas eran del tipo helicóptero o de ángel. Pero vayamos a otras suposiciones: 1) Los seres no vacilaban al andar, sino que iban derechos a su encuentro. 2) Los seres no se volvían cuando las alas giraban y éstas apuntaban al frente. 3) Los seres no se volvían al moverse las alas y avanzaban decididos. Esto último describe bastante bien la acción de las palas de un helicóptero con los motores parados, pero que avanza en línea recta. Debió extrañarle a Ezequiel que mientras las alas se movían e incluso giraban, los seres: no las imitasen. Qui- zás sorprenda que diga "al moverse", en vez de "al girar". Cuando una brisa ligera alcanza las palas de un 'helicóptero estacionado, éstas no giran sino que se mueven a capricho. Aunque Ezequiel aun no ha completado su descripción de aquellos seres, intentaremos trazar una imagen de lo que vio. No importa lo que hagamos, no
  • 9. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 9 9 vamos a obtener un ángel de la escuela clásica. Revisen lo que Ezequiel ha descrito. Se darán cuenta de que encaja muy bien. 10. Y era la semejanza del rostro de ellos: era una cara de hombre, y cara de león a la derecha de los mismos cuatro; y cara de buey a la izquierda de los mismos cuatro y cara de águila en lo alto de los mismos cuatro. Tampoco esto les presta a aquellos seres aspecto humano. Lo extraño es que no les considerase demonios. 11. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto, dos se tocaban entre si y dos cubrían su cuerpo. Veamos otra vez la descripción nO 1. La disposición del artefacto es más o menos como la expone el profeta. Con seguridad, cuando habla de las alas de uno de los seres se refiere al conjunto del aparato. 12. Todos marchaban de frente, a donde los impelía el viento, sin volverse en su marcha. También esto resulta un poco confuso. Sin embargo, la primera parte del versículo repite la última del noveno. Si marchaban decididos en una dirección, sin que el movimiento de las palas les afectara en lo más mínimo. De nuevo, nos ofrece la imagen de cuatro hombres que andan, mientras las palas de sus helicópteros se agitan a causa de la brisa y, asimismo, de los movimientos de sus amos. A lo que parece, a Ezequiel le impresionaron más las palas y sus movimientos que cualquier otra característica de aquellos seres. 13. Había entre los vivientes fuego como de brasas encendidas cual antorchas, que se movía entre ellos, centelleaba y salían de él rayos. Aquí describe su aspecto general. Podemos deducir que aquellos seres que parecían hombres pero cuya superficie semeja a brasas y antorchas, llevaban trajes metálicos, muy brillantes. Los modernos, de aluminio anodizado, relucen de modo muy similar a como aquí lo explican. De tratarse de trajes espaciales, era lógico que los hicieran relucientes. Precisaban serlo para que, en caso de que el astronauta cayera de la nave mientras trabajaba en el exterior, se le pudiera ver en la oscuridad del infinito. 14. Los vivientes se movían en todas direcciones semejantes al relámpago. Puede significar esto que avanzaban con mucha rapidez, pero es más probable que quiera decir que relucían y lanzaban destellos por todos lados, que eran más visibles cuando se movían. Aquí se interrumpe la descripción. Más adelante, hay otros dos versículos, pero los estudiaremos a su tiempo. Es extraordinario lo bien que Ezequiel distribuyó el tema. Resulta casi como un informe científico. De haber encabezado cuanto hemos leído hasta aquí con el título "Descripción", no nos sorprendería lo más mínimo que a lo que sigue lo llamara "Acción". 15. Mirando a los vivientes, descubrí junto a cada uno, a los cuatro lados, una rueda que tocaba la tierra. Si hemos entendido bien a Ezequiel, y aquellos seres tenían adosados a la espalda helicópteros individuales, puede suponerse que uno de ellos lo puso en marcha, dándole al autor la impresión de una "rueda", cosa que sin duda, le sobresaltó bastante. 16 Las ruedas parecían de turquesa, eran todas iguales y cada una dispuesta como si hubiese una rueda dentro de otra rueda.
  • 10. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 10 10 Es preciso aquí hacer una ligera disgresión para situarnos en la vida y época del autor, ya que ha mencionado la rueda. Esta no significaba entonces lo mismo que ahora, que vivimos mecanizados. La rueda, en el 600 a. J. C, en la parte oriental del Mediterráneo, la más civilizada en aquellos tiempos, tenía pocas y limitadas aplicaciones. Una de ellas; ya antigua en época de Ezequiel, era la de los alfareros: una simple plataforma, montada sobre un eje vertical, de modo que pudiera accionarse con una mano, mientras con la otra se modelaba el barro. De ahí surgieron las de pulimentar, con las que trabajaban el metal y la piedra. Estas primeras máquinas se movían con los pies, pero ni siquiera así alcanzaban mucha velocidad. Be tener suficiente diámetro, podía lograrse la necesaria para que los extremos despidieran chispas al rozarse con material muy duro. Este "trabajo" siempre se hacía a distancia del eje, por lo general con el borde de la rueda. La que asociamos más frecuentemente con la antigüedad es la del carro. En un principio fue completamente sólida como la que aún se encuentra en las regiones más primitivas de Méjico. Incluso en esta última, el hombre debía asociar el extremo con su función. Era lo que dejaba la 'huella en la tierra, pisaba las piedras y rompía los pies. Para aumentar la eficacia de los carros de guerra, se requería una rueda más ligera, pero tan resistente como la otra. Al principio, se consiguió abriéndole agujeros, Al perfeccionarla, inventaron la de radios. Los egipcios usaban una de seis, mil años antes de Ezequiel y los griegos y otros una de cuatro. Fue un gran adelanto y, además de su utilidad, provocaba fenómenos visuales poco comunes e incluso mágicos. Como todos los niños saben, si se coloca una bicicleta al revés y se hace girar una rueda, los radios semejan desaparecer. Lo único que se ve es el aro y las partes del eje próximos a la rotación. Sea cual sea su forma, este último parece redondo, igual que otra rueda. Es posible que este fenómeno óptico se describa aquí como "una rueda dentro de una rueda". En el versículo número 16, dice Ezequiel que "las ruedas parecían de turquesa", es decir, verde azulado. Podrían ser los propulsores situados en la punta del rotor. Todos los visitantes debían haber puesto en marcha los dispositivos, pues advierte que "eran todas iguales". Parecían una rueda dentro de una rueda". O los radios de una rueda, cuando están girando. Adviértase que no habla de "alas" y. de "ruedas" al mismo tiempo, como si unas desapareciesen al intervenir las otras. 17. Marchaban hacia los cuatro lados y no se volvían en su marcha. Si cuatro hombres están muy juntos, al poner en marcha sus helicópteros, han de separarse para no chocar. Además, con un helicóptero no es preciso ir de frente. Se diría que esta descripción, es la de cuatro hombres que despegan del suelo, se abren en abanico y avanzan en formación. 18. Mirando vi que sus llantas estaban todo en derredor llenas de ojos. Los cuatro seres estaban en lo alto, por encima de Ezequiel; un espectáculo más que aterrador para un hombre de su tiempo. Las "llantas" deben ser aquí las llamas del propulsor, tal como se veían desde abajo, la única parte que quedaba visible. Y las llantas parecieron llenas de ojos. Cuando se pone en marcha el motor de un jet o de un cohete, hay una ola expansiva y violenta, generada en el tubo de escape, que tiene tendencia a cortar el gas en segmentos. Quien haya visto uno de noche lo habrá comprobado. Una vez en marcha, estas chispas brillantes adquieren el aspecto de una sarta de perlas, "llenas de ojos".
  • 11. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 11 11 19. Al avanzar los seres, avanzaban junto a ellos las ruedas y al levantarse los seres sobre la tierra se levantaban las ruedas. Ezequiel dice con toda claridad que ignora si los hombres movían las ruedas o eran éstas las que les movían a ellos, pero ambos iban a la vez. 20. Hacia donde los impelía el espíritu a marchar, marchaban, y las ruedas se elevaban a la vez con ellos, porque tenían las ruedas espíritu de vida. Aquí, en cambio, hay una afirmación mucho más clara. Aunque el autor se limita a describir lo que vio, no pudo evitar tener sus opiniones personales. En el versículo número 19 indica que ignora si era el hombre que alzaba a la máquina o al revés, pero aquí resulta que son los extraños seres quienes dominan. No se mueven a voluntad de la rueda. 21. Cuando iban ellos, iban las ruedas; cuando ellos se para ban, se paraban ellas, y cuando se elevaban de la tierra, se elevaban, porque había en las ruedas espíritu de vida. Aquí insiste en que los seres dominaban las ruedas, pero además nos dice que tomaban la dirección que querían. Y da un último detalle: volaban en formación. 22. Sobre las cabezasde los visitantes, había una especie de firmamento, como de portentoso cristal, tendido por encima de sus cabezas. Es posible que a este versículo lo cambiasen de lugar, pues nuevamente describe a los extraños seres. Es de advertir que muchos de los versículos son una prolongación de lo dicho en el anterior, además de un nuevo aspecto, que seguirá, a su vez, en el próximo. Los números 22 y 23 parecen estar unidos. Ambos encajarían mucho mejor en el conjunto del capítulo de encontrarse entre el 12 y el 13. ¿Qué significa aquí "firmamento"? $n aquella época, no existía el concepto de esfera hueca; la mayoría de objetos con esa forma eran sólidos. Carecían de jabón, por lo que tampoco conocían las pompas. Lo único comparable a una esfera hueca era el cielo, la cúpula del firmamento. La pompa cristalina se encontraba sobre la cabeza de cada uno de aquellos seres. Más adelante, nos ocuparemos de la palabra firmamento, pero advirtamos que dice que era una "especie de firmamento", no este mismo. En los siguientes versículos el autor suprimió la palabra "especie". 23. Y por debajo del firmamento estaban tendidas sus alas, que se tocaban dos a dos, la del uno con lo, del otro, mientras las otras dos de cada uno cubrían sus cuerpos. Aquí la explicación está muy clara. Sí observamos la foto de una casa, comenzando desde arriba, el techo se encuentra "bajo el firmamento". Si lo hacemos al revés, el techo está en lo alto de la casa. Esta descripción se refiere a las "de arriba". Están unidas "una con otra". 24. Oía el ruido de las alas, como ruido de río caudaloso, como ruido de truenos, cuando marchaban, como estruendo de campamento; cuando se detenían plegaban sus alas. Quien se haya encontrado cerca de algún motor a propulsión, comprenderá muy bien lo que quiere decir Ezequiel. La última frase es muy interesante. Por lo visto, los extraños seres, al tomar tierra de nuevo, desconectaban el mecanismo del helicóptero y bajaban las palas, como cualquiera que pretenda descansar cuando lleva algún peso a la espalda.
  • 12. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 12 12 25. Y se dejó oír encima del firmamento que estaba sobre sus cabezas. Esta voz o sonido no procedía de la "especie de firmamento", sino del cielo, cuando los visitantes se hubieron detenido, bajando sus alas. Ahí termina la explicación que Ezequiel nos da de los cuatro seres. 26. Sobre el firmamento que estaba sobre sus cabezashabía una apariencia de piedra de zafiro en forma de trono, en lo alto, una figura de apariencia humana que se erguía sobre él. Del cielo ha salido un hombre sobre un asiento verde. Sin embargo es un trono, algo superior a una simple silla, y que instintivamente asociamos a una plataforma. Podía muy bien ser una especie de esas plataformas volantes que se están probando para transporte de la infantería. 27. Y lo que de él aparecía de cintura para arriba era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor de fuego, y todo en derredor suyo resplandeciente. Puesto que aquello estaba encima del profeta, que lo vio rodeado de fuego, es posible que éste se encontrase en la parte inferior de la plataforma. Lo que dice acerca de este nuevo personaje, es muy similar a lo dicho acerca de los cuatro ante- riores, excepto que solo le describe de cintura arriba y abajo, igual que si no la hubiera visto. 28. El esplendor que lo rodeaba todo en torno era como el del arco que aparece en las nubes en día de lluvia. Esta era la apariencia de la imagen de la gloria de Yahvéh. A tal vista, caí de cara a tierra y oí una voz que me hablaba. Es difícil imaginar algo más brillante que el sol del desierto, pero la proximidad de un objeto resplandeciente debió resultar simplemente aterrador. Cuesta creer que Ezequiel no cayera de rodillas hasta ese momento, después de cuanto había visto, pero no debe olvidarse que un 'hombre sentado en un trono, y además un trono que vuela, tendría para él mayor valor que para nosotros. Si se le acercó más que los otros seres, es lógico que le fallaran las fuerzas. Hemos seguido ya cada uno de los versículos del primer capítulo. Como las Profecías de Ezequiel constan de cuarenta y ocho capítulos, hay que tranquilizar al lector de que esto no es el comienzo de un largo y agotador estudio. El segundo capítulo comienza así: 1. Y me dijo: Hijo de hombre, ponte en pie que voy a ha blarte. 2 Y en habiéndome entró dentro de mí el espíritu que me puso en pie y escuché al que me hablaba. 3 Me dijo: Hijo de hombre, yo te mando a los hijos de Israel, al pueblo rebelde, que se ha rebelado contra mí hasta el día de hoy. Este estilo, típico de las profecías, sigue durante muchas páginas, enumerando las culpas y los pecados de los israelitas. Hay algunas referencias al tema del primer capítulo, pero son pocas y muy vagas. No vuelve a hablarse de los extraños visitantes: hasta el tercero, donde hallamos el siguiente versículo: 13. Y oí el rumor de las alasde los cuatro seres que daban la una contra la otra y el ruido de las ruedas, ruido de gran tumulto. Se repiten aquí algunas de las ideas expresadas anteriormente, sin añadir nueva información. El autor, como puede verse, parece creer que las alas de cada uno de los seres tocaban las de su vecino.
  • 13. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 13 13 Este versículo es una muestra típica de otros varios esparcidos a lo largo del primer tercio de las profecías. Todos los que tratan de esos seres en los sucesivos capítulos tienen más dramatismo, pero han perdido su estilo de un informe meticuloso. No aportan nuevas ideas, pero sí algunas contradicciones un poco extrañas, al repetir diversos versículos del primero. En el décimo encontramos como un intento de volver a contarnos su extraña visión. En el undécimo la última referencia a los seres vivos. Aunque ya no aporta nuevos datos sobre ellos, hay un versículo del capítulo tercero que merece destacarse. Se diría que es el final más apropiado para el encuentro. 15. Llegué así a los deportados de Tel Abib, que habitaban en las riberas del río Quebar, a la región donde moraban, y estuve entre ellos atónito durante siete días. ¿Qué es lo que hemos visto? Sin duda, la descripción de cuatro nombres con equipos espaciales y helicópteros portátiles, que salen de algo que aterrizó entre una nube de polvo o de humo. Cuatro ponen en marcha los rotores y se elevan a cierta altura. Al aterrizar de nuevo, se quitan los aparatos y esperan. Se les reúne un quinto viajero, que va en una plataforma voladora. Tales acontecimientos conmocionarían a cualquier comunidad de nuestros días, pero en aquella época sólo podía interpretarse como algo sobrenatural; un milagro. El milagro es que la historia haya llegado hasta nosotros veintiséis siglos más tarde. Que el capítulo pueda interpretarse casi palabra por palabra, es sólo una de sus muchas peculiaridades. También hay otras que merecen tenerse en cuenta. Todo él tiene un marcado aire de seguridad, como si el autor lo hubiese referido en distintas ocasiones. Buena a una declaración hecha ante un agente de policía, después de que el testigo, orgulloso de su veracidad, lo hubiera relatado repetidas veces a sus incrédulos amigos. Hay incluso cierta belleza poética. Tiene todo el sabor de quien cuenta la verdad, sin importarle si van, a creerle. Es un cuadro que carecía de significado para quien lo presenció o para aquellos a quienes se lo refería. El producto de la imaginación de un hombre ya ligado a sus experiencias y a su época. Cualquier relato fantástico le resultará asombroso al contemporáneo del autor, pero fuera de lugar a la generación siguiente. Las vidas de los dioses griegos estaban relacionadas con la vida de los griegos primitivos. Un autor de ciencia- ficción, aunque tuviera el poder creador de Julio Verne, también resulta limitado. Pese a su gran talento, la realidad ha ido mucho más allá de sus fantasías. El relato de Ezequiel no puede clasificarse de igual modo. Para sus contemporáneos, se salía de la realidad. Para nosotros, resulta muy real, pero fuera de tiempo. La explicación más plausible es que sea verdad. Es posible que muchos no estén de acuerdo con ciertos puntos de la interpretación que le he dado, pero, en conjunto, tiene sentido. Si alguien cree que puede buscarse otra versión que concuerde mejor con el relato, yo sugiero que lo haga. Es interesante recordar que hace algunos años hubo cierta discusión en los medios teológicos acerca de si Ezequiel escribió el libro de Ezequiel. Unos afirmaban que así fue, mientras otros creían que el primer capítulo era "una falsificación", escrita en el siglo tercero de Jesucristo e incluida en las profecías a modo de
  • 14. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 14 14 "prólogo". A nuestro juicio, no es así. Y, en realidad, importa muy poco cuándo se escribió, mientras no fuese después de la Segunda Guerra Mundial. Supongamos que Ezequiel o cualquier otro hombre de su época hubiera visto lo que imaginamos. ¿Qué explicación existe? ¿Es acaso posible que alguna raza antigua, que nosotros desconocemos, 'hubiera construido tales equipos? En los últimos cien años los hombres han estado revolviendo y estudiando tan a conciencia la Tierra, con los consiguientes descubrimientos, que inevitablemente alguien más, aparte de Ezequiel, lo hubiese averiguado. Lo que era material para la ciencia-ficción hace veinte anos resulta hoy una realidad. Sabemos que instalarse en la Luna es algo inmediato. Luego, seguirán los demás planetas de nuestro sistema solar, con seguridad antes de que concluya el siglo. Nada puede aún decirse acerca de los que pertenecen a otros sistemas. No 'hay posibilidad de explorarlos actualmente, pero no cabe afirmar nunca que no llegue a nacerse. Si los pasados adelantos del hombre pueden servir de punto de referencia, es muy probable que ocurra dentro de los doscientos próximos años. Si admitimos la posibilidad de que vayamos a visitar otros sistemas solares, ¿por qué razón no pueden habernos ellos visitado en el pasado? Quizás ofenda nuestro orgullo pensar que haya allí seres inteligentes, no muy distintos a nosotros pero mucho más avanzados. Una de las más sorprendentes características del relato de Ezequiel, de haberlo interpretado correctamente, es que aquellos seres eran muy semejantes a nosotros, tal como ahora somos. Eso los sitúa a unos tres o cuatro mil años de adelanto, diferencia muy escasa si tenemos en cuenta la amplia curva de la vida humana y su ya gran desarrollo antes de la historia escrita. Nos hemos acostumbrado de tal modo a los cuentos de "monstruos" que visitan la Tierra, que suponer que los seres de otros mundos tengan aspecto y comportamiento humanos nos resulta fantástico. No debiera ser así. Hay buenas razones científicas para suponer que lo contrario resulta poco probable. La vida es algo muy delicado y frágil si lo comparamos con, los extremos cósmicos de temperatura y medio ambiente de nuestro universo. En caso de que la vida se formase en la Tierra tal como hoy día cree la ciencia, es porque encontramos el planeta apropiado a la apropiada distancia de una determinada estrella. Si bien tales condiciones van a limitar el número de lugares del universo en los que se puede desarrollar la vida, también limitan las diferencias. En nuestra creación, las cosas marchan según reglas establecidas. Una de ellas es que en circunstancias similares aparecen soluciones similares. El hombre fue la solución al problema de desarrollar la más alta forma de vida de la Tierra. En un planeta similar, puede encontrarse una solución parecida. No es mas que extender la teoría de la evolución paralela a escala cósmica. En tal caso, si nos visitaron hombres de otro mundo, ¿qué es lo que hacían aquí? Aunque sorprenda, en el relato de Ezequiel hay suficiente evidencia de lo que estaban haciendo. Supongamos que aquellos seres eran parecidos a lo que nosotros esperamos ser dentro de quinientos años. Llegaron de otro sistema solar en una nave cuyo medio de propulsión desconocemos. Puede calcularse que era una nave de buenas proporciones, ya que, por lo menos había cinco hombres a bordo, y es lógico que quedase la dotación necesaria para devolverlo a la base si algo les ocurría a los exploradores. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su caso? No es probable que tal embarcación descendiera 'hasta la superficie de la Tierra. Al aproximarse, se pondría en órbita para estudiarnos a través de telescopios
  • 15. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 15 15 durante días o quizá semanas. Se toparían las medidas precisas para comprobar si allí abajo había habitantes capaces de manejar un aparato eléctrico. Una nave supletoria, pilotada o teledirigida, se enviaría a la atmósfera superior para calcular el nivel de radiactividad, los componentes del aire, sus bacterias y las señales de radio que no penetran en la atmósfera. Desde la nave, las áreas terrestres se estudiarían y reproducirían. Se iba a poner especial interés en cualquier objeto de gran tamaño que pareciese artificial. Durante la noche, todas estas zonas serían objeto de una atenta vigilancia en busca de luces. En el caso de nuestros visitantes de hace veintiséis siglos, esto es lo que hubiesen encontrado: Existían ya bastantes obras artificiales. En el extremo oriental del Mediterráneo se verían campos de cultivo y grandes edificios. Las Pirámides ya eran entonces viejas. (La Gran Muralla de China no debía haberse comenzado aún.) No se advertían señales de radio, aparte de alguna que otra descarga eléctrica natural. Ignoramos cómo se iluminaban las ciudades por la noche, pero seguramente no se advertían desde cierta altura. Es posible que se distinguieran algunos puntos anaranjados, de hogueras ante las viviendas, más numerosos en el Mediterráneo, en Oriente y en Cercano Oriente. La radiactividad debía de ser muy baja. Nuestros visitantes llegarían a la conclusión de que los terrícolas estaban en las primeras etapas de una civilización o habían alcanzado un gran desarrollo y volvieron al estado primitivo. Sabrían que esto debió obedecer a algún factor distinto de la bomba atómica. Hemos de suponer que se trataba de gente consciente. Si las condiciones allá abajo era lo que parecían, una civilización primaria, no les interesaba intervenir. Les convenía observar sin ser vistos, de modo que, aún en el caso de que fuese técnicamente viable, su nave espacial no aterrizó. Enviaron una más pequeña, que pasara lo más desapercibida posible. Solemos imaginar este vehículo como una versión más pequeña de una nave de mayor envergadura o sea lo que consideramos un cohete grande, o de un ingenio similar. Gente que hubiera alcanzado tal adelanto tecnológico, usaría algo mucho más sencillo. Podría muy bien ser un vehículo descubierto, al estilo de nuestras plataformas volantes, pero movido por energía nuclear mucho más potente. Los hombres que descendiesen a la Tierra deberían llevar trajes a prueba de atmósfera, trajes espaciales, que no se podrían quitar en ningún momento, por miedo a' los virus contra los que los nativos estaban ya inmunizados. Uno de ellos, el piloto, se quedaría en la plataforma, mientras los demás exploraban. Dicha plataforma no estaba diseñada para alcanzar grandes velocidades, por lo menos una vez dentro de la atmósfera, y no tendría carrocería que protegiese a los pasajeros, quienes, por su parte, llevaban a cuestas todo el equipo. También lleva- rían a la espalda un helicóptero portátil que les permitiese recorrer en menos tiempo mayor cantidad de terreno. Igual que los más pequeños de nuestros días, debían ser poco veloces y con un área de acción limitada, pero muy maniobrables. La plataforma, en cambio, impulsada por energía nuclear, desarrollaría gran velocidad en un área sin límite, aunque con menos facilidad de movimiento. Es posible que la acción de sus tubos de escape fuese radiactiva, por lo que su piloto prefiriese mantenerse a gran altura para no contaminar los lugares que visitaban. Al desprenderse de la nave nodriza, los astronautas caerían a plomo, aunque planeasen hasta el momento en que pusieran en marcha la plataforma y se encaminasen hacia nuestra órbita. Luego, descenderían hacia la superficie de la
  • 16. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 16 16 Tierra, pero, al disponer de energía ilimitada, evitarían que el descenso fuera demasiado rápido para no incendiarse. Podrían aterrizar en cosa de una hora. Egipto debió de ser su primera zona de exploración. La plataforma pudo posarse a algunos kilómetros del Nilo, en pleno desierto. A los cuatro exploradores, con sus helicópteros a cuestas, volando bajo, debió serles fácil acercarse a algún centro civilizado sin que los viesen. Elevándose a algunos miles de metros, dominaban un área muy extensa. Aunque alguien los descubriese, serian tan pequeños que, al no poderlos identificar, no causarían asombro. Al igual que todos los turistas de todas las épocas, se interesarían principalmente por el territorio próximo a las Pirámides. Una vez concluida allí su labor, tal vez quisieran echar un vistazo en torno a lo que hoy es Bagdad, pero que entonces sólo estaba próxima a la capital del imperio de Nabucodonosor. Había que cubrir casi mil trescientos kilómetros, viaje poco cómodo en helicóptero, por lo que debieron volver a la plataforma, elevarse a varios miles de metros y llegar allí en pocos minutos. Entonces, pudieron aterrizar en algún lugar deshabitado y repetir la maniobra. Pero había allí más gente de la que imaginaban. Quizá sea éste el motivo por el que en ese lugar precisamente nació la leyenda de la alfombra mágica, que volaba, o puede que sea simple coincidencia. Por lo menos, hubo un prisionero de guerra, que trabajaba solo en la orilla de un río, que los vio. Aunque ellos a su vez lo viesen, ¿qué daño podía hacerles? Dado su grado de adelanto científico, ¿quién iba a recordar lo que explicaba o incluso creerle? Yo, desde luego, sí.
  • 17. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 17 17 Theodore Sturgeon LA CUEVA DE LA HISTORIA Vamos a especular un poco acerca de los visitantes que vio Ezequiel. Si eran extraterrestres, parece lógico que quisieran saber los adelantos que, a lo largo de los años, hacían los habitantes de Sol III. Ciertos aparatos de observación, diseñados para reunir una gran variedad de informes, construidos para durar siglos sin llamar la atención y dispuestos para comunicar cuando los datos recibidos confrontasen con las instrucciones programadas, podían encontrarse ya en nuestra órbita. Theodore Sturgeon nos sugiere aquí que tales aparatos no tienen necesariamente que encontrarse en órbita y sus objetivos quizá no sean los que imaginaba el doctor Bracewell. Sykes murió y al cabo de dos años lograron dar con Gordon Kemp y conducirlo a la cárcel, ya que era el único que sabía lo sucedido. Iba a tener que enfrentarse con un tribunal de Switchpath, Arizona, un cruce de caminos junto al desierto, cosa que a Kemp le 'hacía poca gracia, pues, criado en la ciudad, no llegaba a comprender a aquella gente. En el juzgado la tensión era muy grande. De encontrarse en una sala de paredes lisas, con una estatua de la justicia ciega, habría resultado más impersonal y, para Kemp, más lógico. El juicio, en cambio, se celebraba en el casino local. El juez se llamaba Bert Whelson, y enarbolaba una pipa de calabaza en vez de una maza. En la sala., y sentados cómodamente, había otras personas, granjeros y buscadores de oro como el improvisado juez. Parecía un festival. Sólo faltaba que de pronto apareciese un cantante cómico y algunos números folklóricos. Sin embargo, había allí poco para reírse. Aquellos estúpidos estaban en condiciones de darle un disgusto a Kemp, disgusto que muy bien podía concluir en la cámara de gas. El juez se inclinó hacia él. Hijo, si tienes la conciencia tranquila, no hay que preocuparse. —Aun no he dicho nada. Fui yo quien trajo al tipo, ¿no? De haberlo sabido, no lo habría hecho. El juez se rascó la barbilla, que produjo un ruido desagradable, como si ahorcasen a alguien.
  • 18. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 18 18 —Eso no lo se, Kemp. Date cuenta de que nadie te ha acusado. Tu eres el único que sabe algo acerca de la muerte de ese Alessandro Sykes. El tribunal quiere saber qué es lo que ocurrió. Kemp dudó, mientras sudaba. —Siéntate hijo —invitó el juez. Obedeció. Se dejó caer en la dura silla que alguien le había ofrecido y comenzó su relato. "Será mejor que comience por el principio, por el día en que conocí a Sykes. Estaba una tarde trabajando en mi taller, cuando él entró. Contempló lo que hacía y entonces me dijo: — ¿Es usted Gordon Kemp? Le dije que sí y lo miré. Era un individuo flaco, de unos sesenta años y parecía algo bebido. Fumaba continuamente, no cesaba de hablar y se movía mucho, como si el tiempo no contara, pero yo veía que había venido a otra cosa. Entonces le pregunté qué quería. — ¿Es usted el hombre que, según una revista, tiene el soplete atómico concentrado? —Sí —contesté—, pero el tipo de la revista exageró mucho. Dijo que ese soplete se había adelantado unos trescientos años. Fue una casualidad lo que me permitió inventarlo. Es el soplete atómico de hidrógeno vulgar, pero a mayor temperatura. Coloqué un anillo electromagnético en torno al tubo de escape, para que se concentrase más. Repele las partículas de hidrógeno y las concentra. Corta cualquier cosa. Les sorprendería la cantidad de llamadas que recibo desde que lo patenté. No pueden imaginar cuánta gente desea penetrar en las cajas fuertes de los Bancos o en grandes almacenes. Pero volvamos a Sykes. Le dije que la revista exageraba, pero algo había. Le hice un par de demostraciones y quedó satisfecho. Por último, le advertí que no deseaba perder el tiempo a menos de que tuviese una proposición que hacerme. Parecía muy contento con mi soplete y asintió. —Claro que tengo una preposición. Pero deberá abandonar esto durante un par de semanas. Nos vamos al Oeste. A Arizona. Tiene que abrirme la entrada de una cueva. — ¿Una cueva? —repetí—. ¿Es un asunto lícito? No deseaba meterme en líos. —Seguro que es lícito —me tranquilizó. — ¿Cuánto? Dijo que no le gustaba discutir. —Si consigue que entre en ese sitio, y puede estar seguro de que es lícito le daré cinco mil dólares —agregó—." "Verán, cinco mil dólares dan para mucho. Sobre todo si sólo cuestan dos semanas de trabajo. Y además, me gustaba aquel tipo. Era tan estrafalario como un billete de nueve dólares, y sé comportaba aún peor, pero comprendí que tenía la cantidad mencionada.
  • 19. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 19 19 Por otra parte, se advertía que necesitaba que le echaran una mano. Quizás es que en el fondo soy un niño. Pero, como he dicho, me gustaba, tuviera o no dinero, y es posible que lo hubiera hecho gratis. Vino a verme un par de veces mas y estudiamos los detalles. Al fin, él, mi soplete y yo nos metimos en un tren, mientras el resto de los trastos iban en el vagón de equipajes. Puede que recuerden el día en que llegamos aquí. Parecía conocer a mucha gente. ¿Sí? Lo imaginaba. Me explicó cuántos años hacía que venía a Switchpath. Me contó muchas otras cosas. Era el viejo más charlatán que he encontrado. Pero sólo entendí una décima parte de lo que decía. Supongo que se sentía muy solo. Era yo el primero a quien pedía que le ayudara en su trabajo y creo que soltó cuanto llevaba dentro. Me explicó que había llegado a Switchpath apenas egresado de la Universidad, era arqueólogo y recorría el desierto en busca de objetos indios; vasos, puntas de flecha, y cosas parecidas. Y así dio con esa cueva en las rocas, al fondo de un desfiladero. Se excitaba mucho al contarlo. Me contó de memoria toda esa historia de las épocas de plasticina, líos zoricos y pelotítucos o lo que sea. Lo hice bajar a la tierra y entonces me aclaró que esa cueva era muy antigua; unos doscientos mil años o quizá medio millón. Aseguraba que las rocas estaban allí desde antes de que apareciese el hombre en la Tierra o quizás al mismo tiempo que el eslabón perdido. A mí no me importan los muertos ni los bisabuelos muertos, pero a Sykes le entusiasmaban. Por lo visto, un terremoto abrió la entrada de la cueva y todo lo que contenía estaba allí desde siempre. Lo que más lo excitaba era que encontró una especie de aparatos y que los habían puesto antes de que naciese el primer hombre. Eso me pareció una chifladura. Lo que me interesaba eran aquellos aparatos. —Verá — me explicó él—. Al principio creí que era un transmisor de radio. Escuche —añadió—. Hay uno con antena, igual que un microonda. Y luego otro, que parece un bolo, invertido. En la parte alta tiene una especie de embudo y en el centro un círculo de solenoides hechos con una aleación que aún no conocemos. Unos filamentos lo unen al otro, al transmisor. He averiguado lo que es el bolo. Es una grabadora. Quise saber que grababa. Se llevó un dedo a la nariz y me hizo un guiño. —Ideas —dijo—. Ideas puras. Pero eso no es todo terremotos, cambios de continentes, ciclos climáticos y muchas cosas más. Todo se integra aquí con el pensamiento. Le pregunté cómo lo sabía. Fue entonces cuando me explicó que lo estaba investigando desde hacía treinta años. Lo había averiguado por sí mismo. En eso se mostraba muy puntilloso. Creo que entonces me di cuenta de lo que le ocurría al pobre tipo. Estaba convencido de haber dado con algo grande y quería desentrañarlo hasta el último detalle. Pero, por lo visto, de niño fue muy feo y de mayor muy tímido, por lo que esperaba dar la campanada él solo. No le bastaba con ser el tipo que lo descubrió. —Cualquier idiota podía haberlo encontrado —decía. Deseaba saberlo todo acerca de los aparatos antes de contárselo a otra persona.
  • 20. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 20 20 —Es más importante que la Piedra Rosetta —aseguraba—. Mucho más que la teoría nuclear. Desde luego, era único para ir soltando palabras de a poco. —Y va a ser Sykes quien lo haga saber al mundo —insistía—. Sykes se lo dará a la humanidad, completo y comprobado, y la historia se conocerá a partir del momento en que yo hablé. Estaba loco como una cabra. Pero no me importaba. Era inofensivo y de lo más simpático que se pueda imaginar. ¡Vaya tipo raro ese Sykes! Su vida 'había sido algo de locura. Tenía dinero, porque heredó unas rentas o algo parecido, de modo que no le afectaba ese problema que a todos nos pica. Se pasaba días enteros en la cueva mirando los aparatos. No quería ni tocarlos. Sólo deseaba averiguar qué era lo que estaban haciendo. Y uno de ellos funcionaba de continuo. Era el más grande, el de forma de bolo, no descansaba. No hacía ruido. Los dos aparatos tenían un disco al costado; medio rojo y medio negro. En el más grande, que él llamaba grabadora, el disco giraba. No muy de prisa. Mientras veníamos en el tren, cantó de plano. No sé por qué. Quizá me creyó lo bastante tonto para no repetirlo. Si fue eso, acertó de pleno. Yo no soy más que un pobre mecánico que un día tuvo una buena idea. Pero me enseñó algo que había tomado de la grabadora. Era un pedazo de alambre, de aproximadamente un metro ochenta, y finísimo; como un pelo. Y estaba torcido. Quiero decir retorcido. Sykes decía que estaba magnetizado. Se doblaba con facilidad, pero no se rompía ni era posible anudarlo. Estoy seguro que hubiera mellado unos alicates. Me preguntó si podía pártalo. Lo intenté y me hice un tajo en la mano No había medio de cortarlo y ni tan siquiera alisarlo. No es que después volviera a retorcerse. Es que no se Sykes me contó que le 'había costado ocho meses conseguir aquel alambre. Era más que duro. Se soldaba a sí mismo. Las cuatro primeras veces logró cortarlo, pero no lo separo a tiempo de impedir que se uniera de nuevo. Por fin, puso dos alicates en torno al alambre y, cuando estuvo seguro, apretó, colocando pesas de doce toneladas para romperlo. Los alicates eran de acero forjado con iridio, pero el alambre les hizo un agujero. Consiguió lo que se proponía. Tenía otro alicate sujetándolo, de modo que en cuanto se partió, tiró de él. Al unir los_ otros dos extremos, se soldaron en seguida. No quedó ni una señal, ni un nudo. Bueno, recordarán que el día que llegamos aquí con todo el equipo, en seguida alquilamos un coche para ir al desierto. El viejo estaba tan contento como un chiquillo. —Kemp, muchacho —me dijo—. Lo he descifrado. Ahora sé leer la cinta magnetofónica. ¿Te das cuenta de lo que significa? Hasta los menores detalles de la historia humana; los sé todos. Cuanto ha ocurrido en la Tierra, desde que nació el hombre. No puedes darte idea ele hasta qué punto es minuciosa la grabación — continuó—. ¿Quieres saber quién elevó a Alejandro Magno? ¿O te gustaría averiguar el nombre de la querida de Pericles? Todo está ahí. ¿Y qué te parecen las leyendas griegas e hindúes acerca de continentes perdidos? ¿Qué hay de los fuegos misteriosos? ¿Quién era el hombre de la máscara de hierro? Yo lo sé, muchacho, lo sé.
  • 21. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 21 21 Estuvo hablando durante todo el camino hasta que nos acercamos a esa garganta donde estaba la cueva. No van a creer lo difícil que fue llegar hasta allí. No comprendo cómo el viejo tenía tanta energía para ir continuamente. Dejamos el coche a unos treinta kilómetros y seguimos a pie. La tierra, allí, está destrozada. De no haberle visto ya el color a su dinero, me habría despedido. Arena, calor, rocas enormes y abismos, como para caerse y romperse el pescuezo; ¡Señor! Y yo cargando con el soplete, el gas, los repuestos y todo el equipo. Llegamos por fin a la garganta y el viejo sacó una cuerda, que ató a una columna de piedra. Ya tenía allí una muesca preparada. Descendió al abismo y yo le seguí después de bajar todo el equipo. ¡Qué oscuro estaba! Seguimos cuesta arriba durante más de cien metros y Sykes se detuvo ante un muro de piedra. A la luz de la linterna pude ver restos de las fogatas que hizo durante aquellos años. —Ahí está —me dijo—. Es tuyo, Kemp. Si ese soplete con trescientos años de adelanto sirve de algo, demuéstramelo ahora. Dispuse las cosas y comencé a trabajar aunque iba muy despacio. Pude abrir un agujero, pero tardé nueve horas en darle el tamaño necesario para que pasáramos y otra hora para que se enfriase lo suficiente." "Y el viejo no cesaba de hablar. Se jactaba acerca de lo bien que había descifrado aquel alambre. Para mí, era como si hablase en griego. —Tengo aquí —exclamó blandiéndolo— registrada una fase de la revolución industrial en Europa Central que va a dejar con la lengua fuera a los historiadores. ¿Pero se lo he contado a alguien? ¡No! ¡Eso no lo hace Sykes! Voy a escribir la histo- ria de la humanidad con tantos detalles, con tal conocimiento de causa, que el nombre de Sykes se convertirá en sinónimo de precisión casi milagrosa. Esto lo recuerdo porque lo repetía mucho. Parecía paladearlo. Recuerdo también que le pregunté por qué teníamos que abrir un boquete. ¿Por dónde había entrado otras veces? —Eso, muchacho —me dijo—, es una de las habilidades de los aparatos. Ignoro cómo, pero se encierran ellos mismos. Y, en parte, me alegro de que lo hiciesen. No pude volver a entrar y tuve que dedicarme a este alambre. De no haber sido por eso, dudo de que lo hubiese descifrado. Yo quería enterarme de lo que pasaba allí; qué eran aquellos aparatos, quién los dejó y para qué servían. Se lo pregunté mientras trabajaba en la roca. Y, amigos, nunca había visto una roca como aquélla, si es que era roca, lo que ahora dudo mucho. Saltaba en virutas ante mi soplete. Mi soplete que es capaz de cortar cualquier cosa. ¿Creerán que en esas nueve horas sólo atravesé unos dieciocho centímetros? Mi invento puede abrir la caja de un Banco igual que si tuviera la llave. Cuando le pregunté, quedó callado pero comprendí que tenía ganas de hablar. Se sentía eufórico. Y, además, suponía que yo era demasiado bruto para entenderlo. Y, coma ya he dicho, tenía razón. Por tanto, soltó el rollo más o menos así:
  • 22. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 22 22 —Quién instaló aquí esos aparatos y cómo funcionan, es algo que quizá nunca sepamos. Sería interesante averiguarlo, pero lo que más me importa es leer las cintas. Le había llevado tiempo identificar la grabadora. Lo dedujo al ver que era la única que funcionaba. Al principio supuso que el transmisor tenía alguna avería, pero al cabo de uno o dos años de observación, sin siquiera llegar a tocar las teclas, se dio cuenta de que, junto al pequeño, había otro mecanismo. Estaba situado allí para ponerlo en marcha. Iba conectado a cierta ondulación de la cinta. En otras palabras, cuando algo ocurriese, en algún lugar de la Tierra, que fuese lo que esperaba, la cinta lo grabaría y el transmisor entraría en funciones. Se había pasado años estudiando los aparatos antes de descubrir la ondulación de la cinta que daría el aviso. ¿A quién se lo comunicaba? ¿Por qué? Claro que lo había pensado, pero no le importaba gran cosa. ¿Qué iba a ocurrir cuando se acabase la cinta? ¿Quién o qué aparecería cuando todo hubiese concluido? Pues ya saben, no le importaba. Su única preocupación era leer la cinta. Por lo visto, hay muchos tipos que escriben libros de historia y cosas parecidas. Sykes quería llamarles embusteros. Quería explicarles lo que de veras pasó. ¿Se dan cuenta? Pues allí seguía yo intentando cortar con mi soplete un muro sólido, hecho de algo que no debiera ser tan resistente. Aún me parece verlo. Estaba muy oscuro, yo llevaba gafas ahumadas y Sykes, de espalda para no estropearse la vista, hablando de historia y de lo que iba a ser el primer relato auténtico de la humanidad. Se lo restregaría a muchos por las narices, acabando de un plumazo con todas las teorías existentes. Recuerdo que interrumpí mi faena, para descansar, y para que se enfriasen las células de mercurio, mientras fumaba un cigarrillo. Sólo para obligarle a seguir 'hablando, le pregunté cuándo creía que el transmisor se pondría en marcha. —Ya lo ha hecho —me respondió—. Ya ha cumplido su misión. Por eso comprobé que mis cálculos eran ciertos. La cinta pasa por la máquina a cierta media. Cosa de milímetros al mes. Tengo el cálculo exacto pero eso no importa. Sin embargo, algo ocurrió hace algún tiempo que me permitió comprobarlo. Fue el dieciséis de julio de mil novecientos cuarenta y cinco. —No me diga —comenté. —Pues sí —continuó él, muy satisfecho—, lo digo. Aquel día ocurrió algo que alteró las ondas de la cinta; lo que yo estaba esperando. Fue lo que inició la transmisión. Por casualidad yo me encontraba aquí. El transmisor se iluminó y el disco comenzó a girar como loco. Luego, se detuvo. La semana siguiente leí los periódicos para ver qué había ocurrido, aunque no lo encontré hasta el mes de agosto. Entonces comprendí. — ¡La bomba atómica! Quiere decir que todo estaba dispuesto para que avisaran a alguien en cuanto hubiera una explosión atómica. El asintió. Al resplandor rojizo de las rocas, tenía el aspecto de un búho viejo y famélico. —Exacto. Por eso hemos de entrar ahí cuanto antes. Fue después de la segunda explosión de Bikini cuando se cerró la cueva. Ignoro si van a recoger la
  • 23. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 23 23 transmisión. También ignoro lo que ocurrirá entonces. Pero sé que he descifrado la cinta y que quiero recoger las obras antes de que otros lo hagan. De haber sido más gruesa la pared, no hubiésemos podido entrar. Cuando corté el último bloque y éste cayó dentro, estaba agotado. Igual que Sykes. Durante las últimas dos 'horas, no había hecho más que pasear impaciente. —Treinta años de trabajo —repetía—. He esperado treinta años y nada me detendrá. ¡De prisa, de prisa! Y cuando tuvimos que esperar a que se enfriase la abertura, creí que se volvía loco. Imagino que eso le llevó al colapso. Estaba acabado. Bueno, al fin entramos en la cueva. Me había hablado tanto de ella que tuve la impresión de que ya la conocía. Estaban allí los aparatos, el más grande, en forma de bolo, como de dos metros de alto, y el otro, parecido a un cubo, con un puñado de fideos en lo alto; por lo visto, eso era la antena. Encendimos una linterna, que iluminó el lugar. Era pequeño. Sykes saltó por encima de aquellos trastos. Estuvo examinándolos y sacó un cable. Luego, se puso de pie, mirándome con expresión estúpida. — ¿Qué le pasa, doctor? —pregunté. Siempre lo llamaba así. Intentó respirar. —Está vacío. ¡Vacío! Sólo unos veinte centímetros de cinta. Sólo... Fue entonces cuando se desmayó. Yo corrí a su lado y le moví un poco, dándole cachetadas hasta que volvió a abrir los ojos. Se levantó en seguida. — ¡Está lleno otra vez! —gritó. Parecía más loco que nunca—. ¡Kemp! ¡Han estado aquí! Comencé a comprender. El depósito inferior estaba vacío. El superior lleno. Preparado para que iniciase una nueva grabación. ¿En qué habían quedado los treinta años de trabajo de Sykes? Estalló en carcajadas. Le miré. No pude resistirlo. La cueva era demasiado pequeña para tanto ruido. Nunca había oído a nadie reírse así. Parecían gritos agudos; uno tras otro. Y seguía riéndose sin parar. Lo saqué de allí. Lo dejé fuera y volví en busca de mi equipo. Aún me resuena su voz cascada que el eco iba repitiendo. Lo había recogido todo y me disponía a llevarme la linterna, cuando oí un ruidito. Era el transmisor. El disco rojo y negro estaba dando vueltas. Me quedé mirándolo. Sólo funcionó durante tres o cuatro minutos. Y entonces aumentó el calor. Yo me asusté. Salí por el agujero y recogí a Sykes. No pesaba mucho. Me volví para mirar la cueva. Estaba encendida. Roja. Las máquinas pasaron del encarnado al amarillo y luego al blanco; así fue. Luego se fundieron. Yo lo vi. Entonces eché a correr. No recuerdo muy bien cómo llegué a la cuerda, cómo subí ni cómo me llevé a Sykes. Entonces, estaba callado pero consciente. Seguí arrastrándole hasta que me detuvo el resplandor de la garganta. Me volví para ver qué pasaba. Se distinguía todo bastante bien. Corría por allí abajo un torrente de lava. Iluminaba todo el desierto. Nunca pasé tanto calor. Y huí de nuevo. Llegué al coche y metí a Sykes. Se agitaba un poco en el asiento. Le pregunté cómo se sentía. No me contestó, pero murmuraba algo. Más o menos esto:
  • 24. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 24 24 —Sabían que habíamos llegado a la era atómica. Querían estar preparados. Eso fue lo que comunicó el transmisor. Vinieron a llevarse las grabaciones y llenaron otra vez el aparato. Luego, sellaron la cueva con algo que sólo podía romper la energía nuclear. Su soplete lo consiguió, Kemp; ¡ese soplete que está a trescientos años de nosotros! ¡Creen que dominamos la energía nuclear! ¡Volverán! — ¿Quién, doctor? —pregunté. —No lo sé —repuso—. Sólo hay una razón por la que alguien quiera saber una cosa así. Para impedirlo. Me eché a reír. Puse el coche en marcha y reí de nuevo, —Doctor —comenté— nadie va a detenernos. Como dicen los papeles, estamos en la era atómica, aunque nos lleve a la muerte. Pero de ahí no nos sacan. Tendrían que acabar con toda la humanidad para que renunciásemos a la era atómica. —Lo se, Kemp, lo sé. ¡Y a eso me refiero! ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho? Quedó callado durante un buen rato y, cuando volví a mirarle me di cuenta de que había muerto. Le traje aquí. Aproveche que todos estaban ocupados para escapar. No veía las cosas claras. Sabía que no iban a creer esa historia."El juzgado guardó silencio hasta que alguien tosió y, entonces, todos carraspearon y movieron los pies. El juez alzó la mano. —Comprendo lo que te preocupaba, Kemp. Si eso es cierto, yo personalmente lo pensaría mucho antes de explicarlo. — ¡Miente! —gritó un buscador de oro—. ¡Es un embustero y un asesino! Mi chico lee cuentos de ésos, aunque a mí no me gusta que lo haga. Pero desde ahora se han acabado. Lo que merece ese Kemp es que le colguemos. —Calma, Jed —advirtió el juez—. Si matamos a ese hombre, va a ser de modo legal —se hizo de nuevo el silencio y el magistrado se volvió al testigo—. Oye, Kemp, se me acaba de ocurrir una cosa. ¿Cuánto tiempo pasó desde la primera explosión atómica hasta que sellaron la cueva? —No sé. Unos dos años, más o menos. ¿Por qué? — ¿Cuánto ha pasado desde eso que nos cuentas, desde que murió Sykes? —O le asesinaron —gruñó el buscador de oro. —Cállate, Jed, ¿Bien, Kemp? —Pues unos dieciocho meses... No. Casi dos años. —Bueno —continuó el juez, extendiendo las manos—. Pues de ser cierta tu historia o esa chifladura del muerto de que alguien iba a venir a liquidarnos, ¿no es ya hora de que lo hubieran intentado? Se oyeron algunas risas y, de súbito, el extremo del edificio desapareció entre llamaradas. A gritos, maldiciendo y asustados, todos intentaron salir a la carretera iluminada por la luna. El cielo estaba lleno de naves.
  • 25. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 25 25 Christopher Anvil EL HUÉSPED NO INVITADO Pese a la opinión de muchos expertos en OVNIS, puedo asegurar por experiencia personal que no todos los miembros de las Fuerzas Aéreas son "aburridos, sin imaginación y propensos a la violencia" cuando se enfrentan con un problema difícil. Y lo mismo ocurre con los ingenieros y científicos civiles que trabajan para ellos. Con unos cuantos hombres de esta clase, al plantearse la situación ideada por Christopher Anvil, los resultados podrían ser muy aleccionadores. Quisiera añadir que la idea del autor acerca del origen y natura- leza de su platillo volante la consideran algunos investigadores de este campo, en contra de la oposición de la mayoría, digna de tenerse en cuenta. Richard Verner, bajo el sol de la mañana, se encontraba entre la grúa, cuya parte superior había sido arrancada, y la maciza cúpula de un edificio de la que surgían dos periscopios. A su derecha, estaba un tieso militar, con insignias de general y aire de estupor. A su izquierda, una docena de hombres que contemplaban inquietos un objeto plateado que se mantenía en el aire, sin que nada lo sujetase. Este objeto era tan brillante que costaba verlo, pero Verner a fuerza de estudiar sus reflejos, calculó que tendría forma ovoidal, unos dos metros y medio de ancho por uno y medio de alto. Y que flotaba a unos quince centímetros del suelo. En su resplandeciente superficie se distinguían innumerables puntos negros que iban aumentando de tamaño para luego disminuir hasta desaparecer por completo y volver a surgir en otro lugar, donde se iniciaba nuevamente el proceso. El aire estaba impregnado de un ligero olor a amoníaco. El general carraspeó. —Hace una semana que eso apareció por aquí. Hacía más calor, el sol era más fuerte que hoy y los puntos negros más pequeños, por lo que resultaba mucho más brillante; al principio nadie supo si se trataba de un espejismo, una corriente de aire calido, manchas en las lentes o si, por el contrario, debía visitar al psiquiatra. De modo que nadie quiso hablar. Luego, eso se quedó quieto delante de Aaronson, que iba hacia el edificio, y decidió tirarle una piedra. Si rebotaba, es que no se trataba de un espejismo. No rebotó; desapareció en el interior. Pero entonces, lo que
  • 26. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 26 26 eso sea, le escupió la piedra a Aaronson y lo alcanzó en el hombro. Le hizo el mismo efecto que un Colt cuarenta y cinco. No quedó la menor duda de que era un objeto real y poco después teníamos de veinte a treinta informes en el mismo sentido. Verner estudió atentamente aquel objeto. — ¿Qué hicieron entonces? — ¿Qué podíamos hacer? Esto es una base de pruebas de misiles, no una sucursal de la Sociedad Interplanetaria. Tenemos un trabajo concreto. Hay un grupo que se encarga de esas cosas y se lo notificamos. Nos enviaron a unos cuantos individuos, que se limitaron a toser y mirar, para volver a casa y decidir que era o bien un "globo meteorológico mal hinchado", "un fenómeno atmosférico" o "una variante del fuego de San Telmo que antes se veía en los mástiles de los buques". El general indicó con la mano todos los edificios que se alzaban en los contornos. —Suponen que el viento sopla entre esas torres y "genera electricidad estática". Bueno, olvidémoslo. Ya han dado su explicación, aunque eso sigue ahí. Quisimos ignorarlo, pero no hace más que recorrer la base y no nos ha sido posible. El otro día, faltaban diez minutos para que lanzásemos un misil, y eso, que volaba a unos cientos de metros de altura, se colocó exactamente en el sitio menos indicado, por lo que tuvimos que suspenderlo. Hay tres nuevos agujeros en las alambradas, de unos dos metros de ancho por uno y medio de alto, que es por donde ha pasado, y las cercanías están sembradas de pedazos de hierro. Ayer descendió hasta uno de los técnicos y le arrancó un pedazo de ropa y unos centímetros de piel. No volve- remos a verlo hasta que eso haya desaparecido. Desde entonces se ha dedicado a arrancar pedazos del edificio, del coche de Hammerson, de un árbol y de la torre de control, así como unos veintisiete metros de hierba y de desperdicios del otro lado de la alambrada. Cada vez que hace algo así, lanza una lluvia de metal, madera o piedras desmenuzadas, que salen a Tina velocidad que va de cero a novecientos metros por segundo —el general dirigió al objeto una agria mirada—. En tal situación estamos. No podemos preparar los misiles por miedo que eso decida pegarles un mordisco. Ninguno de los hombres de la base se alistó en fuerzas de combate. Lo que yo quisiera hacer es lanzarle un antimisil. Pero mi gente me dice que, con toda seguridad, lleva tal energía que la explosión va a hacer desaparecer la mitad del Estado. Por tanto —añadió el general, volviéndose hacia Verner— ya que es usted heurístico y su trabajo consiste en solucionar los problemas que escapan a los expertos, le paso este lío. No me importa a quien llame o qué sea lo que haga. ¡Líbreme de eso antes de que desbarate todo nuestro programa espacial! Verner estudió aquel objeto con suma atención, aspiró hondo y envió un telegrama. Luego, invirtió el resto del día observándolo y atendiendo los relatos de infinidad de testigos que le iban explicando su experiencia personal. En dos ocasio- nes tuvo que echarse al suelo, por que aquel objeto volaba muy bajo, mientras lanzaba a todas partes fragmentos de material. Muchos de los testigos hablaban con evidente inquietud. —Hay algo que no marcha. Ya no vuela tan alto como antes. Ni tampoco se mueve como antes. Y... ¡Fíjese! Por un instante, se apagó el brillo de aquel objeto, igual que un espejo empañado. Sus numerosas manchas negras se redujeron al tamaño de cabezas de
  • 27. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 27 27 alfiler. Segundos después, recobró su aspecto habitual. Pero se advertía que algo le pasaba. Uno de los ingenieros comentó: —Tengo la impresión de que está enfermo. Y que Dios nos asista si se muere. Cuando a un hombre le falla su sistema, se derrumba y ha acabado. Pero con la energía interna que tiene eso, me temo que se convierta en una bomba atómica en miniatura. Al atardecer, Verner había reunido mucha información, opiniones diversas, quejas y la respuesta a su telegrama. Entonces, envió a varios de los hombres de la base al almacén más próximo. Poco después, se volvió al oír unos pasos que se aproximaban. —Bien —dijo el general— ¿tiene algún proyecto? —Sí, pero antes quisiera preguntarle una cosa. —Hágalo. — ¿Siempre huele a amoníaco? —Desde que está aquí. — ¿Qué hace por la noche? —Desciende a un par de centímetros del suelo. Entonces da la impresión de ser de plata, y la luna y las estrellas se reflejan en la superficie, lo mismo que en una bola de cristal. — ¿Cree usted que es una nave interplanetaria, una especie de aparato de reconocimiento, o un ser vivo? El general fue a hablar, miró las sombras que se extendían por la base, y luego dijo: —La única respuesta que lógicamente puedo darle es ésta: lo ignoro. Es posible construir un aparato que actúe como si estuviera vivo. Pero la impresión que tengo es que se trata de un ser vivo, que se encuentra bastante mal. — ¿Por qué cree que está ahí? —Que me registren. ¿Por qué, de todos los lugares de la Tierra, iría a detenerse en una base de pruebas de misiles? Lo ignoro. Verner quedó pensativo. — ¿De dónde supone que viene? —La misma respuesta. Y ahora aquí huele a amoníaco. Uno de los componentes de nuestra atmósfera es el dióxido de carbono. Nosotros exhalamos dióxido de carbono. Hay planetas que, según los cálcalos, tienen amoníaco en su atmósfera, además de otras cosas. Esta criatura, en caso que eso sea, exhala amo- níaco de vez en cuando. Quizá venga de uno de los planetas que lo tienen en su atmósfera. A lo mejor de Júpiter. — ¿Apareció poco después de algún lanzamiento? —Pues sí, exacto. Acabábamos de poner un satélite en órbita. ¿Y qué tiene que ver eso con que venga, a aquí? —Supongamos que fuera usted un astronauta en apuros en busca de ayuda y, de pronto, de un planeta cercano partiese un satélite. El general meditó un instante. —Lo más probable es que fuera al lugar de donde partió el satélite para que me auxiliaran. — ¿Y cómo podría usted explicarles lo que necesita?
  • 28. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 28 28 —Bueno... desde luego que no podría hablarles en su idioma; por lógica, tendría que expresarme "por señas". —Exacto. Bien, suponiendo que esto sea lo que intenta nuestro visitante, ¿qué querrá decirnos? —Pero si muerde las cosas —gruñó el general—. De acuerdo. Vamos a suponer que quiere comer. ¿Cómo se alimenta una cosa así? ¿Y si viniera de Júpiter? ¿De dónde se saca comida al estilo de Júpiter? —Para averiguarlo envié un telegrama esta mañana. El general dio un resoplido. — ¿Pero de dónde van a...? —se interrumpió al ver que varios de sus hombres descargaban unos sacos pesados—. Usted no es de los que pierden el tiempo. —Eso está aquí desde 'hace una semana —dijo Verner—. Apenas se ha movido en todo el día y me dicen que parece enfermo. También me dicen que si algo le ocurre, es muy probable que estalle y se lleve con él a la mitad del Estado. No nos conviene entretenernos. El general asintió. —Adelante. En cuanto oscurezca más, eso va a dormirse, o lo que haga por las noches. Verner abrió un cortaplumas, rasgó uno de los sacos, metió la mano para agarrar una bola dura, de piel suave y la lanzó lejos. Algo cayó cerca del extraño objeto y se fue rodando. Pero la forma ovoide no se movió. Verner volvió a lanzar una bola. En esta ocasión, cayó debajo del objeto. Pero tampoco ocurrió nada. El general contemplaba fijamente la creciente oscuridad. Había un gran silencio, como si todo el territorio contuviese la respuesta. Esta vez Verner cortó una de las bolas en dos partes, que olían mucho, y arrojó una de ellas. Alcanzó de lleno aquel objeto. Pero éste no se movió. Lanzó la otra mitad. Cayó encima del visitante y desapareció. No ocurrió nada. El general movió la cabeza. —Habrá que intentar otra cosa. Podemos... —Espere... —ordenó Verner tajante. Uno de los hombres comentó: —Aún no lo ha escupido. Siempre... Otro gritó: — ¡Huyamos! El objeto comenzaba a moverse. Vino a su encuentro con un ronquido. Se dispersaron en todas las direcciones. El general corría como si le hubiesen lanzado de una catapulta; miró hacia atrás y ordenó: — ¡Cuerpo a tierra! Los 'hombres jadearon al echarse al suelo y casi en seguida se oyó el silbido de fragmentos de algo duro que cortaban el aire. Al instante, Verner y el general habían dado la vuelta para observar al extraño objeto, que giraba sobre sí mismo, absorbiendo sacos enteros y descendiendo tan bajo que a la vez se llevaba mordiscos de tierra, que luego despedía desmenuzados.
  • 29. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 29 29 Contemplaron en silencio cómo el visitante acababa con los sacos y luego, igual que un perro en busca de desperdicios, recorría el campo, se detenía aquí, luego allí y de improviso salía disparado hacia el espacio, tan de prisa que en pocos instantes desaparecía de la vista. A lo lejos se oyó un estallido, igual que el de un avión que cruza la barrera del sonido. Verner y el general se pusieron de pie. Pasaron varios minutos. Aquel objeto no regresó. —Bueno —dijo el general—. Dio usted en el blanco. Pero no sé cómo lo hizo. Verner le tendió un arrugado telegrama. El militar accionó su encendedor y alzó la llama para iluminar el texto:... Primeras investigaciones revelan que, según informe 5 mayo 1966, semillas de cebolla se encuentran en atmósfera de amoníaco, repito amoníaco... Verner añadió: —A partir de mañana, pensaba intentar lo mismo con cuanta comida crece en la Tierra. Pero nos quedaba hoy tiempo de hacer la primera prueba. El general asintió. —Cebollas. Bueno, la cosa concuerda. Si hay algo que huela más parecido a la atmósfera de Júpiter, que me registren. Quién sabe; puede que algún astronauta de Júpiter arrojase aquí esa semilla hace mucho tiempo —miró en torno suyo, aliviado—: De todos modos, gracias a Dios que todo ha concluido. —Aún no —dijo Verner. — ¿Qué? — ¿Cómo va a explicar este incidente al Departamento que entiende en objetos voladores no identificados? Una sonrisa se extendió por el rostro del general. —Me gusta la idea. Bien, bien. Voy a enviarles un informe detallado y una muestra de cebolla. Y esperaré con ansia a ver qué dicen. Eso fue hace seis meses. El general sigue esperando.
  • 30. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 30 30 Lee Correy ALGO EN EL CIELO Un artículo que apareció en la revista True, en enero de 1965, aseguraba que al Gemini 1, que iba sin tripulantes, lanzado el 18 de abril de 1964, lo siguieron durante toda una órbita cuatro OVNIS, que giraban en torno suyo. Las Fuerzas Aéreas respondieron: "Los objetos señalados, que también registró la pantalla de radar, se han identificado como las piezas menores que se desprenden al separarse la nave y el cohete. Esta explicación oficial quedó en entredicho cuando un portavoz de la NASA confirmó lo que todos sabían en la industria astronáutica: "En el Gemini 1 no hubo separa- ción entre la nave y el cohete; una y otra entraron en la atmósfera como simple unidad". ¿Se trataba de unos OVNIS curiosos? Quizás. El presente relato es pura ficción; según creo. ¿Se han preguntado qué podría ocu- rrir si un antimisil del tipo Sprint o Nike-Zeus encontrara a su paso algo que no fuese el blanco lanzado desde la base de Vandenberg, en California? Algo vigilaba desde el cielo. Llevaba mucho tiempo allí, de centinela. Sin que lo viesen o lo oyeran, su inteligencia superior había logrado anular todos los sistemas de detección. De vez en cuando, se hacía visible en el cielo, por razones que nadie llegaba a comprender. Puesto que la invisibilidad lo protegía, era intocable..., hasta que se aplicó una ley universal, que todo lo abarcaba; fue un simple accidente. ¡SE HAN VISTO PLATOS VOLADORES! Ante la posibilidad de una nueva invasión de platos vola dores en las proximidades de Des Moines y de Dallas, un portavoz del Gobierno aumentó la confusión que ya reina en torno a este asunto al negarse a hacer el menor comentario acerca de los extraños objetos que han vuelto a aparecer en el cielo y que millones de personas han visto...
  • 31. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 31 31 — ¿Qué opinas, Pete? —preguntó George Humbolt al tenderle a su jefe el periódico de la mañana—: ¿Esta vez son de verdad? Pete Renny se puso las gafas y estudió los titulares con la atención que en todo ponía. No leyó más allá de la primera frase. Como jefe para el Oeste del programa antimisiles Mentor, Pete tenia acceso a los secretos mejor guardados; podía obtener la información más confidencial de cuantas poseyera el Gobierno. Además, lo necesitaba. Parte de su trabajo era saber lo que ocurría en los campos de la aviación militar y de los proyectiles teledirigidos. Ambos estaban tan estrechamente relacionados en lo que respecta a defensa antiaérea que casi no podían separarse. Le constaba a Pete que en aquel año de 1962 no existía aparato o misil que pudiera maniobrar igual que los platos. También le constaba que el estado de la aeronáutica hacía imposible la existencia de aquellos objetos. — ¡Tonterías! —declaró. Estamos llegando al verano, la temporada tonta, y la gente ve cosas, tal como lo han venido haciendo desde 1946. — ¿Alucinaciones? ¿Por qué no algún invento del que aún no sabemos nada? — ¿Has oído hablar de alguno? George también tenía acceso a la información confidencial. —Pues no —replicó éste, tras una pausa—: Pero ¿qué te parece si vinieran, por encima del Polo? — ¿Es que no lees los comunicados de la C.I.A.? —preguntó Pete. —Sí, los leo —George quedó pensativo y pareció que iba a hablar. Pero se contuvo. Pete se dio cuenta. — ¿Qué ibas a preguntarme? ¿Si no creía que pudieran ser marcianos o venusinos? —Sí. — ¡Es ridículo! Vas demasiado al cine, George —le dijo Pete con dureza, al tiempo que se quitaba los lentes y los guardaba en el estuche. Le devolvió el periódico a su ayudante—: ¡Hombrecillos verdes! ¡Visitantes del espacio! ¡Bah! Debías darte cuenta, George, de cuando alguien quiere llamar la atención — se puso de pie, inclinando su alta figura sobre el pupitre—: En verano, el cielo está muy claro. La gente va mucho más al campo. Miran 'hacia arriba y ven bastantes cosas; jets que vuelan alto, globos estratosféricos, el planeta Venus y otros objetos hechos por la naturaleza o por el hombre. El cielo está lleno de objetos mecánicos. Piensa en lo mucho que hemos de esforzarnos para llevar a cabo el programa de esta base, que no cubre más que unos miles de kilómetros cuadrados allá arriba; constantemente se están enviando aparatos, jets y globos. Se acercó a la ventana y contempló el hermoso azul del cielo de Nuevo Méjico. El aire era muy claro sobre White Sands; podía ver hasta los montes Sacramento, a cosa de cincuenta y cinco kilómetros de distancia. —Esta mañana tenemos buen tiempo —añadió, cambiando el tema—. ¿Sigue en pie el programa de lanzamiento de las once? George dejó el periódico, para acercarse al teletipo. —Sí Ha llegado la confirmación del control. El blanco despegará a las diez y la hora de lanzamiento son las once. Ha habido un pequeño cambio en las frecuencias del radar; para acoplar a otro programa.
  • 32. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 32 32 —De acuerdo, pide el parte meteorológico mientras preparo la ceremonia. Si hemos de lanzar a ese pajarito, hay que espabilarse —descolgó el teléfono, marcó un número y recibió la señal de comunicar. Nervioso, volvió a colgar el aparato—. ¡Las líneas siempre ocupadas! ¿Cuándo van a poner más? — ¿Por qué te preocupas tanto por ese proyectil, jefe? Conoces el tipo desde que empezó a construirse —observó George. —También te preocuparías tú si tuvieras que darle cuenta de tus fracasos a Garson y ya llevamos demasiados. No le explicó a su ayudante que le preocupaba mucho aquel nuevo misil, tipo Mentor 16. Si había algún fallo iban a decapitarlo. Garson, que dirigía la zona, era hombre difícil. El proyectil antimisil a cargo> de Pete era el mejor de cuantos se habían diseñado. Años de amarga experiencia con cohetes y dispositivos similares habían preparado a los hombres que lo construyeron. Lo habían ensayado con todos los métodos conocidos. Su eficacia estaba más allá de toda duda. Era un sistema perfecto. Sin embargo, habían fallado. Los primeros diez confirmaron las esperanzas puestas en ellos. Los últimos cinco resultaron un fracaso. El Mentor se había convertido en la "pesadilla de los técnicos". Cuantos trabajaban con él, comenzaban a odiarlo, con un odio consecuencia de la desconfianza y de la amargura. Todo en el proyectil era perfecto. Las distintas piezas que lo componían eran perfectas. Juntas, debieran funcionar tal como estaba previsto; pero fallaban. Nadie sabía el motivo. Pete había sospechado con frecuencia que lo que andaba mal era el mecanismo de guía. Era un sistema nuevo y altamente secreto. No dependía del radar, de la luz ni de los rayos infrarrojos. En realidad, no dependía de ninguna radiación electro- magnética. El Mentor tenía un detector de materia que lo guiaba Pete no llegaba a comprender por completo aquel sistema. Sabía que, por algún medio, detectaba la presencia de la materia de un avión, por ejemplo, a efectos de la teoría einsteniana. Einstein, en 1806, hizo algunos cálculos acerca de que la materia desequilibra el espacio con su sola presencia, provocando la gravedad y descomponiendo la luz. Los astrónomos lo demostraron durante un eclipse de Sol. Otros hombres estudiaron esas teorías y, tras haber trabajado con ellas durante años y construido maquetas electrónicas y circuitos, idearon un sistema que podía detectar la presencia de la materia. El Mentor "veía" de este modo. No podían desorientarle. El detector de materia era parte del perfecto proyectil antimisiles. Y este sistema funcionaba. No quedaba la menor duda. La realidad había forzado a Pete a descartar toda sospecha. No podía echarse la culpa a nada... excepto a los hombres. Y Garson se la cargaba toda a Pete. Al fin y al cabo, el jefe de pruebas era el responsable; cualquier error era consecuencia de alguna equivocación en los cálculos; así razonaba el superior de Pete. A éste le habían dado una nueva oportunidad. Hacía días que no dormía. Le dolía el estómago más que de costumbre. Vivía con el Mentor 16 desde que llegó a White Sands. — ¡Blanco se acerca a punto señalado! —anunció el intercomunicador.
  • 33. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 33 33 La casamata de tiro era un torbellino de actividad. Los hombres trabajaban en sus aparatos, miraban a través de los osciloscopios, medían las líneas zigzagueantes de los mapas y hablaban, hablaban siempre. —Faltan tres minutos para que llegue. —Jake, ¿has hecho el cálculo preciso? — ¡Atención, los mandos! ¡No hay viento! —Proyecto Mentor, aquí control. Tienen vía libre. — ¡No, no! ¡Dejen la señal tal como está! Pete se hallaba en todas partes, asegurándose de que las operaciones de prevuelo se llevasen a cabo correctamente. Cuando le era posible, seguía cada uno de los preparativos. Fuera, el Mentor 16 descansaba sobre la pista de lanzamiento, con su piel rojiza, demasiado brillante para la mirada humana. Pete lo observó de nuevo a través de los gruesos cristales de la ventana. Sabía que el proyectil estaba en perfectas condiciones. Esta vez, tenía que ir bien. — ¡Blanco en punto convenido! En el cielo azul de Nuevo Méjico, un jet de bombardeo venía desde el Norte, aproximándose al lugar desde donde el Mentor se elevaría para destruirlo. No llevaba piloto. Otros dos aviones lo iban guiando. Pete situándose junto al cuadro de mandos, le preguntó a George: — ¿Qué tal ya? —Bien. Visibilidad excelente. Ni un soplo de aire en la zona. — ¿Radar? —Dispuestos y en espera de que lancemos al proyectil. — ¿Trayectoria? —Libre. Los aviones que lo dirigen salen del área de tiro. Depende del control terrestre. — ¡Aquí Proyecto Mentor! —anunció otro hombre a través del micrófono, con los ojos fijos en el reloj—. Se elevará dentro de sesenta segundos. Atención. ¡Sesenta segundos! La base de White Sands estaba dispuesta para entrar en acción. A lo largo de la extensa pista, los hombres miraban con prismáticos, vigilaban el cielo con el radar y se mantenían junto a los equipos telemétricos. No habían podido descubrir allá arriba más que el blanco solitario. Las carreteras que cruzaban la pista se hallaban interceptadas. Los encargados de seguridad observaban las pantallas de radar, con las manos en las palancas que derribarían al proyectil en caso que se desviara. — ¡Treinta segundos! —Proyecto Mentor, aquí control... ¡Tienen vía libre! —Dispuestos para disparar —anunció George con calma. Pete sacó una llave del bolsillo y la insertó en el cuadro de mandos. George la giró, poniendo en marcha todo el circuito. —Mecanismo dispuesto. —Fuego. —Diez segundos... cinco... cuatro... tres... dos... uno... ¡Boom! El Mentor despegó, lanzándose hacia el espacio en el momento en que pulsaron el disparador. Desapareció del campo visual de Pete, dejando tan solo una nube de polvo marrón. Esquivando los muebles y los aparatos, Pete se encamino al
  • 34. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 34 34 lugar al que el proyectil enviaba informes de su vuelo a través de la radio. Observó la línea de puntos brillantes que iban encendiéndose en la pantalla osciloscópica. — ¡Proyectil estabilizado! Fin de fase de lanzamiento —anunció alguien. —El detector entra en funciones —indicó otro—. Va en busca de su blanco. —Proyecto Mentor, aquí seguridad. Están en buen camino. El proyectil asciende por el centro del área. Pete sintió una honda satisfacción. Esta vez acertarían. De pronto: — ¡El proyectil está girando hacia el Este! — ¿Pero que dicen? ¡Dos señales de captación! ¡Ahí va! ¡Ha captado el blanco! ¡Se lanza sobre la presa! ¡Adelante, pajarito, adelante! — ¡Cázalo, pequeño! —Señales inconfundibles. ¡Va en busca del blanco!—Proyecto Mentor, aquí seguridad. El proyectil no se lanza sobre el blanco. Se dirige al este del área. Si se desvía mucho, tendremos que derribarlo. Pete agarró un micrófono. —Aquí Mentor. ¿Qué blanco ha elegido? —Ninguno. El que habíamos señalado está en el otro extremo del área. El radar no descubre ninguno. —Blanco llega a punto señalado —advirtieron desde los aparatos telemétricos— . ¡Señal de alarma! ¡Registrada la detonación! No más señales. —Radar apagado. —Blanco cruza zona señalada, sin alteraciones. — ¡Aquí radar! ¡El proyectil no se acercó al blanco! George abordó a Pete. — ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se alejó del blanco? ¿Qué fue lo que lo atrajo? Pete no lo sabía. El Mentor 18 había, inesperada y súbitamente, fracasado por completo. Dejó el micrófono y salió abatido, a la luz del sol. ¿Qué era lo que esta vez había fallado? El telémetro indicaba que el proyectil se dirigía hacia algo. Pero allí no había nada. ¿Qué le iba a decir a Garson? Horas más tarde, seguía haciéndose las mismas preguntas, al tiempo que estudiaba los registros telemétricos extendidos sobre su mesa. —Todo funcionó a IR, perfección —dijo George midiendo los trazos con un compás. —Sólo que al fin abandonó el blanco, se fue por otro sitio —respondió Pete desesperado. —Alguien dijo una vez que este proyectil estaba guiado por un cerebro. Es cierto; tiene un cerebro propio —comentó el joven ingeniero. Examinó de nuevo JOS trazos—: Dan lo calculó bien. De lo contrario, lo veríamos aquí. ¿Qué decidirnos ahora, Pete? Estaba bien dirigido, se puso en marcha y estalló. ¿Fue un éxito o un fracaso? Todo funcionó bien. —.Mira, jovencito —respondió Pete irritado—, fue un fracaso. Tenemos algunos datos recogidos por el telémetro. No dicen nada. Tenemos los registros del radar, indican hacia dónde fue. Lo perdimos de vista, en cuanto giró. Y el blanco volvió al punto de partida.
  • 35. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 35 35 —Podía haber sido peor —comentó George—. Imagínate si Garson llega a estar aquí. O que nos hubieran visitado unos representantes del Congreso. —Sólo me hubiera faltado eso. George se entretenía enrollando los gráficos del telémetro. —Es mejor que se los devuelva a su departamento. Hace una hora que los piden a gritos. —De acuerdo —replicó Pete—. No los necesito. Comprendió también que ya no lo necesitaban como jefe de pruebas. Decidió que no sería fácil. Lucharía como fuera. Había algo que falló en el proyectil; lo descubriría. Al fin, iba a tener que enfrentarse a Garson, pero comprobaría cualquier posibilidad. Ya no se trataba tan sólo de su puesto. Tenía la obligación de averiguar qué había ocurrido. Aquello no era lógico. Llamaron a la puerta. — ¡Adelante! El capitán de infantería que mandaba el grupo de recuperación se deslizó en el cuarto. Traía una bolsa de colada de grandes dimensiones. —Hola, Bernie. ¿Te costó mucho reunir las piezas? —No. —el capitán se acercó a una mesa para depositar la bolsa—. Estábamos debajo mismo. Recuperamos casi el noventa por ciento del proyectil —soltó las cuerdas que cerraban el saco—. También encontramos otras cosas que no formaban parte del Mentor. Pete se volvió, contemplando lo que el capitán sacara de la bolsa. —Como ya dije, estábamos debajo —continuó el oficial—. Se estrelló contra algo. No sé lo que sería. No lo vi. Pero cayeron por allí sus pedazos. La chatarra tenía un brillo extraño, como de perla, Pete nunca había visto algo «semejante. La superficie era tan lisa como si la hubiesen pulido, pero donde se resquebrajó a causa del impacto del proyectil, se advertía una extraña estructura cristalina, distinta por completo a cualquier otro metal. Tomó uno de los pedazos, que resultó extraordinariamente liviano. Lo estudió con atención. Aquello era parte de... algo. Pete estaba al corriente de los más altos secretos tecnológicos del país. Sabía qué era lo que se ensayaba y lo que se estudiaba. Lo que le habían traído no pertenecía a nada de cuanto tenía noticias. Más tarde, se encontraba a oscuras en su oficina, contemplando aquellas extrañas piezas que brillaban con una densa luz roja. El Mentor había atacado algo que nadie pudo ver. Excepto el proyectil. Ni siquiera el radar. El detector de materia, basándose en las leyes naturales, había actuado a la perfección. Incluso, en exceso. Pete Remmy era un ingeniero experimentado y realista. Hasta entonces, no le habían preocupado gran cosa los informes acerca de extraños objetos en el cielo. Pero ahora todo era distinto. No le preocupaba que algún avión desorientado hubiese entrado en el área. Tampoco que se tratase de una intromisión de cualquier otro país de la Tierra. Todo esto lo había descartado ya. Esperaba la respuesta desde otra parte. Y se preguntaba qué iba a explicarle a Garson, con quien le costaba razonar mucho más que consigo mismo. En realidad, ¿qué iba a decirle a nadie?
  • 36. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 36 36 Algo seguía vigilando desde el cielo. No comprendía a los de abajo, como éstos tampoco lo hubieran comprendido, de conocer la existencia. Pero ahora sí sabía que se enfrentaba con algo imposible de ignorar. No podía calificar de primitiva a una especie que tenía conocimiento del espacio y de la materia. ¿Habría llegado el momento o, por el contrario, continuaría vigilando desde la posición ventajosa que ocupaba en el cielo, posición que, sin embargo, ya no era invulnerable? Al no comprender la naturaleza humana, tomó su decisión.
  • 37. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 37 37 Marck Reynolds ALBATROS El 12 de julio de 1957, en una carta del De- partamento de Seguridad de la base aérea de Wrigth- Paterson, la aviación confirmó que varios pilotos militares habían disparado sobre los OVNIS en diferentes ocasiones. Un párrafo de dicha carta decía: En algunos casos, miembros de las fuerzas aéreas han comunicado oficialmente que abrieron fuego sobre objetos volantes que no podían identificar, peto que luego se reconocieron como convencionales. Las órdenes al personal de vuelos son que disparen sobre cualquier objeto no identificado sólo cuando comete un acto hostil que amenace o ponga en peligro la seguridad de Estados Unidos. El punto delicado lo constituye definir las palabras "hostil, que amenace o ponga en peligro la seguridad de Estados Unidos". Un objeto que dispara el primero es netamente hostil, un objeto que se identifica como perteneciente a una nación enemiga, infiltrado en nuestra zona aérea, se podría considerar como una amenaza para la USA, pero ¿qué ocurre con un objeto, extraterrestre sin lugar a dudas, que se limita a ignorarnos? Teníamos prisa por despegar pero, así y todo, tomé las precauciones que quizás significaran la diferencia entre regresar al punto de partida o que estallara el FIOB en que viajábamos. Mientras Jack Casey subía a bordo, fui examinando el aparato, para asegurarme que estaban en su sitio las válvulas de esencia y quité el pulsador de seguridad de la trompa, de manera que la hélice girase. Luego, a mi vez, subí a bordo y retiré el del eyector: quien se olvidara de eso no salía de un FIOB ni con fianza. Por lo general, no se salía, por lo menos con el cuello sano; el 410 tiene, desde luego, mucha velocidad. El personal de tierra había puesto en marcha un inyector eléctrico de lanzamiento y lo conectaron, con manos que temblaban por la prisa. Yo comprobé la docena de luces del cuadro de mandas,
  • 38. ENCUENTROS George W. Early RELATOS SOBRE OVNIS roby2001@gmail.com 38 38 Luego, de un modo automático, realicé cuanto era ya como mi segunda naturaleza. Comencé en un extremo de la carlinga y seguí, sin dejar nada. Los pedales de dirección, el estabilizador y los alerones, los reóstatos de refrigeración y la cabina de presión; siempre volábamos a una altura que hacía necesario el oxígeno. Un soldado vino corriendo, casi ahogándose. Se acercó a la carlinga y apoyó una mano en el costado del aparato. — ¿Qué hay, cabo? —pregunté. —El coronel —jadeó—. El coronel me ordena que le diga que ya están por el Saskatchewan. Dejaron... atrás a todos los jets, señor. El aire escapó por entre los dientes de Jack Casey. Había estado comprobando los cañones. El cabo aspiró hondo y concluyó el mensaje. —Dice el coronel que, según parece, van hacia Chicago, teniente. Dice que solo su 410 puede alcanzarlos antes de que lleguen allí. El sargento mayor, al mando del personal de tierra, nos estaba escuchando. Sus labios palidecieron. Casi sin expresión dijo: —Señor, tengo una hermana en Chicago. Lo miré. —Yo tengo allí a mi esposa y mis dos hijos, sargento. Bajó la vista. —Sí, señor. —Vamos a despegar —advertí. Asintió y yo puse en marcha los motores. Cuando giraron al cinco por ciento de revoluciones por minuto, establecí contacto y aumentó en un veinte por ciento. Hice una seña al suboficial. —Sepárenlo. Desconectaron la unidad eléctrica y la retiraron. Indagué por encima del hombro: — ¿Listo, artillero? —Listo, —dijo Casey. También había oído al cabo. Su madre vivía en Gary, muy cerca de Chicago. Pegué los frenos de picado al fuselaje y solté las flapendoras, disponiéndome para el despegue. El personal de tierra retiró los tacos y me dirigí al punto de arranque. Lo que importaba era elevarse en seguida. Cuando el FIOB giraba sobre cualquier cesa que estuviera a menos de tres mil metros, el consumo de carburante era increíble. El permiso de la torre de control fue pura rutina, pues toda la base estaba pendiente de nosotros. Puse el motor al cien por cien de potencia, comprobé la bomba auxiliar de carburante y la válvula de presión de aceite y me puse en camino. En cuanto despegamos, recogí el tren de aterrizaje; se apagaron las luces indicadoras, por lo que supe que no había anormalidad. Accioné los mandos al máximo, de modo que el 410 salió disparado. Subí a la máxima altura y me dirigí rumbo al Norte, volando a una media de ochocientos. Hasta encontrarlos, era preferible no forzar la velocidad.