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Al igual que en otros pa’ses, tambiŽn en Alemania las exposiciones de arte eran antes
un fen—meno muy frecuente, pero se trataba, sobre todo, de muestras dedicadas a las
obras pl‡sticas y pict—ricas. Muy raramente se visitaban muestras en las que se
expusieran proyectos arquitect—nicos. Sol’an ser proyectos para concursos que,
generalmente, nada ten’an que ver con objetos efectivamente proyectados para la
realizaci—n.
A partir de este a–o, exponemos en Alemania obras de arquitectura y de artes aplicadas.
Pero estos trabajos no son expuestos con la intenci—n de deducir del juicio del pœblico
elementos œtiles respecto a la oportunidad de su ejecuci—n; pretenden en cambio,
mostrar al pueblo, es decir, al artista, al comitente y a las masas en general, las obras
cuyo proyecto est‡ ya en fase ejecutiva.
El Žxito del pœblico de la primera exposici—n que tuvo lugar este mismo a–o fue
extraordinario. Sin embargo, no es esto lo m‡s importante.
En primer lugar, el pueblo debe ver quŽ se construye y c—mo se construye. Esperamos
con ello que tambiŽn el ojo del pueblo llegue a comprender quŽ infinita diligencia e
inmenso trabajo se despliegan en estas construcciones.
Con anterioridad, muchas personas se sent’an en mayor o menor medida autorizadas a
ejercer ante tales obras una cr’tica que puedo sin m‡s calificar de apresurada y
superficial. Esta cr’tica ha atormentado a muchos grandes e importantes arquitectos y,
en algœn caso, les ha llevado incluso a la muerte.
Esto se halla en estrecha relaci—n con el hecho de que a las masas s—lo en una m’nima
proporci—n les es permitido volver la mirada hacia la desmesurada cantidad de trabajo
que tales construcciones entra–an, con el hecho de que estas masas azuzadas por
pedantes cr’ticos profesionales, caen con demasiada facilidad en el error de criticar, sin
reparar en la inmensa carga de trabajo, de esfuerzos y penalidades que pesan sobre
aquellos a quienes debemos estas obras.
El pueblo debe ver con sus propios ojos, a travŽs del desarrollo de estas obras, quŽ
inmensa diligencia se requiere para proyectar obras tan poderosas y llevarlas a tŽrmino
con escrœpulo y cuidado hasta en los m‡s m’nimos detalles. Entonces Žl se detendr‡ con
devoci—n y reverencia ante estas monumentales creaciones colectivas y ser‡ adem‡s
educado en nuestras espec’ficas concepciones art’sticas.
Pero el segundo motivo es el de permitir a los propios artistas aprender.
Puesto que generalmente el artista tiene una idea s—lo de lo que est‡ ya constru’do.
Si se quiere imprimir a una determinada Žpoca una impronta estil’stica unitaria, es
importante que los artistas puedan conocer rec’procamente las obras ya in fieri, para as’
aprender los unos de los otros. Porque en el campo art’stico no pueden existir patentes.
Obviamente, debe constituir un motivo de orgullo para todo artista lograr enriquecer el
contexto cultural con elementos propios. Sin embargo, es importante que esto no
suponga una confusi—n, sino que resulte un conjunto coordinado, del mismo modo que
el cuerpo de la Naci—n puede y debe representar una estructura unitaria.
El arte de nuestro nuevo Reich debe caracterizarse por una homogeneidad tal que en los
siglos por venir se pueda reconocer sin la menos vacilaci—n que se trata de una obra del
pueblo alem‡n y de esta nuestra Žpoca. Pero para que esto ocurra es necesario que los
artistas se dejen influenciar y enriquecer por las obras de los dem‡s ya desde la
concepci—n de las mismas, de forma que su visi—n se ensanche y alcancen a calibrar la
grandeza de las tareas que esta Žpoca exigen en base a las soluciones ya existentes y al
modo con que los dem‡s las han afrontado.
En tercer lugar, Áincluso el comitente sacar‡ sus ense–anzas ! TambiŽn Žl podr‡ extraer
una orientaci—n y podr‡ sin duda verse enriquecido, gracias a estas exposiciones podr‡
hacerse una idea de c—mo pueden ser concebidos y llevados a tŽrmino grandes
objetivos.
A este respecto alguien podr’a objetar: Àpero es verdaderamente posible construir hoy?
Ciertamente, queridos compatriotas, es indudable que nuestra actividad constructiva,
como todo lo que realizamos en nuestro Reich, no est‡ s—lo determinada por la
oportunidad espec’fica, sino que, est‡ sometida tambiŽn a ineluctables exigencias
generales.
Este a–o, por ejemplo, para asegurar la paz en nuestro Reich, ha sido necesario sustraer
muchos centenares de miles de trabajadores de las canteras del interior del Reich para
emplearlos en la construcci—n de nuestras fortificaciones del oeste. Ello ha comportado
ciertas dificultades en algœn caso. Pero se trat— de un hecho transitorio. La fuerza de
trabajo actualmente empleada en las grandes construcciones militares, cuarteles y
fortificaciones refluir‡ y quedar‡ totalmente disponible para los dem‡s trabajos.
Lo que en verdad importa es que nuestra actividad constructiva y el desarrollo de
nuestras ciudades sean, antes que nada, escrupulosamente meditadas y planificadas. En
las obras aqu’ expuestas no debŽis ver el resultado del trabajo realizado entre la
exposici—n precedente y la actual; en ellas se concreta el trabajo de mucho, muchos
a–os, proyectos que, en lo que a m’ respecta, pueden incluso remontarse a decenios de
actividad y, en lo que concierne a su concreta elaboraci—n, pueden abarcar a–os de
cuidad’simo trabajo. Puede ocurrir que los modelos expuestos deban sufrir ciertas
modificaciones que apenas se podr‡n realizar a escala 1/1, o bien que sea necesario
introducir correcciones en la fase final de los trabajos.
Lo que est‡is viendo aqu’ no es, pues, el fruto de un d’a de trabajo, sino de un a–o de
plena dedicaci—n, en el que se han estudiado los problemas hasta el m‡s m’nimo
detalle. Debemos dec’rselo abiertamente a los supercr’ticos que, sin conocimiento de
causa, pretenden emitir apresurados juicios.
Cu‡n necesario es elaborar en profundidad los grandes objetivos urban’sticos e algo
que deber’an tener muy presente ciertas administraciones locales y ciertas empresas
privadas que declaran poder elaborar unos planos, pero que no est‡n en condiciones de
iniciar las obras correspondientes. Hay que responderles: "Vuestros planos no est‡n
todav’a en condiciones de ser iniciados, debŽis elaborarlos primero durante dos o tres
a–os. Haced ante los modelos oportunos y no pensŽis que vuestros primeros modelos
bastan para pasar a la ejecuci—n. Ni siquiera las obras de los m‡s grandes maestros
nacen en un d’a".
Si nuestras autoridades pœblicas y nuestras empresas privadas estudian en profundidad
los problemas constructivos, y si el tr‡fico urbano es analizado y resuelto correctamente
transcurren a–os antes de que se concreten en proyectos verdaderamente dignos de ser
realizados. Creedme. Una vez estos proyectos sean considerados dignos de ser
realizados, podŽis estar seguros de que no faltar‡ ni mano de obra ni materiales para su
ejecuci—n.
Á TambiŽn nosotros hemos trabajado en ello ! Deseo citar s—lo un proyecto: el del
nuevo teatro de la —pera de Munich. Durante muchos a–os se ha trabajado en Žl y ahora
va adquiriendo gradualmente forma y estructura. Mas todav’a falta mucho hasta que
estŽ definitivamente listo para su ejecuci—n. Y esto es igualmente v‡lido para los
grandes edificios de Berl’n y para los proyectos de las restantes zonas del Reich.
Á No olvidemos jam‡s que nosotros no construimos para el presente, sino para el futuro
!
Por ello, hay que construir de una manera que sea grande, s—lida y duradera y,
consecuentemente, digna y bella. El cliente o el arquitecto a los que en un momento
dado, una tonter’a arquitect—nica les pueda parecer sobresaliente o interesante, deben
pensar si su proyecto puede resistir la cr’tica de los siglos. Á Esto es lo importante !
Decirlo es f‡cil, pero de hecho existen innumerables ejemplos de trabajos en los que no
se ha pensado en ello, trabajos que no corresponden al f’n asignado y que, por tanto, no
satisfacen el objetivo propuesto ni mucho menos lo podr‡n satisfacer en un futuro
lejano.
TambiŽn ahora voy a limitarme a un solo ejemplo. En Alemania hay aproximadamente
40 millones de protestantes. Estos protestantes han construido en Bel’n una catedral que
sirve de iglesia central en la capital del Reich Alem‡n para los tres millones y medio de
practicantes que all’ residen.
La catedral tiene una capacidad de 2450 asientos, numerados, para las m‡s eminentes
familias protestantes.
ÁCompatriotas ! Y esto sucede en la Žpoca del llamado desarrollo democr‡tico. ÁTanto
m‡s democr‡ticos tendr’an que ser las iglesias que se ocupan de las almas y no de
corporaciones o clases ! Resulta muy dif’cil comprender c—mo una iglesia central con
2450 asientos puede atender las necesidades espirituales de tres millones y medio de
personas. Las dimensiones de este edificio, compatriotas, no est‡n condicionadas por la
tŽcnica constructiva. Este edificio es el resultado de una concepci—n arquitect—nica tan
mezquina como irreflexiva. En realidad esta catedral deber’a poder acoger a 100.000
personas. Seguramente se me objetar‡, ÀcreŽis que se llegar’an a congregar en ella
100.000 personas?.
Contestar a esto no es una cuesti—n m’a, sino de la Iglesia. Pero comprendereis que
nosotros, que constitu’mos un autŽntico movimiento popular, debemos tener en cuenta
al pueblo en nuestros edificios, debemos construir salas que puedan albergar a 150.000
— 200.000 personas. Es decir:
Debemos construir edificios tan grandes cuanto las posibilidades tŽcnicas actuales lo
consientan, y debemos construirlos para la eternidad.
Otro ejemplo, esta vez referido al teatro. Una peque–a ciudad de 15-20.000 habitantes,
erige hacia 1800 un teatro con capacidad para 1200 personas. Posteriormente,
interviene la polic’a encargada de la seguridad de los edificios y comienza a limitar, por
motivos de seguridad, el nœmero de espectadores. Pero en el mismo per’odo el nœmero
de habitantes se eleva a 100 — 150.000, con lo que el espacio h‡bil para los
espectadores disminuye mientras que el nœmero de habitantes crece incesantemente. En
un determinado momento surge la necesidad de construir un nuevo teatro y he aqu’ que
el nuevo teatro para esta ciudad de 130.000 habitantes tiene una vez m‡s capacidad
para 1000-1200 personas, exactamente la misma cantidad que hace cien a–os pod’a
albergar el viejo teatro.
Pero se olvida que entretanto nuestros compositores - citemos por ejemplo a Richard
Wagner - han aumentado el nœmero de instrumentos de 15 a 60, que con coro y
comparsas han crecido tambiŽn, y sobre todo que los dispositivos tŽcnicos requieren
muchas m‡s personas, de modo que hoy este teatro cuenta con 450 — 500 personas
entre mayoristas, coristas, solistas, bailarines y bailarinas, en total 450 — 500
trabajadores, Á y mil personas para ver el espect‡culo ! Esto significa que, Á cada dos
espectadores deben costear a un ejecutante ! Una cosa as’ quiz‡ fuera concebible en una
Žpoca capitalista. Entre nosotros, esto no es posible, porque debemos mantener nuestros
teatros con los medios del pueblo.
Si es, pues, necesario que nuestras masas entren en nuestros teatros, Žstos deben tener
una dimensi—n adecuada.
ÀC—mo, se puede objetar, querŽis construir un teatro de la —pera con 3000 asientos ?
"Ciertamente, podremos aumentar esta capacidad porque queremos que la participaci—n
popular pueda expresarse a travŽs de miles y miles de personas".
Esto mismo es v‡lido para otros edificios. Hoy o’mos decir a menudo a prop—sito de
edificios estatales, edificios comunales, etc. que apenas el edifico estŽ terminado, ya
ser‡ demasiado peque–o. Se–ores, es necesario reflexionar sobre este punto, reflexionar
desde el principio sobre las necesidades que se presentar‡n en un futuro humanamente
previsible para as’ adoptar medidas justas.
A este prop—sito quisiera recordar que una actividad constructiva verdaderamente
monumental comporta una sagaz y œtil limitaci—n del crecimiento de las instituciones
pœblicas, que de otra forma provocar’a en breve una proliferaci—n cancerosa. Cuanto
m‡s monumentales son los edificios, cuanto m‡s grandiosa es su concepci—n, tanto m‡s
imponen por s’ mismos un l’mite a la extensi—n de la administraci—n.
No hay nada peor que la competencia entre las administraciones a prop—sito del nœmero
de despachos. As’ una administraci—n declara: "Á Nosotros tenemos 2300 en nuestro
ministerio!", y en seguida, la vecina afirma: "Á No podemos de ningœn modo tener
menos de 2600!". Esto depende del hecho de que se confunde el significado de estas
instituciones, que asumen, estoy seguro, una funci—n espiritual central, con el de sedes
administrativas primitivas que no tienen nada que ver con la funci—n de gu’a.
Es, pues, necesario que en el momento del proyecto se reflexione a fondo, sobre todo
esto, que en nuestras ciudades no se trabaje sin planificaci—n y en la confusi—n, sino que
todos los problemas sean examinados unitariamente y as’, l—gicamente resueltos, es
decir, que no se permita construir aqu’ y all‡ en el espacio urbano sin una planificaci—n
previa y sin finalidad, sino que todos los proyectos constructivos estŽn dispuestos segœn
un orden.
Porque se puede construir de dos modos: en base al primero, cada uno construye como
quiere y donde cree oportuno, en base al segundo se procede segœn una planificaci—n, y
este segundo modo de proceder proporciona soluciones arquitect—nicas grandiosas y
admirables.
Otra objeci—n es "ÀPrecisamente ahora debemos construir tanto?" ÁCiertamente!
Debemos construir ahora m‡s que nunca, porque antes de nosotros no se ha construido
nada en absoluto, o se ha construido a un nivel verdaderamente indecoroso.
Y no olvidemos que nos encontramos hoy en una Žpoca de gran renovaci—n del pueblo
alem‡n. Incluso quien no quer’a convencerse de ello, se ve obligado a admitirlo. As’ es,
en efecto. Para la posteridad, los a–os 1933, 1934, 1935, 1936, 1937, 1938, tendr‡n un
valor muy superior al que hoy les es atribuido por algunos contempor‡neos retr—grados.
Esta Žpoca ser‡ designada como la de m‡s grande resurrecci—n del pueblo alem‡n, la de
la fundaci—n de un potente, grande, fuerte, Reich. Estos a–os ser‡n un d’a designados
como los a–os de la exaltaci—n de un movimiento al que se asignar‡ el mŽrito de haber
fundido ese conglomerado de partidos, categor’as y confesiones que constitu’an el
pueblo alem‡n, en una unidad de esp’ritu y de voluntad.
Una Žpoca semejante tiene no s—lo el derecho, sino tambiŽn el deber de perpetuarse en
tales obras.
Si alguno pregunta: "ÀPor quŽ constru’s hoy m‡s que ayer? ". Yo s—lo puedo
responderle: "Construimos m‡s porque somos m‡s de los que Žramos ayer".
El Reich actual es algo distinto del que hemos dejado atr‡s. No ser‡ un fen—meno
ef’mero, porque no estar‡ gobernado por individualidades, pocas personas o
determinados intereses. Por primera vez en su historia este Reich alem‡n ser‡
gobernado por la conciencia y la voluntad del pueblo alem‡n.
Por ello merece plenamente que se le erijan esos monumentos que un d’a hablar‡n
aunque los hombres callar‡n.
Adem‡s, esta arquitectura fecunda tambiŽn a las dem‡s artes, escultura y pintura. La
verdad de esta afirmaci—n la podŽis sencillamente constatar en dos maravillosas
esculturas aqu’ expuestas. Representan al partido y al ejŽrcito, y pertenecen, sin duda, a
cuanto de m‡s bello se haya creado nunca en Alemania.
TambiŽn las artes aplicadas reciben de ella un gran impulso; por ello hemos asociado a
la Exposici—n de Arquitectura Alemana la "Exposici—n de las Artes Aplicadas
Alemanas".
Hoy quisiera dar las gracias en particular a aquellos artistas que, aunque no es posible
citarlos individualmente, se han dedicado con infinita aplicaci—n y con fervor
inigualable a estas tareas. Existen innumerables personas que tienen una jornada laboral
de ocho o diez horas, que cada d’a producen un determinado trabajo en un determinado
tiempo.
Esto le es imposible al artista. El trabajo del que est‡ preso no le abandona nunca, le
persigue hasta el sue–o. Est‡ pose’do por su trabajo y no se puede separar de Žl.
No podemos juzgar aisladamente todo lo que estos innumerables artistas alemanes han
producido con una aplicaci—n verdaderamente infatigable y con una fan‡tica
dedicaci—n. Pero si el pueblo alem‡n no puede agradecerles uno a uno todo esto, yo,
como portavoz del pueblo, quiero expresar esta gratitud.
Naturalmente, la gratitud eterna reside en la obra misma. De este modo el artista se
asegura el camino a la inmortalidad. Muchos artistas se encuentran hoy en este camino,
que un d’a lo encontraron y que prosiguen en Žl, os lo mostrar‡ la exposici—n que yo
ahora tengo el honor de abrir.
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Hitler arte

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  • 2. DDDDIIIISSSSCCCCUUUURRRRSSSSOOOO DDDDEEEE HHHHIIIITTTTLLLLEEEERRRR EEEENNNN LLLLAAAA IIIINNNNAAAAUUUUGGGGUUUURRRRAAAACCCCIIIIîîîîNNNN DDDDEEEE LLLLAAAA:::: """"SSSSEEEEGGGGUUUUNNNNDDDDAAAA EEEEXXXXPPPPOOOOSSSSIIIICCCCIIIIîîîîNNNN AAAALLLLEEEEMMMMAAAANNNNAAAA DDDDEEEE AAAARRRRQQQQUUUUIIIITTTTEEEECCCCTTTTUUUURRRRAAAA YYYY AAAARRRRTTTTEEEESSSS AAAAPPPPLLLLIIIICCCCAAAADDDDAAAASSSS"""" Al igual que en otros pa’ses, tambiŽn en Alemania las exposiciones de arte eran antes un fen—meno muy frecuente, pero se trataba, sobre todo, de muestras dedicadas a las obras pl‡sticas y pict—ricas. Muy raramente se visitaban muestras en las que se expusieran proyectos arquitect—nicos. Sol’an ser proyectos para concursos que, generalmente, nada ten’an que ver con objetos efectivamente proyectados para la realizaci—n. A partir de este a–o, exponemos en Alemania obras de arquitectura y de artes aplicadas. Pero estos trabajos no son expuestos con la intenci—n de deducir del juicio del pœblico elementos œtiles respecto a la oportunidad de su ejecuci—n; pretenden en cambio, mostrar al pueblo, es decir, al artista, al comitente y a las masas en general, las obras cuyo proyecto est‡ ya en fase ejecutiva. El Žxito del pœblico de la primera exposici—n que tuvo lugar este mismo a–o fue extraordinario. Sin embargo, no es esto lo m‡s importante. En primer lugar, el pueblo debe ver quŽ se construye y c—mo se construye. Esperamos con ello que tambiŽn el ojo del pueblo llegue a comprender quŽ infinita diligencia e inmenso trabajo se despliegan en estas construcciones. Con anterioridad, muchas personas se sent’an en mayor o menor medida autorizadas a ejercer ante tales obras una cr’tica que puedo sin m‡s calificar de apresurada y superficial. Esta cr’tica ha atormentado a muchos grandes e importantes arquitectos y, en algœn caso, les ha llevado incluso a la muerte. Esto se halla en estrecha relaci—n con el hecho de que a las masas s—lo en una m’nima proporci—n les es permitido volver la mirada hacia la desmesurada cantidad de trabajo que tales construcciones entra–an, con el hecho de que estas masas azuzadas por pedantes cr’ticos profesionales, caen con demasiada facilidad en el error de criticar, sin reparar en la inmensa carga de trabajo, de esfuerzos y penalidades que pesan sobre aquellos a quienes debemos estas obras. El pueblo debe ver con sus propios ojos, a travŽs del desarrollo de estas obras, quŽ inmensa diligencia se requiere para proyectar obras tan poderosas y llevarlas a tŽrmino con escrœpulo y cuidado hasta en los m‡s m’nimos detalles. Entonces Žl se detendr‡ con devoci—n y reverencia ante estas monumentales creaciones colectivas y ser‡ adem‡s educado en nuestras espec’ficas concepciones art’sticas. Pero el segundo motivo es el de permitir a los propios artistas aprender. Puesto que generalmente el artista tiene una idea s—lo de lo que est‡ ya constru’do. Si se quiere imprimir a una determinada Žpoca una impronta estil’stica unitaria, es importante que los artistas puedan conocer rec’procamente las obras ya in fieri, para as’ aprender los unos de los otros. Porque en el campo art’stico no pueden existir patentes. Obviamente, debe constituir un motivo de orgullo para todo artista lograr enriquecer el contexto cultural con elementos propios. Sin embargo, es importante que esto no suponga una confusi—n, sino que resulte un conjunto coordinado, del mismo modo que el cuerpo de la Naci—n puede y debe representar una estructura unitaria.
  • 3. El arte de nuestro nuevo Reich debe caracterizarse por una homogeneidad tal que en los siglos por venir se pueda reconocer sin la menos vacilaci—n que se trata de una obra del pueblo alem‡n y de esta nuestra Žpoca. Pero para que esto ocurra es necesario que los artistas se dejen influenciar y enriquecer por las obras de los dem‡s ya desde la concepci—n de las mismas, de forma que su visi—n se ensanche y alcancen a calibrar la grandeza de las tareas que esta Žpoca exigen en base a las soluciones ya existentes y al modo con que los dem‡s las han afrontado. En tercer lugar, Áincluso el comitente sacar‡ sus ense–anzas ! TambiŽn Žl podr‡ extraer una orientaci—n y podr‡ sin duda verse enriquecido, gracias a estas exposiciones podr‡ hacerse una idea de c—mo pueden ser concebidos y llevados a tŽrmino grandes objetivos. A este respecto alguien podr’a objetar: Àpero es verdaderamente posible construir hoy? Ciertamente, queridos compatriotas, es indudable que nuestra actividad constructiva, como todo lo que realizamos en nuestro Reich, no est‡ s—lo determinada por la oportunidad espec’fica, sino que, est‡ sometida tambiŽn a ineluctables exigencias generales. Este a–o, por ejemplo, para asegurar la paz en nuestro Reich, ha sido necesario sustraer muchos centenares de miles de trabajadores de las canteras del interior del Reich para emplearlos en la construcci—n de nuestras fortificaciones del oeste. Ello ha comportado ciertas dificultades en algœn caso. Pero se trat— de un hecho transitorio. La fuerza de trabajo actualmente empleada en las grandes construcciones militares, cuarteles y fortificaciones refluir‡ y quedar‡ totalmente disponible para los dem‡s trabajos. Lo que en verdad importa es que nuestra actividad constructiva y el desarrollo de nuestras ciudades sean, antes que nada, escrupulosamente meditadas y planificadas. En las obras aqu’ expuestas no debŽis ver el resultado del trabajo realizado entre la exposici—n precedente y la actual; en ellas se concreta el trabajo de mucho, muchos a–os, proyectos que, en lo que a m’ respecta, pueden incluso remontarse a decenios de actividad y, en lo que concierne a su concreta elaboraci—n, pueden abarcar a–os de cuidad’simo trabajo. Puede ocurrir que los modelos expuestos deban sufrir ciertas modificaciones que apenas se podr‡n realizar a escala 1/1, o bien que sea necesario introducir correcciones en la fase final de los trabajos. Lo que est‡is viendo aqu’ no es, pues, el fruto de un d’a de trabajo, sino de un a–o de plena dedicaci—n, en el que se han estudiado los problemas hasta el m‡s m’nimo detalle. Debemos dec’rselo abiertamente a los supercr’ticos que, sin conocimiento de causa, pretenden emitir apresurados juicios. Cu‡n necesario es elaborar en profundidad los grandes objetivos urban’sticos e algo que deber’an tener muy presente ciertas administraciones locales y ciertas empresas privadas que declaran poder elaborar unos planos, pero que no est‡n en condiciones de iniciar las obras correspondientes. Hay que responderles: "Vuestros planos no est‡n todav’a en condiciones de ser iniciados, debŽis elaborarlos primero durante dos o tres a–os. Haced ante los modelos oportunos y no pensŽis que vuestros primeros modelos bastan para pasar a la ejecuci—n. Ni siquiera las obras de los m‡s grandes maestros nacen en un d’a". Si nuestras autoridades pœblicas y nuestras empresas privadas estudian en profundidad los problemas constructivos, y si el tr‡fico urbano es analizado y resuelto correctamente transcurren a–os antes de que se concreten en proyectos verdaderamente dignos de ser realizados. Creedme. Una vez estos proyectos sean considerados dignos de ser realizados, podŽis estar seguros de que no faltar‡ ni mano de obra ni materiales para su ejecuci—n.
  • 4. Á TambiŽn nosotros hemos trabajado en ello ! Deseo citar s—lo un proyecto: el del nuevo teatro de la —pera de Munich. Durante muchos a–os se ha trabajado en Žl y ahora va adquiriendo gradualmente forma y estructura. Mas todav’a falta mucho hasta que estŽ definitivamente listo para su ejecuci—n. Y esto es igualmente v‡lido para los grandes edificios de Berl’n y para los proyectos de las restantes zonas del Reich. Á No olvidemos jam‡s que nosotros no construimos para el presente, sino para el futuro ! Por ello, hay que construir de una manera que sea grande, s—lida y duradera y, consecuentemente, digna y bella. El cliente o el arquitecto a los que en un momento dado, una tonter’a arquitect—nica les pueda parecer sobresaliente o interesante, deben pensar si su proyecto puede resistir la cr’tica de los siglos. Á Esto es lo importante ! Decirlo es f‡cil, pero de hecho existen innumerables ejemplos de trabajos en los que no se ha pensado en ello, trabajos que no corresponden al f’n asignado y que, por tanto, no satisfacen el objetivo propuesto ni mucho menos lo podr‡n satisfacer en un futuro lejano. TambiŽn ahora voy a limitarme a un solo ejemplo. En Alemania hay aproximadamente 40 millones de protestantes. Estos protestantes han construido en Bel’n una catedral que sirve de iglesia central en la capital del Reich Alem‡n para los tres millones y medio de practicantes que all’ residen. La catedral tiene una capacidad de 2450 asientos, numerados, para las m‡s eminentes familias protestantes. ÁCompatriotas ! Y esto sucede en la Žpoca del llamado desarrollo democr‡tico. ÁTanto m‡s democr‡ticos tendr’an que ser las iglesias que se ocupan de las almas y no de corporaciones o clases ! Resulta muy dif’cil comprender c—mo una iglesia central con 2450 asientos puede atender las necesidades espirituales de tres millones y medio de personas. Las dimensiones de este edificio, compatriotas, no est‡n condicionadas por la tŽcnica constructiva. Este edificio es el resultado de una concepci—n arquitect—nica tan mezquina como irreflexiva. En realidad esta catedral deber’a poder acoger a 100.000 personas. Seguramente se me objetar‡, ÀcreŽis que se llegar’an a congregar en ella 100.000 personas?. Contestar a esto no es una cuesti—n m’a, sino de la Iglesia. Pero comprendereis que nosotros, que constitu’mos un autŽntico movimiento popular, debemos tener en cuenta al pueblo en nuestros edificios, debemos construir salas que puedan albergar a 150.000 — 200.000 personas. Es decir: Debemos construir edificios tan grandes cuanto las posibilidades tŽcnicas actuales lo consientan, y debemos construirlos para la eternidad. Otro ejemplo, esta vez referido al teatro. Una peque–a ciudad de 15-20.000 habitantes, erige hacia 1800 un teatro con capacidad para 1200 personas. Posteriormente, interviene la polic’a encargada de la seguridad de los edificios y comienza a limitar, por motivos de seguridad, el nœmero de espectadores. Pero en el mismo per’odo el nœmero de habitantes se eleva a 100 — 150.000, con lo que el espacio h‡bil para los espectadores disminuye mientras que el nœmero de habitantes crece incesantemente. En un determinado momento surge la necesidad de construir un nuevo teatro y he aqu’ que el nuevo teatro para esta ciudad de 130.000 habitantes tiene una vez m‡s capacidad para 1000-1200 personas, exactamente la misma cantidad que hace cien a–os pod’a albergar el viejo teatro. Pero se olvida que entretanto nuestros compositores - citemos por ejemplo a Richard Wagner - han aumentado el nœmero de instrumentos de 15 a 60, que con coro y comparsas han crecido tambiŽn, y sobre todo que los dispositivos tŽcnicos requieren
  • 5. muchas m‡s personas, de modo que hoy este teatro cuenta con 450 — 500 personas entre mayoristas, coristas, solistas, bailarines y bailarinas, en total 450 — 500 trabajadores, Á y mil personas para ver el espect‡culo ! Esto significa que, Á cada dos espectadores deben costear a un ejecutante ! Una cosa as’ quiz‡ fuera concebible en una Žpoca capitalista. Entre nosotros, esto no es posible, porque debemos mantener nuestros teatros con los medios del pueblo. Si es, pues, necesario que nuestras masas entren en nuestros teatros, Žstos deben tener una dimensi—n adecuada. ÀC—mo, se puede objetar, querŽis construir un teatro de la —pera con 3000 asientos ? "Ciertamente, podremos aumentar esta capacidad porque queremos que la participaci—n popular pueda expresarse a travŽs de miles y miles de personas". Esto mismo es v‡lido para otros edificios. Hoy o’mos decir a menudo a prop—sito de edificios estatales, edificios comunales, etc. que apenas el edifico estŽ terminado, ya ser‡ demasiado peque–o. Se–ores, es necesario reflexionar sobre este punto, reflexionar desde el principio sobre las necesidades que se presentar‡n en un futuro humanamente previsible para as’ adoptar medidas justas. A este prop—sito quisiera recordar que una actividad constructiva verdaderamente monumental comporta una sagaz y œtil limitaci—n del crecimiento de las instituciones pœblicas, que de otra forma provocar’a en breve una proliferaci—n cancerosa. Cuanto m‡s monumentales son los edificios, cuanto m‡s grandiosa es su concepci—n, tanto m‡s imponen por s’ mismos un l’mite a la extensi—n de la administraci—n. No hay nada peor que la competencia entre las administraciones a prop—sito del nœmero de despachos. As’ una administraci—n declara: "Á Nosotros tenemos 2300 en nuestro ministerio!", y en seguida, la vecina afirma: "Á No podemos de ningœn modo tener menos de 2600!". Esto depende del hecho de que se confunde el significado de estas instituciones, que asumen, estoy seguro, una funci—n espiritual central, con el de sedes administrativas primitivas que no tienen nada que ver con la funci—n de gu’a. Es, pues, necesario que en el momento del proyecto se reflexione a fondo, sobre todo esto, que en nuestras ciudades no se trabaje sin planificaci—n y en la confusi—n, sino que todos los problemas sean examinados unitariamente y as’, l—gicamente resueltos, es decir, que no se permita construir aqu’ y all‡ en el espacio urbano sin una planificaci—n previa y sin finalidad, sino que todos los proyectos constructivos estŽn dispuestos segœn un orden. Porque se puede construir de dos modos: en base al primero, cada uno construye como quiere y donde cree oportuno, en base al segundo se procede segœn una planificaci—n, y este segundo modo de proceder proporciona soluciones arquitect—nicas grandiosas y admirables. Otra objeci—n es "ÀPrecisamente ahora debemos construir tanto?" ÁCiertamente! Debemos construir ahora m‡s que nunca, porque antes de nosotros no se ha construido nada en absoluto, o se ha construido a un nivel verdaderamente indecoroso. Y no olvidemos que nos encontramos hoy en una Žpoca de gran renovaci—n del pueblo alem‡n. Incluso quien no quer’a convencerse de ello, se ve obligado a admitirlo. As’ es, en efecto. Para la posteridad, los a–os 1933, 1934, 1935, 1936, 1937, 1938, tendr‡n un valor muy superior al que hoy les es atribuido por algunos contempor‡neos retr—grados. Esta Žpoca ser‡ designada como la de m‡s grande resurrecci—n del pueblo alem‡n, la de la fundaci—n de un potente, grande, fuerte, Reich. Estos a–os ser‡n un d’a designados como los a–os de la exaltaci—n de un movimiento al que se asignar‡ el mŽrito de haber fundido ese conglomerado de partidos, categor’as y confesiones que constitu’an el pueblo alem‡n, en una unidad de esp’ritu y de voluntad.
  • 6. Una Žpoca semejante tiene no s—lo el derecho, sino tambiŽn el deber de perpetuarse en tales obras. Si alguno pregunta: "ÀPor quŽ constru’s hoy m‡s que ayer? ". Yo s—lo puedo responderle: "Construimos m‡s porque somos m‡s de los que Žramos ayer". El Reich actual es algo distinto del que hemos dejado atr‡s. No ser‡ un fen—meno ef’mero, porque no estar‡ gobernado por individualidades, pocas personas o determinados intereses. Por primera vez en su historia este Reich alem‡n ser‡ gobernado por la conciencia y la voluntad del pueblo alem‡n. Por ello merece plenamente que se le erijan esos monumentos que un d’a hablar‡n aunque los hombres callar‡n. Adem‡s, esta arquitectura fecunda tambiŽn a las dem‡s artes, escultura y pintura. La verdad de esta afirmaci—n la podŽis sencillamente constatar en dos maravillosas esculturas aqu’ expuestas. Representan al partido y al ejŽrcito, y pertenecen, sin duda, a cuanto de m‡s bello se haya creado nunca en Alemania. TambiŽn las artes aplicadas reciben de ella un gran impulso; por ello hemos asociado a la Exposici—n de Arquitectura Alemana la "Exposici—n de las Artes Aplicadas Alemanas". Hoy quisiera dar las gracias en particular a aquellos artistas que, aunque no es posible citarlos individualmente, se han dedicado con infinita aplicaci—n y con fervor inigualable a estas tareas. Existen innumerables personas que tienen una jornada laboral de ocho o diez horas, que cada d’a producen un determinado trabajo en un determinado tiempo. Esto le es imposible al artista. El trabajo del que est‡ preso no le abandona nunca, le persigue hasta el sue–o. Est‡ pose’do por su trabajo y no se puede separar de Žl. No podemos juzgar aisladamente todo lo que estos innumerables artistas alemanes han producido con una aplicaci—n verdaderamente infatigable y con una fan‡tica dedicaci—n. Pero si el pueblo alem‡n no puede agradecerles uno a uno todo esto, yo, como portavoz del pueblo, quiero expresar esta gratitud. Naturalmente, la gratitud eterna reside en la obra misma. De este modo el artista se asegura el camino a la inmortalidad. Muchos artistas se encuentran hoy en este camino, que un d’a lo encontraron y que prosiguen en Žl, os lo mostrar‡ la exposici—n que yo ahora tengo el honor de abrir.