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Jill Tomlinson
La gata
que quería
volver a casa
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LA GATA QUE QUERIA
VOLVER A CASA
miñón Libros Infantiles y Juveniles
Colección: LAS CAMPANAS
Serie: Cuentos
Diseño de la colección: Adolfo Calleja
LA GATA QUE QUERIA VOLVER A CASA
Maquetación: Adolfo Calleja
Reproducción: Foto Castilla. Valladolid
Impresión: Macrolibros S.A. Valladolid
O Jill Tomlinson
Publicada en inglés por Methuen é Co. Ltd, London,
con el título «The Cat Who
Wanted Go Home»
O Edición española, Miñón, S.A.,
Vázquez de Menchaca, 10
Valladolid
I.S.B.N.: 84-355-0483-2
Depósito legal: VA-118-81
Jill Tomlinson
LA GATA QUE QUERIA
VOLVER A CASA
Ilustraciones de Ana Bermejo
ebiToriaL MIÑÓN
A Tricia
y sus hijos
Joanna, Roderick y Caroline,
sin olvidar
a D. H.
DURAN
Indice
Un cesto poco corriente ....... 6
Ir y volver no es bueno ........ 19
¡Sólo
era un juego! ........... 29
Un gato nadando a lo perro ... 36
El camino más húmedo ....... 44
Suzy a punto de naufragar .... 54
¿A casa en coche? ............ 64
Pontintentoasa “Won IE. 74
Un cesto poco corriente
1.
Suzy era una gatita atigrada. Tenía
unos bigotes blancos, tiesos y almido-
E
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nados, y en las patas calcetines a rayas
como los de un futbolista.
Suzy vivía en la casa de un pescador,
en un pueblecito costero de Francia. El
pescador tenía cuatro hijos: Pedro de
diez años, Enrique de ocho, Pablo de
seis y Gaby de cuatro. Cuando se ponían
en fila, parecían los peldaños de una
escalera.
Los niños jugaban con Suzy y la lle-
vaban siempre con ellos a todas partes.
Pedro, el mayor, hizo a Suzy un afi-
lador enrollando un trozo de alfombra
vieja a una pata de la mesa de la cocina.
Así Suzy podía afilarse las uñas siempre
que quisiera.
Enrique conocía muy bien en qué
parte de la tripa salpicada de lunares
tenía Suzy más cosquillas. Y Enrique
sabía hacer cosquillas con mucha habi-
lidad.
Pablo había hecho a Suzy un juguete,
que consistía en una bola de papel atada
7
y
a una larga cuerda. Pablo arrastraba la
bola por el suelo para que la gata la
cazase. Como Suzy corría muy deprisa,
pronto alcanzaba a Pablo y daba zar-
pazos a la pelota de papel una y otra
vez. Pablo tenía que pararse para reco-
brar aliento y entonces, tirando de la
cuerda, levantaba la pelota por encima
de la cabeza de Suzy, que brincaba y
8
saltaba para cogerla. Cuando la gata
estaba a punto de tocar la pelota, Pablo
tiraba de nuevo de la cuerda. Sí, Pablo
era muy divertido.
Pero Gaby, el más pequeño, era el
mejor. Suzy le adoraba por una sencilla
razón. Gaby desconocía la manera
apropiada de acariciar a un gato. A la
mayoría de los gatos les gusta que les
acaricien de la cabeza a la cola, o sea, en
el sentido del pelo. Pero Gaby siempre
atusaba a Suzy a contrapelo, de la cola
a la cabeza, y a Suzy eso le encantaba.
Se retorcía de gusto bajo la mano del
niño, ronroneando como una máquina
de coser y pidiéndole que lo hiciera otra
vez y otra. Aquello le gustaba más que
nada del mundo. Sí, más que comer
pescado, y eso que a Suzy le gustaba
muchísimo el pescado, que era lo que
tomaba a diario de almuerzo y de cena.
Los niños solían ayudar a su padre
cuando éste volvía a casa en su barca
9
con la pesca del día. Todos los días le
esperaban en el muelle Pedro, Enrique,
Pablo y Gaby y también Suzy. Ella
sabía que le darían el pescado que era
demasiado pequeño para ser puesto a la
venta. Siempre había algo para Suzy,
hasta cuando la pesca no había sido
demasiado buena. Si los chicos no la
obligaran a hacer ejercicio, se habría
puesto muy gorda.
10
Suzy detestaba que los niños estuvie-
sen en la escuela. Durante ese tiempo no
tenía a nadie con quien jugar, nadie que
bambolease encima de su cabeza una
pelota de papel o le diese ocasión de
subirse a los árboles. Así que daba vuel-
tas y correteaba sola por el muelle o se
iba a explorar por su cuenta los campos
de detrás del pueblo.
Un día en que andaba cazando mari-
posas por el campo, casi se dio de bruces
contra un gran cesto. Para Suzy los
cestos eran un objeto familiar — había
montones de ellos en el puerto—, pero
éste era mucho más grande que todos
los que había visto hasta entonces. Lle-
na de curiosidad, se subió al borde del
cesto y se asomó a su interior. Aquel
cesto era tan grande que tenía en su
fondo un taburete de madera. Y debajo
del taburete había una sombra delicio-
sa.
Era un día muy caluroso. Suzy deci-
11
dió echarse allí una siestecita. Saltó
suavemente dentro del cesto y se tumbó
bajo el taburete metiendo el hocico en-
tre el rabo. Así enroscada parecía un
enorme y peludo caracol.
Muy pronto Suzy dormía profunda-
mente.
Cuando despertó, notó algo muy pe-
culiar. El cesto parecía balancearse de
un lado a otro arrullándola. De un
brinco Suzy se subió al borde, dispuesta
a saltar hacia afuera, pero cambió in-
mediatamente de decisión al mirar
desde lo alto. El suelo se encontraba
lejos, muy lejos allá abajo, demasiado
lejos para lanzarse a él. Al ver que el
cesto temblaba otra vez, se sujetó fuer-
temente agarrándose con las uñas a una
cuerda.
¿Cuerdas? No recordaba haberlas
visto cuando trepó al cesto. Miró hacia
arriba. Las cuerdas estaban sujetas a un
enorme globo, un globo descomunal.
12
¡Suzy se elevaba volando por el cielo en
un cesto suspendido de un globo!
¡Pobre Suzy! Se deslizó hacia abajo y
se acurrucó en el suelo, temblando de
miedo.
Entonces sintió una mano suave so-
bre el lomo y, al mirar hacia arriba, se
encontró con que había un hombre con
ella dentro del cesto.
— Hola, gatita —dijo—. Yo no te ha-
bía invitado, pero ahora es demasiado
tarde para devolverte a tierra. Tendrás
que venirte conmigo a Inglaterra.
Suzy no sabía dónde estaba Inglate-
rra, pero sí sabía que ella no quería ir
allí. Quería quedarse en Francia, en su
pequeña aldea de pescadores, con los
niños.
— Chez moi —gimió. Aquello sonó
algo así como «she mua»: Suzy estaba
diciendo en francés que quería volver a
casa.
Pero el hombre maniobraba con su
13
globo, que se tambaleaba violentamen-
te, y estaba demasiado ocupado para
hacer caso a su pequeña pasajera.
Así Suzy volaba en globo sobre el mar
entre Francia e Inglaterra. Le fastidia-
ba el continuo bamboleo de aquel arte-
facto. Pero lo peor era ver desaparecer
la costa de Francia: Francia y con ella
Pedro, Enrique, Pablo y Gaby; Francia
y todo lo que Suzy conocía y amaba.
— Chez mol —repetía gimiendo, pero
nadie la escuchaba.
Grandes nubes como blancas bolas
infladas navegaban por debajo de ellos
y, mucho más abajo, en el .nar, barcos
que parecían de juguete. El espectáculo
era realmente interesante y bello, pero
Suzy no estaba en condiciones de apre-
ciarlo. No podía apartar de su mente el
pensamiento de cómo podría atravesar
aquella enorme superficie de agua para
regresar a casa.
Aterrizaron en Inglaterra con un
gran golpetazo. Suzy no se dio cuenta de
que estaban de nuevo en tierra porque
durante el trayecto final había mante-
nido los ojos fuertemente cerrados.
Pronto saltó de la cesta y echó a correr.
Toda prisa le parecía poca para alejarse
del globo aquel.
15
Estaba muerta de hambre. Se dirigió
corriendo hacia donde olía a pescado.
Pero el olor venía del mar y allí ni había
peces ni barcos de pesca. Era una ciudad
de la costa inglesa que no se parecía en
nada a su pueblecito.
Frente al mar había una gran expla-
nada de cemento, con escaleras que ba-
jaban hasta la playa.
¡Pobre Suzy! Se sentó en las escaleras
mirando tristísima a las olas. ¿Cómo iba
a volver a casa a través de toda aquella
agua?
Afortunadamente pasó por allí una
dama de la Sociedad Protectora de
Animales. Tenía la especialidad de en-
contrar casas para gatos abandonados.
Cogió a Suzy en brazos y la llevó a casa
de una encantadora anciana, llamada
tía Chon.
— ¿Podría usted ocuparse de esta ga-
tita, tía Chon? — le preguntó la dama de
la Sociedad Protectora de Animales—.
16
Nunca la había visto antes por estos
alrededores, debe de haberse perdido.
— Claro que sí, puede quedarse con-
migo —respondió tía Chon—. Así hará
compañía a Biff.
Biff era el nuevo periquito de tía
Chon, que estaba aprendiendo a hablar.
— Hola, tía Chon — decía con su cas-
cada voz.
Naturalmente, Suzy no entendía el
inglés, pero sí comprendió que era para
ella un platito de leche que le pusieron
delante y que lamió rápidamente hasta
la última gota. Como era una gata muy
bien educada, dijo:
— Merc..
(Palabra que en francés quiere decir
«graclas».)
— ¡Qué maullido tan gracioso tienes!
— dijo tía Chon.
— Merci —repitió Biff.
—¡Oh, qué listo eres, Biff! —exclamó
tía Chon.
pus
—Listo Biff —coreó el periquito—.
Merc..
Suzy durmió aquella noche en una
vieja y confortable butaca. Tía Chon le
hizo caricias y Suzy ronroneó de placer.
Ronroneaba en francés, aunque el ron-
roneo suena igual en todo el mundo.
Pero aquello no era lo mismo que
estar en casa. ¡Suzy echaba de menos
las caricias que Gaby le hacía a contra-
pelo!
18
2. Ir y volver no es bueno
Así fue como Suzy empezó a vivir con
tía Chon y el periquito Biff.
A la mañana siguiente tía Chon sacó
su triciclo para ir de compras. Era un
hermoso triciclo de enormes ruedas con
un cestillo en la parte de atrás. Tía
Chon era demasiado mayor para mon-
tar en una bici sencilla.
Cuando Suzy la vio ponerse el som-
brerito ante el espejo del recibimiento y
sujetárselo al moño con un agujón, sos-
pechó que se disponía a salir.
Tía Chon llevaba unos metros peda-
leando calle abajo cuando de pronto
oyó un maullido detrás de ella.
— Chez mot —era la voz de Suzy.
Tía Chon hizo un brusco viraje y se
detuvo en seco.
19
—¡Eh, gatita, me has asustado! ¿Qué
haces ahí?
Pero Suzy no entendía.
— Chez mot — volvió a exclamar y se
arrellanó poniéndose más cómoda en el
cestillo.
— Bien, puesto que quieres acompa-
ñarme, puedes venir conmigo —dijo la
tía Chon, pedaleando de nuevo —. Pero
siéntate y ve calladita.
De este modo Suzy llegó cómoda-
mente al paseo marítimo, montada en el
triciclo de tía Chon. Al ver otra vez el
mar, se puso muy excitada. Aquella
sábana azul con encajes de espuma ri-
beteando las olas era el lazo que la unía
con Francia. ¡Deseaba tanto volver
pronto a su hogar!
Tía Chon aparcó su triciclo ante la
carnicería y, no bien hubo desaparecido
en su interior, Suzy saltó del cesto, cru-
ZÓ la calle y bajó a la playa. Había niños
por todas partes, jugando con la arena y
20
el agua igual que los niños franceses.
Suzy los sorteó ágilmente y corrió dere-
cha hasta el borde del agua. Tenía la
esperanza de encontrar algún bote de
pesca, como el de sus dueños, pero allí
no había nada que se le pareciera. Sólo
había bañistas y más bañistas saltando
y salpicando en el agua. Estaba tan
embebida contemplando el mar en bus-
ca de alguna barca, que no se dio cuenta
de que las olas empezaban a bañarle las
pezuñas.
—¡Oh, mira, un gatito chapoteando
en la orilla! — dijo una niña a su padre
que estaba sentado en una hamaca
leyendo el periódico.
—Los gatos no chapotean, Carolina
—dijo el padre—. Los gatos odian el
agua.
—Pues ése está chapoteando — dijo
Carolina —. Voy a verle.
Dejó el cubo y la pala con los que
estaba jugando y corrió hacia la orilla.
21
Suzy se había ido un poco más lejos,
pero era fácil encontrarla siguiendo las
huellas de sus patas en la arena.
5 4
Y
22
— Gatito —dijo Carolina acariciando
a Suzy. Suzy se estremeció y se restregó
ronroneando contra la mano de la niña.
— ¡Qué mimosa eres! —dijo la niña
levantando a la gata en vilo y echándo-
sela al hombro —. Ven, te voy a enseñar
a papá. El no me cree que te hayas
mojado las patas.
La niña se encaminaba hacia donde
estaba su padre cuando de repente Suzy
dio un salto y salió corriendo en direc-
ción hacia unas rocas. ¡Había visto algo!
Desde el hombro de Carolina podía ver
mejor por encima de las cabezas de los
bañistas y estaba segura de que había
divisado una barca. ¡Una barca! ¡Por fin
podría volver a casa!
Carolina intentó seguirla, pero Suzy
era mucho más rápida. Además, su pa-
dre se enfadaría si ella desaparecía sin
haberle dicho adónde iba. ¡Qué pena!
Ahora nunca creería que ella había vis-
to a un gato meterse en el agua.
23
Suzy llegó a las rocas y miró por
detrás de ellas. ¡Sí! ¡Allí había una bar-
ca! Era un bote de plástico muy peque-
ño, pero como no había otra cosa ten-
dría que servir. Un niño remaba dentro
del botecillo cerca de las rocas. Suzy
trepó por su superficie cubierta de algas
resbaladizas, para que el niño pudiera
verla, y fijó en él sus grandes ojos ver-
des.
— Chez mol —gritó esperanzada—.
Chez mol.
El niño miró hacia arriba y se quedó
sorprendido al descubrir a Suzy. Nunca
había visto a un gato en la playa.
— ¿Qué quieres, gatito? Me figuro que
no querrás dar un paseo.
Suzy respondió metiéndose de un
brinco en el bote. Allí se hizo un ovillo y
esperó pacientemente. ¡Por fin empren-
día el viaje de vuelta!
Pero, naturalmente, no era así. Nadie
cruza el Canal en un bote de juguete. Al
24
niño sólo le dejaban navegar por las
aguas poco profundas muy cerquita de
la costa. Al cabo de algunos minutos de
1r y volver, sin alejarse del mismo sitio,
Suzy empezó a inquietarse. ¡Así no lle-
garía nunca a Francia!
— Chez mot —volvió a insistir gl-
miendo. ¿Cómo no comprendía el niño
lo importante que era para ella volver a
casa? — Chez mol.
— ¿Qué, quieres bajarte ya? —le pre-
25
guntó el niño —. De acuerdo, espera un
momento. Y acercó la canoa a una roca
lisa. Cuando Suzy se dio cuenta de que
volvían a tierra, perdió toda esperanza
de llegar a Francia en aquel viaje, así
que se dispuso a saltar.
— ¡Ten cuidado con tus uñas! — gritó
el niño de repente al ver que la gata las
clavaba en el plástico —. ¡Vas a pinchar
la barca!
Demasiado tarde. Suzy no entendió
lo que el niño le decía y saltó a la roca
dejando tras sí cuatro grupos de aguje-
ritos por los que el aire comenzó a esca-
parse con un sonoro silbido. No, las
uñas no son buenas para los botes de
plástico.
El niño desembarcó también y arras-
tró el bote hasta la orilla.
— Es la última vez que llevo un gato a
bordo — gruñó sacando de una bolsa el
estuche de herramientas para reparar la
embarcación.
26
El bote perdía aire por momentos
y estaba completamente desinflado
cuando Suzy llegó a la carnicería.
El triciclo de tía Chon ya no estaba
allí, pero Suzy recordaba el camino que
conducía a la casa de aquélla y hacia allí
se encaminó.
— ¿Dónde has estado, gatita? —le
preguntó tía Chon al entrar.
— ¿Dónde has estado, gatita? —repi-
tió Biff con su cómica voz—. Listo Biff.
—Sí, muy listo, Biff —dijo tía
Chon—. Bueno, gatita, aquí tienes tu
comida.
Y le puso delante un platito con hí-
gado.
Suzy se lo comió todo. No era pesca-
do, pero estaba muy rico.
— Mercí — dijo limpiándose los bigo-
tes.
— ¡Qué maullido tan gracioso tienes!
— dijo tía Chon.
— Merci — repitió Biff—. Listo Biff.
27
Y Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus
caricias a contrapelo.
28
3. ¡Sólo era un juego!
A la mañana siguiente tía Chon sacó
de nuevo su triciclo y Suzy se encaramó
en el cestillo. Hacía mucho viento y tía
Chon tuvo que ir asegurándose el som-
brero durante todo el camino.
Cuando doblaron la esquina y enfila-
ron por el paseo marítimo, casi vuelcan.
El viento soplaba violentamente desde
el mar y olas enormes rompían atrona-
doras contra la playa.
Tía Chon consiguió aparcar delante
de la tienda de comestibles. Suzy se fue
a ver las olas. En un día como aquél no
esperaba tener la oportunidad de regre-
sar a Francia.
Pero ¿qué era aquello? Un joven se
adentraba en el mar a través de las olas
llevando con los brazos en alto un tabla
29
encima de la cabeza. ¡Seguro que se
dirigía a Francia!
Suzy corrió hacia él pero, cuando lle-
gó, el joven ya estaba muy lejos dentro
del agua, nadando y empujando la tabla
delante de él.
La gata se quedó mirándole desolada.
Se iba sin ella. ¡Tanto como ella desea-
ba volver a casa! Levantó la cabeza y
gimió:
— Chez mol.
¿Cómo? El joven debía de haberla
oído porque volvía a la orilla. ¡Volvía a
buscarla!
Suzy corrió a su encuentro sin im-
portarle mojarse. El joven saltó de la
tabla cuando ésta tocó la playa. Suzy se
subió de un brinco a ella. El joven esta-
ba extrañadísimo.
— ¿Te apetece hacer «surf» conmigo?
— preguntó —. Creí que a los gatos no les
gustaba el agua.
— Chez mot — dijo Suzy.
30
—Está bien. Agárrate fuerte. Si te
sueltas, te vas a mojar.
El joven levantó la tabla con Suzy
sobre ella por encima de la cabeza,
manteniéndola fuera del alcance de las
olas.
SE
de
3l
Suzy tenía que hacer grandes esfuer-
zOS para guardar el equilibrio, pero es-
taba feliz. ¡Francia al fin!
No se sintió tan feliz cuando el joven
empezó a nadar, empujando la tabla
delante de él, en ocasiones a través de
las olas. Suzy entonces cerraba los ojos
y se agarraba más fuerte a la tabla,
escupiendo aquella repugnante agua de
mar cuando se tragaba una bocanada.
De pronto el joven gritó:
— ¡Aquí viene una buena!
Se encaramó a la tabla, se arrodilló
sobre ella y finalmente se puso de pie.
Una ola gigantesca los levantó en su
cresta arrojándolos violentamente a la
playa... de Inglaterra. Suzy estaba fu-
riosa.
— Chez mol —suspiraba.
— Sí, es maravilloso — gritó el joven
creyendo que la gata estaba disfrutando
tanto como él.
Había otros muchos jóvenes haciendo
32
«surf»
en la playa, los cuales se queda-
ron pasmados al ver a Suzy.
— ¿Dónde la has encontrado, Bill?
—le preguntó a voces uno de ellos—.
¿Es un nuevo miembro del club?
— Sí —contestó Bill —. Es tremenda.
Una verdadera campeona, ya verás.
Todos se dirigieron al agua y Suzy
volvió a cobrar ánimos. ¡Estaba claro, el
joven había regresado para buscar a los
otros, eso era todo! Ahora se irían todos
a Francia.
Por supuesto que no fue así. Entraron
en el mar y salieron de él varias veces,
hasta que Suzy cayó en la cuenta de que
aquello no era más que un juego, una
diversión.
A los jóvenes Suzy les pareció mara-
villosa y, cuando dejaron el «surf» para
comer, le hicieron toda suerte de mimos.
La envolvieron en una toalla para se-
carla y le dieron de comer una lata en-
tera de sardinas. ¡Pescado! Luego juga-
33
ron con ella a la pelota y corrieron por la
playa arrastrando un cinturón para que
ella lo cazara.
Suzy se lo pasó estupendamente,
aunque no había podido volver a Fran-
cla.
Cuando regresó a casa de tía Chon,
Biff le preguntó:
— ¿Dónde has estado, gatita?
— Sí, ¿dónde has estado? — preguntó
también tía Chon—. A juzgar por tu
aspecto, has debido de estar nadando.
Tienes algas en el rabo.
Suzy se sentó y se lavó lamiéndose de
arriba abajo. Tía Chon barrió las algas y
luego puso un plato de carne picada de-
lante de la gata.
Suzy se lo comió todo. No era pesca-
do, pero estaba muy rico.
— Merci — dijo limpiándose los bigo-
tes.
— ¡Qué maullido tan gracioso tienes!
—exclamó tía Chon.
34
Y Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus
caricias a contrapelo.
39
4. Un gato nadando a lo perro
-A la mañana siguiente tía Chon sacó
de nuevo su triciclo y Suzy se encaramó
en el cestillo.
— No sé si llevarte conmigo — dijo tía
Chon—. ¡Ayer volviste tan sucia!
— Chez mol —repitió Suzy pregun-
tándose por qué tía Chon no arrancaba.
— Bueno, bueno —dijo tía Chon—,
pero a ver si hoy te portas bien.
Pedaleó hacia sus tiendas. El viento
se había calmado y, cuando doblaron la
esquina del paseo marítimo, vieron el
mar liso y claro como un cristal.
No había acabado tía Chon de apar-
car su triciclo cuando ya Suzy se había
tirado del cesto.
— ¡Qué prisas! —exclamó tía Chon
viendo cómo la gata salía corriendo ha-
cia el mar—. ¡Vaya gatita corretona!
36
La corretona gatita buscaba con la
mirada algún barco. En un día tan
tranquilo como aquél no podía por me-
nos de haber algún barco que se dirigie-
ra a Francia.
Había algunas barcas de pedales que
se deslizaban de un lado para otro. Pero
Suzy había aprendido mucho. Sabía
que aquel ir y volver no le interesaba.
Ella necesitaba una embarcación que
saliera a altamar.
¡ Y allí había una! Una motora rápida
que arrastraba a una jovencita. La chi-
ca patinaba por el agua sobre dos tablas
largas y estrechas. ¡Qué velocidad! Una
motora como aquélla podía llevarla a
Francia en un periquete.
Suzy se dirigió hacia el extremo del
embarcadero, donde una motora se dis-
ponía a partir y otra chica se preparaba
para que tirara de ella.
Suzy se quedó mirándola. Había
abrigado la esperanza de que alguna de
37
aquellas motoras la remolcara a ella.
Pero los esquís eran demasiado grandes
para sus patas.
La chica se agarró a una cuerda que
colgaba detrás de la motora. Suzy tam-
poco podría agarrarse a la cuerda con
sus pequeñas uñas.
Lo único que podía hacer era... mon-
tar con la chica.
Dio un salto y aterrizó sobre los hom-
bros de la muchacha. Pero a ésta no le
gustó lo más mínimo. o
— ¡Largo! —gritó—. ¡Pero qué dia-
blos...!
Miró de reojo hacia atrás para ver qué
era aquel objeto peludo que se le había
venido encima, pero no se atrevía a
soltar la cuerda para espantarlo porque
iban a arrancar de un momento a otro.
—¡Largo, quítate de ahí! —repitió
tratando de empujar a Suzy con la bar-
billa, pero Suzy no estaba dispuesta a
dejarse echar de allí fácilmente.
38
Luego ya fue demasiado tarde. Con
un gran bramido la motora salió dispa-
rada del embarcadero. La chica se suje-
tó fuertemente a la cuerda mientras se
esforzaba por mantener el equilibrio
sobre los esquís con Suzy enroscada en
sus hombros.
39
En el embarcadero había montones
de gente contemplando el espectáculo
de los esquiadores acuáticos. Cuando
vieron a Suzy se echaron a reír.
—¡Un gato esquiador! —gritaban—.
¡Mirar eso!
La gata esquiadora estaba pasando
verdaderos apuros para no caerse.
¿A qué se podría agarrar? La chica
tenía una larga melena, así que Suzy se
las arregló para enredar en ella una de
sus uñas y afianzarse de este modo.
—¡Ay! — gritó la pobre chica, pero no
podía hacer nada.
Suzy estaba empezando a divertirse.
Era excitante ir tan deprisa y sin mo-
jarse. A lo más, algunas pequeñas sal-
picaduras. ¡Qué forma tan bonita de
volver a Francia!
Pero no tardó en darse cuenta de algo.
¡La otra motora había dado la vuelta y
ponía rumbo al punto de partida! ¿Ha-
ría la suya: lo mismo?
40
Sí,
sumotora comenzó a virar. ¡Qué
decepción!
— Chez mol — gimió Suzy al oído de la
muchacha.
Aquello fue demasiado para la chica.
Dio un respingo, perdió el equilibrio y,
un minuto después, ella y Suzy se en-
contraban en el agua luchando con las
olas, mientras la motora regresaba sin
ellas al embarcadero.
Suzy se dirigió también hacia allí.
¡Descubrió que podía nadar! ¡Un gato
nadando a lo perro!
Entretanto la tripulación de la mo-
tora se dio cuenta de que había perdido
a su esquiadora y volvió a recogerla.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó el pl-
loto a la chica al ayudarla a subir a la
embarcación.
—¡Ese maldito gato! —contestó la
chica —. Ha sido por su culpa.
— ¿Qué gato? —inquirió el hombre —.
No veo ninguno.
41
—¡Oh, el pobrecillo debe de haberse
ahogado! —la esquiadora parecía de
pronto arrepentida
—. Estaba tan ocu-
pada tratando de mantenerme a flote
que no me he enterado de qué ha sido
del animalito.
— ¡Míralo! — dijo el otro tripulante
—.
Va nadando. Ya casi llega al embarca-
dero.
En efecto, Suzy, empapada y tiritan-
do, trepaba por el embarcadero. La
gente aplaudía y la esquiadora se sintió
tan aliviada de que el gato no se hubiera
ahogado, que le perdonó la faena.
- Suzy se escurrió entre la gente y co-
rrió a casa de tía Chon.
— ¿Dónde has estado, gatita? —pre-
guntó Biff.
— ¡No hace falta preguntar! — dijo tía
Chon viendo con horror cómo la empa-
pada Suzy ponía perdida la alfombra —.
Viene aún más sucia que ayer.
Frotó a Suzy de pies a cabeza con una
42
gruesa toalla y la envolvió en una man-
ta eléctrica para que se secara.
Luego le dio de comer un guiso de
conejo.
— Aunque no te lo mereces — comen-
tó tía Chon.
Suzy se lo comió sin dejar nada. No
era pescado, pero estaba muy rico.
— Merci —dijo limpiándose los bigo-
LES:
— ¡Qué maullido tan gracioso tienes!
—exclamó tía Chon—. Pero eres una
gata muy traviesa.
Y acarició su piel mientras Suzy ron-
roneaba.
Pero Suzy echaba de menos a Gaby y
sus caricias a contrapelo.
43
5. El camino más húmedo
A la mañana siguiente, cuando tía
Chon se puso a leer el periódico, lo pri-
mero que vio fue una foto de Suzy ha-
ciendo esquí acuático.
— ¡Con que eso es lo que estuviste ha-
ciendo ayer, gatita! —dijo tía Chon—.
No me extraña que vinieras tan mojada.
Creo que hoy será mejor que te quedes
en casa.
Pero cuando tía Chon sacó su triciclo,
Suzy se subió de un salto al cestillo co-
mo de costumbre.
— Chez mot —pidió a tía Chon con
una mirada suplicante.
— Bueno, bueno, vámonos — accedió
tía Chon.
Según pedaleaba hacia las tiendas del
paseo marítimo, un matrimonio reco-
noció a la gata.
44
—¿No es ésta la gata que ayer hizo
esquí acuático? — dijo la señora—. ¿Así
que es suya, tía Chon?
—Se ha extraviado —contestó tía
Chon—. Yo cuido de ella.
— Es una estupenda nadadora — dijo
la señora.
—Sí —añadió su marido —. Espere-
mos que no se le ocurra poner en prác-
tica alguna de sus sorprendentes ideas
con el acontecimiento de hoy.
— ¿Qué acontecimiento? —preguntó
tía Chon.
— Pues un nadador que pretende cru-
zar a nado el Canal de la Mancha. De-
masiado trecho para una gatita.
—¿Has oído, gatita? —dijo tía
Chon —. Nada de travesías por el Canal.
Pero Suzy no la entendió y, no bien
hubo aparcado tía Chon el triciclo, Suzy
saltó del cesto como solía y salió co-
rriendo hacia la orilla del agua.
Por supuesto, buscaba algún barco.
45
Descubrió uno pequeño, junto al cual se
encontraba un hombre muy alto. Era el
nadador que pensaba atravesar el Ca-
nal. Un amigo le estaba untando todo el
cuerpo de una sustancia grasienta que
le ayudara a conservar el calor durante
el largo recorrido.
Suzy no mostró demasiado interés
por todo aquello hasta que oyó que al-
guien decía:
—¡Buena suerte, Jim! ¡Qué llegues
bien a Francia!
¿Francia? ¿Había oído bien? ¡Aquel
hombre se dirigía realmente a Francia!
Nada de extraño, pues, que cuando el
nadador llevaba nadando algunos mi-
nutos descubriera en el agua junto a él
una pequeña gata.
El hombre nadaba muy despacio,
pues el trayecto que tenía por delante
era muy largo, pero aun así era dema-
siado rápido para Suzy, que tenía que
patear como una loca para no quedarse
46
atrás. No podría continuar así durante
mucho rato. |
— Vuelve a casa — gruñó el hombre.
Suzy no le comprendió. ¡Si eso era
justamente lo que intentaba hacer!
— ¿Qué has dicho, Jim? — le preguntó
su mujer, que le seguía en la barca.
— Llevamos compañía —contestó
Jim —. Mira.
La mujer creyó que se trataba de t1-
burones o algo parecido.
— ¡Dios mío! —exclamó—. ¿Dónde?
47
— Ahí, un gato — respondió Jim.
— ¿Un gato? —la mujer escudriñó las
olas. Entonces vio a Suzy.
Suzy sacaba la cabeza todo lo que
podía, con las orejas dobladas hacia
abajo para que no le entrara agua en
ellas. La mujer se echó a reír.
— Pareces una pata con su cría, Jim
— dijo su mujer—. ¿Quieres que la suba
a la barca?
— Déjala —contestó Jim—. Lo está
haciendo muy bien. Me gusta que me
acompañe.
Así fue como Suzy cruzó nadando un
trocito del Canal.
Pero empezaba a sentirse muy can-
sada y a rezagarse. El hombre la esperó
y la cogió en brazos.
— Toma — dijo a su mujer—. Súbela.
Está retrasando mi marcha.
Suzy se vio sacada del agua y monta-
da a bordo.
— Chez moi — gimió furiosa. Corrió al
48
borde del bote, se zambulló en el agua y
comenzó a nadar de nuevo.
Jim casi se atragantó. Es difícil reírse
mientras se nada. La mujer volvió a
pescar a Suzy y esta vez la atrapó con
un cacharro contra el fondo del bote.
— Parece tan estúpidamente empe-
ñada como tú en cruzar el Canal a nado
— dijo la mujer.
Suzy no se hallaba a gusto con aquel
cacharro encima, pero estaba tan ago-
tada que no tenía fuerzas para seguir
luchando. Así que, muy enfadada, se
tumbó.
— Así está mejor —dijo la mujer—.
Eres demasiado pequeña para nadar un
camino tan largo. Te quedarás aquí
conmigo.
La secó con una toalla, sin soltarla ni
un momento.
Suzy comprendió que, a fin de cuen-
tas, el bote seguía al nadador, de mane-
ra que también en él llegaría a Francia.
49
Y era sin duda más cómodo ir en la falda
de aquella mujer que nadando. Así que
se acurrucó feliz.
La mujer miró al relo).
— Estás haciendo buen tiempo, Jim
— le gritó —. Cogeremos la marea.
Pero había hablado demasiado pron-
to. En aquel momento se levantó un
viento muy fuerte y el mar empezó a
encresparse. A Jim le resultaba cada vez
más difícil avanzar y, poco después,
apenas podía moverse. La mujer tuvo
que parar el motor del bote para esperar
a su marido. La misma embarcación era
sacudida por olas cada vez mayores. La
mujer volvió a colocar a Suzy debajo del
cacharro para ponerla a salvo.
Jim siguió luchando aún algunos
instantes contra las olas, pero aquello
no tenía ya sentido. Debía de haberse
equivocado con respecto a la hora de la
marea.
Cuando finalmente la mujer ayudó al
50
hombre a subir al bote, Suzy no podía
creerlo. Y cuando el bote puso rumbo de
vuelta a Inglaterra, la tristeza de Suzy
no tuvo límites.
— Chez moi —gritó lastimeramen-
te—. Chez mol.
— Lo siento, gatita — dijo Jim —. Creí
que me ibas a traer suerte. No te preo-
cupes. Lo volveré a intentar mañana.
Lo único que le importaba a Suzy era
que no iban a Francia.
— Chez mot —repitió.
—Me está diciendo que lo siente
—comentó Jim a su mujer.
Se puso un grueso jersey y unas me-
dias y luego se tomó una taza de café.
Como el bote estaba ahora más cargado,
no zozobraba tanto, así que Jim cogió a
Suzy y la llevó el resto del viaje en
brazos haciéndole toda suerte de mi-
mos.
— Tiene agallas la pequeña —dijo a
su mujer—. Quizá no pueda cruzar a
51
nado el Canal, pero seguro que sí podría
cruzar el Támesis. Y luego aparecería
en el Libro Guinness de los records:
«Primer gato que atravesó nadando el
Támesis en un tiempo record de cinco
minutos.» ¿Qué te parece, gatita?
Y mientras la hablaba así, la acari-
ciaba detrás de las orejas. Suzy ronro-
neó y se quedó dormida.
Al despertar, ya estaban de vuelta en
el embarcadero.
— Mala suerte, Jim —le decía la gen-
te—.¿Lo volverás a intentar?
— Mañana mismo, si hace buen tiem-
po —contestó Jim —. Y me llevaré a mi
gata mascota.
Miró alrededor.
— Pero, ¿dónde se ha metido?
Suzy se había escabullido entre la
multitud y regresó a todo correr a casa
de tía Chon.
— ¿Dónde has estado, gatita? —pre-
guntó Biff.
52
—A juzgar por su aspecto, cruzando a
nado el Canal — dijo tía Chon—. Eres
un caso, gatita.
— Un caso —repitió Biff—. Un caso.
Listo Biff.
Tía Chon secó a Suzy como el día
anterior y le puso de comida un trozo de
pollo, que Suzy devoró sin dejar rastro.
No era pescado, pero estaba muy rico.
— Merci —dijo limpiándose los bigo-
tes.
— Merct — repitió Biff—. Un caso.
Y Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus
caricias a contrapelo.
53
6. Suzy a punto de naufragar
A la mañana siguiente Suzy esperaba
pacientemente en el vestíbulo junto a la
puerta mientras tía Chon se sujetaba el
sombrero al moño. Hoy era un sombre-
ro distinto al de otros días, un sombrero
con flores. Tía Chon vio a Suzy refleja-
da en el espejo.
— No sé a qué esperas —le dijo—.
Hoy es domingo y voy a la iglesia. No
pienso llevarte conmigo.
Pero sí la llevó. Suzy se acomodó en el
cestillo tan pronto como tía Chon sacó
el triciclo, dispuesta a no moverse de allí
por más que dijera o hiciera tía Chon.
— Está bien —dijo finalmente tía
Chon —, puedes venir. Pero te quedarás
fuera durante la misa.
— Chez moi —replicó Suzy contenta.
Tía Chon tomó un camino distinto al
94
de otros días, un camino que las llevó
fuera de la ciudad. La iglesia estaba en
lo alto de una colina y, en el último
trecho, tía Chon tuvo que bajarse del
triciclo y empujarlo. Suzy no se enteró,
sentada como iba en su cestillo mirando
el paisaje. Al otro lado del promontorio
sobre el que se encontraba la iglesia
podía verse una bahía y en ella... barcos,
barcos muy grandes.
No había acabado tía Chon de apar-
car el triciclo en el pórtico de la iglesia,
cuando ya Suzy salía disparada como
un cohete por el promontorio.
— Espero que no vuelvas a las anda-
das — dijo tía Chon.
Suzy tomó un atajo por el acantilado,
cruzó la playa y subió por unas escale-
ras a un gran muelle. Una elegante mo-
tora decorada con banderas de colores
estaba a punto de partir. Suzy tuvo el
tiempo justo de saltar a bordo y escon-
derse detrás de un montón de cuerdas.
56
La.motora cruzó la bahía dejando
tras sí una estela de blanca espuma. En
la embarcación iba un montón de hom-
bres uniformados y hasta un almirante,
pero naturalmente esto Suzy no lo sa-
bía. ¡Lo único que sabía era que se diri-
gían a Francia!
¿Pero se dirigían de verdad a Francia?
La motora se acercaba a un barco muy
extraño que tenía forma de salchicha.
¡Ah, quizá fueran en ese barco a Fran-
cla!
Se unió a la procesión de los que em-
barcaban en aquel navío. Los marineros
de éste se encontraban ya formados en
cubierta para que el almirante les pasa-
ra revista. Uno de ellos metía un espan-
toso ruido con una especie de canuto
enorme.
El almirante se contoneaba solemne
ante las filas de marineros. Suzy, deci-
dida a no quedarse atrás, trotaba con no
menos solemnidad detrás de aquél, co-
57
mo si el pasar revista fuera algo que
hiciera todos los días. La vista al frente,
el rabo erecto, levantando limpiamente
sus patas con calcetines a rayas, Suzy
recorría la cubierta casi tan majestuo-
samente como el mismo almirante, y
eso que ella no tenía como él galones
dorados.
Los marineros hacían esfuerzos para
contener la risa. ¡No era cosa de todos
los días ver a un gato pasar revista!
Cuando ésta tocaba a su fin, Suzy
empezó a impacientarse un poco. ¿A
qué venía aquel paseo? ¿Por qué no se
ponían en marcha de una vez rumbo a
Francia?
De pronto todo el mundo se puso a
hacer algo. El almirante montó en la
motora para regresar a la costa. Suzy no
quería de ningún modo volver, así que
corrió a ocultarse detrás de una especie
de torrecilla.
Después de que hubo partido la em-
58
barcación del almirante, el capitán del
navío dio una orden:
— ¡Listos para inmersión!
Por supuesto, Suzy no sabía lo que
aquello significaba.
Los marineros se apresuraron a cerrar
puertas y escotillas. En un instante Su-
zy era el único ser vivo que quedaba
sobre la cubierta del barco. Toda la
tripulación había desaparecido.
¡Con tal de llegar a Francia, a Suzy
no le importaba hacer el viaje sola!
Pero, ¿qué era aquello? ¡El barco se
estaba hundiendo! Suzy vio con horror
que el agua subía cada vez más cerca de
donde ella estaba.
Pronto la mayor parte del barco es-
taba sumergida. Suzy se encaramó a lo
alto de la torrecilla, pero ésta también
se hundía poco a poco.
¡Pobre Suzy! Se agarró al extremo del
tubo aquel, lo único que sobresalía por
encima de las olas, mirando aterrada el
59
inmenso mar a su alrededor. ¡Qué lejos
estaba la costa!
Dentro del submarino el capitán echó
un último vistazo a través del perisco-
plo.
— ¡Qué raro! — dijo —. No se ve nada.
Algo bloquea el periscopio.
— A ver —dijo el primer oficial—.
¡Santo cielo! ¡El gato del almirante!
Tendremos que emerger.
60
— ¿Un gato? —se extrañó el capitán.
— Sí —repuso el primer oficial
—. El
que nos pasó revista. Creí que el almi-
rante se lo había llevado con él. ¡Qué
descuido! ¿Emergemos?
—Sí —suspiró el capitán—. Alguien
tendrá que llevar a tierra a ese animali-
to.
Así Suzy se vio de nuevo levantada
lentamente por los aires, mientras el
barco volvía a aparecer sobre la super-
ficie del agua.
¡Menos mal! pero, ¡qué barco tan
raro, que subía y bajaba de semejante
manera! A Suzy no le gustaba nada
todo aquello.
Así que no se enfadó demasiado cuan-
do un marinero la bajó de allí y la metió
en un bote salvavidas. Este tenía un
motor fuera borda y los llevó rápida-
mente al muelle.
Antes de que el marinero tuviera
tiempo de amarrar el bote, ya Suzy
6]
había saltado a tierra y corría a casa de
tía Chon.
— Ya empezaba a temer que te hu-
bieras perdido en el mar — dijo tía Chon
al ver entrar a Suzy—. Casi me desga-
ñito en la iglesia cantando aquello de
«Líbranos, Señor, de los peligros del
mar».
Y esto último lo dijo cantando con
voz trémula, siendo coreada por Biff
con voz más trémula todavía:
— De los peligros del mar... Listo
Biff.
— Sí, muy listo, Biff — dijo tía Chon.
— Del mar, del mar. Listo Biff. Del
mar —a Biff le gustaba cantar.
Tía Chon puso un plato de menudi-
llos de pollo delante de Suzy, que había
estado en peligro de hundirse en el mar.
No era pescado, pero estaba muy rico,
y Suzy se lo comió todo.
— Merci — dijo limpiándose los bigo-
tes.
62
— ¡Qué maullido tan gracioso! — dijo
tía Chon.
— Merci —repitió Biff y volvió a can-
tar—: Del mar, del mar. Listo Biff. Del
mar.
Tía Chon y Suzy estaban más que
- hartas de aquel himno a la hora de irse a
la cama.
Antes de retirarse, tía Chon acarició a
Suzy:
— Buenas noches — le dijo.
Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus
caricias a contrapelo.
63
7. ¿A casa en coche?
A la mañana siguiente tía Chon sacó
su triciclo como de costumbre. Suzy se
metió en el cestillo, pero volvió a bajarse
de un salto, entrando de nuevo en la
casa.
Tenía que decir adiós a Biff porque
estaba segura de que aquel día iba a
regresar a Francia.
— Au revotr —le dijo en francés, que
quiere decir adiós.
Biff ladeó la cabeza.
— Listo Biff — dijo —. Hola, tía Chon.
A Suzy le pareció que Biff no había
entendido, pues cuando se dice adiós a
alguien, éste suele responder del mismo
modo. Así que probó otra vez:
— Au revotr.
Esta vez Biff sí que entendió.
64
—Au revotlr —repitió
—. Listo Biff.
Au revotr.
Suzy salió corriendo y llegó justo a
tiempo de alcanzar a tía Chon, que ya
estaba en la calle.
(Le
/
E
65
— Creí que habías decidido no acom-
pañarme hoy — dijo tía Chon parándose
para que montara Suzy.
— Chez mot — maulló ésta.
—¡Vaya un maullido! —exclamó tía
Chon.
Pedalearon hasta las tiendas del pa-
seo marítimo. Tía Chon aparcó delante
de la panadería. Al bajarse del sillín se
volvió para mirar a Suzy, que ya estaba
preparada para saltar del cestillo.
— ¿Se puede saber adónde vas? —le
preguntó —. Bueno, supongo que nos
veremos a la hora de cenar.
Y entró en la panadería.
Suzy cruzó corriendo la calzada. Aca-
baba de ver algo familiar en la otra ace-
ra. ¡Un marinero francés con su gorra de
pompón rojo!
Y un marinero francés podía llevarla
a un barco francés. Sin dudarlo, Suzy se
puso a seguirle.
El marinero caminaba a buen paso y
66
Suzy tenía que correr para no rezagarse.
Al cabo de un rato, la acera por donde
iban empezó a estar más transitada y la
gente que se cruzaba con ellos era cada
vez más ruidosa.
67
Suzy comprendió que habían llegado
a un gran puerto. Vio grúas y maleco-
nes, mástiles y chimeneas de barcos.
¡Barcos! Suzy procuraba no distan-
clarse de su marinero. ¡Seguro que él la
68
conducía a un barco francés!
¡Pobre Suzy! El marinero no la con-
dujo a un barco francés, sino que entró
en un gran edificio y desapareció. Suzy
intentó seguirle, pero se lo impedía una
puerta giratoria que, cada vez que tra-
taba de pasar por ella, la arrojaba a la
acera. Probó varias veces más, pero
otras tantas fue despedida.
Bueno, en realidad ahora ya no nece-
sitaba al marinero, pues estaba en un
puerto. Uno de aquellos barcos tenía
que ir a Francia.
Suzy se dirigió trotando por una am-
plia calzada hacia los muelles. Pasaban
numerosos coches que iban en la misma
dirección. Uno de ellos se detuvo cerca
de Suzy y el conductor preguntó por la
ventanilla a un hombre de uniforme.
— ¿El ferry con destino a Francia?
—Siga todo derecho —respondió el
hombre —. Allí delante lo tiene usted.
¡Francia! Suzy pensó que no debía
69
perder de vista a aquel coche. Cuando
éste se puso de nuevo en marcha, ella
echó a correr. Era mucho más difícil que
seguir al marinero. Suzy corría y corría:
le dolían las patitas de tanto correr.
Estaba a punto de desistir de su em-
peño cuando el coche se paró detrás de
otros que hacían cola para embarcar en
el ferry. A Suzy nunca se le había ocu-
rrido pensar que volvería a Francia en
coche, pero parecía que así iba a ser.
Recorrió la cola buscando algún coche
en el que pudiera montarse sin ser vista.
Por fin encontró uno. La familia al
que pertenecía había cargado en él tan-
to equipaje que el maletero no se podía
cerrar y estaba medio abierto, sujeto
con una cuerda. Suzy se introdujo cau-
telosamente entre una maleta y una
hamaca y halló un pequeño espacio
donde enroscarse. Los ocupantes del
coche no notaron nada, estando como
estaban muy ocupados en consultar un
70
mapa de Francia para ver adónde iban a
lr cuando estuviesen al otro lado del
Canal.
El coche de Suzy avanzaba lenta-
mente. De pronto se oyó un gran ruido
metálico: el coche bajaba por una ram-
pa a la bodega del barco.
Estaba oscuro allí dentro, aunque ha-
bía algunas luces. Suzy se estuvo muy
quietecita, un poco asustada de los gol-
pes que la gente daba al cerrar las
puertas de sus coches. Había coches
delante, detrás, a los lados, por todas
partes. Los portazos resonaban en los
costados metálicos del barco.
La familia de Suzy salió del coche y
desapareció por una pequeña puerta la-
teral hacia la que se dirigía el resto de la
gente.
Finalmente todo quedó en silencio.
Suzy miró por la rendija del maletero.
No se veía a nadie, así que Suzy saltó de
su escondite, se deslizó entre las filas de
71
coches y salió por la puerta por la que
había desaparecido su familia.
Oyó entonces un nuevo ruido: se de-
tuvo a escuchar. Eran las máquinas del
barco. ¡Ya se marchaban!
Suzy subió unas escaleras muy empl-
nadas, atravesó un corredor y llegó a un
gran salón en el que había mucha gente
sentada a las mesas y comiendo. Suzy
pensó que aquel barco era como una
casa. Descubrió más escaleras. ¿Esta-
rían arriba los dormitorios? Suzy trepó
por ellas y se encontró en la cubierta del
barco a plena luz del sol.
Alrededor no había más que mar.
Suzy se asomó a la barandilla: allá al
fondo, cada vez más pequeña, quedaba
por fin la costa de Inglaterra.
Corrió hacia el otro extremo del bar-
co, la proa, y se puso a mirar a Francia.
¡Por fin volvía a casa!
Feliz con este pensamiento, se aco-
modó sobre unos bultos y fardos que
72
encontró bajando por otro corredor y se
quedó dormida.
+
MS md ca
a
ma
=
"
A
Fo]
=>
73
8. Por fin en casa
Al despertar subió de nuevo a cubier-
ta para ver desde proa si se divisaba ya
Francia.
Una niña vino a sentarse a su lado.
— ¿Eres el gato del barco? —le pre-
guntó.
— Chez mot — respondió Suzy.
— ¡Qué maullido tan gracioso! —ex-
clamó la niña —. Mira, Robert, he en-
contrado al gato del barco, que tiene un
maullido muy gracioso. Escucha.
Pero Suzy no dijo nada más. Ya les
había explicado adónde iba.
— (Quizá le guste un sandwich de sar-
dinas — dijo Robert.
A Suzy le gustó. Se lo comió sin dejar
ni resto y dijo limpiándose los bigotes:
— Merc.t.
— ¿Ves? Ya te he dicho que tenía un
74
maullido muy gracioso — dijo la niña a
Robert.
Se acercaron otros muchos niños que
se pusieron a hablar con Suzy, pero ésta
no se movió de proa, que era el sitio
donde podía estar más cerca de Francia.
Le pareció que el viaje duraba mu-
chísimo, pero al fin se dibujó una línea
de tierra en el horizonte delante de ellos.
— ¡Mirad, allí está Francia! — gritó la
niña apuntando hacia la costa.
¡Francia! Suzy no podía creerlo. Pron-
to estaría en casa.
En aquel preciso momento pasó un
marinero y vio a Suzy.
— ¿Qué hace aquí este gato? —pre-
guntó.
— Es el gato del barco — respondió la
niña —. ¿No le conoces?
—No —dijo el marinero—. Nunca
llevamos gatos a bordo. Es un polizón.
Intentó coger a Suzy, pero ésta se es-
cabulló. El marinero tenía cara de pocos
75
amigos y salió en su persecución por es-
caleras, corredores, el comedor, el al-
macén, más escaleras y de nuevo cu-
bierta.
- Los niños se unieron al marinero: ¡era
un juego la mar de divertido!
¡Pobre Suzy! ¡Ahora que estaba tan
cerca de casa! Pero nada la detendría.
Se escondería. Pero ¿dónde? La pandi-
lla de niños se acercaba entre risas y
chillidos.
Entonces vio el mástil. Trepó a él co-
mo una ardilla hasta que estuvo en lo
más alto. Allí nadie podría cogerla.
—La haré bajar —dijo el marinero
resollando. Y se fue a buscar una escala.
Suzy miró alrededor desesperada-
mente. Francia estaba cada vez más
cerca: Francia y su hogar.
Entonces vio otra cosa. En el mar,
delante de ellos, faenaba un pesquero
francés.
Y sobre la cubierta había cuatro ni-
76
ños de pie, que pa los peldaños de
una escalera.
¡Era la familia de Suzy! Tenía que
serlo.
— ¡Fuera de aquí! — gritaba el mari-
nero a los niños, apartándolos del pie
del mástil. Llevaba una escala.
Pero a Suzy no le importaba ya. Saltó
a cubierta por encima de la cabeza del
marinero, corrió a la barandilla, se subió
a ella y... se tiró al agua.
—¡Oooooh! —exclamaron todos los
que seguían la escena.
— ¡Se va a ahogar! —chilló la niña —.
¡Rápido, que alguien la salve!
Pero Suzy no se ahogó. Al principio le
pareció hundirse en lo más hondo de
aquellas verdes aguas pero luego, agl-
tando con fuerza sus patas, logró salir a
la superficie como un corcho y empezó a
nadar.
A un lado se alzaba el costado del
ferry con la barandilla bordeada de ca-
77
bezas que miraban a Suzy. Las olas no
dejaban a ésta ver el barco de pesca, y
Suzy nadó hacia el sitio donde le había
visto antes.
La niña hacía señales con los brazos a
los niños del pesquero señalándoles a
Suzy.
— ¡Gato al agua! —les gritaba.
Los demás niños del ferry se unieron a
sus gritos:
— ¡Gato al agua!
Los niños del pesquero francés no
entendían, pero miraron hacia donde
apuntaban los niños del ferry, y le dije-
ron a su padre que virara hacia aquel
punto.
Finalmente, en un momento de cal-
ma entre dos olas, vieron algo que se
movía. A los pocos segundos Suzy era
izada a bordo en un cubo.
Aunque el ferry se había alejado ya
un poco, pudieron oírse los aplausos de
los niños, que se alegraban de que Suzy
78
estuviera a salvo y decían adiós con la
mano.
Suzy estaba más que a salvo: estaba
feliz, ronroneando dentro del cubo co-
mo el motor de un barco.
— Es un gato — dijo Pedro —. Un gato
nadador.
— Atigrado — dijo Enrique.
—Con medias de futbolista — dijo
Pablo.
—¡Es Suzy! —dijo Gaby, sacándola
con cuidado del cubo y abrazándola
—.
Sabía que volvería.
Aquella noche en Inglaterra, tía
Chon empezaba a preocuparse.
— ¿Dónde se habrá metido? —se pre-
guntaba en voz alta—. Hasta ahora
nunca se quedó sin cenar.
79
—Corretona — dijo Biff—. ¡Hola, tía
Chon! Au revotr.
— ¿Qué dices? —preguntó tía Chon.
— Listo Biff. Au revoir. Au revoir.
— ¿Dónde has aprendido eso? —se
admiró tía Chon—. Yo no te lo he ense-
ñado. Y la gatita tenía un maullido muy
gracioso pero...
Y ¿qué era de la gata francesa por la
que se preocupaba tía Chon? Estaba
tan repleta de pescado, que apenas se
podía mover. Tumbada en la alfombra
del cuarto de los niños, contemplada
por cuatro pares de ojos relucientes,
ronroneaba sin parar. ¡Gaby la estaba
acariciando a contrapelo!
Suzy estaba por fin en su casa.
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le
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ve
La gata que quería volver a casa
Jill Tomlinson nació en Inglaterra y estudió en el
Real Colegio de Música como cantante de ópera,
pero una larga enfermedad le impidió continuar
su carrera como cantante. Se interesaba por la
educación y por el mundo de los niños.
Su primer libro se publicó en Inglaterra en 1965.
Desde 1976 Miñón viene incorporando las obras
de Jill Tomlinson a su fondo y actualmente están
publicadas, además de «La gata que quería volver a
casa», «El búho que tenía miedo de la oscuridad»,
«Hilda la gallina» y «Los progresos del pingúino».
Lo mejor de estas historias de Jill Tomlinson es el
ambiente fraterno, sencillo y noble que ha sabido
crear, y que nace, sin duda, del amor a los
animales y de la bondad de su corazón.
LA GATA QUE QUERIA VOLVER A CASA
Autor: Jill Tomlinson
Ilustraciones: Ana Bermejo
Traducción: Isabel R. Alonso

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La gata que quería volver a casa

  • 1. o Jill Tomlinson La gata que quería volver a casa EQ rg AXIS OTI TT a (ERAN DAA Y (nana 2 ió 100 um 058) n 11] in * Ñqy E
  • 2.
  • 4.
  • 5. LA GATA QUE QUERIA VOLVER A CASA
  • 6. miñón Libros Infantiles y Juveniles Colección: LAS CAMPANAS Serie: Cuentos Diseño de la colección: Adolfo Calleja LA GATA QUE QUERIA VOLVER A CASA Maquetación: Adolfo Calleja Reproducción: Foto Castilla. Valladolid Impresión: Macrolibros S.A. Valladolid O Jill Tomlinson Publicada en inglés por Methuen é Co. Ltd, London, con el título «The Cat Who Wanted Go Home» O Edición española, Miñón, S.A., Vázquez de Menchaca, 10 Valladolid I.S.B.N.: 84-355-0483-2 Depósito legal: VA-118-81
  • 7. Jill Tomlinson LA GATA QUE QUERIA VOLVER A CASA Ilustraciones de Ana Bermejo ebiToriaL MIÑÓN
  • 8. A Tricia y sus hijos Joanna, Roderick y Caroline, sin olvidar a D. H.
  • 9. DURAN Indice Un cesto poco corriente ....... 6 Ir y volver no es bueno ........ 19 ¡Sólo era un juego! ........... 29 Un gato nadando a lo perro ... 36 El camino más húmedo ....... 44 Suzy a punto de naufragar .... 54 ¿A casa en coche? ............ 64 Pontintentoasa “Won IE. 74
  • 10. Un cesto poco corriente 1. Suzy era una gatita atigrada. Tenía unos bigotes blancos, tiesos y almido- E 4e> ) (o a LE mo. E d o ) e "| ¡E d am pd EE y E z a > E
  • 11. nados, y en las patas calcetines a rayas como los de un futbolista. Suzy vivía en la casa de un pescador, en un pueblecito costero de Francia. El pescador tenía cuatro hijos: Pedro de diez años, Enrique de ocho, Pablo de seis y Gaby de cuatro. Cuando se ponían en fila, parecían los peldaños de una escalera. Los niños jugaban con Suzy y la lle- vaban siempre con ellos a todas partes. Pedro, el mayor, hizo a Suzy un afi- lador enrollando un trozo de alfombra vieja a una pata de la mesa de la cocina. Así Suzy podía afilarse las uñas siempre que quisiera. Enrique conocía muy bien en qué parte de la tripa salpicada de lunares tenía Suzy más cosquillas. Y Enrique sabía hacer cosquillas con mucha habi- lidad. Pablo había hecho a Suzy un juguete, que consistía en una bola de papel atada 7
  • 12. y a una larga cuerda. Pablo arrastraba la bola por el suelo para que la gata la cazase. Como Suzy corría muy deprisa, pronto alcanzaba a Pablo y daba zar- pazos a la pelota de papel una y otra vez. Pablo tenía que pararse para reco- brar aliento y entonces, tirando de la cuerda, levantaba la pelota por encima de la cabeza de Suzy, que brincaba y 8
  • 13. saltaba para cogerla. Cuando la gata estaba a punto de tocar la pelota, Pablo tiraba de nuevo de la cuerda. Sí, Pablo era muy divertido. Pero Gaby, el más pequeño, era el mejor. Suzy le adoraba por una sencilla razón. Gaby desconocía la manera apropiada de acariciar a un gato. A la mayoría de los gatos les gusta que les acaricien de la cabeza a la cola, o sea, en el sentido del pelo. Pero Gaby siempre atusaba a Suzy a contrapelo, de la cola a la cabeza, y a Suzy eso le encantaba. Se retorcía de gusto bajo la mano del niño, ronroneando como una máquina de coser y pidiéndole que lo hiciera otra vez y otra. Aquello le gustaba más que nada del mundo. Sí, más que comer pescado, y eso que a Suzy le gustaba muchísimo el pescado, que era lo que tomaba a diario de almuerzo y de cena. Los niños solían ayudar a su padre cuando éste volvía a casa en su barca 9
  • 14. con la pesca del día. Todos los días le esperaban en el muelle Pedro, Enrique, Pablo y Gaby y también Suzy. Ella sabía que le darían el pescado que era demasiado pequeño para ser puesto a la venta. Siempre había algo para Suzy, hasta cuando la pesca no había sido demasiado buena. Si los chicos no la obligaran a hacer ejercicio, se habría puesto muy gorda. 10
  • 15. Suzy detestaba que los niños estuvie- sen en la escuela. Durante ese tiempo no tenía a nadie con quien jugar, nadie que bambolease encima de su cabeza una pelota de papel o le diese ocasión de subirse a los árboles. Así que daba vuel- tas y correteaba sola por el muelle o se iba a explorar por su cuenta los campos de detrás del pueblo. Un día en que andaba cazando mari- posas por el campo, casi se dio de bruces contra un gran cesto. Para Suzy los cestos eran un objeto familiar — había montones de ellos en el puerto—, pero éste era mucho más grande que todos los que había visto hasta entonces. Lle- na de curiosidad, se subió al borde del cesto y se asomó a su interior. Aquel cesto era tan grande que tenía en su fondo un taburete de madera. Y debajo del taburete había una sombra delicio- sa. Era un día muy caluroso. Suzy deci- 11
  • 16. dió echarse allí una siestecita. Saltó suavemente dentro del cesto y se tumbó bajo el taburete metiendo el hocico en- tre el rabo. Así enroscada parecía un enorme y peludo caracol. Muy pronto Suzy dormía profunda- mente. Cuando despertó, notó algo muy pe- culiar. El cesto parecía balancearse de un lado a otro arrullándola. De un brinco Suzy se subió al borde, dispuesta a saltar hacia afuera, pero cambió in- mediatamente de decisión al mirar desde lo alto. El suelo se encontraba lejos, muy lejos allá abajo, demasiado lejos para lanzarse a él. Al ver que el cesto temblaba otra vez, se sujetó fuer- temente agarrándose con las uñas a una cuerda. ¿Cuerdas? No recordaba haberlas visto cuando trepó al cesto. Miró hacia arriba. Las cuerdas estaban sujetas a un enorme globo, un globo descomunal. 12
  • 17. ¡Suzy se elevaba volando por el cielo en un cesto suspendido de un globo! ¡Pobre Suzy! Se deslizó hacia abajo y se acurrucó en el suelo, temblando de miedo. Entonces sintió una mano suave so- bre el lomo y, al mirar hacia arriba, se encontró con que había un hombre con ella dentro del cesto. — Hola, gatita —dijo—. Yo no te ha- bía invitado, pero ahora es demasiado tarde para devolverte a tierra. Tendrás que venirte conmigo a Inglaterra. Suzy no sabía dónde estaba Inglate- rra, pero sí sabía que ella no quería ir allí. Quería quedarse en Francia, en su pequeña aldea de pescadores, con los niños. — Chez moi —gimió. Aquello sonó algo así como «she mua»: Suzy estaba diciendo en francés que quería volver a casa. Pero el hombre maniobraba con su 13
  • 18. globo, que se tambaleaba violentamen- te, y estaba demasiado ocupado para hacer caso a su pequeña pasajera. Así Suzy volaba en globo sobre el mar entre Francia e Inglaterra. Le fastidia- ba el continuo bamboleo de aquel arte- facto. Pero lo peor era ver desaparecer
  • 19. la costa de Francia: Francia y con ella Pedro, Enrique, Pablo y Gaby; Francia y todo lo que Suzy conocía y amaba. — Chez mol —repetía gimiendo, pero nadie la escuchaba. Grandes nubes como blancas bolas infladas navegaban por debajo de ellos y, mucho más abajo, en el .nar, barcos que parecían de juguete. El espectáculo era realmente interesante y bello, pero Suzy no estaba en condiciones de apre- ciarlo. No podía apartar de su mente el pensamiento de cómo podría atravesar aquella enorme superficie de agua para regresar a casa. Aterrizaron en Inglaterra con un gran golpetazo. Suzy no se dio cuenta de que estaban de nuevo en tierra porque durante el trayecto final había mante- nido los ojos fuertemente cerrados. Pronto saltó de la cesta y echó a correr. Toda prisa le parecía poca para alejarse del globo aquel. 15
  • 20. Estaba muerta de hambre. Se dirigió corriendo hacia donde olía a pescado. Pero el olor venía del mar y allí ni había peces ni barcos de pesca. Era una ciudad de la costa inglesa que no se parecía en nada a su pueblecito. Frente al mar había una gran expla- nada de cemento, con escaleras que ba- jaban hasta la playa. ¡Pobre Suzy! Se sentó en las escaleras mirando tristísima a las olas. ¿Cómo iba a volver a casa a través de toda aquella agua? Afortunadamente pasó por allí una dama de la Sociedad Protectora de Animales. Tenía la especialidad de en- contrar casas para gatos abandonados. Cogió a Suzy en brazos y la llevó a casa de una encantadora anciana, llamada tía Chon. — ¿Podría usted ocuparse de esta ga- tita, tía Chon? — le preguntó la dama de la Sociedad Protectora de Animales—. 16
  • 21. Nunca la había visto antes por estos alrededores, debe de haberse perdido. — Claro que sí, puede quedarse con- migo —respondió tía Chon—. Así hará compañía a Biff. Biff era el nuevo periquito de tía Chon, que estaba aprendiendo a hablar. — Hola, tía Chon — decía con su cas- cada voz. Naturalmente, Suzy no entendía el inglés, pero sí comprendió que era para ella un platito de leche que le pusieron delante y que lamió rápidamente hasta la última gota. Como era una gata muy bien educada, dijo: — Merc.. (Palabra que en francés quiere decir «graclas».) — ¡Qué maullido tan gracioso tienes! — dijo tía Chon. — Merci —repitió Biff. —¡Oh, qué listo eres, Biff! —exclamó tía Chon. pus
  • 22. —Listo Biff —coreó el periquito—. Merc.. Suzy durmió aquella noche en una vieja y confortable butaca. Tía Chon le hizo caricias y Suzy ronroneó de placer. Ronroneaba en francés, aunque el ron- roneo suena igual en todo el mundo. Pero aquello no era lo mismo que estar en casa. ¡Suzy echaba de menos las caricias que Gaby le hacía a contra- pelo! 18
  • 23. 2. Ir y volver no es bueno Así fue como Suzy empezó a vivir con tía Chon y el periquito Biff. A la mañana siguiente tía Chon sacó su triciclo para ir de compras. Era un hermoso triciclo de enormes ruedas con un cestillo en la parte de atrás. Tía Chon era demasiado mayor para mon- tar en una bici sencilla. Cuando Suzy la vio ponerse el som- brerito ante el espejo del recibimiento y sujetárselo al moño con un agujón, sos- pechó que se disponía a salir. Tía Chon llevaba unos metros peda- leando calle abajo cuando de pronto oyó un maullido detrás de ella. — Chez mot —era la voz de Suzy. Tía Chon hizo un brusco viraje y se detuvo en seco. 19
  • 24. —¡Eh, gatita, me has asustado! ¿Qué haces ahí? Pero Suzy no entendía. — Chez mot — volvió a exclamar y se arrellanó poniéndose más cómoda en el cestillo. — Bien, puesto que quieres acompa- ñarme, puedes venir conmigo —dijo la tía Chon, pedaleando de nuevo —. Pero siéntate y ve calladita. De este modo Suzy llegó cómoda- mente al paseo marítimo, montada en el triciclo de tía Chon. Al ver otra vez el mar, se puso muy excitada. Aquella sábana azul con encajes de espuma ri- beteando las olas era el lazo que la unía con Francia. ¡Deseaba tanto volver pronto a su hogar! Tía Chon aparcó su triciclo ante la carnicería y, no bien hubo desaparecido en su interior, Suzy saltó del cesto, cru- ZÓ la calle y bajó a la playa. Había niños por todas partes, jugando con la arena y 20
  • 25. el agua igual que los niños franceses. Suzy los sorteó ágilmente y corrió dere- cha hasta el borde del agua. Tenía la esperanza de encontrar algún bote de pesca, como el de sus dueños, pero allí no había nada que se le pareciera. Sólo había bañistas y más bañistas saltando y salpicando en el agua. Estaba tan embebida contemplando el mar en bus- ca de alguna barca, que no se dio cuenta de que las olas empezaban a bañarle las pezuñas. —¡Oh, mira, un gatito chapoteando en la orilla! — dijo una niña a su padre que estaba sentado en una hamaca leyendo el periódico. —Los gatos no chapotean, Carolina —dijo el padre—. Los gatos odian el agua. —Pues ése está chapoteando — dijo Carolina —. Voy a verle. Dejó el cubo y la pala con los que estaba jugando y corrió hacia la orilla. 21
  • 26. Suzy se había ido un poco más lejos, pero era fácil encontrarla siguiendo las huellas de sus patas en la arena. 5 4 Y 22
  • 27. — Gatito —dijo Carolina acariciando a Suzy. Suzy se estremeció y se restregó ronroneando contra la mano de la niña. — ¡Qué mimosa eres! —dijo la niña levantando a la gata en vilo y echándo- sela al hombro —. Ven, te voy a enseñar a papá. El no me cree que te hayas mojado las patas. La niña se encaminaba hacia donde estaba su padre cuando de repente Suzy dio un salto y salió corriendo en direc- ción hacia unas rocas. ¡Había visto algo! Desde el hombro de Carolina podía ver mejor por encima de las cabezas de los bañistas y estaba segura de que había divisado una barca. ¡Una barca! ¡Por fin podría volver a casa! Carolina intentó seguirla, pero Suzy era mucho más rápida. Además, su pa- dre se enfadaría si ella desaparecía sin haberle dicho adónde iba. ¡Qué pena! Ahora nunca creería que ella había vis- to a un gato meterse en el agua. 23
  • 28. Suzy llegó a las rocas y miró por detrás de ellas. ¡Sí! ¡Allí había una bar- ca! Era un bote de plástico muy peque- ño, pero como no había otra cosa ten- dría que servir. Un niño remaba dentro del botecillo cerca de las rocas. Suzy trepó por su superficie cubierta de algas resbaladizas, para que el niño pudiera verla, y fijó en él sus grandes ojos ver- des. — Chez mol —gritó esperanzada—. Chez mol. El niño miró hacia arriba y se quedó sorprendido al descubrir a Suzy. Nunca había visto a un gato en la playa. — ¿Qué quieres, gatito? Me figuro que no querrás dar un paseo. Suzy respondió metiéndose de un brinco en el bote. Allí se hizo un ovillo y esperó pacientemente. ¡Por fin empren- día el viaje de vuelta! Pero, naturalmente, no era así. Nadie cruza el Canal en un bote de juguete. Al 24
  • 29. niño sólo le dejaban navegar por las aguas poco profundas muy cerquita de la costa. Al cabo de algunos minutos de 1r y volver, sin alejarse del mismo sitio, Suzy empezó a inquietarse. ¡Así no lle- garía nunca a Francia! — Chez mot —volvió a insistir gl- miendo. ¿Cómo no comprendía el niño lo importante que era para ella volver a casa? — Chez mol. — ¿Qué, quieres bajarte ya? —le pre- 25
  • 30. guntó el niño —. De acuerdo, espera un momento. Y acercó la canoa a una roca lisa. Cuando Suzy se dio cuenta de que volvían a tierra, perdió toda esperanza de llegar a Francia en aquel viaje, así que se dispuso a saltar. — ¡Ten cuidado con tus uñas! — gritó el niño de repente al ver que la gata las clavaba en el plástico —. ¡Vas a pinchar la barca! Demasiado tarde. Suzy no entendió lo que el niño le decía y saltó a la roca dejando tras sí cuatro grupos de aguje- ritos por los que el aire comenzó a esca- parse con un sonoro silbido. No, las uñas no son buenas para los botes de plástico. El niño desembarcó también y arras- tró el bote hasta la orilla. — Es la última vez que llevo un gato a bordo — gruñó sacando de una bolsa el estuche de herramientas para reparar la embarcación. 26
  • 31. El bote perdía aire por momentos y estaba completamente desinflado cuando Suzy llegó a la carnicería. El triciclo de tía Chon ya no estaba allí, pero Suzy recordaba el camino que conducía a la casa de aquélla y hacia allí se encaminó. — ¿Dónde has estado, gatita? —le preguntó tía Chon al entrar. — ¿Dónde has estado, gatita? —repi- tió Biff con su cómica voz—. Listo Biff. —Sí, muy listo, Biff —dijo tía Chon—. Bueno, gatita, aquí tienes tu comida. Y le puso delante un platito con hí- gado. Suzy se lo comió todo. No era pesca- do, pero estaba muy rico. — Mercí — dijo limpiándose los bigo- tes. — ¡Qué maullido tan gracioso tienes! — dijo tía Chon. — Merci — repitió Biff—. Listo Biff. 27
  • 32. Y Suzy ronroneó. Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo. 28
  • 33. 3. ¡Sólo era un juego! A la mañana siguiente tía Chon sacó de nuevo su triciclo y Suzy se encaramó en el cestillo. Hacía mucho viento y tía Chon tuvo que ir asegurándose el som- brero durante todo el camino. Cuando doblaron la esquina y enfila- ron por el paseo marítimo, casi vuelcan. El viento soplaba violentamente desde el mar y olas enormes rompían atrona- doras contra la playa. Tía Chon consiguió aparcar delante de la tienda de comestibles. Suzy se fue a ver las olas. En un día como aquél no esperaba tener la oportunidad de regre- sar a Francia. Pero ¿qué era aquello? Un joven se adentraba en el mar a través de las olas llevando con los brazos en alto un tabla 29
  • 34. encima de la cabeza. ¡Seguro que se dirigía a Francia! Suzy corrió hacia él pero, cuando lle- gó, el joven ya estaba muy lejos dentro del agua, nadando y empujando la tabla delante de él. La gata se quedó mirándole desolada. Se iba sin ella. ¡Tanto como ella desea- ba volver a casa! Levantó la cabeza y gimió: — Chez mol. ¿Cómo? El joven debía de haberla oído porque volvía a la orilla. ¡Volvía a buscarla! Suzy corrió a su encuentro sin im- portarle mojarse. El joven saltó de la tabla cuando ésta tocó la playa. Suzy se subió de un brinco a ella. El joven esta- ba extrañadísimo. — ¿Te apetece hacer «surf» conmigo? — preguntó —. Creí que a los gatos no les gustaba el agua. — Chez mot — dijo Suzy. 30
  • 35. —Está bien. Agárrate fuerte. Si te sueltas, te vas a mojar. El joven levantó la tabla con Suzy sobre ella por encima de la cabeza, manteniéndola fuera del alcance de las olas. SE de 3l
  • 36. Suzy tenía que hacer grandes esfuer- zOS para guardar el equilibrio, pero es- taba feliz. ¡Francia al fin! No se sintió tan feliz cuando el joven empezó a nadar, empujando la tabla delante de él, en ocasiones a través de las olas. Suzy entonces cerraba los ojos y se agarraba más fuerte a la tabla, escupiendo aquella repugnante agua de mar cuando se tragaba una bocanada. De pronto el joven gritó: — ¡Aquí viene una buena! Se encaramó a la tabla, se arrodilló sobre ella y finalmente se puso de pie. Una ola gigantesca los levantó en su cresta arrojándolos violentamente a la playa... de Inglaterra. Suzy estaba fu- riosa. — Chez mol —suspiraba. — Sí, es maravilloso — gritó el joven creyendo que la gata estaba disfrutando tanto como él. Había otros muchos jóvenes haciendo 32
  • 37. «surf» en la playa, los cuales se queda- ron pasmados al ver a Suzy. — ¿Dónde la has encontrado, Bill? —le preguntó a voces uno de ellos—. ¿Es un nuevo miembro del club? — Sí —contestó Bill —. Es tremenda. Una verdadera campeona, ya verás. Todos se dirigieron al agua y Suzy volvió a cobrar ánimos. ¡Estaba claro, el joven había regresado para buscar a los otros, eso era todo! Ahora se irían todos a Francia. Por supuesto que no fue así. Entraron en el mar y salieron de él varias veces, hasta que Suzy cayó en la cuenta de que aquello no era más que un juego, una diversión. A los jóvenes Suzy les pareció mara- villosa y, cuando dejaron el «surf» para comer, le hicieron toda suerte de mimos. La envolvieron en una toalla para se- carla y le dieron de comer una lata en- tera de sardinas. ¡Pescado! Luego juga- 33
  • 38. ron con ella a la pelota y corrieron por la playa arrastrando un cinturón para que ella lo cazara. Suzy se lo pasó estupendamente, aunque no había podido volver a Fran- cla. Cuando regresó a casa de tía Chon, Biff le preguntó: — ¿Dónde has estado, gatita? — Sí, ¿dónde has estado? — preguntó también tía Chon—. A juzgar por tu aspecto, has debido de estar nadando. Tienes algas en el rabo. Suzy se sentó y se lavó lamiéndose de arriba abajo. Tía Chon barrió las algas y luego puso un plato de carne picada de- lante de la gata. Suzy se lo comió todo. No era pesca- do, pero estaba muy rico. — Merci — dijo limpiándose los bigo- tes. — ¡Qué maullido tan gracioso tienes! —exclamó tía Chon. 34
  • 39. Y Suzy ronroneó. Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo. 39
  • 40. 4. Un gato nadando a lo perro -A la mañana siguiente tía Chon sacó de nuevo su triciclo y Suzy se encaramó en el cestillo. — No sé si llevarte conmigo — dijo tía Chon—. ¡Ayer volviste tan sucia! — Chez mol —repitió Suzy pregun- tándose por qué tía Chon no arrancaba. — Bueno, bueno —dijo tía Chon—, pero a ver si hoy te portas bien. Pedaleó hacia sus tiendas. El viento se había calmado y, cuando doblaron la esquina del paseo marítimo, vieron el mar liso y claro como un cristal. No había acabado tía Chon de apar- car su triciclo cuando ya Suzy se había tirado del cesto. — ¡Qué prisas! —exclamó tía Chon viendo cómo la gata salía corriendo ha- cia el mar—. ¡Vaya gatita corretona! 36
  • 41. La corretona gatita buscaba con la mirada algún barco. En un día tan tranquilo como aquél no podía por me- nos de haber algún barco que se dirigie- ra a Francia. Había algunas barcas de pedales que se deslizaban de un lado para otro. Pero Suzy había aprendido mucho. Sabía que aquel ir y volver no le interesaba. Ella necesitaba una embarcación que saliera a altamar. ¡ Y allí había una! Una motora rápida que arrastraba a una jovencita. La chi- ca patinaba por el agua sobre dos tablas largas y estrechas. ¡Qué velocidad! Una motora como aquélla podía llevarla a Francia en un periquete. Suzy se dirigió hacia el extremo del embarcadero, donde una motora se dis- ponía a partir y otra chica se preparaba para que tirara de ella. Suzy se quedó mirándola. Había abrigado la esperanza de que alguna de 37
  • 42. aquellas motoras la remolcara a ella. Pero los esquís eran demasiado grandes para sus patas. La chica se agarró a una cuerda que colgaba detrás de la motora. Suzy tam- poco podría agarrarse a la cuerda con sus pequeñas uñas. Lo único que podía hacer era... mon- tar con la chica. Dio un salto y aterrizó sobre los hom- bros de la muchacha. Pero a ésta no le gustó lo más mínimo. o — ¡Largo! —gritó—. ¡Pero qué dia- blos...! Miró de reojo hacia atrás para ver qué era aquel objeto peludo que se le había venido encima, pero no se atrevía a soltar la cuerda para espantarlo porque iban a arrancar de un momento a otro. —¡Largo, quítate de ahí! —repitió tratando de empujar a Suzy con la bar- billa, pero Suzy no estaba dispuesta a dejarse echar de allí fácilmente. 38
  • 43. Luego ya fue demasiado tarde. Con un gran bramido la motora salió dispa- rada del embarcadero. La chica se suje- tó fuertemente a la cuerda mientras se esforzaba por mantener el equilibrio sobre los esquís con Suzy enroscada en sus hombros. 39
  • 44. En el embarcadero había montones de gente contemplando el espectáculo de los esquiadores acuáticos. Cuando vieron a Suzy se echaron a reír. —¡Un gato esquiador! —gritaban—. ¡Mirar eso! La gata esquiadora estaba pasando verdaderos apuros para no caerse. ¿A qué se podría agarrar? La chica tenía una larga melena, así que Suzy se las arregló para enredar en ella una de sus uñas y afianzarse de este modo. —¡Ay! — gritó la pobre chica, pero no podía hacer nada. Suzy estaba empezando a divertirse. Era excitante ir tan deprisa y sin mo- jarse. A lo más, algunas pequeñas sal- picaduras. ¡Qué forma tan bonita de volver a Francia! Pero no tardó en darse cuenta de algo. ¡La otra motora había dado la vuelta y ponía rumbo al punto de partida! ¿Ha- ría la suya: lo mismo? 40
  • 45. Sí, sumotora comenzó a virar. ¡Qué decepción! — Chez mol — gimió Suzy al oído de la muchacha. Aquello fue demasiado para la chica. Dio un respingo, perdió el equilibrio y, un minuto después, ella y Suzy se en- contraban en el agua luchando con las olas, mientras la motora regresaba sin ellas al embarcadero. Suzy se dirigió también hacia allí. ¡Descubrió que podía nadar! ¡Un gato nadando a lo perro! Entretanto la tripulación de la mo- tora se dio cuenta de que había perdido a su esquiadora y volvió a recogerla. — ¿Qué ha pasado? —preguntó el pl- loto a la chica al ayudarla a subir a la embarcación. —¡Ese maldito gato! —contestó la chica —. Ha sido por su culpa. — ¿Qué gato? —inquirió el hombre —. No veo ninguno. 41
  • 46. —¡Oh, el pobrecillo debe de haberse ahogado! —la esquiadora parecía de pronto arrepentida —. Estaba tan ocu- pada tratando de mantenerme a flote que no me he enterado de qué ha sido del animalito. — ¡Míralo! — dijo el otro tripulante —. Va nadando. Ya casi llega al embarca- dero. En efecto, Suzy, empapada y tiritan- do, trepaba por el embarcadero. La gente aplaudía y la esquiadora se sintió tan aliviada de que el gato no se hubiera ahogado, que le perdonó la faena. - Suzy se escurrió entre la gente y co- rrió a casa de tía Chon. — ¿Dónde has estado, gatita? —pre- guntó Biff. — ¡No hace falta preguntar! — dijo tía Chon viendo con horror cómo la empa- pada Suzy ponía perdida la alfombra —. Viene aún más sucia que ayer. Frotó a Suzy de pies a cabeza con una 42
  • 47. gruesa toalla y la envolvió en una man- ta eléctrica para que se secara. Luego le dio de comer un guiso de conejo. — Aunque no te lo mereces — comen- tó tía Chon. Suzy se lo comió sin dejar nada. No era pescado, pero estaba muy rico. — Merci —dijo limpiándose los bigo- LES: — ¡Qué maullido tan gracioso tienes! —exclamó tía Chon—. Pero eres una gata muy traviesa. Y acarició su piel mientras Suzy ron- roneaba. Pero Suzy echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo. 43
  • 48. 5. El camino más húmedo A la mañana siguiente, cuando tía Chon se puso a leer el periódico, lo pri- mero que vio fue una foto de Suzy ha- ciendo esquí acuático. — ¡Con que eso es lo que estuviste ha- ciendo ayer, gatita! —dijo tía Chon—. No me extraña que vinieras tan mojada. Creo que hoy será mejor que te quedes en casa. Pero cuando tía Chon sacó su triciclo, Suzy se subió de un salto al cestillo co- mo de costumbre. — Chez mot —pidió a tía Chon con una mirada suplicante. — Bueno, bueno, vámonos — accedió tía Chon. Según pedaleaba hacia las tiendas del paseo marítimo, un matrimonio reco- noció a la gata. 44
  • 49. —¿No es ésta la gata que ayer hizo esquí acuático? — dijo la señora—. ¿Así que es suya, tía Chon? —Se ha extraviado —contestó tía Chon—. Yo cuido de ella. — Es una estupenda nadadora — dijo la señora. —Sí —añadió su marido —. Espere- mos que no se le ocurra poner en prác- tica alguna de sus sorprendentes ideas con el acontecimiento de hoy. — ¿Qué acontecimiento? —preguntó tía Chon. — Pues un nadador que pretende cru- zar a nado el Canal de la Mancha. De- masiado trecho para una gatita. —¿Has oído, gatita? —dijo tía Chon —. Nada de travesías por el Canal. Pero Suzy no la entendió y, no bien hubo aparcado tía Chon el triciclo, Suzy saltó del cesto como solía y salió co- rriendo hacia la orilla del agua. Por supuesto, buscaba algún barco. 45
  • 50. Descubrió uno pequeño, junto al cual se encontraba un hombre muy alto. Era el nadador que pensaba atravesar el Ca- nal. Un amigo le estaba untando todo el cuerpo de una sustancia grasienta que le ayudara a conservar el calor durante el largo recorrido. Suzy no mostró demasiado interés por todo aquello hasta que oyó que al- guien decía: —¡Buena suerte, Jim! ¡Qué llegues bien a Francia! ¿Francia? ¿Había oído bien? ¡Aquel hombre se dirigía realmente a Francia! Nada de extraño, pues, que cuando el nadador llevaba nadando algunos mi- nutos descubriera en el agua junto a él una pequeña gata. El hombre nadaba muy despacio, pues el trayecto que tenía por delante era muy largo, pero aun así era dema- siado rápido para Suzy, que tenía que patear como una loca para no quedarse 46
  • 51. atrás. No podría continuar así durante mucho rato. | — Vuelve a casa — gruñó el hombre. Suzy no le comprendió. ¡Si eso era justamente lo que intentaba hacer! — ¿Qué has dicho, Jim? — le preguntó su mujer, que le seguía en la barca. — Llevamos compañía —contestó Jim —. Mira. La mujer creyó que se trataba de t1- burones o algo parecido. — ¡Dios mío! —exclamó—. ¿Dónde? 47
  • 52. — Ahí, un gato — respondió Jim. — ¿Un gato? —la mujer escudriñó las olas. Entonces vio a Suzy. Suzy sacaba la cabeza todo lo que podía, con las orejas dobladas hacia abajo para que no le entrara agua en ellas. La mujer se echó a reír. — Pareces una pata con su cría, Jim — dijo su mujer—. ¿Quieres que la suba a la barca? — Déjala —contestó Jim—. Lo está haciendo muy bien. Me gusta que me acompañe. Así fue como Suzy cruzó nadando un trocito del Canal. Pero empezaba a sentirse muy can- sada y a rezagarse. El hombre la esperó y la cogió en brazos. — Toma — dijo a su mujer—. Súbela. Está retrasando mi marcha. Suzy se vio sacada del agua y monta- da a bordo. — Chez moi — gimió furiosa. Corrió al 48
  • 53. borde del bote, se zambulló en el agua y comenzó a nadar de nuevo. Jim casi se atragantó. Es difícil reírse mientras se nada. La mujer volvió a pescar a Suzy y esta vez la atrapó con un cacharro contra el fondo del bote. — Parece tan estúpidamente empe- ñada como tú en cruzar el Canal a nado — dijo la mujer. Suzy no se hallaba a gusto con aquel cacharro encima, pero estaba tan ago- tada que no tenía fuerzas para seguir luchando. Así que, muy enfadada, se tumbó. — Así está mejor —dijo la mujer—. Eres demasiado pequeña para nadar un camino tan largo. Te quedarás aquí conmigo. La secó con una toalla, sin soltarla ni un momento. Suzy comprendió que, a fin de cuen- tas, el bote seguía al nadador, de mane- ra que también en él llegaría a Francia. 49
  • 54. Y era sin duda más cómodo ir en la falda de aquella mujer que nadando. Así que se acurrucó feliz. La mujer miró al relo). — Estás haciendo buen tiempo, Jim — le gritó —. Cogeremos la marea. Pero había hablado demasiado pron- to. En aquel momento se levantó un viento muy fuerte y el mar empezó a encresparse. A Jim le resultaba cada vez más difícil avanzar y, poco después, apenas podía moverse. La mujer tuvo que parar el motor del bote para esperar a su marido. La misma embarcación era sacudida por olas cada vez mayores. La mujer volvió a colocar a Suzy debajo del cacharro para ponerla a salvo. Jim siguió luchando aún algunos instantes contra las olas, pero aquello no tenía ya sentido. Debía de haberse equivocado con respecto a la hora de la marea. Cuando finalmente la mujer ayudó al 50
  • 55. hombre a subir al bote, Suzy no podía creerlo. Y cuando el bote puso rumbo de vuelta a Inglaterra, la tristeza de Suzy no tuvo límites. — Chez moi —gritó lastimeramen- te—. Chez mol. — Lo siento, gatita — dijo Jim —. Creí que me ibas a traer suerte. No te preo- cupes. Lo volveré a intentar mañana. Lo único que le importaba a Suzy era que no iban a Francia. — Chez mot —repitió. —Me está diciendo que lo siente —comentó Jim a su mujer. Se puso un grueso jersey y unas me- dias y luego se tomó una taza de café. Como el bote estaba ahora más cargado, no zozobraba tanto, así que Jim cogió a Suzy y la llevó el resto del viaje en brazos haciéndole toda suerte de mi- mos. — Tiene agallas la pequeña —dijo a su mujer—. Quizá no pueda cruzar a 51
  • 56. nado el Canal, pero seguro que sí podría cruzar el Támesis. Y luego aparecería en el Libro Guinness de los records: «Primer gato que atravesó nadando el Támesis en un tiempo record de cinco minutos.» ¿Qué te parece, gatita? Y mientras la hablaba así, la acari- ciaba detrás de las orejas. Suzy ronro- neó y se quedó dormida. Al despertar, ya estaban de vuelta en el embarcadero. — Mala suerte, Jim —le decía la gen- te—.¿Lo volverás a intentar? — Mañana mismo, si hace buen tiem- po —contestó Jim —. Y me llevaré a mi gata mascota. Miró alrededor. — Pero, ¿dónde se ha metido? Suzy se había escabullido entre la multitud y regresó a todo correr a casa de tía Chon. — ¿Dónde has estado, gatita? —pre- guntó Biff. 52
  • 57. —A juzgar por su aspecto, cruzando a nado el Canal — dijo tía Chon—. Eres un caso, gatita. — Un caso —repitió Biff—. Un caso. Listo Biff. Tía Chon secó a Suzy como el día anterior y le puso de comida un trozo de pollo, que Suzy devoró sin dejar rastro. No era pescado, pero estaba muy rico. — Merci —dijo limpiándose los bigo- tes. — Merct — repitió Biff—. Un caso. Y Suzy ronroneó. Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo. 53
  • 58. 6. Suzy a punto de naufragar A la mañana siguiente Suzy esperaba pacientemente en el vestíbulo junto a la puerta mientras tía Chon se sujetaba el sombrero al moño. Hoy era un sombre- ro distinto al de otros días, un sombrero con flores. Tía Chon vio a Suzy refleja- da en el espejo. — No sé a qué esperas —le dijo—. Hoy es domingo y voy a la iglesia. No pienso llevarte conmigo. Pero sí la llevó. Suzy se acomodó en el cestillo tan pronto como tía Chon sacó el triciclo, dispuesta a no moverse de allí por más que dijera o hiciera tía Chon. — Está bien —dijo finalmente tía Chon —, puedes venir. Pero te quedarás fuera durante la misa. — Chez moi —replicó Suzy contenta. Tía Chon tomó un camino distinto al 94
  • 59.
  • 60. de otros días, un camino que las llevó fuera de la ciudad. La iglesia estaba en lo alto de una colina y, en el último trecho, tía Chon tuvo que bajarse del triciclo y empujarlo. Suzy no se enteró, sentada como iba en su cestillo mirando el paisaje. Al otro lado del promontorio sobre el que se encontraba la iglesia podía verse una bahía y en ella... barcos, barcos muy grandes. No había acabado tía Chon de apar- car el triciclo en el pórtico de la iglesia, cuando ya Suzy salía disparada como un cohete por el promontorio. — Espero que no vuelvas a las anda- das — dijo tía Chon. Suzy tomó un atajo por el acantilado, cruzó la playa y subió por unas escale- ras a un gran muelle. Una elegante mo- tora decorada con banderas de colores estaba a punto de partir. Suzy tuvo el tiempo justo de saltar a bordo y escon- derse detrás de un montón de cuerdas. 56
  • 61. La.motora cruzó la bahía dejando tras sí una estela de blanca espuma. En la embarcación iba un montón de hom- bres uniformados y hasta un almirante, pero naturalmente esto Suzy no lo sa- bía. ¡Lo único que sabía era que se diri- gían a Francia! ¿Pero se dirigían de verdad a Francia? La motora se acercaba a un barco muy extraño que tenía forma de salchicha. ¡Ah, quizá fueran en ese barco a Fran- cla! Se unió a la procesión de los que em- barcaban en aquel navío. Los marineros de éste se encontraban ya formados en cubierta para que el almirante les pasa- ra revista. Uno de ellos metía un espan- toso ruido con una especie de canuto enorme. El almirante se contoneaba solemne ante las filas de marineros. Suzy, deci- dida a no quedarse atrás, trotaba con no menos solemnidad detrás de aquél, co- 57
  • 62. mo si el pasar revista fuera algo que hiciera todos los días. La vista al frente, el rabo erecto, levantando limpiamente sus patas con calcetines a rayas, Suzy recorría la cubierta casi tan majestuo- samente como el mismo almirante, y eso que ella no tenía como él galones dorados. Los marineros hacían esfuerzos para contener la risa. ¡No era cosa de todos los días ver a un gato pasar revista! Cuando ésta tocaba a su fin, Suzy empezó a impacientarse un poco. ¿A qué venía aquel paseo? ¿Por qué no se ponían en marcha de una vez rumbo a Francia? De pronto todo el mundo se puso a hacer algo. El almirante montó en la motora para regresar a la costa. Suzy no quería de ningún modo volver, así que corrió a ocultarse detrás de una especie de torrecilla. Después de que hubo partido la em- 58
  • 63. barcación del almirante, el capitán del navío dio una orden: — ¡Listos para inmersión! Por supuesto, Suzy no sabía lo que aquello significaba. Los marineros se apresuraron a cerrar puertas y escotillas. En un instante Su- zy era el único ser vivo que quedaba sobre la cubierta del barco. Toda la tripulación había desaparecido. ¡Con tal de llegar a Francia, a Suzy no le importaba hacer el viaje sola! Pero, ¿qué era aquello? ¡El barco se estaba hundiendo! Suzy vio con horror que el agua subía cada vez más cerca de donde ella estaba. Pronto la mayor parte del barco es- taba sumergida. Suzy se encaramó a lo alto de la torrecilla, pero ésta también se hundía poco a poco. ¡Pobre Suzy! Se agarró al extremo del tubo aquel, lo único que sobresalía por encima de las olas, mirando aterrada el 59
  • 64. inmenso mar a su alrededor. ¡Qué lejos estaba la costa! Dentro del submarino el capitán echó un último vistazo a través del perisco- plo. — ¡Qué raro! — dijo —. No se ve nada. Algo bloquea el periscopio. — A ver —dijo el primer oficial—. ¡Santo cielo! ¡El gato del almirante! Tendremos que emerger. 60
  • 65. — ¿Un gato? —se extrañó el capitán. — Sí —repuso el primer oficial —. El que nos pasó revista. Creí que el almi- rante se lo había llevado con él. ¡Qué descuido! ¿Emergemos? —Sí —suspiró el capitán—. Alguien tendrá que llevar a tierra a ese animali- to. Así Suzy se vio de nuevo levantada lentamente por los aires, mientras el barco volvía a aparecer sobre la super- ficie del agua. ¡Menos mal! pero, ¡qué barco tan raro, que subía y bajaba de semejante manera! A Suzy no le gustaba nada todo aquello. Así que no se enfadó demasiado cuan- do un marinero la bajó de allí y la metió en un bote salvavidas. Este tenía un motor fuera borda y los llevó rápida- mente al muelle. Antes de que el marinero tuviera tiempo de amarrar el bote, ya Suzy 6]
  • 66. había saltado a tierra y corría a casa de tía Chon. — Ya empezaba a temer que te hu- bieras perdido en el mar — dijo tía Chon al ver entrar a Suzy—. Casi me desga- ñito en la iglesia cantando aquello de «Líbranos, Señor, de los peligros del mar». Y esto último lo dijo cantando con voz trémula, siendo coreada por Biff con voz más trémula todavía: — De los peligros del mar... Listo Biff. — Sí, muy listo, Biff — dijo tía Chon. — Del mar, del mar. Listo Biff. Del mar —a Biff le gustaba cantar. Tía Chon puso un plato de menudi- llos de pollo delante de Suzy, que había estado en peligro de hundirse en el mar. No era pescado, pero estaba muy rico, y Suzy se lo comió todo. — Merci — dijo limpiándose los bigo- tes. 62
  • 67. — ¡Qué maullido tan gracioso! — dijo tía Chon. — Merci —repitió Biff y volvió a can- tar—: Del mar, del mar. Listo Biff. Del mar. Tía Chon y Suzy estaban más que - hartas de aquel himno a la hora de irse a la cama. Antes de retirarse, tía Chon acarició a Suzy: — Buenas noches — le dijo. Suzy ronroneó. Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo. 63
  • 68. 7. ¿A casa en coche? A la mañana siguiente tía Chon sacó su triciclo como de costumbre. Suzy se metió en el cestillo, pero volvió a bajarse de un salto, entrando de nuevo en la casa. Tenía que decir adiós a Biff porque estaba segura de que aquel día iba a regresar a Francia. — Au revotr —le dijo en francés, que quiere decir adiós. Biff ladeó la cabeza. — Listo Biff — dijo —. Hola, tía Chon. A Suzy le pareció que Biff no había entendido, pues cuando se dice adiós a alguien, éste suele responder del mismo modo. Así que probó otra vez: — Au revotr. Esta vez Biff sí que entendió. 64
  • 69. —Au revotlr —repitió —. Listo Biff. Au revotr. Suzy salió corriendo y llegó justo a tiempo de alcanzar a tía Chon, que ya estaba en la calle. (Le / E 65
  • 70. — Creí que habías decidido no acom- pañarme hoy — dijo tía Chon parándose para que montara Suzy. — Chez mot — maulló ésta. —¡Vaya un maullido! —exclamó tía Chon. Pedalearon hasta las tiendas del pa- seo marítimo. Tía Chon aparcó delante de la panadería. Al bajarse del sillín se volvió para mirar a Suzy, que ya estaba preparada para saltar del cestillo. — ¿Se puede saber adónde vas? —le preguntó —. Bueno, supongo que nos veremos a la hora de cenar. Y entró en la panadería. Suzy cruzó corriendo la calzada. Aca- baba de ver algo familiar en la otra ace- ra. ¡Un marinero francés con su gorra de pompón rojo! Y un marinero francés podía llevarla a un barco francés. Sin dudarlo, Suzy se puso a seguirle. El marinero caminaba a buen paso y 66
  • 71. Suzy tenía que correr para no rezagarse. Al cabo de un rato, la acera por donde iban empezó a estar más transitada y la gente que se cruzaba con ellos era cada vez más ruidosa. 67
  • 72. Suzy comprendió que habían llegado a un gran puerto. Vio grúas y maleco- nes, mástiles y chimeneas de barcos. ¡Barcos! Suzy procuraba no distan- clarse de su marinero. ¡Seguro que él la 68
  • 73. conducía a un barco francés! ¡Pobre Suzy! El marinero no la con- dujo a un barco francés, sino que entró en un gran edificio y desapareció. Suzy intentó seguirle, pero se lo impedía una puerta giratoria que, cada vez que tra- taba de pasar por ella, la arrojaba a la acera. Probó varias veces más, pero otras tantas fue despedida. Bueno, en realidad ahora ya no nece- sitaba al marinero, pues estaba en un puerto. Uno de aquellos barcos tenía que ir a Francia. Suzy se dirigió trotando por una am- plia calzada hacia los muelles. Pasaban numerosos coches que iban en la misma dirección. Uno de ellos se detuvo cerca de Suzy y el conductor preguntó por la ventanilla a un hombre de uniforme. — ¿El ferry con destino a Francia? —Siga todo derecho —respondió el hombre —. Allí delante lo tiene usted. ¡Francia! Suzy pensó que no debía 69
  • 74. perder de vista a aquel coche. Cuando éste se puso de nuevo en marcha, ella echó a correr. Era mucho más difícil que seguir al marinero. Suzy corría y corría: le dolían las patitas de tanto correr. Estaba a punto de desistir de su em- peño cuando el coche se paró detrás de otros que hacían cola para embarcar en el ferry. A Suzy nunca se le había ocu- rrido pensar que volvería a Francia en coche, pero parecía que así iba a ser. Recorrió la cola buscando algún coche en el que pudiera montarse sin ser vista. Por fin encontró uno. La familia al que pertenecía había cargado en él tan- to equipaje que el maletero no se podía cerrar y estaba medio abierto, sujeto con una cuerda. Suzy se introdujo cau- telosamente entre una maleta y una hamaca y halló un pequeño espacio donde enroscarse. Los ocupantes del coche no notaron nada, estando como estaban muy ocupados en consultar un 70
  • 75. mapa de Francia para ver adónde iban a lr cuando estuviesen al otro lado del Canal. El coche de Suzy avanzaba lenta- mente. De pronto se oyó un gran ruido metálico: el coche bajaba por una ram- pa a la bodega del barco. Estaba oscuro allí dentro, aunque ha- bía algunas luces. Suzy se estuvo muy quietecita, un poco asustada de los gol- pes que la gente daba al cerrar las puertas de sus coches. Había coches delante, detrás, a los lados, por todas partes. Los portazos resonaban en los costados metálicos del barco. La familia de Suzy salió del coche y desapareció por una pequeña puerta la- teral hacia la que se dirigía el resto de la gente. Finalmente todo quedó en silencio. Suzy miró por la rendija del maletero. No se veía a nadie, así que Suzy saltó de su escondite, se deslizó entre las filas de 71
  • 76. coches y salió por la puerta por la que había desaparecido su familia. Oyó entonces un nuevo ruido: se de- tuvo a escuchar. Eran las máquinas del barco. ¡Ya se marchaban! Suzy subió unas escaleras muy empl- nadas, atravesó un corredor y llegó a un gran salón en el que había mucha gente sentada a las mesas y comiendo. Suzy pensó que aquel barco era como una casa. Descubrió más escaleras. ¿Esta- rían arriba los dormitorios? Suzy trepó por ellas y se encontró en la cubierta del barco a plena luz del sol. Alrededor no había más que mar. Suzy se asomó a la barandilla: allá al fondo, cada vez más pequeña, quedaba por fin la costa de Inglaterra. Corrió hacia el otro extremo del bar- co, la proa, y se puso a mirar a Francia. ¡Por fin volvía a casa! Feliz con este pensamiento, se aco- modó sobre unos bultos y fardos que 72
  • 77. encontró bajando por otro corredor y se quedó dormida. + MS md ca a ma = " A Fo] => 73
  • 78. 8. Por fin en casa Al despertar subió de nuevo a cubier- ta para ver desde proa si se divisaba ya Francia. Una niña vino a sentarse a su lado. — ¿Eres el gato del barco? —le pre- guntó. — Chez mot — respondió Suzy. — ¡Qué maullido tan gracioso! —ex- clamó la niña —. Mira, Robert, he en- contrado al gato del barco, que tiene un maullido muy gracioso. Escucha. Pero Suzy no dijo nada más. Ya les había explicado adónde iba. — (Quizá le guste un sandwich de sar- dinas — dijo Robert. A Suzy le gustó. Se lo comió sin dejar ni resto y dijo limpiándose los bigotes: — Merc.t. — ¿Ves? Ya te he dicho que tenía un 74
  • 79. maullido muy gracioso — dijo la niña a Robert. Se acercaron otros muchos niños que se pusieron a hablar con Suzy, pero ésta no se movió de proa, que era el sitio donde podía estar más cerca de Francia. Le pareció que el viaje duraba mu- chísimo, pero al fin se dibujó una línea de tierra en el horizonte delante de ellos. — ¡Mirad, allí está Francia! — gritó la niña apuntando hacia la costa. ¡Francia! Suzy no podía creerlo. Pron- to estaría en casa. En aquel preciso momento pasó un marinero y vio a Suzy. — ¿Qué hace aquí este gato? —pre- guntó. — Es el gato del barco — respondió la niña —. ¿No le conoces? —No —dijo el marinero—. Nunca llevamos gatos a bordo. Es un polizón. Intentó coger a Suzy, pero ésta se es- cabulló. El marinero tenía cara de pocos 75
  • 80. amigos y salió en su persecución por es- caleras, corredores, el comedor, el al- macén, más escaleras y de nuevo cu- bierta. - Los niños se unieron al marinero: ¡era un juego la mar de divertido! ¡Pobre Suzy! ¡Ahora que estaba tan cerca de casa! Pero nada la detendría. Se escondería. Pero ¿dónde? La pandi- lla de niños se acercaba entre risas y chillidos. Entonces vio el mástil. Trepó a él co- mo una ardilla hasta que estuvo en lo más alto. Allí nadie podría cogerla. —La haré bajar —dijo el marinero resollando. Y se fue a buscar una escala. Suzy miró alrededor desesperada- mente. Francia estaba cada vez más cerca: Francia y su hogar. Entonces vio otra cosa. En el mar, delante de ellos, faenaba un pesquero francés. Y sobre la cubierta había cuatro ni- 76
  • 81. ños de pie, que pa los peldaños de una escalera. ¡Era la familia de Suzy! Tenía que serlo. — ¡Fuera de aquí! — gritaba el mari- nero a los niños, apartándolos del pie del mástil. Llevaba una escala. Pero a Suzy no le importaba ya. Saltó a cubierta por encima de la cabeza del marinero, corrió a la barandilla, se subió a ella y... se tiró al agua. —¡Oooooh! —exclamaron todos los que seguían la escena. — ¡Se va a ahogar! —chilló la niña —. ¡Rápido, que alguien la salve! Pero Suzy no se ahogó. Al principio le pareció hundirse en lo más hondo de aquellas verdes aguas pero luego, agl- tando con fuerza sus patas, logró salir a la superficie como un corcho y empezó a nadar. A un lado se alzaba el costado del ferry con la barandilla bordeada de ca- 77
  • 82. bezas que miraban a Suzy. Las olas no dejaban a ésta ver el barco de pesca, y Suzy nadó hacia el sitio donde le había visto antes. La niña hacía señales con los brazos a los niños del pesquero señalándoles a Suzy. — ¡Gato al agua! —les gritaba. Los demás niños del ferry se unieron a sus gritos: — ¡Gato al agua! Los niños del pesquero francés no entendían, pero miraron hacia donde apuntaban los niños del ferry, y le dije- ron a su padre que virara hacia aquel punto. Finalmente, en un momento de cal- ma entre dos olas, vieron algo que se movía. A los pocos segundos Suzy era izada a bordo en un cubo. Aunque el ferry se había alejado ya un poco, pudieron oírse los aplausos de los niños, que se alegraban de que Suzy 78
  • 83. estuviera a salvo y decían adiós con la mano. Suzy estaba más que a salvo: estaba feliz, ronroneando dentro del cubo co- mo el motor de un barco. — Es un gato — dijo Pedro —. Un gato nadador. — Atigrado — dijo Enrique. —Con medias de futbolista — dijo Pablo. —¡Es Suzy! —dijo Gaby, sacándola con cuidado del cubo y abrazándola —. Sabía que volvería. Aquella noche en Inglaterra, tía Chon empezaba a preocuparse. — ¿Dónde se habrá metido? —se pre- guntaba en voz alta—. Hasta ahora nunca se quedó sin cenar. 79
  • 84. —Corretona — dijo Biff—. ¡Hola, tía Chon! Au revotr. — ¿Qué dices? —preguntó tía Chon. — Listo Biff. Au revoir. Au revoir. — ¿Dónde has aprendido eso? —se admiró tía Chon—. Yo no te lo he ense- ñado. Y la gatita tenía un maullido muy gracioso pero... Y ¿qué era de la gata francesa por la que se preocupaba tía Chon? Estaba tan repleta de pescado, que apenas se podía mover. Tumbada en la alfombra del cuarto de los niños, contemplada por cuatro pares de ojos relucientes, ronroneaba sin parar. ¡Gaby la estaba acariciando a contrapelo! Suzy estaba por fin en su casa. 80
  • 85. Ñ 3 (EZE == E AR UN] h 1 S Ba. Mir , (e. Ñ y] Sl pd ENo (e ES IN A rúA 411 e
  • 87.
  • 88. La gata que quería volver a casa Jill Tomlinson nació en Inglaterra y estudió en el Real Colegio de Música como cantante de ópera, pero una larga enfermedad le impidió continuar su carrera como cantante. Se interesaba por la educación y por el mundo de los niños. Su primer libro se publicó en Inglaterra en 1965. Desde 1976 Miñón viene incorporando las obras de Jill Tomlinson a su fondo y actualmente están publicadas, además de «La gata que quería volver a casa», «El búho que tenía miedo de la oscuridad», «Hilda la gallina» y «Los progresos del pingúino». Lo mejor de estas historias de Jill Tomlinson es el ambiente fraterno, sencillo y noble que ha sabido crear, y que nace, sin duda, del amor a los animales y de la bondad de su corazón. LA GATA QUE QUERIA VOLVER A CASA Autor: Jill Tomlinson Ilustraciones: Ana Bermejo Traducción: Isabel R. Alonso