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El avión planeo susurrando por encima de los
árboles, y cuando las ruedas tocaron la hierba,
la hélice seguía girando silenciosamente. El
aparato rodo unos cuantos metros por el suelo,
dio vuelta y se acercó a un grupo que charlaban
afuera de un diminuto hangar. Un letrero
pintado a mano decía: “Paseos en avión dos
dólares”.
Me detuve montado en mi bicicleta, en una
arboleda próxima a la pista. Nunca había estado
tan cerca de un avión de verdad.
Había salido de Tampa, Florida, con rumbo noreste,
buscando un buen lugar para pescar y en el camino
el avión paso por encima de mi cabeza. Lo seguí,
guiándome por el ruido, y fui a esconderme entre
los pinos, con la intención de observar lo que
pasara.
El piloto ayudó a un pasajero a instalarse en el
asiento delantero, y el subió al trasero. Con un
ronroneo, el aparato se dirigió a la pista. La rueda
de la cola despegó, y el avioncito color amarillo
brillante rodó sobre las ruedas frontales. Entonces,
en un solo movimiento que me causo una indecible
emoción, se elevó lentamente y se perdió de vista.
Apoyé la bicicleta contra un árbol, y me senté. A los
diez minutos, el avión volvió aparecer en un suave
descenso. No se oía el ruido del motor…; sólo el
que producía el viento al rozar los tirantes de las
alas, hasta que completo el aterrizaje perfecto.
No me moví de ahí en toda la tarde; estaba
fascinado, y en esos momentos deseaba, más que
nada en el mundo, tener dos dólares.
Al caer la tarde se fue el último cliente; observé
cómo el piloto empujó el avión para meterlo en el
hangar, y cerró la puerta. Luego se dirigió a su
automóvil, pero de pronto se detuvo y miró hacia
donde yo estaba.
Pensé que me echaría de ahí, pero subió a su
automóvil y se alejó.
Entonces caí en la cuenta de que mi madre debería
estar preocupada, pues jamás llegaba yo tarde.
Pedaleando frenéticamente, emprendí el camino de
regreso a la ciudad, un trayecto de quince
kilómetros. Ya había oscurecido cuando llegué a
casa.
-Lo siento mamá- murmuré, al tiempo que me
sentaba precipitadamente a la mesa.
-Dónde estabas, hijo?. La voz de mi madre me
pareció severa.
-Me fui hacia el norte, por el dique –le respondí-
creo que llegué más lejos de lo que quería.
-Tuviste buena pesca?- pregunto mi padre.
-Eh no papá. No pesqué nada. El enarcó una ceja.
A la edad de 13 años era bastante bueno para
pescar.
-La próxima vez, regresa más temprano–recomendó
mi madre-. No importa que no estén picando.
-Si, mamá.
No fue una mentira de mi parte…no precisamente.
Porque era verdad que no había pescado nada.
Aunque también era cierto que ni siquiera había
echado al agua el sedal.
El domingo siguiente me fui otra vez “de pesca” al
aeródromo. El avioncito amarillo subió y bajó todo
el día. Una vez me pareció que el piloto me
saludaba con la mano al pasar. Yo le correspondí
pero me sentí ridículo. Por qué iba aquel hombre a
saludar a un niño?.
Transcurrieron las semanas y todos los domingos
ahí estuve. Una tarde le pregunte a mi padre si
podía darme dos dólares por cumplir algún
encargo.
“Ahora no, hijo ¡lo siento!” esa fue su respuesta.
Corría el año de 1947 y él había pasado por una
mala racha en sus negocios. La cabaña en que
vivíamos era de una sola recámara.
Un domingo cuando estaba observando el
avión, se empezó a gestar una tormenta. El
piloto aterrizó. El cielo se oscureció y los
clientes corrieron hacia sus automóviles cuando
cayeron grandes gotas de lluvia. Me refugié
bajo los árboles.
Al rato amainó y volvió a salir el sol, pero los
aspirantes al paseo ya no regresaron. El piloto
salió del hangar y miró el cielo. Se acercó al
avión, pero de repente se encaminó hacia el
lugar donde yo estaba. A mí se me salió el
corazón del pecho. Iba por fin a echarme de
ahí?
Aquel hombre se detuvo a dos o tres metros de mí;
me puse de pie respetuosamente. Era un tipo
fornido; llevaba pantalones de equitación, botas
color café y camisa tipo militar con hombreras. Sin
embargo lo que mas me llamo la atención de él fue
su gran mostacho de puntas curvadas.
-Así que la lluvia no te ahuyentó, eh, muchacho?
Lo dijo en un acento que no reconocí.
-No, señor. Aquí debajo de los árboles no me mojé.
Mi ropa estaba tan seca como mi garganta.
-Te gusta mi cachorro?
-Cachorro , señor?
-Mi avión… el modelo se llama Piper Cub (cub:
cachorro en inglés). Te gusta?
-Si, señor. Me parece que es un avión precioso.
-Alguna vez has volado?
-No, señor!
-Bueno el cachorro necesita una lavada. Qué te
parece si se la das tu, y después nos vamos a volar
para que se seque?
-Sí. Señor!
Nos acercamos al aeroplano. El hombre empezó a
mostrarme dónde quería que lo limpiará y yo toque
el fuselaje. Realmente estaba tocando un avión! El
dueño me dio un cubo, un jabón y un trapo. Nunca
aparato alguno ha sido objeto del cuidado amoroso
que recibió el cachorro aquella tarde mágica. Lo
había pulido por dentro y por fuera. Y ya estaba
repasado el fuselaje cuando apareció el piloto.
-Oye, chico, ya es suficiente.
-Me dijo, riéndose entre dientes- Le vas a quitar la
pintura!. -Cómo te llamas? -Jack, señor Jack Doub.
-Bueno yo me llamo Sandy.
Ayúdame a empujar la cola para darle vuelta y poder
despegar. Una vez que el cachorro estuvo en la
posición adecuada, el aviador ayudo a colocarme en
el asiento delantero y me ajusto el cinturón de
seguridad. Impulsó la hélice con una mano para que
empezará a girar y el motor cobró vida.
Después, se instalo en el asiento rasero y tiro de una
cuerda para quitar la calza que estaba debajo de la
rueda derecha. “Aquí vamos muchacho!”, gritó.
El cachorro avanzo hacia la pista. Me di cuenta
apenas de que la cola se levantaba, y luego, de
pronto, nos elevamos en el aire. Los árboles se
precipitaban a nuestros pies en dirección contraria
a la que llevábamos. ¡Estaba volando!
“Qué te parece? ¡Maravilloso! No?, me pregunto
Sandy.
Suspendimos el ascenso a 600 metros de altitud y
fuimos a sobrevolar la ciudad. Hacia el sur
divisamos la bahía de Tampa y docenas de
pequeños lagos.
En verdad ese vuelo para mi fue una experiencia
maravillosa. Al rato volvimos a aterrizar, demasiado
pronto, me pareció.
Cuando la hélice se detuvo, yo todavía estaba sentado en
el aeroplano saboreando los últimos segundos del viaje.
-Estás bien, muchacho? –Me pregunto Sandy.
-Si, señor –le conteste, y a regañadientes me apee del
avión. En eso dije:
-algún día seré piloto, igual que usted, señor.
-Muy bien! Necesitamos muchachos listos y que trabajen
duro, como tú. El sol se estaba poniendo. Corrí por mi
bicicleta.
-¡Jack! -gritó Sandy-. Nos vemos el próximo domingo?
-¡Sí, señor!.
Llegue a casa precisamente a la hora de la cena. Note que
mi padre me observaba, pero no le di importancia.
Más tarde empecé a dibujar el cachorro y de
repente advertí que Papá estaba de pie junto a mí.
Qué paso hoy, Jackie? –Me pregunto. Con gran
emoción se lo conté todo.
-¡Voy a ser piloto! –Concluí. En los labios de Papá
se dibujo una sonrisa, y él me dio un abrazo.
Nueve años después, mi padre me prendió en la
chaqueta la insignia de las alas de la Fuerza Aérea
Norteamericana. Desde entonces he piloteado
cazas supersónicos, aviones comerciales y toda
clase de aeronaves de recreo. Pero ninguno de
ellos se compara con aquel Avioncito Amarillo que
susurraba sobre los pinos, durante aquellas
hermosas tardes veraniegas.

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Avionamarillo

  • 1.
  • 2. El avión planeo susurrando por encima de los árboles, y cuando las ruedas tocaron la hierba, la hélice seguía girando silenciosamente. El aparato rodo unos cuantos metros por el suelo, dio vuelta y se acercó a un grupo que charlaban afuera de un diminuto hangar. Un letrero pintado a mano decía: “Paseos en avión dos dólares”. Me detuve montado en mi bicicleta, en una arboleda próxima a la pista. Nunca había estado tan cerca de un avión de verdad.
  • 3. Había salido de Tampa, Florida, con rumbo noreste, buscando un buen lugar para pescar y en el camino el avión paso por encima de mi cabeza. Lo seguí, guiándome por el ruido, y fui a esconderme entre los pinos, con la intención de observar lo que pasara. El piloto ayudó a un pasajero a instalarse en el asiento delantero, y el subió al trasero. Con un ronroneo, el aparato se dirigió a la pista. La rueda de la cola despegó, y el avioncito color amarillo brillante rodó sobre las ruedas frontales. Entonces, en un solo movimiento que me causo una indecible emoción, se elevó lentamente y se perdió de vista.
  • 4. Apoyé la bicicleta contra un árbol, y me senté. A los diez minutos, el avión volvió aparecer en un suave descenso. No se oía el ruido del motor…; sólo el que producía el viento al rozar los tirantes de las alas, hasta que completo el aterrizaje perfecto. No me moví de ahí en toda la tarde; estaba fascinado, y en esos momentos deseaba, más que nada en el mundo, tener dos dólares. Al caer la tarde se fue el último cliente; observé cómo el piloto empujó el avión para meterlo en el hangar, y cerró la puerta. Luego se dirigió a su automóvil, pero de pronto se detuvo y miró hacia donde yo estaba.
  • 5. Pensé que me echaría de ahí, pero subió a su automóvil y se alejó. Entonces caí en la cuenta de que mi madre debería estar preocupada, pues jamás llegaba yo tarde. Pedaleando frenéticamente, emprendí el camino de regreso a la ciudad, un trayecto de quince kilómetros. Ya había oscurecido cuando llegué a casa. -Lo siento mamá- murmuré, al tiempo que me sentaba precipitadamente a la mesa. -Dónde estabas, hijo?. La voz de mi madre me pareció severa. -Me fui hacia el norte, por el dique –le respondí- creo que llegué más lejos de lo que quería.
  • 6. -Tuviste buena pesca?- pregunto mi padre. -Eh no papá. No pesqué nada. El enarcó una ceja. A la edad de 13 años era bastante bueno para pescar. -La próxima vez, regresa más temprano–recomendó mi madre-. No importa que no estén picando. -Si, mamá. No fue una mentira de mi parte…no precisamente. Porque era verdad que no había pescado nada. Aunque también era cierto que ni siquiera había echado al agua el sedal.
  • 7. El domingo siguiente me fui otra vez “de pesca” al aeródromo. El avioncito amarillo subió y bajó todo el día. Una vez me pareció que el piloto me saludaba con la mano al pasar. Yo le correspondí pero me sentí ridículo. Por qué iba aquel hombre a saludar a un niño?. Transcurrieron las semanas y todos los domingos ahí estuve. Una tarde le pregunte a mi padre si podía darme dos dólares por cumplir algún encargo. “Ahora no, hijo ¡lo siento!” esa fue su respuesta. Corría el año de 1947 y él había pasado por una mala racha en sus negocios. La cabaña en que vivíamos era de una sola recámara.
  • 8. Un domingo cuando estaba observando el avión, se empezó a gestar una tormenta. El piloto aterrizó. El cielo se oscureció y los clientes corrieron hacia sus automóviles cuando cayeron grandes gotas de lluvia. Me refugié bajo los árboles. Al rato amainó y volvió a salir el sol, pero los aspirantes al paseo ya no regresaron. El piloto salió del hangar y miró el cielo. Se acercó al avión, pero de repente se encaminó hacia el lugar donde yo estaba. A mí se me salió el corazón del pecho. Iba por fin a echarme de ahí?
  • 9. Aquel hombre se detuvo a dos o tres metros de mí; me puse de pie respetuosamente. Era un tipo fornido; llevaba pantalones de equitación, botas color café y camisa tipo militar con hombreras. Sin embargo lo que mas me llamo la atención de él fue su gran mostacho de puntas curvadas. -Así que la lluvia no te ahuyentó, eh, muchacho? Lo dijo en un acento que no reconocí. -No, señor. Aquí debajo de los árboles no me mojé. Mi ropa estaba tan seca como mi garganta. -Te gusta mi cachorro? -Cachorro , señor? -Mi avión… el modelo se llama Piper Cub (cub: cachorro en inglés). Te gusta?
  • 10. -Si, señor. Me parece que es un avión precioso. -Alguna vez has volado? -No, señor! -Bueno el cachorro necesita una lavada. Qué te parece si se la das tu, y después nos vamos a volar para que se seque? -Sí. Señor! Nos acercamos al aeroplano. El hombre empezó a mostrarme dónde quería que lo limpiará y yo toque el fuselaje. Realmente estaba tocando un avión! El dueño me dio un cubo, un jabón y un trapo. Nunca aparato alguno ha sido objeto del cuidado amoroso que recibió el cachorro aquella tarde mágica. Lo había pulido por dentro y por fuera. Y ya estaba repasado el fuselaje cuando apareció el piloto.
  • 11. -Oye, chico, ya es suficiente. -Me dijo, riéndose entre dientes- Le vas a quitar la pintura!. -Cómo te llamas? -Jack, señor Jack Doub. -Bueno yo me llamo Sandy. Ayúdame a empujar la cola para darle vuelta y poder despegar. Una vez que el cachorro estuvo en la posición adecuada, el aviador ayudo a colocarme en el asiento delantero y me ajusto el cinturón de seguridad. Impulsó la hélice con una mano para que empezará a girar y el motor cobró vida. Después, se instalo en el asiento rasero y tiro de una cuerda para quitar la calza que estaba debajo de la rueda derecha. “Aquí vamos muchacho!”, gritó.
  • 12. El cachorro avanzo hacia la pista. Me di cuenta apenas de que la cola se levantaba, y luego, de pronto, nos elevamos en el aire. Los árboles se precipitaban a nuestros pies en dirección contraria a la que llevábamos. ¡Estaba volando! “Qué te parece? ¡Maravilloso! No?, me pregunto Sandy. Suspendimos el ascenso a 600 metros de altitud y fuimos a sobrevolar la ciudad. Hacia el sur divisamos la bahía de Tampa y docenas de pequeños lagos. En verdad ese vuelo para mi fue una experiencia maravillosa. Al rato volvimos a aterrizar, demasiado pronto, me pareció.
  • 13. Cuando la hélice se detuvo, yo todavía estaba sentado en el aeroplano saboreando los últimos segundos del viaje. -Estás bien, muchacho? –Me pregunto Sandy. -Si, señor –le conteste, y a regañadientes me apee del avión. En eso dije: -algún día seré piloto, igual que usted, señor. -Muy bien! Necesitamos muchachos listos y que trabajen duro, como tú. El sol se estaba poniendo. Corrí por mi bicicleta. -¡Jack! -gritó Sandy-. Nos vemos el próximo domingo? -¡Sí, señor!. Llegue a casa precisamente a la hora de la cena. Note que mi padre me observaba, pero no le di importancia.
  • 14. Más tarde empecé a dibujar el cachorro y de repente advertí que Papá estaba de pie junto a mí. Qué paso hoy, Jackie? –Me pregunto. Con gran emoción se lo conté todo. -¡Voy a ser piloto! –Concluí. En los labios de Papá se dibujo una sonrisa, y él me dio un abrazo. Nueve años después, mi padre me prendió en la chaqueta la insignia de las alas de la Fuerza Aérea Norteamericana. Desde entonces he piloteado cazas supersónicos, aviones comerciales y toda clase de aeronaves de recreo. Pero ninguno de ellos se compara con aquel Avioncito Amarillo que susurraba sobre los pinos, durante aquellas hermosas tardes veraniegas.