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Carla Andrade Castro

Aspectos   pictóricos   de   la   cultura   precolombina   en   la   obra   de   Frida Kahlo.

Por todos es sabido que la figura de la pintora Frida Kahlo es uno de los estandartes de
la cultura mexicana más reconocidos internacionalmente. Sin embargo su obra pictórica
está llena de simbolismos, tanto de carácter personal como referentes a la cultura
mesoamericana propia de la región de México antes de la llegada de los colonizadores.
Una innumerable serie de analogías construyen los densos mensajes que la artista intenta
transmitir. Pero la conciencia del pueblo mexicano que alimenta la obra de Frida, no es
puramente estético ni tampoco es una arte ligado al nacionalismo revolucionario como
el que practicó su compañero Diego Rivera. La suya es una actitud que tiene origen en
el arte popular precolombino, que recoge una fascinación ancestral por la muerte y la
metamorfosis, y que imprime a la imaginería del pueblo mexicano un carácter un tanto
necrófilo. Recordemos que muchas de las figuras del arte prehispánico estaban marcadas
por una fuerte tendencia metaforfoseante, en la que indistintamente flora, fauna o ser
sufren procesos de hibridación para subvertir el orden natural de las cosas y crear así
nuevos seres u objetos ajenos a cualquier realidad.

Aunque quizás uno de los aspectos sobre su pintura que más interés suscita sea la
continua disociación que Kahlo hace en algunos de sus retratos. Es en este género del
autoretrato donde más sale a relucir el imaginario mexicano que se conjuga con las
fuertes características psicológicas que conforman la vida y la realidad de la artista. Es
así que la mitología precolombina es una de las grandes claves de su obra, que siempre
ha mantenido a la autora ligada a sus orígenes más puros y antiguos, y que es utilizada
como recurso estilístico para conformar mensajes íntimos fruto de su experiencia vital.
No es extraño que muchos de los cuadros de su colección sean autorretratos, ya que es
este género pictórico en particular el que le permitió establecer un diálogo consigo misma
en diferentes momentos de su vida. El retrato se convierte en una huella imborrable de el
irremediable devenir de la vida, y le ayuda a construír un recuerdo duradero y a situarlo en
su tiempo.

A parte de la pintura popular mexicana, otro de los orígenes de su inspiración puede
hayarse en la imaginería religiosa de los retablos y ex-votos de los siglos XVII y XIX.
Los conquistadores españoles trajeron consigo un poderoso y profundo sentimiento
religioso en donde reinaba una visión trágica del mundo representada fielmente en el
arte. Estos retablos de carácter religioso tenían tres características salientables; una
escena trágica o con un personaje enfermo, el santo o mártir que obra el milagro para
arreglar la situación, y una inscripción que describe el evento. Además el formato de
sus pinturas, como de un modo semejante pasa en los ex-votos, es estrecho y reducido,
limitando a dimensiones muy angostas las escena de su vida. De este modo Frida retoma
esa emotividad de la iconografía religiosa mexicana, que viene directamente de la visión
fatalista española, para acentuar su propio drama.

También me gustaría destacar a Frida Kahlo como una de las primeras (sino la primera)
mujer en la historia del arte que ha expresado de manera absolutamente franca,
profunda y a veces tremendamente desgarradora pero no exagerada, momentos clave
que conciernen a su existencia como mujer. Por eso ha pintado su nacimiento, su
amamantamiento, su crecimiento en la famiia, su amor, su desamor y otros sufrimientos
de manera poética e intensa, exhaltando su maravillosa fantasía lógica.
A continuación analizaré en orden cronológico una selección de obras de la pintora que
guardan más aspectos pictóricos relacionados con la cultura precolombina mexicana.

1929. Autorretrato - El tiempo vuela.
Esta obra fue pintada el mismo año que Frida y Diego contajeron matrimonio. En este
retrato se refleja por completo la Frida a la que Diego amaba, una Frida con latentes
reminiscencias mexicanas. Este cuadro en el que emplea el “Mexicanismo” propio de
las obras de Rivera, es el comienzo de un estilo pictórico que ya jamás abandonará. Los
vestidos renacencistas de terciopelo de los sujetos que antes pintaba han dado paso a
la ropa propia de campesino, sencilla y de algodón. Surge el irremediable contraste de
este nuevo retrato, de colores vívidos y brillantes típicos de la cultura mexicana contra
su primer autorretrato de 1926 en el cual aparece representada como una melancólica
aristócrata pintada en colores oscuros y lisos.
Frida, que coleccionaba joyería del período pre-Colombino, muestra la profunda influencia
de ésta estapa cultural en la inclusión de sus joyas no solo en ésta, si no en muchas otras
obras. El estilo pictórico tan folklórico se destaca también en el uso de las cortinas atadas
como fondo, muy típico del estilo de los retratistas mexicanos del siglo XIX.
Con este retrato Frida muestra la búsqueda ya practicamente afianzada de su propio estilo
pictórico y la profunda aceptación que siente por sus raíces culturales mexicanas

1931. Frieda y Diego Rivera.
Se especula que quizás este cuadro esté basado en la foto de boda de la pareja. Fué
pintado dos años después del enlace mientras estaban es San Francisco. La pintura es un
regalo que Frida le hizo al coleccionista de pintura Albert Bender, en gratitud a su ayuda
prestada para conseguir la visa que Diego necesitaba para entrar en Estados Unidos.
Este doble retrato tiene un estilo folklórico, y ambos personajes poseen unos definidos
atributos que nos constatan su rol. Diego es representado como un artista, con la paleta y
los pinceles en la mano. En cambio, Frida se retrata a si misma vestida con indumentaria
típica mexicana, la que tanto adoraba su marido para ella, mientras éste le sujeta la mano.
Cabe decir, que la diferencia de altura entre la pareja no es exagerada.
La leyenda en la esquina superior derecha del cuadro, inspirada en los retablos de los
colonos nos revela el destinatario del cuadro “para nuestro amigo el señor Albert Bender”.

1937. Recuerdo - El corazón
Este es un estupendo ejemplo de como la autora utilizaba la pintura y en especial el
retrato para expresar sus sentimientos. Esta obra hace referencia al momento en el que
Frida descubre que su marido Diego le ha sido infiel con su hermana menor, Cristina.
En primer plano y en un tamaño descomunal se nos presenta un corazón desgarrado
y arrancado del pecho de la protagonista. Su enorme voluminosidad nos hace pensar
en el inmenso dolor que ha sufrido la autora. En el lugar del pecho en el que antes
estaba, ahora nos encontramos con una fina barra con aspecto de madera en el que
dos pequeños seres, que quizás sean cupidos se balancean en cada extremo intentando
mantener el equilibrio.
Frida ilustra dramáticamente su impotencia ante esta situación a través de la inexistencia
de sus manos. Y su rostro, que como es costumbre se mantiene impasible, muestra unas
lágrimas sobre sus mejillas. El pie que descansa sobre el agua tiene aspecto de barco de
vela, y hace referencia a una operación que Frida había sufrido recientemente.
El título de la obra, “Memoria” nos sugiere que la autora está reviviendo momentos
pasados que han desembocado en este crudo retrato.
Hay que prestar especial atención a las vestimentas que ocupan el cuadro, pues puede
que tengan la clave para entender lo que la artista quería expresar. Al fondo, en un plano
más apartado vemos colgado un uniforme escolar, que quizás podría recordarle los días
en los que conoció a Diego, siendo una colegiala. Del vestido cuelga un brazo que parece
que se estira hacia Frida en primer plano, pero no semeja que la vaya a alcanzar.
De vuelta en el primer plano del cuadro, a la misma altura que la protagonista cuelga otro
vestido, pero esta vez es un vestido de Tehuana, ropa regional Mexicana. Quizás esta
indumentaria le recuerde a Frida los momentos en los que se engalanaba con ropas y
joyas nativas para Diego, que la admiraba y se enorgullecía de la herencia mexicana que
Frida portaba. Al contrario que el vestido del fondo, el brazo que cuelga del vestido de
Tehuana está cogido del ganchete a la protagonista. Esto puede que sea una reflexión
sobre su relación con su cultura y las ropas que a Rivera tanto le gustaban.
Por último, como figura central de la composición está el retrato de la autora, que va
significativamente vestida con ropas de estilo europeo, que prefería usar cuando estaba
separada de Diego, pues éste adoraba la vestimenta regional. Hay que resaltar también
su corte de pelo. Se lo ha cortado con el fin de que éste acto moleste a Diego, quien
apreciaba su larga y voluminosa cabellera, mucho más en consonacia con la estética
folcklórica que promovía para Frida.
Como anécdota, la chaqueta que lleva en este cuadro es la misma que vestía en una foto
tomada en 1935 por Lucienne Bloch, y es una de las pocas en la que vemos a Frida con el
pelo corto.


1937. Mi nana y yo.
Para comprender esta pintura hace falta recordar los primerísimos tiempos de vida de
Frida. Su madre no pudo amamantarla por el embarazo de su hermana Cristina, que nació
tan sólo 11 meses después que ella. Fué por este motivo que la familia tuvo que contratar
a una nodriza india para que realizase esta función. Este hecho tiene importancia en la
posterior relación de Frida con su madre, que nunca llegó a afianzarse por completo y por
tanto el vínculo básico madre-hija permaneció roto a lo largo de sus vidas.
Este cuadro es uno de los mejores ejemplos en los que se manifiesta esa imaginería
mexicana que busca lo fantástico y la metamorfosis de la naturaleza. Hay varias cosas
que llaman irremediablemente la atención sobre este cuadro. Para empezar el propio
retrato de la artista. El recuerdo de ser amamantada es de una Frida adulta, y es por
eso que su cabeza tiene la medida que le corresponde en cuanto al momento en el que
recuerda este hecho. Ya que no reconoce las facciones de su nodriza por ser tan joven,
la mujer aparece con la cara cubierta. La máscara que nos cubre su rosto es una másara
funeraria precolombina, concretamente Teotihuacana. La ciudad de Teotihuacán era la
ciudad de los dioses y los muertos; todos ellos estaban cubiertos por máscaras que,
aunque nunca reproducen los rasgos específicos de cada individuo, sí representan los
rasgos generales del pueblo.
La máscara produce un juego ambiguo en esta figura. Si nos fijamos en la pose en la que
la nodriza sostiene al bebé, quizás nos recuerde a las escenas cristianas de piedad. Sin
embargo, entre ambos personajes no hay un ápice de complicidad, parece que el contacto
no es más que un trámite alimenticio. Ante esta falta de conexión entre las figuras la
actitud frente a la nodriza cambia y hace que se nos muestre a la criatura que porta como
una ofrenda para algún sacrificio. Es probable que algún ídolo precolombino inspirase la
pose de la obra.
El seno de la nodriza parece estar formado por racimos de los que brota la leche. El
fondo vegetal y abundante, y el cielo del que llueve también leche parece estar en total
consonacia con ella.
El espacio inferior del cuadro sugiere la intención de la artista de quizás pintar un ex-voto,
pero nunca llegó a escribir el texto. Frida ilustra con esta pintura uno de los eventos más
importantes de su vida. De forma extraordinaria, la artista transforma la típica escena
maternal de “Madonna” en un reflejo de la pérdida y separación de su propia madre.

1939. Las dos Fridas.
Poco tiempo después de su divorcio de Diego, Frida pintó este doble autorretrato.
Con esta obra la pintora refleja las emociones que rodearon su separación y su crisis
matrimonial. Sin adentrarnos todavía en la simbología intrínseca del cuadro, el fondo
tormentoso y grisáceo nos augura y revela el caos interno que sufre la autora.
Éste doble autorretrato es uno de los mejores ejemplos de la manera en que Frida
ultilizaba el arte para materializar sus sentimientos hacia Diego. Él mismo es el otro gran
protagonista de esta pintura.
En esta obra nos encontramos con dos imágenes de si misma. El retrato de la derecha
es una Frida vestida con un traje típico de las indígenas del sureste de México, el clásico
traje tehuano. Por otra parte, en el retrato de la izquierda se nos muestra una Frida
europeizada portando un soberbio traje de boda de encaje blanco de la época victoriana.
Como ya podemos imaginar, la Frida vestida de mexicana es la parte de sí misma que
Diego amaba y respertaba; y la Frida más europea es la que ha sido traicionada por
adulterio.
Las dos mujeres dejan al aire sus corazones, éste recurso era utilizado por la pintora para
expresar el profundo dolor que sentía. Sin embargo, el corazón de la Frida europea está
roto, mientras que el de la Tehuana está entero. Precisamente esta última, sostiene en su
mano un pequeño retrato de Diego, del que sale una fina vena que atraviesa y une ambos
corazones y que finalmente es cortada por la Frida vestida de victoriana con ayuda de
unas tijeras quirúrgicas. Aún así, la sangre continúa fluyendo a través de ella y el hermoso
vestido blanco se mancha de salpicaduras. Se podría pensar que de seguir así, Frida
corre el riesgo de desangrarse. Cabe mencionar que la alusión al material de medicina
que de vez en cuando la artista añade a sus obras es fruto de su interés por las prácticas
médicas que siempre habían llamado su atención.
Aunque quizás podríamos pensar que estas dos figuras se encuentran enfrentadas, hay
que reparar en que no sólo comparten la unión de sus corazones, también se cogen de
la mano. Lejos de enfrentarse una a la otra, las dos figuras se apoyan mutuamente, es la
búsqueda de un nuevo camino a travé de su doble, el testimonio de dos existencias que
parecen fluir por la misma arteria. Al fin y al cabo las dos se complementan en una sola, y
ella misma, sujetándose su propia mano, es su única compañera.

1943. Autorretrato vestida como Tehuana.
Este autorretrato también es conocido como “Diego en mis pensamientos” y “Pensando
en Diego”. Aunque ya estaban casados, su marido continuaba siéndole infiel, y en este
retrato se refleja ávidamente el deseo de Frida de poseerlo exclusivamente ella. La pintura
en miniatura del retrato de Diego sobre su frente, nos revela el amor obsesivo que sentía
por el muralista, lo tiene siempre presente en sus pensamientos. Frida sabía lo mucho que
Diego la admiraba vestida con la ropa tradicional mexicana, y es por eso que se retrató
vestida de Tehuana. El fondo vegetal se funde en primer plano con las ropas creando una
morfología similar a la de la tela de una araña, en la que cual busca atrapar a su presa.
1949. El abrazo de amor del Universo, la Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xólotl.
Esta obra contiene muchos elementos derivados de la antigua mitología Mexicana.
En el centro de la pintura se presenta Frida, en una pose de Madonna, sosteniendo a
un Diego bebé. Es probable que la incapacidad de la pintora por tener hijos la llevara a
adoptar un papel maternal en cuanto a Diego. La relación entre estas dos figuras nos
habla sobre la relación de simbiosis entre hombres y mujeres. Aunque es la mujer la
figura que da lugar a la vida, es el hombre el que tiene sobre su frente el tercer ojo de la
sabiduría, y es por sus cualidades intrínsecas que no pueden vivir el uno sin el otro.
A la pareja les rodea una frondosa vegetación muy variada que se funde en una figura de
aspecto pedregoso, es la divinidad azteca Cihuacoátl. Esta diosa mitad serpiente mitad
mujer, fue la primera mujer en dar a luz; y por eso es considerada como la protectora de
los partos, y en especial de las mujeres muertas al dar a luz. Esta madre tierra azteca que
representa a México, abraza a las dos figuras centrales que reposan en su regazo.
A ellos les acompaña la figura de un perro de la raza Xoloitzcuintle, una raza canina
prácticamente sin pelo originaria de su tierra, y muy ligada a la cultura azteca. Pero este
cánido representa mucho más que una mascota de la artista, representa al dios mitológico
Xólotl. Esta deidad tiene una forma semejante a la de un perro, es el señor del inframundo
y ayudaba a los muertos en su viaje al Mictlán. Además protege al Sol cuando viaja a
través del inframundo durante la noche, es quizás por eso que está situado en la parte
más oscura del paisaje.
Rodeando todo el conjunto, hay una figura más externa que los abraza con sus enormes
brazos de los que surgen raíces. Ella misma es la luz y la oscuridad, es el universo.
En este cuadro Frida ha representado multitud de dualidades: la noche y el día, la luna
y el sol, el hombre y la mujer, e incluso la vida y la muerte. Todos estos conceptos se
ven representados y aunados por las figuras de la mitología mexicana, que gracias a
su naturaleza metamorfoseante y a su espíritu fantástico ayudan a la artista a expresar
conceptos y emociones que no serían concebibles en ninguna otra realidad que no fuera
la suya propia.

Opinión Personal.
Realmente opino que la obra de esta pintora es difícil de entender para el público ajeno a
su historia. La pintura de Frida es un fiel reflejo de sus emociones más profundas, y ella
las explica por medio de complejas y autobiográficas composiciones en las que hay que
descifrar el momento exacto de su vida al que se refiere para poder entenderlo. Por otra
parte, la imaginería cultural mexicana no es un arte muy conocido. Es cierto que podemos
distinguir a primera vista cuando una obra tiene ese tipo de influencia precolombina
porque sus características estilísticas como los colores y formas que usan son muy
únicos y diferentes a los de cualquier otra cultura. Sin embargo, es dificil saber qué
representa realmente cada figura que nos muestra la autora sin un poco de conocimiento
previo. Y aún más cuando, como hemos visto antes, las divinidades aztecas son muy
metamorfoseantes y pueden adoptar diferentes formas y significados.
Este trabajo me ha servido para que mi comprensión sobre la obra de esta pintora sea
mucho mejor que antes. La clave ha estado en identificar los momentos biográficos a los
que se refiere cada escena y conocer la simbología precolombina que aparece en ellos.

Bibliografía.
Rico, Araceli. “Frida Kahlo: fantasía de un cuerpo herido”
Bartra, Eli. “Frida Kahlo: mujer, ideología y arte”
Tibol, Raquel “Frida Kahlo: una vida abierta”
1929. Autorretrato -          1931. Frieda y Diego          1937. Recuerdo -
  El tiempo vuela.                  Rivera.                   El corazón




        1937. Mi nana y yo.                             1939. Las dos Fridas.




 1943. Autorretrato                                    1949. El abrazo de amor del
vestida como Tehuana.                                Universo, la Tierra (México), Yo,
                                                         Diego y el Señor Xólotl.

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  • 1. Carla Andrade Castro Aspectos pictóricos de la cultura precolombina en la obra de Frida Kahlo. Por todos es sabido que la figura de la pintora Frida Kahlo es uno de los estandartes de la cultura mexicana más reconocidos internacionalmente. Sin embargo su obra pictórica está llena de simbolismos, tanto de carácter personal como referentes a la cultura mesoamericana propia de la región de México antes de la llegada de los colonizadores. Una innumerable serie de analogías construyen los densos mensajes que la artista intenta transmitir. Pero la conciencia del pueblo mexicano que alimenta la obra de Frida, no es puramente estético ni tampoco es una arte ligado al nacionalismo revolucionario como el que practicó su compañero Diego Rivera. La suya es una actitud que tiene origen en el arte popular precolombino, que recoge una fascinación ancestral por la muerte y la metamorfosis, y que imprime a la imaginería del pueblo mexicano un carácter un tanto necrófilo. Recordemos que muchas de las figuras del arte prehispánico estaban marcadas por una fuerte tendencia metaforfoseante, en la que indistintamente flora, fauna o ser sufren procesos de hibridación para subvertir el orden natural de las cosas y crear así nuevos seres u objetos ajenos a cualquier realidad. Aunque quizás uno de los aspectos sobre su pintura que más interés suscita sea la continua disociación que Kahlo hace en algunos de sus retratos. Es en este género del autoretrato donde más sale a relucir el imaginario mexicano que se conjuga con las fuertes características psicológicas que conforman la vida y la realidad de la artista. Es así que la mitología precolombina es una de las grandes claves de su obra, que siempre ha mantenido a la autora ligada a sus orígenes más puros y antiguos, y que es utilizada como recurso estilístico para conformar mensajes íntimos fruto de su experiencia vital. No es extraño que muchos de los cuadros de su colección sean autorretratos, ya que es este género pictórico en particular el que le permitió establecer un diálogo consigo misma en diferentes momentos de su vida. El retrato se convierte en una huella imborrable de el irremediable devenir de la vida, y le ayuda a construír un recuerdo duradero y a situarlo en su tiempo. A parte de la pintura popular mexicana, otro de los orígenes de su inspiración puede hayarse en la imaginería religiosa de los retablos y ex-votos de los siglos XVII y XIX. Los conquistadores españoles trajeron consigo un poderoso y profundo sentimiento religioso en donde reinaba una visión trágica del mundo representada fielmente en el arte. Estos retablos de carácter religioso tenían tres características salientables; una escena trágica o con un personaje enfermo, el santo o mártir que obra el milagro para arreglar la situación, y una inscripción que describe el evento. Además el formato de sus pinturas, como de un modo semejante pasa en los ex-votos, es estrecho y reducido, limitando a dimensiones muy angostas las escena de su vida. De este modo Frida retoma esa emotividad de la iconografía religiosa mexicana, que viene directamente de la visión fatalista española, para acentuar su propio drama. También me gustaría destacar a Frida Kahlo como una de las primeras (sino la primera) mujer en la historia del arte que ha expresado de manera absolutamente franca, profunda y a veces tremendamente desgarradora pero no exagerada, momentos clave que conciernen a su existencia como mujer. Por eso ha pintado su nacimiento, su amamantamiento, su crecimiento en la famiia, su amor, su desamor y otros sufrimientos de manera poética e intensa, exhaltando su maravillosa fantasía lógica.
  • 2. A continuación analizaré en orden cronológico una selección de obras de la pintora que guardan más aspectos pictóricos relacionados con la cultura precolombina mexicana. 1929. Autorretrato - El tiempo vuela. Esta obra fue pintada el mismo año que Frida y Diego contajeron matrimonio. En este retrato se refleja por completo la Frida a la que Diego amaba, una Frida con latentes reminiscencias mexicanas. Este cuadro en el que emplea el “Mexicanismo” propio de las obras de Rivera, es el comienzo de un estilo pictórico que ya jamás abandonará. Los vestidos renacencistas de terciopelo de los sujetos que antes pintaba han dado paso a la ropa propia de campesino, sencilla y de algodón. Surge el irremediable contraste de este nuevo retrato, de colores vívidos y brillantes típicos de la cultura mexicana contra su primer autorretrato de 1926 en el cual aparece representada como una melancólica aristócrata pintada en colores oscuros y lisos. Frida, que coleccionaba joyería del período pre-Colombino, muestra la profunda influencia de ésta estapa cultural en la inclusión de sus joyas no solo en ésta, si no en muchas otras obras. El estilo pictórico tan folklórico se destaca también en el uso de las cortinas atadas como fondo, muy típico del estilo de los retratistas mexicanos del siglo XIX. Con este retrato Frida muestra la búsqueda ya practicamente afianzada de su propio estilo pictórico y la profunda aceptación que siente por sus raíces culturales mexicanas 1931. Frieda y Diego Rivera. Se especula que quizás este cuadro esté basado en la foto de boda de la pareja. Fué pintado dos años después del enlace mientras estaban es San Francisco. La pintura es un regalo que Frida le hizo al coleccionista de pintura Albert Bender, en gratitud a su ayuda prestada para conseguir la visa que Diego necesitaba para entrar en Estados Unidos. Este doble retrato tiene un estilo folklórico, y ambos personajes poseen unos definidos atributos que nos constatan su rol. Diego es representado como un artista, con la paleta y los pinceles en la mano. En cambio, Frida se retrata a si misma vestida con indumentaria típica mexicana, la que tanto adoraba su marido para ella, mientras éste le sujeta la mano. Cabe decir, que la diferencia de altura entre la pareja no es exagerada. La leyenda en la esquina superior derecha del cuadro, inspirada en los retablos de los colonos nos revela el destinatario del cuadro “para nuestro amigo el señor Albert Bender”. 1937. Recuerdo - El corazón Este es un estupendo ejemplo de como la autora utilizaba la pintura y en especial el retrato para expresar sus sentimientos. Esta obra hace referencia al momento en el que Frida descubre que su marido Diego le ha sido infiel con su hermana menor, Cristina. En primer plano y en un tamaño descomunal se nos presenta un corazón desgarrado y arrancado del pecho de la protagonista. Su enorme voluminosidad nos hace pensar en el inmenso dolor que ha sufrido la autora. En el lugar del pecho en el que antes estaba, ahora nos encontramos con una fina barra con aspecto de madera en el que dos pequeños seres, que quizás sean cupidos se balancean en cada extremo intentando mantener el equilibrio. Frida ilustra dramáticamente su impotencia ante esta situación a través de la inexistencia de sus manos. Y su rostro, que como es costumbre se mantiene impasible, muestra unas lágrimas sobre sus mejillas. El pie que descansa sobre el agua tiene aspecto de barco de vela, y hace referencia a una operación que Frida había sufrido recientemente. El título de la obra, “Memoria” nos sugiere que la autora está reviviendo momentos pasados que han desembocado en este crudo retrato.
  • 3. Hay que prestar especial atención a las vestimentas que ocupan el cuadro, pues puede que tengan la clave para entender lo que la artista quería expresar. Al fondo, en un plano más apartado vemos colgado un uniforme escolar, que quizás podría recordarle los días en los que conoció a Diego, siendo una colegiala. Del vestido cuelga un brazo que parece que se estira hacia Frida en primer plano, pero no semeja que la vaya a alcanzar. De vuelta en el primer plano del cuadro, a la misma altura que la protagonista cuelga otro vestido, pero esta vez es un vestido de Tehuana, ropa regional Mexicana. Quizás esta indumentaria le recuerde a Frida los momentos en los que se engalanaba con ropas y joyas nativas para Diego, que la admiraba y se enorgullecía de la herencia mexicana que Frida portaba. Al contrario que el vestido del fondo, el brazo que cuelga del vestido de Tehuana está cogido del ganchete a la protagonista. Esto puede que sea una reflexión sobre su relación con su cultura y las ropas que a Rivera tanto le gustaban. Por último, como figura central de la composición está el retrato de la autora, que va significativamente vestida con ropas de estilo europeo, que prefería usar cuando estaba separada de Diego, pues éste adoraba la vestimenta regional. Hay que resaltar también su corte de pelo. Se lo ha cortado con el fin de que éste acto moleste a Diego, quien apreciaba su larga y voluminosa cabellera, mucho más en consonacia con la estética folcklórica que promovía para Frida. Como anécdota, la chaqueta que lleva en este cuadro es la misma que vestía en una foto tomada en 1935 por Lucienne Bloch, y es una de las pocas en la que vemos a Frida con el pelo corto. 1937. Mi nana y yo. Para comprender esta pintura hace falta recordar los primerísimos tiempos de vida de Frida. Su madre no pudo amamantarla por el embarazo de su hermana Cristina, que nació tan sólo 11 meses después que ella. Fué por este motivo que la familia tuvo que contratar a una nodriza india para que realizase esta función. Este hecho tiene importancia en la posterior relación de Frida con su madre, que nunca llegó a afianzarse por completo y por tanto el vínculo básico madre-hija permaneció roto a lo largo de sus vidas. Este cuadro es uno de los mejores ejemplos en los que se manifiesta esa imaginería mexicana que busca lo fantástico y la metamorfosis de la naturaleza. Hay varias cosas que llaman irremediablemente la atención sobre este cuadro. Para empezar el propio retrato de la artista. El recuerdo de ser amamantada es de una Frida adulta, y es por eso que su cabeza tiene la medida que le corresponde en cuanto al momento en el que recuerda este hecho. Ya que no reconoce las facciones de su nodriza por ser tan joven, la mujer aparece con la cara cubierta. La máscara que nos cubre su rosto es una másara funeraria precolombina, concretamente Teotihuacana. La ciudad de Teotihuacán era la ciudad de los dioses y los muertos; todos ellos estaban cubiertos por máscaras que, aunque nunca reproducen los rasgos específicos de cada individuo, sí representan los rasgos generales del pueblo. La máscara produce un juego ambiguo en esta figura. Si nos fijamos en la pose en la que la nodriza sostiene al bebé, quizás nos recuerde a las escenas cristianas de piedad. Sin embargo, entre ambos personajes no hay un ápice de complicidad, parece que el contacto no es más que un trámite alimenticio. Ante esta falta de conexión entre las figuras la actitud frente a la nodriza cambia y hace que se nos muestre a la criatura que porta como una ofrenda para algún sacrificio. Es probable que algún ídolo precolombino inspirase la pose de la obra.
  • 4. El seno de la nodriza parece estar formado por racimos de los que brota la leche. El fondo vegetal y abundante, y el cielo del que llueve también leche parece estar en total consonacia con ella. El espacio inferior del cuadro sugiere la intención de la artista de quizás pintar un ex-voto, pero nunca llegó a escribir el texto. Frida ilustra con esta pintura uno de los eventos más importantes de su vida. De forma extraordinaria, la artista transforma la típica escena maternal de “Madonna” en un reflejo de la pérdida y separación de su propia madre. 1939. Las dos Fridas. Poco tiempo después de su divorcio de Diego, Frida pintó este doble autorretrato. Con esta obra la pintora refleja las emociones que rodearon su separación y su crisis matrimonial. Sin adentrarnos todavía en la simbología intrínseca del cuadro, el fondo tormentoso y grisáceo nos augura y revela el caos interno que sufre la autora. Éste doble autorretrato es uno de los mejores ejemplos de la manera en que Frida ultilizaba el arte para materializar sus sentimientos hacia Diego. Él mismo es el otro gran protagonista de esta pintura. En esta obra nos encontramos con dos imágenes de si misma. El retrato de la derecha es una Frida vestida con un traje típico de las indígenas del sureste de México, el clásico traje tehuano. Por otra parte, en el retrato de la izquierda se nos muestra una Frida europeizada portando un soberbio traje de boda de encaje blanco de la época victoriana. Como ya podemos imaginar, la Frida vestida de mexicana es la parte de sí misma que Diego amaba y respertaba; y la Frida más europea es la que ha sido traicionada por adulterio. Las dos mujeres dejan al aire sus corazones, éste recurso era utilizado por la pintora para expresar el profundo dolor que sentía. Sin embargo, el corazón de la Frida europea está roto, mientras que el de la Tehuana está entero. Precisamente esta última, sostiene en su mano un pequeño retrato de Diego, del que sale una fina vena que atraviesa y une ambos corazones y que finalmente es cortada por la Frida vestida de victoriana con ayuda de unas tijeras quirúrgicas. Aún así, la sangre continúa fluyendo a través de ella y el hermoso vestido blanco se mancha de salpicaduras. Se podría pensar que de seguir así, Frida corre el riesgo de desangrarse. Cabe mencionar que la alusión al material de medicina que de vez en cuando la artista añade a sus obras es fruto de su interés por las prácticas médicas que siempre habían llamado su atención. Aunque quizás podríamos pensar que estas dos figuras se encuentran enfrentadas, hay que reparar en que no sólo comparten la unión de sus corazones, también se cogen de la mano. Lejos de enfrentarse una a la otra, las dos figuras se apoyan mutuamente, es la búsqueda de un nuevo camino a travé de su doble, el testimonio de dos existencias que parecen fluir por la misma arteria. Al fin y al cabo las dos se complementan en una sola, y ella misma, sujetándose su propia mano, es su única compañera. 1943. Autorretrato vestida como Tehuana. Este autorretrato también es conocido como “Diego en mis pensamientos” y “Pensando en Diego”. Aunque ya estaban casados, su marido continuaba siéndole infiel, y en este retrato se refleja ávidamente el deseo de Frida de poseerlo exclusivamente ella. La pintura en miniatura del retrato de Diego sobre su frente, nos revela el amor obsesivo que sentía por el muralista, lo tiene siempre presente en sus pensamientos. Frida sabía lo mucho que Diego la admiraba vestida con la ropa tradicional mexicana, y es por eso que se retrató vestida de Tehuana. El fondo vegetal se funde en primer plano con las ropas creando una morfología similar a la de la tela de una araña, en la que cual busca atrapar a su presa.
  • 5. 1949. El abrazo de amor del Universo, la Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xólotl. Esta obra contiene muchos elementos derivados de la antigua mitología Mexicana. En el centro de la pintura se presenta Frida, en una pose de Madonna, sosteniendo a un Diego bebé. Es probable que la incapacidad de la pintora por tener hijos la llevara a adoptar un papel maternal en cuanto a Diego. La relación entre estas dos figuras nos habla sobre la relación de simbiosis entre hombres y mujeres. Aunque es la mujer la figura que da lugar a la vida, es el hombre el que tiene sobre su frente el tercer ojo de la sabiduría, y es por sus cualidades intrínsecas que no pueden vivir el uno sin el otro. A la pareja les rodea una frondosa vegetación muy variada que se funde en una figura de aspecto pedregoso, es la divinidad azteca Cihuacoátl. Esta diosa mitad serpiente mitad mujer, fue la primera mujer en dar a luz; y por eso es considerada como la protectora de los partos, y en especial de las mujeres muertas al dar a luz. Esta madre tierra azteca que representa a México, abraza a las dos figuras centrales que reposan en su regazo. A ellos les acompaña la figura de un perro de la raza Xoloitzcuintle, una raza canina prácticamente sin pelo originaria de su tierra, y muy ligada a la cultura azteca. Pero este cánido representa mucho más que una mascota de la artista, representa al dios mitológico Xólotl. Esta deidad tiene una forma semejante a la de un perro, es el señor del inframundo y ayudaba a los muertos en su viaje al Mictlán. Además protege al Sol cuando viaja a través del inframundo durante la noche, es quizás por eso que está situado en la parte más oscura del paisaje. Rodeando todo el conjunto, hay una figura más externa que los abraza con sus enormes brazos de los que surgen raíces. Ella misma es la luz y la oscuridad, es el universo. En este cuadro Frida ha representado multitud de dualidades: la noche y el día, la luna y el sol, el hombre y la mujer, e incluso la vida y la muerte. Todos estos conceptos se ven representados y aunados por las figuras de la mitología mexicana, que gracias a su naturaleza metamorfoseante y a su espíritu fantástico ayudan a la artista a expresar conceptos y emociones que no serían concebibles en ninguna otra realidad que no fuera la suya propia. Opinión Personal. Realmente opino que la obra de esta pintora es difícil de entender para el público ajeno a su historia. La pintura de Frida es un fiel reflejo de sus emociones más profundas, y ella las explica por medio de complejas y autobiográficas composiciones en las que hay que descifrar el momento exacto de su vida al que se refiere para poder entenderlo. Por otra parte, la imaginería cultural mexicana no es un arte muy conocido. Es cierto que podemos distinguir a primera vista cuando una obra tiene ese tipo de influencia precolombina porque sus características estilísticas como los colores y formas que usan son muy únicos y diferentes a los de cualquier otra cultura. Sin embargo, es dificil saber qué representa realmente cada figura que nos muestra la autora sin un poco de conocimiento previo. Y aún más cuando, como hemos visto antes, las divinidades aztecas son muy metamorfoseantes y pueden adoptar diferentes formas y significados. Este trabajo me ha servido para que mi comprensión sobre la obra de esta pintora sea mucho mejor que antes. La clave ha estado en identificar los momentos biográficos a los que se refiere cada escena y conocer la simbología precolombina que aparece en ellos. Bibliografía. Rico, Araceli. “Frida Kahlo: fantasía de un cuerpo herido” Bartra, Eli. “Frida Kahlo: mujer, ideología y arte” Tibol, Raquel “Frida Kahlo: una vida abierta”
  • 6. 1929. Autorretrato - 1931. Frieda y Diego 1937. Recuerdo - El tiempo vuela. Rivera. El corazón 1937. Mi nana y yo. 1939. Las dos Fridas. 1943. Autorretrato 1949. El abrazo de amor del vestida como Tehuana. Universo, la Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xólotl.