El documento narra la historia de un grupo de estatuas de mármol que cobran vida temporalmente y celebran su libertad. Sin embargo, descubren que su liberación fue un error y son devueltos a su estado inmóvil original. Más tarde vuelven a encontrar una llave pero no es auténtica, por lo que su libertad es breve. La narración se centra en la atracción que siente la protagonista por una de las estatuas, pero se da cuenta de que a pesar de estar temporalmente libre, sigue siendo una obra de mármol in

1. Sueño de una escultura Por: Sra. Y. Dávila 17 de junio de 2011

2. El alcaide mismo se acercó para abrir el candado en sus cadenas. Fueron liberados delante del pueblo. Comenzaron a celebrar su libertad en una fiesta palaciega donde les servían deliciosos manjares. Habían estado presos, sentados uno junto al otro por mucho tiempo, inmóviles. Ahora podían levantarse y caminar, desplazarse libre e independientemente. ©Sra. Y. Dávila

3. Uno de ellos llamó más mi atención. Era negro –bueno, realmente de un gris más oscuro- muy alto, de anchas espaldas y hermoso cuerpo. Sus brazos tenían el contorno de los brazos de un atleta. Sin embargo, no lucían fuertes como el resto de su cuerpo escultural. Al andar, colgaban de su torso como ramas de enredadera, sin el vaivén natural de los brazos de un ser vivo. ©Sra. Y. Dávila

4. De pronto divisaron el sobre secreto escondido entre los grandes bloques veteados del mármol. Lo abrieron y descubrieron que la sentencia había sido errada. No eran ellos los que deberían haber quedado libres. Pronto vendrían por ellos. No hubo que esperar. De inmediato llegaron el alcaide y la guardia. Los ataron con cadenas, los devolvieron a sus asientos eternos, a su acostumbrada inmovilidad, y los dejaron solos de nuevo. ©Sra. Y. Dávila

5. Atados el uno al otro, se levantaron torpemente y comenzaron a moverse. Se mantenían cerca de los muros de mármol, intentando encontrar la llave liberadora. Esta vez parecieron correr mejor suerte. El más bajo de estatura divisó el sobre, apenas perceptible, en el interior de una grieta entre dos bloques. Logró empujarlo con su boca hasta hacerlo salir de su escondite. Por fin serían libres. ©Sra. Y. Dávila

6. Pero, aparentemente, el recuerdo del primer sobre les despertó una duda. Se preguntaron si la llave sería la verdadera. No querían tener que ser devueltos a su paralizante asiento, como antes. Decidieron presentarla al certificador para su autenticación. Sus temores resultaron ciertos. No era la llave verdadera. Y en cualquier momento regresarían por ellos. Resolvieron disfrutar lo que pudiera durar su libertad. ©Sra. Y. Dávila

7. El oscuro alto me atraía. Me acerqué para percibir su respuesta. Pareció que también yo le agradaba. Me sentí feliz y besé varias veces su mejilla. Intenté tocar sus labios con los míos. Tenían el frío natural de una estatua de mármol y permanecieron inmóviles. Pensé que quizás no era todavía el tiempo para tal intimidad y me alejé. ©Sra. Y. Dávila

8. En ese momento comenzó a desfilar una caravana de hermosas esculturas vivientes. Estaban escapando de los jardines del Castillo hacia el parque y la calle que los rodeaban. Caminé hasta la salida para verlas de cerca. Eran hermosas. Una pareja de ellas salía, enamorada. Conversé con ellos brevemente y les dije: Sean felices, disfrútenlo mientras les dure. Sabían que su libertad duraría poco, pero estaban felices y así continuaron caminando, como al compás de una pieza de baile. ©Sra. Y. Dávila

9. Miré a la estatua de alta estatura. Le dije que debíamos hablar. Tomé su mano y caminamos, tratando de encontrar un espacio privado en aquel parque que rodeaba los terrenos del Castillo, donde todos estaban celebrando. Logré divisar un pequeño espacio algo apartado de la gente y lo conduje hasta allí. Le dije que lo amaba, pero que sabía que no duraría. Le dejé saber mi desconsuelo y le repetí tristemente: Te amo, te amo, te amo… ©Sra. Y. Dávila

10. Respondió como si no hubiese escuchado: Cuando estuve en el palacio me dieron manjares, pero algo ocurría cuando los comía. Perdía mis fuerzas, me caía. Una vez comí y así quedó mi mano. Hizo un gesto para dramatizar su narración, colocándose como una estatua inerte. Entonces miré sus labios y supe que continuarían siempre fríos. Él ni siquiera se había conmovido con mis palabras, no parecía haber escuchado mi declaración de amor. Continuaba hablando como algo cotidiano y superficial. No, sus labios nunca responderían a mis besos, ni siquiera en este breve espacio de tiempo en el que era libre. Él no era y nunca sería más que una bella estatua de mármol encadenada a la inmovilidad. ©Sra. Y. Dávila