1) El narrador describe su ruptura con su novia Mónica, quien le dijo que "lo nuestro se perdió". 2) Recuerda con nostalgia los momentos felices que pasaron juntos en su juventud en el barrio Tejelo. 3) Luego de enterarse de rumores sobre un encuentro entre Mónica y otro chico, el narrador le grita insultos a Mónica presa de la rabia y la nostalgia.
1. Fuga abreviada
Las condiciones no han cambiado. Después de tanto trajín, me he ido convirtiendo en sujeto casi
inmóvil. Una locura de caminos veo. Pero, en incierta memoria, tengo mucho que redefinir antes
de la escogencia de algún camino. Mónica Elejalde me dijo, ayer, que lo nuestro se perdió. Un
tanto escueta la decisión. A pesar de su simpleza y frialdad, yo si me puse con la pensadera.
Volviendo a lo vivido. En esas tardes de vida. En el barriecito sigiloso. Pegado a nuestra piel.
Siendo, ella y yo, el universo. Nos íbamos para el lago, en el barrio Tejelo. Enfrente del nuestro,
Castilla. Siempre contándonos cosas, vivencias. Con ese tipo de palabras hechas para gozar,
armando frases, gratificantes. Yendo y viniendo. En un alborozo pleno. Incitante. Casi siempre
nos juntábamos con Esperanza Forero. Muy amiga de mi monita. Desde muy niñas. Sus familias
habían llegado en 1966. Venían desde Puerto Lleras, en el departamento del Meta. Parecían
hermanas gemelas. Todo, a pesar del sufrimiento. Esos tiempos que fueron matando felicidades
en todo nuestro país.
Yo estaba, ya, ahí. Las vi llegar. Hice como que volaba, en manifiesta versión de las opciones. En
una edad, en la cual, casi todos y todas percibimos los entornos, de manera directa. Subyugados
y subyugadas por los juegos y por el desapego, con respecto a las herencias, enjutas.
Fantaseábamos. Lo inhóspito se convertía en vuelo alto, distante. Ceñido, tal vez, a las ansiedades
sufridas de los papás y mamas. Ellos, ellas. Y, nosotros y nosotras, como si no nos cruzáramos
por los caminos comunes. Por las vivencias como si fuesen ajenas.
Ese cambio, entonces, venía en latencia. Quien sabe desde que tiempo. He sido de largo vuelo,
ampliado. Mi memoria se ensanchaba. En tratando de vincularla a los imaginarios no vividos. Pero
si insinuados. Sin verlos; pero sintiéndolos como, dicen ahora, en piel ajena. O mía. En fin que
no sé mucho de eso. Y, casi siempre, en derrota absoluta.
Fue, en simultánea, con mi expresión insidiosa y dura. Le dije “buscona”. Me creìa con derecho
a hacerlo, cuando Euclides Lorenzo, me contó su versión acerca de los encuentros entre ella y
Valerio Pereira. Un muchacho que habías conocido en la escuela. Había llegado desde Puerto
Berrio. Segùn, el negro Eu, hacían largas caminatas. Subían hasta “los edificios”, como
llamábamos a tres construcciones situado en el barrio Betania. Y se exploraban los cuerpos. En
un bullicio de voces sueltas, eróticas.
Cuando lo expresé, en juego de palabras abrumadoras e hirientes, sentí profunda nostalgia,
juntada con esa rabia que recorría todo mi cuerpo y espíritu. Y me sentía incitado a golpearla.
Una lucha conmigo mismo. Tratando de bajarle tono. En verdad, lo logré. Llegué solo hasta
gritarle, además de buscona, puta mentirosa.
Y se fue acelerando el declive. En caída libre. Perpendicular a la línea de mi tiempo y espacio.
Empecé a divagar. Y a caminar por las calles que antes me proponía caminarlas en ejercicio
lúdico. Ahora, parecían escenarios de vulneración. En pura rapidez de sujeto desmoronado. Asido
a las huellas de lo que fue. DE lo que viví con ella. Y sus amigos y amigas. Que eran lo mismo
`para mí. Llegaba a casa tarde, en la noche. Sin dormir, me levantaba al otro dìa, con esa angustia
metida en mi cabeza.
Hasta que no pude mes. Simplemente, me fugué. Hoy en dìa no reconozco sitio, ni entorno. Será
porque nunca antes he estado. O, simplemente, porque me niego a seguir vivo.