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EL ROMANCE DE SARA MALAGÁN

 Escrito por
 Diego Enrique Nieto Márquez
 “La vida no vale nada si no se tiene a alguien con quien compartirla”

 EL CRIMEN
 De repente llego la policía. Arrestó a todos los que tenían sangre y los que
gritaban. El 12 de marzo, a las 8 y cuarto de la noche, todos se reunieron en la
plaza mayor de Ciudad de Tívecre, la capital del moderno reino de Sabernal, para
observar el crimen ocurrido de esa noche. El mismísimo rey consorte Juan
Alejandro Parra, estaba con el príncipe heredero a sólo unos metros de distancia y
aún así corrió con todos los curiosos para ver el cuerpo sin vida de uno de los
hijos de las familias más distinguidas de la ciudad y del país. Todos gritaban lo
mismo:
 - ¡Búsquenlo, busquen a Andrés Burto!

  LA APUESTA
  La Ceremonia de Luz del Honor era una fiesta social tradicional, en el que el
monarca le debía entregar al Sabeno, heredero de la corona, un collar con un
colgante redondo y grande, llamado el Medallón de la Luz, pues de lejos parecía
tener la figura del sol.
  Al parecer era un objeto de superstición, pues según el primer rey y fundador de
Sabernal: Vértigo Monfort, fue lo que le llevó al crecimiento del reino. Al morir, fue
la reina quien se lo entregó a su hijo, de apenas veinte años. Desde entonces,
cada rey le entrega al Sabeno el medallón entre los veinte y los veinticinco años,
aun si no han subido al trono. En una ocasión, el rey Leonardo V le hizo entrega
del símbolo a su bella hija, la princesa Ivonnet Sasure.
  Esta ceremonia sólo hacia parte de una enorme fiesta que unía a muchas
personas y que de acuerdo a su clase social, tenían costumbres diferentes. El rey,
después de terminar sus actos públicos, se sentó con sus mejores amigos:
Eugenio Burto y Francisco Malagán, herederos de las familias más ricas del país.
Cuando ya estaban borrachos con varios licores finos, Eugenio vio el Medallón
brillando en la mitad de la noche como una estrella terrestre, colgado en el cuello
de la princesa.
  - Te apuesto, querido amigo mío – dirigiéndose a Francisco – que si ese
Medallón en realidad es de oro, te daré toda mi fortuna.
  - Pero yo para qué quiero más dinero del que tengo. Si tuviera más podría
regalarle una poma a cada hombre, mujer y niño de este país y aún así tendría
una gran fortuna. Ofréceme algo que realmente valga la pena.
  - Bien. Mi esposa, al igual que la tuya, está en embarazo. Estoy tan seguro de
que ese Medallón no es de oro que si fuera cierto tu hijo podría matar al mío, pero
si no, como yo digo, se invierte el castigo.
  - Como quieras, ellos siquiera han nacido.
  Aunque le preguntaron al rey cuál era la respuesta, él sólo respondió con una
ambigua respuesta, en la que creía que era de oro, mas en la familia siempre ha
habido rumores de que no lo es.
Al día siguiente, nadie supo cómo, la apuesta se había hecho oficial. Cuando se
dieron cuenta, ni Eugenio, ni Francisco, ni mucho menos el rey recordaba la
apuesta. Ese día, todos amanecieron con una resaca tan impresionante, que los
capataces de las principales empresas se vieron obligados a que los trabajadores
se fueran a medio día, porque se sentían muy mal para trabajar, y hasta el día de
hoy seguían insistiendo que esos días fueran asuetos.
  Francisco y Eugenio pensaban cada uno que el otro había hecho esa apuesta
tan terrible a sus espaldas para hacerles daño a sus respectivos herederos. Como
no pudieron hacer nada más, y no pudieron ponerse de acuerdo, cada uno se fue
a vivir a un extremo de la ciudad para evitar verse. Así se acabó una duradera
amistad, dando como resultado una invisible separación de apoyo a cada uno, y
esa era la excusa para crueles enfrentamientos de extremistas en las calles del
país.

   CITA EN LA CASA DE JUSTICIA
   Posteriormente, unos meses después del hecho nacieron Andrés Burto y Arturo
Malagán en el mismo mes, y dos meses más tarde, en el mismo año, nació el
nuevo Sabeno: Milwer Sasure. Un año después nació Mario en la familia Burto, y
seis meses después nació Sara en la familia Malagán. Cuando Andrés y Arturo
tenían diez años cada uno, ellos y sus padres fueron llamados por un heraldo
jurídico al Supremo Tribunal.
   La Casa de Justicia, donde funciona el Supremo Tribunal, se encuentra frente a
la plaza de Tívecre y está alineada hacia el Palacio Real. En el lado izquierdo de
la plaza está la primera iglesia construida por orden del padre Luzenio, y en el
derecho el edificio del Consejo de Sabernal. Cuando los primogénitos fueron
llevados a un cuarto especial, el juez Ramiro Lenez, con permiso del
representante del rey, Benjamín Marín, leyó en voz alta el pergamino que tenía en
sus manos.
   - “El país de Sabernal hace valido y oficial este documento. El señor Francisco
Malagán y el señor Eugenio Burto aceptan que: si el Medallón de la Luz es de oro,
el hijo de Francisco podrá ejecutar al hijo de Eugenio en duelo legal. Si dicho
Medallón no es de oro, el castigo se invierte, siendo que el hijo de Eugenio sea
quien podrá ejecutar al hijo de Francisco en duelo legal. Firman los apostantes
Francisco Malagán y Mario Burto, en nombre del reino Su Majestad Leonardo V”.
   Todos los que estaban en la sala se asombraron, sobre todo Darío Ance, quien
era el chofer oficial de Francisco, pero también viejo amigo y consejero de la
familia Malagán.
   - ¿Cómo pudiste entrometer a Arturo en esto?
   - Mi hijo aún no había nacido.
   - ¡Yo no voy a cumplir esa miserable apuesta! – le grito Eugenio al juez – ¡mi hijo
no tiene edad para matar!
   - Según la ley hecha por Ricardo II – dijo el juez, revisando otros papeles – en
base a la segunda apuesta de Górgorus, dice: “La persona o personas que
incumplan un documento firmado en nombre del reino sin causa justificada, se le
procederá a asignarle un castigo de la siguiente manera: el pueblo elegirá entre la
pena capital, o la cárcel perpetua.”
- Pero no aceptaré. Prefiero morir antes que ver a mi hijo muerto – dijo
Francisco.
  - Exijo usar la ley Górgorus, la salvavidas – dijo Eugenio – Puedo usarla ¿no es
así?
  - En verdad si se puede usar – respondió el juez, revisando más papeles –. Se
puede “olvidar” parcialmente, pero tendrá que llevarse a cabo en un término
mínimo de veinte años.
  - ¿No hay otra alternativa?
  - No y lamentablemente sugiero que acepten.
  Los apostantes aceptaron con resignación, y durante diez años no se habló más
del tema.
  El rey Leonardo V murió y su hija, la reina Ivonnet gobernaba en paz, aunque en
apariencia era dulce e inocente, realmente no dudaba usar una mano de hierro en
serias decisiones. Mientras el rencor crecía entre los Malagán y los Burto, hasta tal
punto en que si más de un miembro de la familia de uno u otro se veían en el
mismo lugar, la multitud por miedo se apartaba como si hubieran visto a un par de
lobos.

  EL DESCUBRIMIENTO DE SABERNAL
  Desde tiempos inmemorables, las principales familias fundadoras daban a sus
hijas para continuar con la estirpe de los Monfort. Por ejemplo, Christopher
Monfort se casó con Helena Malagán; el nieto del fundador de Sabernal, Ricardo
Monfort, tuvo gemelos con Sofía Burto: Leonardo y Jorge. Tras la Revolución de
Priana, la división del reino y la posterior unificación, sólo Leonardo ascendió al
trono. Luego, él se casó con Carmen Malagán, y dio a luz a Andrés Monfort, quien
cuando ascendió al trono, se coronó como Ricardo II.
  Eran mediados del siglo XIX, más exactamente 17 de julio, cuando llegó la peste
del otro lado. Nadie supo jamás la relación, pero llegaron en el mismo barco en el
que llegaron los fundadores, en el Santo Tomás. Emilio Górgorus, un hombre cuya
descripción nunca ha concordado con otra persona en el mundo, desembarcó en
el puerto de Verna con su asistente Timoteo. Entró por el río Rojo y fue recibido
por Ricardo II quien eventualmente se encontraba allí discutiendo sobre la captura
de un pez muy extraño que un pescador había atrapado hacia una semana. Esta
noticia fue olvidada rápidamente cuando llegó el Santo Tomás, reconocido por
todos por la rajadura de la popa. Nadie podía creerlo.
  Emilio Górgorus dijo que había encontrado a su país por casualidad, pues
andaba en busca de la misteriosa aldea de los Selsuicas. Le dijo también que era
dirigente de un país llamado Férida. El rey estuvo realmente interesado y lo invitó
a quedarse en el palacio de Verna por varios días para charlar sobre sus países.
Luego viajaron al alcázar de Tívecre.
  Invitó a Magdalena, una historiadora con varios volúmenes escritos a mano. Allí,
Ricardo II le mostró toda la evolución de Sabernal. Cuando él termino de hablar,
Emilio Górgorus comenzó. Le habló de una gran cantidad de cosas y Ricardo II
quedó perplejo, sobre todo al escuchar sobre la organización en su pueblo. Al
cuarto día, después de reflexionarlo, Emilio Górgorus le preguntó: «¿Por qué no
trasladas la capital al mar? Están muy lejos de él. Así comenzaríamos un gran
comercio marítimo». Ricardo II le dijo que ya tenían la ciudad de Verna al sur y
que era la salida al Río Rojo. Emilio Górgorus le dijo que la llevara al mar del
oeste, no al río. Pero Ricardo II no le hizo caso. Le parecía imposible construir una
ciudad sobre los empinados montes que en ese momento bordeaban el mar. Le
mostró con algunos mapas y algunas pinturas la naturaleza geográfica de su país,
y como prácticamente estaba rodeado de montañas. La más peligrosa estaba al
norte: el volcán Gema.
  Ubicado entre los Picos de la Muerte, era un volcán apagado que habían tratado
de escalar en vano. Emilio Górgorus lo observaba con cierto reconocimiento y al
fin dijo: «Ese es el volcán Portar». Los cartógrafos y geógrafos que venían con
Emilio le dijeron a los que tenía Ricardo II que ese volcán, que quedaba al extremo
norte de Sabernal, era el mismo volcán que quedaba al extremo sur de Férida.
Después de charlar por mucho rato descubrieron que Férida quedaba
exactamente atrás de los Picos de la Muerte, y que había un camino estable que
estaba lleno de bosques de pinos y pantanos que comunicaba ambos países.
  - ¡Qué bueno! – dijo Ricardo II – Mandaré a atravesar ese bosque.

  LA APUESTA DE RICARDO II
  Emilio, al igual que su pueblo, siempre le había tenido mucho respeto a aquel
bosque, al que llamaban Bosque de los Fundadores o Bosque Sagrado porque,
según la leyenda, del volcán habían surgido los fundadores de Férida y se habían
criado con la Madre Selva. Por lo tanto, Emilio Górgorus se negó a la decisión del
rey de Sabernal.
  - Claro que sí. Es más, te propongo una apuesta: si logro atravesar el bosque
con éxito, me darás el secreto de cómo gobernar con más éxito y si pierdo te
entregare una de mis bellas ciudades.
  Muchos allí sabían que Ricardo II era un ludópata empedernido y que le gustaba
apostar, aunque gozaba de una muy buena suerte.
  - Espera, dime eso un poco más despacio, ¿lo pensaste?
  El rey Ricardo II asintió.
  - Entonces acepto, pero para hacerlo más formal, sin trampas ni que nadie se
retracte a tiempo, ¡Timoteo, trae el papel oficial!
  Enseguida el asistente, que nunca se separaba de él, trajo un cofre azul, con un
escudo en la tapa que tenía una imagen de la siguiente manera: dos peces, uno a
la derecha y otro a la izquierda. El de la derecha escupía oro y el de la izquierda
escupía frutas y ambos miraban a un hada en el centro. Emilio notó que Ricardo II
se extrañaba ante aquella figura y le dijo como si le hubiera preguntado:
  - Es el emblema de mi pueblo. Simboliza la prosperidad. El pescado en nuestro
pueblo es venerado. Nos da la riqueza – decía mientras señalaba el pez
escupiendo oro – y el alimento – señaló al otro pez – El hada… jamás la he visto.
La leyenda dice que fue quien cuidó a los fundadores, pero quien la ve enloquece
hasta morir.
  Emilio Górgorus terminó la explicación y sacó del cofre un papel que eligió entre
bastantes que tenia. El asistente escribió todo lo que prometió Ricardo II y luego
de hacer un jeroglífico en una línea le dijo: «firma aquí». Así lo hizo temblando un
poco.
  En una de sus conversaciones sucedió un hecho curioso: Marín entró y le dijo a
su rey:
- Su Majestad, es prioritaria la reunión con los representantes de los mineros el
sábado doce de este mes.
  Emilio Górgorus se impresionó al pensar que había un error y los interrumpió.
  - Hijo, este sábado es trece, no doce.
  Ricardo II le negó y le dio la razón a Marín. Emilio llamó a Timoteo y él le dijo
que ese sábado seria trece en Férida y doce en Sabernal. Marín dio una curiosa
solución: «El año que viene es bisiesto, pero si Férida no lo celebra quedaremos
en línea». Después de dar otras soluciones y discutirlas, aceptaron la de Marín.
  Inmediatamente, todo comenzó rápido, la mitad de los cartógrafos de Férida se
quedaron en Tívecre y la mitad de los cartógrafos de Sabernal se fueron a
Mompelí, la ciudad que queda detrás del bosque de los fundadores. También se
fue el rey Emilio Górgorus con su asistente. Se fueron en el Santo Tomas y esos
cartógrafos de Sabernal fueron los primeros que observaron el mar del oeste.
Antes de irse Emilio Górgorus dijo que el viaje duraría más o menos un mes. En
su palacio el rey tuvo un sueño muy extraño, y se fue a contarle de inmediato a la
adivina Oliva Monsalvique, bisnieta de Federica, pero al llegar allí ya se le había
olvidado la mitad del sueño. Las Monsalvique, al igual que las hijas de Helena
Monfort, recopilaban todos los sueños importantes de la gente formando una
extraña novela que profetizaría el futuro del pueblo.
  - Soñé que el sol y la luna se encontraban separadas por una piedra. Los astros
enviaban su luz hacia la roca y esta cedía. Luego recuerdo que compartían su luz
pero de pronto la de la luna se volvió más grande y cubría al sol. Hasta ahí
recuerdo.
  - No importa. Lo que viste sucederá – dijo ella – Tú eres el sol y al parecer Emilio
es la luna. En poco tiempo compartirán mucho sobre su cultura, pero dentro de
mucho tiempo, cuando ya no están nuestros nietos, el heredero de Emilio
combatirá contra un heredero tuyo y en ese tiempo el heredero de Emilio triunfará.

  EL CAMINO DE COMERCIO
  En menos de dos meses ya habían comenzado con la tala de árboles de pino, y
por cada lado más gente se apuntaba para ayudar. Al sexto mes, en el lugar y
tiempo que habían predicho los cartógrafos, se encontraron los dos pueblos.
«¡Aleluya!» gritaba unos, «Por fin» suspiraban otros. Al ser ganador, Ricardo II
bautizo la nueva carretera de 200 kilómetros como el Gran Camino de Comercio.
Sentía una gran satisfacción al suceder lo pronosticado por Oliva Monsalvique,
pero aun le inquietaba la parte de los herederos. Aunque ella le había enviado
varios mensajes donde decía que ya sabía la otra parte del sueño y que por lo
tanto estaba mal interpretado, él no le hacía caso. Evadía los mensajes sin saber
que de eso dependería el futuro de Sabernal.
  Unos días antes de la premiación de la apuesta, Ricardo II ordenó que dos
guardias lo acompañaran hasta la entrada del Gran Camino de Comercio y guiado
por una extraña sensación se atrevió a entrar al bosque que los antiguos
feridenses llamaban Retati, que traducía a sagrado. Se detuvo en un claro en el
que viendo hacia arriba se podía observar claramente el volcán Gema. Se sentó
en una pequeña piedra pues estaba cansado. Sentía que lo miraban, volteaba
sorpresivamente la cabeza hacia atrás, pero no veía nada. La volteó hacia delante
y vio a una mujer hermosa. Era como un fantasma de color verde e irradiaba una
luz refulgente. Tenía el cabello liso y largo y usaba una gran tela de seda desde el
pecho hasta las rodillas, sujeta en el vientre por un cinturón de cuero. Desaparecía
y aparecía como jugando a las escondidas y de pronto la recordó como el hada
del escudo que solo la habían visto los fundadores de Férida. Luego el hada se le
apareció tan cerca de su rostro, le hizo un gesto de silencio y despareció. De
repente, un hombre con una lanza brillante apareció de la nada. También era un
fantasma y tenía aspecto como de indio. Corrió hacia él y le enterró la fantasmal
lanza. Aunque no sintió nada, cerró los ojos de la impresión, y vio un montón de
colores muy vivos a su alrededor. Luego los abrió y se vio acostado en su cama.
Desde entonces sufrió una crisis cerebral. Exigió que le contaran como había
llegado a su cama.
   - Como usted no llegaba – dijo uno – fuimos a buscarlo y lo encontramos en el
bosque desmayado…
   - Casi muerto – dijo el otro
   - Lo levantamos y lo trajimos
   - ¿Y el hada? – preguntó el rey – ¿Donde está el hada? ¿Qué paso con ella?
   Los dos guardias se miraron impresionados y le dijeron encogiéndose de
hombros: «No lo sabemos, señor», pero él no les creyó y se puso eufórico.
   - ¡Ustedes saben dónde está! ¡Devuélvanmela! ¡Es mía y sólo mía!
   Era obvio que Ricardo II había enfermado. Tenía grandes fiebres y malestares
pero no lo notaban. Después de ese ataque de euforia se desmayo y despertó
como si nada. Su mejor amigo, Alberto Marín, fue el primero en enterarse de su
enfermedad. Llamo a la hechicera del pueblo, pero ella no lo pudo curar. Mandó
un mensajero por Caballo Blanco para que le dijera a Emilio Górgorus que trajera
el mejor brujo del pueblo para curar a su rey. El mensajero atravesó el camino de
comercio y llego a su destino un día antes de la inauguración. Al otro día fue
espectacular la entrada del rey Emilio Górgorus. Era una caravana que constaba
de varios carruajes alegres como en un carnaval. Los primeros siete carruajes
representaban a los departamentos que conformaban su país: Cirón, la capital,
Mompelí, Bérdeva del Oeste, Bérdeva del Este, Caucia, Bitlán y Rein. Al otro lado
lo esperaba el ganador de la apuesta, Ricardo II sentado en una silla de terciopelo.
Alberto Marín lo recibió y le preguntó si le había hecho el favor. “Mejor que eso –
dijo él – he traído a un medico” la sola idea de que una persona fuera mejor que
un brujo lo impresionó. Había pasado tanto tiempo desde que se ocultaron de la
civilización que los médicos dejaron de practicar sus oficios y los indios habían
acaparado el negocio de la salud.
   En la tarima de la Sucesión Emilio Górgorus le dio entrega oficial del Libro de las
Leyes que pronto habría de corregir y juzgar al pueblo. Luego la fiesta continuó en
el palacio. En el camino de la plaza al palacio Emilio le dijo que su rey no
necesitaba a un medico pues se veía bien. «Eso es lo que parece» dijo Alberto
Marín. Cuando los reyes estuvieron a solas Ricardo II le dijo:
   - Tengo algo que contarte. Vi el hada.
   Emilio Górgorus comenzó a pensar en que Ricardo II si se estaba volviendo
loco.
   - No puede ser cierto. Nadie la ha visto, sólo los fundadores.
   - Me habías dicho que sí… que enloquecían.
- Tal vez. Supongo que ya habían enloquecido desde antes y nunca la habían
visto. Pero tú, ¿estás seguro?
  - Estoy muy seguro
  - No te puedo creer. Debes probarlo y si en verdad la viste…
  - Si la vi, y aún debe estar en ese bosque. Iremos esta noche a verla.
  Aprovechando la desesperación y mal juicio de Ricardo II, él le prometió que iría
y si no encontraban el hada, entonces Ricardo II debía entregarle a toda Sabernal
  - Está bien, como quieras, pero si la encontramos, tú serás quien me dé el reino
de Férida.
  Sin pensarlo, Emilio grito «¡Timoteo, el papel oficial!» y como la primera vez el
muchacho trajo un cofre, lo abrió y le entregó el papel. Juntos firmaron
convencidos de que ganarían el país del otro. En la noche, con sólo tres guardias
cada uno se adentraron en el bosque y los reyes les ordenaron a los soldados que
hicieran guardia cerca al pozo que había allí. Ya en la madrugada, muy cansados,
Ricardo II fue el primero en caer dormido. Emilio Górgorus no podía dormir. Salió a
caminar por el bosque y decía:
  - ¿Qué he hecho? Hice una apuesta sabiendo que iba a ganar. Debí haber
evitado sus comentarios teniendo en cuenta su enfermedad. Ahora él perderá su
reino, lo odiarán y luego me odiarán a mí por haberle insistido. ¡Castígame Dios
por mis sandeces!
   El rey de Férida se arrodillo y sintió a alguien detrás de él. Cuando se giró vio al
Hada del escudo. Ella estaba sonriendo y asintiendo. Emilio salió a correr para
despertar al otro rey, pero viendo el cofre a su lado recordó la apuesta y temiendo
perder a Férida decidió no despertarlo. En vez de eso cogió su navaja y volvió al
lugar de la aparición.
  - No puedo creerlo.
  El hada ya había desaparecido. El rey escribió con su navaja en el árbol una
inscripción. Al terminar se acostó a dormir y cuando quedó profundo, despertó
Ricardo II.
  - Dios, me quedé dormido. Debo salir a buscar el hada.
  Después de buscarla por mucho rato no la encontró y cansado se sentó en una
piedra a llorar murmurando: «¿Por qué lo hice? Soy tan idiota. He perdido mi
reino. No debí haber hecho tal apuesta, me van a odiar cuando deba entregar a mi
pueblo por una apuesta que era lógico que perdiera».
  A la mañana siguiente, los dos completamente preocupados estaban pensando
en cancelar tal apuesta, pero sabían que estaba escrita sobre un papel oficial y no
se podía romper tan fácil. Ricardo II tomó la iniciativa.
  - ¿Qué tal si olvidamos la apuesta?
  - ¿Cómo que olvidarla?
  - Si, inventé una ley donde se puede olvidar una apuesta sin cancelarla, y abrirla
cuando queramos.- Ciertamente Ricardo II había acabado de inventar aquello.
  - ¡Fabuloso! Es decir, por mi está bien.
  - ¿En serio? Bien, excelente, entonces la olvidamos.
  Sacaron el papel oficial y rehicieron unos arreglos. Luego volvieron al palacio
con solo cinco guardias. Uno de ellos le explico al rey que aquel había
desaparecido en condiciones extrañas y no volvieron a hablar de eso.
EL NUEVO SISTEMA POLITICO
   Cuando el rey de Férida se marchó, el rey leyó apasionadamente el Libro de
Leyes. Siguiendo sus instrucciones y haciendo algunos cambios a conveniencia,
mandó a construir la Casa Mayor de Justicia de Sabernal, donde funcionaría el
Supremo Tribunal. Al mismo tiempo levantó el edificio del Consejo y los inauguró
con discurso y pompa. Patentó la ley que inventó con los sabios oficiales y la
llamaron la Ley de Górgorus. Luego promovió la noticia de que allí seria donde se
reunirían los cinco sabios y los cien delegados, veinte de cada provincia, para
crear y derogar más leyes. No sólo hizo eso. También eligió a Alberto Marín como
Representante Leal. Era el segundo al mando y reemplazaría al rey en algunas
ocasiones, incluso si él moría, el Representante Leal gobernaría hasta que el
príncipe tuviera edad para gobernar: a los veinte años. El mismo tiempo que
declaró como mayoría de edad nacional.
   En uno de sus días de alegría recibió una extraña visita que lo terminó de
desconectar del mundo. Alexander, el guardia desaparecido había llegado al
palacio casi harapiento y le contó lo que le sucedió esa noche: En el bosque de los
Fundadores, encontró un extraño pozo cristalino, y como se sentía un poco
cansado decidió relajarse y se metió en él. Luego vio en el fondo un montón de
rostros desconocidos y luego sus brazos que lo jalaron hasta el fondo. Tenía tanto
miedo al sentir que se ahogaba que cerró los ojos, pero luego no sintió nada más.
Pensó que había muerto, pero al abrir los ojos de nuevo estaba acostado en el
mismo pozo, pero no era el mismo ambiente. No eran los mismos árboles de pino
sino árboles de acacia. Se levantó, tomó la ropa que había colocado en el borde
del pozo y salió del bosque. Al llegar a la aldea más cercana le preguntó a una
anciana donde estaba. Ella le dijo que estaban en Kicro, en la provincia de Priana,
a unos kilómetros al sur de la ciudad. La única explicación que encontraba era que
el pozo lo había transportado. Por temor de que también hubiera cambiado de
tiempo le preguntó la fecha, pero no hubo problema porque era la misma. Por
último le preguntó el nombre del bosque del que había venido y ella le dijo que ese
era el Bosque de los Perdidos.
   El rey realmente no tomó mayor atención a la noticia, pues estaba muy intrigado
ahora por el matrimonio de su hija Astrid con el duque Daniel Sasure. Unos días
después del hecho, el rey se puso peor de salud. Se volvió amarillo, con fiebres
más altas y deliraba más. Flor María, la ama de llaves del gobernador entró en la
habitación con el desayuno y lo saludó como siempre, pero él respondió sentado
en la cama: «Ateodo Ricardo II, ki lio Tarahuma denae mine roba Selsuicas loge,
ibu decare». Ella no entendió nada y salió asustada a la habitación del médico
Eliseo Molina, pero iba tan deprisa y haciendo tanto ruido que todos los que
estaban en la mansión se alarmaron y fueron a la habitación del monarca.
   - La locura de Ricardo II – explicó el médico Eliseo Molina en frente de todos –
es sólo el inicio de la segunda fase de lo que he llamado el síndrome de Seball. La
primera fase de éste síndrome son fiebres, malestares y calenturas; la segunda es
demencia cerebral; así unos días podría tener tan buen genio que regalaría todo a
cualquier persona que se le atravesase, y otros podría ser el peor gobernante en
el planeta.
- ¿Qué pasara después?
 - La tercera y última fase es la muerte por hemorragia cerebral.
 Sus palabras fueron auguradas porque cinco meses después de ver el hada,
uno de los mejores reyes murió.

  LA FIESTA DE LOS MALAGÁN
  Una soleada tarde de febrero, en la mansión de los Malagán, se hizo una fiesta
en honor al heredero de la familia, Arturo Malagán. El apuesto caballero, heredero
del testarudo genio de su padre y la dignidad de su madre, cumplía 21 años y al
festejo sólo fueron invitados las familias de su clase social, exceptuando
obviamente a los Burto y los que estaban de su lado. Sergio, hijo de Benjamín
Marín, y Antonio, amigos de Arturo, pero también de Mario Burto salieron de la
mansión, atravesaron la ciudad e invitaron a Mario a la fiesta sin que nadie se
diera cuenta. Mario aceptó la invitación, sólo por rebeldía. Había estudiado meses
en el exterior y quería conocer a la famosa preciosidad de Sara Malagán. Escapó
de su enorme casa mientras su padre le explicaba a su hermano mayor técnicas
militares y estrategias de guerra, y eso a Mario no le interesaba.
  Lúcita Pérez, ama de llaves de don Francisco Malagán, conocía a todas las
personas y hasta el último rincón de la ciudad. Era grande y gorda, aparentaba
menos edad de la que realmente tenía y quien la viera por primera vez, podría
fácilmente caer en su confianza para pedirle un abrazo a cambio de todos los
secretos del mundo. Tenía órdenes de la esposa de don Francisco, doña Victoria,
de entregarle el vestido rojo con brillantes cristales a Sara. Era su vestido más
hermoso, sin embargo, cuando entró a la habitación, ella ya se había colocado un
vestido morado de terciopelo. Sara ya era una mujer. Era tan bella que provocaba
accidentes tan sólo al cruzar la calle. Lúcita le habló sobre el vestido.
  - Tranquila Lúcita. He decidido colocarme este traje para no parecer
extravagante.
  - Pero niña Sarita, son ordenes de tu madre.
  - No me importa, no me lo colocare. Le diré a mi madre que no te reprenda.
  Mario Burto comenzó a hacer nuevas amistades, personas que él no había visto
jamás, porque su familia le tenía prohibido. Allí, entre la multitud, vio a una
hermosa mujer compartiendo con otras chicas, sin saber que era Sara Malagán, y
se enamoró instantáneamente de su belleza y fragilidad. La detalló: alta, no muy
delgada, pero con buen cuerpo, un hermoso pecho que resaltaba con su escote,
un cuello perturbador, un cabello dorado y largo, con ojos oscuros y muy bonitos.
Ella se sintió observada y vio a Mario: acuerpado, alto, con el cabello corto y
oscuro, ojos café claros, con unos brazos y unas manos bien cuidadas que
prometían protección, y una sonrisa atrayente. Era la primera vez que lo
distinguía, y sería la última, puesto que uno de los guardias lo reconoció
enseguida. Fue a darle aviso a don Francisco Malagán, pero había acabado de
subir a su habitación y exigió que nadie lo molestara, entonces le dio el aviso a su
esposa, doña Victoria de Malagán.
  - Señora, uno de los Burto está en la casa.
  Doña Victoria pensó en Andrés Burto y llamo a Lúcita para que fuera a buscar a
su hija con el pretexto de que en pocos minutos vendría el príncipe Milwer para
que él le propusiera matrimonio y fueran felices para siempre, y que al ver a
Andrés le hiciera un escándalo digno de su clase social. Le gustaba planear cosas
complicadas, pero casi nunca las llevaba a cabo. El príncipe tenía 20 años ya y
aún no se había comprometido. Era tímido y reservado, aunque la reina había
elegido ya a Sara entre las hijas de sus amigos, ellos dos estaban enamorados y
siempre se presentaba algún hecho que evitara al príncipe pedir la mano de Sara
Malagán.
  Arturo estaba charlando con Sergio sobre el nuevo deporte que estaba de moda
entre la gente de Férida: el béisbol, cuando vieron a Lúcita bajar las escaleras tan
rápido que olvidó el mortal peldaño torcido casi al final de éstas y por poco se cae.
  - ¿Qué pasa? – preguntó Arturo.
  - Estoy buscando a tu hermana, parece que uno de los muchachos Burto está
aquí.
  - Te ayudaré a buscarlo. Mi honor de que uno de esos pise mi casa.
  Sergio escuchó esto y comenzó a buscarlo también, esperando encontrarlo
primero. Mientras tanto Mario seguía seduciendo a la mujer enigmática hasta que
le pregunto su nombre y donde vivía, pero antes de que ella respondiera llego
Lúcita Pérez.
  - Ven, tu madre te necesita – dijo el ama de llaves.
  - Vayámonos, están por descubrirte y te atraparan – le dijo Sergio Marín a Mario
Burto.
  En el camino a la salida Mario le comentaba a su amigo que había encontrado a
la mujer de sus sueños.
  - Estás loco, Mario. Esa chica es la hija de don Fernando
  - Todo lo bueno no es para mí – decía en voz baja
  En el instante que salían los vio Arturo Malagán, pero al irlos a apresar un
mayordomo lo detuvo.
  - Ahora la bienvenida a Su Majestad, la reina Ivonnet Sasure, el rey Juan
Alejandro Parra y el príncipe Milwer.
  - ¡Demonios! – dijo él
  Mientras tanto Lúcita había llevado a Sara a su habitación.
  - Conocí a un hombre muy interesante, es tan elegante y refinado.
  - Pero niña, ese hombre es de los Burto, el hijo menor del enemigo de tu padre.

   EL SUEÑO TRANSFORMADOR
   Mario llegó a su casa al anochecer y al entrar se dio cuenta de que su hermano
estaba esperándolo. Andrés Burto siempre se sentaba en la banquita que había
frente a la fuente. Era su lugar favorito. Después de regañarlo y decirle varias
cosas frustrantes le mencionó que Rafael Burto, su primo, había mandado una
carta en la que decía que pasaría sus vacaciones con ellos y llegaría en poco
tiempo. Rafael Burto en realidad no era su primo, pero se decían así porque eran
buenos amigos y compartían el padre de sus tatarabuelos. Rafael vivía con su
padre en Férida, el país al norte de Sabernal.
   La fiesta terminó bien y muchos agradecieron a Dios porque no sucedió nada
peligroso como había sucedido en los últimos dos años. Siempre se hicieron
fiestas iguales, sólo para que el príncipe pidiera la mano de Sara. Cuando Arturo
cumplió 19 años, Andrés Burto, se armó y con sus amigos borrachos lograron
llegar hasta la entrada de la mansión y estropeó la fiesta. Luego, cuando cumplió
los 20, apareció un oso pardo en el patio trasero, espantando a los invitados. El
oso era del zoológico y nadie sabía cómo había llegado allí, pero doña Victoria
daba el alma si no lo había hecho un Burto.
  Los apellidos Malagán y Burto se habían extendido por toda la ciudad y eran
formas para que los adolescentes crearan riñas callejeras en la noche y los
hospitales se llenaran los sábados y los domingos por la mañana. La gente
pensaba que en algún momento estallaría alguna guerra entre las dos casas y no
creían que vivieran en la misma ciudad.
  Al día siguiente de la fiesta Francisco Malagán salió a una expedición a la que
había sido invitado antes, pero que había retrasado por el cumpleaños de su hijo.
Iba al bosque de los Fundadores, a la inútil búsqueda del mitológico árbol mágico
donde, según decían las leyendas, vivía un hada que proveería de tesoros al que
la hallase, pero además de eso, le daría a Férida el control de Sabernal o a
Sabernal el control de Férida, dependiendo, al parecer, de la decisión del hada y
de la nacionalidad de quien la encontrase.
  Para doña Victoria la reunión fue magnífica, porque al fin el príncipe y Sara se
habían comprometido. Se casarían en dos meses. Para ella lo único desfavorable
fue la interrupción de un Burto en la familia, que no supo cual fue, porque nadie le
dijo. Más tarde, Francisco Malagán, al volver a su casa cuatro días después de la
expedición, había regresado enfermo.
  Esa noche, Sara tiene un sueño que le cambia sus planes. Mario Burto está en
él y le dice desesperadamente que debe dejar de pelar las cebollas porque las
torres caerán al piso. Ella despierta muy perturbada y escribe una carta detallada
del sueño y se la envía a Juana Monsalvique, una famosa adivinadora que vive en
un pueblo al norte llamado Érisis, y que es descendiente de una adivinadora que
fue esclava de los primeros reyes de Sabernal. Sara lo envía en la mañana con el
nombre de otra persona para que se lo traduzca. La respuesta llega esa misma
noche, con el remitente escrito claramente para Sara Malagán. La carta dice que
por ningún motivo se debe casar durante ese año, porque activará altas energías
negativas que llevaran a un caos al reino. Ella queda asustada y se lo trata de
decir a su madre, para que posponga el matrimonio por un año. Un extraño
malentendido se ocasiona en la mansión de los Malagán, porque doña Victoria
piensa que Sara quiere cancelar la boda. Ella hasta usa la enfermedad de don
Francisco de chantaje para obligar a su hija a casarse con el príncipe.
  - Hija, ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te casas con el príncipe Milwer? Ya viste
todas las cosas que tuvimos que hacer para que te pidiera la mano.
  - No puedo, madre. No debo hacerlo.
  Arturo Malagán, quien siempre tuvo la mala costumbre de escuchar tras las
puertas, corrió a oír la conversación.
  - Mira hija, él es un gran hombre- enseguida comenzó a mencionarle maravillas
de él.
  - Mamá, no insistas.
  - Ya entiendo. Es que a ti te gusta otro hombre. Es ese tal Andrés Burto que viste
en la fiesta.
  -¿Quién?
  Enseguida Arturo se quitó con disimulo y Sara salió de la habitación. No parecía
que hubiera estado escuchando porque con los años había afinado su capacidad
para el espionaje. Pero para los días siguientes no fue necesario estar detrás de la
puerta ya que las conversaciones eran cada vez más fuertes. Cuando doña
Victoria le pidió que se casara por la salud de su padre todos los empleados
escucharon la respuesta de Sara Malagán:
  - ¡No me casaré aunque muera mi padre!
  Doña victoria salió llorando de la habitación y Arturo se fue a consolarla.
  - Tu hermana no entiende lo que pasa – dijo doña Victoria – tu padre está
muriendo.
  - ¿Qué tiene?
  - No lo sé. Nadie lo sabe, pero ya he mandado llamar a un médico de Férida. Por
favor hijo, tú eres su hermano mayor. A ti si te hará caso. Hazla entrar en razón.
  - Haré lo que sea y prometo por mi padre que Sara se casará con el inútil del
príncipe y mataré al que se interponga.
  Cuando Arturo perdió de vista a su madre fue a espiarla por la puerta.
  - ¿Por qué mi madre no lo entiende? ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! Además, ¿Qué
tiene con ver con ese hombre… Mario Burto? Necesito verlo.
  - Pero niña. Él ni sabe que vives aquí – dijo Lúcita, quien también estaba dentro
y Arturo se asustó al escucharla porque no supo cuando entró – ¿le dijiste tu
nombre?
  - No. Pero creo que él lo adivinó. He estado soñando con él. ¿Es posible que
haya estado tan ciega? ¿Por qué nunca lo había visto?
  - Tranquila, es natural. Los Burto son los enemigos de esta familia.
  Arturo Malagán no necesitó escuchar más y salió en Poseidón, su caballo que le
habían regalado de cumpleaños.
  - Me siento rara – continuo Sara – Sé que amo al príncipe y quiero casarme con
él, pero últimamente, por los sueños, no he dejado de pensar en ese hombre. Sólo
lo vi una vez, y me bastó para hacerme daño. Tal vez habrá usado hechicería o
magia.
  - No te mortifiques, niña. La guerra es entre sus padres, no entre ustedes.
Necesitas caminar, tomar aire. Vamos a pasear a la feria, quizás lo veas allí.
  Sara Malagán aceptó feliz y le agradeció. Fueron a la feria en el carruaje de la
familia, manejado como siempre por el fiel Darío Ance.
  Pero si en la familia Malagán había problemas en la de los Burto no sería
diferente. Desde el día de la fiesta, Mario había quedado estupefacto. Sólo
pensaba en aquella mujer que había visto en la fiesta. En realidad pensaba si de
verdad era Sara Malagán o era una equivocación de Sergio. “Tengo que probarlo”
decía. En una ocasión su padre le pidió que llevara la madera que estaba cerca
del granero al taller para hacer leña y que la leña que estaba allí la llevara a la
chimenea y el carbón que estaba en ésta la llevara al horno. Al final de la tarde
dejaba la madera sin cortar en la chimenea; la leña la dejaba en el horno y el
carbón en el granero. Como represalia, al día siguiente le tocó sacar a pastar los
caballos: Mercurio, el caballo de Andrés y Fuego, el de su padre. Eran los caballos
más bellos de la ciudad y Mario por su abstracción en Sara casi los pierde. Los
hombres de don Eugenio Burto duraron hasta la noche buscándolos. Gloria Burto,
la esposa de Eugenio, también participo en la búsqueda por solidaridad con su hijo
y fue picada por una víbora. Cayó inmediatamente al suelo. Como estaba tan lejos
nadie escuchó sus suplicas y sólo la echaron de menos en la cena. Cuando la
encontraron, estaba muy malherida y la dejaron en su cama descansando hasta
que se recuperara.
  - Todo es culpa tuya, ¡hijo tarado! – le gritaba su padre
  Don Eugenio lo castigo severamente. Lo encerró en su habitación y no lo dejó
salir ni comer en dos días. Mónica, el ama de llaves de don Eugenio le rogó a él
para que le permitiera darle algo de comer. Entonces le dejó llevar un pan seco y
limonada sin azúcar.
  - Gracias Mónica. Tú siempre me salvas.
  No era la primera vez. Mónica, con bastante edad por delante, era más madre
de lo que fue doña Gloria. Prácticamente crió a los hermanos, pero ella no
deseaba ningún agradecimiento, pues era su trabajo. Era dulce y correcta en sus
modales y no dudaba en abofetear a quien fuera cuando escuchara una mala
palabra o hablar mal de la Iglesia Católica.
  Cuando Mario terminó su castigo estaba aun decidido con su pensamiento
«tengo que probarlo». Se bañó y se vistió como si fuera la primera vez en mucho
tiempo. Se puso su camisa favorita de cuadros rojos y un pantalón negro. Salió de
su casa exactamente cuándo Arturo Malagán hizo el juramento con su madre.
Para llegar a la casa de los Malagán tenía que atravesar la feria y fue allí cuando
la vio por segunda vez. Se había separado de la feria y caminó hacia el mercado
campesino. Al verla escogiendo las manzanas pensaba «¿Quién es digno de
comerse tal fruta tocada por sus bellas manos? Ella no es una Malagán, no estaría
en el mercado» pero cuando se le acerco Lúcita se le acabaron las esperanzas.
  - Entonces es verdad – fue todo lo que pudo decir y con su puño aplastó una
sandía.
  Sara se dio cuenta. Lo llamó tímidamente con el dedo y lo invitó a sentarse en
una de las bancas. Desde allí podían ver toda la plaza. En ese momento, se
entregaban y recibían las últimas cartas y paquetes que iban a viajar a Férida en
Caballo Blanco.
  Caballo Blanco era la empresa más importante de Sabernal. Era una red de
rutas de correo inventada por Joaquín Martínez, que atravesaba todo el país
entregando y recibiendo las diligencias físicas. Había creado cuantos caminos
podían e interceptó casi todas las ciudades, pueblos, villas y aldeas en el país.
Tiempo después de conectarse con Férida trató de hacerlo en todo su país, mas el
gobierno de Férida sólo autorizó que penetraran en Cirón y Mompelí, aunque
desde Sabernal no exigieron ninguna explicación, el gobierno de Férida siempre
fue muy sospechoso con respecto a las otras ciudades, sobre todo con Bitlán.
Ningún sabernalita había entrado jamás a ninguna de esas provincias.
  Lo más curioso de esta empresa era que tenía más de doscientos caballos y
todos eran de color blanco. Nadie en Sabernal sabía de donde los sacaban y
algunas personas creían que pintaban a los caballos de color blanco. Esa
empresa sobrevivió a problemas como al teléfono y al tren que invadía a Férida y
que entraba a Sabernal atravesando el Camino de Comercio. Así sólo eran
algunas horas para ir de un país al otro.
  Sentados en la banca, Mario le confesó su amor y todos los problemas que
había tenido desde el día de la fiesta. Sara en cambio no sabía lo que sentía. Algo
en él la hacía dejar de pensar en el príncipe y en los problemas de su familia, pero
a la vez pensaba en sus planes y la guerra entre sus padres. Él le seguía diciendo
cosas que estremecían su corazón, hasta que ella cedió llorando. Debía aceptar
que se había enamorado de Mario Burto. Él declaró a esa banca como su pedacito
de cielo y allí se tratarían de ver todos los días.
   Cuando por fin se despidieron se dieron su primer beso de amor apasionado y
Arturo Malagán estuvo ahí para presenciarlo todo. «No es Andrés, es Mario.
Todavía mejor» pensaba él. Quiso darle un golpe de honor ahí mismo, pero sus
principios no lo dejaron. Mientras Mario se alejaba de su hermana, él pensaba en
tirarle un ladrillo, dispararle una bala, lanzarlo al agua atado a una piedra, en fin,
tantas cosas malas que no pudo evitar que una sonrisa saliera de su rostro. Pero
en ese instante, como si Sara supiera que su hermano la vigilaba desde el primer
momento, ella se giró para verlo y su sonrisa desapareció como si hubiera sido
llevada por el viento. Él se le acercó.
   - Hermanita, he venido a llevarte a casa.
   Sara ya sabía lo que iba a pasar después y se puso a llorar, interrumpiendo las
compras. Al llegar a la mansión Arturo la tomó del brazo, la empujó a su cuarto y la
golpeó.
   - ¿Cómo te has atrevido a tocar a un Burto? Eres despreciable.
   - ¡Déjame en paz! No tienes derecho a pegarme.
   - Mientras mi padre no esté consciente de sus deberes lo haré yo. Escúchame,
hermanita, yo te quiero, pero no me gusta que andes con esas amistades. No me
busques que me encuentras. ¿Bien?
   - ¡Lárgate! ¡Quiero estar sola! Vete.
   - Lo haré, pero ya lo sabes, hermanita. Mataría por ti.
   Esas palabras la hicieron llorar inconsolablemente.

   LA VISITA DEL PRIMO DE FERIDA
   Cuando Mario Burto regresó a su casa, Rafael Burto ya había vuelto de Férida y
estaba en la sala sentado en un enorme sofá verde.
   - Hola Marito. No te veía desde los tiempos de Eduardo Segundo – dijo Rafael.
   - Primo. No has cambiado. Es Eduardo el Justo.
   - No importa. Estoy de vacaciones y estoy feliz. En la universidad celebrarán el
festival del Descubrimiento de Sabernal. Durará una semana.
   - Si. Aquí se celebra una semana y un día, por eso de recordar el día corrido.
   - Como ya dije: no importa. Primo eres mi mejor amigo y tengo que contarte
algo.
   - ¿De qué se trata?
   - He estado investigando sobre José Antonio Górgorus.
   - ¿José “el Descuartizador” Górgorus? ¡Me encanta esa leyenda! El
Descuartizador mató a su esposa y se suicidó. Fue rey de Férida y como no tuvo
hijos, su poder de dirigente paso a su hermano medio Hernando Maceu.
   - Así es. Pero en mi investigación encontré que José Górgorus si tuvo un hijo, se
llamaba Iván.
   - ¿Cómo lo sabes?
   - Mitos urbanos, leyendas tradicionales… de todo, además, aquí viene lo bueno:
Iván fue adoptado en secreto por Germán Burto, el hermano de tu tatarabuelo, es
decir, mi tatarabuelo.
   Mario se quedó pensando por un rato y después dijo:
- ¿Me estas tratando de decir que tú en realidad eres Rafael Górgorus?
   - Así es. Tengo todos los datos, aquí mismo, pero tengo que confirmarlo. ¿Me
acompañas a Érisis? Debo visitar a la adivina.
   Mario estuvo de acuerdo, salieron en el siguiente que iba hacia Férida, con la
intención de bajarse en la estación de Érisis que está justo antes del límite
internacional. Llegarían en media hora. En el tren Mario le preguntó a su primo por
qué iban para allá. Él le dijo que quería saber que le había pasado a José
Górgorus y por qué se había vuelto loco y asesino. Mario se quedó callado y de
nuevo se puso a pensar en Sara. Rafael lo notó elevado y le preguntó si se sentía
bien. Mario le dijo que no tenía nada, sólo que pensaba en su novia.
   Llegaron casi cuarenta y cinco minutos después a la Aldea de los Indios, como
se conocía la villa de Érisis. Entraron al viejísimo edificio de ladrillo amarillo, donde
fueron recibidos por Adriana Pérez asistente de Juana y sobrina de Lúcita.
   - Sólo entra el que necesite ayuda – dijo Adriana – El otro, que espere allí.
   Mario se sentó y Rafael entró a la habitación donde estaba Juana Monsalvique.
Mario le pregunto a Adriana sobre Sara, sabiendo sus vínculos con los Malagán.
   - ¿Qué sabes del esplendor de las mañanas, de la belleza de las tardes y de la
hermosura de las noches hecha mujer? ¿Qué hay de Sara Malagán?
   - Que atrevido es usted. Hace poco hablé con mi tía y me dijo que estaba
llorando después de que usted la vio.
   - No, eso no es verdad.
   - Es cierto, está llorando incansablemente después de que se vieron en la feria.
   - No puede ser…tengo que verla ahora…pero Rafael…y el siguiente tren saldrá
hasta dentro de una hora…yo…tengo que irme. Dile a Rafa que lo veré en casa.
   Mientras tanto en el cuarto elegante, pero ahumado la adivina apareció de
repente.
   - Apuesto a que ya sabes la verdad. Los astros y los sueños de nuestros
antepasados ya lo habían predicho: el último hijo de la luna se enterará de la
verdad y la guerra desatará. ¿Qué quieres saber?
   - No entendí nada… pero vengo a algo más importante: vine porque deseo saber
que le pasó a mi antecesor José Górgorus.
   Juana empezó a decir unas palabras que no eran del español y al agua que
tenía en frente, dentro de una vasija de madera, comenzó a salirle humo. No era
humo normal. Era poco, blanco, espeso y no provocaba asfixia.
   - Lo veo con claridad – dijo ella, observando el agua – veo un hombre con un
escudo en el pecho y otro con una banda roja.
   - Es el rey de Férida, el otro debe ser Hernando Maceu, siempre llevaba esa
banda roja.
   - Pues él hace un pacto con la enemiga de mi bisabuela Clara Izuare.
   - ¿Qué clase de pacto?
   - Él quiere poder y ella dinero. Le aplicará el hechizo llamado Viuda Negra:
hipnosis. Lo aplicará en José Górgorus, para que mate a su esposa y luego él se
suicide. Ese hombre desea el poder de su medio hermano a toda costa, pero no
sabe que a su hijo recién nacido no podrá hacerle daño.
   Rafael Burto sintió satisfacción. Ahora estaba seguro de todo y sacó el dinero.
   - Lo siento, pero no puedo tocar el dinero, entrégaselo a mi asistente.
Salió de la habitación y quería contárselo a su primo, pero Mario ya se había
marchado. Él también decidió regresar. «Tiene suerte – le dijo el vendedor de
tiquetes – el próximo que sale es un expreso, llegara en unos minutos».

  UNA PROMESA A LA LUZ DE LA LUNA
  A las siete de la noche Sara Malagán estaba reponiéndose de los dolores por los
golpes de su hermano. Estaba asomada en el balcón de su habitación que daba
hacia una de las principales calles de la ciudad, ignorando los ladridos de los
perros, cuando sintió que alguien raptaba bajo el balcón. Sin miedo, se agachó y
sacó su cabeza por entre los barrotes y vio a Mario Burto escalando la pared.
Estaba tratando de remover el puño de su camisa de una de las enredaderas
espinosas que ya con los años formaba parte de la pared. Mientras lo hacía, Mario
vio la sombra de la cabeza de Sara proyectada en la pared por la luz de la luna y
cuando se volvió para verla, ella se escondió de inmediato. Mario no la vio y siguió
forcejeando por su camisa. «¿Cómo ha logrado superar la seguridad? – pensaba
ella – No importa. Si esta aquí y la ha superado es porque me ama en verdad y ha
venido a consolarme» Luego entró a su habitación para sacar unas tijeras, regresó
y de nuevo volvió a sacar la cabeza por los barrotes. Mario volvió a girar para
verla, pero ella se escondía a tiempo. Así duraron un poco hasta que Sara riendo
le pasó las tijeras.
  - Si quieres llegar hasta aquí debes cortar la camisa.
  - Es mi camisa favorita, sin embargo, para alcanzar a tal perfección tendré que
hacer algunos sacrificios.
  Mario cortó la camisa y trepó al balcón. El viento ondeaba ese pedazo de trapo
como señal de un objetivo cumplido. Duraron hablando un buen tiempo. Sara lo
vio a los ojos y comenzó a llorar. Ella le dijo que eso no podía continuar así, nunca
pasaría nada entre ellos, pues se casaría con el príncipe.
  - Prométeme que te casarás con él, pero después de mi muerte.
  Sara se lo prometió sin pensarlo y lo sellaron con un beso, con la luna de testigo.
Mario le dijo que debía irse antes de que fuera más tarde y partió de allí, saliendo
tan misteriosamente como había entrado. Estaba tan feliz que al llegar a su casa
saludó a su hermano con mucha alegría, cosa que a Andrés no le gustó.
  - ¿Dónde ha estado? ¿Por qué llega tan tarde?
  - Estaba con mi primo – dijo y recordó que lo había dejado solo – ¿sabías que
Rafael es el rey de…?
   - ¡Cállese! Usted esta borracho. Rafael volvió desde Érisis solo en uno de esos
peligrosos expresos. Escúcheme bien, hasta que me vaya o se vaya usted de esta
casa lo dejaré de cuidar. Es por…
  - Si, si. Por mi bien. Ya lo sé – luego se dijo en voz baja – ya está hablando como
mi papa, otro ogro.

  EL SUEÑO DE ARTURO
  Los días continuaron, al igual que las citas secretas entre los enamorados. Pero
un día, se detuvieron. Arturo Malagán pensó que ya había acabado ese romance,
pues escuchó que Mario Burto había estado saliendo de la ciudad. Una noche de
fuerte tormenta, un pedazo de la manga de la camisa que se ondeaba en la pared
bajo el balcón de Sara se desprendió de la enredadera y fue a dar a la ventana de
su hermano cuando él estaba observando a través de ella. A la mañana siguiente,
Arturo fue a revisar los patios y encontró el resto de la manga colgando de la
enredadera. Enseguida fue a reprenderla, pero ella lo negó todo.
  - Es una camisa de hombre. ¿Te has estado viendo con Mario aquí? – dijo
levantando su brazo.
  - No más, Andrés. No soy masoquista y no estoy tan loca como para meterme
con Mario Burto otra vez. Recuerda que estoy comprometida. Además esa manga
puede ser de cualquiera.
  Arturo salió de la habitación, sin embargo, se quedó con la duda y viajó en su
caballo por las calles inundadas por la lluvia hasta la mansión de los Burto. Se
dirigió por el patio trasero para que nadie se diera cuenta que andaba por ahí.
Sabía que si se descuidaba podrían matarlo. Pero no era la primera vez que
viajaba por esos lados. A veces venía para verse con su amante: Liliana, la hija de
Mónica, pues ambas vivían allí. Aprovechó esta situación para visitarla y le
preguntó si reconocía el pedazo de prenda.
  - Como no, si es la camisa favorita de Mario y que no volví a ver desde que
terminó su castigo.
  -¿Dónde está?
  - El muchacho salió hace días a Férida con su primo. No sé cuándo volverá.
  Arturo Malagán se desesperó y sólo pensaba en matar a Mario, pero no quería
que pareciera un crimen. Decidió que una vista futurista sobre su muerte sería
ideal y decidió hacerle una visita a Juana Monsalvique, pensando que uno de sus
hechizos lo mataría.
  Al llegar allí, lo recibió Adriana y como siempre ella lo hizo seguir con la típica
frase «Sigue, está esperándote». Al entrar allí, él le dijo a la adivina:
  - Ya lo sabes, ¿verdad?
  - ¿Qué?, ¿Qué quieres matar a los Burto? Todo el mundo lo sabe.
  - ¿Y cómo lo mato?, ¿con una pistola o con un cuchillo?
  - Tú lo sabes mejor que yo. Descansa esta noche, bebe leche caliente con siete
gotas de limón y regresa mañana a contarme tu sueño.
  Esa noche, Arturo se quedó en un hostal de Érisis. Hizo tal cual y aún así no
podía dormir, pensando en su hermana “¿Por qué un Burto?, ¿Por qué Mario
Burto?”. Al acostarse, una luz apocalíptica que se vio en todos los pueblos de
ambos países hizo que se durmiera de una forma sobrenatural sin darse cuenta,
no sólo él, sino todas las personas que vieron la extraña iluminación. A las diez de
la mañana despertó e inmediatamente fue a donde la adivina.
  - Dime lo que soñaste – le dijo Juana al entrar a la habitación.
  - Soñé con mi hermana y con el Burto. Estaban cerca de un río y allí había una
rosa roja, hermosa, grande, pero una hoja de papel sale por debajo de ellos, la
rosa se marchita y muere. Recuerdo que había tres soles que giraban sobre ellos,
dos eran dorados como de costumbre, pero el último estaba más oscuro.
  - Lo que viste sucederá. La rosa representa el amor que existe entre ellos, pero
un papel olvidado hará que su amor muera como le sucedió a la rosa.
  - ¿Qué clase de papel?
  - Eso si no lo sé. Pero veo hay alguien que si lo sabe. Lo verás cerca de un río
cuando la luna devore al sol, pero después de que el día haya vencido a la noche,
en tres días.
- En tres días – repitió Arturo – ¿En qué río? ¿Cómo sabré que estaré en el lugar
correcto?
 - Estarás. Ten confianza.
 Arturo Malagán salió algo confundido, pues no entendió lo que le dijo Juana,
pero al salir Adriana le dice que se ha armado un bochinche porque ha aparecido
un Górgorus que reclama la corona, pero el gobierno de Férida lo ha rechazado y
han amenazado a Sabernal con declarar la guerra por traición.
 - ¿Qué tiene que ver Sabernal? ¿Luego quién dice ser el heredero?
 - Rafael Burto.

  EL HEREDERO DE GÓRGORUS
  Unos días antes de ese problema, Mario y Rafael Burto fueron al gobierno de
Sabernal para hablar con el rey Juan Alejandro. Después de saludarse y de que el
rey le pidiera que hablaran rápido, Rafael le contó la historia de José Górgorus, de
cómo él había tenido un hijo y le mostró las pruebas que había tomado prestadas
de las bibliotecas. El rey leyó y revisó las pruebas y le preguntó finalmente que era
lo quería.
  - Es demasiado obvio, Su Majestad. Deseó tomar el poder de Férida como debe
ser. ¿Podría usted ayudarme?
  - Podría, pero no estoy seguro. Hablaré con mis embajadores en Férida y luego
con el rey.
  Cuando se fueron, el rey se acercó a una pintura donde Ricardo II y Emilio
Górgorus se estrechaban la mano y susurró: «El fin ha llegado. La antigua leyenda
ha renacido. Uno de los dos reinos desaparecerá».
  Mario alistó maletas y se despidió de Sara, luego tomaron el tren que llegaría a
Mompelí en doce horas, pero este tuvo un accidente en la mitad del Camino de
Comercio, una ancha vía que comunicaba los dos países y el tres se detuvo. Se
hizo de noche esperando ayuda. Mientras dormían del cansancio, Rafael vio algo
en el bosque que le pareció muy raro. Trató de escabullirse, pero despertó a
Mario. «¿Qué pasa?» le preguntó, pero Rafael no le contestó, después le dijo que
si quería acompañarlo a explorar el bosque.
  - ¿El Bosque de los Fundadores? No quiero ir por allá, dicen que está maldito y
se ha perdido mucha gente. Pero si quieres ir yo puedo esperarte en algún hotel.
  Rafael parecía tener afán, y le dio a su primo claras instrucciones de al llegar a
la estación de la ciudad de Mompelí, debía tomar otro tren que lo llevara directo a
Cirón, la capital de Férida. Debía buscar el hotel Plaza del Café y quedarse allí,
donde se verían al medio día en la fuente del parque. Le dio algo de dinero y se
bajó del tren evitando que lo viera el inspector.
  - Primo: ten cuidado – le dijo por la ventana – Y siempre lleva esta tarjeta. No la
pierdas, no preguntes de qué se trata, sólo preséntala cuando te la pidan y
siempre debes decir que eres de Férida.
  Después uno de los empleados advirtió que partirían en diez minutos, y solicitó
que todas las personas que fueran de Férida debían subirse al siguiente vagón por
comodidad, mientras que los extranjeros y sabernalitas debían quedarse donde
estaban. Mario recordó que él ahora era de Férida y se movió al siguiente vagón,
pero antes el inspector le pidió que mostrara la tarjeta roja. Le preguntó de dónde
era y Mario le respondió que de Mompelí; le preguntó que a dónde iba y por qué, y
Mario le respondió que a la casa de su primo porque sí, no tenía que dar
explicaciones. El inspector le permitió el paso y le dijo que disculpara las
molestias. Allí se sentó detrás de una mujer que venía con dos niños. Uno de ellos
le preguntó a la mujer que para qué era esa tarjeta y ella le dijo que hiciera
silencio. El otro niño, a su lado le dijo «Esa es la tarjeta secreta». La mujer calló a
los niños inmediatamente.
  Mario le preguntó al inspector qué sucedía y él viró la cabeza para ambos lados
«¿Viene con alguien de Sabernal?», Mario negó y él le respondió que estaban
aumentando la seguridad para purgar a Férida de extranjeros y los estaban
regresando. Mario quedó algo preocupado con la respuesta.
  - Hijo, ¿recuerdas que decir si pierdes la tarjeta? – le dijo la mujer a uno de los
niños.
  - Sí, mamá – dijo el niño – tengo que decir “Saquen la basura de noche”.

   EL ÁRBOL ESCONDIDO
   Rafael entró al bosque, tratando de buscar esa figura brillante que se movía
entre los árboles. Luego vio a una mujer a lo lejos y él se pregunto por qué ella
estaba vestida así en medio del bosque. No pensó en la respuesta porque ella lo
llamaba con el dedo para que la siguiera. Ella se detuvo frente a un árbol y se
volvió para señalárselo a Rafael. Él le preguntó su nombre, pero cuando fue a
tocarla, ella comenzó a brillar y lanzar rayos de luz verde y desapareció. Después
recordó que se trataba del Hada del escudo de Férida. «Son ciertas las leyendas,
no lo creo». Él toco el árbol para ver si era real y pensó que el árbol que el Hada le
había señalado era donde se encontrarían los grandes tesoros, como decía la
leyenda y lo empezó a trepar. Colocó la mano en lo que parecía una rama, pero se
trataba de una pequeña serpiente que huyó atemorizada. Rafael se soltó de
inmediato y cayó raspando el musgo.
   Al levantarse se dio cuenta que había quitado el musgo que por más de cien
años había ocultado lo que el Hada le había señalado: las escrituras de Emilio
Górgorus: “Aquí apareció el hada ante mis ojos como el sol en una montaña
renace cada mañana. He sido muy cobarde y desleal pero aquel que lea esta
inscripción sabrá que perdí a Férida. Mi reino le pertenece a Sabernal. Emilio
Górgorus”
   - Ya veo, aunque tome el poder en Férida no será mía. Debo evitar que
encuentren este árbol… ya sé como intimidarlos si el rey no me devuelve mi reino.
Esta frase tan poética, la he escuchado en alguna parte… ¡Oh Dios! ¡Ahora
recuerdo! ¡Olvide decirle a Mario que no hablara con el Loco de Astera!
   Misteriosamente, Rafael fue el único ser vivo que vio al hada y vivió para
contarlo, pero no cayó en cuenta de ese detalle por estar pensando en la forma de
evitar que encontraran el árbol o que Mario se encontrara con aquel personaje.
Cuando el hada le estaba señalando el árbol y Rafael se dispuso a admirarlo,
detrás de él apareció el otro fantasma con la lanza de oro dispuesto a atacarlo,
pero ella se opuso y los fantasmas desaparecieron juntos antes de que él se diera
por enterado.
   Rafael vio un grupo de gente que se acercaba, él se escondió tras un arbusto y
la gente continuó su camino, como si no hubieran visto al árbol. Él sabía que
siempre había grupos buscando el dichoso árbol. Siguió al gentío y después de un
gran trayecto observó cómo se subían en una especie de bus. El conductor lo
percibió. «Muchacho, apúrate, no tenemos toda la noche», le dijo. Rafael se subió
al bus con destino a Carcabala, el primer pueblo que quedaba en el extremo sur
del país, frente al Camino de Comercio. Allí, Rafael tomó el primer tren que se
dirigía a Cirón por otra ruta. Llegaría cerca de las cinco de la mañana.

  MARIO CONOCE EL COMPLOT
  Mario hizo el trasbordo y llegó a la madrugada a Cirón. A las dos de la mañana,
Mario ya había llegado al hotel y durmió plácidamente. Despertó a las siete de la
mañana y se preguntó si ya habría llegado su primo. Después de bañarse,
observó todos los elementos de la habitación del hotel. Se dio cuenta que habían
muchas cosas diferentes y que algunas eran más actualizadas y mejores que las
que habían en Sabernal. Mario vio la tarjeta y recordó que necesitaba hablar con
Rafael sobre ese tema. Después la guardó y salió a visitar la ciudad. “Todavía es
muy temprano” pensó.
  En algunos lugares le pedían la tarjeta roja. De pronto notó una cerca hecha de
malla y arbustos, y le entró curiosidad por saber que había del otro lado. La malla
era interminable y no había visto la entrada. Luego de caminar bastante comenzó
a escuchar sonidos tan raros como si cien vacas airadas mugieran al mismo
tiempo. Entonces trato de escalarla, pero al otro lado había perros que alertaron
su ingreso y trataron de atacarlo. Regresó al otro lado y siguió caminando. Vio una
entrada que decía: “Para ingresar presente la tarjeta Roja. Orden real.” Mario ya
estaba con la indagación hasta las uñas y decidió decirle a los guardias que había
visto a un sabernalita cerca. «Sabía que esos perros no ladraban en vano» le dijo
un guardia a otro.
  Cuando iba a entrar uno de los guardias que quedaban le exigió la tarjeta. Lo
que vio adentro fue a la gente más rara que había visto jamás y esos sonidos
extraños provenían de unos barcos gigantescos, que no se comparaban a los
grandes barcos que navegaban en el río Rojo, el río más grande de Sabernal. La
muchedumbre que parecía disfrazada, en realidad eran turistas, navegantes de
todo el mundo que estaban en el puerto para subirse a esos titánicos navíos
mecánicos con banderas multicolores. Trató de hablar con tres personas que
estaban reunidas, pero no les entendió nada. Siguió caminando sin dejar de verlos
y se estrelló con otro tipo.
  - ¡Oye!, ¡oye amigo! – le dijo él – ¿para dónde vas con tanta prisa?
  - Lo siento, pero vi esas personas de allá y yo…
  - ¿Quiénes? ¿Ellos? Sí que son molestos ¿eh? Siempre andan juntos y se creen
muy importantes. Yo me llamo Pablo Pérez. ¿Cómo te llamas tú?
  - Mi nombre es Mario Burto.
  - ¿Burto? Es parecido al nombre de mi ciudad.
  - ¿Por qué? ¿Acaso como se llama?
  - Se llama Burgos y queda en España.
  Cuando termino de hablar se dió cuenta que varios guardias estaban caminando
apresurados revisando a varias personas. «Me dio gusto conocerle, pero me tengo
que ir» dijo Mario «A mí también – dijo Pablo– Estaré en el hotel Paquidermo de
Plata» Mario le hizo una seña y se marchó por donde habia llegado. Llegó a la
plaza de Cirón a las diez y cincuenta. Seis bancas rodeaban una gran fuente
donde había un hombre sobre un caballo señalando hacia donde estaba Sabernal.
Cinco bancas estaban ocupadas y en la última había un sólo hombre, en ésta se
sentó Mario. El hombre que estaba allí sentado lucía como un pordiosero, pero
como a él nunca le interesó las cuestiones sociales, se sentó sin importarle que
pensaran los demás. En la base de la fuente había una inscripción que estaba
oculta por musgo inseparable y de la cual solo se leía: Emilio Górgorus, obra de
Santiago Astera.
  - Me gustaría saber que dice ahí – dijo Mario en voz baja.
  - Eso es muy fácil de saber – dijo el hombre junto a él – mi bisabuelo la escribió
cuando esculpió el monumento. Es una frase que su abuelo o bisabuelo escuchó
antes de que el gran rey Emilio Górgorus muriera. Dice: “Aquí apareció el hada
ante mis ojos como el sol en una montaña renace cada mañana”.
  - Y usted es…
  - Discúlpame por no presentarme. Mi nombre es José Luis astera. La gente me
dice el Loco Astera porque no creen que sea hijo de mi padre ni que mi bisabuelo
haya hecho esa escultura. Quiero decir que no creen que pertenezca a la familia
Astera.
  - Pero tiene su apellido y usted… – Mario se dio cuenta que no tenía idea de lo
que estaba hablando y que la gente lo estaba observando – ¿Acaso no tiene el
documento de nacimiento?
  - Me lo quitaron al igual que mi casa y mis cosas cuando murió mi padre y mi
madre en un incendio. Sospecho que fue el rey Cristóbal Maceu, ya que él fue
quien le ordenó a mis padres ir a su casa a cuidarla cuando sucedió el incendio.
  - Eso pudo ser por cualquier cosa
  - Si. Puede ser, pero yo odio a ese tipo, porque además de parecer un ogro él
fue quien corrió la voz de que estaba loco.
  - Tranquilo, su reinado pronto acabará.
  - Ya lo sé, me alegra que tú también lo sepas. Algo va a pasar allá arriba y todos
moriremos – de repente se puso de pie, hablaba más fuerte y se reía a grandes
carcajadas, llamando la atención de todas las personas que se encontraban cerca.
«Si quiere conservar su vida aléjese de este demente» le dijo un hombre que se
acercó y luego se alejó rápidamente. Mario se levantó y se marchó cuando vio que
Rafael lo seguía corriendo. «Espera – decía jadeante mientras le colocaba una
mano en el hombro del cansancio – olvidé… decirte que evitaras…hablar con el
Loco Astera… pero creo que fue demasiado… tarde» Mario quería saber más de
él, porque no debía hablarle, pero Rafael no le contestó.
  Al volver al hotel Mario dijo: «Quiero saber que está pasando aquí. Mira, lo sé»
Rafael frenó en seco y lo primero que pensó fue que él sabía sobre el Árbol. Mario
lo miró a los ojos y le exigió una razonable explicación sobre lo que pasaba con la
tarjeta roja y el puerto secreto.
  - ¿Ya lo sabes? Está bien. Te diré lo que quieras, pero aún no debe saberlo la
reina Ivonnet.
  - Bien. Dime todo. ¿Qué es eso de la tarjeta roja? ¿Por qué están separando a
los extranjeros?
  - El rey sacó un decreto nacionalista. Primero quiere expulsar a todos los
extranjeros del país, por eso hasta ahora ha reducido el turismo a una sola parte, y
no los dejan pasar más allá de la costa. Después tiene pensado invadir a
Sabernal, y hacerlo pasar por el resto del país. Mira, ya empezó – Rafael le mostró
un mapamundi, donde vio su tierra bajo el nombre de Férida.
 - Esto se debe saber – dijo horrorizado Mario – ¿Cómo han logrado ocultarlo?
 - Nadie lo quiere hacer, pero desde que la tiranía de los Maceu gobierna Férida,
se creó un sangriento comité y una orden para que la gente de Férida no le hable
sobre esto a nadie, menos a los de Sabernal, o te cortan la cabeza. La verdadera
capital de Férida es ahora Caucia, y dicen que allí tienen encerrados científicos.
 - Ya le veo sentido a todo esto de la tarjeta Roja, pero me siento desilusionado.
Es como si un amigo, el único que tenemos, nos entierre una daga en la espalda.
No me puedes detener. Se lo diré a mi reina.
 - Perfecto, dilo y mi cabeza rodará en medio de la plaza – dijo Rafael
 - No te preocupes – le dijo Mario – yo te protegeré.
 - No lo hagas todavía, espera un tiempo, deja que el destino siga su curso.
 - Bien, pero por unos días.

  VISITA AL REY DE FERIDA
  Al día siguiente se dirigieron al castillo del rey Cristóbal Maceu. De allí salía un
hombre uniformado.
  - Buenos días – le dijo Rafael.
  El hombre ni se inmutó. Cuando se hubo alejado Mario le pregunto que quién
era aquel sujeto. Rafael le dijo que era el comandante Barreno, dirigente del
ejército del rey y velaba por la seguridad del país. Entraron al salón y se sentaron.
Las empleadas les sirvieron bebidas exquisitas. De repente se escucharon gritos y
regaños dentro de una habitación. «Allí queda el trono» dijo Rafael. Después de
que cesaron los ruidos, Guillermo Ibarra, la mano derecha del rey, salió de allí y
dijo que Su Majestad, por sus ocupaciones, no podía atenderlos. Mario
comprendió porque el Loco Astera decía que era un ogro. Se saludaron y acto
seguido Rafael empezó a usar la misma labia que utilizó para convencer al rey
Juan Alejandro de que era descendiente de José “el Terrible” Górgorus y que por
lo tanto le correspondía el poder del Férida.
- He demostrado que el hijo de José Górgorus siguió vivo después de su locura.
- ¿Pero cómo? Él no tuvo hijos, mató a su esposa y escondió su cuerpo.
- En recientes excavaciones encontraron unos huesos que después de varias
pruebas se logró saber que eran de la reina Mariana, que demuestran que murió
meses después de dar a luz. Además tengo cartas y documentos donde explican
que Germán Burto lo adoptó como su hijo. Entrevisté a los ancianos de Carcabala
y me contaron que el viejo Natán encontró el cuerpo gracias al llanto de un niño:
su hijo. El niño estaba abrazando el cadáver. Justo en ese momento, Germán
Burto estaba de visita, al ver el niño él lo adopto y se lo llevó a Sabernal.
  Guillermo solo veía los papeles y escuchaba. Realmente él no creyó nada. Sin
embargo le pidió que le dejara las pruebas que tenía. Después, los primos se
marcharon. Guillermo veía por una ventana que estuvieran lo suficientemente
retirados y fue a contarle todo al rey Cristóbal. Luego de escucharlo, él le ordenó
que no se alejara de Rafael, después le pidió que se retirara y no dejara que nadie
lo interrumpiera. Se levantó y observó un cuadro igual que el que se hallaba en el
palacio de Sabernal: el de Ricardo II estrechando la mano a Emilio Górgorus.
  - Bien. Ya ha llegado el día. Tendré que eliminar a Rafael Burto.
Mientras se dirigían al hotel Plaza del Café, Rafael recibió una llamada de
Guillermo, en el que le decía que le creía y que a partir de ese momento contaba
con un aliado. Él colgó y pensó que si Guillermo Ibarra era su amigo, tendría una
gran influencia en el castillo para derrocar al rey.
   Esa noche, los primos se separaron, pues Mario quería volver a su casa y ver a
su novia. Rafael estuvo de acuerdo. Después de despedirse, Rafael contactó en
secreto a Guillermo en un bar y después de algo de licor fuerte, Rafael le contó
sus planes. También le contó sobre el árbol legendario de Emilio Górgorus.
   - Si me ayudas te daré mucho dinero. ¿Recuerdas la leyenda del árbol? Es
cierta. Férida le pertenece a Sabernal.
   - ¿Y eso como ayudará?
   - Esconderemos y destruiremos el árbol…
   - O podemos manipular la inscripción para que de esa manera Sabernal sea
propiedad de Férida.
   - Es una buena idea. Es ese caso debemos traerlo de inmediato. Entonces, ¿es
un trato? ¿Me ayudaras a derrocar a Cristóbal Maceu y tomar el poder que me
pertenece?
   - Claro, ¿Por qué no?
   Después del dialogo quedaron en verse al día siguiente, a la una de la tarde en
el lugar donde estaba el árbol legendario, según especificaciones de Rafael Burto.
Cuando él se marchó, Guillermo se fue a contactar al rey, para contarle todo lo
que estaba pasando. Rafael no sabía que ellos dos eran primos lejanos y
Guillermo siempre decía: la sangre es más espesa que el agua.
   Mario después de despedirse de su primo, pasó por el hotel Paquidermo de
Plata y pensó en despedirse de su amigo Pablo. Se vieron en la cafetería. El
español lo vio pensativo y Mario le contó todo lo que estaba pasando, pues le
tenía una confianza impresionante, pensando que tal vez él podría ayudarlo. Pablo
dijo que pensaría en algo, y recordó que los extranjeros eran cada vez más
hostigados por los residentes. Cerraban las tiendas y los hoteles, y algunos
pregonaban la xenofobia con carteles, algo que nunca había visto en ninguna otra
parte del mundo.
   De pronto empezó a hablarle de su tierra natal y de toda Europa. Le dijo que él
trabajaba como profesor de filosofía para ganarse su pobre vida y cuando
sorpresivamente recibió una gran herencia de su abuela decidido gastársela
atravesando el mundo buscando un buen trabajo, pero pronto dejo su idea a un
lado para volverse un trotamundos. Le comentó sus visitas por África y Asia hasta
llegar a Japón, y que luego viajó por América del Norte, bajando por Florida donde
encontró un familiar con en el que se iría a Jamaica. Le dijo que su amigo no llegó
porque al averiguarle la vida, se enteró que había desaparecido en el triangulo de
las Bermudas, y como finalmente viajando por las Antillas había tomado un tour
que iría hacia Férida, el último reino de fantasía.
   Mario Burto estaba muy impresionado de lo que había escuchado. Pensaba
haber conocido todo, pero luego se dio cuenta lo insignificante que era en un
mundo tan grande como lo había descrito Pablo Pérez. Estaba tan absorto de la
realidad que se estrelló con un policía que tomaba una bebida en el único turno
que tenia. Se la hizo tirar en todo el traje y esto lo enfadó tanto que lo iba a meter
a la cárcel. «Quiero ver los papeles» dijo el policía. Mario le había regresado la
tarjeta roja a Rafael. Pablo mostró los suyos y defendió a Mario diciendo que era
su compañero y no tenia papeles porque era un naufrago, pero se irían al otro día
a Cuba para sacar una nueva identificación. El policía no creyó, pero hizo la seña
de que podían marcharse e inmediatamente se fue a buscar colegas para atrapar
al espía. Pablo lo sabía y le dijo que se marchara lo más rápido posible. Mario
salió corriendo y Pablo se subió a un crucero nocturno y aprovechó para escapar
de esa forma.

   LA VISIÓN PROFÉTICA
   Guillermo Ibarra llegó al castillo, pero el rey se había marchado sin decir nada a
nadie. Cristóbal Maceu fue a donde Josefa Izuare, la adivina de Férida cuyo
apellido era enemigo de las Monsalvique.
   - Quiero saber sobre mi pasado y mi futuro, ¿en verdad caerá mi mando?
   - Si. José Górgorus resucitará en uno de sus hijos, lavará con sangre la traición
de sus asesinos y sus hijos tendrán una condena peor que la muerte. Un castigo
eterno.
   - ¿Qué haré para prevenirlo?
   - Comienza eliminándolo como ya lo has pensado, pero ya hay más personas
que lo saben.
   - Naturalmente, el muchacho con el que fue. Mañana lo capturaré y lo mataré en
secreto.
   - Ya es tarde. Se ha ido a su casa y se lo dirá a su rey.
   - ¿Y quién es la otra persona?
   - Espera un poco – buscó un libro viejo y siguió diciendo – la prueba está en el
mar. Con este hechizo la destruiré – leyó un par de cosas en una lengua extraña –
ya está, y cálmate porque esto ya estaba dicho: el hijo del sol combatirá con el hijo
de la luna y el hijo de la luna triunfará. Son cosas que se dicen en Sabernal.
   Cuando Cristóbal salió de allí se dio cuenta que empezaba a lloviznar. La lluvia
caía cada vez más duro y dedujo que se trataba del hechizo de Josefa, pues no
era normal que en esa época del año lloviera tanto. Mario Burto fue al hotel y
recogió sus cosas. Le dijo al dependiente que le dijera a Rafael que ya se
marchaba a su casa. Salió a la estación de tren y tomó el que se dirigía a
Mompelí, haciendo la ruta que realizó al llegar. Estaba tan cansado que se durmió.
   Pablo Pérez estaba en el barco que se mecía en medio de una fuerte tormenta.
   - ¡Alisten los barcos salvavidas! – gritó el capitán, mientras los pasajeros y los
marineros corrían de un lado a otro. Pablo Pérez emprendió una oración, rogando
por su vida, mas el barco empezó a hundirse. Juana Monsalvique sintió el llamado
y se levantó rápidamente guiada por sus instintos. Buscó su extraño recipiente y lo
llenó con un par de cosas mágicas que tenía. Vio entre luces varias imágenes y
dijo:
   - Es alguien que vive lejos y Mario lo sabe.
   Uso varias hierbas y otros raros polvos y de allí surgió un humo impresionante y
luego buscó en la cabeza de Mario, como si fuera un libro abierto, y encontró las
frases que necesitaba: “yo me llamo Pablo Pérez”, “España queda un poco lejos
de aquí”. Luego recordó el llamado que la había despertado.
   - Esto es brujería maligna. Creo que puedo prevenirla.
Buscó nuevamente un libro similar al de Josefa. Mientras en el mar, un barco
que transportaba carne refrigerada pasó por los lados del naufragio y sus
marineros alcanzaron a ver a siete personas flotando en una improvisada balsa.
Un marinero los ayudó a subir y les preguntó por lo sucedido. Una mujer le
comentó que el barco en el que iban se hundió y no alcanzaron a tomar ningún
barco salvavidas. Apenas viajaban como cuarenta personas más o menos.
 La mujer se llamaba Jimena López y era médica titulada. De los otros náufragos,
dos estaban moribundos, uno de ellos era Pablo Pérez. Su frágil cuerpo no le
podía contener la hipotermia. Al subirlo al barco estaba desmayado, y cuando lo
colocaron en una camilla murió, pero Jimena, que tenía estrés postraumático, dijo
que continuaba desmayado y en cualquier momento despertaría.
 Juana encontró el hechizo usado por Josefa y frente a éste estaba el hechizo
para contrarrestarlo. Todos tenían uno. Al igual que Josefa, Juana dijo unas
extrañas palabras y el alma de Pablo Pérez volvió al cuerpo y despertó.
 - Al fin. Ya pasó el peligro – dijo Juana.

  EL ENCUENTRO
  Mario despertó en la estación de Ciudad de Tívecre. Se bajó del tren y salió de la
estación cuando ya estaba escampando la fuerte tormenta. Pasó el resto de la
noche en un hotel. A la mañana siguiente, cuando las calles estaban inundadas en
ambos países. Mario se dirigió al palacio y le habló a su amigo de infancia y rival
en el amor: el príncipe Milwer, y le contó todo lo que sabía. Duró un buen rato
escuchándolo y al final, cuando quedo convencido, llamó al Capitán General
Agustino Rosa.
  - ¡Preparen tropas! Atacaremos a Férida. Mario Burto, mañana iras conmigo.
  - Su Alteza, ¿está seguro? No se ha realizado ningún protocolo de guerra, ni nos
han atacado ni demostrado movimientos agresivos. Debería hablarlo con Su
Majestad primero.
  - Nada de eso. Ya he tomado una decisión. Atacaremos antes de que nos
ataquen primero. Mis padres no deben enterarse, quiero hacerlo sólo.
  En Férida despertó Rafael y alistó las maletas. Buscó a su primo y el
dependiente le dio el mensaje de Mario. Salió disparado a la estación para
alcanzarlo y tomó la ruta más rápida. Cuando llego a la última estación para salir
del país pararon el tren y les pidieron a los transeúntes que bajaran, porque el
camino estaba cerrado a causa del invierno. El comité de Férida, enterado de que
se estaba fugando su plan, aprovechó esta excusa y neutralizaron el Camino de
Comercio para que nadie saliera o entrara a Sabernal. Rafael sintió lo peor, pues
además de que empezaba el macabro plan de invasión, él pensaba que lo
buscaban a él para cortarle la cabeza por traición. Salió del tren inmediatamente y
se internó en el bosque. Desde allí vio a la caballería, a la milicia y a los arqueros
de Sabernal entrando a Férida. Todos retrocedieron hasta Carcabala, donde ya
estaban preparando al ejército Real de Férida.
  - ¡Habitantes de Férida ha llegado el ejercito de Sabernal!
  La gente empezó a correr y a esconderse en sus casas y Rafael seguía
pensando que todo aquello era por su cabeza. El ejército Real de Férida, un poco
más moderno, era encabezado por el rey Cristóbal y por el comandante Barreno.
El rey de Férida y el príncipe de Sabernal se encontraron en medio de la plaza de
Carcabala.
  - Así que nos has estado engañando – dijo el príncipe – Preparabas todo para
una invasión.
  - Cuidado con lo que dices, joven. ¿Acaso puedes probar lo que dices? ¿Cómo
sé que no son ustedes los que vienen a invadir? Son ustedes los que entraron con
un ejército a nuestro país.
  - Puedo probarlo. Mario Burto hablará ahora.
  - Su Majestad, rey de Férida – dijo Mario – ¿Negará que está expulsando a
todos los extranjeros?
  - Eso es falso, y pueden preguntarle a cualquiera y nos dará la razón.
  - Ya sabemos que los feridenses no pueden decirnos nada. Temen perder la
cabeza.
  - Eso es patético. ¿Por qué habríamos de cortarle la cabeza a alguien por decir
la verdad?
  - Tengo testigos. Uno de ellos es Pablo Pérez. Viene de España y en este
momento se hospeda en el hotel Paquidermo de Plata en Cirón, con otros
extranjeros.
  Uno de los hombres que estaban junto al rey lo interrumpió diciendo que en
Cirón no existía ningún hotel llamado de esa manera.
  - Tengo dos testigos más – dijo nerviosamente – José Luís Astera.
  Cristóbal preguntó quien era él.
  - Señor, él es el famoso Loco Astera – dijo otro de sus hombres – pero murió
ayer en un incendio, por un rayo que cayó donde residía.
  - Que pena – dijo cínicamente el rey – Manden flores a sus padres ¿y quién es el
otro?
  - Rafael, Rafael Burto.
  - Es aquel muchacho que planeaba tomar el reino, ¿no es así? ¿Dónde está? Él
debe pagar por su traición, después de nuestro gobierno lo ha protegido y le ha
dado educación.
  Mario Burto no recordaba eso, lo que ocasionó que algunos empezaran a perder
su credibilidad y se burlaran de Sabernal.

  LA TRAICIÓN
  Rafael estaba llegando al árbol legendario y se excusó con Guillermo que
parecía estar solo y furioso.
  - Lo siento, es que el tren…
  - No me gusta que lleguen tarde a las citas – al terminar de hablar un serie de
guardias reales aparecieron y lo capturaron.
  Cristóbal Maceu le dijo por último al príncipe que entendía su plan: enviar a este
muchacho y a su compañero para exigir un poder que no les pertenecía y que al
no lograrlo vino el príncipe y su ejército a invadirlo a la fuerza con una excusa sin
fundamento.
  Mario Burto no pudo ver a los ojos a su amigo. En ese momento llegó una
caballería donde traían a Rafael en una celda de madera. «Aquí esta su cómplice:
Rafael Burto» dijo Guillermo Ibarra. «¡No me corten la…!» gritó Rafael, pero se
detuvo al ver a todo el ejercito real frente a él. Mario pensó que lo que acababa de
decir podría servir como prueba, pero antes de decirlo vio al príncipe sumamente
decepcionado y como si le pudiera hablar con los ojos sintió que le decía que no
hablara más, porque ya los había puesto en vergüenza. El príncipe terminó por
aceptar que Mario había mentido y se merecía un castigo.
 - Lo siento – dijo el príncipe.
 - Su Alteza, le sugerí que hablara con su padre – dijo el capitán Agustino.
 - ¡Su Alteza! Por favor, no se disculpe ante este mentiroso – le pidió Mario – yo lo
he visto todo. Mire esta tarjeta roja.
 - ¡Por Dios! – lo interrumpió Cristóbal – ¡Muchachito insolente! Cállate y deja
hablar a tu rey.
 - Gracias, Su Majestad. Por favor acepta nuestras sinceras disculpas sobre este
malentendido. Ven a una cena de paces a mi palacio.
 - Esta bien, pero ya que estas en mi país y tu cometiste la desfachatez, ven a mi
castillo y cenaremos allí. En cuanto al castigo lo dejare fácil: ordeno que se
queden encarcelados en la mitad de la plaza de Cirón para que sientan lo que es
una humillación. Todo el camino desde aquí hasta allá, ellos serán exhibidos.
 El príncipe Milwer estuvo de acuerdo y se marcho con su ejército al castillo,
pensando en qué le iba a decir a sus padres.

  EL HADA DESAPARECE
  Esa noche el rey Cristóbal visito a Josefa Izuare nuevamente.
  - Te esperaba – dijo ella – estoy preocupada.
  - ¿Qué pasa? – dijo el rey.
  - No entiendo, no entiendo en verdad – dijo Josefa - Escucha: “la verdad se
sabrá cuando el día se oscurezca más temprano y el sol salga de atrás de la luna,
pero tres días después de que un pájaro azul se pose en una flor roja se cumplirá
lo inevitable: el heredero de los Górgorus triunfara, mientras que el sol le sacará
los ojos al traidor.
  - Pero cuantos pájaros azules se posan en flores rojas todos los días.
  - Eso no es lo raro. No será por aquí. Las profecías están hechas para ser
cumplidas y desaparecen cuando se alteran. Eso es muy raro porque esta no ha
desaparecido, a pesar de que ya la alteramos. Es inevitable, caerá tu reino de
fantasía.
  Mario veía por la celda de madera la noche estrellada y su compañero estaba
mordiéndose las uñas. Cada uno pensaba que por su culpa estaban en esas
circunstancias y trataron de disculparse.
  - Lo siento – comenzó Mario – no debí decir nada. Debí haberte hecho caso y
dejar que el destino siguiera su curso.
  - No, Mario, no es tu culpa. Este es el destino. Yo no debí haberte dejado solo.
Además no he sido totalmente honesto contigo. Yo… yo, encontré el árbol
legendario.
  - ¿El árbol de Emilio Górgorus?
  - Sí. Y según ese árbol, Férida le pertenece a Sabernal. Se lo conté a Guillermo
y el muy maldito me traicionó. A esta hora ya debieron haber talado el árbol.
  Casi cierto, investigadores, fotógrafos y otras personas a cargo de la mano
derecha del rey buscaban el árbol legendario con las pistas dadas por Rafael y
planeaban fotografiar al hada. Cuando la comenzaron a sentir se dieron cuenta
que esta jugaba a las escondidas con ellos, ocultándose y corriendo entre los
árboles para que no la vieran. Entonces se le apareció detrás de uno de los
fotógrafos. Él estaba tan asustado que disparó su cámara haciendo que su luz
espontánea llamara la atención del resto del grupo. Los demás fotógrafos también
empezaron a tomarle fotografías desde todos los ángulos. El hada parecía tener la
delicada sonrisa de una niña de siete años, pero al sentirse tan presionada se
estremeció no sólo ella sino también el mismo bosque. El cielo nocturno se abrió,
bajo una luz que apenas la enfocó a ella. El hada empezó a subir con un grito tan
potente que los sordos la escucharon y la luz se diseminó y se volvió tan brillante
que hasta los ciegos la vieron.
  Todo a su alrededor fue destruido y el grupo de gente quedo esparcida en
diferentes lugares. Todos los que escucharon el sonido o vieron la luz se quedaron
dormidos. En ese momento se encontraban en la cena y el banquete real. Las
meseras apenas habían servido el aperitivo cuando se quedaron dormidos. El rey
Cristóbal le ordenó al cocinero envenenar la cena del joven príncipe, pero no lo
alcanzó a hacer al escuchar el sonido del grito.
  El bosque se hizo vulnerable a todas las plagas de una insípida jungla y salieron
animales de donde no había para comerse a las inofensivas criaturas que vivían
allí desde los tiempos de los fundadores de Férida.
  A la mañana siguiente todos los que habían visto el destello y escuchado el
sonido lo asociaron con un meteorito. Guillermo se había lanzado dentro de un
pozo de agua durante la explosión y al despertar se dio cuenta de que no era el
mismo bosque. Estaba en el bosque de los Perdidos, a miles y miles de kilómetros
al sur de donde debía estar. Se encontraba al oeste de Priana y sin saberlo
camino al lado contrario de la civilización hasta que llegó al río Rojo. Pensando
que era el río Bitlan, subió hasta su fuente, la cual era una laguna. El agua estaba
tan clara y pura que sintió sed al verla. Al beber de esa agua se dio cuenta que al
otro lado había gente. Les gritaba pero no le hacían caso, entonces decidió nadar
hacia allá para pedirles ayuda. Cuando estuvo cerca de ellos los vio más
detenidamente. Estaban semidesnudos y tenían la cara y algunas partes del
cuerpo pintadas de colores muertos.
  Hablaban entre si de una forma primitiva y lo ayudaron a salir del agua. Mientras
lo llevaban a la aldea recordó que debían ser los mitológicos indígenas Selsuicas y
ya estaba pensando en toda la fama y el dinero que iba a ganar cuando revelara
su hallazgo. Él sabía que eran los antiguos indígenas que, algunos minutos antes
de encontrar a Sabernal, estaba buscando Emilio Górgorus, para terminar la
guerra de sus antepasados. Pero todo fue nubes color de rosa porque fue llevado
directamente a un calabozo, por señas que le hizo el líder del pueblo a sus
hombres.
  Los fotógrafos e investigadores que venían con Guillermo corrían como cebras
perseguidas por hambrientos leones, pero no pudieron salir jamás de ese bosque.
Era como si este se estuviera vengando por la ida de su guardiana. Nunca más se
supo de ellos.
  El rey Cristóbal fue despertado por su cocinero antes que a todos en el comedor
real por uno de los cocineros, quien lo llevó a la cocina y le explicó que no alcanzó
a ponerle el veneno a la comida del príncipe.
  - No importa. Ya pensaré en algo más.
Luego volvió al comedor y despertó a todos los demás y le dijo al príncipe que
haría una caravana hasta la plaza de Tívecre para que se disculpara una vez más
en frente de su pueblo. Los Burto fueron despertados cruelmente por los guardias.
Encadenaron la celda de Rafael al carruaje real y el rey Cristóbal Maceu lo
arrastró hasta el otro país. Mario se quedaría en la plaza de Cirón.
   Detrás del carruaje real iban los soldados de Férida y más atrás iban el rey
Rubén Monfort y su ejército. Entraron a la villa de Érisis y el rey decía humillante:
   -¡Reciban a Rafael Burto, heredero de la corona real de Férida!
   Los ciudadanos salieron a curiosear y al verlo en ese estado comenzaron a reír,
todos se burlaron de Rafael Burto. En ese momento salía Arturo Malagán de su
sesión con Juana Monsalvique. Los siguió a cautela hasta la plaza de la villa de
Érisis, donde debía descansar la caravana antes de llegar a la plaza de Tívecre.
Allí se le acerco a Rafael «Eso te pasa por ser un Burto». Al medio día la caravana
llegó a su destino. El príncipe se adelantó para hablar con su padre y pedirle
ayuda, pues temía ir con su madre. Desde ese momento, el rey Juan Alejandro se
tomó a cargo la situación. Los reyes dijeron un par de discursos y los sabernalitas
comprendieron la situación. Después decidieron democráticamente que Rafael
sufriera el mismo castigo en la plaza de Tívecre como Mario en la plaza de Cirón.
   El rey Cristóbal se sentía mal y presentía que algo malo iba a pasar. Aún no
llegaba su mano derecha. Se dispuso a volver a su castillo inmediatamente, pero
la gente le pidió que recibiera los regalos de los niños como disculpas. Una niña le
entregó un ramo de rosas rojas, luego venia un muchacho que le traía una jaula
con pájaros coloridos, pero se cayó al suelo, y las aves se esparcieron. Un pájaro
azul que estaba en la jaula se posó sobre su ramo de rosas y el rey recordó las
palabras de Josefa. El rey vio como el pájaro lo miraba a los ojos, se puso
nervioso y de pronto sintió que el pájaro le decía, con la voz de Josefa: «Tres días,
tres días». El rey dejo caer el ramo y uno de sus hombres le preguntó si se sentía
bien. Él solo preguntó la hora. «Es la una de la tarde», le dijo uno de sus hombres.

  TRES DIAS
  El día siguiente era sábado. Día de turistas en Férida y todos iban a ver la
principal atracción del mercado: Mario Burto. Alguien que nunca se identificó
colocó un aviso encima de su celda: “Férida presenta al cavernícola moderno”, así
los turistas se tomaban fotos con él de fondo. En Tívecre sucedía algo parecido,
sólo que para la gente era una graciosa atracción de zoológico. El domingo
sucedió lo mismo, pero esa noche alguien se acercó a la celda Mario.
  - Debes beber este plato de sopa, dentro de éste está tu libertad – dijo la
persona y cuando Mario recibía un plato de barro con una sopa de vegetales, le
vio la mano llena de quemaduras. Mario Burto lo reconoció inmediatamente.
  - Eres el Loco Astera.
  - Silencio. Mi hermano menor esta aquí y me ha ayudado a encontrarte – dijo
señalando un perro – ahora debo irme. Escapa a las once cuando los guardias
cambien de turno. Iré a ver la lluvia de estrellas, mis amigos me invitaron.
  Mario vio como se iba y se tomó la sopa. Escuchó a los guardias decir entre
ellos: «¿Qué demonios quería ese perro?» Mario estaba confundido respecto al
Loco Astera. ¿Podía comunicarse con los animales o en verdad estaba chiflado?
Terminó la sopa y se decepcionó al ver que no había nada. «¿De qué forma me
hará este plato ser libre?» se preguntaba. Ya iban a ser las once de la noche
según un guardia y Mario llegó a pensar que era una tontería del Loco Astera.
Lanzó al plato al suelo lleno de furia y entre el barro que formaba el plato apareció
una llave: la llave que cerraba su celda. La abrió y se dio cuenta que los guardias
no escucharon el ruido del plato porque ya se habían marchado y vio que se
acercaban los otros guardias para cambiar de turno. Se escapó cuando tuvo la
oportunidad.
   Estaba muy oscuro y, sin embargo, Mario vio las calles con gente. Al preguntar a
alguien que por qué estaban ahí y le dijeron que pronto caería una lluvia de
meteoritos. «La lluvia de estrellas, él lo sabia» pensó Mario. Él no se podía quedar
mucho tiempo allí, pero Pablo Pérez lo encontró. Él le dijo que estaba con su
amiga Jimena, quien estaba comprando unos refrescos. Mario le dijo que debía
esconderse entre la multitud y luego salir a la calle doce, donde tomaría el tren.
Pablo mientras tanto le contó lo que había pasado. Se conocía con ella desde
hacía mucho tiempo. Fueron novios en una ocasión y cuando Pablo despertó en el
barco la recordó, pero ella no lo reconocía a él. Pablo le dio varias pistas a ella,
pero sólo lo recordó cuando le habló de su hermana Genoveva que vivía en
Valladolid.
   Esa noche en el barco, uno de los marineros les dio a los sobrevivientes un
chaleco salvavidas y una linterna y los dejó en una canoa cuyo dueño recogía
pescado para vivir y con gusto los devolvió al puerto de Férida, donde quitaban las
mallas y les pedían a los turistas alojarse gratis en el hotel cinco estrellas Abeja
Reina, en vez del predestinado Paquidermo Plateado. Luego los invitaron a ver la
lluvia de estrellas.
   Ya en el parque, Jimena estaba comprando unas bebidas y escuchó el radio de
un policía: «¡Alerta! Se le avisan a todas las unidades que el prisionero de la plaza
ha escapado y es de suma importancia capturarlo nuevamente. Repito…» Jimena
volvió con su novio y le dijo a él que había un delincuente suelto y mejor volvían al
hotel porque era peligroso quedarse en el parque. Mario ya se había separado de
él. La pareja ya iba a salir del parque cuando escucharon a otro policía hablando
por radio.
   - ¿Cuántos hay en la salida de Carcabala? – hizo una pausa – Bien. Son
suficientes. Lo atraparemos, atraparemos a Mario Burto – Luego este volteó y se
dirigió a la pareja – lo sentimos, no podemos dejarlos salir del parque, por favor
vuelvan adentro.
   Cuando la pareja entraba de nuevo al parque Pablo le dijo a su novia que Mario
era un buen amigo y no podía sino imaginar una sola idea por la cual lo buscaban.
   - ¿Y donde lo encontrarás? ¿Será él? – dijo su novia en chiste, pero su novio le
hizo saber que tenía razón.
   Al encontrarse con Mario, Pablo le presentó a su novia y le dijo que debían que
irse rápido.
   - No quiero involucrarlos.
   - ¿Qué hiciste? – dijo Jimena.
   - Es una larga historia, pero en resumen: dije la verdad. Debo volver a Tívecre y
decirle a mi rey que lo trataron de envenenar hace algunos días. Pero no me
creerá.
   - Yo te creo muchacho. Te apoyaré – dijo Pablo.
- No podemos – dijo Jimena – ese camino está lleno de policías. Debemos
buscar otro camino.
   - Iríamos por el bosque, pero está lejos de aquí. Primero debemos ir a Carcabala
y…
   - No, es allí donde te esperan.
   - Entonces entraremos al bosque por un pueblo llamado Torre Perpetua, un
pueblo a las afueras de Férida.
   Robaron un par de caballos que iban a exhibir y cabalgaron rápidamente.
Llegaron a las doce y treinta de la madrugada.
   - Ahora – dijo Mario – entraremos al bosque, pero está muy oscuro.
   - No importa – dijo Jimena – Traigo la linterna.
   - ¿No llevas el chaleco también? – dijo Pablo graciosamente y los tres rieron,
mientras comenzaba la lluvia de meteoritos.
   Se internaron en el bosque y cuando ya no vieron más seguridad pasaron la
línea férrea hacia el volcán Gema. Aunque Mario no lo conocía bien, lo veía
totalmente diferente a como se veía a través de las ventanas del tren. Iban en la
mitad del recorrido cuando un ave que no vieron le quitó la linterna a Jimena.
Siguieron esa luz viajera como si volara sola parecido como la estrella guiando a
los Reyes Magos. La linterna se estrelló en un árbol y cayó. Mario levanto la
linterna y se dio cuenta que era el Árbol Legendario. Estaba sin ningún daño.
Después de hablar sobre él por veinte minutos emprendieron de nuevo el viaje.
   Salieron del bosque, pasaron dos pueblos en una hora y llegaron a la plaza de la
Ciudad de Tívecre. Ya iban a ser las tres de la mañana. Jimena se fue a entretener
a los guardias mientras iban a liberar a Rafael Burto.
   - Amigo, ¿Cómo llegaste? – preguntó Rafael
   - Eso no importa, debemos irnos.
   - ¿Y los guardias?
   - Los burle, yo…
   - No, esos.
   Mario giró y se dio cuenta que el comandante Barreno y su milicia estaba allí y
habían capturado a Pablo y a Jimena. «El rey Cristóbal no demorará en llegar»
dijo el comandante. A Mario lo encerraron nuevamente junto a Rafael, y a Pablo y
su novia los llevaron a una casa donde se radicaban los soldados y el
comandante. En ese momento Mario le contó a su compañero sobre el Árbol
Legendario y le hizo prometer que si se sabía la verdad tenía que hablar sobre él.
   - Seguro – dijo Rafael - Ya no quiero más problemas.
   Rafael lo prometió pensando que jamás recuperaría su libertad, que nunca se
sabría la verdad y que faltaba poco para perder su cabeza, cuando vio salir de la
calle de al frente a Jimena con seis guardias alrededor y la llevaban a la Casa
Mayor de Justicia, donde unos momentos antes, a las cuatro de la mañana, el rey
Cristóbal, quien se hospedaba en el palacio de Sabernal, estaba reunido junto con
el rey Juan Alejandro y los demás. Ella pensaba que Mario era un criminal y sólo
quería que la dejaran en paz a ella y a su novio y los dejaran volver a España.
Pablo le había contado todo a su novia y ella lo dijo en la asamblea extraordinaria.
Dijo que todo se arreglaría si se aclaraba el caso del heredero Górgorus.
   - Hay que desmentir este hecho.
   - ¿Cómo lo haremos?
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  • 1. EL ROMANCE DE SARA MALAGÁN Escrito por Diego Enrique Nieto Márquez “La vida no vale nada si no se tiene a alguien con quien compartirla” EL CRIMEN De repente llego la policía. Arrestó a todos los que tenían sangre y los que gritaban. El 12 de marzo, a las 8 y cuarto de la noche, todos se reunieron en la plaza mayor de Ciudad de Tívecre, la capital del moderno reino de Sabernal, para observar el crimen ocurrido de esa noche. El mismísimo rey consorte Juan Alejandro Parra, estaba con el príncipe heredero a sólo unos metros de distancia y aún así corrió con todos los curiosos para ver el cuerpo sin vida de uno de los hijos de las familias más distinguidas de la ciudad y del país. Todos gritaban lo mismo: - ¡Búsquenlo, busquen a Andrés Burto! LA APUESTA La Ceremonia de Luz del Honor era una fiesta social tradicional, en el que el monarca le debía entregar al Sabeno, heredero de la corona, un collar con un colgante redondo y grande, llamado el Medallón de la Luz, pues de lejos parecía tener la figura del sol. Al parecer era un objeto de superstición, pues según el primer rey y fundador de Sabernal: Vértigo Monfort, fue lo que le llevó al crecimiento del reino. Al morir, fue la reina quien se lo entregó a su hijo, de apenas veinte años. Desde entonces, cada rey le entrega al Sabeno el medallón entre los veinte y los veinticinco años, aun si no han subido al trono. En una ocasión, el rey Leonardo V le hizo entrega del símbolo a su bella hija, la princesa Ivonnet Sasure. Esta ceremonia sólo hacia parte de una enorme fiesta que unía a muchas personas y que de acuerdo a su clase social, tenían costumbres diferentes. El rey, después de terminar sus actos públicos, se sentó con sus mejores amigos: Eugenio Burto y Francisco Malagán, herederos de las familias más ricas del país. Cuando ya estaban borrachos con varios licores finos, Eugenio vio el Medallón brillando en la mitad de la noche como una estrella terrestre, colgado en el cuello de la princesa. - Te apuesto, querido amigo mío – dirigiéndose a Francisco – que si ese Medallón en realidad es de oro, te daré toda mi fortuna. - Pero yo para qué quiero más dinero del que tengo. Si tuviera más podría regalarle una poma a cada hombre, mujer y niño de este país y aún así tendría una gran fortuna. Ofréceme algo que realmente valga la pena. - Bien. Mi esposa, al igual que la tuya, está en embarazo. Estoy tan seguro de que ese Medallón no es de oro que si fuera cierto tu hijo podría matar al mío, pero si no, como yo digo, se invierte el castigo. - Como quieras, ellos siquiera han nacido. Aunque le preguntaron al rey cuál era la respuesta, él sólo respondió con una ambigua respuesta, en la que creía que era de oro, mas en la familia siempre ha habido rumores de que no lo es.
  • 2. Al día siguiente, nadie supo cómo, la apuesta se había hecho oficial. Cuando se dieron cuenta, ni Eugenio, ni Francisco, ni mucho menos el rey recordaba la apuesta. Ese día, todos amanecieron con una resaca tan impresionante, que los capataces de las principales empresas se vieron obligados a que los trabajadores se fueran a medio día, porque se sentían muy mal para trabajar, y hasta el día de hoy seguían insistiendo que esos días fueran asuetos. Francisco y Eugenio pensaban cada uno que el otro había hecho esa apuesta tan terrible a sus espaldas para hacerles daño a sus respectivos herederos. Como no pudieron hacer nada más, y no pudieron ponerse de acuerdo, cada uno se fue a vivir a un extremo de la ciudad para evitar verse. Así se acabó una duradera amistad, dando como resultado una invisible separación de apoyo a cada uno, y esa era la excusa para crueles enfrentamientos de extremistas en las calles del país. CITA EN LA CASA DE JUSTICIA Posteriormente, unos meses después del hecho nacieron Andrés Burto y Arturo Malagán en el mismo mes, y dos meses más tarde, en el mismo año, nació el nuevo Sabeno: Milwer Sasure. Un año después nació Mario en la familia Burto, y seis meses después nació Sara en la familia Malagán. Cuando Andrés y Arturo tenían diez años cada uno, ellos y sus padres fueron llamados por un heraldo jurídico al Supremo Tribunal. La Casa de Justicia, donde funciona el Supremo Tribunal, se encuentra frente a la plaza de Tívecre y está alineada hacia el Palacio Real. En el lado izquierdo de la plaza está la primera iglesia construida por orden del padre Luzenio, y en el derecho el edificio del Consejo de Sabernal. Cuando los primogénitos fueron llevados a un cuarto especial, el juez Ramiro Lenez, con permiso del representante del rey, Benjamín Marín, leyó en voz alta el pergamino que tenía en sus manos. - “El país de Sabernal hace valido y oficial este documento. El señor Francisco Malagán y el señor Eugenio Burto aceptan que: si el Medallón de la Luz es de oro, el hijo de Francisco podrá ejecutar al hijo de Eugenio en duelo legal. Si dicho Medallón no es de oro, el castigo se invierte, siendo que el hijo de Eugenio sea quien podrá ejecutar al hijo de Francisco en duelo legal. Firman los apostantes Francisco Malagán y Mario Burto, en nombre del reino Su Majestad Leonardo V”. Todos los que estaban en la sala se asombraron, sobre todo Darío Ance, quien era el chofer oficial de Francisco, pero también viejo amigo y consejero de la familia Malagán. - ¿Cómo pudiste entrometer a Arturo en esto? - Mi hijo aún no había nacido. - ¡Yo no voy a cumplir esa miserable apuesta! – le grito Eugenio al juez – ¡mi hijo no tiene edad para matar! - Según la ley hecha por Ricardo II – dijo el juez, revisando otros papeles – en base a la segunda apuesta de Górgorus, dice: “La persona o personas que incumplan un documento firmado en nombre del reino sin causa justificada, se le procederá a asignarle un castigo de la siguiente manera: el pueblo elegirá entre la pena capital, o la cárcel perpetua.”
  • 3. - Pero no aceptaré. Prefiero morir antes que ver a mi hijo muerto – dijo Francisco. - Exijo usar la ley Górgorus, la salvavidas – dijo Eugenio – Puedo usarla ¿no es así? - En verdad si se puede usar – respondió el juez, revisando más papeles –. Se puede “olvidar” parcialmente, pero tendrá que llevarse a cabo en un término mínimo de veinte años. - ¿No hay otra alternativa? - No y lamentablemente sugiero que acepten. Los apostantes aceptaron con resignación, y durante diez años no se habló más del tema. El rey Leonardo V murió y su hija, la reina Ivonnet gobernaba en paz, aunque en apariencia era dulce e inocente, realmente no dudaba usar una mano de hierro en serias decisiones. Mientras el rencor crecía entre los Malagán y los Burto, hasta tal punto en que si más de un miembro de la familia de uno u otro se veían en el mismo lugar, la multitud por miedo se apartaba como si hubieran visto a un par de lobos. EL DESCUBRIMIENTO DE SABERNAL Desde tiempos inmemorables, las principales familias fundadoras daban a sus hijas para continuar con la estirpe de los Monfort. Por ejemplo, Christopher Monfort se casó con Helena Malagán; el nieto del fundador de Sabernal, Ricardo Monfort, tuvo gemelos con Sofía Burto: Leonardo y Jorge. Tras la Revolución de Priana, la división del reino y la posterior unificación, sólo Leonardo ascendió al trono. Luego, él se casó con Carmen Malagán, y dio a luz a Andrés Monfort, quien cuando ascendió al trono, se coronó como Ricardo II. Eran mediados del siglo XIX, más exactamente 17 de julio, cuando llegó la peste del otro lado. Nadie supo jamás la relación, pero llegaron en el mismo barco en el que llegaron los fundadores, en el Santo Tomás. Emilio Górgorus, un hombre cuya descripción nunca ha concordado con otra persona en el mundo, desembarcó en el puerto de Verna con su asistente Timoteo. Entró por el río Rojo y fue recibido por Ricardo II quien eventualmente se encontraba allí discutiendo sobre la captura de un pez muy extraño que un pescador había atrapado hacia una semana. Esta noticia fue olvidada rápidamente cuando llegó el Santo Tomás, reconocido por todos por la rajadura de la popa. Nadie podía creerlo. Emilio Górgorus dijo que había encontrado a su país por casualidad, pues andaba en busca de la misteriosa aldea de los Selsuicas. Le dijo también que era dirigente de un país llamado Férida. El rey estuvo realmente interesado y lo invitó a quedarse en el palacio de Verna por varios días para charlar sobre sus países. Luego viajaron al alcázar de Tívecre. Invitó a Magdalena, una historiadora con varios volúmenes escritos a mano. Allí, Ricardo II le mostró toda la evolución de Sabernal. Cuando él termino de hablar, Emilio Górgorus comenzó. Le habló de una gran cantidad de cosas y Ricardo II quedó perplejo, sobre todo al escuchar sobre la organización en su pueblo. Al cuarto día, después de reflexionarlo, Emilio Górgorus le preguntó: «¿Por qué no trasladas la capital al mar? Están muy lejos de él. Así comenzaríamos un gran comercio marítimo». Ricardo II le dijo que ya tenían la ciudad de Verna al sur y
  • 4. que era la salida al Río Rojo. Emilio Górgorus le dijo que la llevara al mar del oeste, no al río. Pero Ricardo II no le hizo caso. Le parecía imposible construir una ciudad sobre los empinados montes que en ese momento bordeaban el mar. Le mostró con algunos mapas y algunas pinturas la naturaleza geográfica de su país, y como prácticamente estaba rodeado de montañas. La más peligrosa estaba al norte: el volcán Gema. Ubicado entre los Picos de la Muerte, era un volcán apagado que habían tratado de escalar en vano. Emilio Górgorus lo observaba con cierto reconocimiento y al fin dijo: «Ese es el volcán Portar». Los cartógrafos y geógrafos que venían con Emilio le dijeron a los que tenía Ricardo II que ese volcán, que quedaba al extremo norte de Sabernal, era el mismo volcán que quedaba al extremo sur de Férida. Después de charlar por mucho rato descubrieron que Férida quedaba exactamente atrás de los Picos de la Muerte, y que había un camino estable que estaba lleno de bosques de pinos y pantanos que comunicaba ambos países. - ¡Qué bueno! – dijo Ricardo II – Mandaré a atravesar ese bosque. LA APUESTA DE RICARDO II Emilio, al igual que su pueblo, siempre le había tenido mucho respeto a aquel bosque, al que llamaban Bosque de los Fundadores o Bosque Sagrado porque, según la leyenda, del volcán habían surgido los fundadores de Férida y se habían criado con la Madre Selva. Por lo tanto, Emilio Górgorus se negó a la decisión del rey de Sabernal. - Claro que sí. Es más, te propongo una apuesta: si logro atravesar el bosque con éxito, me darás el secreto de cómo gobernar con más éxito y si pierdo te entregare una de mis bellas ciudades. Muchos allí sabían que Ricardo II era un ludópata empedernido y que le gustaba apostar, aunque gozaba de una muy buena suerte. - Espera, dime eso un poco más despacio, ¿lo pensaste? El rey Ricardo II asintió. - Entonces acepto, pero para hacerlo más formal, sin trampas ni que nadie se retracte a tiempo, ¡Timoteo, trae el papel oficial! Enseguida el asistente, que nunca se separaba de él, trajo un cofre azul, con un escudo en la tapa que tenía una imagen de la siguiente manera: dos peces, uno a la derecha y otro a la izquierda. El de la derecha escupía oro y el de la izquierda escupía frutas y ambos miraban a un hada en el centro. Emilio notó que Ricardo II se extrañaba ante aquella figura y le dijo como si le hubiera preguntado: - Es el emblema de mi pueblo. Simboliza la prosperidad. El pescado en nuestro pueblo es venerado. Nos da la riqueza – decía mientras señalaba el pez escupiendo oro – y el alimento – señaló al otro pez – El hada… jamás la he visto. La leyenda dice que fue quien cuidó a los fundadores, pero quien la ve enloquece hasta morir. Emilio Górgorus terminó la explicación y sacó del cofre un papel que eligió entre bastantes que tenia. El asistente escribió todo lo que prometió Ricardo II y luego de hacer un jeroglífico en una línea le dijo: «firma aquí». Así lo hizo temblando un poco. En una de sus conversaciones sucedió un hecho curioso: Marín entró y le dijo a su rey:
  • 5. - Su Majestad, es prioritaria la reunión con los representantes de los mineros el sábado doce de este mes. Emilio Górgorus se impresionó al pensar que había un error y los interrumpió. - Hijo, este sábado es trece, no doce. Ricardo II le negó y le dio la razón a Marín. Emilio llamó a Timoteo y él le dijo que ese sábado seria trece en Férida y doce en Sabernal. Marín dio una curiosa solución: «El año que viene es bisiesto, pero si Férida no lo celebra quedaremos en línea». Después de dar otras soluciones y discutirlas, aceptaron la de Marín. Inmediatamente, todo comenzó rápido, la mitad de los cartógrafos de Férida se quedaron en Tívecre y la mitad de los cartógrafos de Sabernal se fueron a Mompelí, la ciudad que queda detrás del bosque de los fundadores. También se fue el rey Emilio Górgorus con su asistente. Se fueron en el Santo Tomas y esos cartógrafos de Sabernal fueron los primeros que observaron el mar del oeste. Antes de irse Emilio Górgorus dijo que el viaje duraría más o menos un mes. En su palacio el rey tuvo un sueño muy extraño, y se fue a contarle de inmediato a la adivina Oliva Monsalvique, bisnieta de Federica, pero al llegar allí ya se le había olvidado la mitad del sueño. Las Monsalvique, al igual que las hijas de Helena Monfort, recopilaban todos los sueños importantes de la gente formando una extraña novela que profetizaría el futuro del pueblo. - Soñé que el sol y la luna se encontraban separadas por una piedra. Los astros enviaban su luz hacia la roca y esta cedía. Luego recuerdo que compartían su luz pero de pronto la de la luna se volvió más grande y cubría al sol. Hasta ahí recuerdo. - No importa. Lo que viste sucederá – dijo ella – Tú eres el sol y al parecer Emilio es la luna. En poco tiempo compartirán mucho sobre su cultura, pero dentro de mucho tiempo, cuando ya no están nuestros nietos, el heredero de Emilio combatirá contra un heredero tuyo y en ese tiempo el heredero de Emilio triunfará. EL CAMINO DE COMERCIO En menos de dos meses ya habían comenzado con la tala de árboles de pino, y por cada lado más gente se apuntaba para ayudar. Al sexto mes, en el lugar y tiempo que habían predicho los cartógrafos, se encontraron los dos pueblos. «¡Aleluya!» gritaba unos, «Por fin» suspiraban otros. Al ser ganador, Ricardo II bautizo la nueva carretera de 200 kilómetros como el Gran Camino de Comercio. Sentía una gran satisfacción al suceder lo pronosticado por Oliva Monsalvique, pero aun le inquietaba la parte de los herederos. Aunque ella le había enviado varios mensajes donde decía que ya sabía la otra parte del sueño y que por lo tanto estaba mal interpretado, él no le hacía caso. Evadía los mensajes sin saber que de eso dependería el futuro de Sabernal. Unos días antes de la premiación de la apuesta, Ricardo II ordenó que dos guardias lo acompañaran hasta la entrada del Gran Camino de Comercio y guiado por una extraña sensación se atrevió a entrar al bosque que los antiguos feridenses llamaban Retati, que traducía a sagrado. Se detuvo en un claro en el que viendo hacia arriba se podía observar claramente el volcán Gema. Se sentó en una pequeña piedra pues estaba cansado. Sentía que lo miraban, volteaba sorpresivamente la cabeza hacia atrás, pero no veía nada. La volteó hacia delante y vio a una mujer hermosa. Era como un fantasma de color verde e irradiaba una
  • 6. luz refulgente. Tenía el cabello liso y largo y usaba una gran tela de seda desde el pecho hasta las rodillas, sujeta en el vientre por un cinturón de cuero. Desaparecía y aparecía como jugando a las escondidas y de pronto la recordó como el hada del escudo que solo la habían visto los fundadores de Férida. Luego el hada se le apareció tan cerca de su rostro, le hizo un gesto de silencio y despareció. De repente, un hombre con una lanza brillante apareció de la nada. También era un fantasma y tenía aspecto como de indio. Corrió hacia él y le enterró la fantasmal lanza. Aunque no sintió nada, cerró los ojos de la impresión, y vio un montón de colores muy vivos a su alrededor. Luego los abrió y se vio acostado en su cama. Desde entonces sufrió una crisis cerebral. Exigió que le contaran como había llegado a su cama. - Como usted no llegaba – dijo uno – fuimos a buscarlo y lo encontramos en el bosque desmayado… - Casi muerto – dijo el otro - Lo levantamos y lo trajimos - ¿Y el hada? – preguntó el rey – ¿Donde está el hada? ¿Qué paso con ella? Los dos guardias se miraron impresionados y le dijeron encogiéndose de hombros: «No lo sabemos, señor», pero él no les creyó y se puso eufórico. - ¡Ustedes saben dónde está! ¡Devuélvanmela! ¡Es mía y sólo mía! Era obvio que Ricardo II había enfermado. Tenía grandes fiebres y malestares pero no lo notaban. Después de ese ataque de euforia se desmayo y despertó como si nada. Su mejor amigo, Alberto Marín, fue el primero en enterarse de su enfermedad. Llamo a la hechicera del pueblo, pero ella no lo pudo curar. Mandó un mensajero por Caballo Blanco para que le dijera a Emilio Górgorus que trajera el mejor brujo del pueblo para curar a su rey. El mensajero atravesó el camino de comercio y llego a su destino un día antes de la inauguración. Al otro día fue espectacular la entrada del rey Emilio Górgorus. Era una caravana que constaba de varios carruajes alegres como en un carnaval. Los primeros siete carruajes representaban a los departamentos que conformaban su país: Cirón, la capital, Mompelí, Bérdeva del Oeste, Bérdeva del Este, Caucia, Bitlán y Rein. Al otro lado lo esperaba el ganador de la apuesta, Ricardo II sentado en una silla de terciopelo. Alberto Marín lo recibió y le preguntó si le había hecho el favor. “Mejor que eso – dijo él – he traído a un medico” la sola idea de que una persona fuera mejor que un brujo lo impresionó. Había pasado tanto tiempo desde que se ocultaron de la civilización que los médicos dejaron de practicar sus oficios y los indios habían acaparado el negocio de la salud. En la tarima de la Sucesión Emilio Górgorus le dio entrega oficial del Libro de las Leyes que pronto habría de corregir y juzgar al pueblo. Luego la fiesta continuó en el palacio. En el camino de la plaza al palacio Emilio le dijo que su rey no necesitaba a un medico pues se veía bien. «Eso es lo que parece» dijo Alberto Marín. Cuando los reyes estuvieron a solas Ricardo II le dijo: - Tengo algo que contarte. Vi el hada. Emilio Górgorus comenzó a pensar en que Ricardo II si se estaba volviendo loco. - No puede ser cierto. Nadie la ha visto, sólo los fundadores. - Me habías dicho que sí… que enloquecían.
  • 7. - Tal vez. Supongo que ya habían enloquecido desde antes y nunca la habían visto. Pero tú, ¿estás seguro? - Estoy muy seguro - No te puedo creer. Debes probarlo y si en verdad la viste… - Si la vi, y aún debe estar en ese bosque. Iremos esta noche a verla. Aprovechando la desesperación y mal juicio de Ricardo II, él le prometió que iría y si no encontraban el hada, entonces Ricardo II debía entregarle a toda Sabernal - Está bien, como quieras, pero si la encontramos, tú serás quien me dé el reino de Férida. Sin pensarlo, Emilio grito «¡Timoteo, el papel oficial!» y como la primera vez el muchacho trajo un cofre, lo abrió y le entregó el papel. Juntos firmaron convencidos de que ganarían el país del otro. En la noche, con sólo tres guardias cada uno se adentraron en el bosque y los reyes les ordenaron a los soldados que hicieran guardia cerca al pozo que había allí. Ya en la madrugada, muy cansados, Ricardo II fue el primero en caer dormido. Emilio Górgorus no podía dormir. Salió a caminar por el bosque y decía: - ¿Qué he hecho? Hice una apuesta sabiendo que iba a ganar. Debí haber evitado sus comentarios teniendo en cuenta su enfermedad. Ahora él perderá su reino, lo odiarán y luego me odiarán a mí por haberle insistido. ¡Castígame Dios por mis sandeces! El rey de Férida se arrodillo y sintió a alguien detrás de él. Cuando se giró vio al Hada del escudo. Ella estaba sonriendo y asintiendo. Emilio salió a correr para despertar al otro rey, pero viendo el cofre a su lado recordó la apuesta y temiendo perder a Férida decidió no despertarlo. En vez de eso cogió su navaja y volvió al lugar de la aparición. - No puedo creerlo. El hada ya había desaparecido. El rey escribió con su navaja en el árbol una inscripción. Al terminar se acostó a dormir y cuando quedó profundo, despertó Ricardo II. - Dios, me quedé dormido. Debo salir a buscar el hada. Después de buscarla por mucho rato no la encontró y cansado se sentó en una piedra a llorar murmurando: «¿Por qué lo hice? Soy tan idiota. He perdido mi reino. No debí haber hecho tal apuesta, me van a odiar cuando deba entregar a mi pueblo por una apuesta que era lógico que perdiera». A la mañana siguiente, los dos completamente preocupados estaban pensando en cancelar tal apuesta, pero sabían que estaba escrita sobre un papel oficial y no se podía romper tan fácil. Ricardo II tomó la iniciativa. - ¿Qué tal si olvidamos la apuesta? - ¿Cómo que olvidarla? - Si, inventé una ley donde se puede olvidar una apuesta sin cancelarla, y abrirla cuando queramos.- Ciertamente Ricardo II había acabado de inventar aquello. - ¡Fabuloso! Es decir, por mi está bien. - ¿En serio? Bien, excelente, entonces la olvidamos. Sacaron el papel oficial y rehicieron unos arreglos. Luego volvieron al palacio con solo cinco guardias. Uno de ellos le explico al rey que aquel había desaparecido en condiciones extrañas y no volvieron a hablar de eso.
  • 8. EL NUEVO SISTEMA POLITICO Cuando el rey de Férida se marchó, el rey leyó apasionadamente el Libro de Leyes. Siguiendo sus instrucciones y haciendo algunos cambios a conveniencia, mandó a construir la Casa Mayor de Justicia de Sabernal, donde funcionaría el Supremo Tribunal. Al mismo tiempo levantó el edificio del Consejo y los inauguró con discurso y pompa. Patentó la ley que inventó con los sabios oficiales y la llamaron la Ley de Górgorus. Luego promovió la noticia de que allí seria donde se reunirían los cinco sabios y los cien delegados, veinte de cada provincia, para crear y derogar más leyes. No sólo hizo eso. También eligió a Alberto Marín como Representante Leal. Era el segundo al mando y reemplazaría al rey en algunas ocasiones, incluso si él moría, el Representante Leal gobernaría hasta que el príncipe tuviera edad para gobernar: a los veinte años. El mismo tiempo que declaró como mayoría de edad nacional. En uno de sus días de alegría recibió una extraña visita que lo terminó de desconectar del mundo. Alexander, el guardia desaparecido había llegado al palacio casi harapiento y le contó lo que le sucedió esa noche: En el bosque de los Fundadores, encontró un extraño pozo cristalino, y como se sentía un poco cansado decidió relajarse y se metió en él. Luego vio en el fondo un montón de rostros desconocidos y luego sus brazos que lo jalaron hasta el fondo. Tenía tanto miedo al sentir que se ahogaba que cerró los ojos, pero luego no sintió nada más. Pensó que había muerto, pero al abrir los ojos de nuevo estaba acostado en el mismo pozo, pero no era el mismo ambiente. No eran los mismos árboles de pino sino árboles de acacia. Se levantó, tomó la ropa que había colocado en el borde del pozo y salió del bosque. Al llegar a la aldea más cercana le preguntó a una anciana donde estaba. Ella le dijo que estaban en Kicro, en la provincia de Priana, a unos kilómetros al sur de la ciudad. La única explicación que encontraba era que el pozo lo había transportado. Por temor de que también hubiera cambiado de tiempo le preguntó la fecha, pero no hubo problema porque era la misma. Por último le preguntó el nombre del bosque del que había venido y ella le dijo que ese era el Bosque de los Perdidos. El rey realmente no tomó mayor atención a la noticia, pues estaba muy intrigado ahora por el matrimonio de su hija Astrid con el duque Daniel Sasure. Unos días después del hecho, el rey se puso peor de salud. Se volvió amarillo, con fiebres más altas y deliraba más. Flor María, la ama de llaves del gobernador entró en la habitación con el desayuno y lo saludó como siempre, pero él respondió sentado en la cama: «Ateodo Ricardo II, ki lio Tarahuma denae mine roba Selsuicas loge, ibu decare». Ella no entendió nada y salió asustada a la habitación del médico Eliseo Molina, pero iba tan deprisa y haciendo tanto ruido que todos los que estaban en la mansión se alarmaron y fueron a la habitación del monarca. - La locura de Ricardo II – explicó el médico Eliseo Molina en frente de todos – es sólo el inicio de la segunda fase de lo que he llamado el síndrome de Seball. La primera fase de éste síndrome son fiebres, malestares y calenturas; la segunda es demencia cerebral; así unos días podría tener tan buen genio que regalaría todo a cualquier persona que se le atravesase, y otros podría ser el peor gobernante en el planeta.
  • 9. - ¿Qué pasara después? - La tercera y última fase es la muerte por hemorragia cerebral. Sus palabras fueron auguradas porque cinco meses después de ver el hada, uno de los mejores reyes murió. LA FIESTA DE LOS MALAGÁN Una soleada tarde de febrero, en la mansión de los Malagán, se hizo una fiesta en honor al heredero de la familia, Arturo Malagán. El apuesto caballero, heredero del testarudo genio de su padre y la dignidad de su madre, cumplía 21 años y al festejo sólo fueron invitados las familias de su clase social, exceptuando obviamente a los Burto y los que estaban de su lado. Sergio, hijo de Benjamín Marín, y Antonio, amigos de Arturo, pero también de Mario Burto salieron de la mansión, atravesaron la ciudad e invitaron a Mario a la fiesta sin que nadie se diera cuenta. Mario aceptó la invitación, sólo por rebeldía. Había estudiado meses en el exterior y quería conocer a la famosa preciosidad de Sara Malagán. Escapó de su enorme casa mientras su padre le explicaba a su hermano mayor técnicas militares y estrategias de guerra, y eso a Mario no le interesaba. Lúcita Pérez, ama de llaves de don Francisco Malagán, conocía a todas las personas y hasta el último rincón de la ciudad. Era grande y gorda, aparentaba menos edad de la que realmente tenía y quien la viera por primera vez, podría fácilmente caer en su confianza para pedirle un abrazo a cambio de todos los secretos del mundo. Tenía órdenes de la esposa de don Francisco, doña Victoria, de entregarle el vestido rojo con brillantes cristales a Sara. Era su vestido más hermoso, sin embargo, cuando entró a la habitación, ella ya se había colocado un vestido morado de terciopelo. Sara ya era una mujer. Era tan bella que provocaba accidentes tan sólo al cruzar la calle. Lúcita le habló sobre el vestido. - Tranquila Lúcita. He decidido colocarme este traje para no parecer extravagante. - Pero niña Sarita, son ordenes de tu madre. - No me importa, no me lo colocare. Le diré a mi madre que no te reprenda. Mario Burto comenzó a hacer nuevas amistades, personas que él no había visto jamás, porque su familia le tenía prohibido. Allí, entre la multitud, vio a una hermosa mujer compartiendo con otras chicas, sin saber que era Sara Malagán, y se enamoró instantáneamente de su belleza y fragilidad. La detalló: alta, no muy delgada, pero con buen cuerpo, un hermoso pecho que resaltaba con su escote, un cuello perturbador, un cabello dorado y largo, con ojos oscuros y muy bonitos. Ella se sintió observada y vio a Mario: acuerpado, alto, con el cabello corto y oscuro, ojos café claros, con unos brazos y unas manos bien cuidadas que prometían protección, y una sonrisa atrayente. Era la primera vez que lo distinguía, y sería la última, puesto que uno de los guardias lo reconoció enseguida. Fue a darle aviso a don Francisco Malagán, pero había acabado de subir a su habitación y exigió que nadie lo molestara, entonces le dio el aviso a su esposa, doña Victoria de Malagán. - Señora, uno de los Burto está en la casa. Doña Victoria pensó en Andrés Burto y llamo a Lúcita para que fuera a buscar a su hija con el pretexto de que en pocos minutos vendría el príncipe Milwer para que él le propusiera matrimonio y fueran felices para siempre, y que al ver a
  • 10. Andrés le hiciera un escándalo digno de su clase social. Le gustaba planear cosas complicadas, pero casi nunca las llevaba a cabo. El príncipe tenía 20 años ya y aún no se había comprometido. Era tímido y reservado, aunque la reina había elegido ya a Sara entre las hijas de sus amigos, ellos dos estaban enamorados y siempre se presentaba algún hecho que evitara al príncipe pedir la mano de Sara Malagán. Arturo estaba charlando con Sergio sobre el nuevo deporte que estaba de moda entre la gente de Férida: el béisbol, cuando vieron a Lúcita bajar las escaleras tan rápido que olvidó el mortal peldaño torcido casi al final de éstas y por poco se cae. - ¿Qué pasa? – preguntó Arturo. - Estoy buscando a tu hermana, parece que uno de los muchachos Burto está aquí. - Te ayudaré a buscarlo. Mi honor de que uno de esos pise mi casa. Sergio escuchó esto y comenzó a buscarlo también, esperando encontrarlo primero. Mientras tanto Mario seguía seduciendo a la mujer enigmática hasta que le pregunto su nombre y donde vivía, pero antes de que ella respondiera llego Lúcita Pérez. - Ven, tu madre te necesita – dijo el ama de llaves. - Vayámonos, están por descubrirte y te atraparan – le dijo Sergio Marín a Mario Burto. En el camino a la salida Mario le comentaba a su amigo que había encontrado a la mujer de sus sueños. - Estás loco, Mario. Esa chica es la hija de don Fernando - Todo lo bueno no es para mí – decía en voz baja En el instante que salían los vio Arturo Malagán, pero al irlos a apresar un mayordomo lo detuvo. - Ahora la bienvenida a Su Majestad, la reina Ivonnet Sasure, el rey Juan Alejandro Parra y el príncipe Milwer. - ¡Demonios! – dijo él Mientras tanto Lúcita había llevado a Sara a su habitación. - Conocí a un hombre muy interesante, es tan elegante y refinado. - Pero niña, ese hombre es de los Burto, el hijo menor del enemigo de tu padre. EL SUEÑO TRANSFORMADOR Mario llegó a su casa al anochecer y al entrar se dio cuenta de que su hermano estaba esperándolo. Andrés Burto siempre se sentaba en la banquita que había frente a la fuente. Era su lugar favorito. Después de regañarlo y decirle varias cosas frustrantes le mencionó que Rafael Burto, su primo, había mandado una carta en la que decía que pasaría sus vacaciones con ellos y llegaría en poco tiempo. Rafael Burto en realidad no era su primo, pero se decían así porque eran buenos amigos y compartían el padre de sus tatarabuelos. Rafael vivía con su padre en Férida, el país al norte de Sabernal. La fiesta terminó bien y muchos agradecieron a Dios porque no sucedió nada peligroso como había sucedido en los últimos dos años. Siempre se hicieron fiestas iguales, sólo para que el príncipe pidiera la mano de Sara. Cuando Arturo cumplió 19 años, Andrés Burto, se armó y con sus amigos borrachos lograron llegar hasta la entrada de la mansión y estropeó la fiesta. Luego, cuando cumplió
  • 11. los 20, apareció un oso pardo en el patio trasero, espantando a los invitados. El oso era del zoológico y nadie sabía cómo había llegado allí, pero doña Victoria daba el alma si no lo había hecho un Burto. Los apellidos Malagán y Burto se habían extendido por toda la ciudad y eran formas para que los adolescentes crearan riñas callejeras en la noche y los hospitales se llenaran los sábados y los domingos por la mañana. La gente pensaba que en algún momento estallaría alguna guerra entre las dos casas y no creían que vivieran en la misma ciudad. Al día siguiente de la fiesta Francisco Malagán salió a una expedición a la que había sido invitado antes, pero que había retrasado por el cumpleaños de su hijo. Iba al bosque de los Fundadores, a la inútil búsqueda del mitológico árbol mágico donde, según decían las leyendas, vivía un hada que proveería de tesoros al que la hallase, pero además de eso, le daría a Férida el control de Sabernal o a Sabernal el control de Férida, dependiendo, al parecer, de la decisión del hada y de la nacionalidad de quien la encontrase. Para doña Victoria la reunión fue magnífica, porque al fin el príncipe y Sara se habían comprometido. Se casarían en dos meses. Para ella lo único desfavorable fue la interrupción de un Burto en la familia, que no supo cual fue, porque nadie le dijo. Más tarde, Francisco Malagán, al volver a su casa cuatro días después de la expedición, había regresado enfermo. Esa noche, Sara tiene un sueño que le cambia sus planes. Mario Burto está en él y le dice desesperadamente que debe dejar de pelar las cebollas porque las torres caerán al piso. Ella despierta muy perturbada y escribe una carta detallada del sueño y se la envía a Juana Monsalvique, una famosa adivinadora que vive en un pueblo al norte llamado Érisis, y que es descendiente de una adivinadora que fue esclava de los primeros reyes de Sabernal. Sara lo envía en la mañana con el nombre de otra persona para que se lo traduzca. La respuesta llega esa misma noche, con el remitente escrito claramente para Sara Malagán. La carta dice que por ningún motivo se debe casar durante ese año, porque activará altas energías negativas que llevaran a un caos al reino. Ella queda asustada y se lo trata de decir a su madre, para que posponga el matrimonio por un año. Un extraño malentendido se ocasiona en la mansión de los Malagán, porque doña Victoria piensa que Sara quiere cancelar la boda. Ella hasta usa la enfermedad de don Francisco de chantaje para obligar a su hija a casarse con el príncipe. - Hija, ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te casas con el príncipe Milwer? Ya viste todas las cosas que tuvimos que hacer para que te pidiera la mano. - No puedo, madre. No debo hacerlo. Arturo Malagán, quien siempre tuvo la mala costumbre de escuchar tras las puertas, corrió a oír la conversación. - Mira hija, él es un gran hombre- enseguida comenzó a mencionarle maravillas de él. - Mamá, no insistas. - Ya entiendo. Es que a ti te gusta otro hombre. Es ese tal Andrés Burto que viste en la fiesta. -¿Quién? Enseguida Arturo se quitó con disimulo y Sara salió de la habitación. No parecía que hubiera estado escuchando porque con los años había afinado su capacidad
  • 12. para el espionaje. Pero para los días siguientes no fue necesario estar detrás de la puerta ya que las conversaciones eran cada vez más fuertes. Cuando doña Victoria le pidió que se casara por la salud de su padre todos los empleados escucharon la respuesta de Sara Malagán: - ¡No me casaré aunque muera mi padre! Doña victoria salió llorando de la habitación y Arturo se fue a consolarla. - Tu hermana no entiende lo que pasa – dijo doña Victoria – tu padre está muriendo. - ¿Qué tiene? - No lo sé. Nadie lo sabe, pero ya he mandado llamar a un médico de Férida. Por favor hijo, tú eres su hermano mayor. A ti si te hará caso. Hazla entrar en razón. - Haré lo que sea y prometo por mi padre que Sara se casará con el inútil del príncipe y mataré al que se interponga. Cuando Arturo perdió de vista a su madre fue a espiarla por la puerta. - ¿Por qué mi madre no lo entiende? ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! Además, ¿Qué tiene con ver con ese hombre… Mario Burto? Necesito verlo. - Pero niña. Él ni sabe que vives aquí – dijo Lúcita, quien también estaba dentro y Arturo se asustó al escucharla porque no supo cuando entró – ¿le dijiste tu nombre? - No. Pero creo que él lo adivinó. He estado soñando con él. ¿Es posible que haya estado tan ciega? ¿Por qué nunca lo había visto? - Tranquila, es natural. Los Burto son los enemigos de esta familia. Arturo Malagán no necesitó escuchar más y salió en Poseidón, su caballo que le habían regalado de cumpleaños. - Me siento rara – continuo Sara – Sé que amo al príncipe y quiero casarme con él, pero últimamente, por los sueños, no he dejado de pensar en ese hombre. Sólo lo vi una vez, y me bastó para hacerme daño. Tal vez habrá usado hechicería o magia. - No te mortifiques, niña. La guerra es entre sus padres, no entre ustedes. Necesitas caminar, tomar aire. Vamos a pasear a la feria, quizás lo veas allí. Sara Malagán aceptó feliz y le agradeció. Fueron a la feria en el carruaje de la familia, manejado como siempre por el fiel Darío Ance. Pero si en la familia Malagán había problemas en la de los Burto no sería diferente. Desde el día de la fiesta, Mario había quedado estupefacto. Sólo pensaba en aquella mujer que había visto en la fiesta. En realidad pensaba si de verdad era Sara Malagán o era una equivocación de Sergio. “Tengo que probarlo” decía. En una ocasión su padre le pidió que llevara la madera que estaba cerca del granero al taller para hacer leña y que la leña que estaba allí la llevara a la chimenea y el carbón que estaba en ésta la llevara al horno. Al final de la tarde dejaba la madera sin cortar en la chimenea; la leña la dejaba en el horno y el carbón en el granero. Como represalia, al día siguiente le tocó sacar a pastar los caballos: Mercurio, el caballo de Andrés y Fuego, el de su padre. Eran los caballos más bellos de la ciudad y Mario por su abstracción en Sara casi los pierde. Los hombres de don Eugenio Burto duraron hasta la noche buscándolos. Gloria Burto, la esposa de Eugenio, también participo en la búsqueda por solidaridad con su hijo y fue picada por una víbora. Cayó inmediatamente al suelo. Como estaba tan lejos nadie escuchó sus suplicas y sólo la echaron de menos en la cena. Cuando la
  • 13. encontraron, estaba muy malherida y la dejaron en su cama descansando hasta que se recuperara. - Todo es culpa tuya, ¡hijo tarado! – le gritaba su padre Don Eugenio lo castigo severamente. Lo encerró en su habitación y no lo dejó salir ni comer en dos días. Mónica, el ama de llaves de don Eugenio le rogó a él para que le permitiera darle algo de comer. Entonces le dejó llevar un pan seco y limonada sin azúcar. - Gracias Mónica. Tú siempre me salvas. No era la primera vez. Mónica, con bastante edad por delante, era más madre de lo que fue doña Gloria. Prácticamente crió a los hermanos, pero ella no deseaba ningún agradecimiento, pues era su trabajo. Era dulce y correcta en sus modales y no dudaba en abofetear a quien fuera cuando escuchara una mala palabra o hablar mal de la Iglesia Católica. Cuando Mario terminó su castigo estaba aun decidido con su pensamiento «tengo que probarlo». Se bañó y se vistió como si fuera la primera vez en mucho tiempo. Se puso su camisa favorita de cuadros rojos y un pantalón negro. Salió de su casa exactamente cuándo Arturo Malagán hizo el juramento con su madre. Para llegar a la casa de los Malagán tenía que atravesar la feria y fue allí cuando la vio por segunda vez. Se había separado de la feria y caminó hacia el mercado campesino. Al verla escogiendo las manzanas pensaba «¿Quién es digno de comerse tal fruta tocada por sus bellas manos? Ella no es una Malagán, no estaría en el mercado» pero cuando se le acerco Lúcita se le acabaron las esperanzas. - Entonces es verdad – fue todo lo que pudo decir y con su puño aplastó una sandía. Sara se dio cuenta. Lo llamó tímidamente con el dedo y lo invitó a sentarse en una de las bancas. Desde allí podían ver toda la plaza. En ese momento, se entregaban y recibían las últimas cartas y paquetes que iban a viajar a Férida en Caballo Blanco. Caballo Blanco era la empresa más importante de Sabernal. Era una red de rutas de correo inventada por Joaquín Martínez, que atravesaba todo el país entregando y recibiendo las diligencias físicas. Había creado cuantos caminos podían e interceptó casi todas las ciudades, pueblos, villas y aldeas en el país. Tiempo después de conectarse con Férida trató de hacerlo en todo su país, mas el gobierno de Férida sólo autorizó que penetraran en Cirón y Mompelí, aunque desde Sabernal no exigieron ninguna explicación, el gobierno de Férida siempre fue muy sospechoso con respecto a las otras ciudades, sobre todo con Bitlán. Ningún sabernalita había entrado jamás a ninguna de esas provincias. Lo más curioso de esta empresa era que tenía más de doscientos caballos y todos eran de color blanco. Nadie en Sabernal sabía de donde los sacaban y algunas personas creían que pintaban a los caballos de color blanco. Esa empresa sobrevivió a problemas como al teléfono y al tren que invadía a Férida y que entraba a Sabernal atravesando el Camino de Comercio. Así sólo eran algunas horas para ir de un país al otro. Sentados en la banca, Mario le confesó su amor y todos los problemas que había tenido desde el día de la fiesta. Sara en cambio no sabía lo que sentía. Algo en él la hacía dejar de pensar en el príncipe y en los problemas de su familia, pero a la vez pensaba en sus planes y la guerra entre sus padres. Él le seguía diciendo
  • 14. cosas que estremecían su corazón, hasta que ella cedió llorando. Debía aceptar que se había enamorado de Mario Burto. Él declaró a esa banca como su pedacito de cielo y allí se tratarían de ver todos los días. Cuando por fin se despidieron se dieron su primer beso de amor apasionado y Arturo Malagán estuvo ahí para presenciarlo todo. «No es Andrés, es Mario. Todavía mejor» pensaba él. Quiso darle un golpe de honor ahí mismo, pero sus principios no lo dejaron. Mientras Mario se alejaba de su hermana, él pensaba en tirarle un ladrillo, dispararle una bala, lanzarlo al agua atado a una piedra, en fin, tantas cosas malas que no pudo evitar que una sonrisa saliera de su rostro. Pero en ese instante, como si Sara supiera que su hermano la vigilaba desde el primer momento, ella se giró para verlo y su sonrisa desapareció como si hubiera sido llevada por el viento. Él se le acercó. - Hermanita, he venido a llevarte a casa. Sara ya sabía lo que iba a pasar después y se puso a llorar, interrumpiendo las compras. Al llegar a la mansión Arturo la tomó del brazo, la empujó a su cuarto y la golpeó. - ¿Cómo te has atrevido a tocar a un Burto? Eres despreciable. - ¡Déjame en paz! No tienes derecho a pegarme. - Mientras mi padre no esté consciente de sus deberes lo haré yo. Escúchame, hermanita, yo te quiero, pero no me gusta que andes con esas amistades. No me busques que me encuentras. ¿Bien? - ¡Lárgate! ¡Quiero estar sola! Vete. - Lo haré, pero ya lo sabes, hermanita. Mataría por ti. Esas palabras la hicieron llorar inconsolablemente. LA VISITA DEL PRIMO DE FERIDA Cuando Mario Burto regresó a su casa, Rafael Burto ya había vuelto de Férida y estaba en la sala sentado en un enorme sofá verde. - Hola Marito. No te veía desde los tiempos de Eduardo Segundo – dijo Rafael. - Primo. No has cambiado. Es Eduardo el Justo. - No importa. Estoy de vacaciones y estoy feliz. En la universidad celebrarán el festival del Descubrimiento de Sabernal. Durará una semana. - Si. Aquí se celebra una semana y un día, por eso de recordar el día corrido. - Como ya dije: no importa. Primo eres mi mejor amigo y tengo que contarte algo. - ¿De qué se trata? - He estado investigando sobre José Antonio Górgorus. - ¿José “el Descuartizador” Górgorus? ¡Me encanta esa leyenda! El Descuartizador mató a su esposa y se suicidó. Fue rey de Férida y como no tuvo hijos, su poder de dirigente paso a su hermano medio Hernando Maceu. - Así es. Pero en mi investigación encontré que José Górgorus si tuvo un hijo, se llamaba Iván. - ¿Cómo lo sabes? - Mitos urbanos, leyendas tradicionales… de todo, además, aquí viene lo bueno: Iván fue adoptado en secreto por Germán Burto, el hermano de tu tatarabuelo, es decir, mi tatarabuelo. Mario se quedó pensando por un rato y después dijo:
  • 15. - ¿Me estas tratando de decir que tú en realidad eres Rafael Górgorus? - Así es. Tengo todos los datos, aquí mismo, pero tengo que confirmarlo. ¿Me acompañas a Érisis? Debo visitar a la adivina. Mario estuvo de acuerdo, salieron en el siguiente que iba hacia Férida, con la intención de bajarse en la estación de Érisis que está justo antes del límite internacional. Llegarían en media hora. En el tren Mario le preguntó a su primo por qué iban para allá. Él le dijo que quería saber que le había pasado a José Górgorus y por qué se había vuelto loco y asesino. Mario se quedó callado y de nuevo se puso a pensar en Sara. Rafael lo notó elevado y le preguntó si se sentía bien. Mario le dijo que no tenía nada, sólo que pensaba en su novia. Llegaron casi cuarenta y cinco minutos después a la Aldea de los Indios, como se conocía la villa de Érisis. Entraron al viejísimo edificio de ladrillo amarillo, donde fueron recibidos por Adriana Pérez asistente de Juana y sobrina de Lúcita. - Sólo entra el que necesite ayuda – dijo Adriana – El otro, que espere allí. Mario se sentó y Rafael entró a la habitación donde estaba Juana Monsalvique. Mario le pregunto a Adriana sobre Sara, sabiendo sus vínculos con los Malagán. - ¿Qué sabes del esplendor de las mañanas, de la belleza de las tardes y de la hermosura de las noches hecha mujer? ¿Qué hay de Sara Malagán? - Que atrevido es usted. Hace poco hablé con mi tía y me dijo que estaba llorando después de que usted la vio. - No, eso no es verdad. - Es cierto, está llorando incansablemente después de que se vieron en la feria. - No puede ser…tengo que verla ahora…pero Rafael…y el siguiente tren saldrá hasta dentro de una hora…yo…tengo que irme. Dile a Rafa que lo veré en casa. Mientras tanto en el cuarto elegante, pero ahumado la adivina apareció de repente. - Apuesto a que ya sabes la verdad. Los astros y los sueños de nuestros antepasados ya lo habían predicho: el último hijo de la luna se enterará de la verdad y la guerra desatará. ¿Qué quieres saber? - No entendí nada… pero vengo a algo más importante: vine porque deseo saber que le pasó a mi antecesor José Górgorus. Juana empezó a decir unas palabras que no eran del español y al agua que tenía en frente, dentro de una vasija de madera, comenzó a salirle humo. No era humo normal. Era poco, blanco, espeso y no provocaba asfixia. - Lo veo con claridad – dijo ella, observando el agua – veo un hombre con un escudo en el pecho y otro con una banda roja. - Es el rey de Férida, el otro debe ser Hernando Maceu, siempre llevaba esa banda roja. - Pues él hace un pacto con la enemiga de mi bisabuela Clara Izuare. - ¿Qué clase de pacto? - Él quiere poder y ella dinero. Le aplicará el hechizo llamado Viuda Negra: hipnosis. Lo aplicará en José Górgorus, para que mate a su esposa y luego él se suicide. Ese hombre desea el poder de su medio hermano a toda costa, pero no sabe que a su hijo recién nacido no podrá hacerle daño. Rafael Burto sintió satisfacción. Ahora estaba seguro de todo y sacó el dinero. - Lo siento, pero no puedo tocar el dinero, entrégaselo a mi asistente.
  • 16. Salió de la habitación y quería contárselo a su primo, pero Mario ya se había marchado. Él también decidió regresar. «Tiene suerte – le dijo el vendedor de tiquetes – el próximo que sale es un expreso, llegara en unos minutos». UNA PROMESA A LA LUZ DE LA LUNA A las siete de la noche Sara Malagán estaba reponiéndose de los dolores por los golpes de su hermano. Estaba asomada en el balcón de su habitación que daba hacia una de las principales calles de la ciudad, ignorando los ladridos de los perros, cuando sintió que alguien raptaba bajo el balcón. Sin miedo, se agachó y sacó su cabeza por entre los barrotes y vio a Mario Burto escalando la pared. Estaba tratando de remover el puño de su camisa de una de las enredaderas espinosas que ya con los años formaba parte de la pared. Mientras lo hacía, Mario vio la sombra de la cabeza de Sara proyectada en la pared por la luz de la luna y cuando se volvió para verla, ella se escondió de inmediato. Mario no la vio y siguió forcejeando por su camisa. «¿Cómo ha logrado superar la seguridad? – pensaba ella – No importa. Si esta aquí y la ha superado es porque me ama en verdad y ha venido a consolarme» Luego entró a su habitación para sacar unas tijeras, regresó y de nuevo volvió a sacar la cabeza por los barrotes. Mario volvió a girar para verla, pero ella se escondía a tiempo. Así duraron un poco hasta que Sara riendo le pasó las tijeras. - Si quieres llegar hasta aquí debes cortar la camisa. - Es mi camisa favorita, sin embargo, para alcanzar a tal perfección tendré que hacer algunos sacrificios. Mario cortó la camisa y trepó al balcón. El viento ondeaba ese pedazo de trapo como señal de un objetivo cumplido. Duraron hablando un buen tiempo. Sara lo vio a los ojos y comenzó a llorar. Ella le dijo que eso no podía continuar así, nunca pasaría nada entre ellos, pues se casaría con el príncipe. - Prométeme que te casarás con él, pero después de mi muerte. Sara se lo prometió sin pensarlo y lo sellaron con un beso, con la luna de testigo. Mario le dijo que debía irse antes de que fuera más tarde y partió de allí, saliendo tan misteriosamente como había entrado. Estaba tan feliz que al llegar a su casa saludó a su hermano con mucha alegría, cosa que a Andrés no le gustó. - ¿Dónde ha estado? ¿Por qué llega tan tarde? - Estaba con mi primo – dijo y recordó que lo había dejado solo – ¿sabías que Rafael es el rey de…? - ¡Cállese! Usted esta borracho. Rafael volvió desde Érisis solo en uno de esos peligrosos expresos. Escúcheme bien, hasta que me vaya o se vaya usted de esta casa lo dejaré de cuidar. Es por… - Si, si. Por mi bien. Ya lo sé – luego se dijo en voz baja – ya está hablando como mi papa, otro ogro. EL SUEÑO DE ARTURO Los días continuaron, al igual que las citas secretas entre los enamorados. Pero un día, se detuvieron. Arturo Malagán pensó que ya había acabado ese romance, pues escuchó que Mario Burto había estado saliendo de la ciudad. Una noche de fuerte tormenta, un pedazo de la manga de la camisa que se ondeaba en la pared bajo el balcón de Sara se desprendió de la enredadera y fue a dar a la ventana de
  • 17. su hermano cuando él estaba observando a través de ella. A la mañana siguiente, Arturo fue a revisar los patios y encontró el resto de la manga colgando de la enredadera. Enseguida fue a reprenderla, pero ella lo negó todo. - Es una camisa de hombre. ¿Te has estado viendo con Mario aquí? – dijo levantando su brazo. - No más, Andrés. No soy masoquista y no estoy tan loca como para meterme con Mario Burto otra vez. Recuerda que estoy comprometida. Además esa manga puede ser de cualquiera. Arturo salió de la habitación, sin embargo, se quedó con la duda y viajó en su caballo por las calles inundadas por la lluvia hasta la mansión de los Burto. Se dirigió por el patio trasero para que nadie se diera cuenta que andaba por ahí. Sabía que si se descuidaba podrían matarlo. Pero no era la primera vez que viajaba por esos lados. A veces venía para verse con su amante: Liliana, la hija de Mónica, pues ambas vivían allí. Aprovechó esta situación para visitarla y le preguntó si reconocía el pedazo de prenda. - Como no, si es la camisa favorita de Mario y que no volví a ver desde que terminó su castigo. -¿Dónde está? - El muchacho salió hace días a Férida con su primo. No sé cuándo volverá. Arturo Malagán se desesperó y sólo pensaba en matar a Mario, pero no quería que pareciera un crimen. Decidió que una vista futurista sobre su muerte sería ideal y decidió hacerle una visita a Juana Monsalvique, pensando que uno de sus hechizos lo mataría. Al llegar allí, lo recibió Adriana y como siempre ella lo hizo seguir con la típica frase «Sigue, está esperándote». Al entrar allí, él le dijo a la adivina: - Ya lo sabes, ¿verdad? - ¿Qué?, ¿Qué quieres matar a los Burto? Todo el mundo lo sabe. - ¿Y cómo lo mato?, ¿con una pistola o con un cuchillo? - Tú lo sabes mejor que yo. Descansa esta noche, bebe leche caliente con siete gotas de limón y regresa mañana a contarme tu sueño. Esa noche, Arturo se quedó en un hostal de Érisis. Hizo tal cual y aún así no podía dormir, pensando en su hermana “¿Por qué un Burto?, ¿Por qué Mario Burto?”. Al acostarse, una luz apocalíptica que se vio en todos los pueblos de ambos países hizo que se durmiera de una forma sobrenatural sin darse cuenta, no sólo él, sino todas las personas que vieron la extraña iluminación. A las diez de la mañana despertó e inmediatamente fue a donde la adivina. - Dime lo que soñaste – le dijo Juana al entrar a la habitación. - Soñé con mi hermana y con el Burto. Estaban cerca de un río y allí había una rosa roja, hermosa, grande, pero una hoja de papel sale por debajo de ellos, la rosa se marchita y muere. Recuerdo que había tres soles que giraban sobre ellos, dos eran dorados como de costumbre, pero el último estaba más oscuro. - Lo que viste sucederá. La rosa representa el amor que existe entre ellos, pero un papel olvidado hará que su amor muera como le sucedió a la rosa. - ¿Qué clase de papel? - Eso si no lo sé. Pero veo hay alguien que si lo sabe. Lo verás cerca de un río cuando la luna devore al sol, pero después de que el día haya vencido a la noche, en tres días.
  • 18. - En tres días – repitió Arturo – ¿En qué río? ¿Cómo sabré que estaré en el lugar correcto? - Estarás. Ten confianza. Arturo Malagán salió algo confundido, pues no entendió lo que le dijo Juana, pero al salir Adriana le dice que se ha armado un bochinche porque ha aparecido un Górgorus que reclama la corona, pero el gobierno de Férida lo ha rechazado y han amenazado a Sabernal con declarar la guerra por traición. - ¿Qué tiene que ver Sabernal? ¿Luego quién dice ser el heredero? - Rafael Burto. EL HEREDERO DE GÓRGORUS Unos días antes de ese problema, Mario y Rafael Burto fueron al gobierno de Sabernal para hablar con el rey Juan Alejandro. Después de saludarse y de que el rey le pidiera que hablaran rápido, Rafael le contó la historia de José Górgorus, de cómo él había tenido un hijo y le mostró las pruebas que había tomado prestadas de las bibliotecas. El rey leyó y revisó las pruebas y le preguntó finalmente que era lo quería. - Es demasiado obvio, Su Majestad. Deseó tomar el poder de Férida como debe ser. ¿Podría usted ayudarme? - Podría, pero no estoy seguro. Hablaré con mis embajadores en Férida y luego con el rey. Cuando se fueron, el rey se acercó a una pintura donde Ricardo II y Emilio Górgorus se estrechaban la mano y susurró: «El fin ha llegado. La antigua leyenda ha renacido. Uno de los dos reinos desaparecerá». Mario alistó maletas y se despidió de Sara, luego tomaron el tren que llegaría a Mompelí en doce horas, pero este tuvo un accidente en la mitad del Camino de Comercio, una ancha vía que comunicaba los dos países y el tres se detuvo. Se hizo de noche esperando ayuda. Mientras dormían del cansancio, Rafael vio algo en el bosque que le pareció muy raro. Trató de escabullirse, pero despertó a Mario. «¿Qué pasa?» le preguntó, pero Rafael no le contestó, después le dijo que si quería acompañarlo a explorar el bosque. - ¿El Bosque de los Fundadores? No quiero ir por allá, dicen que está maldito y se ha perdido mucha gente. Pero si quieres ir yo puedo esperarte en algún hotel. Rafael parecía tener afán, y le dio a su primo claras instrucciones de al llegar a la estación de la ciudad de Mompelí, debía tomar otro tren que lo llevara directo a Cirón, la capital de Férida. Debía buscar el hotel Plaza del Café y quedarse allí, donde se verían al medio día en la fuente del parque. Le dio algo de dinero y se bajó del tren evitando que lo viera el inspector. - Primo: ten cuidado – le dijo por la ventana – Y siempre lleva esta tarjeta. No la pierdas, no preguntes de qué se trata, sólo preséntala cuando te la pidan y siempre debes decir que eres de Férida. Después uno de los empleados advirtió que partirían en diez minutos, y solicitó que todas las personas que fueran de Férida debían subirse al siguiente vagón por comodidad, mientras que los extranjeros y sabernalitas debían quedarse donde estaban. Mario recordó que él ahora era de Férida y se movió al siguiente vagón, pero antes el inspector le pidió que mostrara la tarjeta roja. Le preguntó de dónde era y Mario le respondió que de Mompelí; le preguntó que a dónde iba y por qué, y
  • 19. Mario le respondió que a la casa de su primo porque sí, no tenía que dar explicaciones. El inspector le permitió el paso y le dijo que disculpara las molestias. Allí se sentó detrás de una mujer que venía con dos niños. Uno de ellos le preguntó a la mujer que para qué era esa tarjeta y ella le dijo que hiciera silencio. El otro niño, a su lado le dijo «Esa es la tarjeta secreta». La mujer calló a los niños inmediatamente. Mario le preguntó al inspector qué sucedía y él viró la cabeza para ambos lados «¿Viene con alguien de Sabernal?», Mario negó y él le respondió que estaban aumentando la seguridad para purgar a Férida de extranjeros y los estaban regresando. Mario quedó algo preocupado con la respuesta. - Hijo, ¿recuerdas que decir si pierdes la tarjeta? – le dijo la mujer a uno de los niños. - Sí, mamá – dijo el niño – tengo que decir “Saquen la basura de noche”. EL ÁRBOL ESCONDIDO Rafael entró al bosque, tratando de buscar esa figura brillante que se movía entre los árboles. Luego vio a una mujer a lo lejos y él se pregunto por qué ella estaba vestida así en medio del bosque. No pensó en la respuesta porque ella lo llamaba con el dedo para que la siguiera. Ella se detuvo frente a un árbol y se volvió para señalárselo a Rafael. Él le preguntó su nombre, pero cuando fue a tocarla, ella comenzó a brillar y lanzar rayos de luz verde y desapareció. Después recordó que se trataba del Hada del escudo de Férida. «Son ciertas las leyendas, no lo creo». Él toco el árbol para ver si era real y pensó que el árbol que el Hada le había señalado era donde se encontrarían los grandes tesoros, como decía la leyenda y lo empezó a trepar. Colocó la mano en lo que parecía una rama, pero se trataba de una pequeña serpiente que huyó atemorizada. Rafael se soltó de inmediato y cayó raspando el musgo. Al levantarse se dio cuenta que había quitado el musgo que por más de cien años había ocultado lo que el Hada le había señalado: las escrituras de Emilio Górgorus: “Aquí apareció el hada ante mis ojos como el sol en una montaña renace cada mañana. He sido muy cobarde y desleal pero aquel que lea esta inscripción sabrá que perdí a Férida. Mi reino le pertenece a Sabernal. Emilio Górgorus” - Ya veo, aunque tome el poder en Férida no será mía. Debo evitar que encuentren este árbol… ya sé como intimidarlos si el rey no me devuelve mi reino. Esta frase tan poética, la he escuchado en alguna parte… ¡Oh Dios! ¡Ahora recuerdo! ¡Olvide decirle a Mario que no hablara con el Loco de Astera! Misteriosamente, Rafael fue el único ser vivo que vio al hada y vivió para contarlo, pero no cayó en cuenta de ese detalle por estar pensando en la forma de evitar que encontraran el árbol o que Mario se encontrara con aquel personaje. Cuando el hada le estaba señalando el árbol y Rafael se dispuso a admirarlo, detrás de él apareció el otro fantasma con la lanza de oro dispuesto a atacarlo, pero ella se opuso y los fantasmas desaparecieron juntos antes de que él se diera por enterado. Rafael vio un grupo de gente que se acercaba, él se escondió tras un arbusto y la gente continuó su camino, como si no hubieran visto al árbol. Él sabía que siempre había grupos buscando el dichoso árbol. Siguió al gentío y después de un
  • 20. gran trayecto observó cómo se subían en una especie de bus. El conductor lo percibió. «Muchacho, apúrate, no tenemos toda la noche», le dijo. Rafael se subió al bus con destino a Carcabala, el primer pueblo que quedaba en el extremo sur del país, frente al Camino de Comercio. Allí, Rafael tomó el primer tren que se dirigía a Cirón por otra ruta. Llegaría cerca de las cinco de la mañana. MARIO CONOCE EL COMPLOT Mario hizo el trasbordo y llegó a la madrugada a Cirón. A las dos de la mañana, Mario ya había llegado al hotel y durmió plácidamente. Despertó a las siete de la mañana y se preguntó si ya habría llegado su primo. Después de bañarse, observó todos los elementos de la habitación del hotel. Se dio cuenta que habían muchas cosas diferentes y que algunas eran más actualizadas y mejores que las que habían en Sabernal. Mario vio la tarjeta y recordó que necesitaba hablar con Rafael sobre ese tema. Después la guardó y salió a visitar la ciudad. “Todavía es muy temprano” pensó. En algunos lugares le pedían la tarjeta roja. De pronto notó una cerca hecha de malla y arbustos, y le entró curiosidad por saber que había del otro lado. La malla era interminable y no había visto la entrada. Luego de caminar bastante comenzó a escuchar sonidos tan raros como si cien vacas airadas mugieran al mismo tiempo. Entonces trato de escalarla, pero al otro lado había perros que alertaron su ingreso y trataron de atacarlo. Regresó al otro lado y siguió caminando. Vio una entrada que decía: “Para ingresar presente la tarjeta Roja. Orden real.” Mario ya estaba con la indagación hasta las uñas y decidió decirle a los guardias que había visto a un sabernalita cerca. «Sabía que esos perros no ladraban en vano» le dijo un guardia a otro. Cuando iba a entrar uno de los guardias que quedaban le exigió la tarjeta. Lo que vio adentro fue a la gente más rara que había visto jamás y esos sonidos extraños provenían de unos barcos gigantescos, que no se comparaban a los grandes barcos que navegaban en el río Rojo, el río más grande de Sabernal. La muchedumbre que parecía disfrazada, en realidad eran turistas, navegantes de todo el mundo que estaban en el puerto para subirse a esos titánicos navíos mecánicos con banderas multicolores. Trató de hablar con tres personas que estaban reunidas, pero no les entendió nada. Siguió caminando sin dejar de verlos y se estrelló con otro tipo. - ¡Oye!, ¡oye amigo! – le dijo él – ¿para dónde vas con tanta prisa? - Lo siento, pero vi esas personas de allá y yo… - ¿Quiénes? ¿Ellos? Sí que son molestos ¿eh? Siempre andan juntos y se creen muy importantes. Yo me llamo Pablo Pérez. ¿Cómo te llamas tú? - Mi nombre es Mario Burto. - ¿Burto? Es parecido al nombre de mi ciudad. - ¿Por qué? ¿Acaso como se llama? - Se llama Burgos y queda en España. Cuando termino de hablar se dió cuenta que varios guardias estaban caminando apresurados revisando a varias personas. «Me dio gusto conocerle, pero me tengo que ir» dijo Mario «A mí también – dijo Pablo– Estaré en el hotel Paquidermo de Plata» Mario le hizo una seña y se marchó por donde habia llegado. Llegó a la plaza de Cirón a las diez y cincuenta. Seis bancas rodeaban una gran fuente
  • 21. donde había un hombre sobre un caballo señalando hacia donde estaba Sabernal. Cinco bancas estaban ocupadas y en la última había un sólo hombre, en ésta se sentó Mario. El hombre que estaba allí sentado lucía como un pordiosero, pero como a él nunca le interesó las cuestiones sociales, se sentó sin importarle que pensaran los demás. En la base de la fuente había una inscripción que estaba oculta por musgo inseparable y de la cual solo se leía: Emilio Górgorus, obra de Santiago Astera. - Me gustaría saber que dice ahí – dijo Mario en voz baja. - Eso es muy fácil de saber – dijo el hombre junto a él – mi bisabuelo la escribió cuando esculpió el monumento. Es una frase que su abuelo o bisabuelo escuchó antes de que el gran rey Emilio Górgorus muriera. Dice: “Aquí apareció el hada ante mis ojos como el sol en una montaña renace cada mañana”. - Y usted es… - Discúlpame por no presentarme. Mi nombre es José Luis astera. La gente me dice el Loco Astera porque no creen que sea hijo de mi padre ni que mi bisabuelo haya hecho esa escultura. Quiero decir que no creen que pertenezca a la familia Astera. - Pero tiene su apellido y usted… – Mario se dio cuenta que no tenía idea de lo que estaba hablando y que la gente lo estaba observando – ¿Acaso no tiene el documento de nacimiento? - Me lo quitaron al igual que mi casa y mis cosas cuando murió mi padre y mi madre en un incendio. Sospecho que fue el rey Cristóbal Maceu, ya que él fue quien le ordenó a mis padres ir a su casa a cuidarla cuando sucedió el incendio. - Eso pudo ser por cualquier cosa - Si. Puede ser, pero yo odio a ese tipo, porque además de parecer un ogro él fue quien corrió la voz de que estaba loco. - Tranquilo, su reinado pronto acabará. - Ya lo sé, me alegra que tú también lo sepas. Algo va a pasar allá arriba y todos moriremos – de repente se puso de pie, hablaba más fuerte y se reía a grandes carcajadas, llamando la atención de todas las personas que se encontraban cerca. «Si quiere conservar su vida aléjese de este demente» le dijo un hombre que se acercó y luego se alejó rápidamente. Mario se levantó y se marchó cuando vio que Rafael lo seguía corriendo. «Espera – decía jadeante mientras le colocaba una mano en el hombro del cansancio – olvidé… decirte que evitaras…hablar con el Loco Astera… pero creo que fue demasiado… tarde» Mario quería saber más de él, porque no debía hablarle, pero Rafael no le contestó. Al volver al hotel Mario dijo: «Quiero saber que está pasando aquí. Mira, lo sé» Rafael frenó en seco y lo primero que pensó fue que él sabía sobre el Árbol. Mario lo miró a los ojos y le exigió una razonable explicación sobre lo que pasaba con la tarjeta roja y el puerto secreto. - ¿Ya lo sabes? Está bien. Te diré lo que quieras, pero aún no debe saberlo la reina Ivonnet. - Bien. Dime todo. ¿Qué es eso de la tarjeta roja? ¿Por qué están separando a los extranjeros? - El rey sacó un decreto nacionalista. Primero quiere expulsar a todos los extranjeros del país, por eso hasta ahora ha reducido el turismo a una sola parte, y no los dejan pasar más allá de la costa. Después tiene pensado invadir a
  • 22. Sabernal, y hacerlo pasar por el resto del país. Mira, ya empezó – Rafael le mostró un mapamundi, donde vio su tierra bajo el nombre de Férida. - Esto se debe saber – dijo horrorizado Mario – ¿Cómo han logrado ocultarlo? - Nadie lo quiere hacer, pero desde que la tiranía de los Maceu gobierna Férida, se creó un sangriento comité y una orden para que la gente de Férida no le hable sobre esto a nadie, menos a los de Sabernal, o te cortan la cabeza. La verdadera capital de Férida es ahora Caucia, y dicen que allí tienen encerrados científicos. - Ya le veo sentido a todo esto de la tarjeta Roja, pero me siento desilusionado. Es como si un amigo, el único que tenemos, nos entierre una daga en la espalda. No me puedes detener. Se lo diré a mi reina. - Perfecto, dilo y mi cabeza rodará en medio de la plaza – dijo Rafael - No te preocupes – le dijo Mario – yo te protegeré. - No lo hagas todavía, espera un tiempo, deja que el destino siga su curso. - Bien, pero por unos días. VISITA AL REY DE FERIDA Al día siguiente se dirigieron al castillo del rey Cristóbal Maceu. De allí salía un hombre uniformado. - Buenos días – le dijo Rafael. El hombre ni se inmutó. Cuando se hubo alejado Mario le pregunto que quién era aquel sujeto. Rafael le dijo que era el comandante Barreno, dirigente del ejército del rey y velaba por la seguridad del país. Entraron al salón y se sentaron. Las empleadas les sirvieron bebidas exquisitas. De repente se escucharon gritos y regaños dentro de una habitación. «Allí queda el trono» dijo Rafael. Después de que cesaron los ruidos, Guillermo Ibarra, la mano derecha del rey, salió de allí y dijo que Su Majestad, por sus ocupaciones, no podía atenderlos. Mario comprendió porque el Loco Astera decía que era un ogro. Se saludaron y acto seguido Rafael empezó a usar la misma labia que utilizó para convencer al rey Juan Alejandro de que era descendiente de José “el Terrible” Górgorus y que por lo tanto le correspondía el poder del Férida. - He demostrado que el hijo de José Górgorus siguió vivo después de su locura. - ¿Pero cómo? Él no tuvo hijos, mató a su esposa y escondió su cuerpo. - En recientes excavaciones encontraron unos huesos que después de varias pruebas se logró saber que eran de la reina Mariana, que demuestran que murió meses después de dar a luz. Además tengo cartas y documentos donde explican que Germán Burto lo adoptó como su hijo. Entrevisté a los ancianos de Carcabala y me contaron que el viejo Natán encontró el cuerpo gracias al llanto de un niño: su hijo. El niño estaba abrazando el cadáver. Justo en ese momento, Germán Burto estaba de visita, al ver el niño él lo adopto y se lo llevó a Sabernal. Guillermo solo veía los papeles y escuchaba. Realmente él no creyó nada. Sin embargo le pidió que le dejara las pruebas que tenía. Después, los primos se marcharon. Guillermo veía por una ventana que estuvieran lo suficientemente retirados y fue a contarle todo al rey Cristóbal. Luego de escucharlo, él le ordenó que no se alejara de Rafael, después le pidió que se retirara y no dejara que nadie lo interrumpiera. Se levantó y observó un cuadro igual que el que se hallaba en el palacio de Sabernal: el de Ricardo II estrechando la mano a Emilio Górgorus. - Bien. Ya ha llegado el día. Tendré que eliminar a Rafael Burto.
  • 23. Mientras se dirigían al hotel Plaza del Café, Rafael recibió una llamada de Guillermo, en el que le decía que le creía y que a partir de ese momento contaba con un aliado. Él colgó y pensó que si Guillermo Ibarra era su amigo, tendría una gran influencia en el castillo para derrocar al rey. Esa noche, los primos se separaron, pues Mario quería volver a su casa y ver a su novia. Rafael estuvo de acuerdo. Después de despedirse, Rafael contactó en secreto a Guillermo en un bar y después de algo de licor fuerte, Rafael le contó sus planes. También le contó sobre el árbol legendario de Emilio Górgorus. - Si me ayudas te daré mucho dinero. ¿Recuerdas la leyenda del árbol? Es cierta. Férida le pertenece a Sabernal. - ¿Y eso como ayudará? - Esconderemos y destruiremos el árbol… - O podemos manipular la inscripción para que de esa manera Sabernal sea propiedad de Férida. - Es una buena idea. Es ese caso debemos traerlo de inmediato. Entonces, ¿es un trato? ¿Me ayudaras a derrocar a Cristóbal Maceu y tomar el poder que me pertenece? - Claro, ¿Por qué no? Después del dialogo quedaron en verse al día siguiente, a la una de la tarde en el lugar donde estaba el árbol legendario, según especificaciones de Rafael Burto. Cuando él se marchó, Guillermo se fue a contactar al rey, para contarle todo lo que estaba pasando. Rafael no sabía que ellos dos eran primos lejanos y Guillermo siempre decía: la sangre es más espesa que el agua. Mario después de despedirse de su primo, pasó por el hotel Paquidermo de Plata y pensó en despedirse de su amigo Pablo. Se vieron en la cafetería. El español lo vio pensativo y Mario le contó todo lo que estaba pasando, pues le tenía una confianza impresionante, pensando que tal vez él podría ayudarlo. Pablo dijo que pensaría en algo, y recordó que los extranjeros eran cada vez más hostigados por los residentes. Cerraban las tiendas y los hoteles, y algunos pregonaban la xenofobia con carteles, algo que nunca había visto en ninguna otra parte del mundo. De pronto empezó a hablarle de su tierra natal y de toda Europa. Le dijo que él trabajaba como profesor de filosofía para ganarse su pobre vida y cuando sorpresivamente recibió una gran herencia de su abuela decidido gastársela atravesando el mundo buscando un buen trabajo, pero pronto dejo su idea a un lado para volverse un trotamundos. Le comentó sus visitas por África y Asia hasta llegar a Japón, y que luego viajó por América del Norte, bajando por Florida donde encontró un familiar con en el que se iría a Jamaica. Le dijo que su amigo no llegó porque al averiguarle la vida, se enteró que había desaparecido en el triangulo de las Bermudas, y como finalmente viajando por las Antillas había tomado un tour que iría hacia Férida, el último reino de fantasía. Mario Burto estaba muy impresionado de lo que había escuchado. Pensaba haber conocido todo, pero luego se dio cuenta lo insignificante que era en un mundo tan grande como lo había descrito Pablo Pérez. Estaba tan absorto de la realidad que se estrelló con un policía que tomaba una bebida en el único turno que tenia. Se la hizo tirar en todo el traje y esto lo enfadó tanto que lo iba a meter a la cárcel. «Quiero ver los papeles» dijo el policía. Mario le había regresado la
  • 24. tarjeta roja a Rafael. Pablo mostró los suyos y defendió a Mario diciendo que era su compañero y no tenia papeles porque era un naufrago, pero se irían al otro día a Cuba para sacar una nueva identificación. El policía no creyó, pero hizo la seña de que podían marcharse e inmediatamente se fue a buscar colegas para atrapar al espía. Pablo lo sabía y le dijo que se marchara lo más rápido posible. Mario salió corriendo y Pablo se subió a un crucero nocturno y aprovechó para escapar de esa forma. LA VISIÓN PROFÉTICA Guillermo Ibarra llegó al castillo, pero el rey se había marchado sin decir nada a nadie. Cristóbal Maceu fue a donde Josefa Izuare, la adivina de Férida cuyo apellido era enemigo de las Monsalvique. - Quiero saber sobre mi pasado y mi futuro, ¿en verdad caerá mi mando? - Si. José Górgorus resucitará en uno de sus hijos, lavará con sangre la traición de sus asesinos y sus hijos tendrán una condena peor que la muerte. Un castigo eterno. - ¿Qué haré para prevenirlo? - Comienza eliminándolo como ya lo has pensado, pero ya hay más personas que lo saben. - Naturalmente, el muchacho con el que fue. Mañana lo capturaré y lo mataré en secreto. - Ya es tarde. Se ha ido a su casa y se lo dirá a su rey. - ¿Y quién es la otra persona? - Espera un poco – buscó un libro viejo y siguió diciendo – la prueba está en el mar. Con este hechizo la destruiré – leyó un par de cosas en una lengua extraña – ya está, y cálmate porque esto ya estaba dicho: el hijo del sol combatirá con el hijo de la luna y el hijo de la luna triunfará. Son cosas que se dicen en Sabernal. Cuando Cristóbal salió de allí se dio cuenta que empezaba a lloviznar. La lluvia caía cada vez más duro y dedujo que se trataba del hechizo de Josefa, pues no era normal que en esa época del año lloviera tanto. Mario Burto fue al hotel y recogió sus cosas. Le dijo al dependiente que le dijera a Rafael que ya se marchaba a su casa. Salió a la estación de tren y tomó el que se dirigía a Mompelí, haciendo la ruta que realizó al llegar. Estaba tan cansado que se durmió. Pablo Pérez estaba en el barco que se mecía en medio de una fuerte tormenta. - ¡Alisten los barcos salvavidas! – gritó el capitán, mientras los pasajeros y los marineros corrían de un lado a otro. Pablo Pérez emprendió una oración, rogando por su vida, mas el barco empezó a hundirse. Juana Monsalvique sintió el llamado y se levantó rápidamente guiada por sus instintos. Buscó su extraño recipiente y lo llenó con un par de cosas mágicas que tenía. Vio entre luces varias imágenes y dijo: - Es alguien que vive lejos y Mario lo sabe. Uso varias hierbas y otros raros polvos y de allí surgió un humo impresionante y luego buscó en la cabeza de Mario, como si fuera un libro abierto, y encontró las frases que necesitaba: “yo me llamo Pablo Pérez”, “España queda un poco lejos de aquí”. Luego recordó el llamado que la había despertado. - Esto es brujería maligna. Creo que puedo prevenirla.
  • 25. Buscó nuevamente un libro similar al de Josefa. Mientras en el mar, un barco que transportaba carne refrigerada pasó por los lados del naufragio y sus marineros alcanzaron a ver a siete personas flotando en una improvisada balsa. Un marinero los ayudó a subir y les preguntó por lo sucedido. Una mujer le comentó que el barco en el que iban se hundió y no alcanzaron a tomar ningún barco salvavidas. Apenas viajaban como cuarenta personas más o menos. La mujer se llamaba Jimena López y era médica titulada. De los otros náufragos, dos estaban moribundos, uno de ellos era Pablo Pérez. Su frágil cuerpo no le podía contener la hipotermia. Al subirlo al barco estaba desmayado, y cuando lo colocaron en una camilla murió, pero Jimena, que tenía estrés postraumático, dijo que continuaba desmayado y en cualquier momento despertaría. Juana encontró el hechizo usado por Josefa y frente a éste estaba el hechizo para contrarrestarlo. Todos tenían uno. Al igual que Josefa, Juana dijo unas extrañas palabras y el alma de Pablo Pérez volvió al cuerpo y despertó. - Al fin. Ya pasó el peligro – dijo Juana. EL ENCUENTRO Mario despertó en la estación de Ciudad de Tívecre. Se bajó del tren y salió de la estación cuando ya estaba escampando la fuerte tormenta. Pasó el resto de la noche en un hotel. A la mañana siguiente, cuando las calles estaban inundadas en ambos países. Mario se dirigió al palacio y le habló a su amigo de infancia y rival en el amor: el príncipe Milwer, y le contó todo lo que sabía. Duró un buen rato escuchándolo y al final, cuando quedo convencido, llamó al Capitán General Agustino Rosa. - ¡Preparen tropas! Atacaremos a Férida. Mario Burto, mañana iras conmigo. - Su Alteza, ¿está seguro? No se ha realizado ningún protocolo de guerra, ni nos han atacado ni demostrado movimientos agresivos. Debería hablarlo con Su Majestad primero. - Nada de eso. Ya he tomado una decisión. Atacaremos antes de que nos ataquen primero. Mis padres no deben enterarse, quiero hacerlo sólo. En Férida despertó Rafael y alistó las maletas. Buscó a su primo y el dependiente le dio el mensaje de Mario. Salió disparado a la estación para alcanzarlo y tomó la ruta más rápida. Cuando llego a la última estación para salir del país pararon el tren y les pidieron a los transeúntes que bajaran, porque el camino estaba cerrado a causa del invierno. El comité de Férida, enterado de que se estaba fugando su plan, aprovechó esta excusa y neutralizaron el Camino de Comercio para que nadie saliera o entrara a Sabernal. Rafael sintió lo peor, pues además de que empezaba el macabro plan de invasión, él pensaba que lo buscaban a él para cortarle la cabeza por traición. Salió del tren inmediatamente y se internó en el bosque. Desde allí vio a la caballería, a la milicia y a los arqueros de Sabernal entrando a Férida. Todos retrocedieron hasta Carcabala, donde ya estaban preparando al ejército Real de Férida. - ¡Habitantes de Férida ha llegado el ejercito de Sabernal! La gente empezó a correr y a esconderse en sus casas y Rafael seguía pensando que todo aquello era por su cabeza. El ejército Real de Férida, un poco más moderno, era encabezado por el rey Cristóbal y por el comandante Barreno.
  • 26. El rey de Férida y el príncipe de Sabernal se encontraron en medio de la plaza de Carcabala. - Así que nos has estado engañando – dijo el príncipe – Preparabas todo para una invasión. - Cuidado con lo que dices, joven. ¿Acaso puedes probar lo que dices? ¿Cómo sé que no son ustedes los que vienen a invadir? Son ustedes los que entraron con un ejército a nuestro país. - Puedo probarlo. Mario Burto hablará ahora. - Su Majestad, rey de Férida – dijo Mario – ¿Negará que está expulsando a todos los extranjeros? - Eso es falso, y pueden preguntarle a cualquiera y nos dará la razón. - Ya sabemos que los feridenses no pueden decirnos nada. Temen perder la cabeza. - Eso es patético. ¿Por qué habríamos de cortarle la cabeza a alguien por decir la verdad? - Tengo testigos. Uno de ellos es Pablo Pérez. Viene de España y en este momento se hospeda en el hotel Paquidermo de Plata en Cirón, con otros extranjeros. Uno de los hombres que estaban junto al rey lo interrumpió diciendo que en Cirón no existía ningún hotel llamado de esa manera. - Tengo dos testigos más – dijo nerviosamente – José Luís Astera. Cristóbal preguntó quien era él. - Señor, él es el famoso Loco Astera – dijo otro de sus hombres – pero murió ayer en un incendio, por un rayo que cayó donde residía. - Que pena – dijo cínicamente el rey – Manden flores a sus padres ¿y quién es el otro? - Rafael, Rafael Burto. - Es aquel muchacho que planeaba tomar el reino, ¿no es así? ¿Dónde está? Él debe pagar por su traición, después de nuestro gobierno lo ha protegido y le ha dado educación. Mario Burto no recordaba eso, lo que ocasionó que algunos empezaran a perder su credibilidad y se burlaran de Sabernal. LA TRAICIÓN Rafael estaba llegando al árbol legendario y se excusó con Guillermo que parecía estar solo y furioso. - Lo siento, es que el tren… - No me gusta que lleguen tarde a las citas – al terminar de hablar un serie de guardias reales aparecieron y lo capturaron. Cristóbal Maceu le dijo por último al príncipe que entendía su plan: enviar a este muchacho y a su compañero para exigir un poder que no les pertenecía y que al no lograrlo vino el príncipe y su ejército a invadirlo a la fuerza con una excusa sin fundamento. Mario Burto no pudo ver a los ojos a su amigo. En ese momento llegó una caballería donde traían a Rafael en una celda de madera. «Aquí esta su cómplice: Rafael Burto» dijo Guillermo Ibarra. «¡No me corten la…!» gritó Rafael, pero se detuvo al ver a todo el ejercito real frente a él. Mario pensó que lo que acababa de
  • 27. decir podría servir como prueba, pero antes de decirlo vio al príncipe sumamente decepcionado y como si le pudiera hablar con los ojos sintió que le decía que no hablara más, porque ya los había puesto en vergüenza. El príncipe terminó por aceptar que Mario había mentido y se merecía un castigo. - Lo siento – dijo el príncipe. - Su Alteza, le sugerí que hablara con su padre – dijo el capitán Agustino. - ¡Su Alteza! Por favor, no se disculpe ante este mentiroso – le pidió Mario – yo lo he visto todo. Mire esta tarjeta roja. - ¡Por Dios! – lo interrumpió Cristóbal – ¡Muchachito insolente! Cállate y deja hablar a tu rey. - Gracias, Su Majestad. Por favor acepta nuestras sinceras disculpas sobre este malentendido. Ven a una cena de paces a mi palacio. - Esta bien, pero ya que estas en mi país y tu cometiste la desfachatez, ven a mi castillo y cenaremos allí. En cuanto al castigo lo dejare fácil: ordeno que se queden encarcelados en la mitad de la plaza de Cirón para que sientan lo que es una humillación. Todo el camino desde aquí hasta allá, ellos serán exhibidos. El príncipe Milwer estuvo de acuerdo y se marcho con su ejército al castillo, pensando en qué le iba a decir a sus padres. EL HADA DESAPARECE Esa noche el rey Cristóbal visito a Josefa Izuare nuevamente. - Te esperaba – dijo ella – estoy preocupada. - ¿Qué pasa? – dijo el rey. - No entiendo, no entiendo en verdad – dijo Josefa - Escucha: “la verdad se sabrá cuando el día se oscurezca más temprano y el sol salga de atrás de la luna, pero tres días después de que un pájaro azul se pose en una flor roja se cumplirá lo inevitable: el heredero de los Górgorus triunfara, mientras que el sol le sacará los ojos al traidor. - Pero cuantos pájaros azules se posan en flores rojas todos los días. - Eso no es lo raro. No será por aquí. Las profecías están hechas para ser cumplidas y desaparecen cuando se alteran. Eso es muy raro porque esta no ha desaparecido, a pesar de que ya la alteramos. Es inevitable, caerá tu reino de fantasía. Mario veía por la celda de madera la noche estrellada y su compañero estaba mordiéndose las uñas. Cada uno pensaba que por su culpa estaban en esas circunstancias y trataron de disculparse. - Lo siento – comenzó Mario – no debí decir nada. Debí haberte hecho caso y dejar que el destino siguiera su curso. - No, Mario, no es tu culpa. Este es el destino. Yo no debí haberte dejado solo. Además no he sido totalmente honesto contigo. Yo… yo, encontré el árbol legendario. - ¿El árbol de Emilio Górgorus? - Sí. Y según ese árbol, Férida le pertenece a Sabernal. Se lo conté a Guillermo y el muy maldito me traicionó. A esta hora ya debieron haber talado el árbol. Casi cierto, investigadores, fotógrafos y otras personas a cargo de la mano derecha del rey buscaban el árbol legendario con las pistas dadas por Rafael y planeaban fotografiar al hada. Cuando la comenzaron a sentir se dieron cuenta
  • 28. que esta jugaba a las escondidas con ellos, ocultándose y corriendo entre los árboles para que no la vieran. Entonces se le apareció detrás de uno de los fotógrafos. Él estaba tan asustado que disparó su cámara haciendo que su luz espontánea llamara la atención del resto del grupo. Los demás fotógrafos también empezaron a tomarle fotografías desde todos los ángulos. El hada parecía tener la delicada sonrisa de una niña de siete años, pero al sentirse tan presionada se estremeció no sólo ella sino también el mismo bosque. El cielo nocturno se abrió, bajo una luz que apenas la enfocó a ella. El hada empezó a subir con un grito tan potente que los sordos la escucharon y la luz se diseminó y se volvió tan brillante que hasta los ciegos la vieron. Todo a su alrededor fue destruido y el grupo de gente quedo esparcida en diferentes lugares. Todos los que escucharon el sonido o vieron la luz se quedaron dormidos. En ese momento se encontraban en la cena y el banquete real. Las meseras apenas habían servido el aperitivo cuando se quedaron dormidos. El rey Cristóbal le ordenó al cocinero envenenar la cena del joven príncipe, pero no lo alcanzó a hacer al escuchar el sonido del grito. El bosque se hizo vulnerable a todas las plagas de una insípida jungla y salieron animales de donde no había para comerse a las inofensivas criaturas que vivían allí desde los tiempos de los fundadores de Férida. A la mañana siguiente todos los que habían visto el destello y escuchado el sonido lo asociaron con un meteorito. Guillermo se había lanzado dentro de un pozo de agua durante la explosión y al despertar se dio cuenta de que no era el mismo bosque. Estaba en el bosque de los Perdidos, a miles y miles de kilómetros al sur de donde debía estar. Se encontraba al oeste de Priana y sin saberlo camino al lado contrario de la civilización hasta que llegó al río Rojo. Pensando que era el río Bitlan, subió hasta su fuente, la cual era una laguna. El agua estaba tan clara y pura que sintió sed al verla. Al beber de esa agua se dio cuenta que al otro lado había gente. Les gritaba pero no le hacían caso, entonces decidió nadar hacia allá para pedirles ayuda. Cuando estuvo cerca de ellos los vio más detenidamente. Estaban semidesnudos y tenían la cara y algunas partes del cuerpo pintadas de colores muertos. Hablaban entre si de una forma primitiva y lo ayudaron a salir del agua. Mientras lo llevaban a la aldea recordó que debían ser los mitológicos indígenas Selsuicas y ya estaba pensando en toda la fama y el dinero que iba a ganar cuando revelara su hallazgo. Él sabía que eran los antiguos indígenas que, algunos minutos antes de encontrar a Sabernal, estaba buscando Emilio Górgorus, para terminar la guerra de sus antepasados. Pero todo fue nubes color de rosa porque fue llevado directamente a un calabozo, por señas que le hizo el líder del pueblo a sus hombres. Los fotógrafos e investigadores que venían con Guillermo corrían como cebras perseguidas por hambrientos leones, pero no pudieron salir jamás de ese bosque. Era como si este se estuviera vengando por la ida de su guardiana. Nunca más se supo de ellos. El rey Cristóbal fue despertado por su cocinero antes que a todos en el comedor real por uno de los cocineros, quien lo llevó a la cocina y le explicó que no alcanzó a ponerle el veneno a la comida del príncipe. - No importa. Ya pensaré en algo más.
  • 29. Luego volvió al comedor y despertó a todos los demás y le dijo al príncipe que haría una caravana hasta la plaza de Tívecre para que se disculpara una vez más en frente de su pueblo. Los Burto fueron despertados cruelmente por los guardias. Encadenaron la celda de Rafael al carruaje real y el rey Cristóbal Maceu lo arrastró hasta el otro país. Mario se quedaría en la plaza de Cirón. Detrás del carruaje real iban los soldados de Férida y más atrás iban el rey Rubén Monfort y su ejército. Entraron a la villa de Érisis y el rey decía humillante: -¡Reciban a Rafael Burto, heredero de la corona real de Férida! Los ciudadanos salieron a curiosear y al verlo en ese estado comenzaron a reír, todos se burlaron de Rafael Burto. En ese momento salía Arturo Malagán de su sesión con Juana Monsalvique. Los siguió a cautela hasta la plaza de la villa de Érisis, donde debía descansar la caravana antes de llegar a la plaza de Tívecre. Allí se le acerco a Rafael «Eso te pasa por ser un Burto». Al medio día la caravana llegó a su destino. El príncipe se adelantó para hablar con su padre y pedirle ayuda, pues temía ir con su madre. Desde ese momento, el rey Juan Alejandro se tomó a cargo la situación. Los reyes dijeron un par de discursos y los sabernalitas comprendieron la situación. Después decidieron democráticamente que Rafael sufriera el mismo castigo en la plaza de Tívecre como Mario en la plaza de Cirón. El rey Cristóbal se sentía mal y presentía que algo malo iba a pasar. Aún no llegaba su mano derecha. Se dispuso a volver a su castillo inmediatamente, pero la gente le pidió que recibiera los regalos de los niños como disculpas. Una niña le entregó un ramo de rosas rojas, luego venia un muchacho que le traía una jaula con pájaros coloridos, pero se cayó al suelo, y las aves se esparcieron. Un pájaro azul que estaba en la jaula se posó sobre su ramo de rosas y el rey recordó las palabras de Josefa. El rey vio como el pájaro lo miraba a los ojos, se puso nervioso y de pronto sintió que el pájaro le decía, con la voz de Josefa: «Tres días, tres días». El rey dejo caer el ramo y uno de sus hombres le preguntó si se sentía bien. Él solo preguntó la hora. «Es la una de la tarde», le dijo uno de sus hombres. TRES DIAS El día siguiente era sábado. Día de turistas en Férida y todos iban a ver la principal atracción del mercado: Mario Burto. Alguien que nunca se identificó colocó un aviso encima de su celda: “Férida presenta al cavernícola moderno”, así los turistas se tomaban fotos con él de fondo. En Tívecre sucedía algo parecido, sólo que para la gente era una graciosa atracción de zoológico. El domingo sucedió lo mismo, pero esa noche alguien se acercó a la celda Mario. - Debes beber este plato de sopa, dentro de éste está tu libertad – dijo la persona y cuando Mario recibía un plato de barro con una sopa de vegetales, le vio la mano llena de quemaduras. Mario Burto lo reconoció inmediatamente. - Eres el Loco Astera. - Silencio. Mi hermano menor esta aquí y me ha ayudado a encontrarte – dijo señalando un perro – ahora debo irme. Escapa a las once cuando los guardias cambien de turno. Iré a ver la lluvia de estrellas, mis amigos me invitaron. Mario vio como se iba y se tomó la sopa. Escuchó a los guardias decir entre ellos: «¿Qué demonios quería ese perro?» Mario estaba confundido respecto al Loco Astera. ¿Podía comunicarse con los animales o en verdad estaba chiflado? Terminó la sopa y se decepcionó al ver que no había nada. «¿De qué forma me
  • 30. hará este plato ser libre?» se preguntaba. Ya iban a ser las once de la noche según un guardia y Mario llegó a pensar que era una tontería del Loco Astera. Lanzó al plato al suelo lleno de furia y entre el barro que formaba el plato apareció una llave: la llave que cerraba su celda. La abrió y se dio cuenta que los guardias no escucharon el ruido del plato porque ya se habían marchado y vio que se acercaban los otros guardias para cambiar de turno. Se escapó cuando tuvo la oportunidad. Estaba muy oscuro y, sin embargo, Mario vio las calles con gente. Al preguntar a alguien que por qué estaban ahí y le dijeron que pronto caería una lluvia de meteoritos. «La lluvia de estrellas, él lo sabia» pensó Mario. Él no se podía quedar mucho tiempo allí, pero Pablo Pérez lo encontró. Él le dijo que estaba con su amiga Jimena, quien estaba comprando unos refrescos. Mario le dijo que debía esconderse entre la multitud y luego salir a la calle doce, donde tomaría el tren. Pablo mientras tanto le contó lo que había pasado. Se conocía con ella desde hacía mucho tiempo. Fueron novios en una ocasión y cuando Pablo despertó en el barco la recordó, pero ella no lo reconocía a él. Pablo le dio varias pistas a ella, pero sólo lo recordó cuando le habló de su hermana Genoveva que vivía en Valladolid. Esa noche en el barco, uno de los marineros les dio a los sobrevivientes un chaleco salvavidas y una linterna y los dejó en una canoa cuyo dueño recogía pescado para vivir y con gusto los devolvió al puerto de Férida, donde quitaban las mallas y les pedían a los turistas alojarse gratis en el hotel cinco estrellas Abeja Reina, en vez del predestinado Paquidermo Plateado. Luego los invitaron a ver la lluvia de estrellas. Ya en el parque, Jimena estaba comprando unas bebidas y escuchó el radio de un policía: «¡Alerta! Se le avisan a todas las unidades que el prisionero de la plaza ha escapado y es de suma importancia capturarlo nuevamente. Repito…» Jimena volvió con su novio y le dijo a él que había un delincuente suelto y mejor volvían al hotel porque era peligroso quedarse en el parque. Mario ya se había separado de él. La pareja ya iba a salir del parque cuando escucharon a otro policía hablando por radio. - ¿Cuántos hay en la salida de Carcabala? – hizo una pausa – Bien. Son suficientes. Lo atraparemos, atraparemos a Mario Burto – Luego este volteó y se dirigió a la pareja – lo sentimos, no podemos dejarlos salir del parque, por favor vuelvan adentro. Cuando la pareja entraba de nuevo al parque Pablo le dijo a su novia que Mario era un buen amigo y no podía sino imaginar una sola idea por la cual lo buscaban. - ¿Y donde lo encontrarás? ¿Será él? – dijo su novia en chiste, pero su novio le hizo saber que tenía razón. Al encontrarse con Mario, Pablo le presentó a su novia y le dijo que debían que irse rápido. - No quiero involucrarlos. - ¿Qué hiciste? – dijo Jimena. - Es una larga historia, pero en resumen: dije la verdad. Debo volver a Tívecre y decirle a mi rey que lo trataron de envenenar hace algunos días. Pero no me creerá. - Yo te creo muchacho. Te apoyaré – dijo Pablo.
  • 31. - No podemos – dijo Jimena – ese camino está lleno de policías. Debemos buscar otro camino. - Iríamos por el bosque, pero está lejos de aquí. Primero debemos ir a Carcabala y… - No, es allí donde te esperan. - Entonces entraremos al bosque por un pueblo llamado Torre Perpetua, un pueblo a las afueras de Férida. Robaron un par de caballos que iban a exhibir y cabalgaron rápidamente. Llegaron a las doce y treinta de la madrugada. - Ahora – dijo Mario – entraremos al bosque, pero está muy oscuro. - No importa – dijo Jimena – Traigo la linterna. - ¿No llevas el chaleco también? – dijo Pablo graciosamente y los tres rieron, mientras comenzaba la lluvia de meteoritos. Se internaron en el bosque y cuando ya no vieron más seguridad pasaron la línea férrea hacia el volcán Gema. Aunque Mario no lo conocía bien, lo veía totalmente diferente a como se veía a través de las ventanas del tren. Iban en la mitad del recorrido cuando un ave que no vieron le quitó la linterna a Jimena. Siguieron esa luz viajera como si volara sola parecido como la estrella guiando a los Reyes Magos. La linterna se estrelló en un árbol y cayó. Mario levanto la linterna y se dio cuenta que era el Árbol Legendario. Estaba sin ningún daño. Después de hablar sobre él por veinte minutos emprendieron de nuevo el viaje. Salieron del bosque, pasaron dos pueblos en una hora y llegaron a la plaza de la Ciudad de Tívecre. Ya iban a ser las tres de la mañana. Jimena se fue a entretener a los guardias mientras iban a liberar a Rafael Burto. - Amigo, ¿Cómo llegaste? – preguntó Rafael - Eso no importa, debemos irnos. - ¿Y los guardias? - Los burle, yo… - No, esos. Mario giró y se dio cuenta que el comandante Barreno y su milicia estaba allí y habían capturado a Pablo y a Jimena. «El rey Cristóbal no demorará en llegar» dijo el comandante. A Mario lo encerraron nuevamente junto a Rafael, y a Pablo y su novia los llevaron a una casa donde se radicaban los soldados y el comandante. En ese momento Mario le contó a su compañero sobre el Árbol Legendario y le hizo prometer que si se sabía la verdad tenía que hablar sobre él. - Seguro – dijo Rafael - Ya no quiero más problemas. Rafael lo prometió pensando que jamás recuperaría su libertad, que nunca se sabría la verdad y que faltaba poco para perder su cabeza, cuando vio salir de la calle de al frente a Jimena con seis guardias alrededor y la llevaban a la Casa Mayor de Justicia, donde unos momentos antes, a las cuatro de la mañana, el rey Cristóbal, quien se hospedaba en el palacio de Sabernal, estaba reunido junto con el rey Juan Alejandro y los demás. Ella pensaba que Mario era un criminal y sólo quería que la dejaran en paz a ella y a su novio y los dejaran volver a España. Pablo le había contado todo a su novia y ella lo dijo en la asamblea extraordinaria. Dijo que todo se arreglaría si se aclaraba el caso del heredero Górgorus. - Hay que desmentir este hecho. - ¿Cómo lo haremos?