1. Un clamor en el desierto
Se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el
desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos".
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se
alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de
toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se
hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus
pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su
bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a
escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una
sincera conversión, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre
a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede
hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los
árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al
fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel
que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy
digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y
en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá
su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible».
Evangelio de Mt 3,1-12
DOMINGO II – Tiempo de Adviento Una voz grita en el desierto
2. Hacia el final la época del Segundo Templo el antiguo profetismo
parecía extinguido en Israel.
En el lugar de la palabra viva del profeta, se contaba con los
libros de los grandes profetas del pasado, que permitían recordar
sus palabras.
Desde la desaparición de los últimos profetas escritores (Ageo,
Zacarías y Malaquías) se fue haciendo cada vez más común la
convicción de que los cielos se habían cerrado y el Espíritu se
había extinguido.
Esto quería decir que se había interrumpido la comunicación
tradicional entre Dios y su pueblo y que no bajaba ya el Espíritu
para inspirar a los profetas.
Los cielos cerrados
DOMINGO II – Tiempo de Adviento Una voz grita en el desierto
«Zacarías, de Jerusalén, hijo de Yodaé, sacerdote, fue matado
junto al altar, por Joás el rey de Judá; la casa de David derramó su
sangre en el centro cerca del vestíbulo. Los sacerdotes lo
recogieron y lo sepultaron junto a su padre. Desde entonces, hubo
en el Templo prodigios extraños: los sacerdotes no pudieron ya ver
en visión a los ángeles de Dios, dar oráculos desde el Santo de los
Santos, ni echar suertes para dar respuestas al pueblo tal como se
había hecho hasta entonces» (Vidas de los profetas 21,1-2)
3. El Profeta del tiempo final
Como todos los profetas anunciaron el mismo mensaje divino, se
pensaba que el Espíritu Santo se había manifestado sucesivamente
en distintos personajes históricos, pasando de uno a otro.
Un último Profeta aparecería en forma definitiva, y la profecía
llegaría entonces a su término y plenitud.
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Según los esenios, «Al Maestro de justicia ha hecho conocer Dios
todos los misterios de las palabras de sus siervos los profetas»
(1QpHab VII,4).
Según otra mirada, el Espíritu Santo diría a Jesús en su bautismo:
«Yo te he esperado en todos los profetas, a fin de que tú vinieras y
yo reposara en ti» (Evangelio de los Hebreos 28)
El don de la profecía se presentaba, desde entonces, cada vez más
como un fenómeno que sólo reaparecería al final de los tiempos, y lo
haría de una manera muy visible. La antigua profecía de Joel servía
para animar esta esperanza:
«Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda
carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros
ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.
Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en
aquellos días» (Joel 3,1-2).
4. El retorno de algún Profeta del pasado
Este Profeta realizaría milagros,
restablecería la Ley y el culto
verdadero en el pueblo y
conduciría también a otros
pueblos al conocimiento de Dios.
Así, según el Evangelio de Juan,
la samaritana del pozo de Jacob
le aseguraba a Jesús:
«Cuando venga, nos lo
explicará todo» (Jn 4,25).
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En la esperanza judía ese Profeta no era un desconocido:
«El Señor tu Dios, te suscitará
de entre tus hermanos un
profeta como yo» (Dt 18,15).
MOISÉS
«Yo envío al profeta Elías antes
que llegue el día de YHWH,
grande y terrible» (Mal 3,23).
ELÍAS
«Ciertamente, Elías ha de venir
a restaurarlo todo» (Mt 17,11).
Moisés fue el mediador en la
revelación de la Ley de Dios.
Elías fue el gran predicador
de la conversión, del retorno
a esa Alianza. Ambas figuras
eran los más adecuadas para
que el Profeta se
manifestaría en su forma
definitiva.
5. Pero, a diferencia de los antiguos profetas, el mensaje del Profeta
definitivo anunciaría el fin del mundo y su llamada a la conversión
sería la última oportunidad de salvación de parte de Dios para los
hombres.
A partir de esas expectativas la aparición de Juan el Bautista podía
ser considerada como un acontecimiento que manifestaba el fin:
Los cielos otras vez abiertos
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«En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio
Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo,
su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca
de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás,
fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto» (Lc 3,1-2)
Lucas usa expresamente la fórmula con la que se narra la
vocación de los profetas bíblicos: un nuevo profeta había surgido,
como en los siglos anteriores.
La visión que, según Lucas, tuvo su padre en el Santuario (Lc 1,8-
12), era una experiencia que no se había dado desde los días en
que el profeta Zacarías había sido martirizado en el Templo. Eso
significaba que había terminado la época del silencio de Dios.
Año 27-28 EC
6. Comenzando de nuevo en el desierto
«En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el
desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos
está cerca».
A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: «Una voz grita en el
desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Mt
1,1-3).
El desierto era el lugar vinculado a la redención de Israel pues,
según una antigua creencia, los últimos tiempos serían como el
comienzo de la historia de salvación:
«¿No se acuerdan de lo pasado, ni caen en la cuenta de lo antiguo?
Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo
reconocen? Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el páramo»
(Is 43,19).
En la soledad del desierto Israel se preparaba, como en los
tiempos pasados, a realizar un nuevo Éxodo y a recibir de una vez
más la revelación de Dios.
Allí había de predicar un nuevo profeta.
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7. «En los días que vendrán, Jacob echará raíces, Israel florecerá,
dará brotes, y llenará el mundo con sus frutos» (Is 27,6).
«¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su
confianza! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que
extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor
y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de
sequía y nunca deja de dar fruto» (Jer 17,7-8).
Llamada a la conversión
«Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con
decir en vuestro interior: «Tenemos por padre a Abraham» (Mt 3,8-9).
Como otros profetas Juan exhorta a la conversión. Ésta es una
experiencia interior, que consiste en orientar la propia voluntad hacia
la voluntad de Dios. Pero se demuestra exteriormente a partir de un
cambio de conducta. Como el árbol manifiesta por sus frutos su
propia vitalidad:
DOMINGO II – Tiempo de Adviento Una voz grita en el desierto
Esta llamada la dirigía a todos, porque ante Aquel que iba a juzgar al mundo no podía invocarse
privilegios de sangre. A Abraham hay que imitarlo en su fidelidad:
«Abraham es padre insigne de una multitud de naciones, y no hubo nadie que lo igualara en su
gloria. El observó la Ley del Altísimo y entró en alianza con él; puso en sus carne la señal de
esta alianza y en la prueba fue hallado fiel» (Eclo 44,19-20).
8. «Yo os bautizo con agua para conversión; pero Aquel que viene
detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las
sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Tiene en su
mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero
y quemará la paja en un fuego inextinguible» (Mt 3,11-12).
Una nueva existencia
La urgencia de la conversión exigida por Juan estaba motivada por
la llegada del juicio inminente de Dios, cuyo resultado sería la
salvación o la condenación de los hombres, según sus obras.
Como sucede cuando se cosecha el trigo, se separa de la espiga
el grano y lo que no sirve. El fuego consumiría aquellas espigas sin
grano, los carentes de buenas obras; mientras que el Espíritu
concedería la salvación a los que presentaban frutos de conversión,
renovándolos totalmente en virtud del poder creador de Dios.
Como a sus primitivos oyentes, la predicación de Juan hoy nos
llama no sólo a una renovación interior de tipo individual. Nos quiere
invitar a abrir ya desde ahora un espacio en nuestra sociedad para
un mundo nuevo suscitado por Dios.
DOMINGO II – Tiempo de Adviento Una voz grita en el desierto