1. ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad, tocad. Soy Yo.
Señor, Tú me sondeas y me conoces (Sal 138)
Queridos voluntarios y empleados, no sé si sois conscientes de que vivimos
como los discípulos después del Viernes Santo. Ellos encerrados por miedo a
los judíos, nosotros por temor a un virus. Ellos aislados para que no los vieran,
nosotros aislados para que no nos contaminen. Ellos escondidos por temor a lo
que pudiese sucederles, nosotros escondidos por temor a lo que pudiera
pasarnos. Sí, como ellos, nos movemos entre el miedo, el temor, la incapacidad
para ver y sentir más allá. Y surgen dudas y situaciones de pánico e
incertidumbre.
Ellos, como puede ocurrirnos a nosotros, sintieron que habían perdido la
confianza en Él, que lo habían traicionado y decidieron huir. ¿Se les puede
confiar a estos hombres y mujeres el Evangelio? ¿Se nos puede confiar a
nosotros en estos momentos el Evangelio? Si supiésemos ver, sentiríamos su
presencia. Y lo sentiríamos porque Jesús siempre vuelve. Una y otra vez vuelve.
Y, en esa casa cerrada donde no nos sentimos bien, con puertas y ventanas
herméticamente cerradas, donde nos falta el aire y nos sentimos apretados, ahí
irrumpe Jesús, como entonces, y se pone en medio de nosotros.
Siempre me asombra descubrir que jamás se puso frente a los discípulos en una
situación superior o distante o juzgadora. No. Se puso en medio y les dijo, como
a nosotros ahora nos grita, PAZ A VOSOTROS, PAZ A TI.
Y nos da el aliento de la paz que transforma nuestro interior, esa paz que
proviene de Dios. Esa paz que hace añicos los miedos, los sentimientos de
culpa, las insatisfacciones de cada día y de cada persona en nuestra vida. Paz.
Este es el mensaje del Resucitado: Paz a ti. Deberíamos ver, descubrir sentir,
escuchar a Jesús Resucitado en medio de nuestra casa: Paz A TI.
Quizás nos pasé como a Tomás. La inquietud que no le deja parado ahora no le
permite creer lo que dicen, no le bastan las palabras de los otros, necesita
reunirse con Él. Y sí, cuando el deseo de Dios rompe lo cotidiano y lo buscas
con sincero corazón, te dice: no dudes, acerca tus manos, pon tus dedos, toca.
Y, con una ternura increíble, te recuerda que Él no se impone, Él se ofrece. La
Resurrección no cerró las llagas de los clavos, ni el costado. Esas heridas están
2. abiertas con todas las llagas y heridas de cada ser humano doliente y son, sin
duda, la gloria de Dios, la fotografía más rotunda del amor, por eso estarán
abiertas siempre.
La Resurrección no es un caramelo después del sufrimiento o un simple
accidente que hay que superar. En esa carne esta escrito el alfabeto más
maravilloso del amor de Dios. Heridas que son el tatuaje en Él para siempre.
No puedo soportar la humildad de Cristo, las lágrimas caen en mis mejillas ante
la humildad de Jesús. Esa sencillez tan sencilla, tan pequeña, tan doliente de
amor que, como un mendigo, se ofrece a nuestra decisión. Una humildad llena
de confianza, de libertad, en la que no cabe cansancio para buscarnos, para
esperarnos. Tomás cae rendido y afirma: Señor Mío y Dios Mío.
En medio de nuestras casas cerradas, herméticamente cerradas, Él se pone
junto a nosotros y nos dice: Paz, mira mis manos, mi costado, Soy Yo. Con la
Resurrección no cabe más que apostar por la fe. Vana sería nuestra fe si Cristo
no ha resucitado. Y ,ante ella, descubrimos que la fe es el riesgo de ser feliz. La
fe no te hace la vida más fácil, ni mejor, todo lo contrario, pero nos hace vivos,
llenos de sentido y de futuro. Que brille así vuestra luz para que todos puedan
dar Gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
La Resurrección rompe el aislamiento, la huida, el estar encerrados y, sin
movernos, nos abre al mayor de los horizontes. Teresa de Lisieux lo supo muy
bien y, sin moverse del convento, fue la mayor misionera del mundo. La
Resurrección nos abre a ser discípulos y nos obliga a elegir entre los que se
convierten es espectadores y se esconden o los que asumen el riesgo de la
felicidad, porque, con las heridas abiertas, saben que ciertamente VIVE, ha
resucitado y está en medio de nosotros.
Y tú ¿dónde estás?
Que la Divina Misericordia que nace de Cristo Resucitado te llene de luz. Feliz semana.
Mons. Jesús Rodríguez Torrente
Asistente Espiritual ACN España