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ENCUENTRO DE ORACIÓN:
LA NAVIDAD DESDE LA PEQUEÑEZ
CANCIÓN INICIAL.
AMBIENTACIÓN (COLOCAR EL NACIMIENTO COMO CENTRO DE LA ORACIÓN)
EL PAPA FRANCISCO:
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en
Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama
María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que
acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores
de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño.
A él, el Salvador del mundo, le pido hoy que guarde a nuestros hermanos y
hermanas del mundo, que padecen desde tiempo los efectos de los
conflictos que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos
étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les
traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de
aquella región y de todo el mundo; QUE LA INDIFERENCIA SE TRANSFORME EN CERCANÍA Y EL
RECHAZO EN ACOGIDA.
EL NIÑO JESÚS. Pienso en todos los niños hoy maltratados y muertos, sea los que lo padecen antes de
ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y sepultados en el egoísmo de una cultura que no
ama la vida; sean los niños desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y
explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños masacrados en los
bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios. Todavía hoy, su silencio impotente grita bajo
la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre campea hoy la sombra de los actuales Herodes. Hay
verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.
Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y
ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador». Con estos pensamientos,
FELIZ NAVIDAD A TODOS.
ORACIÓN INICIAL:
Jesus, Hijo de Maria,
Hijo de Dios la Luz de Navidad
ha llegado como llegó a los pastores y a los magos de Oriente.
En Belén en tu carne tan débil,
está todo el amor de Dios,
en tu carne está aquél amor, aquella ternura,
aquella esperanza confiada que sólo Dios es capaz de dar.
Mirándote acostado en el pesebre,
acompañado del amor de María y de José,
quiero poner en tus manos mis ilusiones y mis temores.
Y quiero poner en tus manos el mundo entero:
a quienes más quiero y a quienes no conozco,
a los de cerca y a los de lejos;
y, sobre todo, a los que más sufren.
Jesús, hijo de María, Hijo de Dios,
ilumínanos con la claridad de tu amor,
ilumina al mundo entero con la claridad de tu amor.
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TEXTO BÍBLICO: Lc 2, 4-7
“En aquel tiempo, José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en
Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse en el censo con su esposa
María, que estaba embarazada. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada”.
SALMO
Bendeciré al Señor porque ÉL me guía
y en lo íntimo del ser me corrige por las noches
siempre tengo presente al Señor;
con ÉL a mi derecha nada me hará caer.
Por eso, dentro de mí, mi corazón se llena de alegría y confianza.
o me abandonará a la muerte, no dejará en la fosa
a un amigo fiel.
Seré bendición ante aquel que a Dios no alcanza
y en lo íntimo de él se le escapa la Esperanza
siendo sencillo y humilde mostraré
la imagen del Padre, tal cual es.
Y los frutos se verán dando razón en esta tierra
yla Luz de la Esperanza brillará en el universo
y dentro de mí.
El Dios que hay en mí es capaz de dar la Vida
desde mi debilidad ÉL me da su fortaleza,
y el que vive en la fosa de la desesperación.
Y ya no habrá que esperar que el Dios del cielo haga milagros en esta tierra
porque el milagro está en mí si lo ven en mi.
Pones ante nuestra vida una obra inacabada.
Tus manos en nuestras manos dejan la mejor herencia:
Culminar en Libertad tu creación,
hacerla nuestra, de todos, que nadie quede atrás.
(Ecos del Salmo)
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LECTURAS
o CARTA DEL PAPA (Personal)
o CUENTO DE NAVIDAD: LA PEQUEÑA ESTRELLA DE NAVIDAD ( En Fraternidad)
SIGNO Delante del Nacimiento
o Y desde mi pequeñez que ofrecer al Niño-DIOS.
o Y desde la pequeñez de mi Fraternidad que ofrecer al Niño-DIOS en este camino sinodial.
Concretar!!!!
CANCIÓN.
PRECES Y ACCIÓN DE GRACIAS.
PADRE NUESTRO.
ORACIÓN FINAL
Esta pequeña parte de la Iglesia, que formamos esta Fraternidad, queremos dar gracias porque nos ha
nacido el Salvador. Gracias Padre, porque Tú, el Dios del Universo, le pediste permiso a una mujer,
para que engendrara a tu Hijo. Merece la pena ser hombre, pues Dios quiso ser uno de nosotros.
Gracias, Jesús, porque viniste a salvarnos y a liberarnos. Gracias, porque podemos ser Navidad para
los demás, porque la Navidad no es sólo un día al año, sino que cuando amamos, siempre es Navidad.
Gracias, María, porque dijiste si. Gracias, José, por tu papel humilde y callado. Gracias, Señor, porque
en la Navidad de todos los días todos somos importantes. Gracias, Señor por que juntos podemos
hacer presente tu Reino.
CANCIÓN FINAL
FELIZ NAVIDAD
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CARTA DEL PAPA (Personal, se hace entrega y cada uno la lee muy despacito, luego puede
compartir)
IGLESIA,CUANDOLAPEQUEÑEZNOESINSIGNIFICANTE
El mensaje del Papa a la Iglesia Católica en Grecia es precioso para todos
El sábado 4 de diciembre el Papa Francisco habló a la Iglesia de Grecia sobre el valor de la pequeñez,
porque ser una Iglesia pequeña -como en el caso de la grey católica en este país- la convierte en un signo
elocuente del Evangelio. El Dios anunciado por Jesús elige a los pequeños y a los pobres, se revela en el
desierto y no en los palacios del poder. Se pide a la Iglesia, no sólo a la griega, que no se enorgullezca
persiguiendo grandes números, abandonando el deseo mundano de querer contar, de querer ser relevante
en el escenario mundial.
Pero Francisco también explicó que ser pequeño no equivale a ser insignificante. Ser levadura que
fermenta escondida "dentro de la masa del mundo" es, de hecho, lo contrario de entregarse a la vida
tranquila, de avanzar por fuerza de la inercia. El camino indicado por el Papa es el de la apertura a los
demás, el del servicio, el del acompañamiento, el de la escucha, el del testimonio concreto de cercanía a
todos: que es lo contrario de una Iglesia encerrada en sí misma que se complace de su pequeñez.
Ante la secularización y la evidente dificultad que los cristianos encuentran hoy para transmitir la fe, es
posible encerrarse, intentando crear comunidades perfectas, que se abstraigan del mundo para preservar
su pequeño o pequeñísimo rebaño, esperando que pase la tormenta y con nostalgia de un pasado que ya
no existe. O bien, y este es también un riesgo muy presente hoy, nos dedicamos con hiperactividad a las
estrategias misioneras, convencidos de que el anuncio, el testimonio e incluso la conversión no son frutos
del Espíritu a los que debemos dar cabida, sino el resultado de nuestras capacidades y de nuestro
protagonismo. Así, existe el riesgo, desgraciadamente recurrente en la era digital, de que en el centro de la
evangelización esté el evangelizador y sus artilugios, en lugar del Evangelio y su Protagonista. Dejar
espacio al Protagonista: este es el sentido profundo de la conversión, como metanoia, como cambio de
mentalidad a la luz del Evangelio.
La pequeñez de la que habla Francisco es, pues, un don. Es ser conscientes de que sin Él no podemos hacer
nada y que es Dios quien nos precede, quien convierte, quien sostiene, quien cambia. Y esta toma de
conciencia es también preciosa para las Iglesias incluso numéricamente significativas: la oportunidad que
ofrece el camino sinodal que acaba de comenzar puede ayudar a las comunidades cristianas a liberarse de
las ataduras de la burocracia, del clericalismo, de confiarse en las estructuras, para construir o reconstruir
un tejido de relaciones humanas en el que florezca el testimonio.
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CUENTO: LA PEQUEÑA ESTRELLA DE NAVIDAD
De entre todas las estrellas que brillan en el cielo, siempre había existido una más brillante y bella que las
demás. Todos los planetas y estrellas del cielo la contemplaban con admiración, y se preguntaban cuál sería
la importante misión que debía cumplir. Y lo mismo hacía la estrella, consciente de su incomparable
belleza.
Las dudas se acabaron cuando un grupo de ángeles fue a buscar a la gran estrella:
- Corre. Ha llegado tu momento, el Señor te llama para encargarte una importante misión.
Y ella acudió tan rápido como pudo para enterarse de que debía indicar el lugar en que ocurriría el suceso
más importante de la historia.
La estrella se llenó de orgullo, se vistió con sus mejores brillos, y se dispuso a seguir a los ángeles que le
indicarían el lugar. Brillaba con tal fuerza y belleza, que podía ser vista desde todos los lugares de la tierra,
y hasta un grupo de sabios decidió seguirla, sabedores de que debía indicar algo importante.
Durante días la estrella siguió a los ángeles, indicando el camino, ansiosa por descubrir cómo sería el lugar
que iba a iluminar. Pero cuando los ángeles se pararon, y con gran alegría dijeron “Aquí es”, la estrella no lo
podía creer. No había ni palacios, ni castillos, ni mansiones, ni oro ni joyas. Sólo un pequeño establo medio
abandonado, sucio y maloliente.
- ¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Yo no puedo desperdiciar mi brillo y mi belleza alumbrando un lugar como éste! ¡Yo nací
para algo más grande!
Y aunque los ángeles trataron de calmarla, la furia de la estrella creció y creció, y llegó a juntar tanta
soberbia y orgullo en su interior, que comenzó a arder. Y así se consumió en sí misma, desapareciendo.
¡Menudo problema! Tan sólo faltaban unos días para el gran momento, y se habían quedado sin estrella.
Los ángeles, presa del pánico, corrieron al Cielo a contar a Dios lo que había ocurrido. Éste, después de
meditar durante un momento, les dijo:
- Buscad y llamad entonces a la más pequeña, a la más humilde y alegre de todas las estrellas que encontréis.
Sorprendidos por el mandato, pero sin dudarlo, porque el Señor solía hacer esas cosas, los ángeles volaron
por los cielos en busca de la más diminuta y alegre de las estrellas. Era una estrella pequeñísima, tan
pequeña como un granito de arena. Se sabía tan poca cosa, que no daba ninguna importancia a su brillo, y
dedicaba todo el tiempo a reír y charlar con sus amigas las estrellas más grandes.
Cuando llegó ante el Señor, este le dijo:
- La estrella más perfecta de la creación, la más maravillosa y brillante, me ha fallado por su soberbia. He
pensado que tú, la más humilde y alegre de todas las estrellas, serías la indicada para ocupar su lugar y
alumbrar el hecho más importante de la historia: el nacimiento del Niño Dios en Belén.
Tanta emoción llenó a nuestra estrellita, y tanta alegría sintió, que ya había llegado a Belén tras los ángeles
cuando se dio cuenta de que su brillo era insignificante y que, por más que lo intentara, no era capaz de
brillar mucho más que una luciérnaga.
“Claro”, se dijo. “Pero cómo no lo habré pensado antes de aceptar el encargo. ¡Si soy la estrella más
pequeña! Es totalmente imposible que yo pueda hacerlo tan bien como aquella gran estrella brillante...
¡Que pena! Mira que ir a desaprovechar una ocasión que envidiarían todas las estrellas del mundo...”.
Entonces pensó de nuevo “todas las estrellas del mundo”. ¡Seguro que estarían encantadas de participar en
algo así! Y sin dudarlo, surcó los cielos con un mensaje para todas sus amigas:
"El 25 de diciembre, a medianoche, quiero compartir con vosotras la mayor gloria que puede haber para
una estrella: ¡alumbrar el nacimiento de Dios! Os espero en el pueblecito de Belén, junto a un pequeño
establo."
Y efectivamente, ninguna de las estrellas rechazó tan generosa invitación. Y tantas y tantas estrellas se
juntaron, que entre todas formaron la Estrella de Navidad más bella que se haya visto nunca, aunque a
nuestra estrellita ni siquiera se la distinguía entre tanto brillo. Y encantado por su excelente servicio, y en
premio por su humildad y generosidad, Dios convirtió a la pequeña mensajera en una preciosa estrella
fugaz, y le dio el don de conceder deseos cada vez que alguien viera su bellísima estela brillar en el cielo.