1. En un principio, Peirce definía a los íconos como signos que originariamente tienen
cierta semejanza con el objeto al que se refieren. Dicha definición de signo icónico
tuvo tal éxito que Morris la recogió y reafirmó que era icónico el signo que poseía
alguna de las cualidades del objeto representado. O bien, que poseía las
características del objeto denotado. El mismo Morris, más adelante, corregiría la
rigidez de la noción afirmando que, “un signo icónico, aunque recordado, es un signo
semejante en algunos aspectos a lo que denota. En consecuencia, la iconicidad es
una cuestión de grado.
Digamos entonces, que los signos icónicos reproducen algunas condiciones de la
percepción del objeto una vez seleccionadas por medio de códigos de reconocimiento
y anotadas por medio de convenciones gráficas, por ello un determinado signo denota
de una manera arbitraria una determinada condición perceptiva, o bien denota
globalmente una cosa percibida reduciéndola arbitrariamente a una condición gráfica
simplificada.
En este caso, analizamos tres imágenes donde se denotan tres figuras
lanzando un balón de baloncesto: por determinados códigos de reconocimiento
y convenciones gráficas, podemos percibir que lo que denota la imagen son
jugadores de baloncesto tirando al aro. La postura, el balón y el supuesto
movimiento de los brazos, nos remite a esa situación.
En ese sentido, el grado de similitud de los códigos de reconocimiento en la
primer imagen es poca, en la segunda aumenta notablemente la claridad y la
tercera es muy semejante.