1. La religión es algo común en la vida ordinaria, acerca de la cual todo el mundo,
creyentes o no creyentes, tiene alguna opinión. En nuestra sociedad actual, educada
en el cristianismo (pero lo mismo se podría decir en sociedades educadas en el
islamismo, judaísmo o budismo, es decir, en las llamadas religiones superiores), podría
afirmarse que la mayor parte de sus miembros «saben» perfectamente en qué lugar
hay que situar la religión: las religiones tienen que ver con Dios, con las relaciones
entre el hombre y Dios. Cuando los hombres son creyentes (sea practicando una
confesión determinada o, sin practicar ninguna religión positiva, manteniendo la fe en
un ser superior) dirán que la religión es verdadera o que las religiones tienen algún
tipo de verdad. Cuando los hombres no creen en la existencia de algún Dios dirán
simplemente que las religiones son falsas (acaso las justificarán o explicarán por
motivos psicológicos –la esperanza que la religión ofrece– o sociológicos –el «opio del
pueblo», engaños de la casta sacerdotal para defender su estatus de poder...–). Pero,
sin embargo, seguirán sabiendo lo que es la religión, como algo que, en todo caso,
tiene que ver con Dios (sea éste real o imaginario).
En todas estos casos se sobreentiende que la religión es algo que tiene que ser definido
en relación con Dios, de forma que el concepto que en los países avanzados se tiene
de religión gira en torno a conceptos teológicos, y que hablar de religión es algo que
queda reservado a los teólogos o, si se quiere, a los especialistas religiosos. Situados en
esta perspectiva, toda otra manifestación que de algún modo suele llamarse religiosa,
por ejemplo, el animismo, el politeísmo, el chamanismo, el vudú, candomblé o incluso
el espiritismo, suele sistemáticamente considerarse como cosa de pueblos primitivos,
salvajes o incultos.
Entre los que no creen en Dios lo más frecuente es, sin embargo, pensar que Dios (o los
dioses) no son otra cosa sino proyección de la propia naturaleza humana, y desde este
humanismo llega a justificarse la religión como una exaltación del hombre en tanto
que éste llega a elevarse a sí mismo a la condición de Dios. Según como sean los
dioses, así los hombres que los han ideado. «El hombre hizo a los dioses a su imagen y
semejanza.»
La fase de la religión mitológica es una fase de transición esencialmente falsa, un
delirio de la imaginación, que se irá descomponiendo lentamente ante la crítica
racional de las llamadas «religiones superiores» –la fase terciaria, las religiones
filosóficas–, en donde los dioses animales son sustituidos por dioses antropomorfos y,
eminentemente, por un Dios único e incorpóreo. Pero justamente en la fase terciaria,
la fuente de la religiosidad ya se ha extinguido: ese Dios incorpóreo, el «dios de los
filósofos», es un ser al que no se puede rezar, ni puede hablarnos; es decir, la religión
terciaria, por paradójico que parezca, es la antesala del ateísmo.
2. La pervivencia en nuestra sociedad de las fases primaria y secundaria, y los indicios de
un renacimiento, que se abre camino al mismo tiempo que retrocede la religión
terciaria, de las fases anteriores, en la forma de los sentimientos de interés por los
animales (la Etología es presentada como la Teología de nuestros días) que se
manifiesta, por ejemplo, desde el hecho de la constitución de frentes de liberación
animal, sociedades protectoras de animales, buena parte de movimientos ecologistas,
hasta la visión demoniaca de los animales en la literatura o el cine («Los pájaros»,
«V»). Se interpreta el creciente interés por los extraterrestres, ovnis... como un
renacimiento de la religión secundaria, pues los extraterrestres tienen los mismos
caracteres que los démones del helenismo. El libro contiene una serie de ilustraciones
que van exponiendo, de un modo relativamente autónomo, las tesis principales del
libro y dan pie para comentarios puntuales. En su segunda edición se ha enriquecido con
catorce escolios.