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S E T E N A L E C T U R A D E
L L E N G U A C A S T E L L A N A
UN MENSAJE MECIDO POR EL VIENTO
La tormenta se había cernido sobre los tripulantes de la carabela Intrépida de forma
despiadada y a traición, sin aviso previo, arrojando sobre la cubierta del barco una serie de olas
que rugían con voz cavernosa y castigando el palo mayor y las sufridas velas con un abanico
interminable de rayos. El casco de la embarcación permaneció asentado sobre el Atlántico
durante horas, pero finalmente el océano, desatado, impuso su cólera implacable y llevó a cabo
el propósito con el que se había levantado aquella mañana de abril: abrazada por las tinieblas,
el agua se había convertido en un monstruo de descomunales dimensiones dispuesto a tragárselo
todo y a no dejar a nadie con vida en medio de sus turbulentas oscilaciones. Intrépida, con toda la
tripulación a bordo, acabó siendo vencida por la furia del Atlántico y, finalmente, cruzó el umbral
de la superficie para acabar, indefensa, en el fondo marino. El naufragio había sido inevitable. El
barco se había hundido.
Sin embargo, a la mañana siguiente, Alexandra Fuocco y Júlia Gelatti amanecieron con vida
y sus párpados, enterrados en la sal que el agua les había dejado al evaporarse, se abrieron para
contemplar una inmensidad azul sin límites, una enormidad difícil de procesar, un vasto espacio
de agua que les relataba su próxima muerte. Abrazadas a un trozo de madera que, sin explicación
alguna, se había cruzado en su camino durante algún momento de la noche, las dos
supervivientes aún respiraban y, si bien se desperezaban en medio de terribles temblores,
percibían también unos tímidos rayos de sol que les daban la bienvenida y las invitaban a
adentrarse en los dominios de un nuevo día.
Fuocco, siempre vital y optimista, trató de animar a Gelatti -una persona bastante fría y
apática- señalándole lo que parecía ser una pequeña porción de tierra situada veinte grados al
oeste y a unas diez millas de distancia de su posición. Gelatti le dijo a Fuocco que prefería morir,
pero Alexandra intentó persuadirla para que luchara por su vida y empezó a impulsarse con los
pies; tras un esfuerzo titánico, consiguió trasladar el trozo de madera –y con él el cuerpo de
Gelatti y el suyo mismo- hasta la inhóspita isla de fina arena blanca y frondosa vegetación
inexplorada.
Gelatti permaneció tumbada en la arena, sin nada que decir ni aportar, con la mirada fija en
la inmensidad de un horizonte inalcanzable. Habían llegado a un lugar del que con toda seguridad
no lograrían escapar. Alexandra Fuocco, sin embargo, no opinaba lo mismo… Su actitud decidida,
valiente y fogosa, la empujó a encaramarse a los cocoteros con el fin de obtener algo de comida.
Levantó una choza con hojas de palmera y se hizo dueña del fuego en la isla gracias al empeño
puesto en la fricción de un fino tronquito contra una base de paja seca.
Así, empezaron a transcurrir pronto días y semanas. Gelatti, fría y distante, no hacía
absolutamente nada. Fuocco, vivaz y emprendedora, se las apañaba para sobrevivir y hacer que
su amiga sobreviviese. Pero la convivencia entre dos es difícil si cada uno no está dispuesto a
poner su granito de arena para satisfacer al otro. Muy pronto Fuocco empezó a recriminarle a
Gelatti su actitud apática y distante. Gelatti miraba a Fuocco y solo contestaba con alguna que
otra palabra perdida, sin intención ni objetivo comunicativo alguno. Con el paso de los años las
discusiones fueron cada vez más frecuentes. Fuocco, encendida, gritaba a pleno pulmón y
exhalaba un calor infernal insoportable; sus palabras eran auténtico fuego. Gelatti, por su parte,
seguía con sus frías palabras y su actitud gélida impasible.
Sucedió que, en la colisión cada vez más frecuente de las palabras encendidas de Fuocco y
de las frías aportaciones de Gelatti, nació de repente una especie de turbulencia hasta entonces
nunca vista. Del choque inevitable entre el frío de una y el calor de la otra, una especie de
corriente muy potente salió despedida en todas direcciones… Esa corriente, una especie de
fuerza invisible, se llevaba las palabras de las náufragas mar adentro, cada vez más lejos. Las
palabras de Fuocco y de Gelatti (<<No dejes de luchar>>, en un caso, y <<No tengo nada por lo
que esforzarme>>, en el otro) llegaron, cruzando los confines del Atlántico, a tierra firme. Sus
palabras, mecidas por el viento que ellas mismas habían creado con la mezcla de calor y frío,
fueron un mensaje que, tal vez, alguien llegó alguna vez a leer con los oídos…
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  • 2. la inmensidad de un horizonte inalcanzable. Habían llegado a un lugar del que con toda seguridad no lograrían escapar. Alexandra Fuocco, sin embargo, no opinaba lo mismo… Su actitud decidida, valiente y fogosa, la empujó a encaramarse a los cocoteros con el fin de obtener algo de comida. Levantó una choza con hojas de palmera y se hizo dueña del fuego en la isla gracias al empeño puesto en la fricción de un fino tronquito contra una base de paja seca. Así, empezaron a transcurrir pronto días y semanas. Gelatti, fría y distante, no hacía absolutamente nada. Fuocco, vivaz y emprendedora, se las apañaba para sobrevivir y hacer que su amiga sobreviviese. Pero la convivencia entre dos es difícil si cada uno no está dispuesto a poner su granito de arena para satisfacer al otro. Muy pronto Fuocco empezó a recriminarle a Gelatti su actitud apática y distante. Gelatti miraba a Fuocco y solo contestaba con alguna que otra palabra perdida, sin intención ni objetivo comunicativo alguno. Con el paso de los años las discusiones fueron cada vez más frecuentes. Fuocco, encendida, gritaba a pleno pulmón y exhalaba un calor infernal insoportable; sus palabras eran auténtico fuego. Gelatti, por su parte, seguía con sus frías palabras y su actitud gélida impasible. Sucedió que, en la colisión cada vez más frecuente de las palabras encendidas de Fuocco y de las frías aportaciones de Gelatti, nació de repente una especie de turbulencia hasta entonces nunca vista. Del choque inevitable entre el frío de una y el calor de la otra, una especie de corriente muy potente salió despedida en todas direcciones… Esa corriente, una especie de fuerza invisible, se llevaba las palabras de las náufragas mar adentro, cada vez más lejos. Las palabras de Fuocco y de Gelatti (<<No dejes de luchar>>, en un caso, y <<No tengo nada por lo que esforzarme>>, en el otro) llegaron, cruzando los confines del Atlántico, a tierra firme. Sus palabras, mecidas por el viento que ellas mismas habían creado con la mezcla de calor y frío, fueron un mensaje que, tal vez, alguien llegó alguna vez a leer con los oídos… - - - - - - - - - - - - - - - - - -