1. T E R C E R A L E C T U R A D E
L L E N G U A C A S T E L L A N A
A L B O R D E D E L A M U E R T E …
El boticario Arnauer había sido acusado de alta traición por parte de los franceses. Ahora,
de pie en el patíbulo, con la cabeza en el agujero de la guillotina, el pobre farmacéutico esperaba
solo la muerte. Su cabeza rodaría muy pronto por el empedrado de los Campos Elíseos de
París.
Su "ingeniosa" ocurrencia, el plan magistral que tenía que permitir librar a Francia de la
terrible hambruna que azotaba el país desde hacía siglos, había salido bien al principio... Sí,
ciertamente, la repugnancia que los franceses sentían hacia aquellos asquerosos tubérculos
había sido superada rápidamente, pues hombres y mujeres se habían apresurado a consumir las
patatas que quedaban desprotegidas en cuanto los soldados dejaban de custodiarlas y se
alejaban de los fértiles campos; los franceses habían hervido, cocido y aliñado las patatas desde
entonces y las habían convertido en la base de su dieta. El hambre había menguado y la patata
había pasado a ser un manjar común y barato pero extremadamente codiciado. Los lugareños
de pueblos y ciudades habían aprendido a cultivar patatas por doquier: en los valles, en los
campos y en las lindes de las montañas. Arnauer había sido considerado, hasta cierto punto, el
salvador de Francia...
Fruto de la envidia, corroído por los celos, el tendero Pauer no había llegado a asumir
nunca el éxito de Arnauer. Pauer había intentado sin éxito extender también en Francia el
consumo de Foskitos, una especie de pastelitos que, según él, eran una delicia para el paladar.
Aunque rellenos de delicioso chocolate en su corazón, los Foskitos tenían un color pardusco por
fuera que provocaba el rechazo de los franceses. Así, Pauer había tenido que asistir humillado al
triunfo mediático del boticario Arnauer. Arnauer se había ganado el aprecio de los franceses y,
sobre todo, la amistad del rey, el todopoderoso monarca Joan Pau XVI. A Pauer la envidia no le
había permitido dormir durante días, semanas y meses... ¡Pero por fin había llegado la hora de
consumar su venganza! Ahora, el tendero asistía también a la ejecución pública de Arnauer. Con
su rival fuera de combate, llegaría su oportunidad para convencer a los franceses de que los
Foskitos superaban con creces a la insípida patata.
Semanas atrás, Pauer se había colado en las dependencias del palacio real y había
rociado las patatas de la despensa con un líquido (una mezcla de laxante, mocos de rata y
2. excrementos de camello) cuyos efectos tenían que resultar devastadores en los estómagos e
intestinos de aquellos comensales que se atrevieran a comer dichos tubérculos. Esa noche, el
menú que los cocineros habían preparado fue un "delicioso" estofado de patata.
Como era de esperar, tanto el rey como su esposa y el resto de invitados presentes en
palacio y sentados a la mesa (entre los cuales se encontraba Arnauer), ofrecieron un fétido y
malsonante concierto de tracas mayores (a base de pedos, pedetes y otras flatulencias varias)
que terminó con una verdadera carrera de bólidos humanos en dirección hacia el baño. Muchos
de los traseros de la realeza no consiguieron llegar a tiempo al retrete, hecho que provocó que
los reales pasillos quedaran infestados de reales cacas y realísimos zurullos.
Arnauer fue inmediatamente apresado y condenado a muerte. El pobre boticario no lograba
entender nada de lo ocurrido. Él lo había dado todo por Francia... Había investigado acerca de
las propiedades nutritivas de las patatas; había conseguido tierras y soldados para llevar a cabo
su plan; se había desvivido para lograr que el hambre dejara de asolar a su querida Francia...
Pero había sido condenado a muerte.
Arnauer sospechaba que Pauer estaba detrás de ese triste y a la vez cómico episodio de
reales cagaleras, aunque su condena era firme y no había nada que hacer. Sin embargo, decidió
explicarle la teoría de que Pauer les había envenenado a todos a Joan Pau XVI. El rey escucho
a su amigo farmacéutico, pero le dijo que el caso había sido demasiado grave como para dejarle
en libertad. Debía morir. Arnauer solo le pidió una cosa más al rey: <<El día en que yo tenga que
ser decapitado, solo te pido que mires a Pauer a la cara. Observa su sonrisa. Entonces,
conocerás la verdad>>.
Ahora, a punto de ser ajusticiado por el verdugo, Arnauer no estaba seguro de que su
amigo y monarca, Joan Pau XVI, hiciera lo que le había pedido. El boticario veía la cuchilla brillar
encima de su cabeza. Pronto todo habría acabado...
Cuando el verdugo ya se disponía a accionar la cuerda que debía liberar la cuchilla para que
cayese empujada por la gravedad sobre el cuello de Arnauer, el boticario creyó ver algo en uno de
los parpadeos que aún podía realizar: Arnauer pudo percatarse de que el monarca, su amigo Joan
Pau XVI, acababa de levantar la mano con la palma extendida. Ese gesto... ¡Ese gesto detenía la
ejecución! Arnauer pudo darse cuenta, además, de que el rey miraba fijamente hacia el lado
opuesto a su posición... Fue entonces cuando el boticario comprendió que Joan Pau XVI estaba
mirando fijamente a los ojos y a la boca de alguien. Fue entonces cuando comprendió que ese día
y en esa plaza él no iba a morir, puesto que el monarca Joan Pau estaba mirando fijamente y con
mucha atención a alguien que estaba riendo…
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