MAYO 1 PROYECTO día de la madre el amor más grande
Lectura setena castellà
1. S E T E N A L E C T U R A D E
L L E N G U A C A S T E L L A N A
UN MENSAJE MECIDO POR EL VIENTO
La tormenta se había cernido sobre los tripulantes de la carabela Intrépida de forma despiadada y a
traición, sin aviso previo, arrojando sobre la cubierta del barco una serie de olas que rugían con voz
cavernosa y castigando el palo mayor y las sufridas velas con un abanico interminable de rayos. El casco
de la embarcación permaneció asentado sobre el Atlántico durante horas, pero finalmente el océano,
desatado, impuso su cólera implacable y llevó a cabo el propósito con el que se había levantado aquella
mañana de abril: abrazada por las tinieblas, el agua se había convertido en un monstruo de descomunales
dimensiones dispuesto a tragárselo todo y a no dejar a nadie con vida en medio de sus turbulentas
oscilaciones. Intrépida, con toda la tripulación a bordo, acabó siendo vencida por la furia del Atlántico y,
finalmente, cruzó el umbral de la superficie para acabar, indefensa, en el fondo marino. El naufragio había
sido inevitable. El barco se había hundido.
Sin embargo, a la mañana siguiente, Laura Fuocco y Marta Gelatti amanecieron con vida y sus párpados,
enterrados en la sal que el agua les había dejado al evaporarse, se abrieron para contemplar una
inmensidad azul sin límites, una enormidad difícil de procesar, un vasto espacio de agua que les relataba su
próxima muerte. Abrazadas a un trozo de madera que, sin explicación alguna, se había cruzado en su
camino durante algún momento de la noche, las dos supervivientes aún respiraban y, si bien se
desperezaban en medio de terribles temblores, percibían también unos tímidos rayos de sol que les daban
la bienvenida y las invitaban a adentrarse en los dominios de un nuevo día.
Fuocco, siempre vital y optimista, trató de animar a Gelatti -una persona bastante fría y apática-
señalándole lo que parecía ser una pequeña porción de tierra situada veinte grados al oeste y a unas diez
millas de distancia de su posición. Gelatti le dijo a Fuocco que prefería morir, pero Laura intentó persuadirla
para que luchara por su vida y empezó a impulsarse con los pies; tras un esfuerzo titánico, consiguió
trasladar el trozo de madera –y con él el cuerpo de Gelatti y el suyo mismo- hasta la inhóspita isla de fina
arena blanca y frondosa vegetación inexplorada.
Gelatti permaneció tumbada en la arena, sin nada que decir ni aportar, con la mirada fija en la inmensidad
de un horizonte inalcanzable. Habían llegado a un lugar del que con toda seguridad no lograrían escapar.
Laura Fuocco, sin embargo, no opinaba lo mismo… Su actitud decidida, valiente y fogosa, la empujó a
encaramarse a los cocoteros con el fin de obtener algo de comida. Levantó una choza con hojas de palmera
y se hizo dueña del fuego en la isla gracias al empeño puesto en la fricción de un fino tronquito contra una
2. base de paja seca.
Así, empezaron a transcurrir pronto días y semanas. Gelatti, fría y distante, no hacía absolutamente nada.
Fuocco, vivaz y emprendedora, se las apañaba para sobrevivir y hacer que su amiga sobreviviese. Pero la
convivencia entre dos es difícil si cada uno no está dispuesto a poner su granito de arena para satisfacer al
otro. Muy pronto Fuocco empezó a recriminarle a Gelatti su actitud apática y distante. Gelatti miraba a
Fuocco y solo contestaba con alguna que otra palabra perdida, sin intención ni objetivo comunicativo alguno.
Con el paso de los años las discusiones fueron cada vez más frecuentes. Fuocco, encendida, gritaba a
pleno pulmón y exhalaba un calor infernal insoportable; sus palabras eran auténtico fuego. Gelatti, por su
parte, seguía con sus frías palabras y su actitud gélida impasible.
Sucedió que, en la colisión cada vez más frecuente de las palabras encendidas de Fuocco y de las frías
aportaciones de Gelatti, nació de repente una especie de turbulencia hasta entonces nunca vista. Del
choque inevitable entre el frío de una y el calor de la otra, una especie de corriente muy potente salió
despedida en todas direcciones… Esa corriente, una especie de fuerza invisible, se llevaba las palabras de
las náufragas mar adentro, cada vez más lejos. Las palabras de Fuocco y de Gelatti (<<No dejes de
luchar>>, en un caso, y <<No tengo nada por lo que esforzarme>>, en el otro) llegaron, cruzando los
confines del Atlántico, a tierra firme. Sus palabras, mecidas por el viento que ellas mismas habían creado
con la mezcla de calor y frío, fueron un mensaje que, tal vez, alguien llegó alguna vez a leer con los oídos…
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