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Las lagrimas de la luna
1. LAS LÁGRIMAS DE LA LUNA,
EL CORAZON NEGRO
Número de registro INDAUTOR; 2009-120114035900-14
Género: Novela fantástica, Fantasía oscura - Historia Alternativa
3. —————————————————————————––— LAS LAGRIMAS DE LA LUNA
Al principio fueron los apagones, cientos de ellos por todo el mundo, primero en Europa, luego en
Asia, y ahora en las Américas.
Luego, esa neblina, blanca y espesa, bajando lentamente desde el cielo como un ángel de la muerte.
Las noticias en la radio, los periódicos, incluso nuestros líderes y nuestros ejércitos estaban tan
ignorantes como nosotros, pero en lugar de unirnos, lo único que hicimos fue empezar el juego de las
culpas y las acusaciones mientras las armas de las naciones se volvían contra sus vecinos, esperando
una simple orden para iniciar una segunda gran guerra.
Cuando Irlanda cayó, nadie escuchó su grito de auxilio, y fue solo cuando Inglaterra le siguió,
cuando los hombres detuvieron sus máquinas de guerra, guardando silencio, intentando escuchar,
cualquier cosa. Viendo como la incertidumbre se alzaba como un demonio, infundiendo el terror en sus
corazones y la paranoia en sus mentes.
Pero al final de nada sirvió, Alemania se lanzó contra Francia justo cuando esta se ahogaba en
un mar de refugiados ingleses, Japón se lanzó contra el Asia y Rusia contra todo el mundo. Todo
mientras el verdadero enemigo se abalanzaba desde el norte, destruyendo todo a su paso, penetrando
nuestros territorios, aprovechando nuestra división.
Ahora veo que todo fue nuestra culpa, fuimos tan ciegos, siempre, aún desde antes de la invasión,
nos centramos tanto en los gustos y los problemas de la humanidad que olvidamos que el mundo era
más grande que nuestras vidas. Nunca nos dimos cuenta que vivíamos sobre un mundo distinto al
nuestro, explotándolo, agrediéndolo, destruyéndolo
Muy tarde nos hemos empezado a arrepentir de nuestra sordera a los llantos del mundo, tal vez
ahora solo estamos cosechamos la muerte que hemos llevado a cada rincón del planeta.
Es posible que sea nuestro merecido, quizá la humanidad merezca la extinción. Pero si eso es
cierto, también nos corresponde a nosotros y solo a nosotros el decidirlo.
Winston Thomas H.
Enero 5, 1944
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4. EL CORAZON NEGRO———————————————————————————
I
LA COLINA SILENCIOSA
El cansancio casi acababa con ella. Pero tenía que seguir, tenía que verlo con sus
propios ojos.
Pudieron haber tomado todo el mundo del hombre, pero, desde el principio y aun
cuando nación tras nación caían ante su poder, algo estaba mal. La nueva era precisaba
la victoria los antiguos y después de ciento veinte mil lunas de preparación el triunfo
era casi palpable.
Los dos primeros años los ataques sorpresa les dieron la ventaja total, casi la mitad
de las naciones del hombre fueron conquistadas. Pero cada vez, el avance se volvía
más lento, las batallas más largas y pesadas. En Tsaritsyn se vivió la primera derrota en
casi media década de combates y casi de inmediato les siguieron otras por todo el
mundo; El Cairo, Ciudad de México, Tokio, Shanghái.
Con la recuperación de Estados Unidos se engrosaron los ejércitos del hombre y
con la liberación de Europa se perdió toda posibilidad de revivir las glorias pasadas.
Irlanda fue el último territorio en ser rescatado y con ello la posibilidad de una
invasión humana a la sagrada isla de las manzanas pasaba de ser un pensamiento
absurdo a una temible posibilidad. El desembarco en Brynnwyn puso fin a las dudas.
Pero una vez más se cometió el error, se subestimó al enemigo, ¿o es que acaso un
ataque frontal era realmente una posibilidad nula?, por supuesto que no, de hecho era
lo más lógico del mundo, pero la lógica pierde valor cuando la sobrevaloración propia
crece sin sentido alguno de lo que nos rodea. Y el error ahora era fatal, pues nadie
esperó semejante escenario.
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5. —————————————————————————––— LAS LAGRIMAS DE LA LUNA
Menos aquella madrugada, aquel día, el décimo de la luna 79 de la Nueva Era.
Durante la noche los reportes de bombardeos masivos y de los lanzamientos de
tropas aerotransportadas al interior del imperio dejaron una sensación de peligro en
todas las costas de Ávalon. Ya casi amanecía cuando se recibió la alerta masiva en las
defensas costeras de Rahannwyn. Pero ella seguía sin creerlo posible. Nunca había
visto a un hombre de frente, pero los había estudiado durante más de diez años y
sostenía con una fe inquebrantable que todos ellos no eran sino animales estúpidos
incapaces de usar la verdadera magia y por ende inferiores a la belleza y poder de su
propia raza. La ciencia humana le parecía ridícula, absurda, solo un compendio infinito
de pruebas y errores, conocimientos incompletos que eran sustituidos indefinidamente
cada año. Como si todo lo que descubrieran fuera un sueño cobarde condenado a
quebrarse con la salida del sol. En cambio la magia era estable, siempre respetuosa de
su pasado y origen, siempre armoniosa con los milenarios dioses de la naturaleza,
siempre en equilibrio y perfeccionamiento. Pero si bien ella creía que la ciencia le
mostraba la debilidad del hombre, sentía verdadero terror con su literatura, su arte, su
historia, su religión, pues veía en ellas algo que consideraba impropio del hombre; un
alma superior a la cualquier criatura, capaz de una inmortal expansión de posibilidades.
Aquellas ideas penetraron su mente mientras corría desesperadamente a la cima del
acantilado.
Al llegar ahí sus ojos se llenaron de pavor.
Quiso gritar, pero de su boca solo salió un pequeño suspiro. Los sonidos del mar
callaron mientras barcos tan enormes como castillos ahogaban el horizonte con
repulsivas e inertes figuras, como si millones de inmensos cadáveres nadaran hacia
Ávalon llevando la muerte consigo. Los cielos quedaron obscurecidos con las siluetas
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6. EL CORAZON NEGRO———————————————————————————
de incontables aviones semejantes a grandes aves muertas y cohetes que rugían a
manera de dragones agonizantes.
Las lágrimas recorrieron sus mejillas hasta llegar al suelo. La realidad ahora le
golpeaba el pecho igual que una daga, a partir de aquel instante el anhelo de la victoria
total quedaría reducido a la nada.
Solo quedaría el anhelo por sobrevivir.
El hombre había llegado a Ávalon.
…
Los cañones abrieron fuego y por toda la costa se levantó el suelo en medio del
fuego. Cientos de cohetes disparados desde los aviones golpearon la gigantesca muralla
que impedía el acceso a la playa al tiempo que los barcos recargaban para un segundo
disparo. Cientos de bombarderos ligeros lograron penetrar el fuego antiaéreo dejando
caer su carga sobre toda figura bajo ellos. A lo largo del muro y desde una
impresionante fortaleza, inmensos rayos de luz y bolas de fuego salían disparadas en
interminables ráfagas hacia los miles de botes que se acercaban a la ahora débil barrera.
Las defensas del continente antiguo eran formidables, pero no suficientes. Los
primeros años de la guerra habían cobrado su precio, la perdida de pertrechos y
guerreros se hacía sentir y ante un enemigo de tal magnitud, el resultado era obvio.
Dentro de las lanchas de desembarco los soldados aguardaban el combate con
estoicismo. Muchos de ellos eran veteranos, habían peleado por todo el frente
occidental, pero pocos se acostumbran al infierno de la guerra. La tensión los obligaba
a aferrarse a cualquier cosa que les diera fuerza, recuerdos, religión, fotografías sucias e
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7. —————————————————————————––— LAS LAGRIMAS DE LA LUNA
ilusiones de alegrías futuras, todas sintiéndose tan reales que casi podía tocarlas y
olerlas, casi del mismo modo con el que podían oler la sal del mar y el vómito del
suelo, tratando de ignorar que lo único seguro para todos ellos era la masacre que se
aproximaba.
- ¡Treinta segundos! – gritaba un hombre en la popa de la lancha al tiempo que el
joven soldado a su lado se posicionaba detrás de un pequeño cañón de 20 mm.
Complejos diagramas de luz se formaron en el agua seguidos de tremendas
explosiones que hundían a todo barco alrededor. Las demás embarcaciones aceleraron
su avance, no podían hacer nada por aquellos desafortunados y entre más rápido
tomaran la costa, más de ellos sobrevivirían. Sin embargo, aún después de años de
guerra, la magia seguía siendo un arma letal, algo que la mayoría de los hombres se
había grabado ya en la cabeza en letras de sudor y sangre.
Toda una sección maltrecha del muro occidental cayó cuando una pequeña flota se
estrelló con él. Al instante cientos de barcos hicieron lo mismo a lo largo de toda la
muralla y con el sonido de cadenas chocando con piedras la proa de cada barco cayó al
suelo, formando pequeñas rampas por las que salieron tanques y soldados que se
fundían en un mar sonidos sin forma, de disparos y gritos. Lancetas, hechizos y
metrallas mataban a cuanto soldado tocaban, pero por cada uno que caía otros dos
lograban cubrirse en los niveles más bajos del complejo defensivo y con ellos, minuto
tras minuto, la muerte ampliaba su terreno en aquella sagrada playa.
La primera línea de defensa había sido aplastada, pero aún quedaban dos líneas más
sin contar con el castillo en lo alto de la playa. Sin embargo solo era cuestión de
tiempo para que todo el complejo sucumbiera.
Un gran grupo de enormes dragones negros aparecieron de repente, montados con
jinetes de temple frio, atacando sin demora a los aviones de ataque, solo para sucumbir
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8. EL CORAZON NEGRO———————————————————————————
en medio de un esfuerzo en vano. Los escuadrones de caza ya se encontraban
presentes para presentarles batalla y los pilotos humanos disparaban a tal ritmo que
convertían el cielo en una pared de plomo y hierro. Los antiguos trataban de mantener
la calma, pero ante cada contraataque los aliados respondían con más fuerza, como si
toda la humanidad estuviera presente para tomar venganza después de siete años de
muerte.
Enormes puertas se abrían por toda la segunda línea y gigantescas armaduras de
cinco metros de alto salieron como rayos hacia los tanques. Sus enormes espadas
traspasaban a las divisiones blindabas como si fueran de yeso, pero la superioridad
numérica daba al hombre la ventaja. El lodoso suelo temblaba con cada explosión y los
gritos de los soldados lanzados al ataque retumbaban por las grandes construcciones
hechas pedazos. Por donde quiera que se mirara solo se encontraba muerte y
destrucción. Los obscuros muros solo se iluminaban con las columnas de fuego
provenientes de enormes armaduras destrozadas y tanques destruidos. Ávalon, orgullo
de los antiguos por más de diez mil años ahora se ahogaba en un mar de escombros.
El sonido de rotores casi silenciaba el sonido de los disparos y explosiones al
acercase un centenar de trasbordadores. Fieles descendientes de los primeros autogiros
varios de ellos permanecieron estáticos en el aire asemejando a libélulas verde oscuro
mientras el resto de adentraba a la oscura espesura del bosque por delante.
Deslizándose por largas cuerdas, una gran cantidad de hombres bajaron de los
impresionantes aparatos, todos armados y listos para apoyar el esfuerzo de invasión al
tiempo que los transbordadores abrían fuego hacia las posiciones del enemigo.
Un solitario soldado, pesadamente armado, bajó del último de los aparatos,
enseñando un rostro joven de una inquietante inexpresión, el cual contrastaba con
unos cansados ojos azules llenos de furia. Tomó una larga metralleta y corrió hacia lo
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que hasta hace poco eran unas hermosas columnas de mármol decoradas con bellos
símbolos élficos mientras todos los demás soldados le brindaban fuego de protección.
Varios antiguos solo vieron como la gran figura humana cubierta de insignias de
oficial llegaba ante ellos por el flanco izquierdo a gran velocidad al tiempo que
disparaba una ráfaga de su pesada arma, matando al primero de los antiguos que tuvo a
su vista y con una formidable fuerza levantó el cadáver restante para usarlo como
escudo, mientras en medio de una lluvia de balas, eliminaba toda resistencia con una
tétrica rapidez.
Al caer el último de los defensores aquel hombre aventó su lúgubre protección y
alzando su brazo grito para señalar a sus compatriotas que la zona estaba asegurada.
Pero apenas terminaba de bajar su mano una tremenda explosión lo golpeó por la
espalda, lanzándolo hacia unas ruinas. Un tremendo haz de luz salió de entre el humo
y las cenizas, haciendo trizas a tres de los trasbordadores en un segundo. Un segundo
haz proveniente del mismo lugar salió disparado hacia la barricada provisional donde
se encontraba la mayor cantidad de soldados y con un inmenso estallido, una docena
de cuerpos salió volando por los cielos.
El soldado se levantó sintiendo un terrible zumbido que recorría sus oídos y un hilo
de sangre que bajaba por su cabeza. Apenas tuvo tiempo de entrar en razón, cuando
logro distinguir el sonido de enormes pisadas detrás de él. Al dar vuelta por completo,
pudo ver con terror una colosal figura brotar del humo que quedaba. Aquella cosa era
una enorme armadura de más de siete metros de altura, bellamente adornada en negro
y dorado, blandiendo una espada colosal, plateada y reluciente. En la parte alta, girando
con una gracia natural, estaba el yelmo, dentro del cual solo se apreciaba el vacío y era
eso precisamente lo que más aterraba a los hombres, la capacidad de uno y solo un
antiguo, encerrado en lo profundo de aquella aberración, para mover tales monstruos.
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Aquel coloso tomó su gigantesca espada, llena de pequeños rayos que la recorrían
sin cesar y blandiéndola con una facilidad impresionante descargó un tercer haz de luz
que retumbó como un trueno mientras surcaba el aire.
Cientos de disparos aparecieron de todas direcciones haciendo poco o ningún
efecto sobre el hermoso gigante cuando de pronto una pequeña estela de humo
apareció a la izquierda del brillante titán seguida por una explosión que lo hizo
tambalear, pero nada más. El mismo soldado que hasta hace poco había controlado el
campo de batalla había disparado con un arma anti tanque y ahora la dejaba caer,
humeante e inerte.
“Mierda” fue la única cosa que pasó por su mente al ver lo inútil de su intento justo
antes de mirar al monstruo metálico alzar su espada para propinarle un golpe mortal,
pero menos de un segundo después, una ráfaga de estallidos golpeaba a la inmensa
armadura, que ahora caía como una gran columna de basura quemada. Al instante, un
par de veloces aviones cruzaron el cielo a manera de ángeles protectores, produciendo
con sus turbinas el sonido más hermoso que cualquiera de los presentes hubiera
escuchado jamás.
La segunda línea había caído.
La sacerdotisa Saerwen se encontraba llorando en la sala de meditación al interior
del castillo. Lo que había visto en la cima del acantilado le dejó sin esperanza. Ella
había logrado el título de sacerdotisa a la increíble edad de diecisiete años, cosa
sorprendente para un antiguo. Y todo gracias a una perseverancia e inteligencia sin
precedentes en la historia. Había nacido dentro del seno de la aristocracia élfica, dotada
desde muy pequeña de gran potencial, jamás mostró miedo por nada y aquella actitud
daba confianza a todo aquel que la rodeaba. Su gran capacidad la hizo merecedora de
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puestos importantes dentro de la guardia imperial, cosa que aprovechó para ordenar
las masacres de miembros de la resistencia en Berlín y en Ottawa, así como la
destrucción de zonas civiles e industriales en Jalisco e Hiroshima durante los años de la
gran expansión. Pero siempre a distancia, pues el miedo a la muerte era para ella una
compañera siempre presente, como si ésta la estuviera esperando en cada rincón de un
mundo que se negaba a mostrarse por completo.
Su fama ahora le pesaba, gracias a ella ahora sería colgada por crímenes contra la
humanidad.
“Aquellos que nacen para ser inmortales no deben morir, y menos tan jóvenes”
pensaba una y otra vez mientras sujetaba su cabeza con ambas manos. El llanto se
convirtió en pánico cuando le fue informada la imposibilidad de mandar refuerzos
pues toda la línea costera se encontraba bajo ataque. Lo que ella había visto en el risco
era solo la punta de iceberg de una invasión masiva. Con un enorme lamento se dejó
caer al suelo, dejando que sus hermosos cabellos negros le cubrieran la totalidad del
rostro, pero sus suspiros se escuchaban tan claros como los sonidos de las cercanas
explosiones. Una y otra vez trataba de encontrar alguna solución, pero era imposible, si
bien la fortaleza podía soportar los indiscriminados cañonazos, en breve, las hordas
sajonas y romanas lograrían penetrar la tercera línea hasta llegar la fortaleza central.
Su desesperación llego al límite cuando se encontró a sí misma en una posición fetal
al tiempo que suplicaba a los dioses por una salida… y de pronto su mente se
esclareció, recibiendo la respuesta; los dioses. Según las antiguas tradiciones, los dioses
y sus guardianes podían ser invocados. Ya todo aquello no era sino una leyenda, pero
ya no tenía nada que perder, realmente sentía que la desesperación ya no podía causarle
más estrés que el que tenía en esos momentos y cualquier cosa, por extraña o
improbable que fuera, que pudiera convertir el caos reinante en una victoria valía la
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pena ser intentada.
Sin más demora corrió hacia el centro de la fortaleza, donde se encontraba un
brillante orbe, fuente de la protección que rodeaba al castillo. Pero al intentar tomarlo
una hermosa fata, cubierta con la sucia armadura del frente, la detuvo.
- Señora, ¿Qué intenta hacer?, si lo quita todos moriremos –
- ¡MALDITA SEA, MORIREMOS DE TODAS MANERAS! ¿Acaso crees que
esos malditos simios mostrarán misericordia por alguno de nosotros?, ¡deja de
molestarme y quítate! esto es nuestra única esperanza – respondió la sacerdotisa al
tiempo que removía el orbe de un pequeño pilar. Un segundo después, toda la
fortificación se sacudió violentamente al recibir de lleno los disparos de los acorazados.
Aquel castillo servía para la defensa costera, pero no siempre fue así, al principio
fue construido para honrar a Woden, el gran protector de la entrada a Ávalon. Y
Saerwen conocía el lugar donde aún se encontraba el altar.
Dos hermosos pilares tronaron al caer al suelo mientras un muro de balas
atravesaba el polvo tras la destrucción, los defensores de la fortificación buscaron
protección y devolvieron el ataque con todas sus fuerzas, solo para sentir como toda
su resistencia caía por los suelos al escuchar el sonido de máquinas del hombre
acercándose. Dos tanques modelo Mamut, que deteniéndose, apuntaron cañones de
150 mm hacia el fondo del inmenso corredor que conducía a la entrada principal del
castillo.
- ¡Fuego! – gritaban al unísono los dos comandantes de tanque segundos antes de
sentir como las bestias mecánicas que montaban retrocedían por la inercia de sus
disparos. Y con el humo apenas disipándose, decenas de soldados corrieron hacia la
improvisada entrada de la fortaleza con sus mentes sumergidas en la violencia reinante
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y sus pensamientos enclaustrados solo en continuar con la matanza.
- ¡La entrada está limpia capitán! – gritó un sargento con un notorio acento irlandés.
- ¡Chécala bien Mac Cárthaigh!, ¡no queremos sorpresas! - respondió el soldado
herido mientras se acercaba. El dolor en su cabeza se empezaba a sentir más fuerte
cada minuto, quizás por la disminución de adrenalina en el corto momento de
tranquilidad. Mientras colocaba su mano junto a su cabeza en un reflejo de dolor, su
miraba bajó, hacia aquel suelo manchado en sangre, pero los cadáveres de antiguos
regados por todos lados no le produjeron mi la más mínima perturbación. No era un
psicópata, no disfrutaba con toda esa muerte, pero la maldita guerra casi le había
quitado todo lo que amaba y no iba a permitir que los cabrones que la habían iniciado
se quedaran impunes.
Sin ningún obstáculo a la vista, los soldados entraron a lo que parecía ser un jardín
interno lleno de hermosas flores y árboles nunca antes vistos por ninguno de los
presentes. Y entre estos, tres líneas de bellos pilares de piedra rodeados por ramas y
vegetación sostenían un techo que producía el brillo de una serena mañana.
- Niñas, no hay tiempo de contemplar las flores – expuso el capitán en tono severo
– quiero que los ingenieros derriben aquellas puertas – dijo señalando al final del gran
jardín, hacia dos portones de roca grácilmente decorados con plata. – Mac Cárthaigh y
Hill – continuó – llévense a sus hombres por la de la izquierda, yo iré con Gray por la
otra y comuníquense con los barcos para que apunten a otro lado, no nos vayan a
matar los nuestros. Recuerden, busquen una esfera con brillo y destrúyanla a como dé
lugar, es posible que otras compañías ya hayan entrado al castillo por otros lados, así
que tengan cuidado a que le disparan. No intenten tomar prisioneros, no por ahora y
tengan sus señales de humo a la mano, cuando terminemos con esto den la señal a los
aviones para que tiren esta porquería –
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- ¡Bien infelices, ya oyeron al capitán, muévanse maldita sea! - gritó el sargento, y
acercándose rápido al capitán le dijo – señor acaban de avisar que “el arlequín”
también ha entrado al fuerte –
El capitán le miró a los ojos y con una mueca nerviosa asintió la cabeza. Ya todos
habían escuchado sobre el arlequín, una especie de lunático con uniforme, con una
tendencia por volar todo en pedazos, sin embrago la razón por la que aún un ejército
como el mexicano siguiera permitiendo la presencia de gente así en sus filas sin castigo
o juicio era sin duda el misterio que rodeaba al hombre.
Los ingenieros terminaron pronto de colocar las cargas de explosivos y todos se
prepararon para continuar el ataque. Un par de explosiones tumbaron los grandes
portones en medio de pequeñas sacudidas, pero una Infinidad de bolas de fuego
salieron disparadas a velocidad de bala apenas la última de las puertas tocaba el suelo.
Un joven soldado de no más de veinte años tomó un par de granadas y con gran
destreza las lanzó a través de la puerta, corriendo inmediatamente hacia su antigua
posición para agacharse junto a sus compañeros.
Gritos de terror se retumbaron a través de todo el pasillo, siendo silenciados de
repente por una tremenda explosión.
Sin perder tiempo, el primer grupo se levantó y se preparó para entrar por el pasaje
izquierdo, siendo Mac Cárthaigh quién se ponía al frente de la tropa – muev… -
empezó a decir, cuando de la nada, una solitaria esfera de fuego se le vino encima.
Todo su cuerpo salió disparado hacia el suelo al tiempo que la luz de la esfera
atravesaba su pecho.
Todos se quedaron en silencio al verlo desplomarse y quedándose inmóvil sobre un
charco de sangre
- ¡¡ MAC CÁRTHAIGH, MAC CÁRTHAIGH!! – gritaba uno de los soldados
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esperando en vano obtener una respuesta.
El rostro del capitán perdió su inmutabilidad y su expresión se volvió una con su
mirada de ira. Su pesado cuerpo se movió con urgencia hacia aquel pasillo asemejando
un enorme toro presto a matar todo frente a él. No tardó ni tres segundos en llegar a
un cuarto maltrecho al final del amplio túnel cuando de entre todas las siluetas se alzó
una, sosteniendo una especie de báculo largo con una luz rojiza que parpadeaba su
punta. El brillo se tornó de pronto más intenso y una corta ráfaga de esferas
llameantes salió directo hacia el capitán, quien por pura suerte lograba echarse al suelo
al tiempo que apuntaba y disparaba directo hacia su atacante.
Un solo impacto bastó para que la figura soltara su arma y cayera al suelo, de
inmediato el capitán se levantó, todavía apuntando su arma mientras la sostenía con
fuerza, como si esperara alguna respuesta del cadáver que ahora se encontraba frente a
él, pero cuando se acercó lo suficiente pudo distinguir las infantiles facciones en el
rostro de su enemigo.
El rostro de un niño con hermosos ojos violeta y cabello oscuro le hizo recordar su
propia vida, cuando corría a través de explosiones en medio de un Londres devastado
y cubierto por el fuego, llevando armas y municiones a los soldados y a la resistencia.
Pero incluso en ese entonces, él ya había dejado su infancia hacía mucho tiempo.
La ira en sus ojos disminuyó y bajando su arma se acercó hacia su obra para
admirar más de cerca lo que ahora se sentía como su último pecado. Su mente empezó
a descargar recuerdos y su pecho se contraía cada vez más, agitándole la respiración.
“!Un niño¡ ¡he matado a un niño¡” se repetía a sí mismo en su mente, sintiendo
como con cada palabra una daga se le enterraba en el pecho, como se despertaba de un
largo bloqueo mental, dándose cuenta de cómo la guerra lo había automatizado y
como había perdido la capacidad de pensar en la vida como un valor.
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Sus hombres empezaron a llegar a través del pasillo y vieron con gusto como su
oficial seguía vivo, quedándose quietos y en silencio a su alrededor, esperando, igual
que un grupo de perros fieles, a que esté dijera o hiciera algo.
Ante la demora uno de los soldados se le acercó y le preguntó - ¿señor, está todo
bien? – y ante la ausencia de respuesta le volvió a preguntar.
Un ligero empujón hizo reaccionar al capitán, que dándose la vuelta se paró frente a
su hombre y le dijo mientras le tomaba el hombro – estoy bien Gray – pero el cabo
pudo notar algo raro en el rostro de su oficial, como si algo se hubiera roto dentro de
él.
Aquel cabo le debía mucho al capitán. Aquel era apenas un par de años mayor que
él, y ya le había salvado la vida en más de una ocasión, siempre con la misma expresión
de fuerza. Pero no podía quitarse de la cabeza aquella escena de hace una semana,
durante la celebración por la liberación de las islas británicas, cuando lo vio sentado,
solo y en silencio en un “pub”. Pensó que solo trataba de relajarse con un buen trago
y no quiso molestarle, así que paso de largo, pero notó como las lágrimas bajaban de
unos ojos rojos y cansados mientras murmuraba una y otra vez cosas sin sentido. No
pudo perderle el respeto, tampoco la admiración, pero desde entonces ya no pudo
mirarlo de la misma manera, ya no como aquel súper hombre de piedra. Quizá no
podía tolerar la idea de ver a su superior como alguien débil y por ello una y otra vez
pensaba que solo habían sido los efectos del alcohol los responsables de lo que Gray
no podía dejar de ver como patetismo. Pero al mismo tiempo tampoco sabía porque
no podía tolerar aquella manifestación de humanidad, como si ello fuera sinónimo de
debilidad.
- Y ustedes señoritas, ¿qué esperan? ¿El recreo? muévanse, que todavía falta mucho
para un descanso – gritó el capitán al resto de sus hombres. Por un segundo, su mirada
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se posó sobre el distante cadáver de Mac Cárthaigh. Había peleado con la mayoría de
los presentes por casi dos años y creía sentir por cada uno de ellos lo que se siente por
un hermano. Sus compañeros eran casi la única familia que le quedaba y no quería
perderlos, por eso, ganar la guerra era lo importante, pues era lo único que podía hacer
para asegurar que sus muertes no hubieran sido en vano y no podía permitirse
lamentaciones, pero al ver a lo que fue Mac Cárthaigh no pudo pensar en algo que no
fuera la imagen de sí mismo en la misma posición que su antiguo compañero. Casi
podía creer que su destino era morir rodeado de todos aquellos que había asesinado.
Su mente volvía a sumirse en la vaguedad y solo al darse cuenta que la muerte de un
enemigo lo estaba afectando más que la muerte de sus propios hombres le hizo
ubicarse por completo en lo que todavía faltaba por hacer.
- ¿Ya tomaron lo necesario? – preguntó con pena, refiriéndose al sargento caído.
- Sí, señor – respondió Hill con seriedad.
El capitán solo asintió con la cabeza y le ordenó a Gray tomar el lugar de Mac
Cárthaigh y continuar con el plan trazado. Todos aceptaron y dejaron en el suelo todo
aquello que no fuera sus armas o munición. Ya se había perdido mucho tiempo y partir
de ahora el avance debería de ser lo más rápido posible. La mitad del grupo continuó
desde donde se encontraban, mientras la otra parte regresó al gran jardín para tomar el
camino del segundo portón.
Al final de la segunda puerta se encontraron con una larga escalera que subía hasta
un conjunto de cuartos y salas adornadas con la historia del reino de las hadas, pero
ninguno de los soldados prestó atención a algo que consideraban igual a la mierda.
Pero lo que les preocupaba era la falta de una fuerte resistencia en un lugar tan
importante como el centro de la defensa costera de todo Rahannwyn. Por lo que
asumieron de inmediato que alguna emboscada les debía de estar esperando en
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cualquier momento.
Al final de una hermosa sala se divisaba una gran entrada cerrada con dos puertas
hechas de un extraño material parecido al hierro, pero más brilloso; una extraña luz,
demasiado limpia y blanca como para ser la del sol salía por los delgados bordes. Al
acercarse más a ella, lograron escuchar una armoniosa voz que cantaba una especie de
himno en la lengua de las hadas. Aquel cántico, sin embargo, se escuchaba demasiado
leve como para que su autor estuviera cerca. Al abrir una de las puertas se encontraron
ante un extenso corredor cubierto totalmente de mosaicos luminosos, el brillo que
producían era casi insoportable, así que decidieron moverse rápidamente, escuchando
en cada paso como aquel extraño salmo se hacía más y más fuerte.
El brillo se volvía cada vez más intenso cuando de pronto, se encontraron ante una
segunda puerta, más estrecha que la anterior, pero igual de alta.
- Vamos a necesitar más explosivos – replicó un soldado ante una primera
inspección.
Pero al acercarse uno de sus compañeros, notó que la puerta, aun cuando parecía
trabada, solo necesitaba un jalón fuerte para abrirse. Sin decir más puso sus manos en
la puerta y empezó a hacer presión, pero de inmediato el capitán lo detuvo.
- ¿Qué haces estúpido? - le dijo al quitarla las manos de la puerta - ¿qué no ves que
pueden haber elfos esperándonos? –
Pero menos de un segundo después, las puertas de abrieron de par en par llenando
todo el pasillo con esferas de fuego y flechas resplandecientes. Varios soldados cayeron
muertos en el acto mientras los demás buscaban protección en cualquier lugar. Pero lo
angosto del corredor impedía ocultarse sin poder encontrar alguna posición donde
pudieran responder al ataque y el capitán apenas podía ver como sus hombres se
arrinconaba casi detrás de las puertas abiertas. Los disparos continuaban de forma
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ininterrumpida, impactando el pasillo hasta llenar todo de pedazos de loza rota y varas
de flechas y saetas incrustadas en cada rincón visible.
A través de la delgada abertura entre la puerta y la pared, el capitán pudo ver una
área que le pareció familiar, semejante al enorme jardín por el que habían entrado al
castillo, pero aunque las columnas y el techo eran iguales, no parecía haber ninguna
flor alrededor, solo árboles grises y viejos ubicados en círculos desde los cuales
antiguos pesadamente armados continuaban disparando. Pero a pesar del ruido y el
movimiento, pudo ver como el piso de aquella habitación estaba repleto de armaduras
y espadas rotas y viejas, pero lo extraño era su origen, ninguna de ellas se parecía a las
que usaban los antiguos, sino que parecían ser de romanos y vikingos. Como si aquel
lugar fuera el último destino de quienes llegaron antes que ellos, por un instante casi se
podía imaginar los restos de su equipo, cascos y rifles oxidándose y pudriéndose en
aquella habitación, haciendo compañía a los hombres que quizá también quisieron
vengar en épocas antiguas los crímenes de aquellos monstruos.
Pero fue al subir la mirada cuando se quedó quieto ante una escena parecida a una
antigua misa pagana.
Decenas de antiguos formaban un círculo alrededor de lo que parecía ser un prisma
tan alto como dos hombres, del cual brotaba una luz tan preciosa que durante un
momento logro tranquilizarlo. De pronto vio como frente al extraño prisma una joven
con un largo cabello negro y compleja túnica blanca levantaba las manos mientras
recitaba el coro que venían escuchando desde hace rato, pero lo que más les llamó la
atención, fue la esfera blanca que sostenía entre sus manos.
Ella conocía a la perfección todas las leyendas, pero solo el deseo de la victoria y la
imagen de su muerte le pudieron hacer creer en ellas. No podía perder nada
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intentándolo y si daba resultado la balanza de la guerra podía cambiar a su favor de
manera definitiva. Sostuvo el orbe con ambas manos mientras contemplaba su gran
brillo, ya había terminado de orar a los dioses y ahora solo quedaba decir la invocación.
Oh, gran Woden, protector de Ávalon
Oh, tu dueño de los vientos gélidos
Imploro tu venida, imploro que nos muestres tu poder
Que tú olvido se vuelva tu fuerza
Que tu ira aplaste a nuestros enemigos
Muéstrate Woden
¡Muéstrate Odín!
El orbe en sus manos empezó a brillar con más intensidad que nunca y todo el
suelo alrededor del prisma se agitó de tal manera que largas grietas aparecieron por
todos lados, la respiración de Saerwen aumentó en un ansia de que ocurriera algo
maravilloso, su corazón empezó a latir más rápido y sus ojos se enfocaban en el
prisma. Pero todas sus esperanzas se desmoronaron cuando la sacudida terminó y el
orbe regresó a su estado original. Todo quedó en silencio y solo Saerwen parecía estar
sorprendida. Estuvo a punto de gritar de la desesperación mientras volteaba de un lado
para otro en espera de una respuesta de sus propias soldados cuando un par de
pequeños objetos oscuros salieron de la nada y cayeron exactamente en medio del
circulo de antiguos, justo delante del enorme prisma, solo Saerwen reaccionó con
prontitud y con una carrera abrazó el orbe y se cubrió detrás del gran prisma.
Dos explosiones siguieron al ínfimo lapso de sorpresa al tiempo que desde un par
de vitrales en la parte alta de la habitación varios cañones de arma aparecieron,
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abriendo fuego contra todo lo que se moviera abajo. Aprovechando el lapso de
distracción, el capitán y sus hombres salieron corriendo del pasillo, abriendo fuego en
el acto, reduciendo la resistencia del castillo, arrinconándola en el terreno más alto.
Los antiguos restantes tomaron de inmediato posiciones defensivas y respondieron
el ataque. Saerwen, muerta de miedo, trataba de mantener su mente en calma, no
quería repetir el mismo teatro que hizo en la sala de meditación, pero su cuerpo
parecía sucumbir de forma natural ante el peligro. Debía proteger aquella esfera y
tratar de enmendar su error. Si bien la fortaleza ya no contaba con la protección que le
daba la energía del orbe, este aún mantenía sumergidos los muelles que tanto ocupaban
los hombres para poder concretar la invasión.
Los soldados sintieron un temblor a sus espaldas y vieron con gusto como toda una
sección de aquella estancia caía para permitir la entrada a más de los suyos. Un par de
pistolas eléctricas fueron postradas a lo largo de una gruesa barda de piedra tras los
árboles y sus disparos acabaron con toda resistencia en pocos segundos.
Un soldado de complexión rolliza corrió hacia el prisma con su rifle en alto.
- ¡De pie puta! ¡DE PIE! – gritó a la sacerdotisa desde una distancia segura, la cual
se levantó mostrando la luminosa esfera entre sus brazos.
Con un brusco movimiento el soldado estiró su brazo izquierdo, logrando tomar el
orbe al mismo tiempo que empujaba a la fata. Saerwen logró mantenerse de pie y con
una rápida inclinación puso sus dos manos sobre el brillante objeto mientras trataba de
resistir la fuerza del humano.
En medio del forcejeo, el soldado pateó a la molesta muchacha, no sin que esta
lograra quitarle su preciosa posesión, pero la fuerza del impacto le impidió sostener el
orbe con la fuerza necesaria y todo mundo pudo observar como la esfera quedaba
reducida a polvo al momento que se estrellaba contra el suelo.
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La alegría empezó a vislumbrase en el rostro de todos los invasores al momento
que a lo largo de toda la costa enormes plataformas de piedra surgían desde el fondo
del mar hasta el interior de la playa, claro que algunas lanchas de desembarco se
volcaban mientras las columnas y las rampas brotaban del lecho del mar, pero el
resultado obtenido valía las molestias. La misión había sido cumplida, después de casi
dos horas de lucha, el puerto más importante de Ávalon había sido tomado. Por su
parte, Saerwen fue levantada a la fuerza, se le amarraron las manos y se le empezó a
llevar hasta el interior del castillo.
Todo parecía acabado, pero de pronto, una luz, tan brillante que no permitía ver
nada más, emergió desde el fondo del enorme prisma momentos antes de que este
explotara con una fuerza tal que todos aquellos dentro de la sala fueron arrojados con
al suelo con facilidad. Una segunda explosión salió desde el interior del suelo,
despedazando el techo de la estancia seguido por un enorme relámpago que partió lo
que quedaba del techo, cayendo justo donde se habían originado las explosiones.
El destello del rayo pasó rápidamente y una enorme figura se levantó de entre el
cuarteado suelo.
No parecía ser un antiguo, pero tampoco parecía humano. Su piel no tenía
coloración alguna y a excepción de unas largas barbas plateadas, sus facciones parecían
las de un hombre joven. Un casco del cual salían un par de alas doradas adornaba su
cabeza y a través de este se podía notar que donde debería de estar su ojo izquierdo
solo había un negro agujero por el que emanaba una brisa similar a un viento invernal.
Una pesada armadura hecha de metal y cuero le cubría el cuerpo y sobre ésta,
descansaba una pesada capa, tan larga que llegaba al suelo con facilidad. Sobre sus
hombros dos cuervos, negros como la noche, se posaban en sus hombros, uno de cada
lado, girando sus cabezas con gracia y graznando a la multitud de forma amenazadora.
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Todos los soldados quedaron en silencio, no sabían si era miedo o asombro lo que
sentían en ese momento, pero solo se quedaron viendo a aquel ser que se movía
lentamente hacia ellos, dejando una delgada capa de hielo con paso que daba.
Con una perturbadora tranquilidad aquel extraño levantó su mano hacia quienes lo
miraban y un sonido similar al de un gigantesco trombón surgió de alrededor del
extraño ser al tiempo que todo aquello frente a él se hacía pedazos.
En medio de la destrucción, uno de los soldados lanzó un grito de horror segundos
antes de empezar a presionar el gatillo de su arma con toda su fuerza, de inmediato
todos sus compañeros hicieron lo mismo. El extraño guerrero retrocedió un poco ante
el ataque, pero las balas no parecían producirle un daño considerable, de hecho, si no
hubiera sido por las pequeñas quejas que se lograban escuchar de entre los impactos de
bala, nadie hubiera creído que se lograba algo con las descargas.
De repente, el guerrero lanzó un grito horrible, similar al sonido de las sirenas que
anunciaban a los ataques aéreos, y con éste, el impacto psicológico a los hombres fue
inmediato, cada uno de ellos pudo sentir como un sudor frio empezaba a bajar por sus
rostros junto con un terrible escalofrío que recorría sus venas, sin embargo ninguno
de ellos dejó de disparar, el miedo ya no podía detenerlos y menos ahora que habían
logrado capturar la playa.
Un segundo grito aún más fuerte que el anterior retumbo del extraño ser y de
pronto un viento gélido cayó del cielo a una velocidad impresionante, formando una
pared de hielo entre el guerrero y los ataques de los soldados, haciéndose más y más
sólida con cada segundo, haciendo que las balas rebotaran ante el grueso de la pared. A
través del enorme bloque de hielo se podía ver una silueta sin rostro, inmóvil, tan
distorsionada, que casi se fundía con el grueso hielo frente a ella. El contorno de una
mano empezó a definirse a través del translucido muro y con la fuerza de un cañón
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naval, miles de cuchillas de hielo fueron lanzadas, destruyendo todo lo que se les
atravesara.
Los impactos de las cuchillas retumbaban como fuego de morteros y de forma casi
inmediata los sonidos de los disparos fueron remplazados por llantos y gritos de
agonía.
Una sola lágrima recorrió el rostro de Saerwen mientras sus labios formaban poco a
poco una sonrisa dulce y sincera como la de una niña, contrapuesta a la muerte que la
incitaba. La línea costera aún tenía salvación, el esfuerzo del hombre podía ser
detenido y su victoria les podía ser arrancada. De pronto la formidable figura de un
capitán se levantó de entre los caídos y corrió hacia una de las pistolas eléctricas que
todavía se encontraban sobre las rocas. Woden se movió pesadamente, quedando
frente al capitán y sacando una larga espada hizo un lento moviendo horizontal en
forma de arco.
Enormes bloque de hielo, afilados como espadas, surgieron de la tierra, siguiendo la
línea trazada por la espada. El capitán escucho un extraño sonido detrás de él y sin
detener su paso dio una pequeña mirada hacia atrás, de inmediato su sangre se heló al
ver una cortina de hielo surgir del suelo y dirigirse hacia él y con un tremendo esfuerzo
acelero su marcha, solo para dar un desesperado salto hacia su objetivo.
Las pistolas eléctricas eran demasiado pesadas, habían sido diseñadas para
proporcionar alrededor de dos mil disparos por minuto, sacaban su nombre de una
batería eléctrica que hacia girar rápidamente un juego de seis cañones para evitar el
sobre calentamiento. Además las municiones que usaba eran de buen calibre,
aumentando su peso con cada cartucho. Pero, y como si el peso no importara, el
capitán levantó aquella pesada arma y siguió corriendo para evitar ser alcanzado por el
hielo con la esperanza de encontrar una base firme y el tiempo suficiente para usar su
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nueva adquisición. Por su parte Woden volvía a empuñar su espada, pero antes de
lanzar un segundo ataque, una sección de la larga muralla de hielo se desplomó ante el
avance de un Mamut. La pesada torreta del tanque giró hacia Woden y le apuntó con
su cañón al tiempo que el guerrero volvía a levantar su arma, ahora hacia el tanque, y
con un veloz movimiento la dejó caer al suelo al instante que la bestia mecánica hacia
su disparo. Una tremenda explosión hizo temblar el suelo acompañada de una onda
expansiva que salió emitida a la velocidad del sonido, haciendo que el capitán perdiera
el equilibrio aun encontrándose a más de veinte metros del estallido. La espesa nube de
humo empezó a disiparse dejando ver un tanque completamente destruido, como
rebanado a la mitad y cubierto en su totalidad de fuego y humo y directamente en
frente de todo ese desperdicio de material estaba la serena figura de un guerrero;
Woden se encontraba ileso.
El capitán se levantó rápidamente y utilizó ese tiempo para posicionarse detrás de
Woden y recargar su arma. Pero el sonido de la recarga alertó a uno de aquellos
sombríos cuervos, quien de inmediato graznó para alertar a su señor. El capitán no
esperó a perder su ventaja y empezó a disparar su pesada arma, pero la descarga
resultó insoportable, con cada tiro sentía como sus brazos se entumían de malestar, sus
dientes estaban tan apretados que de no haber dado un grito de dolor se hubieran
quebrado, sus piernas empezaron a temblar y pudo sentir como las venas de su cuello
se inflamaban. Habían pasado solo cuatro segundos desde el primer disparo, pero cada
uno le parecía como una eternidad.
Al principio Woden no pareció recibir daño, pero poco a poco se podía notar como
pequeños pedazos parecidos a cristales astillados empezaban a salir de su espalda con
cada disparo. Con un grito de enojo el guerrero dio la vuelta bruscamente al tiempo
que blandía su pesada espada hacia el único hombre, el último soldado que quedaba de
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pie en toda la colina.
El capitán solo vio un haz de luz diagonal viajar hasta él a una velocidad tan grande
que le fue imposible esquivar y solo pudo escuchar como las ruinas que se
encontraban detrás de él estallaron al unísono justo antes de sentir un extraño hilo de
sangre que empezaba a deslizarse por su rostro. Un segundo después una enorme
presión se sintió en todo su cuerpo al instante que un dolor increíblemente fuerte le
cruzó desde arriba de su ceja izquierda hasta su mejilla derecha, todo seguido por el
impacto de un golpe invisible.
En medio de un horrible grito de agonía, el cuello del capitán se dobló hacia su
espalda mientras un enorme chorro de sangre se elevaba desde su cabeza. Todo le
parecía dar vueltas, pero milagrosamente logró mantenerse de pie, solo para terminar
vomitando. Se sentía demasiado mal, su cuerpo ya no reaccionaba como él quería, solo
se balanceaba de un lado a otro en un patético intento por seguir luchando. El dolor le
impedía siquiera abrir los ojos pero con sus manos aún sostenía con fuerza la pistola
eléctrica.
Con un último esfuerzo logró levantar su arma hacia donde había estado
disparando momentos antes. Pero al apretar el gatillo toda la pistola eléctrica explotó
en sus manos. Con todo su cuerpo hecho pedazos, se dejó caer de rodillas. Todo tipo
de sensación empezó lentamente a desaparecer de su cuerpo y con la perdida de dolor
pudo abrir sus ojos. Hubiera jurado que ambos ojos se encontraban abiertos pero solo
podía ver con el derecho y lo que vio le hizo sentir un vacío en su estómago; un par de
manos maltrechas, llenas de carne muerta y humo.
En medio del shock pudo sentir vagamente un aire fresco que se enfriaba cada vez
más. Una pesada bota de piel se le apareció en frente y al verla, con un tembloroso y
lento movimiento, alzó su mirada.
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La expresión de Woden era similar a la de un niño que se sorprende de no haber
matado a un ave después de la primera pedrada, como si todo el dolor que el capitán
padecía no fuera suficiente para satisfacerle.
Woden alargó su brazo derecho y con una mano tan fría como el hielo tomó al
maltrecho hombre por el cuello. Con una fuerza sobrehumana lo levantó y
apretándolo lentamente veía como aquel humano respiraba con dificultad. Por un
instante, un extraño malestar recorrió el brazo de Woden hasta llegarle al cuerpo,
aquella sensación era muy distinta al dolor ocasionado por las balas, era como si su
propia existencia fuera poco a poco disolviéndose en la nada, como si con cada respiro
un pedazo de su alma le fuera arrancado por la fuerza para nunca más volver. Sin
embargo aquella incomodidad pasó demasiado pronto como para impedirle terminar
su trabajo.
A pesar de la agonía, el capitán trató de ver con más detalle el rostro de su enemigo.
Su piel era parecida a la piedra de rió, o al hielo que se forma en las ramas de los
árboles de las montañas, pero fue el vació de su mirada lo que le hizo sentir la patética
calma de la derrota, solo él había quedado con vida y ahora estaba a punto de morir en
las manos de un maldito monstruo. El capitán empezaba a creer que no solo era su
final, sino que este ere el merecido por todas las vidas que había tomado. Sin embargo
dos figuras se aparecieron en su mente, una era Mac Cárthaigh, tirado, lleno de sangre
y con los ojos fijos en él, como recriminándole el poco intereses en lo que debió haber
sido una pérdida importante, la otra era una imagen rara; el niño elfo a quien le había
arrebatado toda una vida, a este último casi podía verle en la distancia como
esperándolo. Pero la imagen tomó otra forma, pareciéndose cada vez a él, pero más
joven mostrando o que fue su vida. Entonces recordó que todavía había alguien
esperándolo, alguien que necesitaba de él y se dio cuenta que no importaba todo lo que
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había hecho o si merecía morir por ello, su deber era continuar con vida aunque fuera
para proteger otra más.
El lejano sonido de los aviones le hizo volver en sí, decidido a vivir, o por lo
menos, a no morir en vano y con lo poco que le restaba de fuerza tomó una de las
señales de humo de su cinturón y con un increíble esfuerzo logró clavarlo en la cuenca
izquierda de Woden. De inmediato una gran nube de humo verde salió del pequeño
tubo enterrado en la cara del guerrero que en medio de su dolor dejó caer al capitán, el
cual aprovechó el momento para prender otra señal y meterla en el cinturón de
Woden.
Un poderoso brazo salió de entre el humo directamente hacia el pobre soldado y
con un poderoso golpe lo mando a volar hasta un pequeño grupo de árboles a medio
derribar. Un delgado árbol se quebró al impacto del cuerpo humano lanzado hacia él y
el sonido de la madera partiéndose se confundió con el de los huesos quebrándose.
Woden se giró con la mirada llena de ira, pero antes que pudiera quitarse la señal de
su ojo una explosión a su lado, tan fuerte que le desprendió su armadura, le hizo gritar
de agonía. Una segunda y una tercera explosión acompañaron a la primera y con cada
una se descubría más un cuerpo que se agrietaba como el cristal. Unos bombarderos
ligeros aparecieron en el cielo, seguidos de escuadrones caza que disparaban hacía el
origen de la señal de humo, arrancaban trozos del cuerpo de Woden con las descargas
de sus cañones, sin que este pudiera hacer algo al respecto.
Durante medio minuto aquella bestia con forma humana pudo sentir un infierno,
que para desgracia del capitán, terminó tan rápido como empezó. Después de la
tormenta de fuego, Woden, cojeando y sangrando, intentaba acercarse al capitán y si
bien cada paso le producía un terrible dolor, en su mirada claramente se podía
distinguir un odio tan grande como su determinación. Él solo existía para defender a
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Ávalon, sin embargo realmente quería asesinar con sus propias manos al responsable
de su humillación. Entre más se acercaba al mar de ramas muertas más notaba el
rostro de un humano agonizante, pero aún consiente a pesar de sus heridas. Las
miradas de ambos parecían estar fijas en el otro, pero de pronto una sonrisa apareció
en el rostro del capitán y su mirada quedó llena del gozo de la victoria. Woden se
quedó helado ante esa expresión, por un segundo no comprendió el significado de
aquel gesto pero de inmediato, como si toda la angustia del mundo le cayera encima,
éste le hizo detenerse. No sabía qué hacer, sentía que en cualquier momento algo más
aparecería para provocarle más y más dolor y casi podía sentir la sonrisa de su enemigo
como un arma más, apuntándole.
Su inquietud se acrecentó cuando se dio cuenta que el soldado no lo estaba viendo
a él, sino a algo más, algo detrás suyo y sintiendo un gran peligro volteó hacia donde
miraba el capitán y notó un avión, un solitario avión volando de manera semejante al
buitre que rodea tranquilamente a un cadáver fresco.
El capitán sabía de qué clase de maquina se trataba, era un C-47 modificado, de
fabricación soviética, pesado y lento en comparación con los demás aviones, pero en
eso radicaba su fuerza, no había sido modificado para el combate ni para el
bombardeo, sino para despedazar blancos en tierra. Su enorme estructura estaba llena
de un conjunto de tres cañones eléctricos de 30 y uno simple de 60mm, que en
conjunto destrozaban a un objetivo en cuestión de segundos.
Dentro del enorme avión toda la tripulación preparaban las armas para destruir el
blanco señalado. Ya tenían experiencia con blancos móviles, aunque jamás habían
apuntado a algo tan pequeño, pero sin dudar de su buena puntería abrieron toda su
capacidad de fuego. Todo bajo las miras de los cañones se despedazaba con los
interminables impactos que a diferencia de las bombas, lograron golpear directamente
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el cuerpo de Woden. Cada uno le reventaba alguna parte del cuerpo, cada uno le
producía más dolor que el anterior, cada uno le acercaba más y más a la impensable
muerte de un inmortal. Incluso el sonido de sus llantos quedaba reducido ante el
estruendo de los disparos, y solo un último grito, lleno de la misma desesperación que
la un niño al perder a su madre, resonó hasta cubrir cada centímetro de la playa.
- ¡¡MORGANA!! -
Un último disparo pegó directamente en su pecho, penetrándolo por completo,
haciendo que la agonía lo consumiera por completo cuando su torso se empezó a
fragmentar en miles de pedazos que volaron por el aire en una hermosa nube de
brillantes tonos blancos y azules. Todo el ataque duró menos de diez segundos y ahora
todo escándalo desaparecía dejando solo el sonido de las olas golpeando las ruinas de
una muralla armonizado con las lejanas pisadas de los invasores.
Gotas de sangre caían al suelo mientras una lastimera figura se acercaba hacia
donde se encontraban los restos de la criatura que casi pudo destruir todos los sueños
de venganza de todas y cada una de las naciones del hombre. El dolor ahora palpitaba
por todos y cada uno de los nervios de aquel único hombre en la cima de la costa, pero
ahora bien valía la pena tratar de soportar el malestar.
Un gesto de satisfacción apareció en la cara del joven soldado al tiempo que lograba
levantar un poco la cara, disfrutando la fresca brisa marina y dejando relajar los
músculos, tal vez moriría, pero por lo menos podía alegrarse en el tiempo que le
quedaba, a fin de cuentas todo el sufrimiento no había sido en vano. Se había obtenido
la victoria. Pero al bajar la mirada, su expresión se llenó de desconsuelo al darse cuenta
que todos sus hombres habían muerto y ya ni siquiera podía distinguirlos entre la
enorme mancha de sangre y carne muerta en la se había convertido toda la colina, eso
le produjo un dolor más intenso que el de cualquiera de sus heridas. Sentía que ya no
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podía ni llorarles.
Cientos de veces se habían jurado a sí mismo no volver a llorar, pero le era
imposible, no podía olvidar los rostros de todos aquellos que lo habían acompañado y
con esto, una vez más quedaba solo. Recordó que alguna vez pensó que con ellos sería
diferente, no eran civiles indefensos, sino veteranos capaces de soportar más de lo que
soportaron su padres y ella… ¡ella!, ella todavía estaba viva y una vez más casi la
olvidada. La había recordado hace apenas tan poco e incluso fue ella su razón para
vivir, pero por alguna razón la realidad de la guerra se la arrancaba de la cabeza.
De pronto un leve sonido llamó su atención, y casi de inmediato se percató de una
extraña silueta desapareciendo velozmente hacia la lejanía. Sus ojos se llenaron de una
rabia indescriptible cuando distinguió la figura de Saerwen. De todo su cuerpo brotó
sangre al tiempo que desenfundaba un pesado revolver Webley calibre .455. Disparo
tras disparo trataba de mantener su arma lo bastante firme para asegurar su objetivo,
pero le era demasiado difícil y cada segundo que pasaba Saerwen se alejaba más y más.
Con todo el odio del mundo apuntó lo mejor que pudo antes de disparar su última
munición y vio con desesperación su falló, pero de repente una parte del lejano
antiguo se le desprendió de su cuerpo justo al momento de desplomarse, todo antes de
continuar su precipitada carrera casi de manera milagrosa. La maldita había logrado
escapar, pero en eso, varios disparos más salieron por detrás del capitán, todos
dirigidos hacia Saerwen, y todos en vano.
El capitán trató de recargar su arma, pero todo su cuerpo se derrumbó con fuerza
hacia el suelo mientras un rio de sangre se le escapaba por borbotones de su boca.
Inútilmente intentó levantarse, pero poco a poco su conciencia se desvanecía y toda su
mente se quedó en un negro vacío. Un último recuerdo le cruzó la mente; el rostro de
una joven que le miraban con hermosos ojos azules y encima de ella, un sol tan
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radiante que hacía que sus bellos cabellos castaños brillaran como el oro.
En ese entonces el cielo se veía tan claro y azul.
…
- ¿Qué demonios pasó aquí? – preguntó un soldado al acercarse al montón de
escombros y pedazos de cuerpos que rodeaba al capitán.
- Cállate y sigue disparando – respondió con una extraña y suave voz un hombre
que subía lentamente la colina, irguiéndose de tal forma que desarmonizaba el
ambiente de caos a su alrededor, como si se encontrara en un paseo veraniego y no en
las costas del hades. Y con toda la calma del mundo retiraba de su boca una larga
boquilla y la movía ligeramente para quitar la ceniza del cigarrillo en la punta, sus ojos
color sangre se veían aún más tétricos por las cicatrices negras que sobresalían como
líneas por arriba y por debajo de ellos, creando el efecto de maquillaje de circo y
torciendo su boca con disgusto dijo mientras volvía a colocarse la boquilla en la boca –
esa cosa se escapó. Pero por lo menos le volamos un brazo –
Un suspiro proveniente del maltrecho hombre en el suelo alertó a los presentes,
que con apuró rodearon al capitán – ¡Dios mío, esté sigue vivo! – dijo uno de ellos con
preocupación.
Con lentitud la mano del capitán se alzó al cielo, como buscando algo, solo para
regresar al suelo un segundo después - hermana – dijo antes de suspirar por última vez.
El hombre de las cicatrices se quedó mirando al hombre en el suelo por un rato,
fumando lentamente como siempre, al cabo de unos segundos lo movió con el pie,
lentamente al principio y luego aumentando la velocidad, tratando de hacerlo
reaccionar, pero al no ver respuesta se inclinó y se le acercó, alargando su mano y
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metiéndosela en el pecho buscando algo. Los demás soldados miraban en silencio
cuando el hombre de las cicatrices le arrancaba algo del cuello al hombre muerto y
abriendo su mano mostraba una placa de metal con algo inscrito en ella.
HARKER, WINSTON T.
Un suspiro, como un leve lamento salió de la nariz del hombre, ahora arrodillado
ante alguien que fue un simple soldado, olvidado a su suerte en el infierno, como él y
como todos aquellos que ahora subían por toda la maldita playa.
- ¿Compañero Mayor?, ¿Qué hacemos con él? – preguntó un soldado al acercarse al
hombre cicatrizado. Éste solo los miró con ojos somnolientos y les dijo con calma – el
tipo está muerto, no podemos hacer nada. Pero nosotros aún tenemos trabajo que
hacer – y dicho esto se puso de pie, aun mirando el cadáver. Con un suspiro más cerró
sus ojos, para abrirlos justo cuando su cabeza se alzó al cielo. Y en ese momento lo
supo.
El cielo jamás volvería a ser azul.
II
SOLO UNA RECOMPENSA
“El cielo sigue azul”
Isaac pensaba mientras levantaba la cabeza con tranquilidad. No era muy
aficionado a meditar, prefería solo vivir sin pensar demasiado en ello; además cada vez
que lo hacía terminaba por recordar su pasado, pero ahora con los nuevos eventos
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mundiales no podía dejar de pensar sobre el futuro, él, a quien jamás le había
importado la guerra ni nada referente a cualquier cosa fuera de su propia vida.
Hacía tres meses se había enterado junto con el resto del mundo de la liberación
total del continente europeo y del desembarco de Rahannwyn, con el que se había
dado inicio a la invasión del territorio de los antiguos, pero nunca sintió verdadero
interés por ello. Ahora era diferente, no podía creer los rumores del súper bombardero
estadounidense hasta que fue confirmado oficialmente hacía tan solo tres días. Al
principio lo había leído en uno de tantos periodicuchos británicos alrededor de las
colonias que tanto detestaba, pero al leerlo en uno de nacionalidad rusa sintió que
debía de ser completamente verdad. El Imperio Ruso-mongol de Ungern era
excesivamente cerrado, casi nunca publicaba cosas fuera del interés ruso, además de
ser muy dado a publicar discursos metafísicos y oraciones a dioses extraños, pero
también era muy cuidadoso de informar sobre los avances bélicos o científicos, más
cuando se trataba de alabar proezas extranjeras. Aunque hacía un par de años sus
periódicos también cometieron el error de creer los rumores de la súper arma probada
en la isla Clipperton. Tal vez aquella mentira dio esperanzas a muchos, les permitió
seguir viviendo, pero Isaac siempre supo la verdad, en primera, que solo los débiles e
idiotas ocupan de ilusiones y fantasías para obtener fuerzas y en segunda, que ninguna
bomba podía tener semejante poder destructivo, al final la noticia era evidentemente
falsa, aun cuando fue adornada con fórmulas matemáticas y teorías locas sobre la
posibilidad de una fisión de átomos.
Pero con la victoria ya como un hecho físicamente alcanzable las noticias se
volvieron más reales, por lo menos la de moda, el B-49 era real. A estas alturas, incluso
en ese rincón perdido, las noticias de guerra llegaban rápido.
- Gracias - dijo un hombre de baja estatura y robusta complexión, interrumpiendo
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sus pensamientos mientras se acercaba de manera precipitada, aunque revelando cierta
timidez en su rostro -nosotros nunca hubiéramos podido habernos desecho de esta…
bueno, de este problema -
Isaac volteó hacia el hombre, enseñando una mirada fuerte y de penetrantes ojos
oscuros, mostrando un aire de confianza que, según él, mantenía la profesionalidad del
trabajo. Al cabo de un momento de silencio se levantó tranquilamente, revelando la
cabeza del monstruo que hacía tan solo unos pocos minutos aun escupía fuego sobre
él.
- Los dragones de este tipo no son tan inteligentes como los de China, o los del este
de Europa, no fue tan difícil – dijo mientras sus ojos parecían brillar ante los rastros de
sangre que brotaban por los enormes agujeros de bala en el cráneo del animal,
lentamente acercó la mano hacia ellos, pero las palabras del hombre parecieron sacarlo
de su extraño trance.
- ¿E...E…En serio? - preguntó el hombre, con timidez.
Isaac no respondió, solo se limitó a verle con los ojos y la boca abierta mientras
afirmaba con la cabeza, dando a entender que al menos para él la anterior pregunta
tenía una respuesta obvia.
- Creo que tiene razón, digo… para alguien de su reputación –
- En cuanto a mi pago, me gustaría lo más pronto posible – expuso Isaac
extendiendo la mano.
La expresión del hombre cambió del asombro a una especie de incomodidad.
- ¿Algún problema señor? – preguntó Isaac con seriedad, mientras que con la otra
mano se acomodaba un par de gafas de tinte azulado.
- N... n... no, ninguno –
El hombre sacó un costal de tamaño considerable de una maleta que llevaba
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36. EL CORAZON NEGRO———————————————————————————
consigo y se lo entregó al joven, quien lo tomó de una manera rápida para evitar
incómodos forcejeos con el pequeño sujeto. Mientras caminaba hacia una semioruga,
recargaba su viejo rifle, pensando en lo irónico que fueron para él los tiempos de la
gran crisis; cuando la mitad del mundo se encontraba en medio de la desesperación,
cuando los ataques de los antiguos provenían de todos lados y los ejércitos más
poderosos del hombre se habían reducido a meras guerrillas. Que maravillosos
tiempos aquellos, cuando los refugiados pagaban lo que fuera por encontrar lugares
con al menos un poco de paz y lo hacían sin queja alguna. Si, aquellos eran los tiempos
de gloria, donde se podía cobrar lo que fuera y vivir como rey matando bestias, pero
ya no más, esos tiempos habían acabado ahora que los países ocupados habían
recobrado su libertad y muchas personas trataban de regresar a sus antiguos hogares.
Ya no importaban los campos de refugiados, ni las pequeñas aldeas con sus alcaldes
mediocres, sino el hecho de regresar a la madre patria, fuera cual fuera.
“Imbéciles, Como si sus casas siguieran ahí” pensó con cierto desprecio.
Pero su mente siempre volvía a la misma idea; que el cambio era solo superficial,
vano. No importaba quien dominaría el mundo por venir, la Gran Mancomunidad de
Naciones, los rusos, o incluso los Estados Soviéticos, ni adonde se movieran las masas;
lo seguro era que el hombre había recuperado su trono como dueño del mundo, y
volvería a ser el mismo de siempre, poderoso y patético. Como un niño con escopeta.
…
Las luces del pueblo empezaban a encenderse y las calles se encontraban vacías a
excepción de una pequeña figura que caminaba lentamente al tiempo que miraba como
el perfil de la calle parecía cambiar con el juego de luces y sombras intercalándose.
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- Creo que ya es hora de cenar – decía una joven para sí, subiendo el tono mientras
continuaba - maldita sea, ¿por qué tuve que perder mi reloj?... no sé qué será peor, eso
o que huelo a cigarro. Si Alice se da cuenta que sigo fumando a escondidas me va a
matar… eso y por llegar tarde - en ese instante, una segunda figura se asomó por la
calle; era un caballero de edad avanzada y vestimenta elegante, que volteaba a ver con
cierto interés la escena de la hermosa joven hablando al viento. Ciertamente no era lo
más extraño que él hubiera visto, pero la jocosidad de la situación ameritaba ser
contemplada.
Al darse cuenta que estaba siendo observada, la grácil muchacha miró fijamente al
hombre con una curiosa expresión de serenidad, como si estuviera viendo más a un
perro que a un Lord.
- ¿Qué horas son? – le gritó al caballero.
El hombre, en lugar de sentirse extrañado o molesto por la falta de formalidad en la
pregunta, la cual rayaba en la grosería, sintió ternura por aquella extraña al ver con más
detenimiento la agraciada figura de cabellos y ojos dorados que le miraban fijamente,
en espera de una respuesta.
- ¡Son las siete cuarenta y cinco de la noche! – le gritó el hombre con tranquilad y
ciertamente con más formalidad que la recibida.
- ¡NOO!… ¡ME MUERO! – gritó la joven y dando un brinco dio la media vuelta y
empezó a correr.
La joven dama empezó una carrera, pero a solo un segundo de comenzarla paró en
seco y casi tropezándose por la inercia de sus movimientos miró de nuevo al caballero
mientras movía la mano, agradeciéndole por la cortesía – ¡muchas gracias abuelo!, ¡le
debo una!– le gritaba mientras el señor sonreía tratando de aguantar una carcajada –
¡no hay de qué señorita!, ¡no hice gran cosa! – replicó el hombre callando por un
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momento antes de continuar - ¡ya puede empezar a correr! –
La jovencita le sonrió mostrándose aliviada y de inmediato retomó su precipitada
carrera.
La sonrisa del caballero se acentuaba, pensando en cómo la vida de las personas
más jóvenes era tan diferente a como había sido la suya, tanto, que algunas personas de
más edad ya empezaban a criticar lo que consideraban la pérdida de valores en la
juventud, pero el anciano consideraba que aquellas actitudes no eran peores que las
que había sufrido la generación posterior a la gran guerra. No, por el contrario, él veía
como la llamada “generación de las ruinas” mostraba cierto grado de responsabilidad a
pesar de mostrar rebeldía por las instituciones que sentían los habían abandonado.
Pero lentamente su sonrisa se desvaneció y sus ojos se tronaron tristes; “ahora ella
tendría su edad” pensaba el hombre al tiempo que apretaba sus puños con fuerza. El
haber pensado en los tiempos pasados le traía a colación recuerdos tristes que se
fundían con el dolor presente. Él había participado en la última guerra, cuando el
enemigo era humano y aún se conservaba la cortesía militar, pero esta guerra era tan
distinta, el ataque sorpresa devastó la totalidad de Europa en solo un año. Y aun
cuando él había logrado escapar, los recuerdos habían escapado consigo, como clavos
en su cabeza. Fue por eso que había decidido nunca volver a Inglaterra, los recuerdos
le atormentaban pero no podría soportar la realidad. Sentía que a su edad ya no sería
posible rehacer su vida, solo le quedaba morir con la mayor calma posible, el dinero no
sería un problema, para su familia nunca lo fue, pero ya no tenía con quien
compartirlo. La muerte de su hija antes de la guerra le infringió un gran dolor, pero en
ese entonces todavía tenía a su nieta, pero cuando ella murió en los primeros días del
ataque sobre Londres solo quedó en él, el odio sobre aquellas malditas criaturas, que a
pesar de su belleza solo le producían repulsión, con toda seguridad sabía que hubiera
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preferido verla crecer en la lejanía de los susodichos valores ingleses que en solo poder
verla en recuerdos cada vez menos definidos, pero siempre igual de punzantes. La
única alegría que podía encontrar eran las noticias de la avanzada aliada, sentía orgullo
al saber que los componentes y el dinero invertidos en los B-47 y en el ala voladora B-
49 habían sido británicos a pesar que los aviones habían sido construidos en suelo
mexicano por una compañía americana.
Por su parte, él todavía podía poner su grano de arena y poder así disfrutar de una
venganza que sentía más que personal, aun cuando tuviera que juntarse con gente
extraña o necesitara conseguir contactos con aquellos a quienes había matado hace
tantos años. Si, nada de eso tenía relevancia ya, solo la satisfacción de su último deseo
era lo importante. Todavía podía soñar y desear vivir lo suficiente para ver a todo el
maldito imperio de las hadas sumergido en el fuego, mientras los hijos de Frey eran
pisoteados por las botas inglesas.
El reloj daba las ocho cuando una cansada Elizabeth llegó por fin a su casa.
Apenas había abierto la puerta cuando una joven apareció de repente frente a ella, con
profundos ojos azules, cabello largo y castaño y una figura agraciada que era fácilmente
pasada por alto ante la mirada fría y molesta que presentaba.
- ¿Dónde carajos estabas? ¿Ya viste la hora que es?- le preguntó.
- Quise llegar antes pero no me di cuenta que anochecía, y cuando quise ver la hora
me di cuenta que no tenía mi reloj y…¡¡¡¡y!!!!-
- ¡¿Por qué no tenías tu reloj?! ¡No lo habrás vuelto a perder! ¿O sí? – interrumpió
la joven con tono molesto.
- Si, pero fue porque… -
- ¡No lo puedo creer, es el tercero que pierdes!, ¿Qué pasa contigo?, es como si no
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te tomaras nada en serio ¡Dios!, que voy a hacer contigo, hechas a perder todo lo que
se te pide… –
Elizabeth no quiso interrumpir, si bien sus oídos y sus piernas ya se habían
acostumbrado a tener que escuchar de pie lo que podían llegar a ser horas y horas de
gritos y regaños y si bien su cerebro ya empezaba a desarrollar una especie de cayo
mental que le impedía llenarse de culpa y remordimiento, aún seguía sintiéndose mal
por todo lo que su hermana le decía, porque sabía que era cierto. Alrededor del pueblo
Elizabeth tenía la fama de ser desobligada, grosera y manualmente torpe, pero era una
fama que ella se había ganado a pulso y no podía negarlo. La vida para ella era como
un juego que la mantenía en un estado de eterno soñar despierto y por más que lo
intentaba no lo podía remediar, esto hacia que siempre tuviera dificultad de
concentrarse en cualquier cosa importante y que se confundiera con facilidad. Aunque
su mente podía perderse durante horas viendo a una oruga subir una pared, cosa que
ya había hecho varias veces. Pero su forma de ser también la convertía en una persona
totalmente honesta, aunque no de una manera virtuosa, si bien era incapaz de mentir
siempre decía la verdad de la forma menos diplomáticamente posible, esto hacia que
nadie dudara de su palabra ni de su buena fe, así que hasta cierto punto no le era tan
difícil conseguir trabajo, lo difícil consistía en mantenerlo.
Alice notó que los ojos de su hermana se empezaban a ver vidriosos y pudo ver la
forma en que se abrazaba a sí misma tratando de tranquilizarse, con esto sintió como
el enojo que la había invadido desaparecía con rapidez. Ella realmente quería a su
hermana y desde la muerte de su padre tuvieron que depender la una de la otra para
poder resistir las penurias y salir adelante. Nunca fueron de una familia rica, pero la
herencia que les fue dejada no era poca cosa y aunque Alice sabía que sin trabajo su
situación podría volverse pesada, más que nada buscaba que Elizabeth se
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responsabilizara, su hermana menor no era una persona mala e incluso en las peores
situaciones siempre parecía tratar de dar lo mejor de sí, sin embargo nunca lograba
hacer nada bien.
- De acuerdo, hablaremos de esto mañana, primero vamos a cenar o se van a enfriar
las empanadas – dijo Alice después de un silencio tranquilizador.
- ¿Empanadas? – preguntó Elizabeth con cierta repugnancia.
- No me vengas con tus malditas quejas y come de una maldita vez – respondió
Alice con autoridad – pequeña vagabunda apestosa, acabo de tranquilizarme y ya
quieres volverme a hacer enojar –
Alice no había terminado de hablar cuando Elizabeth empezaba a caminar hacia la
cocina, limpiándose el rostro de manera disimulada mientras una pequeña sonrisa se
formaba en su rostro.
Pero antes de abandonar completamente el recibidor Elizabeth sintió un jalón y
girándose un poco vio cómo su hermana sujetaba su brazo con fuerza, obligándola a
voltearse por completo. Alice la miraba de manera penetrante, su nariz aspiró de forma
rápida y profunda al tiempo que su hermana se daba cuenta de lo que eso significaba.
- ¡¿Estuviste fumando?! –
…
La neblina ya comenzaba a bajar por las montañas cuando en los puestos de
defensa empezaba la rotación de los vigías. El ambiente se sentía pesado y los soldados
no sabían que era mejor, estar a la expectativa de un ataque cada noche o estar en el
frente donde el infierno es tan habitual que se convierte en una horrenda rutina. Un
militar de aspecto sombrío entraba en el cuarto de mando, sus largas manos
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preparaban su pipa mientras tranquilamente tomaba asiento para escuchar la radio.
Los minutos pasaron rápido y a más de media hora desde su llegada ningún
comunicado se había recibido, aquello ya no era cosa de preocupación, la mayoría de
las comunicaciones ahora eran más por protocolización que por cuestiones
importantes. Así que su tranquilidad era comprensible. Sin embrago un extraño sentir
de consternación se iba acrecentando con el paso del tiempo.
- Comuníquense con el bloque A – dijo al fin con un tono sereno.
Uno de los operadores radiales tomó en seguida el micrófono y haciendo las
conexiones correctas se comunicó con la única línea defensiva frente a ellos. Las
razones de tal silencio radial eran demasiadas, y no todas serian el resultado de
catástrofes, sin embargo aquel hombre sabía que hacer caso a las corazonadas o
preocupaciones irracionales era siempre una de las razones para la supervivencia en el
combate.
Un vigía bajó corriendo hacia el cuarto de mando, su rostro denotaba desconcierto,
pero recobró la formalidad al saludar a sus superiores.
- Jackson, ¿Qué hace aquí?, ¿Qué ocurre? – preguntó un capitán a lado suyo.
- Señor, no hay luces hacia el norte, ni siquiera la de la antena del bloque A –
- Esto no está bien – pensó el capitán en voz alta, - ¿mayor? – continuó,
dirigiéndose hacia el hombre de la pipa.
- ¡Comuníquense inmediatamente con el bloque central! - dijo el mayor de forma
determinante – esto no está bien – continuó mientras dejaba la pipa sobre su escritorio
y se dirigía al capitán - esto no está bien – le repitió.
El escenario fue el mismo; silencio total. De pronto todo tomó una nueva
dimensión dentro de sus cabezas; sintiendo cómo si se encontraran en otro tiempo y
en otro lugar. Como si se ubicaran en la Inglaterra de finales de 1942, cuando se
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habían perdido las comunicaciones con el norte de Irlanda. En ese momento nadie en
el mundo se hubiera imaginado las causas de tal suceso, ni que lo ocurrido ahí seria el
inicio de una guerra que estaba durando casi siete años. Pero lo peor en ese entonces y
ahora, era la incertidumbre. Combatir contra un enemigo siempre es peor cuando no
se le ve y es incluso peor cuando no se le conoce. Y aun cuando al menos ya se tenía
una idea de las cosas que ocultaba el mundo, todavía la mente humana no estaba
preparada para ver aquellos secretos tan seguido.
Desde la rendición de las tropas élficas en el Asia, los aliados habían decidido
mandar la mayor cantidad de recursos para lo que sería la invasión de Ávalon, pero el
miedo a los ataques aéreos o sorpresa había quedado tan grabado en el corazón de
todo europeo, que hizo que se postraran líneas de defensa a lo largo de regiones de
importancia comercial, política o social. Si bien la mayoría de los ataques fueron
aéreos, nunca se presentaron muchos ataques terrestres en la mayoría de ellas, a lo
mucho, algunas escaramuzas con grupos nómadas, o intentos de saqueo,
principalmente al sur de Persia, pero la situación al norte de India había sido muy
distinta. Cuatro años atrás, una incursión antigua había logrado atravesar Rusia, solo
para cambiar de curso y dirigirse rápidamente al sur en un intento de crear una división
temporal entre los suministros rusos provenientes de Siberia y su frente de combate
en el Cáucaso, esto a fin de permitirle al alto mando élfico concentrar sus fuerzas en
Egipto el tiempo suficiente para conseguir la rendición o la aniquilación del
Europäisches Afrika Korps. La incursión tuvo un éxito sorprende y llegó tan al sur que
penetró el norte de la India con suma facilidad, deteniéndose en la ciudad de Agra,
donde una fuerza conjunta anglo-japonesa pudo contenerles por más de cinco meses
aun cuando escaseaban los pertrechos. De hecho, de no haber sido por que la táctica
élfica fue explotada por el mariscal Zhukov, para lograr crear su propio bloqueo
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temporal a través de una rápida ofensiva que atravesó de Turquía a los Balcanes, la
India hubiera terminado en manos de Ávalon. Pero después de la retirada antigua, el
uso de las bombas químicas por parte de Japón, provocó un ambiente tenso en los
bosques y las montañas del Asia central, ya que se empezaron a correr rumores de
enormes bestias que huían de las selvas contaminadas hacia los poblados cercanos en
un intento desesperado para encontrar comida o refugio. El mismo mayor llegó a
escuchar de los soldados japoneses y rusos dichos rumores, de enormes monstruos
parecidos a los dragones, pero más grandes y carentes de inteligencia, capaces de matar
a un elefante de un solo mordisco, pero jamás les había creído aun cuando durante las
últimas semanas los rumores provenían de soldados ingleses que salían a patrullar los
bosques.
Ahora, por alguna razón, aquellas cosas venían a su cabeza, como una especie de
advertencia. Pero sabía que no podía permitirle a su mente el estar divagando,
distraerse provocaba la toma de decisiones equivocadas y en esos momentos no
contaban con los refuerzos suficientes para subsanar errores. Logró calmarse por
completo, guardando silencio y despejando su mente, logrando poner atención en la
calma que reinaba el ambiente, no solo por parte de sus hombres sino también del
bosque. E inmediatamente se percató de la importancia de ello.
- ¡SAQUEN LOS 88 Y DISPAREN AL BOSQUE! – gritó el mayor con terror en
sus ojos.
Fuera lo que fuera que estuviese en el bosque, había logrado asustar a todo animal
en las cercanías y el mayor Johnson sabía que no era fácil asustar a muchas de aquellas
bestias.
Cinco enormes torretas salieron del suelo delante de la enorme muralla provocando
un enorme estruendo al abrir fuego, frente a ellos el bosque volaba hecho pedazos en
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un mar de llamas. El fuerte tuvo un segundo de tranquilidad, solo un segundo, antes
de ver como una gran masa obscura surgía de entre los escombros y se dirigía
directamente hacia ellos. Las torres de ametralladoras disparaban ininterrumpidamente
sin lograr efecto alguno sobre la gran mole que avanzaba como un tren fuera de
control.
Ninguno de los presentes jamás había visto nada semejante. Aquella criatura media
alrededor de cinco metros de alto y con la excepción de un hocico lleno de dientes,
asemejaba a una enorme ave a medio desplumar, moviendo sus enormes piernas a una
velocidad increíble para sus dimensiones. Parecía que nada pudiera detenerla, derribaba
las torres frente a ella sin detener en lo más mínimo su marcha. El capitán Smith logró
ver como del costado de la bestia goteaba sangre y supo que los primeros disparos de
los cañones si bien no pudieron detenerla si habían logrado herirla.
- ¡RECARGUEN MALDITA SEA, RECARGUEN! - gritó el capitán con
desesperación. En ese mismo momento, el monstruo derribó el último de los postes
de concreto, golpeando directamente contra una de las torretas, inutilizarla y
hundiéndola en el suelo tras un segundo golpe
Las demás torretas giraron inmediatamente para dar un segundo tiro, sin embargo,
fue inútil, la enorme bestia ahora embestía contra el muro principal, derrumbándolo en
pocos segundos.
Johnson cayó al suelo con el primer impacto y quedó paralizado cuando vio una
enorme cabeza cruzar rápidamente el espacio que antes ocupaba el puesto de mando.
Un enorme ojo rojizo, fijo y sin alma cruzó por su campo de visión y pudo sentir el
terror a través de su cuerpo al imaginar los pueblos cercanos a merced de aquel animal.
Pero aquella sensación fue lo último en su vida antes de ver como un pedazo del techo
caía sobre él.
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Tras el humo y los escombros un hombre se levantó de manera tambaleante, su
cara llena de sangre impedían distinguirlo pero sus insignias denotaban el rango de un
capitán. Smith movía la cabeza de forma rápida tratando de recobrar el sentido y al
recuperarse, sus ojos se fijaron en los cuerpos de los soldados muertos a su alrededor,
poniendo especial atención en una figura inmóvil que se encontraba bajo un bloque de
concreto.
- ¿Mayor?... ¿MAYOR? – gritó el capitán sin recibir respuesta.
Al verse solo, Smith buscó comunicarse con los poblados, pero la radio había
quedado destrozada. Estuvo a punto de caer en la desesperación cuando su mano tocó
la caja metálica que contenía las bengalas. Él sabía que en New Exeter vivían muchos
viejos soldados y que era seguro que las señales fueran bien interpretadas, así que cargó
la pistola con una bengala y la disparó al cielo.
Sus ojos no dejaban de ver aquella luz, ahora, su última esperanza.
…
Empezaba la madrugada y en las tabernas las sillas empezaban a escasear y los
tarros sucios empezaban a amontonarse. Las cosechas habían sido buenas y a
producción mejor y junto con las últimas noticias del avance aliado se daba la perfecta
ocasión para celebrar un poco en el pueblo. New Exeter era sin lugar a dudas uno de
los lugares que más había prosperado desde su fundación como una fábrica de
municiones, atrayendo a tantos trabajadores, granjeros y transportistas, que las
personas que vivían ahí comúnmente dudaban en ser repatriadas. Ya no había nada
para ellos en las islas.
Los cantos de hombres ebrios acompañando a la música, junto con la radio
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sintonizando la BBC de Nueva Londres, producían una jungla de sonidos que no
permitían distinguir las órdenes de los clientes y en medio de esta cacofonía de alegría
la puerta se abrió con lentitud mientras un individuo entraba en el local, una pesada
capucha verde cubría su cabeza y obscurecía su rostro, pero se le llegaba a apreciar un
aspecto cansado y descuidado. Nadie lo había visto jamás en el pueblo, pero con el
crecimiento de los pueblos vecinos era normal ver extraños.
- Estoy de paso en el pueblo y quisiera saber si hay alguna posada de buena calidad
por aquí – preguntó el forastero al acercarse a la barra.
- Chamberlain´s es la mejor que puede encontrar, esta dos calles adelante. Pero es
algo cara, así que lleve dinero amigo – respondió un viejo tabernero de alegre
semblante, bastante activo para su edad.
- El dinero no es problema, al menos por ahora – sonrió el joven mientras hablaba.
- Entonces que prisa tiene amigo, quédese a celebrar un poco, ¡la victoria ya está
cerca y la cerveza está a mitad de precio! –
De un solo movimiento el extraño se quitó su capucha y la puso arriba de la barra,
al tiempo que descubría su cuerpo y su rostro.
No era muy corpulento o musculoso, pero si algo alto. Su apariencia era fría e
inspiraba cierto espanto. Tenía la nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro
rojizo y delgado y unas pestañas muy largas que daban sombra a unos grandes ojos casi
negros y bien abiertos; las cejas negras y tupidas le daban aspecto amenazador. No
llevaba bigote pero mostraba rastros de una barba mal rasurada y sus pómulos
sobresalientes hacían que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz de toro le
ceñía la cabeza, de la que brotaban como púas cabellos oscuros mal peinados para
atrás.
- ¡Amigo!, de veras que se ve cansado, pero nada que un buen trago no pueda curar
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– dijo el hombre detrás de la barra al notar las ojeras que colgaban debajo de cada uno
de sus ojos.
- Al diablo, ¿Por qué no?... Deme una cerveza, tanto trabajo amerita un descanso.
¿No creé usted? – dijo al viejo tabernero.
- ¡Ah!, así se dice. Por cierto, ¿cómo se llama amigo? –
- Solo llámeme Isaac – respondió el extraño al tomar el tarro con calma.
Al pasar los minutos, Isaac notó que realmente disfrutaba aquel lugar. No era por
ningún factor físico, pues ciertamente el olor a humanidad concentrada y el excesivo
sonido difícilmente relajan a alguien. No, era algo más, algo social, el contacto
humano, la tranquilidad de estar rodeado de personas y no tener ninguna
responsabilidad ante ellos más que la de reír por cualquier tontería que a los borrachos
se les ocurriera, o la de brindar por la victoria de Inglaterra, fusionando su voz con la
de todos a su alrededor. Una parte de él seguía viendo a sus anfitriones como solo un
montón de asnos u otros animales de granja, imaginándoselos revolcándose en un
lodazal justo antes de ser llevados al matadero, pero por lo menos ahora eran
simpáticos y podía sentirse, o al menos fingir, que era igual a ellos, un cerdo más entre
iguales. Qué diferente hubiera sido el contacto con ellos hace tan solo unos cinco años,
justo antes de que empezara a lucrarse con la muerte.
De pronto, una hermosa joven entró en la taberna, y aunque en su rostro se
mostraba tranquilidad, todos perdieron la serenidad con solo verla.
- ¿Alice?, que sorpresa. ¿Que se te ofrece? – le preguntó una de las camareras.
- ¿No creo que vengas por un trago verdad? – añadió un ebrio.
- Disculpen, pero hay algo que creo que deberían ver –
Muchos de los hombres presentes dejaron sus tarros en las mesas y se levantaron
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para averiguar el motivo de la visita. Ellos sabían que Alice era una mujer responsable,
muy diferente de su hermana y que por ningún motivo los hubiera interrumpido por
una pequeñez, menos para hacerles perder el tiempo. Al salir notaron de inmediato
una luz blanca que se caía desde las montañas al norte del pueblo.
- Una bengala – dijo un anciano – posiblemente haya sido disparada desde el fuerte
que se encuentra a 10 Km. de aquí –
- Es una señal de ataque, como las que se daban en la guerra de trincheras – Expuso
un caballero al bajar su tarro, sin importarle tirar su contenido, denotando más su
preocupación, como si supiera lo que le esperaba al pueblo.
- Un ataque, eso es ridículo – refutó una señora – los antiguos ya están muy lejos,
no han vuelto desde que las sacamos del Taj, a lo mejor esa bengala es solo por
entrenamientos o algo así… -
Pero desde la lejanía, un terrible rugido rompió la tranquilidad de la oscuridad,
callando todo su paso mientras despertaba a todos los habitantes de New Exeter.
- ¡ALGO CRUZO LAS LINEAS DEFENSIVAS! - gritó de inmediato la mujer que
hasta hace poco se mostraba llena de seguridad – ¡ES UN DRAGON, ES UN
DRAGON! - continuó chillando con terror al tiempo que los murmullos de las
personas se convertían ahora en voces de pánico.
- No es un dragón – exclamo el extraño joven de taberna.
Todo mundo calló durante un momento, quizás esperando que aquel desconocido
siguiera diciendo algo, pero no lo hizo, solo se limitó a dase vuelta e irse caminando
hasta un extraño armatoste de metal al final de la calle. La pequeña multitud quedó
extrañada, volviendo a las murmuraciones, solo el sonido de una puerta de metal
cerrándose atrajo de nuevo la atención de la gente hacia el forastero, que ahora
avanzaba hacia ellos cargando una gran funda en su espalda y una maleta en cada
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