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06# La vida de los demás como narración
Yo declaré la guerra al mundo.
Cuando te pones a pensarlo, cada uno está totalmente condicionado por la metáfora que elige para describir la vida. Un baile, un paseo, una carrera, un
viaje. No siempre está en nuestra mano elegirlo, desafortunadamente. Y ese es mi caso.
Desde que tengo memoria vivo la vida como si fuese una batalla eterna, contra todos y contra todo. Un ejemplo rápido: al ser zurdo me mancho la mano
constantemente al escribir. Mi mano pasa por encima de la tinta aún fresca. Eso siempre me ha enervado infinitamente, así que un día le declaré la guerra
a los bolígrafos. No lo pienso así cada vez que ocurre, claro; pero siempre estas tonterías mías nacen de una especie de declaración de guerra silenciosa.
Aprendí a escribir del revés, con la hoja girada 180 grados. Así, escribo de derecha a izquierda y jamás me mancho. Es una pequeña victoria secreta que sé
que de alguna manera inexplicable los bolígrafos entienden y se ven obligados a sufrir en sus derrotados cuerpos de plástico. Pero para entonces hay mil
batallas más dentro de mí. Es doloroso, porque me es casi imposible sentir una tregua, la calma, el saberme aliado de alguien.
Cuando alguien me hiere surge dentro de mí una violencia primitiva que es parte de la definición más básica de mi persona: siempre supe que esa persona,
al igual que el resto, era parte de la batalla interminable que es la vida. No os equivoquéis: disfruto mi vida, quiero a mi gente y me siento rabiosamente feliz,
pero vivo con una facilidad ridícula para ponerme en guerra con todo. Lo detesto. Parte de la culpa es mi memoria. Tengo una memoria formidable. Recuerdo
mil cosas con todo lujo de detalles. Eso ayuda a que no sea capaz de ponerle fin a nada. Lucho por los sueños pasados porque aún viven en mí; lucho por
los amigos que perdí porque cada buen momento me sabe como si hubiese ocurrido hace cinco días; lucho por todos mis amores fallidos porque recuerdo
con demasiada claridad cada gesto, mirada o frase que me hirió fatalmente en cada ocasión. Supongo que nunca aprendí a rendirme.
Pero hace poco empecé a tener el siguiente temor: a veces siento que me estoy perdiendo algo básico de la vida. Un amor muy intenso, un sentimiento
nuevo, una complicidad nunca antes vista, unas noches imposibles donde todos entendemos que hemos descubierto la cara oscura de esta luna que nos
ha tocado vivir. Me lo estoy perdiendo y está a la vuelta de la esquina. Es profundamente triste, pero creo que hasta que no acabe todas las guerras que he
declarado, no podré pasar página y abrirme a todo eso nuevo que siento que me está esperando. Y es tan fácil como decidir hacerlo, como decir basta; pero
ahí estoy yo, cada día más cansado, peleando mil batallas mientras le pregunto a la vida, a mí mismo, ¿cómo se hace para cesar el fuego?

Te recuerdo.
Cada día la misma historia, la misma frase frente a mis narices poco después de que terminase lo nuestro. Y yo le preguntaba: -¿Por qué?, ¿Por qué
solo yo la sigo viendo, y el resto de personas ya no?. Y ella no sabía que responderme, la verdad es que nadie lo sabía!. Tal vez fue un travieso error
informático, algún fallo, en algún extraño y oscuro servidor escondido tras una jungla de cables de colores y microchips, manipulado por alguna extraña fuerza con un macabro sentido del humor, que me escogió exclusivamente a mí, para ser víctima de su íntima y cruel broma. Creedme cuando os
digo que la frase permaneció allí durante años enteros! Algunos se burlaban de mí, otros decían que estaba loco hasta que llegaban a verlo con sus
propios ojos. Allí paradas las palabras en fila india, entre asteriscos que simulaban ser estrellas, como gritándome a diario, que lo dejase pasar! Que
me olvidase! O tal vez insinuándome que estaba muerto, o peor aún, muerto por dentro! Aterrador. Con el tiempo parado y en mi contra, fueron pasando los días aunque no pasaba nada.
“Cada final, es un nuevo comienzo” Tal vez la escribió por mí y para mí, y conmigo se quedó para siempre. Se quedó como una invitada molesta en
mi vida que yo trataba de entender, pero me era muy difícil. Trataba de entenderla al mismo tiempo que me preguntaba que es lo que verían otros,
trataba de entenderla dibujando y desdibujando una fina línea que nacía de la coma que separaban esas palabras malditas, encontraba más angustia
hacia el instante que significaba para mi esa línea, que paz, en el significado de lo que dividía, porque al final ‘el final’, siempre iba para mi detrás del
comienzo. Y no podía ser de esta forma con el tiempo parado, perdí la razón, dejé de mirar, y entonces pude verlo con mayor claridad. Que el comienzo era el final disfrazado de una oportunidad, la oportunidad para guardarla para siempre donde siempre debió estar, en el recuerdo, tal vez la mejor
forma de existencia.
Quan jo tenia 17 anys, el meu tutor de batxillerat em va preguntar quina carrera volia fer. A la meva classe, de 20 persones vàrem arribar 3 a la universitat. Després de moltes meditacions, vaig atrevir-me a confessar que el meu somni era fer dret per esdevenir jutgessa, i encara recordo el seu somriure cruel dient que mai ho aconseguiria. Així fou com vaig acabar el Batxillerat i vaig encarar-me a la vida universitària, amb la sensació de no ser mai
capaç de fer realitat el meu somni, i sense recolzament dels meus pares, ja que estaven totalment d’acord amb el meu tutor. Gràcies a la meva força
de voluntat, vaig entrar a la carrera que volia amb una bona mitja. Vaig passar el primer curs més bé del que creia, però a segon vaig defallir. El meu
avi estava a punt de morir-se i em passava els dies visitant-lo a l’hospital, discutia constantment amb la meva ex-parella i els meus pares em presionaven perquè deixés la carrera, ja que mai em van veure capaç. Per sort, al cap d’un llarg temps, el meu avi va vèncer el càncer i vaig conèixer una gran
persona amb qui actualment comparteixo la meva vida. Aquests fets van suposar un nou començament en la meva vida que llavors havia tocat fons,
vaig acabar la carrera, vaig donar-li la notícia al meu ex-tutor de l’escola que no s’ho creia, i als meus pares, que em recriminaven no haver estudiat
una altra cosa i que no hi havia per tant. Durant els 4 durs anys a Dret, vaig deixar de sortir, em passava els caps de setmana tancada a la biblioteca
amb una amiga (sort d’ella!) que estudiava bioquímica. Però finalment va valer la pena, vaig treure algunes Matrícules d’Honor i per fi puc dir que he
complert el meu somni tot i tenir a tothom en contra i subestimant-me. He pogut fer un màster, i ara mateix estic estudiant les oposicions de jutge i em
veig totalment capaç d’aconseguir-ho. Els límits se’ls posa un mateix, i jo no penso parar mai.

Perder una amistad siempre es algo extraño, la sensación de vacío y de tristeza te embarga, pero en algunas ocasiones la pérdida conlleva una
ganancia posterior. A veces, sólo algunas veces pierdes algo en un sentido para ganarlo en otro, y perder todo lo que creías tener puede brindarte la
oportunidad de empezar de nuevo y ser como realmente quieras ser sin importar ya lo que los demás piensen.
En un determinado punto de mi vida todo aquello que me rodeaba parecía desmoronarse sin remedio y no encontré ningún sitio en el que apoyarme; pero, con el tiempo, me di cuenta de que esto no era así realmente, aunque perdiera todas las amistades que creía tener seguía teniendo algo,
mientras te tengas a ti mismo y sigas teniendo fuerza de voluntad para vivir tu vida cómo quieras no necesitas a nadie más, las opiniones infructuosas
de personas que ni siquiera se molestan en conocerte no deberían tener tanto peso sobre tu consciencia, ni deberían tener el poder de manipular tu
forma de ser o de pensar.
Después de darme cuenta de este hecho decidí empezar de nuevo, ser yo misma pasara lo que pasara y no dejarme influenciar por los pensamientos
ajenos, en ese momento empecé a conocer gente con la que tenía más afinidad y con la que podía hablar sin temer lo que pensaran cada vez que
abría la boca, aun así no hay que dejar que estas personas se conviertan en una influencia negativa que oprima tu forma de ser, a veces cuando alguien hace que lo pases muy mal y te hace muy poco bien es mejor dejar atrás a esta persona por mucho que te duela, ya que “cada final es un nuevo
comienzo” y nunca se está solo si uno se tiene a sí mismo y es feliz por sí mismo sin ser dependiente ni estar siempre pendiente de lo que los demás
hagan, piensen o quieran de uno.
Nunca olvidaré la primera vez que terminé de leerme un libro “de mayores”. Era una de esas lecturas obligatorias del colegio, que nos teníamos que
leer durante el verano para hacer después una redacción. Teníamos una lista y el libro que elegí fue La historia interminable. Me enganché. Des de la
primera página, me aficioné a ese libro, cosa que me enorgullecía, porque era el primer libro que leía por gusto, y no por obligación de algún profesor,
y aunque ya había visto la película, cada palabra provocaba que mi cabeza viera de nuevo todos los paisajes, personajes e historias de las que habla
el libro, aunque ya lo había visto en pantalla, leerlo fue como volver a ver esa historia por primera vez.
Poco a poco, fui consumiendo ese libro, de manera obsesiva, hasta que se terminó. El vacío existencial que sentí entonces no lo he vuelto a sentir con
prácticamente nada. Para mí, todo se había acabado, ya no tenía nada que hacer, ningunas páginas en las que ocultarme del mundo real… Al cabo de
unos meses, descubrí que la lectura no sólo acababa en La historia interminable, descubrí que, aunque aquél libro me había llegado a lo más hondo
del alma, había muchísimas otras historias, esperando a ser leídas por una niña deseada de conocer mundos que no existen y de adentrarse en mil
aventuras.
Ese libro, La historia interminable, lo tendré siempre presente, ya que fue sin duda alguna el libro gracias al cual descubrí el mundo de la lectura. Y sí,
cuando lo terminé pensé que era el fin, pero descubrí que era mucho más que eso. Era una puerta abierta a un mundo de palabras increíbles y historias maravillosas e igualmente interminables.

Él es la mitad de algo. Una hermosa, fuerte y dotada mitad de algo, que tal vez es más fuerte, más grande y más hermoso que él. Es, por tanto, la
mitad mágica de algo majestuoso e inescrutable. Ella, es un todo. Un todo pequeño, desorientado, no muy fuerte y carente de armonía, pero un todo.
Él, Marco, vivió su vida entera con la intención de no perderse nada, aprovechó cada gusto y disgusto que la vida le deparó, quizás llevó al extremo la
libertad que algunos hombres poseen y esa misma libertad le privó de sentimientos como la responsabilidad, el arrepentimiento o el miedo a perder.
Ella, Andrea, hija de Marco, joven, cree que debe buscarse un lugar en el mundo, las líneas de sus manos no contienen ni la mitad de posibles caminos que podría tomar el rumbo de su vida y eso la aterra. Se podría decir que gran parte de su encanto reside en el hecho de que no es consciente de
su belleza.
Marco, en el ocaso de su vida y un diagnóstico médico que pone fecha de caducidad a su cuerpo, se da cuenta de que sólo le faltan por conocer a la
muerte y a su hija, Andrea.
Ya es verano, Andrea conduce siguiendo el cause de un río, Marco está sentado en el asiento del copiloto, se sonríen tímidamente, ella no recrimina
nada, él la mira, le pide perdón en silencio, la mira más y aprende a sentir nostalgia por algo que nunca fue.
Andrea sabe que tienen poco tiempo y exprime el que les queda escuchando las historias de Marco. Ella tiene todas las preguntas y él casi todas las
respuestas. Ella tiene toda la vida por delante para aprender aprenderse y responderse. A él sólo le queda una pregunta sin respuesta “¿Por qué da
tanto miedo la muerte?”, pero Andrea si sabe esa respuesta, siempre la supo: porque se ama.
Lo que empieza, que no acabe.

Llamadme Mat, crecí y viví gran parte de mi vida con mi padre y mi abuelo. Que puedo decir de mi, que algo no haya vivido. Bien, pues hagamos un
pequeño resumen. Gran parte de mi infancia se resume en hospitales y bares, divertido no? Quizás es por eso mi pánico a las personas con batas
blancas… Recuerdo que cuando era pequeño tuve un perro, me sentía la persona mas feliz. Él era pequeño, peludo y sobre todo le gustaba comer
como las personas, con una cuchara. Por cosas de la vida, llamémosle destino tuve que separarme de él, porque era la causa de mi alergia, después
de unos años supe la razón del porque nos distanciamos. Iban pasando los años , después de mil historias, peleas absurdas de críos y tras mis dos
encuentros cercanos con la muerte, parecía que todo iba bien, buscando ese horizonte que todos anhelamos, hasta que tuve que dejar todo eso para
dar comienzo a algo nuevo, nuevo en todos los aspectos tanto personal, como social. Vi a mi madre por segunda vez, una sensación rara, difícil de
explicar… El cambio no era tan malo después de todo… Es como la vida misma unos nacen, otros mueren, vienen y se van, principios con finales,
cambios, cambios para dar paso a algo nuevo dejando otras atrás.

Siempre he sido amante incondicional de los finales felices, de los finales de cuento. Pero resulta que en el mundo real este tema es bien distinto para
mí. Desde que tengo uso de razón no me llevo muy bien con los finales. De hecho, tengo una relación de amor-odio con la palabra “final” y lo que
significa, con todo lo que implica. Es perfecta, porque “final” tiene muchos nombres, muchas formas de llamarlo, y es capaz de cerrar historias con
sueños de los que saben a nubes de azúcar. Pero no me gusta, es devastadora, desoladora… arrasa con todo lo que has vivido hasta el punto en el
que aparece y, no lo borra, pero de alguna manera lo aparta de ti, como a un niño al que bruscamente le arrancan su juguete favorito de las manos
porque está siendo más travieso de lo que debiera.
Así es como me siento cada vez que tengo que pasar página o poner punto y final a algo; cada vez que sé que se acabó y que ahora solo queda seguir adelante y lo único que puedo hacer es mirar hacia atrás de vez en cuando para recordar, pero jamás para regresar.
Supongo que es un acto reflejo en defensa propia. O algo así. Pero siempre que se avecina un final, empiezo un sueño en el que la historia no tiene
fin. No quiero regresar a la rutina, al día a día, porque me sentía bien viviendo en un inagotable cuento que creía interminable. Entiendo que, igual que
un día lo veía inalcanzable y fui capaz de realizarlo, también tiene que llegar a su ocaso. Se siente una pena muy grande cuando llega el final; una
tristeza profunda; un no querer despertar del maravilloso sueño en el que se puede vivir intensamente. Sencillamente no puedo hacerlo.
Pero sé que también es cierto que no puedo quedarme para siempre. Porque todo lo bueno, aunque se hace esperar, dura poco, muy poco, tan poco
que o lo disfrutas aquí y ahora o se te escapa entre los dedos. Y para cuando deseas agarrarlo con fuerza y retenerlo a toda costa, ya se ha hecho
tarde, muy tarde, tan tarde que te das cuenta de que es imposible hacer frente al destino, a los finales, y que mucho menos puedes frenar su paso.
Es el ciclo de la vida, y para que algo empiece, algo debe terminar. Así que solo me queda resignarme y seguir adelante. Despertar, levantarme y
echar a andar aunque sepa que siempre, absolutamente siempre, pervivirá en mí el recuerdo de lo que un día fue pero ya no es más. Esto es lo que
comienza en mí cuando hay un final.
Me enamoré de él porque odiaba las puertas.
Con él todas las decisiones importantes se tomaban bajo las sábanas porque, según decía, si las mirabas desde la perspectiva correcta parecía que
no tuviesen final -o al menos eso es lo que nos gustaba creer. Puede sonar absurdo en un mundo en que al parecer solo escogemos en serio si es con
un enorme y caro vestido blanco rozando un frac, pero...así era él: ni principios, ni finales. Todas las ventanas de par en par para que si soplaba el aire
lo sintiéramos clavarse en nuestros huesos sin ningún tipo de piedad -que la vida no tenía sentido si no la exprimías hasta el límite, solía decir.
Jamás llegué a entender su absurdo concepto del todo, la magia, o el calor. Siempre hablando de energía, y yo diciéndole que dejase de una vez al
cosmos en paz y dibujase constelaciones en mi espalda, aunque cualquier sugerencia no era más que un mero pellizco para que empezase a hablar.
“¿Sabes?” me decía, “no sé por qué la gente se empeña en hablar de pasar páginas de libros que ni siquiera han escrito.” Yo lo miraba regañándolo
por subir a las nubes de nuevo, pero seguía: “¿qué empieza y qué acaba? ¿Las oportunidades se pierden o se ganan nuevas? ¿De qué está hecho
todo..? Creo que el problema está en que las personas no se molestan en plantearse que toda la energía que invierten en algo puede ser canalizada, y no intentar destruir muros de carga para caer más abajo todavía. El día en que tú y yo ya no… eso, ya me has entendido, no intentaré empezar
nada, ni siquiera terminarlo, porque eso es algo imposible. Parece que necesitemos tener un pasado que dejar atrás para confiar en que el futuro puede existir, y todo es mucho más simple: ni principios, ni finales. Ni puertas abiertas ni puertas que cerrar. Solo valoramos al tiempo porque no podemos
poseerlo, y con el amor deberíamos hacer lo mismo.”

Bailo. Tengo un grupo de danza y entrenamos todo lo que buenamente podemos, yo me tomo muy enserio el ir superándome a mi mismo continuamente y buscar siempre inspiración y nuevas influencias, adaptarlas a mi propia forma, y seguir adelante.
Voy atravesando etapas, los viajes, las competiciones, los encuentros, los nuevos amigos, los vídeos, marcan siempre un antes y un después, cambian
el enfoque. Pero parece cíclico... el hecho de que hay momentos en los que creo que realmente he llegado a un buen nivel, a un techo en el que me
siento cómodo, a una posición privilegiada, realmente entro en un bucle de satisfacción y algo de dejadez (no demasiada) en el que estoy un tiempo,
hasta que viene la bofetada de realidad. Estuve mucho tiempo empezando. Los comienzos en mi vida se prolongaban sin poder predecir su fin. Mutaban, se transformaban en rutina, aparecían de imprevisto, me preparaban para algo nuevo, se solapaban con otros..., pero jamás era consciente de
que se acabaran. Empezar era sinónimo de ilusión, nervios, novedad y ganas, aunque no sé hasta qué punto llegaba a valorarlo porque todo iba bien,
porque los principios se sucedían sin más preocupación que la de tener que vivirlos, disfrutarlos, esperarlos llegar.
Hasta que empezó algo que se me presentó como un ventanal abierto de par en par y me lancé a ello de una forma que no había hecho nunca, más
confiada, más animada, más viva; porque, ¿qué peligro había? Yo no caía nunca. Confiaba en planear siempre, en dejarme llevar por aquel principio
que se alargaría en el tiempo, que me ilusionaría sin fecha de caducidad… pero se acabó, un día, de forma tajante. De bruces contra el suelo, me
encontré con el primer fin al que me enfrentaba. Con los esquemas rotos y la única forma que tenía de comprender el transcurso de los hechos desmoronada, sólo me quedaba aprender a partir desde un comienzo distinto: desde el desencantamiento, el dolor, el desfallecimiento.
Y empecé. Desde abajo. Y, sorprendentemente, pude. Sin dar nada por hecho, sin vender humo, sin esperar más de lo que se me ofrecía, esperando
que se acabara… Y resultó que ése era el tipo de comienzo que valía la pena vivir, el de después del fin. Desde entonces, ya no dejo nada por acabar.
Ese sentimiento es en todos los casos fruto de la ignorancia, producida por estar inmerso en un ambiente muy alejado al que me gustaría (en este ámbito de mi vida), resulta que me encuentro en el más bajo de los escalones, mirando hacia arriba y sonriendo, porque ahora se que es fácil avanzar, se
que no sabía apenas nada. Esa es la felicidad que me engancha, esa caída que no me duele, me encanta, ese saber que no sabes nada, y que puedes
saberlo todo. En esos momentos, en los que lo que parecía final, es un nuevo comienzo, me doy cuenta de que es algo que que no solo amo, sino que
amo bien, no es una devoción obsesa, no es un fanatismo sin razón, es un amor bueno y puro por la música.
Cuando abrí los ojos aquel verano de 2003 noté que ya no estaba en mi lugar, todo parecía distinto y una atmósfera rara cubría el ambiente. Que qué
pasaba? eso quería yo saber, las personas eran diferentes, las calles eran diferentes, ¡joder! hasta los perros respondían a un llamado distinto del que
yo conocía.
Poco a poco fui entendiendo que todo eso que yo llamaba nuevo, era algo estático, antiguo, rutinario para miles de personas que pasaban por aquella
ciudad. Las palabras, la lengua, la forma de comunicarse, todo, absolutamente todo eso que era extraño para mi y mi percepción del lugar, no eran
más que situaciones comunes y excitantes para miles de guiris y personas que habían escogido esa ciudad como punto de partida. Que cómo hice
para acoplarme a todo ello? muy fácil, viviendo.
Con el correr de los meses aprendí las palabras, códigos que al comienzo solo parecían símbolos en un mar de impresiones, de hojas sin sentido, de
información vacía, pero que poco a poco fueron tomando forma y se convirtieron en parte de mi rutina. Una parte tan importante que tuve que optar
por no hablar más mi lengua, olvidar cosas que para mi significaban algo y en aquel lugar carecían de sentido. Pero este hecho dio un duro golpe a mi
ánimo, no solo anuló parte de mi identidad sino que también comenzó a construir una nueva, una identidad que me hizo fuerte, ohh que fuerte que me
volvió, ya no podía pensar en cero sin saber que después vendrían un sinfín de números, de experiencias de vida, de sueños, de anhelos, de derrotas
y cómo no, de triunfos. Este nuevo comienzo duró aproximadamente diez años. Ahora que he tenido que volver a mi raíz y re-pensar lo que realmente
quería es cuando me he dado cuenta que aquel primer cambio me llenó de alegría, satisfacción, orgullo... Aquel comienzo ahora es mi final, el final de
una etapa, la base para comenzar de nuevo, para investigar en mi, en mis deseos, en mis sueños; no lo veo como un final abierto ni cerrado, solo es
la puerta de una nueva experiencia, una puerta que se va abriendo poco a poco y en la que me estoy encontrando con lo mismo... ¿será que la vida
así como nos la han vendido es solo un cúmulo de recuerdos? o ¿será que somos los únicos encargados de darle forma a ese camino que para unos
es chévere y para otros simplemente es vida? no lo se, para mi el final de esa etapa ha sido el comienzo de otra, y en esta no me voy a perder ni un
solo segundo. Que comience el rock&roll!!!

Yo María, me sentía libre a los once años, viviendo en una familia de nueve hermanos, en una aldea de Cáceres. Jugar sin parar, inventaba aventuras, saltaba y corría. Cada día era un fluir como el agua de un arroyo. Un día el cura del pueblo me propuso ir a un colegio de monjas a Salamanca.
Mis padres dijeron que si. Yo estaba contenta pero lo ignoraba todo, ni tan siquiera podía pensar en lo que me esperaba: “ No sabía que era un colegio”; pues yo cada día iba a una pequeña escuela unitaria donde compartía enseñanzas con los demás niños y niñas del pueblo. Ese día representó
para mi el final de un nuevo comienzo, dónde todo eran normas y responsabilidades.
De niño mi escudo era el jugar y vivir aventuras con mis soldados, era mi evasión de mi realidad, mi protector, mi ausencia del lugar. Me sentía feliz,
importante e ilusionado hasta que volvía a la realidad. Después en la adolescencia utilice mi autoridad personal y para descargar la energía negativa
y renovarla recurría y recurro al ejercicio físico. Este como más duro sea mejor, cerca de la naturaleza, subiendo y bajando montañas, respirando aire
fresco y siempre renovando. Cuando finalizo es como si hubiera descargado una mochila llena de pesadas piedras. Me siento ligero como una pluma.
Ligero y feliz. En ese instante ya no necesito mi escudo protector, ya que la energía positiva que desprende mi cuerpo se convierte en un aura dorada
que no permite la negatividad. Estas sensaciones no permanecen en mi. Poco a poco se pierde y vuelvo a empezar. Aun así, siempre me quedará mi
hermosa naturaleza.

Estuve mucho tiempo empezando. Los comienzos en mi vida se prolongaban sin poder predecir su fin. Mutaban, se transformaban en rutina, aparecían de imprevisto, me preparaban para algo nuevo, se solapaban con otros..., pero jamás era consciente de que se acabaran. Empezar era sinónimo
de ilusión, nervios, novedad y ganas, aunque no sé hasta qué punto llegaba a valorarlo porque todo iba bien, porque los principios se sucedían sin
más preocupación que la de tener que vivirlos, disfrutarlos, esperarlos llegar.
Hasta que empezó algo que se me presentó como un ventanal abierto de par en par y me lancé a ello de una forma que no había hecho nunca, más
confiada, más animada, más viva; porque, ¿qué peligro había? Yo no caía nunca. Confiaba en planear siempre, en dejarme llevar por aquel principio
que se alargaría en el tiempo, que me ilusionaría sin fecha de caducidad… pero se acabó, un día, de forma tajante. De bruces contra el suelo, me encontré con el primer fin al que me enfrentaba. Con los esquemas rotos y la única forma que tenía de comprender el transcurso de los hechos desmoronada, sólo me quedaba aprender a partir desde un comienzo distinto: desde el desencantamiento, el dolor, el desfallecimiento.
Y empecé. Desde abajo. Y, sorprendentemente, pude. Sin dar nada por hecho, sin vender humo, sin esperar más de lo que se me ofrecía, esperando
que se acabara… Y resultó que ése era el tipo de comienzo que valía la pena vivir, el de después del fin. Desde entonces, ya no dejo nada por acabar.
Zas, de repente caes. La pieza de ese puzle que creías ingenuamente que encajaba a la perfección ya no está. Y te derrumbas ante tu propia inocencia. Tu puta inocencia. Y destruyes. Llega el momento entonces de decidir; aferrarte, vivir atada entre mentiras o liberarte, fluir, decidir danzar descalza
por terrenos desconocidos, a veces ariscos, a veces satisfactorios. Víctima o protagonista. Así que te dejas llevar, y eliges sentir. Sentir el suelo húmedo aún no pisado con tus propios pies, a un ritmo solo impuesto por tus sentidos. Decides ser compositora de tus propios movimientos, coreógrafa
de tus partituras, y descubres que la soledad está infravalorada, que una puede construir una bella sonata solo con quitarse las cadenas. Así, inmersa
en la dulce droga de la creación, llamas a la puerta del mañana, sin temor ahora, íntimamente acompañada de tus sentidos y experiencias. Ah sí, y
recuerda: cuando esa puerta se abra, que solo depende de ti, será cuando comprenderás, pequeña, que tú no eres dueña de ningún puzle, sino una
diminuta pieza del universo.

La respiración se me acelera, mi mirada se desvanece, mis huesos se caen en pedacitos sobre el suelo de su habitación. De repente brotaron
mis lagrimas, y ya no podía controlar. Esa emoción hizo surgir una batalla interior y exterior. No podía controlarlo más, no entendía nada y
estaba totalmente derrumbada. Destruida de repente. Tumbada en el suelo, hiriéndome. Él me observaba sin soltar ni una sola lágrima.
Después de tanta lucha esto era el final? Había caído una bomba, un volcán y yo, sin enterarme. Recuerdo esa noche como una de las más
tristes y en las que me sentí más muerta de mi vida. Había sido una relación de constante lucha, a la que me había entregado ciegamente. Ya
no me quedaba nada. Me sentía débil, no podía moverme, me habían robado mi fuerza, mi tiempo y mi propia alma. Ya no quedaba nada de
mi. Estaba consumida.
La vida es impredecible. Un día nos regala una sonrisa y otra nos la quita. Consumidos por el miedo, queremos poseer el tiempo y el amor,
pero es imposible.
Una continua batalla disfrazada de un paseo, una danza o una carrera. Cuando alcanzas el punto cero te queda la oportunidad del cambio,
de la creación y el aprendizaje. Ese final es tan solo un falso abandono. Se comprime en un cúmulo de experiencias guardadas en una cajita
llamada “ recuerdo”. Cuando quieras puedes volver a él para aprender y fortalecerte. O tan solo no existe ni un principio ni un final, quizás
solo tenemos que fluir al compás de nuestros sentidos sin olvidarnos de nosotros mismos. Y si alguna vez durante el paseo se nos cierra una
puerta, será la ocasión perfecta para aprender y escucharnos. Ya que hasta el miedo o a lo que llamamos final nos recuerda la importancia
del amor.

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El final es el comienzo

  • 1. 06# La vida de los demás como narración
  • 2. Yo declaré la guerra al mundo. Cuando te pones a pensarlo, cada uno está totalmente condicionado por la metáfora que elige para describir la vida. Un baile, un paseo, una carrera, un viaje. No siempre está en nuestra mano elegirlo, desafortunadamente. Y ese es mi caso. Desde que tengo memoria vivo la vida como si fuese una batalla eterna, contra todos y contra todo. Un ejemplo rápido: al ser zurdo me mancho la mano constantemente al escribir. Mi mano pasa por encima de la tinta aún fresca. Eso siempre me ha enervado infinitamente, así que un día le declaré la guerra a los bolígrafos. No lo pienso así cada vez que ocurre, claro; pero siempre estas tonterías mías nacen de una especie de declaración de guerra silenciosa. Aprendí a escribir del revés, con la hoja girada 180 grados. Así, escribo de derecha a izquierda y jamás me mancho. Es una pequeña victoria secreta que sé que de alguna manera inexplicable los bolígrafos entienden y se ven obligados a sufrir en sus derrotados cuerpos de plástico. Pero para entonces hay mil batallas más dentro de mí. Es doloroso, porque me es casi imposible sentir una tregua, la calma, el saberme aliado de alguien. Cuando alguien me hiere surge dentro de mí una violencia primitiva que es parte de la definición más básica de mi persona: siempre supe que esa persona, al igual que el resto, era parte de la batalla interminable que es la vida. No os equivoquéis: disfruto mi vida, quiero a mi gente y me siento rabiosamente feliz, pero vivo con una facilidad ridícula para ponerme en guerra con todo. Lo detesto. Parte de la culpa es mi memoria. Tengo una memoria formidable. Recuerdo mil cosas con todo lujo de detalles. Eso ayuda a que no sea capaz de ponerle fin a nada. Lucho por los sueños pasados porque aún viven en mí; lucho por los amigos que perdí porque cada buen momento me sabe como si hubiese ocurrido hace cinco días; lucho por todos mis amores fallidos porque recuerdo con demasiada claridad cada gesto, mirada o frase que me hirió fatalmente en cada ocasión. Supongo que nunca aprendí a rendirme. Pero hace poco empecé a tener el siguiente temor: a veces siento que me estoy perdiendo algo básico de la vida. Un amor muy intenso, un sentimiento nuevo, una complicidad nunca antes vista, unas noches imposibles donde todos entendemos que hemos descubierto la cara oscura de esta luna que nos ha tocado vivir. Me lo estoy perdiendo y está a la vuelta de la esquina. Es profundamente triste, pero creo que hasta que no acabe todas las guerras que he declarado, no podré pasar página y abrirme a todo eso nuevo que siento que me está esperando. Y es tan fácil como decidir hacerlo, como decir basta; pero ahí estoy yo, cada día más cansado, peleando mil batallas mientras le pregunto a la vida, a mí mismo, ¿cómo se hace para cesar el fuego? Te recuerdo. Cada día la misma historia, la misma frase frente a mis narices poco después de que terminase lo nuestro. Y yo le preguntaba: -¿Por qué?, ¿Por qué solo yo la sigo viendo, y el resto de personas ya no?. Y ella no sabía que responderme, la verdad es que nadie lo sabía!. Tal vez fue un travieso error informático, algún fallo, en algún extraño y oscuro servidor escondido tras una jungla de cables de colores y microchips, manipulado por alguna extraña fuerza con un macabro sentido del humor, que me escogió exclusivamente a mí, para ser víctima de su íntima y cruel broma. Creedme cuando os digo que la frase permaneció allí durante años enteros! Algunos se burlaban de mí, otros decían que estaba loco hasta que llegaban a verlo con sus propios ojos. Allí paradas las palabras en fila india, entre asteriscos que simulaban ser estrellas, como gritándome a diario, que lo dejase pasar! Que me olvidase! O tal vez insinuándome que estaba muerto, o peor aún, muerto por dentro! Aterrador. Con el tiempo parado y en mi contra, fueron pasando los días aunque no pasaba nada. “Cada final, es un nuevo comienzo” Tal vez la escribió por mí y para mí, y conmigo se quedó para siempre. Se quedó como una invitada molesta en mi vida que yo trataba de entender, pero me era muy difícil. Trataba de entenderla al mismo tiempo que me preguntaba que es lo que verían otros, trataba de entenderla dibujando y desdibujando una fina línea que nacía de la coma que separaban esas palabras malditas, encontraba más angustia hacia el instante que significaba para mi esa línea, que paz, en el significado de lo que dividía, porque al final ‘el final’, siempre iba para mi detrás del comienzo. Y no podía ser de esta forma con el tiempo parado, perdí la razón, dejé de mirar, y entonces pude verlo con mayor claridad. Que el comienzo era el final disfrazado de una oportunidad, la oportunidad para guardarla para siempre donde siempre debió estar, en el recuerdo, tal vez la mejor forma de existencia.
  • 3. Quan jo tenia 17 anys, el meu tutor de batxillerat em va preguntar quina carrera volia fer. A la meva classe, de 20 persones vàrem arribar 3 a la universitat. Després de moltes meditacions, vaig atrevir-me a confessar que el meu somni era fer dret per esdevenir jutgessa, i encara recordo el seu somriure cruel dient que mai ho aconseguiria. Així fou com vaig acabar el Batxillerat i vaig encarar-me a la vida universitària, amb la sensació de no ser mai capaç de fer realitat el meu somni, i sense recolzament dels meus pares, ja que estaven totalment d’acord amb el meu tutor. Gràcies a la meva força de voluntat, vaig entrar a la carrera que volia amb una bona mitja. Vaig passar el primer curs més bé del que creia, però a segon vaig defallir. El meu avi estava a punt de morir-se i em passava els dies visitant-lo a l’hospital, discutia constantment amb la meva ex-parella i els meus pares em presionaven perquè deixés la carrera, ja que mai em van veure capaç. Per sort, al cap d’un llarg temps, el meu avi va vèncer el càncer i vaig conèixer una gran persona amb qui actualment comparteixo la meva vida. Aquests fets van suposar un nou començament en la meva vida que llavors havia tocat fons, vaig acabar la carrera, vaig donar-li la notícia al meu ex-tutor de l’escola que no s’ho creia, i als meus pares, que em recriminaven no haver estudiat una altra cosa i que no hi havia per tant. Durant els 4 durs anys a Dret, vaig deixar de sortir, em passava els caps de setmana tancada a la biblioteca amb una amiga (sort d’ella!) que estudiava bioquímica. Però finalment va valer la pena, vaig treure algunes Matrícules d’Honor i per fi puc dir que he complert el meu somni tot i tenir a tothom en contra i subestimant-me. He pogut fer un màster, i ara mateix estic estudiant les oposicions de jutge i em veig totalment capaç d’aconseguir-ho. Els límits se’ls posa un mateix, i jo no penso parar mai. Perder una amistad siempre es algo extraño, la sensación de vacío y de tristeza te embarga, pero en algunas ocasiones la pérdida conlleva una ganancia posterior. A veces, sólo algunas veces pierdes algo en un sentido para ganarlo en otro, y perder todo lo que creías tener puede brindarte la oportunidad de empezar de nuevo y ser como realmente quieras ser sin importar ya lo que los demás piensen. En un determinado punto de mi vida todo aquello que me rodeaba parecía desmoronarse sin remedio y no encontré ningún sitio en el que apoyarme; pero, con el tiempo, me di cuenta de que esto no era así realmente, aunque perdiera todas las amistades que creía tener seguía teniendo algo, mientras te tengas a ti mismo y sigas teniendo fuerza de voluntad para vivir tu vida cómo quieras no necesitas a nadie más, las opiniones infructuosas de personas que ni siquiera se molestan en conocerte no deberían tener tanto peso sobre tu consciencia, ni deberían tener el poder de manipular tu forma de ser o de pensar. Después de darme cuenta de este hecho decidí empezar de nuevo, ser yo misma pasara lo que pasara y no dejarme influenciar por los pensamientos ajenos, en ese momento empecé a conocer gente con la que tenía más afinidad y con la que podía hablar sin temer lo que pensaran cada vez que abría la boca, aun así no hay que dejar que estas personas se conviertan en una influencia negativa que oprima tu forma de ser, a veces cuando alguien hace que lo pases muy mal y te hace muy poco bien es mejor dejar atrás a esta persona por mucho que te duela, ya que “cada final es un nuevo comienzo” y nunca se está solo si uno se tiene a sí mismo y es feliz por sí mismo sin ser dependiente ni estar siempre pendiente de lo que los demás hagan, piensen o quieran de uno.
  • 4. Nunca olvidaré la primera vez que terminé de leerme un libro “de mayores”. Era una de esas lecturas obligatorias del colegio, que nos teníamos que leer durante el verano para hacer después una redacción. Teníamos una lista y el libro que elegí fue La historia interminable. Me enganché. Des de la primera página, me aficioné a ese libro, cosa que me enorgullecía, porque era el primer libro que leía por gusto, y no por obligación de algún profesor, y aunque ya había visto la película, cada palabra provocaba que mi cabeza viera de nuevo todos los paisajes, personajes e historias de las que habla el libro, aunque ya lo había visto en pantalla, leerlo fue como volver a ver esa historia por primera vez. Poco a poco, fui consumiendo ese libro, de manera obsesiva, hasta que se terminó. El vacío existencial que sentí entonces no lo he vuelto a sentir con prácticamente nada. Para mí, todo se había acabado, ya no tenía nada que hacer, ningunas páginas en las que ocultarme del mundo real… Al cabo de unos meses, descubrí que la lectura no sólo acababa en La historia interminable, descubrí que, aunque aquél libro me había llegado a lo más hondo del alma, había muchísimas otras historias, esperando a ser leídas por una niña deseada de conocer mundos que no existen y de adentrarse en mil aventuras. Ese libro, La historia interminable, lo tendré siempre presente, ya que fue sin duda alguna el libro gracias al cual descubrí el mundo de la lectura. Y sí, cuando lo terminé pensé que era el fin, pero descubrí que era mucho más que eso. Era una puerta abierta a un mundo de palabras increíbles y historias maravillosas e igualmente interminables. Él es la mitad de algo. Una hermosa, fuerte y dotada mitad de algo, que tal vez es más fuerte, más grande y más hermoso que él. Es, por tanto, la mitad mágica de algo majestuoso e inescrutable. Ella, es un todo. Un todo pequeño, desorientado, no muy fuerte y carente de armonía, pero un todo. Él, Marco, vivió su vida entera con la intención de no perderse nada, aprovechó cada gusto y disgusto que la vida le deparó, quizás llevó al extremo la libertad que algunos hombres poseen y esa misma libertad le privó de sentimientos como la responsabilidad, el arrepentimiento o el miedo a perder. Ella, Andrea, hija de Marco, joven, cree que debe buscarse un lugar en el mundo, las líneas de sus manos no contienen ni la mitad de posibles caminos que podría tomar el rumbo de su vida y eso la aterra. Se podría decir que gran parte de su encanto reside en el hecho de que no es consciente de su belleza. Marco, en el ocaso de su vida y un diagnóstico médico que pone fecha de caducidad a su cuerpo, se da cuenta de que sólo le faltan por conocer a la muerte y a su hija, Andrea. Ya es verano, Andrea conduce siguiendo el cause de un río, Marco está sentado en el asiento del copiloto, se sonríen tímidamente, ella no recrimina nada, él la mira, le pide perdón en silencio, la mira más y aprende a sentir nostalgia por algo que nunca fue. Andrea sabe que tienen poco tiempo y exprime el que les queda escuchando las historias de Marco. Ella tiene todas las preguntas y él casi todas las respuestas. Ella tiene toda la vida por delante para aprender aprenderse y responderse. A él sólo le queda una pregunta sin respuesta “¿Por qué da tanto miedo la muerte?”, pero Andrea si sabe esa respuesta, siempre la supo: porque se ama.
  • 5. Lo que empieza, que no acabe. Llamadme Mat, crecí y viví gran parte de mi vida con mi padre y mi abuelo. Que puedo decir de mi, que algo no haya vivido. Bien, pues hagamos un pequeño resumen. Gran parte de mi infancia se resume en hospitales y bares, divertido no? Quizás es por eso mi pánico a las personas con batas blancas… Recuerdo que cuando era pequeño tuve un perro, me sentía la persona mas feliz. Él era pequeño, peludo y sobre todo le gustaba comer como las personas, con una cuchara. Por cosas de la vida, llamémosle destino tuve que separarme de él, porque era la causa de mi alergia, después de unos años supe la razón del porque nos distanciamos. Iban pasando los años , después de mil historias, peleas absurdas de críos y tras mis dos encuentros cercanos con la muerte, parecía que todo iba bien, buscando ese horizonte que todos anhelamos, hasta que tuve que dejar todo eso para dar comienzo a algo nuevo, nuevo en todos los aspectos tanto personal, como social. Vi a mi madre por segunda vez, una sensación rara, difícil de explicar… El cambio no era tan malo después de todo… Es como la vida misma unos nacen, otros mueren, vienen y se van, principios con finales, cambios, cambios para dar paso a algo nuevo dejando otras atrás. Siempre he sido amante incondicional de los finales felices, de los finales de cuento. Pero resulta que en el mundo real este tema es bien distinto para mí. Desde que tengo uso de razón no me llevo muy bien con los finales. De hecho, tengo una relación de amor-odio con la palabra “final” y lo que significa, con todo lo que implica. Es perfecta, porque “final” tiene muchos nombres, muchas formas de llamarlo, y es capaz de cerrar historias con sueños de los que saben a nubes de azúcar. Pero no me gusta, es devastadora, desoladora… arrasa con todo lo que has vivido hasta el punto en el que aparece y, no lo borra, pero de alguna manera lo aparta de ti, como a un niño al que bruscamente le arrancan su juguete favorito de las manos porque está siendo más travieso de lo que debiera. Así es como me siento cada vez que tengo que pasar página o poner punto y final a algo; cada vez que sé que se acabó y que ahora solo queda seguir adelante y lo único que puedo hacer es mirar hacia atrás de vez en cuando para recordar, pero jamás para regresar. Supongo que es un acto reflejo en defensa propia. O algo así. Pero siempre que se avecina un final, empiezo un sueño en el que la historia no tiene fin. No quiero regresar a la rutina, al día a día, porque me sentía bien viviendo en un inagotable cuento que creía interminable. Entiendo que, igual que un día lo veía inalcanzable y fui capaz de realizarlo, también tiene que llegar a su ocaso. Se siente una pena muy grande cuando llega el final; una tristeza profunda; un no querer despertar del maravilloso sueño en el que se puede vivir intensamente. Sencillamente no puedo hacerlo. Pero sé que también es cierto que no puedo quedarme para siempre. Porque todo lo bueno, aunque se hace esperar, dura poco, muy poco, tan poco que o lo disfrutas aquí y ahora o se te escapa entre los dedos. Y para cuando deseas agarrarlo con fuerza y retenerlo a toda costa, ya se ha hecho tarde, muy tarde, tan tarde que te das cuenta de que es imposible hacer frente al destino, a los finales, y que mucho menos puedes frenar su paso. Es el ciclo de la vida, y para que algo empiece, algo debe terminar. Así que solo me queda resignarme y seguir adelante. Despertar, levantarme y echar a andar aunque sepa que siempre, absolutamente siempre, pervivirá en mí el recuerdo de lo que un día fue pero ya no es más. Esto es lo que comienza en mí cuando hay un final.
  • 6. Me enamoré de él porque odiaba las puertas. Con él todas las decisiones importantes se tomaban bajo las sábanas porque, según decía, si las mirabas desde la perspectiva correcta parecía que no tuviesen final -o al menos eso es lo que nos gustaba creer. Puede sonar absurdo en un mundo en que al parecer solo escogemos en serio si es con un enorme y caro vestido blanco rozando un frac, pero...así era él: ni principios, ni finales. Todas las ventanas de par en par para que si soplaba el aire lo sintiéramos clavarse en nuestros huesos sin ningún tipo de piedad -que la vida no tenía sentido si no la exprimías hasta el límite, solía decir. Jamás llegué a entender su absurdo concepto del todo, la magia, o el calor. Siempre hablando de energía, y yo diciéndole que dejase de una vez al cosmos en paz y dibujase constelaciones en mi espalda, aunque cualquier sugerencia no era más que un mero pellizco para que empezase a hablar. “¿Sabes?” me decía, “no sé por qué la gente se empeña en hablar de pasar páginas de libros que ni siquiera han escrito.” Yo lo miraba regañándolo por subir a las nubes de nuevo, pero seguía: “¿qué empieza y qué acaba? ¿Las oportunidades se pierden o se ganan nuevas? ¿De qué está hecho todo..? Creo que el problema está en que las personas no se molestan en plantearse que toda la energía que invierten en algo puede ser canalizada, y no intentar destruir muros de carga para caer más abajo todavía. El día en que tú y yo ya no… eso, ya me has entendido, no intentaré empezar nada, ni siquiera terminarlo, porque eso es algo imposible. Parece que necesitemos tener un pasado que dejar atrás para confiar en que el futuro puede existir, y todo es mucho más simple: ni principios, ni finales. Ni puertas abiertas ni puertas que cerrar. Solo valoramos al tiempo porque no podemos poseerlo, y con el amor deberíamos hacer lo mismo.” Bailo. Tengo un grupo de danza y entrenamos todo lo que buenamente podemos, yo me tomo muy enserio el ir superándome a mi mismo continuamente y buscar siempre inspiración y nuevas influencias, adaptarlas a mi propia forma, y seguir adelante. Voy atravesando etapas, los viajes, las competiciones, los encuentros, los nuevos amigos, los vídeos, marcan siempre un antes y un después, cambian el enfoque. Pero parece cíclico... el hecho de que hay momentos en los que creo que realmente he llegado a un buen nivel, a un techo en el que me siento cómodo, a una posición privilegiada, realmente entro en un bucle de satisfacción y algo de dejadez (no demasiada) en el que estoy un tiempo, hasta que viene la bofetada de realidad. Estuve mucho tiempo empezando. Los comienzos en mi vida se prolongaban sin poder predecir su fin. Mutaban, se transformaban en rutina, aparecían de imprevisto, me preparaban para algo nuevo, se solapaban con otros..., pero jamás era consciente de que se acabaran. Empezar era sinónimo de ilusión, nervios, novedad y ganas, aunque no sé hasta qué punto llegaba a valorarlo porque todo iba bien, porque los principios se sucedían sin más preocupación que la de tener que vivirlos, disfrutarlos, esperarlos llegar. Hasta que empezó algo que se me presentó como un ventanal abierto de par en par y me lancé a ello de una forma que no había hecho nunca, más confiada, más animada, más viva; porque, ¿qué peligro había? Yo no caía nunca. Confiaba en planear siempre, en dejarme llevar por aquel principio que se alargaría en el tiempo, que me ilusionaría sin fecha de caducidad… pero se acabó, un día, de forma tajante. De bruces contra el suelo, me encontré con el primer fin al que me enfrentaba. Con los esquemas rotos y la única forma que tenía de comprender el transcurso de los hechos desmoronada, sólo me quedaba aprender a partir desde un comienzo distinto: desde el desencantamiento, el dolor, el desfallecimiento. Y empecé. Desde abajo. Y, sorprendentemente, pude. Sin dar nada por hecho, sin vender humo, sin esperar más de lo que se me ofrecía, esperando que se acabara… Y resultó que ése era el tipo de comienzo que valía la pena vivir, el de después del fin. Desde entonces, ya no dejo nada por acabar. Ese sentimiento es en todos los casos fruto de la ignorancia, producida por estar inmerso en un ambiente muy alejado al que me gustaría (en este ámbito de mi vida), resulta que me encuentro en el más bajo de los escalones, mirando hacia arriba y sonriendo, porque ahora se que es fácil avanzar, se que no sabía apenas nada. Esa es la felicidad que me engancha, esa caída que no me duele, me encanta, ese saber que no sabes nada, y que puedes saberlo todo. En esos momentos, en los que lo que parecía final, es un nuevo comienzo, me doy cuenta de que es algo que que no solo amo, sino que amo bien, no es una devoción obsesa, no es un fanatismo sin razón, es un amor bueno y puro por la música.
  • 7. Cuando abrí los ojos aquel verano de 2003 noté que ya no estaba en mi lugar, todo parecía distinto y una atmósfera rara cubría el ambiente. Que qué pasaba? eso quería yo saber, las personas eran diferentes, las calles eran diferentes, ¡joder! hasta los perros respondían a un llamado distinto del que yo conocía. Poco a poco fui entendiendo que todo eso que yo llamaba nuevo, era algo estático, antiguo, rutinario para miles de personas que pasaban por aquella ciudad. Las palabras, la lengua, la forma de comunicarse, todo, absolutamente todo eso que era extraño para mi y mi percepción del lugar, no eran más que situaciones comunes y excitantes para miles de guiris y personas que habían escogido esa ciudad como punto de partida. Que cómo hice para acoplarme a todo ello? muy fácil, viviendo. Con el correr de los meses aprendí las palabras, códigos que al comienzo solo parecían símbolos en un mar de impresiones, de hojas sin sentido, de información vacía, pero que poco a poco fueron tomando forma y se convirtieron en parte de mi rutina. Una parte tan importante que tuve que optar por no hablar más mi lengua, olvidar cosas que para mi significaban algo y en aquel lugar carecían de sentido. Pero este hecho dio un duro golpe a mi ánimo, no solo anuló parte de mi identidad sino que también comenzó a construir una nueva, una identidad que me hizo fuerte, ohh que fuerte que me volvió, ya no podía pensar en cero sin saber que después vendrían un sinfín de números, de experiencias de vida, de sueños, de anhelos, de derrotas y cómo no, de triunfos. Este nuevo comienzo duró aproximadamente diez años. Ahora que he tenido que volver a mi raíz y re-pensar lo que realmente quería es cuando me he dado cuenta que aquel primer cambio me llenó de alegría, satisfacción, orgullo... Aquel comienzo ahora es mi final, el final de una etapa, la base para comenzar de nuevo, para investigar en mi, en mis deseos, en mis sueños; no lo veo como un final abierto ni cerrado, solo es la puerta de una nueva experiencia, una puerta que se va abriendo poco a poco y en la que me estoy encontrando con lo mismo... ¿será que la vida así como nos la han vendido es solo un cúmulo de recuerdos? o ¿será que somos los únicos encargados de darle forma a ese camino que para unos es chévere y para otros simplemente es vida? no lo se, para mi el final de esa etapa ha sido el comienzo de otra, y en esta no me voy a perder ni un solo segundo. Que comience el rock&roll!!! Yo María, me sentía libre a los once años, viviendo en una familia de nueve hermanos, en una aldea de Cáceres. Jugar sin parar, inventaba aventuras, saltaba y corría. Cada día era un fluir como el agua de un arroyo. Un día el cura del pueblo me propuso ir a un colegio de monjas a Salamanca. Mis padres dijeron que si. Yo estaba contenta pero lo ignoraba todo, ni tan siquiera podía pensar en lo que me esperaba: “ No sabía que era un colegio”; pues yo cada día iba a una pequeña escuela unitaria donde compartía enseñanzas con los demás niños y niñas del pueblo. Ese día representó para mi el final de un nuevo comienzo, dónde todo eran normas y responsabilidades.
  • 8. De niño mi escudo era el jugar y vivir aventuras con mis soldados, era mi evasión de mi realidad, mi protector, mi ausencia del lugar. Me sentía feliz, importante e ilusionado hasta que volvía a la realidad. Después en la adolescencia utilice mi autoridad personal y para descargar la energía negativa y renovarla recurría y recurro al ejercicio físico. Este como más duro sea mejor, cerca de la naturaleza, subiendo y bajando montañas, respirando aire fresco y siempre renovando. Cuando finalizo es como si hubiera descargado una mochila llena de pesadas piedras. Me siento ligero como una pluma. Ligero y feliz. En ese instante ya no necesito mi escudo protector, ya que la energía positiva que desprende mi cuerpo se convierte en un aura dorada que no permite la negatividad. Estas sensaciones no permanecen en mi. Poco a poco se pierde y vuelvo a empezar. Aun así, siempre me quedará mi hermosa naturaleza. Estuve mucho tiempo empezando. Los comienzos en mi vida se prolongaban sin poder predecir su fin. Mutaban, se transformaban en rutina, aparecían de imprevisto, me preparaban para algo nuevo, se solapaban con otros..., pero jamás era consciente de que se acabaran. Empezar era sinónimo de ilusión, nervios, novedad y ganas, aunque no sé hasta qué punto llegaba a valorarlo porque todo iba bien, porque los principios se sucedían sin más preocupación que la de tener que vivirlos, disfrutarlos, esperarlos llegar. Hasta que empezó algo que se me presentó como un ventanal abierto de par en par y me lancé a ello de una forma que no había hecho nunca, más confiada, más animada, más viva; porque, ¿qué peligro había? Yo no caía nunca. Confiaba en planear siempre, en dejarme llevar por aquel principio que se alargaría en el tiempo, que me ilusionaría sin fecha de caducidad… pero se acabó, un día, de forma tajante. De bruces contra el suelo, me encontré con el primer fin al que me enfrentaba. Con los esquemas rotos y la única forma que tenía de comprender el transcurso de los hechos desmoronada, sólo me quedaba aprender a partir desde un comienzo distinto: desde el desencantamiento, el dolor, el desfallecimiento. Y empecé. Desde abajo. Y, sorprendentemente, pude. Sin dar nada por hecho, sin vender humo, sin esperar más de lo que se me ofrecía, esperando que se acabara… Y resultó que ése era el tipo de comienzo que valía la pena vivir, el de después del fin. Desde entonces, ya no dejo nada por acabar.
  • 9. Zas, de repente caes. La pieza de ese puzle que creías ingenuamente que encajaba a la perfección ya no está. Y te derrumbas ante tu propia inocencia. Tu puta inocencia. Y destruyes. Llega el momento entonces de decidir; aferrarte, vivir atada entre mentiras o liberarte, fluir, decidir danzar descalza por terrenos desconocidos, a veces ariscos, a veces satisfactorios. Víctima o protagonista. Así que te dejas llevar, y eliges sentir. Sentir el suelo húmedo aún no pisado con tus propios pies, a un ritmo solo impuesto por tus sentidos. Decides ser compositora de tus propios movimientos, coreógrafa de tus partituras, y descubres que la soledad está infravalorada, que una puede construir una bella sonata solo con quitarse las cadenas. Así, inmersa en la dulce droga de la creación, llamas a la puerta del mañana, sin temor ahora, íntimamente acompañada de tus sentidos y experiencias. Ah sí, y recuerda: cuando esa puerta se abra, que solo depende de ti, será cuando comprenderás, pequeña, que tú no eres dueña de ningún puzle, sino una diminuta pieza del universo. La respiración se me acelera, mi mirada se desvanece, mis huesos se caen en pedacitos sobre el suelo de su habitación. De repente brotaron mis lagrimas, y ya no podía controlar. Esa emoción hizo surgir una batalla interior y exterior. No podía controlarlo más, no entendía nada y estaba totalmente derrumbada. Destruida de repente. Tumbada en el suelo, hiriéndome. Él me observaba sin soltar ni una sola lágrima. Después de tanta lucha esto era el final? Había caído una bomba, un volcán y yo, sin enterarme. Recuerdo esa noche como una de las más tristes y en las que me sentí más muerta de mi vida. Había sido una relación de constante lucha, a la que me había entregado ciegamente. Ya no me quedaba nada. Me sentía débil, no podía moverme, me habían robado mi fuerza, mi tiempo y mi propia alma. Ya no quedaba nada de mi. Estaba consumida. La vida es impredecible. Un día nos regala una sonrisa y otra nos la quita. Consumidos por el miedo, queremos poseer el tiempo y el amor, pero es imposible. Una continua batalla disfrazada de un paseo, una danza o una carrera. Cuando alcanzas el punto cero te queda la oportunidad del cambio, de la creación y el aprendizaje. Ese final es tan solo un falso abandono. Se comprime en un cúmulo de experiencias guardadas en una cajita llamada “ recuerdo”. Cuando quieras puedes volver a él para aprender y fortalecerte. O tan solo no existe ni un principio ni un final, quizás solo tenemos que fluir al compás de nuestros sentidos sin olvidarnos de nosotros mismos. Y si alguna vez durante el paseo se nos cierra una puerta, será la ocasión perfecta para aprender y escucharnos. Ya que hasta el miedo o a lo que llamamos final nos recuerda la importancia del amor.