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Prólogo
Desde aquel día, nada siguió igual. Ahora mi vida dependía de un hilo entre máquinas
y sábanas hospitalarias. Mis ojos se mantenían cerrados y mis defensas eran bajas. Sentía
como si mi alma hubiera desaparecido por completo de mi cuerpo. Sentía una paz recorrer
a lo largo de este, pero a la vez un mal presentimiento. Sentía que no debería de
permanecer unido a estas máquinas y salir corriendo de aquí, pero a la vez mis piernas
eran inmóviles y sentía como la pesadez se apoderaba cada vez más de mí.
Todos mis órganos estaban debilitados. Aún sentía la sangre recorrer mis venas, pero
el sentimiento era cada vez más débil. Mi respiración era muy suave y a veces sentía que
mis pulmones pararían en cualquier momento — aún así, una mascarilla cubría mi boca
proporcionándome oxígeno extra, pero sabía que este era el comienzo del final.
No sabía durante cuanto tiempo permanecería aquí, pero esperaba que no fuera por
mucho. Tenía miedo de perder a mis seres queridos y de tener que dar el último adiós.
Por una parte, sentía que no me merecía estar así, que yo debería de seguir viviendo una
vida feliz — como siempre había sido; pero al parecer el destino era traicionero y quería
que pasase justo lo contrario.
Había momentos en los que mi respiración se hacía muy pesada y había ocasiones en
las que no tenía fuerzas ni para pestañear — por lo que mantenía mis ojos cerrados la
mayor parte del tiempo. Estaba cansado de estar así, quería que todo fuera como antes:
tener unas piernas que no me impidieran moverme y pasar las tardes con mis amigos,
porque sí, eso era lo que me hacía sentir vivo y feliz. Todas las sonrisas y carcajadas que
nos echábamos lo valían — lo valían todo. Todos esos momentos en los que nos
quedábamos la íntegra madrugada despiertos tomando alcohol, sin apenas poder pensar
y hablar de una forma coherente. Esos sí eran buenos tiempos.
Todavía recordaba lo contento que me sentía estando con mis amigos. No importaba
que estuviera borracho o que ninguna chica guapa quisiera pasar la noche conmigo, si
estaba con mis amigos me lo pasaría bien sin importar la situación en la que estuviera.
Pero eso ahora ya no tenía sentido. No tenía amigos, ni familiares. Las únicas personas
con las que me hablaba eran con aquella chica cuyo nombre no recordaba y con las
enfermeras que se encargaban de comprobar mi estado de salud. Eso sí, hablaba con ellas.
Lamentablemente, en mi estado actual no podía mantener ningún tipo de conversación
con nadie. Me sentía tan débil que ya ni me alegraría si alguna enfermera me dijera que
mi estado iba a mejorar. Todo estaba siendo tan difícil…
Me dolía. Me dolía saber que mi destino era este, que ya no había vuelta atrás. Si lo
hubiera sabido, hubiera pensado más inteligentemente en mis pasos. Podría haber sido
astuto y podría haber hecho las cosas bien desde un principio, pero preferí que la lujuria
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y el alcohol se apoderasen de mí, llevándome a este estado de completa devastación y
odio hacia mí mismo.
Si era sincero, me arrepentía — me arrepentía de todas las cosas malas que hice. Me
arrepentía de haber tratado así a mi mejor amiga y de no haber tratado a los demás como
se merecían. Me arrepentía tanto que, si pudiera, viajaría hacia atrás en el tiempo para
repetir mis acciones de nuevo, haciéndolas, esta vez, de la forma correcta. Pero eso no
sería posible. Nada lo era. Ahora sólo tocaba esperar — esperar a que el sufrimiento
acabase desapareciendo, pero sentía que algo me faltaba. Algo que pudiera completarme
antes de morir, algo que hiciera darme cuenta de todo, pero no sabía el qué.
De todas formas, estando en este estado, no quería pensar en absolutamente nada.
Estaba demasiado cansado como para ponerme a replantearme sobre lo que debería haber
hecho y lo que no. Lo pasado pasado está y ya no se podía cambiar lo que una vez se hizo,
así que cerré mis ojos, deseando no despertar jamás.
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Quizás eran las palabras cansancio y vulnerabilidad las que más me representaban en
estos momentos. Ya no era el chico que se la pasaba prácticamente todos los días
malgastando su tiempo en discotecas y alcohol, disfrutando de cualquier salida con alguna
chica o simplemente criticando las opiniones y vida de los demás.
Ahora era alguien distinto.
Todo esto me había cambiado. Había cambiado mi forma de ver las cosas y me había
hecho pensar — demasiado.
Me había hecho pensar en todas las cosas que ocurrieron en mi vida. En como traté a
los demás y en como ellos me trataron a mí — y la verdad es que había una gran
diferencia.
La había porque yo nunca hice las cosas bien. Siempre estaba buscando problemas y
era borde y agresivo con todos — menos con mis amigos. Aún me acordaba de ellos.
Ellos eran quienes me cuidaron y estuvieron a mi lado independientemente de la
situación, y siempre tuvieron y tendrán un lugar en mi corazón, porque fueron ellos
quienes me demostraron que no todo se basaba en uno mismo, si no en que necesitábamos
convivir con alguien más para cuidar de nuestras acciones y trato hacia los demás.
Así es como funcionamos. Vivimos a raíz de otras personas, ya sea copiando su actitud
u obteniendo apoyo de ellas, pero, sin duda, las necesitamos en nuestra vida.
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No importa cuantas sean. Si una, dos o veinte. Necesitamos a gente a nuestro alrededor
que se preocupe por nosotros cuando algo no vaya bien, porque sí, no siempre las cosas
van bien. O cuando necesitemos alguien con quién hablar. Ciertamente, el tener personas
que piensen y cuiden de ti era algo grandioso, algo que muchas personas anhelarían tener
y algo que yo nunca supe aprovechar ni agradecer.
Por ello es por lo que hoy estoy aquí. Hoy fue cuando me di cuenta de todo lo que había
mencionado anteriormente y desearía con todas mis fuerzas haber pensado así en un
principio, pero por lo mala persona que era, no lo hice y ahora me tocaba pagar las
consecuencias.
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23 de junio de 2017
Me levanté tarde para ir a la escuela, como siempre. Eran sobre las diez de la mañana
y, siendo sincero, aún me dolía la cabeza de anoche. La fiesta había durado hasta pasadas
las cuatro de la mañana y apenas sabía donde estaba.
Los rayos del sol entraban por las ranuras de mi persiana, despertándome y cegándome
al momento. Resoplé y me di la vuelta, cerrando de nuevo mis ojos y buscando el sueño,
cosa que no pude lograr en el momento en el que sentí retortijones en el estómago. Puse
mi mano sobre mi barriga y con ayuda de mi brazo izquierdo me senté sobre la cama
lentamente para dirigirme hacia el baño. Fue nada más entrar a este y ponerme de rodillas
sobre el váter para vomitar todo lo que había consumido la noche anterior. Al terminar,
apoyé la cabeza sobre la pared y suspiré, buscando relajarme.
La noche anterior bebí demasiado, mucho más que otras veces, pero mereció
absolutamente la pena. Aún recordaba a algunos de mis amigos sosteniéndose en las
paredes para intentar mantenerse de pie, fallando en el intento y cayendo abruptamente
al suelo. Yo sólo podía reír y reír a más no poder mientras me chocaba con las demás
personas y seguía bebiendo. Sonreí al recordar aquello, pero rápidamente esos
pensamientos se desvanecieron cuando el dolor de cabeza intensificó, haciéndome gemir
de dolor.
Suspiré de nuevo, tiré de la cisterna y, con pasos lentos, fui a la cocina, me tomé una
pastilla para el dolor de cabeza y me acerqué al frigorífico para buscar algo con lo que
desayunar. Eché un vistazo rápido para después tomar un envase de leche que ni siquiera
sabía que estaba allí y una barrita de cereales que se encontraba justo en la parte superior
de la nevera.
Seguidamente, me senté en la silla más cercana que tenía, no sin antes coger un vaso
del lavavajillas, y le di un sorbo a la bebida. Fue en el momento en el que el líquido tocó
mi lengua que fruncí el ceño por el sabor que este tenía. Tragué con asco en lo que dejaba
lentamente el vaso sobre la mesa y cogía el envase de leche, buscando la fecha de
caducidad.
“¿Pero esto cuánto tiempo lleva ahí dentro?” Me pregunté retóricamente. Le di la vuelta
al envase y mis ojos se fueron directamente hacia la base de este, donde se podía leer una
fecha.
‘180517’
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Chasqueé la lengua tirando el envase ya cerrado hacia un lado. Esa leche llevaba casi
dos meses caducada y no tenía ganas de enfermarme por semejante tontería, así que tiré
la leche que había en el vaso por el desagüe del fregadero y me bebí un vaso de agua del
grifo para después comerme la barrita.
Cuando sentí que el dolor de cabeza amenguaba, cogí mi móvil, el cual se encontraba
en la mesa del comedor, y me puse a ver todas las publicaciones que habían de la fiesta
de ayer en las redes sociales. Le di ‘me gusta’ a varias fotos y sonreí con suavidad.
“Qué noche...” Dije para mí mismo. La verdad es que había disfrutado mucho el día
anterior, con toda la gente saltándose las clases para salir con sus amigos o para ir
preparándose para la fiesta que dio comienzo a media noche. Sí… ayer fue un gran día.
Pasaron varios minutos cuando me dio por mirar la hora y resoplé al ver que eran las
10:43 de la mañana. Las clases habían empezado hacían ya unas dos horas, pero tampoco
me sorprendí mucho, ya que el llegar tarde a la universidad se había vuelto una rutina
para mí. De todas formas, hoy era el último día de clases y no quería faltar. A pesar de lo
poco que me gustaba ir a clases, nunca faltaba. Lo sentía como un pecado y, podía sonar
irónico, pero prefería asistir y después no atender en clase que no ir y arrepentirme
después. Además, hoy se programaría la mejor fiesta jamás hecha como despedida de este
año universitario y no me la perdería por nada del mundo, sobretodo porque la fiesta la
iba a montar Mark, mi mejor amigo, y yo sería uno de los invitados especiales.
Sonreí con satisfacción y percibí una suave sensación de emoción y éxtasis formarse
alrededor de mi cuerpo. Me sentía algo débil por haber vomitado y por el dolor de cabeza
que poco a poco, iba amenguando, pero eso no me impidió sentirme feliz y entusiasmado
por la fiesta que se iba a celebrar al final del día. Guardé mi móvil en uno de los bolsillos
de mi pantalón y me volví a mi habitación, no sin antes pasar por el baño para lavarme la
cara y cepillarme los dientes.
Como me daría tiempo volver a mi casa después de la universidad, no tenía porqué
llevarme la ropa para después cambiarme para ir a la fiesta, así que miré toda la ropa que
tenía en mi armario y saqué las prendas más casuales que se encontrasen en él. Exacto,
unos vaqueros negros cortos y una camiseta blanca holgada que posteriormente
combinaría con unas zapatillas negras y varios accesorios tanto para mis dedos como para
mis muñecas.
Hoy era un día especial y me interesaba lucir bien, aunque fuera para ir a la universidad,
por lo que al final me decanté por decorar ambas de mis manos con tres anillos distintos
y un par de pulseras que combinasen con mi atuendo del día de hoy.
Satisfecho con el resultado, me miré en el espejo de mi habitación y, pasados unos
segundos, sentí mi móvil vibrar. Lo saqué de su lugar de reposo mientras me seguía
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observando en el espejo y, en mi centro de notificaciones, vi la última notificación de
WhatsApp que tenía.
“Hoy será la fiesta del siglo, así que no vengas muy tarde que iremos al centro comercial
a comprarnos ropa ;)”
Andrea
Una vez leído el mensaje, sonreí. Andrea era mi mejor amiga y amaba en su totalidad
ir a comprar ropa, especialmente si era para alguna fiesta, así que no dudé en decirle que,
sin duda, la acompañaría esta tarde.
Guardé el móvil de nuevo en mi bolsillo, me removí un poco el pelo para que se viera
un toque despeinado, me eché un poco de perfume y me fui hacia la entrada de mi
apartamento para coger las llaves, los auriculares y salir caminando hacia la facultad
escuchando música mientras llevaba colgada mi mochila de un hombro.
Quizás era la sonrisa lo que me delataba, o las ganas de que las horas pasasen veloces
para ir a la fiesta. En cualquier caso, no sabía por qué, pero sentía que hoy iba a ser un
gran día.
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r su todo trabajo y muchas gracias, de corazón, por todo el apoyo recibido.