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Murag
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Índice
El Synat	 5
Acerca del autor	 12
Editorial LibrosEnRed	 13
5
LibrosEnRed
El Synat
Transcurría el final del tercer año de la época oscura. Cada setecientos años,
una nube de cometas surcaba los cielos de Murag en su órbita en torno al
sistema de tres estrellas. Durante la mayor parte de los siete años en que
los cometas se interponían entre los soles y Murag, la luz llegaba con di-
ficultad al planeta y la vida en él se adormecía. En este periodo, conocido
como el Synat, no había nacimientos en ninguno de los pueblos ni entre los
grandes animales que poblaban Murag; la vegetación perdía exuberancia
y los frutos que ofrecían los bosques disminuían en tamaño y cantidad, si
bien seguían encontrándose alimentos suficientes para satisfacer las nece-
sidades de los habitantes de todo el planeta.
En la morada tagmal, la gran anciana kanit había estado sumergida en la
sagrada lectura del Kurtag. Abandonó su hogar, establecido en un peque-
ño claro en el bosque, y se dirigió apresuradamente a la gran ciudad kanit.
El segundo sol estaba próximo al horizonte, por lo que pronto se haría la
oscuridad. Los altísimos árboles se apoyaban sobre robustos troncos que
obligaban al sendero a serpentear para abrirse paso entre ellos. Variedades
de enormes helechos, dispersos entre los árboles, lanzaban sus trabajadas
hojas de más de diez metros por encima del sendero, formando pequeños
túneles naturales en algunos tramos. En los límites del bosque se abría una
amplia explanada, ocupada casi en su totalidad por la gran ciudad de Kanit.
El territorio de los kanit cubría una amplia extensión en el hemisferio sur
del planeta, dominada por grandes bosques de diferentes tipos, pero sus
habitantes concentraban su vida en la gran ciudad.
Las viviendas, de no más de dos alturas, se distribuían de modo organizado
en la inmensidad de la ciudad. Las formas redondeadas tomaban cuerpo
en todas las construcciones. Varias dependencias circulares o semicircula-
res se agrupaban para formar cada una de las viviendas. Las cúpulas de las
diversas dependencias culminaban en nuevas formaciones redondeadas
de tamaños progresivamente más pequeños, apiladas unas sobre otras.
Estas pequeñas edificaciones en lo alto de las viviendas se encontraban
Oscar Tejero
6
LibrosEnRed
abiertas al exterior en diferentes ángulos, perfectamente orientadas para
captar la luminosidad del día y los diferentes colores del cielo en las tardes
y noches de Murag.
La gran anciana alcanzó la ciudad y se dirigió directamente a la vivienda de
Shala y Tome. Llamó a la puerta y, un instante después, Tome apareció en
la entrada. Al ver a la tagmal, se recogió su roja melena para dejar bien visi-
bles los morados ojos kanit, inclinó su cabeza en señal de saludo y se retiró
a un lado, invitando a entrar a la venerada anciana.
Los kanit eran la raza más parecida a los humanos. Su gesto era amable, re-
flejando su espíritu tranquilo y conciliador. Eran altos y musculosos, y su prin-
cipal sustento era la propia riqueza natural de Murag, que les proporcionaba
abundantes productos con los que cubrir todas sus necesidades nutriciona-
les. Vestían con prendas sencillas y ligeras, pues la temperatura era cálida y
bastante constante en todo el planeta durante todo el año. Llegaban a vivir
hasta los doscientos cincuenta años; sin embargo, su infancia era corta, y al-
canzaban el aspecto físico de un adulto en sólo cinco o seis años.
Shala, la hermosa esposa de Tome, ofreció asiento y bebida a la anciana.
Mientras lo hacía, pensó en el motivo de esa visita. Sin duda, la tagmal cono-
cía su secreto. Se sentó junto a ellos y esperó a que la gran anciana hablase.
–El Kurtag habla de extraordinarios acontecimientos que deben ser prote-
gidos –la anciana miraba dulcemente a la pareja, mientras hablaba con voz
cálida–. Deberéis partir a los bosques y ocultar el embarazo y a la pequeña,
una vez nacida, hasta que lleguen tiempos seguros.
–¿Embarazo? –Tome miró asombrado alternativamente a la tagmal y a Sha-
la, en busca de una respuesta.
–No estaba segura..., especialmente en mitad del Synat –Shala cogió las ma-
nos de Tome mientras le hablaba. En los últimos días, había pensado en la
posibilidad de encontrarse embarazada, pero aún no podía confirmarlo y,
por otro lado, el Synat hacía imposible semejante hecho. Ahora, podía estar
segura, pero el mensaje de la gran anciana kanit no le ayudaba a expresar la
felicidad que, en cualquier otra situación, hubiese supuesto este hecho.
–¿De qué debemos protegernos? –preguntó Tome, todavía afectado por
las sorprendentes noticias.
–No sé deciros a qué nos enfrentamos..., pero el libro sagrado ha sido cla-
ro. Nadie en Murag, ni siquiera entre los kanit, debe conocer este insólito
Murag
7
LibrosEnRed
hecho. He revisado escritos y antiguas profecías de las tagmal, pero, hasta
ahora, nada he encontrado –la anciana hizo una nueva pausa, explorando
la preocupación en los rostros de la pareja–. Mientras sigo investigando,
debemos preparar vuestra partida inmediata. Mañana, con la primera luz,
os acompañaré al corazón mismo de los bosques del norte, donde perma-
neceréis ocultos a los ojos de los pueblos de Murag, incluyendo a nuestros
hermanos kanit. Ante vuestras familias y amigos, ante los sabios del Conse-
jo, estaréis en labores de desarrollo, sumergidos en el retiro para profun-
dizar en las técnicas de ocultación kanit. Esto debe ser suficiente para que
nadie os busque hasta vuestro regreso.
Siete pueblos habitaban en Murag, cada uno de ellos en un territorio pro-
pio y con cultura y lengua propias.
Una vez al año, una representación de cada uno de los pueblos acudía a una
zona de encuentro para intercambiar sus productos. Salvo en esa ocasión,
era muy raro que miembros de los diferentes pueblos se encontraran, pues el
respeto de los territorios era una de las normas impuestas por los ragnás.
Los ragnás eran la raza menos numerosa de Murag, con apenas mil indivi-
duos. Sus delgados cuerpos permanecían ocultos bajo un manto de túnicas
de múltiples tonos grises. Sus rostros carecían de rasgos. Un gran ojo central
y dos orificios olfativos bajo el ojo daban relieve a una pequeña cara lisa
que podía ser proyectada a voluntad a la superficie de la cabeza o mante-
nida oculta en ésta. El cerebro de los ragnás estaba muy desarrollado. Tras
llenar el enorme cráneo en forma de pirámide invertida, se proyectaba ha-
cia abajo para ocupar también una gran parte del tronco. Este desmedido
desarrollo de su sistema nervioso central daba soporte a grandes poderes y
habilidades psíquicas. Bajo estos poderes, los ragnás mantenían el dominio
sobre los otros pueblos e imponían sus normas y leyes en todo el planeta.
Éstas eran sencillas y se limitaban a establecer y hacer respetar los te-
rritorios para cada una de las razas. Además, servían de consejeros para
los dirigentes de los otros pueblos y cuidaban de los recursos naturales
del planeta, así como del abastecimiento de magnal, el más preciado
mineral de Murag.
Ningún otro pueblo conocía con certeza cuánto tiempo vivían los ragnás y
circulaba un sinfín de rumores y leyendas sobre el tema.
Pero la soberanía de los ragnás no resultaba gratuita para los otros pueblos
de Murag. A cambio de su poderoso desarrollo cerebral, los ragnás habían
Oscar Tejero
8
LibrosEnRed
tenido que renunciar al poder físico. La construcción de las grandes ba-
rreras de magnal y la manipulación inicial del metal suponían un esfuerzo
que superaba sus capacidades físicas. Para ello, reclamaban un tributo: cada
ocho o diez años, cada uno de los pueblos aportaba un grupo de unos cin-
cuenta individuos que se unían a los ragnás para asumir estas tareas. Para
los kanit suponía un gran privilegio formar parte de estas partidas. Aban-
donaban a los suyos para entregarse de por vida a los trabajos sagrados de
Murag. La dureza del trabajo físico se transformaba en un plácido camino
para, con la ayuda de los ragnás, alcanzar un nivel superior de desarrollo
espiritual. Entre los kanit, era labor de la tagmal elegir a cada uno de los
componentes del grupo cada vez que llegaba la cita, y este hecho le había
dado a la tagmal una idea para, llegado el momento, ayudar a camuflar el
nacimiento en el Synat.
En el corazón de los grandes bosques del norte del territorio kanit, los ár-
boles se alzaban más de doscientos metros, cerrando el paso a la imagen
difuminada de los dos soles que asomaban entre la nube de cometas que
oscurecía el cielo de Murag. La tibia luz del día apenas llegaba a la pequeña
construcción camuflada entre la espesura. En el ecuador del Synat, en aque-
lla pequeña vivienda, Shala estaba dando a luz y Tome era el único testigo
de un fenómeno extraordinario: el nacimiento de un kanit en el Synat.
Shala, haciendo uso de las técnicas mentales kanit, mantenía la serenidad y
mitigaba el dolor, acompasando su respiración y sus esfuerzos con las últi-
mas contracciones. Tome cogió al recién nacido entre sus brazos.
–Shala, es un niño –Tome se mostraba sorprendido ante la errónea predic-
ción de la tagmal–. Quizá la tagmal se ha equivocado... Es precioso.
–Debemos buscar un nombre –Shala hablaba como si no acabara de dar a
luz. Cogió entre sus brazos al bebé y lo llevó a su pecho–. Habíamos pensa-
do en una niña, pero esto es una sorpresa..., una bonita sorpresa. La tagmal
nunca se había equivocado...; pero si es un varón, es posible que no exista
una amenaza para él. La gran anciana vendrá pronto y nos dirá qué hacer.
Tome se sentó junto a Shala y quedaron en silencio, observando a su pequeño.
Los dos soles principales se ocultaban ya en el horizonte y, bajo la nube de
cometas, el tercer sol sólo era capaz de teñir de violáceo la oscuridad del
firmamento. Dentro de pocas horas, la noche cerrada cubriría Murag, pues
sus lunas, también afectadas por el paso de los cometas, eran incapaces de
reflejar y apenas se adivinaban sus siluetas en el cielo.
Murag
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Durante estas horas de intensa oscuridad, los kanit se valían de la lumi-
niscencia de pequeñas antorchas de magnal. Sin embargo, siguiendo las
instrucciones de la tagmal, en su retiro, Shala y Tome permanecían en el in-
terior de la vivienda, impidiendo que la luz emanada por el magnal escapa-
se por cualquier resquicio hacia el exterior. El bosque en el que habitaban,
entre la gran ciudad y los territorios de los bosques negros, era un lugar en
el que rara vez se adentraban los kanit y ninguna otra raza de Murag debía
visitarlo. Pero cualquier precaución era poca.
Al día siguiente del nacimiento, al salir el segundo sol, la tagmal llegó a la
vivienda. Al verla, Shala levantó al pequeño en sus brazos llena de esperan-
za y, acercándoselo a la tagmal, le anticipó la sorpresa:
–Tagmal, es un varón –Shala guardó silencio tras pronunciar estas palabras
y observó cuidadosamente la reacción de la anciana. Ésta no parecía sor-
prendida ante la noticia. Cogió al pequeño en sus brazos y, mirando a Sha-
la, habló:
–La verdad es que el Kurtag no anticipó el sexo del recién nacido. Sólo me
habló de un vínculo entre el nacido en el Synat y las tagmal de Kanit. Fui yo
quien interpretó que sería la futura tagmal, mi sucesora, y por tanto, una
kanit. Nada más me ha sido revelado sobre su futuro. El Kurtag es preciso
pero caprichoso en sus revelaciones. Nada es revelado para satisfacer la
curiosidad y nada puede ser conocido hasta que llega su momento –la an-
ciana acunaba en sus brazos al pequeño mientras se desplazaba hacia el ex-
terior de la vivienda. Esperó a que Tome y Shala salieran tras ella y continuó
hablando–. De momento, deberéis continuar vuestra vida aquí y esperar el
final del Synat y que el pequeño crezca lo suficiente para que no llame la
atención entre los otros kanit.
Pasaron el día juntos, paseando por el bosque en los alrededores de la
pequeña vivienda. Shala parecía completamente restablecida tras el par-
to, como correspondía a una kanit entrenada. Las técnicas mentales kanit
cubrían un amplio espectro de habilidades. Las técnicas de ocultación ayu-
daban a camuflar sentimientos o pensamientos, pero los poderes mentales
podían utilizarse también con fines fisiológicos, facilitando el control del
dolor o la curación de heridas y enfermedades.
Antes de ponerse el segundo sol, la tagmal partió hacia su morada y, ayu-
dada por la espesura del bosque y la tenue luz de la tarde de Murag, se per-
dió de la vista de Shala y Tome en tan sólo unos instantes. Estos volvieron
Oscar Tejero
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LibrosEnRed
al interior de su vivienda y, mientras Shala acomodaba al pequeño, Tome
revisaba y cerraba cuidadosamente cualquier abertura por la que la luz del
magnal pudiese escapar al exterior, delatando su posición.
Permanecieron en silencio durante un largo rato. Por sus mentes cruzaban
ideas contradictorias. Que su hijo fuese un varón le apartaba de un destino
como tagmal, pero, sin embargo, el peligro no había desaparecido por este
hecho y aún deberían vivir apartados del resto de la raza kanit durante va-
rios años, ocultos en la profundidad del bosque. Finalmente, Shala rompió
el silencio:
–He pensado que le podríamos llamar Rot. ¿Qué te parece?
Shala miró a Tome, esperando su asentimiento. Rot era un nombre poco
frecuente entre los de su pueblo, sin embargo, su significado en lengua ka-
nit parecía muy adecuado para su hijo: «el que no es lo que parece». Tome
se mantuvo pensativo unos instantes y, finalmente, le devolvió a Shala una
sonrisa. Miró al pequeño, que dormía plácidamente, lo cogió con sus manos
y lo elevó ante sí, anunciándole la decisión:
–Hijo de Shala y Tome, nacido en el Synat: te llamarás Rot y tu nombre será
conocido entre los kanit y quién sabe... si en todo Murag.
Pasaron los días y, lentamente, los años. Rot creció, dio sus primeros pasos
y pronunció sus primeras palabras en la oscuridad del Synat.
Poco tiempo después de que Rot cumpliera los tres años, la nube de come-
tas se fue disipando y, poco a poco, abandonó los cielos de Murag. La luz
volvió a iluminar los días y las noches, y la vida volvió a prosperar rápida-
mente en los bosques, en las ciudades, en los ríos y mares de todo el plane-
ta. En dos o tres años más, Rot adoptaría el aspecto de un kanit adulto y, si
bien su mente seguiría correspondiendo a su edad, su cuerpo le permitiría
integrarse a la vida de la ciudad sin llamar la atención, por lo que el retiro
propuesto por el Kurtag podría llegar a su fin.
El bosque en el que vivían estaba formado por diferentes tipos de vegeta-
ción. Los árboles dominantes eran robustos y enormemente altos; sus tron-
cos se erigían desnudos y sus ramas se abrían sólo en la copa, juntándose
entre ellas y formando una extensa capa roja que se constituía en techo
natural del bosque. Pequeñas aberturas permitían el paso de la luz hacia las
zonas bajas de sombra. Entre estos árboles se esparcían otras variedades,
de entre diez y cuarenta metros de altura, de follajes diversos en color y
frondosidad. Finalmente, pequeños arbustos con variados frutos y grandes
Murag
11
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helechos ocupaban muchos de los espacios dejados por los árboles, consti-
tuyendo todo el conjunto una densa selva. Todo el bosque estaba salpicado
de senderos naturales, tapizados de coloridos musgos y líquenes, que cons-
tituían un enmarañado laberinto en el que era difícil orientarse. Numero-
sos riachuelos y pequeñas lagunas ayudaban a enriquecer la humedad que
reinaba en el ambiente.
Durante este tiempo, Shala y Tome enseñaron a Rot cuanto debía saber de
los bosques kanit. Conoció a los pequeños y los grandes animales; aprendió
a distinguir las plantas y sus frutos, y sus diferentes usos; sus propiedades
nutritivas y medicinales; sus beneficios y peligros. Los kanit mostraban un
enorme respeto por la naturaleza, proveedora para ellos de todo lo nece-
sario para su sustento y desarrollo.
También durante estos primeros años le fueron enseñados los primeros con-
ceptos de la cultura kanit. Durante cientos de generaciones habían vivido
bajo la tutela de la tagmal, guía espiritual de su pueblo. Al finalizar sus días,
la tagmal nombraba, tras la sagrada revelación del Kurtag, a la que sería
su sucesora y así se perpetuaba el poder. Los kanit eran un pueblo pacífico,
de espíritu conciliador, por lo que las discrepancias se resolvían casi siempre
con el diálogo y rara vez llegaban a requerir la mediación del Consejo de
sabios y menos aun de la tagmal.
El Consejo de sabios estaba formado, con escasas excepciones, por los indi-
viduos más ancianos. Los kanit cultivaban sus facultades mentales durante
toda la vida y mantenían todas ellas intactas hasta el final de sus días. Por
este motivo, cuanto más ancianos eran los kanit, mayor desarrollo mental
alcanzaban. Excepcionalmente, algunos individuos poseían capacidades su-
periores a las normales y educaban su mente con habilidades equiparables
a las de los más sabios y ancianos, accediendo a formar parte del Consejo
a edades tempranas. Shala y Tome pensaban que ese podía ser el destino
de Rot, pues, indudablemente, estaba especialmente dotado. No podían
imaginar que el destino del nacido en el Synat marcaría el futuro de todo
ser vivo sobre Murag.
.
Acerca del autor
Oscar Tejero
E-mail: tejeroo@wanadoo.es
Médico de formación, tras más de 15 años en pues-
tos de responsabilidad en las áreas de marketing y co-
mercial de la industria farmacéutica, cambió el rumbo
profesional, y desde hace unos años dirije una peque-
ña empresa dedicada a la venta e instalación de pro-
ductos para golf. En este cambio, ha encontrado el
tiempo y la ocasión para culminar un sueño persegui-
do largo tiempo: así inició y concluyó Murag.
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  • 1.
  • 2. Colección Ciencia Ficción Murag Fragmento de regalo Oscar Tejero www.librosenred.com
  • 3. Dirección General: Marcelo Perazolo Dirección de Contenidos: Ivana Basset Diseño de cubierta: Cinzia Ponisio Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del Copyright. Primera edición en español en versión digital © LibrosEnRed, 2007 Una marca registrada de Amertown International S.A. Para encargar más copias de este libro o conocer otros libros de esta colección visite www.librosenred.com
  • 4. Índice El Synat 5 Acerca del autor 12 Editorial LibrosEnRed 13
  • 5. 5 LibrosEnRed El Synat Transcurría el final del tercer año de la época oscura. Cada setecientos años, una nube de cometas surcaba los cielos de Murag en su órbita en torno al sistema de tres estrellas. Durante la mayor parte de los siete años en que los cometas se interponían entre los soles y Murag, la luz llegaba con di- ficultad al planeta y la vida en él se adormecía. En este periodo, conocido como el Synat, no había nacimientos en ninguno de los pueblos ni entre los grandes animales que poblaban Murag; la vegetación perdía exuberancia y los frutos que ofrecían los bosques disminuían en tamaño y cantidad, si bien seguían encontrándose alimentos suficientes para satisfacer las nece- sidades de los habitantes de todo el planeta. En la morada tagmal, la gran anciana kanit había estado sumergida en la sagrada lectura del Kurtag. Abandonó su hogar, establecido en un peque- ño claro en el bosque, y se dirigió apresuradamente a la gran ciudad kanit. El segundo sol estaba próximo al horizonte, por lo que pronto se haría la oscuridad. Los altísimos árboles se apoyaban sobre robustos troncos que obligaban al sendero a serpentear para abrirse paso entre ellos. Variedades de enormes helechos, dispersos entre los árboles, lanzaban sus trabajadas hojas de más de diez metros por encima del sendero, formando pequeños túneles naturales en algunos tramos. En los límites del bosque se abría una amplia explanada, ocupada casi en su totalidad por la gran ciudad de Kanit. El territorio de los kanit cubría una amplia extensión en el hemisferio sur del planeta, dominada por grandes bosques de diferentes tipos, pero sus habitantes concentraban su vida en la gran ciudad. Las viviendas, de no más de dos alturas, se distribuían de modo organizado en la inmensidad de la ciudad. Las formas redondeadas tomaban cuerpo en todas las construcciones. Varias dependencias circulares o semicircula- res se agrupaban para formar cada una de las viviendas. Las cúpulas de las diversas dependencias culminaban en nuevas formaciones redondeadas de tamaños progresivamente más pequeños, apiladas unas sobre otras. Estas pequeñas edificaciones en lo alto de las viviendas se encontraban
  • 6. Oscar Tejero 6 LibrosEnRed abiertas al exterior en diferentes ángulos, perfectamente orientadas para captar la luminosidad del día y los diferentes colores del cielo en las tardes y noches de Murag. La gran anciana alcanzó la ciudad y se dirigió directamente a la vivienda de Shala y Tome. Llamó a la puerta y, un instante después, Tome apareció en la entrada. Al ver a la tagmal, se recogió su roja melena para dejar bien visi- bles los morados ojos kanit, inclinó su cabeza en señal de saludo y se retiró a un lado, invitando a entrar a la venerada anciana. Los kanit eran la raza más parecida a los humanos. Su gesto era amable, re- flejando su espíritu tranquilo y conciliador. Eran altos y musculosos, y su prin- cipal sustento era la propia riqueza natural de Murag, que les proporcionaba abundantes productos con los que cubrir todas sus necesidades nutriciona- les. Vestían con prendas sencillas y ligeras, pues la temperatura era cálida y bastante constante en todo el planeta durante todo el año. Llegaban a vivir hasta los doscientos cincuenta años; sin embargo, su infancia era corta, y al- canzaban el aspecto físico de un adulto en sólo cinco o seis años. Shala, la hermosa esposa de Tome, ofreció asiento y bebida a la anciana. Mientras lo hacía, pensó en el motivo de esa visita. Sin duda, la tagmal cono- cía su secreto. Se sentó junto a ellos y esperó a que la gran anciana hablase. –El Kurtag habla de extraordinarios acontecimientos que deben ser prote- gidos –la anciana miraba dulcemente a la pareja, mientras hablaba con voz cálida–. Deberéis partir a los bosques y ocultar el embarazo y a la pequeña, una vez nacida, hasta que lleguen tiempos seguros. –¿Embarazo? –Tome miró asombrado alternativamente a la tagmal y a Sha- la, en busca de una respuesta. –No estaba segura..., especialmente en mitad del Synat –Shala cogió las ma- nos de Tome mientras le hablaba. En los últimos días, había pensado en la posibilidad de encontrarse embarazada, pero aún no podía confirmarlo y, por otro lado, el Synat hacía imposible semejante hecho. Ahora, podía estar segura, pero el mensaje de la gran anciana kanit no le ayudaba a expresar la felicidad que, en cualquier otra situación, hubiese supuesto este hecho. –¿De qué debemos protegernos? –preguntó Tome, todavía afectado por las sorprendentes noticias. –No sé deciros a qué nos enfrentamos..., pero el libro sagrado ha sido cla- ro. Nadie en Murag, ni siquiera entre los kanit, debe conocer este insólito
  • 7. Murag 7 LibrosEnRed hecho. He revisado escritos y antiguas profecías de las tagmal, pero, hasta ahora, nada he encontrado –la anciana hizo una nueva pausa, explorando la preocupación en los rostros de la pareja–. Mientras sigo investigando, debemos preparar vuestra partida inmediata. Mañana, con la primera luz, os acompañaré al corazón mismo de los bosques del norte, donde perma- neceréis ocultos a los ojos de los pueblos de Murag, incluyendo a nuestros hermanos kanit. Ante vuestras familias y amigos, ante los sabios del Conse- jo, estaréis en labores de desarrollo, sumergidos en el retiro para profun- dizar en las técnicas de ocultación kanit. Esto debe ser suficiente para que nadie os busque hasta vuestro regreso. Siete pueblos habitaban en Murag, cada uno de ellos en un territorio pro- pio y con cultura y lengua propias. Una vez al año, una representación de cada uno de los pueblos acudía a una zona de encuentro para intercambiar sus productos. Salvo en esa ocasión, era muy raro que miembros de los diferentes pueblos se encontraran, pues el respeto de los territorios era una de las normas impuestas por los ragnás. Los ragnás eran la raza menos numerosa de Murag, con apenas mil indivi- duos. Sus delgados cuerpos permanecían ocultos bajo un manto de túnicas de múltiples tonos grises. Sus rostros carecían de rasgos. Un gran ojo central y dos orificios olfativos bajo el ojo daban relieve a una pequeña cara lisa que podía ser proyectada a voluntad a la superficie de la cabeza o mante- nida oculta en ésta. El cerebro de los ragnás estaba muy desarrollado. Tras llenar el enorme cráneo en forma de pirámide invertida, se proyectaba ha- cia abajo para ocupar también una gran parte del tronco. Este desmedido desarrollo de su sistema nervioso central daba soporte a grandes poderes y habilidades psíquicas. Bajo estos poderes, los ragnás mantenían el dominio sobre los otros pueblos e imponían sus normas y leyes en todo el planeta. Éstas eran sencillas y se limitaban a establecer y hacer respetar los te- rritorios para cada una de las razas. Además, servían de consejeros para los dirigentes de los otros pueblos y cuidaban de los recursos naturales del planeta, así como del abastecimiento de magnal, el más preciado mineral de Murag. Ningún otro pueblo conocía con certeza cuánto tiempo vivían los ragnás y circulaba un sinfín de rumores y leyendas sobre el tema. Pero la soberanía de los ragnás no resultaba gratuita para los otros pueblos de Murag. A cambio de su poderoso desarrollo cerebral, los ragnás habían
  • 8. Oscar Tejero 8 LibrosEnRed tenido que renunciar al poder físico. La construcción de las grandes ba- rreras de magnal y la manipulación inicial del metal suponían un esfuerzo que superaba sus capacidades físicas. Para ello, reclamaban un tributo: cada ocho o diez años, cada uno de los pueblos aportaba un grupo de unos cin- cuenta individuos que se unían a los ragnás para asumir estas tareas. Para los kanit suponía un gran privilegio formar parte de estas partidas. Aban- donaban a los suyos para entregarse de por vida a los trabajos sagrados de Murag. La dureza del trabajo físico se transformaba en un plácido camino para, con la ayuda de los ragnás, alcanzar un nivel superior de desarrollo espiritual. Entre los kanit, era labor de la tagmal elegir a cada uno de los componentes del grupo cada vez que llegaba la cita, y este hecho le había dado a la tagmal una idea para, llegado el momento, ayudar a camuflar el nacimiento en el Synat. En el corazón de los grandes bosques del norte del territorio kanit, los ár- boles se alzaban más de doscientos metros, cerrando el paso a la imagen difuminada de los dos soles que asomaban entre la nube de cometas que oscurecía el cielo de Murag. La tibia luz del día apenas llegaba a la pequeña construcción camuflada entre la espesura. En el ecuador del Synat, en aque- lla pequeña vivienda, Shala estaba dando a luz y Tome era el único testigo de un fenómeno extraordinario: el nacimiento de un kanit en el Synat. Shala, haciendo uso de las técnicas mentales kanit, mantenía la serenidad y mitigaba el dolor, acompasando su respiración y sus esfuerzos con las últi- mas contracciones. Tome cogió al recién nacido entre sus brazos. –Shala, es un niño –Tome se mostraba sorprendido ante la errónea predic- ción de la tagmal–. Quizá la tagmal se ha equivocado... Es precioso. –Debemos buscar un nombre –Shala hablaba como si no acabara de dar a luz. Cogió entre sus brazos al bebé y lo llevó a su pecho–. Habíamos pensa- do en una niña, pero esto es una sorpresa..., una bonita sorpresa. La tagmal nunca se había equivocado...; pero si es un varón, es posible que no exista una amenaza para él. La gran anciana vendrá pronto y nos dirá qué hacer. Tome se sentó junto a Shala y quedaron en silencio, observando a su pequeño. Los dos soles principales se ocultaban ya en el horizonte y, bajo la nube de cometas, el tercer sol sólo era capaz de teñir de violáceo la oscuridad del firmamento. Dentro de pocas horas, la noche cerrada cubriría Murag, pues sus lunas, también afectadas por el paso de los cometas, eran incapaces de reflejar y apenas se adivinaban sus siluetas en el cielo.
  • 9. Murag 9 LibrosEnRed Durante estas horas de intensa oscuridad, los kanit se valían de la lumi- niscencia de pequeñas antorchas de magnal. Sin embargo, siguiendo las instrucciones de la tagmal, en su retiro, Shala y Tome permanecían en el in- terior de la vivienda, impidiendo que la luz emanada por el magnal escapa- se por cualquier resquicio hacia el exterior. El bosque en el que habitaban, entre la gran ciudad y los territorios de los bosques negros, era un lugar en el que rara vez se adentraban los kanit y ninguna otra raza de Murag debía visitarlo. Pero cualquier precaución era poca. Al día siguiente del nacimiento, al salir el segundo sol, la tagmal llegó a la vivienda. Al verla, Shala levantó al pequeño en sus brazos llena de esperan- za y, acercándoselo a la tagmal, le anticipó la sorpresa: –Tagmal, es un varón –Shala guardó silencio tras pronunciar estas palabras y observó cuidadosamente la reacción de la anciana. Ésta no parecía sor- prendida ante la noticia. Cogió al pequeño en sus brazos y, mirando a Sha- la, habló: –La verdad es que el Kurtag no anticipó el sexo del recién nacido. Sólo me habló de un vínculo entre el nacido en el Synat y las tagmal de Kanit. Fui yo quien interpretó que sería la futura tagmal, mi sucesora, y por tanto, una kanit. Nada más me ha sido revelado sobre su futuro. El Kurtag es preciso pero caprichoso en sus revelaciones. Nada es revelado para satisfacer la curiosidad y nada puede ser conocido hasta que llega su momento –la an- ciana acunaba en sus brazos al pequeño mientras se desplazaba hacia el ex- terior de la vivienda. Esperó a que Tome y Shala salieran tras ella y continuó hablando–. De momento, deberéis continuar vuestra vida aquí y esperar el final del Synat y que el pequeño crezca lo suficiente para que no llame la atención entre los otros kanit. Pasaron el día juntos, paseando por el bosque en los alrededores de la pequeña vivienda. Shala parecía completamente restablecida tras el par- to, como correspondía a una kanit entrenada. Las técnicas mentales kanit cubrían un amplio espectro de habilidades. Las técnicas de ocultación ayu- daban a camuflar sentimientos o pensamientos, pero los poderes mentales podían utilizarse también con fines fisiológicos, facilitando el control del dolor o la curación de heridas y enfermedades. Antes de ponerse el segundo sol, la tagmal partió hacia su morada y, ayu- dada por la espesura del bosque y la tenue luz de la tarde de Murag, se per- dió de la vista de Shala y Tome en tan sólo unos instantes. Estos volvieron
  • 10. Oscar Tejero 10 LibrosEnRed al interior de su vivienda y, mientras Shala acomodaba al pequeño, Tome revisaba y cerraba cuidadosamente cualquier abertura por la que la luz del magnal pudiese escapar al exterior, delatando su posición. Permanecieron en silencio durante un largo rato. Por sus mentes cruzaban ideas contradictorias. Que su hijo fuese un varón le apartaba de un destino como tagmal, pero, sin embargo, el peligro no había desaparecido por este hecho y aún deberían vivir apartados del resto de la raza kanit durante va- rios años, ocultos en la profundidad del bosque. Finalmente, Shala rompió el silencio: –He pensado que le podríamos llamar Rot. ¿Qué te parece? Shala miró a Tome, esperando su asentimiento. Rot era un nombre poco frecuente entre los de su pueblo, sin embargo, su significado en lengua ka- nit parecía muy adecuado para su hijo: «el que no es lo que parece». Tome se mantuvo pensativo unos instantes y, finalmente, le devolvió a Shala una sonrisa. Miró al pequeño, que dormía plácidamente, lo cogió con sus manos y lo elevó ante sí, anunciándole la decisión: –Hijo de Shala y Tome, nacido en el Synat: te llamarás Rot y tu nombre será conocido entre los kanit y quién sabe... si en todo Murag. Pasaron los días y, lentamente, los años. Rot creció, dio sus primeros pasos y pronunció sus primeras palabras en la oscuridad del Synat. Poco tiempo después de que Rot cumpliera los tres años, la nube de come- tas se fue disipando y, poco a poco, abandonó los cielos de Murag. La luz volvió a iluminar los días y las noches, y la vida volvió a prosperar rápida- mente en los bosques, en las ciudades, en los ríos y mares de todo el plane- ta. En dos o tres años más, Rot adoptaría el aspecto de un kanit adulto y, si bien su mente seguiría correspondiendo a su edad, su cuerpo le permitiría integrarse a la vida de la ciudad sin llamar la atención, por lo que el retiro propuesto por el Kurtag podría llegar a su fin. El bosque en el que vivían estaba formado por diferentes tipos de vegeta- ción. Los árboles dominantes eran robustos y enormemente altos; sus tron- cos se erigían desnudos y sus ramas se abrían sólo en la copa, juntándose entre ellas y formando una extensa capa roja que se constituía en techo natural del bosque. Pequeñas aberturas permitían el paso de la luz hacia las zonas bajas de sombra. Entre estos árboles se esparcían otras variedades, de entre diez y cuarenta metros de altura, de follajes diversos en color y frondosidad. Finalmente, pequeños arbustos con variados frutos y grandes
  • 11. Murag 11 LibrosEnRed helechos ocupaban muchos de los espacios dejados por los árboles, consti- tuyendo todo el conjunto una densa selva. Todo el bosque estaba salpicado de senderos naturales, tapizados de coloridos musgos y líquenes, que cons- tituían un enmarañado laberinto en el que era difícil orientarse. Numero- sos riachuelos y pequeñas lagunas ayudaban a enriquecer la humedad que reinaba en el ambiente. Durante este tiempo, Shala y Tome enseñaron a Rot cuanto debía saber de los bosques kanit. Conoció a los pequeños y los grandes animales; aprendió a distinguir las plantas y sus frutos, y sus diferentes usos; sus propiedades nutritivas y medicinales; sus beneficios y peligros. Los kanit mostraban un enorme respeto por la naturaleza, proveedora para ellos de todo lo nece- sario para su sustento y desarrollo. También durante estos primeros años le fueron enseñados los primeros con- ceptos de la cultura kanit. Durante cientos de generaciones habían vivido bajo la tutela de la tagmal, guía espiritual de su pueblo. Al finalizar sus días, la tagmal nombraba, tras la sagrada revelación del Kurtag, a la que sería su sucesora y así se perpetuaba el poder. Los kanit eran un pueblo pacífico, de espíritu conciliador, por lo que las discrepancias se resolvían casi siempre con el diálogo y rara vez llegaban a requerir la mediación del Consejo de sabios y menos aun de la tagmal. El Consejo de sabios estaba formado, con escasas excepciones, por los indi- viduos más ancianos. Los kanit cultivaban sus facultades mentales durante toda la vida y mantenían todas ellas intactas hasta el final de sus días. Por este motivo, cuanto más ancianos eran los kanit, mayor desarrollo mental alcanzaban. Excepcionalmente, algunos individuos poseían capacidades su- periores a las normales y educaban su mente con habilidades equiparables a las de los más sabios y ancianos, accediendo a formar parte del Consejo a edades tempranas. Shala y Tome pensaban que ese podía ser el destino de Rot, pues, indudablemente, estaba especialmente dotado. No podían imaginar que el destino del nacido en el Synat marcaría el futuro de todo ser vivo sobre Murag. .
  • 12. Acerca del autor Oscar Tejero E-mail: tejeroo@wanadoo.es Médico de formación, tras más de 15 años en pues- tos de responsabilidad en las áreas de marketing y co- mercial de la industria farmacéutica, cambió el rumbo profesional, y desde hace unos años dirije una peque- ña empresa dedicada a la venta e instalación de pro- ductos para golf. En este cambio, ha encontrado el tiempo y la ocasión para culminar un sueño persegui- do largo tiempo: así inició y concluyó Murag.
  • 13. Editorial LibrosEnRed LibrosEnRed es la Editorial Digital más completa en idioma español. Desde junio de 2000 trabajamos en la edición y venta de libros digita- les e impresos bajo demanda. Nuestra misión es facilitar a todos los autores la edición de sus obras y ofrecer a los lectores acceso rápido y económico a libros de todo tipo. Editamos novelas, cuentos, poesías, tesis, investigaciones, manuales, monografías y toda variedad de contenidos. Brindamos la posibilidad de comercializar las obras desde Internet para millones de potencia- les lectores. De este modo, intentamos fortalecer la difusión de los autores que escriben en español. Nuestro sistema de atribución de regalías permite que los autores obtengan una ganancia 300% o 400% mayor a la que reciben en el circuito tradicional. Ingrese a www.librosenred.com y conozca nuestro catálogo, com- puesto por cientos de títulos clásicos y de autores contemporáneos.