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Aprendiendo Que Es Gerundio
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Aprendiendo que es gerundio
Últimamente he tenido una profunda crisis de fe con respecto a uno de los
pilares fundamentales que sustentan este edificio en el que vivimos mi ego y yo.
Últimamente me han dado de ganas de mandarlo todo a tomar las de Villadiego y
comprarme una cueva, o un monte, o un desierto y empezar a decorarla, o a librarle de
eucaliptos y plantar robles o de barrerlo, que tiene mucho polvo. O sea, para
entendernos, una nueva vida en soledad, completamente solo, apartado de todo y de
todos, únicamente acompañado de mis libros, mis neuras y mis películas, que no es
moco de pavo y además no decepcionan, que no es poco.
Creo que soy – para ser exactos sé que soy – un amigo leal, de los que aguantan
la línea cuando se lucha a la sombra, cuando la fortaleza a defender es la tierra que pisan
los últimos de Filipinas y gritas que de aquí no pasarán por el artículo 33 de mis santos
cojones. Soy de la clase de tipos que entiende y siente como algo vital la amistad, esa
amistad fundamentada en conceptos sacrosantos como lealtad, respeto, generosidad,
honestidad, confianza. Reconozco que en esto tiempos oscuros en los que me ha tocado
vivir, la mayoría de esas palabras no les importa ni les interesa lo más mínimo a la gente
de a pie, ni siquiera sospechan lo que significan y mucho menos lo que implican; por
saber, no sabrían ni buscarlas en el diccionario, si supieran lo qué es un diccionario.
Pues bien, hace poco me he ciscado bien ciscado en esas palabras, y por extensión en
mí – y en mi ego por supuesto – porque me di cuenta que estaba haciendo el capullo por
convertir a ese grupo de palabras en mi camino de baldosas amarillas. Fui consciente
que al final de ese camino no hay un mago que me ayude a volver a casa. Ni tan siquiera
hay una taberna donde meterte, por pecho y espalda, dos palmos de aguardiente para
seguir el perro viaje que normalmente es la vida. Te das cuenta que lo único que hay es
una fuente de decepción e impotencia. Comprendes que se te aplica la ley del embudo,
que te pasas mandando cartas a Roxana todos los días para que se sienta querida, y
cuando uno espera un gesto, un presente, una acción desinteresada, te encuentras con el
vuelva usted mañana que ahora estoy tomando el café y no tengo tiempo para usted. Así
que te quedas allí con cara de pringado, como un burro amarrado a la puerta del baile,
mientras a tu chica se la ventila un vernel, un marcador, o el gilipollas de turno – que de
estos, y de los otros, abundan por doquier – . Te quedas allí de pie – o sentado –
pensando cuan tonto eres – y haces – sintiéndote una mierda. Te quedas allí acumulando
lava en la caldera, hasta que la rebosa y explota a lo Pompeya, con destrucción y muerte
hasta donde alcanza la vista, con ganas de destruir civilizaciones y que salga el sol por
Antequera, que hasta aquí podíamos llegar.
Pero claro, a esto que una persona sabía – por mujer y por experiencia – te da la
dosis de tranquilizantes, sedantes y demás opiáceos y te calma, te frena y te dice que
respires una vez, diez o cien mil veces y paras. En seco. Y reflexionas. Entonces
admites que no es para tanto. Bueno, que sí es para tanto pero que no puedes mandarlo
todo a buscar las minas de rey Salomón. Y admites que al grupo de palabras
anteriormente citadas debes añadir otra palabra, perdón. No ese perdón a lo capitán
Goeth, el perdón entendido como la aceptación de cómo es cada cual, con sus virtudes y
defectos, aunque estos últimos te den ganas a veces de convertirte el Vlad el empalador
y comenzar a hacer honor al sobrenombre del fulano. Que eres amigo, para lo bueno y
lo malo, como en un matrimonio, pero sin noche de boda – salvo en algún caso que sí se
disfruta dicha noche –. Tienes que perdonar cuando te han herido o decepcionado
porque lo más seguro es que ellos te hayan perdonado anteriormente, cuando hayas
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sacado la bocaza de uno a pasear, o cuando hayas fallado cuando no debieras, o cuando
hayas faltado a la palabra dada, o cuando hayas metido el cuchillo en los riñones sin
darte cuenta – o dándote que también pasa –. Así que a pesar del mal rato pasado sacas
algo en limpio: hay que perdonar y pasar página colega y decir que bonito es todo, que
no es plan de calentarte y sacar el napalm de paseo. En otros tiempos hubiera
incendiando Troya y Cartago, pero esta vez no, esta vez aprendo una valiosísima
lección. Me debo estar haciendo viejo.