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                                   Hombres Vernel


        La sociedad española posee una amplia variedad en la riqueza de su fauna. Solo
es necesario dar una vuelta por nuestras plazas, bares, universidades y demás zonas de
reflexión sesuda para darse cuenta de lo que hay – y especialmente de lo que no hay –.
Hoy quiero centrarme en uno de esos grupos de población que varias veces me he
encontrado en mis largos viajes de la vida. Me ha venido a la mente recientemente al
ver a una vieja conocida que sufrió a uno de estos sujetos. Siempre anduve algo
frustrado por no encontrar la adecuada nomenclatura que definiera correctamente a este
subgrupo humanoide. Pero hace unos días – quizá por obra de inspiración divina – hallé
un nombre que me satisfizo: los hombres Vernel.
        Los especímenes que pueden clasificarse en esta subespecie son relativamente
fáciles de detectar – al menos para los seres que tiene XY como marca genética y
algunas privilegiadas con XX – si uno se pone a observarlos, y se deja que actúen, que
sean ellos mismos. Vayamos pues a caracterizar está subraza de los homo ¿sapiens?
¿sapiens? El hombre Vernel es aquel sujeto varón, correcto en su vestir y en sus formas,
sin un palabra más alta que la anterior. Educado, con un tono de voz suave y un uso más
o menos correcto del lenguaje – por supuesto, delimitar lo más posible el uso de
exabruptos o de expresiones soeces – para pasar por persona ilustrada – o al menos
intentarlo –. Se le ha de añadir una dosis de sensibilidad y empatía – la justa y necesaria,
no vaya ser que parezca marica, u homosexual, o sodomita o el calificativo que
prefieran – para comprender y solidarizarse con los problemas ajenos; siempre
dispuesto a ayudar, aunque no tenga ni puñetera idea ni en el qué ni en el cómo.
Además de esto, hay que sazonarle con una gran dosis de buenrollismo, concepto este
que se define como amigo de todo el mundo, con exaltación de la amistad incluida, sin
pagar el correspondiente peaje en alcohol como todo hijo de vecino. Vamos, una oenegé
vivita y coleante. Todos estos atributos – seguro que se me he dejado en el tintero más
de uno y más de dos, pero ya habrá alguien que me los apunte – son las armas que usa
este depredador del Serengeti, como el guepardo usa su velocidad o la DGT los radares
camuflados. Y vive Dios que no les va mal, que presas no les faltan y hambre no pasan.
        La historia es siempre la misma. Acercamiento poco a poco, con suavidad,
buenos modos, derrochando buenrollismo, con sensibilidad y adulación – la justa, sin
pasteleo, que si es mucho empalaga –. Y sus presas – por supuesto mujeres –,
encantadas, y embelesadas, y obnubiladas, y fascinadas, y hechizadas, y… Añadan
vuestras mercedes los sinónimos que quieran; el número de factores no altera el
resultado. Ellas repitiendo más o menos las mismas frases “que tío más majo es fulano”,
“es que mengano es encantador”, y demás retahíla. Y uno, que para esto
– modestamente, o no – las pilla al vuelo, pensando – que no diciendo por el momento –
“que sí querida, que como te despistes se te cuela por la bisectriz y te hace una integral
doble, o triple o cuádruple, si la hubiera. O hubiese”. El proceso siempre es el mismo, y
casi siempre funciona. Una cosa he de reconocerles, que son buenos los jodidos en su
oficio – y beneficio –. Hábiles, certeros y eficaces como un franco-tirador serbio. En fin,
muy profesionales en su modus vivendi.
        El siguiente capítulo de la historia suele ser siempre el mismo, un desenbrague
en el asiento de atrás de un coche, o en un playa o donde cuadre, que el ¿amor? no
ocupa lugar. Luego, en el tercer tiempo del partido, hay variedad de casos: un hasta
luego Lucas, y se te he visto no me acuerdo – y ni tengo la intención de acordarme –; un
ahora sí, ahora no – siempre y cuando nuestro sujeto no tenga otro puerto al que
arribar cuando el escorbuto y la mar aprietan –; o un ahora me apetece, pero mi señora
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no está a mano, así que vamos a repasar la lección, que nos la sabíamos muy bien la
última vez. Y mientras tanto la presa – a veces inocente, a veces imbécil – vuelta loca y
cuerda y viceversa. En un no-sí, sino que todo lo contrario. Este proceso puede durar
más o menos tiempo, pero el desenlace suele ser siempre el mismo; presa hecha un
trapo de los polvos. O sea, hecha una mierda, hablando en castellano – o español – puro
y duro.
        Una vez, tonto de mí, – lo de caballero español lo llevo muy dentro, aunque se
ve está empezando a pasar – quise ayudar a la anteriormente citada persona, y avisarla
de con quién se estaba jugando los cuartos. Muy digna ella empezó a soltar napalm por
esa boquita que Dios la dio; que yo estaba celoso, y que me fuese a tomar vientos, que
en ese prado no sacaba yo patatas. Yo, lacónico, la dije un seco “vale” mientras pensaba
que todo le llega al que sabe esperar. La razón claro. Sobra decir que el tiempo – ese
juez supremo del que nadie escapa – dictó sentencia a mi favor. Se armó la marimorena,
y el rosario de la Aurora, y el Santísima Trinidad.
        Así que después de esto, una persona sabia – por mujer y por experiencia – me
dijo que no fuera redentor ni salva-patrias de mujeres cegadas – por amor o por calentón
vaginal que a veces no sé distinguir bien la diferencia –. Y lo intento. Solo lo intento, ya
que a veces me dan ganas de mandar a tomar por saco el ecologismo y al Green Peace,
y extinguir a estos hombres Vernel, ya que es tan abundante la variedad de subespecies
masculinas – hombre parchís, hombre marcador…- que una menos nadie la echaría en
falta. ¿O sí?

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  • 1. Generated by Foxit PDF Creator © Foxit Software http://www.foxitsoftware.com For evaluation only. Hombres Vernel La sociedad española posee una amplia variedad en la riqueza de su fauna. Solo es necesario dar una vuelta por nuestras plazas, bares, universidades y demás zonas de reflexión sesuda para darse cuenta de lo que hay – y especialmente de lo que no hay –. Hoy quiero centrarme en uno de esos grupos de población que varias veces me he encontrado en mis largos viajes de la vida. Me ha venido a la mente recientemente al ver a una vieja conocida que sufrió a uno de estos sujetos. Siempre anduve algo frustrado por no encontrar la adecuada nomenclatura que definiera correctamente a este subgrupo humanoide. Pero hace unos días – quizá por obra de inspiración divina – hallé un nombre que me satisfizo: los hombres Vernel. Los especímenes que pueden clasificarse en esta subespecie son relativamente fáciles de detectar – al menos para los seres que tiene XY como marca genética y algunas privilegiadas con XX – si uno se pone a observarlos, y se deja que actúen, que sean ellos mismos. Vayamos pues a caracterizar está subraza de los homo ¿sapiens? ¿sapiens? El hombre Vernel es aquel sujeto varón, correcto en su vestir y en sus formas, sin un palabra más alta que la anterior. Educado, con un tono de voz suave y un uso más o menos correcto del lenguaje – por supuesto, delimitar lo más posible el uso de exabruptos o de expresiones soeces – para pasar por persona ilustrada – o al menos intentarlo –. Se le ha de añadir una dosis de sensibilidad y empatía – la justa y necesaria, no vaya ser que parezca marica, u homosexual, o sodomita o el calificativo que prefieran – para comprender y solidarizarse con los problemas ajenos; siempre dispuesto a ayudar, aunque no tenga ni puñetera idea ni en el qué ni en el cómo. Además de esto, hay que sazonarle con una gran dosis de buenrollismo, concepto este que se define como amigo de todo el mundo, con exaltación de la amistad incluida, sin pagar el correspondiente peaje en alcohol como todo hijo de vecino. Vamos, una oenegé vivita y coleante. Todos estos atributos – seguro que se me he dejado en el tintero más de uno y más de dos, pero ya habrá alguien que me los apunte – son las armas que usa este depredador del Serengeti, como el guepardo usa su velocidad o la DGT los radares camuflados. Y vive Dios que no les va mal, que presas no les faltan y hambre no pasan. La historia es siempre la misma. Acercamiento poco a poco, con suavidad, buenos modos, derrochando buenrollismo, con sensibilidad y adulación – la justa, sin pasteleo, que si es mucho empalaga –. Y sus presas – por supuesto mujeres –, encantadas, y embelesadas, y obnubiladas, y fascinadas, y hechizadas, y… Añadan vuestras mercedes los sinónimos que quieran; el número de factores no altera el resultado. Ellas repitiendo más o menos las mismas frases “que tío más majo es fulano”, “es que mengano es encantador”, y demás retahíla. Y uno, que para esto – modestamente, o no – las pilla al vuelo, pensando – que no diciendo por el momento – “que sí querida, que como te despistes se te cuela por la bisectriz y te hace una integral doble, o triple o cuádruple, si la hubiera. O hubiese”. El proceso siempre es el mismo, y casi siempre funciona. Una cosa he de reconocerles, que son buenos los jodidos en su oficio – y beneficio –. Hábiles, certeros y eficaces como un franco-tirador serbio. En fin, muy profesionales en su modus vivendi. El siguiente capítulo de la historia suele ser siempre el mismo, un desenbrague en el asiento de atrás de un coche, o en un playa o donde cuadre, que el ¿amor? no ocupa lugar. Luego, en el tercer tiempo del partido, hay variedad de casos: un hasta luego Lucas, y se te he visto no me acuerdo – y ni tengo la intención de acordarme –; un ahora sí, ahora no – siempre y cuando nuestro sujeto no tenga otro puerto al que arribar cuando el escorbuto y la mar aprietan –; o un ahora me apetece, pero mi señora
  • 2. Generated by Foxit PDF Creator © Foxit Software http://www.foxitsoftware.com For evaluation only. no está a mano, así que vamos a repasar la lección, que nos la sabíamos muy bien la última vez. Y mientras tanto la presa – a veces inocente, a veces imbécil – vuelta loca y cuerda y viceversa. En un no-sí, sino que todo lo contrario. Este proceso puede durar más o menos tiempo, pero el desenlace suele ser siempre el mismo; presa hecha un trapo de los polvos. O sea, hecha una mierda, hablando en castellano – o español – puro y duro. Una vez, tonto de mí, – lo de caballero español lo llevo muy dentro, aunque se ve está empezando a pasar – quise ayudar a la anteriormente citada persona, y avisarla de con quién se estaba jugando los cuartos. Muy digna ella empezó a soltar napalm por esa boquita que Dios la dio; que yo estaba celoso, y que me fuese a tomar vientos, que en ese prado no sacaba yo patatas. Yo, lacónico, la dije un seco “vale” mientras pensaba que todo le llega al que sabe esperar. La razón claro. Sobra decir que el tiempo – ese juez supremo del que nadie escapa – dictó sentencia a mi favor. Se armó la marimorena, y el rosario de la Aurora, y el Santísima Trinidad. Así que después de esto, una persona sabia – por mujer y por experiencia – me dijo que no fuera redentor ni salva-patrias de mujeres cegadas – por amor o por calentón vaginal que a veces no sé distinguir bien la diferencia –. Y lo intento. Solo lo intento, ya que a veces me dan ganas de mandar a tomar por saco el ecologismo y al Green Peace, y extinguir a estos hombres Vernel, ya que es tan abundante la variedad de subespecies masculinas – hombre parchís, hombre marcador…- que una menos nadie la echaría en falta. ¿O sí?