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En aquel entonces
En Primera, con el sudor de la frente
Raúl Gómez Samperio
El capitán del Racing, Ramón Santiuste, salió al balcón del Ayuntamiento para corresponder a
tantos vítores y hurras que saturaban la Plaza Vieja. No había espacio para tanta gente en
aquella plaza pequeña, taponada por unas doce mil almas que ocupaban las calles adyacentes.
Estaban celebrando el éxito deportivo más importante del equipo y de Santander. El gentío
había recibido a los futbolistas en la Estación del Norte, y luego les escoltó por las calles en un
paseo triunfal que iba abriendo de par en par los balcones y ventanas por donde pasaban.
Hasta los mismos jugadores dudaban si aquello era real, o era uno de esos sueños con los que
se endulza la existencia. Habían vivido intensos momentos de entusiasmo en el terreno de
juego, conducidos por los goles y las victorias de su equipo. Y conocían bien el escandaloso
rugido de las gradas repletas y jubilosas. Pero esta vez el público no estaba en el campo,
estaba en la calle, siguiéndoles, admirándoles, agradeciéndoles e incluso acosándoles con su
cariño. Nunca habían sentido nada semejante.
En 1927, el fútbol español parecía un anticipo de lo que años después sería la guerra civil. El
reconocimiento del profesionalismo había planteado la necesidad de jugar más partidos y de
mayor interés para atraer a unos aficionados que se encontraban cada vez más indiferentes
ante los campeonatos regionales. Así que a algunos (entre ellos al periodista cántabro Luis
Soler) se le ocurrió organizar una Liga de carácter nacional, en la que participaran los mejores
equipos de España. Y todos estuvieron de acuerdo, hasta que se planteó qué equipos eran los
que tenían que formar la Primera División. Fue cuando los clubes se dividieron en dos bandos,
convirtieron las negociaciones en batallas de intolerancia y rompieron el camino de la unidad
organizando dos Ligas, porque las dos Españas también jugaban al fútbol. Eran la España del
minimalismo, defendida por los que consideraban que la Primera División tenía que formarse
con los seis clubes nobles y victoriosos que hasta entonces habían sido campeones de la Copa
del Rey (Athletic Club de Bilbao, Real Madrid F. C., Real Sociedad de San Sebastián, F. C.
Barcelona, Real Unión de Irún y Arenas Club de Guecho) y la España del maximalismo, la
España más humilde y plebeya que se abría a la participación de más equipos donde se incluía
el Racing.
Pero las dos Ligas fueron un fracaso. Aunque ambas celebraron varias jornadas, ninguna
consiguió finalizar ni coronar a un campeón. Lástima para los racinguistas, porque entonces
lideraban la clasificación de la Liga maximalista después de disputar doce jornadas. El fracaso
obligó a los dos bandos a reconciliarse. Los seis campeones de Copa cedieron y admitieron una
Liga en Primera División con diez equipos, invitando a los clubes que habían sido
subcampeones de Copa (C. D. Europa de Barcelona, Athletic Club de Madrid y R. C. D. Español)
y dejando un puesto más que tendría que decidirse por eliminatorias entre diez equipos: Real
Betis Balompié, Club Deportivo Alavés, Iberia de Zaragoza, Real Oviedo, Valencia C. F., Real
Club Celta de Vigo, Real Sporting de Gijón, Real Club Deportivo de La Coruña, Sevilla C. F. y Real
Racing Club de Santander. Uno de esos diez sería el décimo y último elegido del grupo más
selecto del fútbol español.
Tras dos eliminatorias previas donde se quedaron en casa el C. D. Alavés y el Iberia de
Zaragoza, los ocho equipos restantes se disputaron en Madrid la ansiada plaza que faltaba
para completar la Primera División. Los racinguistas, dirigidos por el irlandés Patrick O’Connell,
ganaron al Valencia C. F. en los cuartos de final, y al Real Betis Balompié en la semifinal,
mientras que el Sevilla C. F., eliminó al R. C. Deportivo de la Coruña y al R. C. Celta de Vigo.
La final contra el Sevilla C. F. fue el momento más decisivo y transcendente del Racing en toda
su historia. El primer partido se disputó en el estadio Metropolitano el domingo, 3 de febrero
de 1929. El día era frío, con ventiscas y chaparrones, y el campo estaba encharcado. Muy
pronto abrió el marcador el equipo sevillista, aunque a los 28 minutos de este primer tiempo,
empataría el Racing gracias a su delantero centro, Óscar, que remató un balón bien servido por
Loredo. El resto del partido trascurrió con dominio del Racing, pero con una defensa del Sevilla
muy ordenada. El encuentro terminó con empate a uno y con las fuerzas agotadas por el
estado del terreno de juego, no hubo más goles en la prórroga. Y con el empate a uno se tuvo
que jugar un partido de desempate, en el mismo terreno de juego, cuatro días después.
La segunda final comenzó muy mal para el Racing. A la media hora, Santiuste marcó un gol en
propia puerta. Pero los racinguistas no se desmoralizaron, todo lo contrario, se lanzaron con
insistencia a la meta sevillista y Óscar, aprovechando un despeje del portero, marcaría a
bocajarro el empate. Antes de que se llegara al descanso, el Sevilla C. F. marcó un segundo gol
con el que se adelantó nuevamente en el marcador. En la segunda parte, surgieron los nervios
y la dureza. El árbitro tuvo que expulsar al racinguista Larrínaga y al sevillista Sedeño por
agresión mutua. Y en un córner sacado por Amós, el Racing consiguió el empate gracias a un
remate de Baragaño. Y así terminó el partido y la prórroga. Eran demasiados empates.
Dos días después, el sábado, 9 de febrero, se jugó el tercer partido de esta igualadísima final.
Saltaron al terreno de juego Raba; Santiuste, Rufino Gacituaga; Torón, Baragaño, Larrinoa;
Santi, Loredo, Óscar, Gómez-Acebo y Amós. En la punta del ataque, se situó Óscar como baza
principal del contragolpe, y en un potente despeje de Santiuste, controló el balón, escapó a
todo gas hacia la portería sevillista y descargó sin parar uno de sus potentes disparos que batió
al portero del Sevilla. Era la primera vez que el Racing se adelantaba en los tres partidos de la
final. Y con la ventaja de uno a cero terminó la primera parte. En la segunda, se impuso el
juego del Racing, basado en una espléndida defensa y en una gran actuación en su banda
derecha, donde Santi y Loredo se escapaban con facilidad, proponiendo centros espléndidos.
En uno de ellos, Gómez-Acebo marcó el segundo gol. Con dos tantos a favor, el Racing ganó en
seguridad y temple, mientras que los jugadores del Sevilla se precipitaban. Aunque Ocaña
marcaría el dos a uno tras el lanzamiento de un córner, no hubo más empates. La victoria fue
para el Racing. Cuando el árbitro pitó el final del partido, los jugadores estallaron de alegría
para derramar la última gota de energía que les quedaba. Se fundieron en un abrazo y,
extenuados, fueron cayendo, permaneciendo absortos y felices en el suelo de hierba. Habían
jugado 630 minutos, es decir, diez horas y media para conquistar la Primera División y aún
dudaban si aquello era real, o era uno de esos sueños con los que se endulza la existencia.
Así se convirtió el Real Racing Club en uno de los diez históricos clubes del fútbol español. No
fue cosa de títulos o méritos del pasado. Se lo ganó a pulso. Fue el único que consiguió la
Primera División con el sudor de la frente. Sólo por eso,el recuerdo de aquellos hombres
merece escoltarse por las calles de la ciudad en un paseo triunfal que va abriendo de par en
par los balcones, las ventanas y los corazones por donde pasa.

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En primera, con el sudor de la frente

  • 1. En aquel entonces En Primera, con el sudor de la frente Raúl Gómez Samperio El capitán del Racing, Ramón Santiuste, salió al balcón del Ayuntamiento para corresponder a tantos vítores y hurras que saturaban la Plaza Vieja. No había espacio para tanta gente en aquella plaza pequeña, taponada por unas doce mil almas que ocupaban las calles adyacentes. Estaban celebrando el éxito deportivo más importante del equipo y de Santander. El gentío había recibido a los futbolistas en la Estación del Norte, y luego les escoltó por las calles en un paseo triunfal que iba abriendo de par en par los balcones y ventanas por donde pasaban. Hasta los mismos jugadores dudaban si aquello era real, o era uno de esos sueños con los que se endulza la existencia. Habían vivido intensos momentos de entusiasmo en el terreno de juego, conducidos por los goles y las victorias de su equipo. Y conocían bien el escandaloso rugido de las gradas repletas y jubilosas. Pero esta vez el público no estaba en el campo, estaba en la calle, siguiéndoles, admirándoles, agradeciéndoles e incluso acosándoles con su cariño. Nunca habían sentido nada semejante. En 1927, el fútbol español parecía un anticipo de lo que años después sería la guerra civil. El reconocimiento del profesionalismo había planteado la necesidad de jugar más partidos y de mayor interés para atraer a unos aficionados que se encontraban cada vez más indiferentes ante los campeonatos regionales. Así que a algunos (entre ellos al periodista cántabro Luis Soler) se le ocurrió organizar una Liga de carácter nacional, en la que participaran los mejores equipos de España. Y todos estuvieron de acuerdo, hasta que se planteó qué equipos eran los que tenían que formar la Primera División. Fue cuando los clubes se dividieron en dos bandos, convirtieron las negociaciones en batallas de intolerancia y rompieron el camino de la unidad organizando dos Ligas, porque las dos Españas también jugaban al fútbol. Eran la España del minimalismo, defendida por los que consideraban que la Primera División tenía que formarse con los seis clubes nobles y victoriosos que hasta entonces habían sido campeones de la Copa del Rey (Athletic Club de Bilbao, Real Madrid F. C., Real Sociedad de San Sebastián, F. C. Barcelona, Real Unión de Irún y Arenas Club de Guecho) y la España del maximalismo, la España más humilde y plebeya que se abría a la participación de más equipos donde se incluía el Racing. Pero las dos Ligas fueron un fracaso. Aunque ambas celebraron varias jornadas, ninguna consiguió finalizar ni coronar a un campeón. Lástima para los racinguistas, porque entonces lideraban la clasificación de la Liga maximalista después de disputar doce jornadas. El fracaso obligó a los dos bandos a reconciliarse. Los seis campeones de Copa cedieron y admitieron una Liga en Primera División con diez equipos, invitando a los clubes que habían sido subcampeones de Copa (C. D. Europa de Barcelona, Athletic Club de Madrid y R. C. D. Español) y dejando un puesto más que tendría que decidirse por eliminatorias entre diez equipos: Real Betis Balompié, Club Deportivo Alavés, Iberia de Zaragoza, Real Oviedo, Valencia C. F., Real Club Celta de Vigo, Real Sporting de Gijón, Real Club Deportivo de La Coruña, Sevilla C. F. y Real Racing Club de Santander. Uno de esos diez sería el décimo y último elegido del grupo más selecto del fútbol español.
  • 2. Tras dos eliminatorias previas donde se quedaron en casa el C. D. Alavés y el Iberia de Zaragoza, los ocho equipos restantes se disputaron en Madrid la ansiada plaza que faltaba para completar la Primera División. Los racinguistas, dirigidos por el irlandés Patrick O’Connell, ganaron al Valencia C. F. en los cuartos de final, y al Real Betis Balompié en la semifinal, mientras que el Sevilla C. F., eliminó al R. C. Deportivo de la Coruña y al R. C. Celta de Vigo. La final contra el Sevilla C. F. fue el momento más decisivo y transcendente del Racing en toda su historia. El primer partido se disputó en el estadio Metropolitano el domingo, 3 de febrero de 1929. El día era frío, con ventiscas y chaparrones, y el campo estaba encharcado. Muy pronto abrió el marcador el equipo sevillista, aunque a los 28 minutos de este primer tiempo, empataría el Racing gracias a su delantero centro, Óscar, que remató un balón bien servido por Loredo. El resto del partido trascurrió con dominio del Racing, pero con una defensa del Sevilla muy ordenada. El encuentro terminó con empate a uno y con las fuerzas agotadas por el estado del terreno de juego, no hubo más goles en la prórroga. Y con el empate a uno se tuvo que jugar un partido de desempate, en el mismo terreno de juego, cuatro días después. La segunda final comenzó muy mal para el Racing. A la media hora, Santiuste marcó un gol en propia puerta. Pero los racinguistas no se desmoralizaron, todo lo contrario, se lanzaron con insistencia a la meta sevillista y Óscar, aprovechando un despeje del portero, marcaría a bocajarro el empate. Antes de que se llegara al descanso, el Sevilla C. F. marcó un segundo gol con el que se adelantó nuevamente en el marcador. En la segunda parte, surgieron los nervios y la dureza. El árbitro tuvo que expulsar al racinguista Larrínaga y al sevillista Sedeño por agresión mutua. Y en un córner sacado por Amós, el Racing consiguió el empate gracias a un remate de Baragaño. Y así terminó el partido y la prórroga. Eran demasiados empates. Dos días después, el sábado, 9 de febrero, se jugó el tercer partido de esta igualadísima final. Saltaron al terreno de juego Raba; Santiuste, Rufino Gacituaga; Torón, Baragaño, Larrinoa; Santi, Loredo, Óscar, Gómez-Acebo y Amós. En la punta del ataque, se situó Óscar como baza principal del contragolpe, y en un potente despeje de Santiuste, controló el balón, escapó a todo gas hacia la portería sevillista y descargó sin parar uno de sus potentes disparos que batió al portero del Sevilla. Era la primera vez que el Racing se adelantaba en los tres partidos de la final. Y con la ventaja de uno a cero terminó la primera parte. En la segunda, se impuso el juego del Racing, basado en una espléndida defensa y en una gran actuación en su banda derecha, donde Santi y Loredo se escapaban con facilidad, proponiendo centros espléndidos. En uno de ellos, Gómez-Acebo marcó el segundo gol. Con dos tantos a favor, el Racing ganó en seguridad y temple, mientras que los jugadores del Sevilla se precipitaban. Aunque Ocaña marcaría el dos a uno tras el lanzamiento de un córner, no hubo más empates. La victoria fue para el Racing. Cuando el árbitro pitó el final del partido, los jugadores estallaron de alegría para derramar la última gota de energía que les quedaba. Se fundieron en un abrazo y, extenuados, fueron cayendo, permaneciendo absortos y felices en el suelo de hierba. Habían jugado 630 minutos, es decir, diez horas y media para conquistar la Primera División y aún dudaban si aquello era real, o era uno de esos sueños con los que se endulza la existencia. Así se convirtió el Real Racing Club en uno de los diez históricos clubes del fútbol español. No fue cosa de títulos o méritos del pasado. Se lo ganó a pulso. Fue el único que consiguió la Primera División con el sudor de la frente. Sólo por eso,el recuerdo de aquellos hombres
  • 3. merece escoltarse por las calles de la ciudad en un paseo triunfal que va abriendo de par en par los balcones, las ventanas y los corazones por donde pasa.